Quiero
a este Papa con toda mi alma. Desde el primer día de su pontificado he
aplaudido con entusiasmo su visión del papel de la Iglesia católica en el
mundo. Su acento en decir que todo empieza por el amor de Dios y no por la
condena y el anatema. Su énfasis en afirmar que la Iglesia tiene que ser
facilitadora de la gracia y no una aduana para ella. Su insistencia en
evangelizar a las marginalidades, en especial a los más pobres. Sus aldabonazos
a nuestras conciencias para que no pasemos de largo ante la miseria con la que
nos encontramos a diario, etc. Todas estas cosas me hacen un fan suyo. Así lo
he expresado en varias entradas desde que fue elegido Papa:
-¡Habemus
Papam! 14 de Marzo de 2013.
-El P. Bergoglio (hoy
Papa Francisco) y la dictadura argentina. 23 de Marzo del 2013.
-Brevísimo programa
para el nuevo papado dado por el cardenal Bergoglio antes de ser el Papa
Francisco. 7 de Abril de 2013.
-Más santos, menos corrompidos.
9 de Junio del 2013. En esta entrada defendía al Papa Francisco de la
pretensión del periodista Raúl del Pozo de hacer de él un izquierdista. Hoy no
estoy tan seguro de lo que escribí entonces.
-Extractos y
comentarios sobre la entrevista del Papa a las revistas de los jesuitas. 29 de
Septiembre de 2013.
-Ante el Papa
Francisco. 15 de Octubre de 2013.
-Pidamos por la unión
ecuménica de los cristianos. 2 de Marzo de 2014.
-Oración del Papa
Francisco en Jerusalén sobre el holocausto.
Por
tanto, nadie puede dudar de mi absoluta adhesión al Papa Francisco. No
obstante, ya desde la publicación de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium,
empecé a expresar mi desacuerdo con su visión del sistema económico
capitalista, con la publicación de la entrada “Carta abierta al Papa Francisco
acerca de la visión de la economía que se desprende de la exhortación Evangelii
Gaudium” del 27 de Diciembre de 2013 y, la semana pasada, con la entrada “La
doctrina de las dos redes”, aunque en esta entrada no mencione al Papa
directamente. Ya en el viaje de vuelta de Tierra Santa y, posteriormente, en la
entrevista concedida a la cadena Cuatro y a la Vanguardia, vuelven a aparecer
comentarios suyos sobre el sistema económico que me obligan a responder de
nuevo. En otro pasaje de esa entrevista, el Papa dice que el diálogo –se
refiere al diálogo inter religioso, pero creo que es aplicable a cualquier otro
diálogo– debe desarrollarse siempre desde la propia identidad, desde las
propias creencias, sin pretender abdicar de ellas por una falsa idea del
acercamiento. Partiendo de este comentario del Papa, entro al diálogo
discrepante sobre la visión de la economía capitalista que se desprende de esa
entrevista. Jamás se me ocurriría hacerlo sobre asuntos de dogma o de moral. De
hecho, me parece que Francisco hace muy bien en alertar sobre la terrible
inmoralidad de la idolatría del dinero, idolatría muy cierta y muy viva. Pero cuando al Papa
habla de sistemas económicos, entra en un terreno en el que se convierte en una
persona a la que, con el debido respeto, se puede contradecir en su criterio. Y
yo no sólo creo que puedo hacerlo, sino que es mi deber, llevar a cabo este
diálogo abierto. Ni que decir tiene que este diálogo
arranca desde el amor. Creo que he demostrado sobradamente mi respeto, amor y
admiración por el Papa Francisco. Y, mucho más allá de mi discrepancia con él en
materias económicas, ese respeto, amor y admiración permanecerán intactos. Dicho esto, empiezo por adjuntar el texto
íntegro de la pregunta y respuesta que da lugar a mi discrepancia:
¿Qué puede hacer la Iglesia para
reducir la creciente desigualdad entre ricos y pobres?
