La misma entrada
que hice en este blog el 2 de Noviembre, la puse en un envío que hago por mail
a un grupo de amigos. Por ese vía de mail, recibí una inusitada cantidad de
respuestas, la mayoría contradiciéndome. Muchas eran respuestas argumentadas
que, además, aportaban información que desconocía y que me ha sido muy útil.
Algunas tenían argumentos un poco ad-hominem que en algún caso rozaban –sin
caer en ella– la descalificación moral. Agradezco todas las respuestas. Unas
por lo que me aportan a la reflexión y otras porque me hacen preguntarme sobre
mi rectitud de intención al escribir lo que escribí.
Digo esto para
que nadie pueda decir cuando lea las líneas que siguen aquello de “excusatio
non petita, accusatio manifesta”. Si respondo a algunas cosas es porque se me
han dicho y, además, no me voy a excusar, así que la frase no viene a cuento
porque esto es una no-excusatio y sí es petita. Aunque procuraré extremar mi
cuidado para no caer yo también en argumentos ad-hominem, es posible que sí se
me cuele el dar algunas “lecciones”, cosa que me espanta, porque nunca es mi
propósito “aleccionar” a nadie. Dicho esto, vamos al grano.
Me reafirmo, con
más conocimiento de causa, en que votar al PP no es un problema de conciencia
para los católicos. Y creo que no lo
es porque, hoy por hoy, ni en sus programas, ni en sus manifestaciones
oficiales como partido hay nada que haga pensar que tiene una ideología
abortista, aunque en sus filas haya personas que sí tienen esa ideología. La
natural rabia, que comparto, aunque al final matizaré esto, porque no haya
tenido el valor de seguir adelante con el proyecto Gallardón puede llevar a
muchos a tomar la decisión de no votar a
ese partido, decisión que respeto profundamente aunque no comparta. Pero, como
católico, no estoy obligado en conciencia a retirar mi voto al PP por ese
motivo.
Un buen amigo me manda, y se lo agradezco,
un interesantísimo texto de la Congregación para la doctrina de la fe del año
2002, siendo a la sazón prefecto de la misma el cardenal Ratzinger, que he
leído con la máxima atención y que, una vez más, no creo que de él se pueda
deducir que el PP es un partido abortista. Lo adjunto a esta entrada junto con
mis comentarios, insertos en él, de los párrafos que podrían ser más críticos. Es el anexo 1. Recomiendo vivamente su lectura a quien de verdad quiera fundamentar más su
punto de vista.
Sé que varios
obispos españoles han expresado su opinión, más o menos claramente, sobre su
recomendación de no votar al PP y respeto profundamente su opinión. Pero esa no
es la postura adoptada por la Santa Madre Iglesia como se me ha dicho en algún
mail. De hecho, a raíz de la retirada del proyecto Gallardón, la Conferencia
episcopal española ha dado a la luz un documento en el que expresa su postura,
que adjunto al final como Anexo 2 y cuya lectura también recomiendo vivamente. En este
documento se dice que “es especialmente
grave la responsabilidad de quienes, habiendo incluido entre sus compromisos
políticos la promesa de una ley que aminoraba algo la desprotección de la vida
humana naciente que existe en la vigente normativa del aborto, han renunciado a
seguir adelante con ello en aras de supuestos cálculos políticos”. Estoy totalmente
de acuerdo con esta frase, pero en ella no se dice que la conferencia episcopal
española recomiende a los católicos no votar al PP. Se habla de la
responsabilidad moral de quien haya tomado la decisión de retirar el proyecto
Gallardón. Y, sinceramente creo que, dada la confusión que hay entre muchos
católicos, la importancia del tema y la diversidad de interpretaciones que pueden
darse a los hechos, si la Conferencia episcopal creyese que los católicos no
debemos votar al PP, tendría la obligación, en cumplimiento de su misión
profética, de decirlo alto y claro. Pero no lo hace. Y como creo que la Iglesia
ha dado sobradas muestras de cumplimiento de su misión profética llamando al
pan, pan, y al vino, vino, deduzco de ello que, si no lo ha dicho, es porque no
lo quiere decir, sea cual sea la respetabilísima opinión de este o aquel
Obispo.
Por tanto, a los
que me dicen de una manera más o menos explícita en su respuesta que no soy
fiel al Magisterio de la Iglesia si no retiro mi voto al PP, les respondo que
no acepto lecciones en ese sentido. He sido, soy, y si Dios quiere, seré un
hijo fiel de la Santa Madre Iglesia y la he aceptado siempre como mi Maestra en
materias de fe y de moral. Por supuesto, si mañana hubiese un pronunciamiento
explícito a este respecto, no se me ocurriría votar al PP, pero no lo hay.
