Empiezo por
pedir disculpas por aplicar la palabra doctrina a lo que no pasa de ser una
opinión personal o, más aún, tal vez tan sólo una elucubración. No obstante,
uso esa palabra, aunque entrecomillada, por alusión a la, esa sí, doctrina de
las dos espadas, con la que, en mi opinión, tiene un cierto paralelismo.
La doctrina de
las dos espadas se refiere a la separación de los dos poderes, el espiritual y
el temporal, encarnándose respectivamente en el Papa y en el Emperador o, si
hablamos en términos actuales, en la Iglesia y el Estado. Esta doctrina queda
magníficamente expresada, a mi modo de ver en las palabras del Papa san Gelasio
I (492-496) en una carta dirigida al Emperador Anastasio I.
“Tú sabes que es tu deber, en lo que pertenece a la recepción y reverente administración de los
sacramentos, obedecer a la autoridad eclesiástica en vez de dominarla. Por
tanto, en esas cuestiones debes
depender del juicio eclesiástico en vez de tratar de doblegarlo a tu propia
voluntad. Pues si en asuntos que tocan a
la administración de la disciplina pública, los obispos de la iglesia, sabiendo
que el imperio se te ha otorgado por la disposición divina, obedecen tus leyes
para que no parezca que hay opiniones contrarias en cuestiones puramente
materiales, ¿con qué diligencia, pregunto yo, debes obedecer a los que han
recibido el cargo de administrar los divinos misterios?” Completado con este otro texto: “El
único poder reside en Cristo pero Él, de hecho, a causa de la debilidad y la
soberbia humana, ha separado para los tiempos sucesivos los dos ministerios
(civil y religioso), de manera que ninguno se ensoberbezca”.
Esta formulación de la doctrina se ha malinterpretado, a mi
entender, a lo largo de la historia, leyéndose en el sentido de la supremacía
del poder espiritual sobre el temporal. Pero, según yo lo veo, mantiene un
exquisito equilibrio entre las dos esferas de autoridad, la espiritual y la
temporal. Me parece que está en total consonancia con lo que nos dice Cristo en
el Evangelio: “Dad al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios” o con lo que dice san Pedro, el primer
vicario de Cristo, en su primera epístola (1 Pedro 2, 13-17): “En atención al Señor, obedeced respetuosamente
a toda institución humana, ya sea el jefe del Estado, en cuanto soberano, ya
sean los gobernadores en cuanto comisionados por él para castigar a los
malhechores y premiar a los que actúan bien. Pues esta es la voluntad de Dios:
que al hacer el bien tapéis la boca a los ignorantes e insensatos. [...]
Mostrad aprecio a todos, amad a los hermanos, honrad a Dios, respetad al jefe
del Estado”. Conviene recordar que el jefe del Estado era Nerón.
El nombre de las dos espadas que se da a esta doctrina
proviene de dos pasajes del Evangelio. Uno narrado únicamente por san Lucas en
la última cena: (Lucas 22, 35-38) y el otro narrado por los cuatro evangelistas
en el prendimiento de Jesús: (Mateo 26, 51-54, Marcos 14, 47, Lucas 22, 49-51 y
Juan 18, 10-11). El de la última cena dice:
“A
continuación les dijo: ‘Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias,
¿os faltó algo?’ Ellos contestaron: ‘Nada’. Jesús añadió: ‘Pues ahora, el que
tenga bolsa, que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga
espada, que venda su manto y se la compre’. […] Ellos le dijeron: ‘Señor, aquí
hay dos espadas’. Jesús les dijo: ‘¡Es suficiente!’” (Lucas 22, 35-38).
En el pasaje del
prendimiento, los cuatro evangelistas narran cómo un discípulo desenvaina la
espada y corta la oreja de uno de los que van a prender a Jesús. Pero cada uno
resalta algún detalle particular. Mateo no da el nombre del discípulo, pero nos
dice que Jesús le ordena guardar la espada porque el que empuña la espada
morirá a espada y luego le dice: “¿O
crees que no puedo acudir a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida
más de doce legiones de Ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían las Escrituras,
según las cuales tiene que suceder así?” Marcos, siempre escueto, tampoco
desvela el nombre del violento discípulo ni nos dice nada de la reacción de
Jesús. Lucas tampoco nos dice quién fue el agresor, pero pone en boca de Jesús
una orden tajante: “¡Dejadlo!”, y
después nos cuenta cómo Cristo curó al herido. Por último, Juan nos revela
tanto la identidad del atacante, Simón Pedro, como la del herido, Malco, y
ordena a Pedro que envaine la espada preguntándole: “¿Es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me tiene
preparada?”