Está
probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene
hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos en diversas partes
del mundo se agarra la cabeza, no se entiende. Creo que estamos en un sistema
mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema económico debe
estar el hombre, el hombre y la mujer, y todo lo demás debe estar al servicio
de este hombre. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro, al dios
dinero. Hemos caído en un pecado de idolatría, la idolatría del dinero. La
economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se alimenta una
cultura del descarte. Se descarta a los jóvenes cuando se limita la natalidad.
También se descarta a los ancianos porque ya no sirven, no producen, es clase
pasiva… Al descartar a los chicos y a los ancianos, se descarta el futuro de un
pueblo porque los chicos van a tirar con fuerza hacia adelante y porque los
ancianos nos dan la sabiduría, tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla
a los jóvenes. Y ahora también está de moda descartar a los jóvenes con la
desocupación. A mí me preocupa mucho el índice de paro de los jóvenes, que en
algunos países supera el 50%. Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes
europeos menores de 25 años están en paro. Es una barbaridad. Pero descartamos
toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un
sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los
grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces
se hacen guerras zonales. ¿Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden
armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes
economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero,
obviamente se sanean. Este pensamiento único nos quita la riqueza de la
diversidad de pensamiento y por lo tanto la riqueza de un diálogo entre
personas. La globalización bien entendida es una riqueza. Una globalización mal
entendida es aquella que anula las diferencias. Es como una esfera, con todos
los puntos equidistantes del centro. Una globalización que enriquezca es como
un poliedro, todos unidos pero cada cual conservando su particularidad, su
riqueza, su identidad, y esto no se da.
Empiezo por la
pregunta que, ya de entrada, me parece sesgada. Estoy seguro de que si miramos
la diferencia entre la riqueza del hombre más rico del mundo y el más pobre, la
diferencia ha aumentado. Pero si miramos el grueso de la curva de distribución
estadística de la riqueza, ésta no ha estado nunca más centrada en toda la
historia de la humanidad. Y si contamos el porcentaje de la población mundial
que está por debajo del umbral objetivo de pobreza, este porcentaje tampoco ha
sido nunca tan bajo como ahora en la historia de la humanidad. Todos los datos
estadísticos que se puedan aportar avalan lo que digo. Para que esta afirmación
no sea un mero brindis al sol tendría que aportar datos que tengo. De hecho los
he mandado en anteriores envíos. (Ver entrada al blog con el título de
“Optimismo empírico y riesgos catastróficos” del 4 de Enero del 2014). Pero
repetirlos aquí haría muy largo este escrito. La humanidad ha vivido siempre
bajo el poder de unos poquísimos muy ricos, mientras el hambre y la miseria
eran la norma general. Había, tal vez, una gran igualdad, pero era una igualdad
en la pobreza. Y eso en todos los continentes, zonas del mundo y geografías.
Sólo una percepción romántica del pasado exenta de objetividad nos puede llevar
a decir que cualquiera tiempo pasado fue mejor, en lo que al bienestar, la
pobreza y la distribución de la riqueza se refiere. Por tanto, hablar de la
creciente desigualdad fijándose tan solo en la cola superior de la
distribución, sin fijarse en la evolución de la media, en el retroceso de la
pobreza en la cola inferior y sin ver el problema globalmente y con perspectiva
histórica, me parece una visión sesgada.
Paso ahora a la
respuesta del Papa. Me cuesta decidir por dónde empezar y, en esta duda,
empiezo por un punto en el que la inexactitud es más manifiesta.
Paro y descarte
juvenil: Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes europeos menores
de 25 años están en paro.
En los 27 países que formaban la UE en 2012 había, más o menos, 500
millones de habitantes. De ellos el 11,7% son jóvenes entre 15 y 24 años, es decir,
58,5 millones. La tasa de paro promedio de la UE en 2012, entre jóvenes entre
16 y 25 años fue del 22,7%. Por tanto, y aunque las franjas de edades no
coinciden exactamente, podríamos decir que el número de jóvenes entre 16 y 25
años en paro es de aproximadamente 13 millones. De ahí a 75 millones hay un
abismo. Es posible que quien le haya dicho al Papa esa cifra tan disparatada
haya metido en Europa a los países de la antigua Yugoslavia, o de Albania, o de
la antigua Unión Soviética. Pero creo que esto distorsionaría las conclusiones
a las que quiere llegar el Papa, porque la terrible situación de esos países
hay que buscarla en causas que nada tienen que ver con el sistema capitalista.