Además, y este es un punto en el que, según dije al principio, puedo caer el la
trampa de aleccionar, les diría –no a los que no están de acuerdo conmigo, Dios
me libre de decirles eso, sino los que en base a sus interpretaciones de
ciertos textos de la Iglesia me dicen, sin argumentos suficientes, que no soy
fiel al magisterio de la Iglesia– que ellos están siendo, como se dice en
lenguaje popular, más papistas que el Papa.
Si un día la
Iglesia dijese eso para el PP, lo tendría que decir, con mucho mayor motivo, para prácticamente todos los partidos
políticos con algún peso en Europa, lo que condenaría a los católicos al
ostracismo político. Ya ha pasado esto en la historia y se vio que era un
disparate. Por tanto, basta de argumentos de conciencia y de moral para retirar
el voto al PP. Los católicos debemos seguir la máxima de san Pablo de “vince in
bono malum” (Romanos 12, 21), mal traducido generalmente por vence el mal con
el bien. No se trata de enfrentar el bien al mal, sino de inundarlo de bien
para vencerlo. La sal del mundo que nos dijo Cristo que fuéramos, no se
mantiene aislada del guiso soso, sino que le da sabor mezclándose con él. La
luz que alumbra, no se mete debajo del celemín para protegerla de posibles
soplos de viento, sino que se pone bien en alto para que alumbre. Si los
católicos en masa retirásemos el voto al PP, estaríamos poniendo los medios
para que, entonces sí, acabase siendo un partido abortista. Podemos, en cambio,
si somos sal y luz, si emanamos bien y verdad por todos nuestros poros votar al
PP y elevamos nuestra crítica a este respecto, influir en su tibieza. Pero tal
vez sea más fácil negar una papeleta que brillar cada día, diciéndole alto y
claro que, aunque tenga nuestro voto, no tiene nuestro corazón y que nos
necesita. Habrá quien piense que esto es inútil. Les respeto con toda mi alma,
pero mi opinión de que lo inútil es votar a partidos sin significancia
política, que hoy son y mañana desaparecen es, al menos, tan respetable como la
suya. La historia reciente de la política española está sembrada de partidos
“flor de un día”. ¿Probamos con otro? ¿Cuántos más tendremos que probar?
Además, si
miramos las cosas con una mayor amplitud de miras, por elevación, creo que
veremos que lo que tenemos que hacer los católicos es facilitar que venga lo
más rápido a la tierra el Reino de los Cielos. Y para eso hacen falta dos
cosas. Un cierto bienestar económico y libertad de acción para la Iglesia.
Ambas cosas quedarían pulverizadas si en poco más de un año gobernase en España
una coalición de izquierda radical. Aunque sea una pequeña anécdota, quiero
recordar que, en el pleno del Ayuntamiento de Alcalá de Henares de 28 de
Septiembre de 2014, se declaró a Monseñor Reig Plá, Obispo de esa ciudad,
“persona non grata” para la ciudad y que en otro del 15 de Octubre se “exigió”
a la Conferencia episcopal su destitución como Obispo de Alcalá. El único
partido que votó en contra de ambas propuestas fue el PP. Sirva esto como
pequeño botón de muestra de lo que le esperaría a la Iglesia si una coalición
de izquierda radical ganase. Aparte del erial económico en el que se
convertiría España, piénsese en lo que sería de toda la educación en los centros
concertados, de las universidades católicas. La educación para la ciudadanía de
Zapatero sería un juego de niños frente a la que nos vendría. Todos los
conciertos económicos quedarían abolidos, etc., etc., etc. Creo que si Gramsci
levantase la cabeza, se alinearía inmediatamente con los que dicen que hay que
retirarle el voto al PP. Y a mí no me gustaría ser compañero de viaje de
Gramsci. Por eso la Iglesia, que sí tiene amplitud de miras, que es sabia, no
nos dice a los católicos que retiremos el voto al PP. No volemos nosotros más
bajo que ella.
He tenido varias
respuestas que, dejando de lado los problemas de conciencia sobre el voto al
PP, me dicen algo que me suena un poco peregrino, por no decir irresponsable.
Algunos me dicen que tal vez debamos pasar por una catarsis. Puede ser. Si hay
que beber ese cáliz, lo beberemos. Meteremos la cabeza entre los hombros,
rezaremos y esperaremos el golpe. Pero buscar voluntariamente esa catarsis, no,
por favor. Otros me dicen que de todas maneras, tarde o temprano, vamos a
llegar a esa coalición de izquierda radical. Puede que sí o puede que no, pero,
en cualquier caso, mejor tarde que temprano y, desde luego, no con mi ayuda.