La Tradición ha
querido ver en estos pasajes (me parece que trayéndolos un poco por los pelos)
la base de la doctrina de la relación entre las esferas del poder espiritual y
temporal. Primero, en el hecho de que Jesús recomiende la posesión de dos espadas
y que sea suficiente con dos, se ve la necesidad de esos dos poderes y no más.
Segundo, basándose en los pasajes del prendimiento –especialmente en el de san
Juan–, que Pedro no puede usar su espada sin la autorización de Jesús. Cuando,
en el siglo XI estalló la disputa de las investiduras entre el Imperio y la
Iglesia, ésta usó la espada de la excomunión para ganar la primera batalla.
Pero tras varios siglos de su uso, cada vez menos efectivo, cuando Bonifacio
VIII, en el siglo XIV, la quiso usar para intimidar al rey de Francia, Felipe
el Hermoso, los efectos fueron los contrarios. El rey secuestró al Papa tras
afrentarle ignominiosamente en Agnani, adonde fue a buscarle. ¿Por qué se me
viene a la cabeza al ver el giro de la historia lo de que el que empuña la
espada morirá a espada?
Por supuesto,
que la pretensión de los Emperadores primero y de otros reyes después, fue
entrometerse en los asuntos de la Iglesia para nombrar obispos e influir en
cuestiones dogmáticas. Pero, ¿dio Cristo autorización para usar esa espada? ¿No
será que la Iglesia tendría que haber sido capaz de beber la copa de amargura
que Cristo tuvo que beber sin usar la espada del antema y de la excomunión? No
lo sé. Arnold J. Toynbee en su “Estudio de la historia”, dedica un apartado
bajo el nombre de “El riesgo de militar en la tierra” en el que ilustra
magníficamente como medios espirituales que pueden parecer razonables y hasta
buenos, pueden tener consecuencias indeseadas y negativas. Creo que en el
espíritu de la doctrina de las dos espadas está la cooperación entre ambas para
el bien del pueblo de Dios, y no su confrontación. Hace años escribí unas
líneas en las que exponía por qué me parecía que esta tensión entre los dos
poderes –que ha sido única en la historia entre la civilización occidental y la
Iglesia católica ya que en las demás civilizaciones y religiones siempre ha
habido una casi total sumisión de un poder a otro–, si se entiende bien, ha
sido fuente de progreso[1]. Es como
una cuerda tensa que, si no llega a romperse, se pueden sacar de ella notas que
no se pueden sacar de una cuerda fofa.
Bueno, hasta
aquí con la doctrina de las dos espadas. Vamos ahora a la “doctrina” –ésta
entre comillas– de las dos redes. De ninguna manera pretendo un paralelismo
punto por punto entre la doctrina de las dos espadas y la “doctrina” de las dos
redes, pero sí una analogía de conjunto.
La idea de las
dos redes se me vino a la cabeza al recordar una respuesta del Papa Benedicto
XVI a un periodista en su viaje a Alemania, durante el vuelo a Berlín. El
periodista le preguntó sobre lo que les diría a los que quieren abandonar la
Iglesia por los abusos cometidos por el clero contra menores. El Papa respondió
comparando a la Iglesia con la red del Señor que pesca peces buenos y malos de
las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida y en la que se
pueden encontrar peces malvados[2].
Me pareció una
magnífica respuesta. Mucho después, se me vino a la cabeza que, salvando las
distancias de lo espiritual a lo temporal, como la doctrina de las dos espadas
hace, el capitalismo podría verse también como una red, también querida por el
Señor, que pesca también peces buenos y malos para llevarlos del mar de la
miseria a la tierra del bienestar. En la red del capitalismo hay peces
malvados, tiburones depredadores. Pero también en la Iglesia hay tiburones
depredadores, en un sentido diferente de los que hay en la red del capitalismo.