Pero, además, esa tasa de paro media entre jóvenes del 22’7% se mueve entre el
55,8% (63% mujeres, 48% hombres) en Grecia y 8,1% (7,3% mujeres, 8,8% hombres)
en Alemania, país capitalista y austero. En España, la comunidad autónoma que
más paro juvenil –y general– tiene, es Andalucía, a la que se ha referido el
Papa recientemente en este sentido. Pues bien, Andalucía es la menos
capitalista de todas las Comunidades Autónomas de España. Creo, aunque no tengo
estadísticas que lo demuestren, que si hiciésemos un ranking de los parados, de
cualquier edad, por países, la correlación entre los países con menos paro y los
países capitalistas con una economía de libre mercado sería espectacular. Supongo
que este análisis no es muy difícil de hacer para quien tenga tiempo y creo que
sería un trabajo de investigación interesante. Y si hubiese datos de paro por
países de los últimos trescientos años, que desgraciadamente no existen, la
comparación de ellos entre el periodo postcapitalista y el antecapitalista
sería demoledoramente favorable al capitalismo.
Por supuesto, estoy de acuerdo con el Papa en que se descarta a los jóvenes cuando se limita
la natalidad. Pero este descarte nace de un egoísmo creciente. Y poner este
egoísmo en el debe del sistema capitalista me parece querer culparle, como
axioma indemostrable de partida, de todos los males que aquejan a la sociedad. Me
parece gratuito afirmar que la culpa del egoísmo y de la caída de natalidad es
del sistema económico. Creo que el peso de la prueba debería caer sobre quien lo
afirme.
Descarte de
personas mayores. Afirma el Papa que se descarta (si se lee la frase completa creo que se
desprende que el sujeto que descarta es el sistema económico) a los ancianos porque ya no sirven, no
producen, es clase pasiva. Nunca, jamás en la historia, ha habido
tanta protección a las personas mayores y los ancianos como hay hoy en día. Eso
sí, únicamente en los países capitalistas. Me parece que es el sueño de la inmensa mayoría de las personas que se
adelante lo más posible el avance de la jubilación. Conozco a muchas personas
que viven soñando con que llegue ese día para ellos. Por supuesto, siempre que
tengan una buena jubilación, cosa que se exige, solamente, en los países
capitalistas, porque en los demás ni se sueña con ello. Si un gobierno propusiese
retrasar la jubilación hasta los 80 años, perdería clamorosamente las
siguientes elecciones. Claro que a todos los ciudadanos, a mí el primero, nos
gustaría que la pensión para los jubilados fuese mayor de lo que es. Pero es
una cuestión de posibilidad, no de gustos. Y, otra vez, si miramos la historia,
vemos que, justamente en los países capitalistas es donde mayores son las
pensiones de los ancianos.
Tal vez a lo que se refiere el Papa es a que cada vez más
familias no se hacen cargo de sus mayores, cosa que posiblemente sea cierta.
Pero, una vez más, culpar de esta actitud egoísta al sistema capitalista es muy
discutible. Ese deterioro moral tiene otras fuentes
de las que dirá algo al final de estas páginas.
Pobreza: Está probado
que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre.
Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos en diversas partes del mundo
se agarra la cabeza, no se entiende. Por supuesto que estoy de acuerdo con
el Papa en que la pobreza nos debería doler en las junturas del alma y el
cuerpo. Es un deber grave de conciencia que cada uno, en la medida de sus
posibilidades ayude a los más necesitados de cualquiera de las miles de maneras
que hay de hacerlo (sobre todo en los países capitalistas, a través de
innumerables ONG’s y fundaciones, que no sólo tienen cabida en él, sino que
muchas son fomentadas por él). No me cabe duda, así lo ha dicho Cristo, de que
seremos juzgados por nuestro comportamiento en este sentido y, en ese juicio,
no tendremos más que el alma por testigo[1].