Otros más me dicen que hay que dar un voto de castigo al PP. ¿Por qué me suena a
lo de “para fastidiar al capitán, no como”? Porque me parece que se están
castigando a sí mismos. Por último, alguna persona va diciendo por ahí que él
va a votar a Podemos precisamente para desencadenar esa catarsis. Si es una
boutade, es una boutade sin gracia. Pero si es en serio, le preguntaría si en
esa catarsis se ve a sí mismo en el paro o si cree que la catarsis la van a
sufrir otros mientras él ve los toros desde la barrera.
Pasando de
argumentos peregrinos, los hay que niegan el pan y la sal a este partido en
todo lo que ha hecho en los menos de tres años que lleva gobernando. De forma
instintiva, cuando alguien ataca con una vehemencia irrazonable a otro, procuro
buscar cosas buenas de ese otro. Y eso me ha pasado con Rajoy y el PP. Me
parece notablemente injusto que se desprecien olímpicamente los logros que en
materia económica ha tenido este gobierno. Sí, ya sé, no ha cumplido tampoco la
promesa electoral de no subir los impuestos. No ha reformado la administración.
Pero, no sé por qué, me parece que es mucho más fácil ser Presidente del
gobierno de boquilla que en la realidad. El “lo que habría que hacer” es una
frase bastante fácil. Lo difícil es hacer. El día en que te sientas en la
butaca de Moncloa y abres el cajón donde ha metido la porquería un antecesor
llamado Zapatero, te debes llevar un susto de los que no es fácil recuperarse
al ver lo que encuentras. Y soluciones que podrían parecer suficientes cuando
se ven las cosas desde fuera, se vuelven insuficientes cuando ves el globo que
te han dejado. Pero de eso de los logros económicos, siempre insuficientes pero
tan respetados internacionalmente como despreciados en casa, ya hablé el
viernes pasado. ¡Qué le vamos a hacer!, siempre hemos sido un país cainita.
Hoy quiero
hablar de otro asunto, que precisamente esta semana, está en el candelero. El
problema con Cataluña. Echo la vista atrás y me veo a mí mismo diciendo que
este Rajoy es un blando, que lo que habría que hacer es retirar competencias a
Cataluña a cambio de dinero, que bla, bla, bla. De boquilla todo se ve fácil.
Pero la verdad es que creo que Rajoy lo ha hecho bien. Diría que francamente
bien. Sin gesticular, sin excesos verbales para quedar bien y excitar los
ánimos, sin tomar medidas que empujasen cada vez más a la ruptura definitiva e
irreversible con los catalanes, ha puesto el muro de la legalidad contra el que
se han estrellado Artur Más, Oriol Junqueras y la ANC. No va a haber referéndum
y no ha hecho ninguna concesión irresponsable que podía haberse hacho, no ha
creado un creado un problema de orden público por cerrar colegio. ¡Qué más
hubieran querido los Artur Mas y compañía! Pero no ha hecho caso a los
vociferantes que piden actuaciones de gestos desmesurados. Una buena concesión
en materia de balanza fiscal hubiese bastado para aplazar el problema hasta un
nuevo embate nacionalista para lograr una nueva frontera. Y claro esta
concesión sería reclamada inmediatamente por todas las demás autonomías. Si se
compara lo hecho por Rajoy con lo que se ha hecho en el Reino Unido y Escocia,
la actitud de Rajoy ha sido extraordinaria. Claro, ha tenido el inmenso desgaste
de la prensa que le tachaba de pusilánime, de falto de imaginación y el de Pedro
Sánchez que, dispuesto a abrir en cuanto pueda la caja de Pandora, reclama no
se qué engendro de federalismo como solución política imaginativa. Que Pedro
Sánchez diga que Rajoy no tiene udeas es para mí un elogio para éste. Porque
las ideas de Zapatero para arreglar el problema catalán han traído estos lodos.
Sinceramente, no me gustaría verme enfrentado con el problema catalán que tiene
muy difícil solución debido, sobre todo, a la carnaza echada en la anterior
legislatura. Pero lo cierto es que Rajoy no ha echado ni un gramo más de
carnaza y eso es lo que al actual líder del PSOE le parece falta de ideas.
Y, volviendo al
tema de la retirada de la ley Gallardón, ahí va algo por lo que sé que voy a
recibir severas críticas. Creo que Rajoy –yo lo hubiera hecho– antes de llevar
el proyecto Gallardón al congreso, habrá hecho su recuento de votos. No solo de
los de su partido frente a los del resto de las fuerzas políticas, que le
hubiesen dado la victoria. Sino teniendo en cuenta también los diputados de su
partido que, siendo minoría dentro del mismo, no respetarían la disciplina de
voto y votarían en contra del proyecto, haciendo que la ley saliese derrotada.