Y sé qué tipo de depredadores me repugna más. Pero lo mismo que eso no debe ser
motivo para rechazar a la Iglesia, tampoco lo debe ser para abominar del
capitalismo. Más allá de la respuesta del Papa, elaborando a partir de ella,
veo que la Iglesia no ha sido capaz todavía, en veinte siglos, de sacar del mar
de la muerte a todos los peces y probablemente no los sacará a todos hasta el
fin de los tiempos, pero está en ello. En estos momentos, prácticamente toda la
humanidad ha oído hablar de Cristo y más o menos un tercio de ella le considera
como Dios, como la segunda persona de la Trinidad, aunque no todo este tercio
esté en la red de la Iglesia ni lo crean fervientemente. Algo parecido ocurre
con el capitalismo: sigue habiendo muchos seres humanos que todavía están en el
mar de la miseria, pero también una enorme cantidad de ellos han salido de la
pobreza en los últimos doscientos años. Y no ha habido nunca en la historia de
la humanidad ninguna otra red material que haya sacado más peces de la pobreza
que lo que ha logrado el capitalismo. Sí que ha habido experimentos de redes
que han creado pobreza, tiranía y aberraciones sociales. Y circulan muchas
utopías que, afortunadamente nunca se han puesto en práctica y que espero que
no se intenten llevar nunca a la realidad.
Naturalmente, si
por los depredadores que hay en la Iglesia destruimos esta red, la muerte se
regodeará. De la misma manera, si por los tiburones del capitalismo destruimos
la red, la miseria, el hambre y la tiranía se apoderarán del mundo. Un buen
cristiano, como dice Benedicto XVI en esa respuesta, debe “aprender así a soportar también los
escándalos y trabajar contra los escándalos, formando parte precisamente de
esta gran red del Señor”. Lo mismo debemos hacer las personas
que creemos de buena voluntad en la bondad esencial del capitalismo a pesar de
los tiburones que hay en él: soportar los escándalos y trabajar contra ellos
formando parte de la red del capitalismo.
A un buen
cristiano, le consume el celo apostólico. Le gustaría que todo el mundo entrase
YA en la red de la Iglesia. Pero no puede ser. Se tiene que conformar con ser
un apóstol para, poco a poco, conseguir que, uno a uno, vayan entrando en esa
red cada vez más peces. A un partidario de buena voluntad de la red del
capitalismo, también le gustaría que toda la humanidad estuviese YA en la
tierra del bienestar, pero no es posible de la noche a la mañana. Sin embargo,
si miramos el mundo en tranchas de tiempo de cincuenta en cincuenta años, no
cabe dudar de que, sobre todo desde hace unos doscientos años, la pobreza no ha
hecho más que retroceder en todo el mundo, aunque este proceso se haya
producido con numerosos traumas y situaciones terribles. Sólo los países en los
que se da una combinación mortal de corrupción, inseguridad jurídica y populismo,
no mejoran económicamente. Dicho esto, y desgraciadamente, la erradicación
total de la pobreza no ocurrirá tampoco hasta el fin de los tiempos. “A los pobres siempre los tendréis con
vosotros”, nos ha dicho Cristo (Mateo 26,11; Marcos 14, 7; Juan 12, 8), “y podréis socorrerlos cuando queráis”,
completa Marcos. Pero es un hecho incontrovertible que se va avanzando hacia
ello.
¿Por qué digo que
la red del capitalismo es también una red querida por el Señor? Porque está
basada en el don más precioso que Dios ha dado al hombre: la libertad. También
se basa en la laboriosidad, en el afán de superación y en otros muchos valores
humanos positivos. Valores que son, también, cristianos. Así lo pensó también
el Papa Juan Pablo II cuando en su encíclica Centesimus annus se pregunta y se
responde a sí mismo: “Volviendo ahora a la pregunta inicial,
¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema
vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de
los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste
el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan
la vía del verdadero progreso económico y civil? La respuesta obviamente es
compleja. Si por «capitalismo» se
entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de
la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente
responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad
humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva
[…][3]”. Claro que los
peces de esta red están acechados por la codicia y muchos otros vicios que
convierten a buenos peces en depredadores. Ni más ni menos que como le ocurre a
la red de la Iglesia.
Con esta
intuición, me puse a buscar textos evangélicos que apoyasen esta “doctrina”.
