La semana pasada
terminó el Sínodo de la familia. En él se han tratado temas de gran calado
sobre asuntos que afectan a la familia. Algunos de estos temas han dado lugar a
tomas de postura diferentes entre los Padres sinodales. Dos de esos temas polémicos
han sido, como no podía ser de otra manera, el de la acogida en la Iglesia de
las personas con tendencias homosexuales y el de la posibilidad de acceso a los
sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía para los divorciados vueltos a
casar. Posteriormente transcribiré lo que sobre estos temas ha dicho la “relatio”
final del Sínodo, así como mi opinión personal sobre ambos. Pero es conveniente
aclarar que este Sínodo no tenía un papel decisorio. Se trataba tan solo de
plantear las grandes cuestiones. Dentro de un año tendrá lugar otro Sínodo en
el que, en comunión y bajo la autoridad suprema del Papa se tomarán posturas en
estos dos temas.
Antes de ver lo que dice la “relatio” final y
de dar mi opinión, quiero decir dos palabras sobre el discurso del Papa al
final del Sínodo. Como siempre, creo que Francisco ha dado exactamente en el
clavo con su discurso. Primero, el Papa dice que el Sínodo ha sido un camino en
el que ha habido momentos mejores y peores: “hubo momentos de carrera veloz, casi de
querer vencer el tiempo y alcanzar rápidamente la meta; otros momentos de
fatiga, casi hasta querer decir basta; otros momentos de entusiasmo y de ardor.
Momentos de profundo consuelo. […] Momentos de gracia y de consuelo […]. Y
porque es un camino de hombres, también hubo momentos de desolación, de tensión
y de tentación”. Y después señala varias tentaciones que hubo (y que hay) y
que pueden resumirse en dos grupos. Por un lado las de quedarse encerrado
dentro de las fronteras seguras y no salir con suficiente decisión al encuentro
de los sufrimientos de las familias y descuidar la realidad en con un lenguaje
vacuo. A ésta, la llama tentación de “endurecimiento
hostil”. Por otro, la que llama “buenismo
destructivo”, “descender de la cruz
para contentar a la gente” o “descuidar
el ‘depositum fidei’,
considerándose no custodios, sino propietarios y patrones”.
Pero, como siempre,
lo mejor es la imagen que usa para referirse a estos dos tipos de tentaciones.
Cito textualmente:
- “La
tentación de transformar la piedra en pan para
terminar el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y
también de transformar el pan en piedra, y
tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de
transformarla en ‘fardos insoportables’” (Lc 10,27).
Maravillosa imagen que nos debe interpelar a
cada uno de nosotros para preguntarnos en qué tentación podríamos caer
nosotros. Pero Francisco dice también que “las tentaciones no nos deben asustar ni desconcertar, ni
mucho menos desanimar”. Al contrario,
sabiendo cual puede ser la de cada uno, nos deben servir para estar más
abiertos a las propuestas que nos parecen menos aceptables.
El Papa afirma
sentirse feliz de que en el Sínodo cada uno haya presentado sus posturas y
argumentos con franqueza y libertad, con parresía
, sin que en ningún momento
se haya puesto en cuestión
“la verdad
fundamental del Sacramento del Matrimonio:
la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la
apertura a la vida”. Le hubiese preocupado –dice– una paz falsa y quietista.
Os animo a todos a leer íntegro el magnífico discurso del Papa Francisco que
pongo al final. No tiene desperdicio.
Pero, en esa
franqueza y libertad, con esa parresía, con esa vigilancia para no caer en la
tentación que creo tener más cerca, pero sin asustarme, desconcertarme y
desanimarme, quiero exponer lo que el Sínodo ha dicho sobre ellas y expresar mi
postura personal sobre estos dos temas
.