Pero eso nada tiene que ver con que el sistema sea malo. De hecho, y no voy a
alargarme con datos estadísticos que ya he citado anteriormente en varios escritos,
no cabe duda de que la pobreza está en claro retroceso en el mundo. Y cuando
digo en el mundo digo en casi todo el mundo. En ese casi entran los países en
los que la corrupción galopante, la inseguridad jurídica, el populismo
demagógico o las ideologías o religiones contrarias a la creación de riqueza
(marxismo e Islam), campan por sus respetos. Además, es en esos países en los
que, no por casualidad, se suele cebar la guerra –a la que me referiré cuando
comente otras frases del Papa–, y en los que la pobreza avanza escandalosamente.
Son esos países los principales orígenes de los pobres inmigrantes que se
juegan la vida huyendo de ellos en terribles pateras para intentar encontrar un
hueco en los países capitalistas y recuperar su dignidad. Y muchos de ellos lo
logran. Desgraciadamente, los países capitalistas no pueden asumir que todo el
que quiera venga a ellos, porque se rompería “la increíble máquina de hacer
pan”. Pero en el resto de los países de todo el mundo, en mayor o menor medida,
la pobreza está en retroceso. Y lo está por la influencia que el capitalismo
está teniendo en ellos y en la medida en que lo está teniendo. Quien tenga
tiempo podría hacer un análisis de correlación entre el retroceso de la pobreza
y la inversión extranjera por países. Sería también una investigación
interesante.
Idolatría del dinero: Sin duda alguna que existe la idolatría
del dinero de la que habla el Papa. Pero me temo que esa idolatría ha existido
desde que el mundo es mundo, que es consustancial con la naturaleza humana
herida por el pecado. Y creo que en cualquier época pasada ha sido mayor que
ahora. Por desgracia, los hombres, sobre todo los poderosos, siempre han atropellado,
creado injusticias y matado por la idolatría del dinero. Habrá que luchar contra
esa idolatría, como contra tantas otras, pero sabiendo que no las genera el
capitalismo, sino que las sufre, como el resto de las instituciones creadas por
ese hombre herido. Ciertamente, la economía se mueve por afán de lucro y el
lucro busca tener más. Pero el afán de lucro y la idolatría del dinero no son lo mismo. Que
un empresario funde una empresa para ganar dinero, es decir para tener más, no
tiene por qué ser idolatría del dinero. Que un trabajador pretenda que sus
ahorros tengan una rentabilidad para tener más cuando se jubile, tampoco tiene por
qué ser idolatría del dinero. Que alguien quiera progresar profesionalmente
para ganar más, no en necesariamente idolatría del dinero. Esos afanes de lucro
se convierten en idolatría cuando son desordenados, es decir cuando se ponen
por delante de todo: familia, bien común, justicia y, en última instancia, por
delante de Dios. Y me parece que la inmensa mayoría de las empresas y la
inmensa mayoría de los ahorradores quieren ganar dinero lícitamente, sin
idolatrar el dinero. Seguro que también hay empresarios y profesionales que
idolatran el dinero y que “sacrifican” todo a ese ídolo, pero no son la base
del sistema ni su norma.