Inmediatamente se me vinieron a la cabeza, como no, los dos textos de la pesca
milagrosa que aparecen en los Evangelios. El primero, en el Evangelio de Lucas
(Lucas 5, 1-10), al principio de la vida pública de Jesús. Los otros dos
sinópticos, sin contar la pesca milagrosa, ponen en los labios de Jesús, como
lo hace también Lucas, la promesa de que se convertirán en pescadores de
hombres. Juan cuenta su pesca milagrosa al final de su Evangelio, tras la
resurrección, como una forma de Jesús de darse a conocer a algunos apóstoles
desanimados. Podría pensarse que esto se refiere sólo a la red espiritual, pero
los peces eran y son fuente de riqueza y, de hecho, Zebedeo, el padre de
Santiago y Juan, parece que era un próspero empresario, con pesquerías que
abastecían de pescado a Jerusalén. Comentaristas autorizados del Evangelio,
afirman, basándose en el de Juan, que si Pedro pudo entrar en la casa de Caifás
tras el prendimiento de Jesús, fue porque Juan, que conocía a Caifás, consiguió
que entrase[4]. Y,
¿de qué podía conocer Juan al sumo sacerdote como para poder entrar al patio
interior de su casa al mismo tiempo que Jesús? Muy posiblemente porque en
muchas ocasiones habría llevado pescado a su casa. Sea como fuere, Zebedeo
siguió siendo pescador de peces durante toda su vida. Los pescadores de hombres
son imprescindibles para la primera red, pero los de peces no pueden dejar de
manejar sus redes para alimentar materialmente a la humanidad. Mateo y Marcos
nos dicen, narrándonos la llamada de Jesús a Pedro y Andrés primero y a
Santiago y Juan después, que estos últimos estaban reparando las redes. Las dos
redes, la de la Iglesia y la del capitalismo necesitan siempre ser reparadas,
pero nunca desechadas.
Pero, tras la
referencia evidente de las redes de la pesca milagrosa, me acordé de la
multiplicación de los panes y los peces. Los cuatro evangelistas cuentan la
multiplicación de panes y peces, pero Mateo narra dos. En las multiplicaciones
de los tres sinópticos, tras la pregunta de los apóstoles acerca de cómo
obtener comida para esa multitud, Jesús les dice: “Dadles vosotros de comer”. Tras recolectar cinco panes y dos
peces, Jesús procede al milagro de la multiplicación. En la narración de Juan,
el escepticismo de los discípulos es manifiesto. Jesús, retóricamente, les pregunta:
“¿Dónde podríamos comprar pan para dar
de comer a todos éstos?”. A lo que responde escépticamente Felipe: “Con doscientos denarios no compraríamos
bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco”. Y, casi
irónico, Simón Pedro dice: “Aquí hay un
muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para
tanta gente?”. En la segunda multiplicación, contada sólo por Mateo, Jesús
se muestra tiernamente compasivo con los que le han seguido: “Me da lástima esta gente, porque llevan ya
tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no
sea que desfallezcan por el camino”. Y, nuevamente, a pesar de haber visto
ya antes una multiplicación, la impotencia de los discípulos. “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado
pan para dar de comer a tanta gente, [con sólo] […] siete panes y unos pocos pececillos”.
Así pues, para
Jesús, la red que permita dar de comer a la humanidad es importante.
Evidentemente, aunque en esas situaciones Jesús obra el milagro, no podemos
esperar que todos los días haga el milagro de multiplicar los panes y los
peces, como no podemos esperar que todos los días cure con un milagro a todos
los enfermos[5].
El milagro ya lo ha hecho. Lo hizo cuando creó al hombre a su imagen y
semejanza, libre, con inteligencia y voluntad, con imaginación, con afán de
superación. Y tras crearlo le dio la orden de someter la tierra para que ésta
diese su alimento a su descendencia. Es decir le hace copartícipe de la
creación. Cierto que si no hubiese habido pecado original todo hubiera sido más
fácil, pero lo hubo y vino el sudor de la frente y el trabajo doloroso. Y la
avaricia y el afán de dominio y de poder. Pero el milagro de la inteligencia y
de los demás dones para que el hombre hiciese la segunda red, la material, la del
capitalismo, ya estaba hecho. Y así, el ingenio del hombre, ha ido creando,
poco a poco, evolutivamente, la red del capitalismo que hace tiempo llamé
también “la increíble máquina de hacer pan”.