Acogida a los homosexuales:
Texto de la relatio final:
“Algunas
familias viven la experiencia de tener en su seno personas con una orientación
homosexual. A este respecto, nos hemos interrogado sobre cuál debe ser la
atención pastoral oportuna de cara a esta situación, en referencia a lo que
enseña la Iglesia: ‘No existe fundamento alguno para asimilar o establecer
analogías, ni siquiera remotas, entre la unión homosexual y el designio de Dios
sobre el matrimonio y la familia’. Sin embargo, los hombres y mujeres con
tendencia homosexual deben ser acogidos con respeto y delicadeza. ‘Se evitará a
este respecto cualquier actitud de injusta discriminación’” (Congregación para la doctrina de la fe, Consideraciones sobre el proyecto de
reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales).
Queda claro que el
matrimonio entre personas del mismo sexo no es aceptable para la Iglesia pero
que, sin embargo, hay que buscar el camino pastoral para acoger con respeto y cariño
a estas personas. En la “relatio” intermedia del sínodo había una frase que
decía: “Las personas homosexuales
tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana”. Entiendo
que esta frase haya desaparecido del texto definitivo. Por supuesto que los
homosexuales, como cualquier otra persona “tienen
dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana”. ¡Faltaría más! Lo
que ocurre es que esos dones los tienen como personas en cuanto tales, no por
su condición de homosexuales. Y el párrafo de la relatio intermedia podría dar
a entender que es por el hecho de ser homosexuales por lo que tienen esos dones
y cualidades. A este respecto, se me viene a la cabeza una frase de Oscar
Wilde. Tras salir de la cárcel de Reading, donde había cumplido una dura
condena a trabajos forzados por el entonces delito de sodomía (qué barbaridad,
pensar que hace poco más de 100 años, en Inglaterra, existía ese delito y se
castigaba con trabajos forzados me da escalofríos). Se tiene que exiliar a
París. Allí va a una pequeña iglesia en la que el sacerdote le invita a
sentarse en el coro, le enseña las vestiduras litúrgicas y le integra en la
comunidad. Wilde escribe a su amigo Robert Ross: “¡Tengo un asiento en el coro! Los pecadores son los que deben ocupar
los sitios altos al lado del altar de Cristo, ¿no? Yo sé, en cualquier caso,
que Cristo no me echaría”. ¡Qué maravilla! Me parece que eso es lo que la
Iglesia debe conseguir con todos los homosexuales. Me llenaría de alegría.
El acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar:
Texto de la
relatio final:
“Se ha reflexionado sobre la posibilidad de que
los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos de la
Penitencia y de la Eucaristía. Algunos padres sinodales han insistido a favor
de la disciplina actual, en razón de la relación constitutiva entre la
participación en la Eucaristía y la comunión con la Iglesia y su enseñanza
sobre la indisolubilidad del matrimonio. Otros se han manifestado por una
acogida no generalizada en la mesa eucarística para algunas situaciones
particulares y en condiciones bien precisas, sobre todo cuando se trata de
casos irreversibles y ligados a la obligación moral hacia los hijos que les
llevaría a soportar sufrimientos injustos. El eventual acceso a los sacramentos
debería ir precedido de un camino penitencial bajo la responsabilidad del
obispo diocesano. Se profundizó más sobre la cuestión, teniendo bien presente
la distinción entre situaciones objetivas de pecado y circusntancias
atenuantes, dado que “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción
pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas” por diversos “factores
psíquicos o sociales”. (Catecismo de la Iglesia Católica 1735)
Cito a continuación la referencia al punto 1735 del Catecismo
de la Iglesia católica y me tomo la libertad de complementar con otros puntos
del Catecismo sobre las condiciones para el pecado mortal:
1735. “La imputabilidad y la responsabilidad de
una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la
ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos
desordenados y otros factores psíquicos o sociales”.
1858. La
materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de
Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes
testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19).
La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un
robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia
ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.
1859. El pecado mortal requiere plena conciencia y
entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del
acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento
suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia
afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no
disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.
1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, y
aún excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie
ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de
todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente
reducir el carácter voluntario y libre de la falta (la negrita es
mía), lo mismo que las presiones
exteriores o los trastornos patológicos. El pecado más grave es el que se comete por malicia, por elección
deliberada del mal.