El ser humano en el centro: En el centro del capitalismo están
el hombre y la mujer. Las empresas se desviven por saber qué productos
necesitan los hombres y mujeres reales, para producirlos. Quieren saber qué mueve
a los buenos profesionales, hombres y mujeres reales, para ofrecérselo y atraer
así el talento. Se esfuerzan por conocer cuáles son los criterios de inversión
de los ahorradores, hombres y mujeres reales, para conseguir que inviertan en
sus empresas. De esta manera crean riqueza, bienestar y prosperidad para seres
humanos reales. Si nadie quisiera productos de lujo extremo, si nadie quisiese
trabajar ni invertir en empresas que explotan el trabajo infantil en países
pobres –que desgraciadamente las hay, aunque sean excepción–, ni esos productos
ni esas empresas existirían. Quien tenga la misión de hacer que la escala de
valores de cada ser humano no ponga el lujo, sino la justicia en primer
término, tendrá que lograr su conversión. Pero esa misión de convertirlos no es
del capitalismo y el hecho de que haya personas reales que pongan el lujo o su
bien personal por encima de la justicia, no hace malo al capitalismo. A mí me
gustaría que existiese el “Homo Gaditanus”. Es el hombre tal y como lo definía
la constitución de Cádiz de 1812 refiriéndose a los españoles. En el Artículo 6
del Capítulo 2 del Título 1º, decía de ellos que, “El
amor de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles
y, asimismo, el ser justos y benéficos”. Pero ni los españoles cumplieron esta
obligación ni el “Homo Gaditanus” existe. Así pues, como dice el refrán, “con
estos bueyes hay que arar” y el capitalismo tienen que aguantarse con el rostro
desfigurado por el “Homo Realis”. Pero si todos fuésemos “Homo Gaditanus” seguiría
existiendo el capitalismo, regido por los mismos principios, para darle de
comer. Seguro que los productos que se harían serían otros, pero los haría un
sistema capitalista. Y sería un capitalismo que reflejaría el rostro del “Homo
Gaditanus”. Porque, a fin de cuentas, el capitalismo es un espejo en el que se
refleja el “Homo Realis”, nosotros incluidos. Si no nos gusta la imagen, la
culpa no es del espejo y romperlo es romper también la “increíble máquina de
hacer pan” que es el capitalismo.
Las
guerras: Pero
descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se
aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho
siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra
Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿Y esto qué significa? Que se
fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías
idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los
pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean. Esta frase requeriría muchas páginas para ser analizada,
pero no quiero dejar de hacer algunos comentarios. Ya hemos hablado del
descarte de los jóvenes y se ha visto que no es el capitalismo el que los
descarta, puesto que a más capitalismo, menos jóvenes descartados. Pero decir
que el sistema necesita hacer la guerra para sobrevivir, es insostenible. Si
mañana el mundo dejase de necesitar armas, el capitalismo de ninguna manera se
derrumbaría. Las empresas que hacen armas quebrarían y aparecerían otras que
hiciesen los que el conjunto de los “Homo Realis” necesitase. Sería una
bendición. Pero si el mundo necesita armas, habrá que ver para qué. Creo que la
venta de armas se puede clasificar en tres categorías.
Primera. La mayoría de las armas que se fabrican en el mundo
van a ejércitos de países soberanos no agresivos, como España, Alemania,
Francia, etc. Me temo, aunque sería bueno que no fuese así, que estos países
van a seguir demandando armas y no creo que sea moralmente negativo fabricarlas
para ellos.
Segunda: una fracción que desconozco acaba en manos de países
soberanos que, por muy soberanos que sean, los usan para actividades como el
terrorismo, la lucha contra rivales políticos que quieren tomar el poder a toda
costa, o la represión de sus ciudadanos por parte de gobiernos tiránicos.
Tercera: otra parte acaba en las facciones contrarias a los
anteriores, en los llamados “señores de la guerra” (que, ciertamente, no son
empresarios capitalistas).
Por supuesto que estas dos últimas categorías son terribles y
deberían desaparecer totalmente. Generalmente, el suministro final a las estas
categorías no proviene directamente de los fabricantes, aunque en última
instancia les favorece, sino que se hace a través de redes clandestinas. Puedo
asegurar con conocimiento de causa que hay una enorme cantidad de medidas, impulsadas
con gran fuerza por los propios países capitalistas, que intentan frenar estas
actividades clandestinas intentando seguir la pista al dinero negro que
producen y evitar que se blanquee y sancionando durísimamente, no sólo a quien
ayude al blanqueo de ese dinero, sino a quien no ponga todos los medios para
evitarlo. Pero es muy difícil, si no imposible, ponerle puertas al campo. También
estoy seguro de que algunas o muchas de las empresas que se dedican a hacer
armas pueden estar interesadas en promover conflictos armados. Es terrible.