Así pues, como
los dos poderes, las dos espadas, no están hechas para luchar entre ellas, sino
para colaborar, si la “doctrina” de las dos redes tiene sentido, éstas deberían
cooperar también y no enfrentarse. La Iglesia ha tenido buen cuidado de no
condenar jamás la esencia del capitalismo, aunque señale severamente el
egoísmo, la avaricia, el afán de dominio que lo pervierten, como pervierten
toda actividad humana. Sin embargo, quizá por miedo a perder a las masas obreras,
tampoco ha defendido abiertamente a la otra red, sino que ha mantenido una
postura más bien ambigua y de cierta desconfianza. Está bien una cierta tensión
creativa, como la de las dos espadas, pero ojo con ir contra la armonía de
ambas redes, no sea que se estropee “la increíble máquina de hacer pan”. Esta
actitud ha creado muy a menudo desconcierto en muchos sanos empresarios
capitalistas, una mirada de desconfianza, cuando no de abierta hostilidad,
hacia el capitalismo en muchos católicos y, en algunos casos, el regocijo de
los que quieren destruir el sistema. La experiencia de la teología de la
liberación está demasiado cerca para olvidarla. ¿Será por casualidad que, con
gran correlación, la mayoría de los que quisieran acabar con el capitalismo no les
importaría o les gustaría que también de la Iglesia se acabase?[6]
[1] Ver la entrada del 23 de Enero
del 2011 en este blog, bajo el título de primera no-casualidad.
[2] P. “Santo Padre, en los últimos años, se ha dado un aumento de los abandonos
en la Iglesia, en parte a causa de los abusos cometidos contra menores por
miembros del clero. ¿Cuál es su sentimiento sobre este fenómeno? ¿Qué les diría
a quienes quieren abandonar la Iglesia?”
R. “[…] Yo diría que
es importante reconocer que estar en la Iglesia no quiere decir formar parte de
una asociación, sino estar en la red del Señor, que, que pesca peces buenos y
malos de las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida. Puede
ser que en esta red esté junto a peces malvados y lo siento, pero es verdad que
no estoy aquí por éste o por el otro, sino porque es la red del Señor, que es
algo diferente a todas las asociaciones humanas, una red que toca el fundamento
de mi ser. Hablando con estas personas creo que tenemos que ir hasta el fondo
de la cuestión: ¿qué es la Iglesia? ¿Cuál es su diversidad? ¿Por qué estoy en
la Iglesia, aunque se den escándalos terribles? Así se puede renovar la
conciencia del carácter específico de ser Iglesia, pueblo de todos los pueblos,
pueblo de Dios, y aprender así a soportar también los escándalos y trabajar
contra los escándalos, formando parte precisamente de esta gran red del Señor”.
[3] Juan pablo II, Centesimus annus,
nº 42
[4] Simón Pedro y otro discípulo
seguían a Jesús. Este discípulo, que era conocido del sumo sacerdote entró, al
mismo tiempo que Jesús, en el patio interior de la casa del sumo sacerdote.
Pedro, en cambio, tuvo que quedarse fuera, a la puerta, hasta que el otro
discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y consiguió
que lo dejasen entrar. (Juan 18, 15-16)
[5] ¿Podría ser el desarrollo de la
medicina la tercera red? Bien pudiera ser, pero también es cierto que la
medicina y la farmacología se ha desarrollado en gran medida gracias al
capitalismo. A pesar de la “pérfida” industria farmacéutica, tan
demagógicamente denostada. Tal vez se pudiese hablar de la “doctrina” de las
tres redes. Pero se perdería la estética del paralelismo con la de las dos
espadas.
[6] La recíproca, en cambio, no es
cierta. Muchos que odian a la Iglesia son también defensores del capitalismo.
Pero a casi todos los que pretenden acabar con el capitalismo les gustaría
también acabar con la Iglesia.
Querido Tomás:
ResponderEliminarLa jerarquía de la Iglesia históricamente siempre ha anhelado el poder, recuerdo ahora que a BXVI le gustaba recordar la cita de S. Bernardo de Claraval al papa Eugenio III: “Recuerda que tú no eres sucesor de Constantino sino de un pescador”. Magnífico libro por cierto el de JA Gª de Cortázar, "Hª religiosa del Occidente medieval". Pero parafraseando al mismo BXVI en su "Introducción al cristianismo", dice que podemos estar de acuerdo en la visión de Dante cuando describe en su Infierno, a la Iglesia sentada en el carro de las prostitutas de Babilonia, pero cierto es que la tenemos que amar aunque sea solo porque nos ha dado a conocer el Evangelio.