A la vista de esto, y con la vigilancia a no caer en la
tentación del buenismo destructivo,
creo que es muy posible (diría que casi es indudable) que haya personas
divorciadas y vueltas a casar que tengan circunstancias atenuantes que hagan
que su situación de pecado no sea mortal. Pienso que estas circunstancias
deberían ser discernidas bajo la guía del obispo y que tras un camino
penitencial, podría permitirse que algunas de esas personas pudieran acceder a
la comunión sacramental. Esto no me parece buenismo
destructivo ya que no descuida la obligatoriedad de estar en gracia de Dios
para recibir la comunión ni pone en cuestión la indisolubilidad del matrimonio.
Sin embargo, como se ha dicho, este Sínodo no era más que una
reflexión preparatoria para el que tendrá lugar dentro de un año. Por eso el
Papa ha querido que todos los puntos planteados a votación en la relatio final
aparezcan en el documento, para que se medite sobre ellos en el periodo
intersinodal. Es cierto que estos dos puntos que estoy tratando están entre los
que más votos en contra han sacado (62 el de la homosexualidad y 74 el del acceso
a la comunión del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar,
sobre un total de 180). Los votos a favor no prejuzgan con que postura están de
acuerdo los que han votado así. Simplemente quiere decir que están a favor de
que el tema se debata en el próximo Sínodo. Para que esto fuese así, deberían
haber sacado 2/3 de los votos, cosa que, aunque con mayoría, ninguno de los dos
temas ha conseguido. Sin embargo, el Papa ha querido expresamente que
apareciesen en el documento y que fuesen al Sínodo de dentro de un año. Porque Iglesia
no funciona como la política. Cuando hay discusiones –que las hay, como no
podría ni debería ser de otra manera– estas no caen en la dialéctica
amigo-enemigo a la que la política nos tiene tan tristemente acostumbrados. No
se trata de que haya vencedores y vencidos. Es seguro que, de aquí al próximo
Sínodo se encontrarán fórmulas que, tras ser discutidas en él, agrupen a una
casi unanimidad.
En el caso de la comunión de los divorciados vueltos a casar,
podría pensarse que una prudencia entendida en el sentido coloquial del término
aconsejaría no abrir esa caja de pandora. Ese sentido coloquial del término,
que podría resumirse como: “en la duda, estate quieto”. Y, efectivamente,
estarse quietecito sería lo más prudente, coloquialmente hablando. Pero ese
sentido coloquial del término nada tiene que ver con la prudencia virtud cardinal
,que es, creo yo, la que hay que tener en cuenta. Ésta es, según el Catecismo
de la Iglesia católica, la virtud “que dispone la razón práctica a
discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios
rectos para realizarlo” (Catecismo de la Iglesia católica
nº1806). Es decir, a veces (no siempre, por supuesto), para ser virtuosamente
prudente, hay que ser imprudente en el sentido coloquial. En ese sentido,
actuar como he comentado más arriba que creo que se debería actuar, puede ser
(no digo que lo sea sino que puede ser) la forma más prudente de actuar, si es
de la que consigue un mayor bien. No creo que se pueda lograr el mayor bien si
se actúa injustamente. Y creo que, si a alguien que está en estado de gracia se
le prohíbe el acceso a la comunión, se está cometiendo una injusticia. Por tanto,
no son las razones de la virtud de la prudencia las que pueden inclinar a
seguir con “la disciplina actual” a
ese respecto.
Por supuesto, no me siento capaz de decir si el bien mayor
que debe buscar la virtud de la prudencia se lograría mejor con la “disciplina actual” o con lo que
propugnan los que quieren un planteamiento caso a caso, analizando los atenuantes
de cada situación. Nunca mejor que aquí vendría la frase de “maestros tiene la
Santa Madre Iglesia”. Por lo tanto, aceptaré cualquiera de las posturas que se
adopte en el próximo Sínodo, tras un año de meditación, y en comunión con el
Papa. Y la aceptaré con la paz que da la aquiescencia de corazón. Pero mi
opinión en este momento es la que acabo de expresar.