Deberían desaparecer. Pero quiero decir dos cosas.
La primera, que si la fracción de la venta de armas que va a
las dos últimas categorías desapareciese, el sistema económico no se
derrumbaría. La segunda que si los conflictos armados que dan lugar a esa
fracción de la venta de armas no existiesen, el capitalismo no sólo no se
derrumbaría, sino que, al contrario, saldría reforzado. Al comercio mundial, a
la economía de libre mercado y al capitalismo en su conjunto les interesa la
paz. Porque la guerra trae caos, destrucción y miseria y esas son las peores
condiciones para hacer negocios. Aunque sólo fuese por interés, al sistema en
su conjunto le interesa muchísimo más la prosperidad de un país que su destrucción.
Lo que el sistema en su conjunto ganaría con esa prosperidad sería enormemente
más de lo que perderían las pocas empresas que producen las armas que, en
última instancia llagan a ese país, aunque no las vendan ellas directamente. Así
pues, aunque no niego que sea cierto que algunas empresas puedan beneficiarse
con la venta ilegal de armas y que, hasta es posible que busquen la provocación
de conflictos, el sistema en general, ni sale favorecido con ello, ni lo busca,
ni, mucho menos, lo necesita para perpetuarse. Decir que con esto [con la provocación de conflictos bélicos] los balances de las economías idolátricas,
las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo
del dinero, obviamente se sanean, es totalmente erróneo. Al contrario, los
balances globales de las grandes economías no se sanean con las guerras, se
deterioran.
Por otro lado, es difícil afirmar que los conflictos que hay
ahora en el mundo, como Siria, Irak o Ucrania, estén promovidos por el sistema capitalista.
Hay otras idolatrías, como el fanatismo religioso violento o los nacionalismos
extremos que sí están realmente en su raíz.
Es indudable que el relativismo moral crea condiciones para
que aparezcan numerosas idolatrías. Pero el proceso de disolución ética en que
acaba ese relativismo no tiene su origen en ningún sistema económico. Es el
fruto de un intento del hombre de emanciparse de cualquier principio superior a
él, empezando por Dios, y de la degeneración filosófica que este intento ha
desencadenado. Sería muy largo desarrollar aquí este tema que, por otro lado ya
he desarrollado en un escrito que lleva el título de “El camino hacia la
postmodernidad y el nuevo renacimiento” y que publique en 13 entradas que van desde el 20 de Enero de 2008 hasta el 20 de Junio de ese mismo año. Y el capitalismo, como toda la sociedad, sufre este deterioro moral, pero
de ninguna manera es su causa.
No me quiero extender más. Pero, como dije al principio, con
el máximo respeto hacia un Papa al que admiro y quiero, no puedo dejar de lanzar
este diálogo discrepante sin renunciar a mis convicciones por una especie de
acercamiento mal entendido, tal y como dice el Papa. Por eso, llevado por este
espíritu y con el máximo respeto y amor, debo decir, con dolor por tener que
decirlo, algo que me parece muy duro. Es triste que un Papa haga afirmaciones
que se basan en lugares comunes y leyendas urbanas que, en última instancia,
nacen de la estrategia gramsciana para acabar con el único sistema capaz de dar
de comer un día a toda la humanidad. Quizá un día escriba algo sobre esta
estrategia. Pero hacerlo ahora sería alargar demasiado estas páginas. Creo que un Papa debe tener más rigor cuando, cumpliendo
con su obligación, critica lo que el sistema capitalista tiene de criticable.
[1] Saco esta expresión de un poema
del gaucho y poeta argentino José Larralde que lleva por título “Estatua de
carne” y que acaba: “La sucia diferencia que separa/la inventó Dios como
castigo/que habremos de pagar tarde o temprano/sin tener más que el alma por
testigo”.
Solo una aclaración, dices:
ResponderEliminar"Quien tenga tiempo podría hacer un análisis de correlación entre el retroceso de la pobreza y la inversión extranjera por países"
Como todo mundo sabe, correlación no implica causación.