El capitalismo, por otra parte, desde un punto de vista antropológico, e, mi modesta opinión se me escapa de la teoría de las dos redes.
Para mi, ha destruido por completo el proyecto comunitario que se tejía antes de la Modernidad. Este ha sido dinamitado por el abrazo letal del oso. Con un brazo, el estatal que "nos quiere organizar la vida", absolutamente depredador y el otro, por las meras y exclusivas relaciones económico-técnicas, -las personas ya no existen, existen los "mercados"-. El capitalismo ha ido anegando completamente el proyecto comunitario de vida y así nos está yendo. El comunismo es peor, claro está, pero no podemos conformarnos entre lo muy malo y lo peor.
Recomiendo otro libro en este sentido, por si alguien no lo ha leído: Carlos Valverde, "Génesis, estructura y crisis de la Modernidad". Os va a gustar.
Abrazos,
Juan
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ResponderEliminarHola Juan, soy Tomás:
ResponderEliminarComo siempre, cuando sale este tema, chocamos. Pero permíteme decirte que estás poniendo en la culpa del capitalismo lo que es SÓLAMENTE fruto de la debacle filosófica de la Ilustración. Puedes leer una entrada de este blog que se llama "El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento". Pero culpar al capitalismo, que no es una filosofía, del relativismo que proviene de errores filosóficos, me parece que no es fair. En cuanto al brazo estatal, que es el que da abrazo del oso, es un residuo del marxismo adaptado. En la esencia del capitalismo el brazo estatal es algo que tiene que tener la fuerza justa, es decir bastante poca, para que no se pueda dar este abrazo del oso. Por supuesto que hay connivencia entre peces depredadores del capitalismo y del estado, pero es de personas de criterio saber distinguir la red, de los peces que hay dentro. El capitalismo está en camino de cumplir su función como red material y cada día que pasa hace retroceder más la pobreza en TODO EL MUNDO, salvo en los países con el triple cáncer (corrupción, inseguridad jurídica y polupismo). Dios nos libre de colaborar con ese populismo, con PODEMOS. Lo que ocurre es que muchos hombres de buena voluntad han caído en las garras de la estrategia gramsciana del marxismo. Derrotado en la realidad, esta estrategia vive en el imaginario popular para acabar con la "increíble máquina de hacer pan" e instaurar no se sabe qué. POR FAVOR, no le hagamos el juego a Gramsci.
Un fuerte abrazo.
Tomás
En efecto, me muestras "Podemos" y entones claro, elijo a lo "malo".
ResponderEliminarAhora leeré con calma la cita que me indicas. También tenemos que decir, y coincido, que la gente se entere bien, que la Ilustración, salvando a unos pocos de buena fe, entre ellos Jovellanos, ha sido el embrión de todas estas crisis tan profundas. El hombre creía que ya era mayor, que no necesitaba a Dios y en su soberbia le caen las dos guerras mundiales y la barbarie soviética de seguido.
Por cierto, respecto a la teología de la Liberación que mencionas, siento mucho respeto no como idea, sino por los mártires que han muerto por ella de buena fe. El error a veces consentido, en "roman paladino", es que se olvida del pecado y cree que son las riquezas lo que hay que eliminar.
Grave error, pues Jesús comió con los ricos, de lo que hay que liberase es del pecado, pero todos los de la "secta" de la TL ni quieren hablar de eso, por no abundar en que en muchos se trasluce su arrianismo de una forma palmaria.
Saludos,
Juan
Hola Juan, otra vez Tomás: Me alegra ver que vamos acercando posturas. La acumulación de errores filosóficos que llevaron a la muerte de Dios es la raíz de mucho del mal que hay en el mundo. Aunque tampoco nos engañemos. El pecado original hacía de las suyas mucho antes de esos errores filosóficos. Pero en un mundo en el que Cristo reinase, para dar de comer a los hombres, haría falta el capitalismo. Lo que ocurre es que el capitalismo, libre de la maldad del hombre, actuando según su esencia, sería una red excelente.
ResponderEliminarHombre, yo siento respeto por todo hombre honesto, aunque esté equivocado y esto lo aplico también a la TL. Pero el error de interpretación de las Escrituras fue garrafal, muy dañino y fue inducido por la estrategia gramsciana.
Un abrazo.
Tomás