Discurso final del Papa Francisco en el
Sínodo de la familia
Queridos:
Eminencias, Beatitudes, Excelencias, hermanos y hermanas:
Salto el apartado de
agradecimientos
Puedo
decir serenamente que –con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad– hemos vivido
verdaderamente una experiencia de "sínodo", un recorrido solidario,
un "camino juntos".
Y
siendo “un camino" –como
todo camino– hubo momentos de carrera veloz, casi de querer vencer el tiempo y
alcanzar rápidamente la meta; otros momentos de fatiga, casi hasta querer decir
basta; otros momentos de entusiasmo y de ardor. Momentos de profundo consuelo,
escuchando el testimonio de pastores verdaderos que llevan en el corazón
sabiamente, las alegrías y las lágrimas de sus fieles.
Momentos
de gracia y de consuelo, escuchando los testimonios de las familias que han participado
del Sínodo y han compartido con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial. Un camino donde el más
fuerte se ha sentido en el deber de ayudar al menos fuerte, donde el más
experto se ha prestado a servir a los otros, también a través del debate. Y
porque es un camino de hombres, también hubo momentos de desolación, de tensión
y de tentación, como algunas de las siguientes:
- La tentación del endurecimiento hostil, esto
es el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender
por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro
de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y
alcanzar. Es la tentación de los celosos, de los escrupulosos, de los
apresurados, de los así llamados "tradicionalistas" y
también de los intelectualistas.
- La tentación del “buenismo” destructivo, que
en nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y
medicarlas; que trata los síntomas y no las causa ni las raíces. Es la
tentación de los "buenistas", de los temerosos y también de los así
llamados “progresistas y liberalistas”.
- La tentación de transformar la piedra en pan para
terminar el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra , y
tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de
transformarla en “fardos
insoportables” (Lc 10,27).
-
La tentación de descender de la cruz para contentar a la gente, y no permanecer, para
cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de
purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios.
-
La tentación de descuidar el “depositum fidei”, considerándose no custodios,
sino propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando
una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir
nada.
Queridos
hermanos y hermanas, las tentaciones no nos deben asustar ni desconcertar, ni
mucho menos desanimar, porque ningún discípulo es más grande que su maestro;
por lo tanto si Jesús fue tentado –y además llamado Belcebú– sus discípulos no
deben esperarse un trato mejor.
Personalmente
me hubiera preocupado mucho y entristecido si no se hubieran dado estas
tensiones y estas discusiones animadas; este movimiento de los espíritus, como
lo llamaba San Ignacio, si todos hubieran estado de acuerdo o taciturnos en una
falsa y quietista paz. En cambio he visto y escuchado –con alegría y
reconocimiento– discursos e intervenciones llenos de fe, de celo pastoral y
doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de coraje y parresía. Y he sentido que ha
sido puesto delante de sus ojos el bien de la Iglesia, de las familias y
la “suprema lex”:
la “salus animarum” (Salud
de las almas). Y esto siempre sin poner jamás en discusión la verdad
fundamental del Sacramento del Matrimonio:
la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la
apertura a la vida.
Esta
es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra atenta, que no
tiene miedo de remangarse las manos para derramar el óleo y el vino sobre las
heridas de los hombres; que no mira a la humanidad desde un castillo de vidrio
para juzgar y clasificar a las personas. Esta es la Iglesia Una, Santa,
Católica y compuesta de pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es la
Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y su
doctrina.
Es
la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los
publicanos. La Iglesia que tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados,
los arrepentidos y no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos. La
Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no finge no verlo, al
contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo y a animarlo a
retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo con su Esposo, en
la Jerusalén celeste.
¡Esta
es la Iglesia, nuestra Madre! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus
carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la
fuerza del sensus fidei, de aquel sentido
sobre natural de la fe, que viene dado por el Espíritu Santo para que, juntos,
podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en
nuestra vida. Y esto no debe ser visto como motivo de confusión y malestar.