Por todo lo demás, excelente entrada! Como todas ;)
saludos
Hola Javier, soy Tomás
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con lo que dices: correlación no es causación. Si se descubriese una correlación entre la población de pingüinos emperador en la Antártida y la venta de placas de inducción en Alemania, sería difícil encontrar un nexo causal entre ambas cosas. Pero si se diese la correlación (que me atrevería a apostar que se daría) entre el retroceso de la pobreza y la inversión extranjera de los países en vías de desarrollo, estoy seguro de que habría muy serias explicaciones causales que justificasen esta correlación.
Muchas gracias por tu entrada, Javier, y por tu elogio.
Un abrazo.
Tomás
Correcto! pero ese justo es mi punto. Desde un punto de vista científico, por muy clara que parezca la correlación, necesita demostrarse que hay una causación para que la correlación se explique así. De otra forma solo es casual.
ResponderEliminarSi existen esas explicaciones causales, sin duda me gustaría leerlas, y no dudo que a ti te serviría también, pues habría un punto de apoyo más (en este caso del tipo científico) para lo que estás explicando. O bueno, a lo mejor si las conoces y simplemente no las mencionaste?
Pasa que aunque la correlación parezca muy directamente metida en ambas partes de la misma, aún así no se puede justificar una como causa de la otra hasta que se den pruebas. Es similar al caso de las vacunas, el mercurio y la proliferación del autismo. Una mera correlación de números que al final no es cierta (te remito aquí para el ejemplo completo: http://www.lnds.net/blog/2014/01/vacunas.html )
saludos
Tomás:
ResponderEliminarEn esta línea del Papa Francisco, estoy desencantado del sistema capitalista, no creo que sea bueno para mis hijos, no quiero esta sociedad consumista, relativista, a la que poco a poco Dios le sobra y así nos va.
El socialismo y el comunismo son muchísimo peores, claro, y por eso como sabes, dentro de mi romanticismo, estoy más con el distributismo de Chesterton, en la línea de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII.
Abrazo
Juan
Querido Juan, soy Tomás: La culpa del relativismo no la tiene, ni por asomo, el capitalismo. Hay que buscarla en una desviación de la filosofía que, si restreamos sus orígenes remotos nos lleva a Guillermo de Occam y si buscamos más cerca arranca de Descartes y Kant.
ResponderEliminarPerdoname la osadía de lo que te voy a decir. creo que si educas a tus hijos en el desencanto del sistema capitalista les hace un flaco favor porque les crearás una conciencia culpable por tener que participar, porque tendrán que hacerlo, en un sistema que consideran, erróneamente, perverso. O peor, los arrojarás en brazos de los antisistema. Creo que hacerles ver que mereca la pena luchar por hacer que el sistema capitalista, que siendo bueno, es manifiestamente perfectible, se perfeccione por el amor y la justicia del corazón de los hombres, el primero el suyo.
Respecto al distributismo, es muy bucólico y y muy bonito. Sólo tiene un defecto, quye es un experimento que, si se llevase a cabo, como cualquier experimento, traería hambre y miseria en unas proporciones espantosas.
Perdona otra vez mi osadía.
Un fuerte abrazo.
Tomás
Tomás:
ResponderEliminarLo primero, gracias por tus apreciaciones.
¿Tu crees que ahora mismo con el "efecto Gramsci" resucitado, que oportunamente citabas el otro día, esto tiene remedio?
Me refiero a "esto" como la "reforma" del sistema capitalista que propugnas.
Mi opinión personal es el capitalismo no tiene "enmienda". En efecto tengo que reconocer el progreso, el desarrollo industrial, ect...pero desde un punto de vista ético y más filosófico-cristiano, ¿qué "necesidad" tenemos de crearnos tantas necesidades?
Pienso que la "avaricia" inherente al sistema, que ha arrumbado el proyecto de comunidad universal respecto de las relaciones económicas, que defendía (y defiende) el catolicismo, aplicándonos un esquema asfixiante, por un lado en un marco puramente político, legislando sin tino por los más incapaces, sólo pensando en el dinero y en sus intereses, y por otro dejándonos tributarios de unas relaciones puramente económico-técnicas.