Tantos
comentaristas han imaginado ver una Iglesia en litigio donde una parte está
contra la otra, dudando hasta del Espíritu Santo, el verdadero promotor y
garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia.
El
Espíritu Santo que a lo largo de la historia ha conducido siempre la barca, a
través de sus ministros, también cuando el mar era contrario y agitado y los
ministros infieles y pecadores.
Y,
como he osado decirles al inicio, era necesario vivir todo esto con
tranquilidad y paz interior también, porque el sínodo se desarrolla cum Petro et sub Petro, y la presencia
del Papa es garantía para todos.
Por
lo tanto, la tarea del Papa es la de garantizar la unidad de la Iglesia; es la
de recordar a los fieles su deber de seguir fielmente el Evangelio de Cristo;
es la de recordar a los pastores que su primer deber es nutrir la grey que el
Señor les ha confiado y de salir a buscar –con paternidad y misericordia y sin
falsos miedos– la oveja perdida.
Su
tarea es la de recordar a todos que la autoridad en la Iglesia es servicio como
ha explicado con claridad el Papa
Benedicto XVI con palabras que cito textualmente: “la Iglesia esta
llamada y se empeña en ejercitar este tipo de autoridad que es servicio, y la
ejercita no a título propio, sino en el nombre de Jesucristo… a través de los
Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo apacienta a su grey: es Él quien la
guía, la protege, la corrige porque la ama profundamente. Pero el Señor Jesús,
Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el Colegio Apostólico, hoy los
Obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro … participaran en esta misión suya
de cuidar al pueblo de Dios, de ser educadores de la fe, orientando, animando y
sosteniendo a la comunidad cristiana, o como dice el Concilio, ‘cuidando sobre todo que cada uno de los
fieles sean guiados en el Espíritu santo a vivir según el Evangelio su propia
vocación, a practicar
una caridad sincera y operante y a ejercitar aquella libertad con la que Cristo
nos ha librado’… Y a través de nosotros – continúa el Papa
Benedicto – es como el Señor llega a las almas, las instruyen las custodia, las
guía. San Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan dice: ‘Sea por lo tanto un empeño de amor apacentar
la grey del Señor’; esta es la suprema norma de conducta de los
ministros de Dios, un amor incondicional, como aquel del Buen Pastor, lleno de
alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y premuroso con los lejanos, delicado con los más débiles, los pequeños,
los simples, los pecadores, para manifestar la infinita misericordia de Dios
con las confortantes de la esperanza” (Benedicto XVI Audiencia General, miércoles,
26 de mayo de 2010).
Por
lo tanto la Iglesia es de Cristo –es su esposa– y todos los Obispos en comunión
con el Sucesor de Pedro, tienen la tarea y el deber de custodiarla y de
servirla, no como patrones sino como servidores. El Papa en este
contexto no es el señor
supremo sino más bien el supremo servidor – “Il servus servorum Dei”; el
garante de la obediencia , de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de
Dios, al Evangelio de Cristo y al Tradición de la Iglesia apartando todo
arbitrio personal, siendo también – por voluntad de Cristo mismo – “el Pastor y Doctor supremo de todos los
fieles” y gozando “de la
potestad ordinaria que es suprema, plena, inmediata y universal de la iglesia”.
Queridos
hermanos y hermanas, ahora todavía tenemos un año para madurar con verdadero
discernimiento espiritual las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas
a las tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben
afrontar; para dar respuesta a tantos desánimos que circundan y sofocan a las
familias, un año para trabajar sobre la “Relatio
Synodi” que es el resumen fiel y claro de todo lo que fue
dicho y discutido en esta aula y en los círculos menores.
¡El
Señor nos acompañe y nos guie en este recorrido para gloria de Su nombre con la
intercesión de la Virgen María y de San José! ¡Y por favor no se olviden de
rezar por mí!