Citas a Ockham y, en efecto, aunque no parece que quisiera hacerlo, su "nominalismo", abrió un camino nuevo hacia el empirismo, subjetivismo, racionalismo e incluso suscitó la duda sobre la revelación.
Quizá, sin quererlo, por supuesto, fue el precursor de esa mal llamada Modernidad, origen de todos estos desastres. No olvidemos aquí el papel de la Ilustración, tan defendida y tan dañina,...bueno, salvo algunos, entre ellos, Jovellanos y Feijoo, que recuerde ahora.
Y tampoco olvidar el Protestantismo, tan aliado del capitalismo; véase a Max Weber en su libro "La ética protestante y el espíritu del capitalismo":
"Es un hecho conocido que la fábrica nutre las filas de sus trabajadores más preparados como elementos procedentes del pequeño taller, en el cual se forman profesionalmente, y del que se apartan una vez formados; pero esto se da en mucha mayor medida en el elemento protestante que en el católico, porque los católicos demuestran una inclinación mucho más fuerte a seguir en el oficio en el que suelen alcanzar el grado de maestros mientras que los protestantes se lanzan en un número mucho mayor a la fábrica, en la que escalan los puestos superiores del proletariado ilustrado y de la burocracia industrial".
En fin, Tomás que sigo con mi romanticismo.
Un abrazo
Juan
Querido Javier Novoa:
ResponderEliminarPerdona que no te haya respondido hasta ahora a tu interesante comentario del 24 de Junio sobre la base conceptual de la correlación entre inversión extranjera y desarrollo de un país. Por supuesto que la hay. Existe una ecuación macroeconómica básica que es:
PIB=Consumo+Inversión+Gasto Público+Exportaciones- Importaciones
La inversión total puede ser externa o interna, con lo que quedaría
PIB=C+Ii+Ie+GP+Ex-Im
Pero a su vez, la inversión interna se tiene que financiar con Ahorro interno privado o con Ahorro interno público (Superávit) o con ahorro exterior. Es decir:
Ii=Aipr+Aipub*Ae
Por lo que
PIB=C+Aipr+Aipub+Ae+Ie+GP+Ex-Im
Ahora bien, en un país pobre, el Consumo no puede ser muy grande ni crecer deprisa, lo mismo le pasa al ahorro interno privado, al público y al gasto público. Las exportaciones difícilmente pueden superar a las importaciones, luego la expectativa del crecimiento del PIB es muy pequeña y se logra solo a base de grandes penalidades. Eso es lo que pasó en el arranque del capitalismo en el mundo, cuando ninguna Inversión ni ahorro podía venir del exterior. Por eso los primeros decenios de la revolución industrial fueron tan terribles. Pero actualmente, los países en desarrollo sí pueden hacer crecer más deprisa su PIB si son capaces de atraer ahorro o inversión extranjera. Pero para esto hace falta seguridad jurídica, un nivel de corrupción "razonabe" y ausencia de populismo. Allí donde se dan estos tres factores, la inversión y el ahorro extranjeros fluyen y el país puede aumentar su pib a un ritmo razonable.
Un abrazo.
Tomás
Tomás
Hola Tomas! me acorde de esto y me pase a ver que había y me encuentro tu respuesta con casi dos meses de antigüedad, perdón por contestar hasta ahora (verás, en el inter además nació mi segundo hijo así que tampoco he estado tan conectado ;)
ResponderEliminarGracias por tu respuesta. Ahora me queda digerirla, que del tema yo se demasiado poco y se que tu, siendo tu campo, sabrás mucho más que yo. Tampoco digo que una ecuación satisfaga todo, pero para los que buscamos precision cientifica ya nos dice algo más y nos da sobre todo pie para seguir leyendo y aprendiendo, y entendiendo :)
Hola Javier, soy Tomás. Lo primero, mil enhorabuenas por tu segundo hijo.
ResponderEliminarPor supuesto que una ecuación no satiface todo, pero ayuda.
Un abrazo.
Tomás