Afirmo que yo hubiera hecho ese recuento y creo que, si hubiese creído que la
ley iba a salir derrotada, también la hubiese retirado. Nunca he negado que
dentro del PP hay abortistas, a pesar de que, en mi opinión, el propio partido
no lo es. La cuestión es, ¿lo damos por perdido? ¿Jugamos a la profecía
cumplida del “ya lo decía yo” retirando todo apoyo al PP a cambio de
desperdiciar el voto y dejándolo a merced de los abortistas que haya dentro? Mi
respuesta es NO.
Por tanto, si la
Iglesia, más sabia que yo, pensando en el bien del Reino de Dios mejor que yo,
habiendo hecho, a través de la Conferencia episcopal, una declaración sobre la
retirada del proyecto Gallardón, no ha dicho que el voto al PP va contra la
conciencia de un católico, no seré yo quien sea más papista que el Papa y le
retire mi voto.
Una última
cuestión. Alguien me ha dicho que lo que escribí la semana pasada lo escribí
por interés. Si se refería, que no era el caso, al interés de que España no se
fuese al garete, sí, lo hice por interés. Pero si se refiere a algún otro tipo
de interés, diré que nunca, ni directa ni indirectamente, me ha hecho un favor
ni Rajoy ni el PP y que tampoco yo, ni directa ni indirectamente, se lo he
pedido ni, también ni directa ni indirectamente, le he hecho un favor que un
día me tenga que devolver. JAMÁS. Y espero que las cosas sigan así mientras
viva.
Si alguien cree
que me he desmelenado demasiado o que he dado más lecciones de las debidas,
tiene razón, pero…
Anexo 1. Comunicado de la Congregación para la Doctrina de la Fe
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política
I.
Una enseñanza constante
1. El compromiso del cristiano en el
mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de
ellos ha sido el de la participación en la acción política: Los cristianos,
afirmaba un escritor eclesiástico de los primeros siglos, «cumplen todos sus
deberes de ciudadanos».[1] La Iglesia venera entre sus
Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso
compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás
Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar
hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»[2]. Aunque sometido a
diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin
abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones»que lo
distinguía, afirmó con su vida y su muerte que«el hombre no se puede separar de
Dios, ni la política de la moral»[3].
Las
actuales sociedades democráticas, en las que loablemente[4] todos son hechos partícipes
de la gestión de la cosa pública en un clima de verdadera libertad, exigen
nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de
los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir
por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través
de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones
legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común.[5] La vida en un sistema
político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa,
responsable y generosa participación de todos, «si bien con diversidad y
complementariedad de formas, niveles, tareas yresponsabilidades»[6].
Mediante
el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia
cristiana»,[7] en conformidad con los
valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus
tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su
naturaleza y legítima autonomía,[8] y cooperando con los
demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia
responsabilidad.[9] Consecuencia de esta
fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de
ningún modo pueden abdicar de la participación en la "política"; es
decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa,
administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente
el bien común»,[10] que comprende la
promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad
y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la
solidaridad, etc.
La
presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia,
resumida por otra parte, en sus líneas esenciales, en el Catecismo de la Iglesia Católica ,
sino solamente recordar algunos principios propios de la conciencia cristiana,
que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades
democráticas.[11] Y ello porque, en estos
últimos tiempos, a menudo por la urgencia de los acontecimientos, han aparecido
orientaciones ambiguas y posiciones discutibles, que hacen oportuna la
clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión.
II.
Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y
político
2. La sociedad civil se encuentra hoy
dentro de un complejo proceso cultural que marca el fin de una época y la
incertidumbre por la nueva que emerge al horizonte. Las grandes conquistas de
las que somos espectadores nos impulsan a comprobar el camino positivo que la
humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida
más humanas. La mayor responsabilidad hacia Países en vías de desarrollo es
ciertamente una señal de gran relieve, que muestra la creciente sensibilidad
por el bien común. Junto a ello, no es posible callar, por otra parte, sobre
los graves peligros hacia los que algunas tendencias culturales tratan de
orientar las legislaciones y, por consiguiente, los comportamientos de las
futuras generaciones.
Se puede verificar hoy un cierto
relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del
pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los
principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de
esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones
según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la
democracia [12]. Ocurre así que, por
una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus
propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores
creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los
principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas
orientaciones culturales o morales transitorias, [13] como si todas las
posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al mismo tiempo,
invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte de los
ciudadanos - incluidos los católicos - que renuncien a contribuir a la vida
social y política de sus propios Países, según la concepción de la persona y
del bien común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los
medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos
los miembros de la comunidad política. La historia del siglo XX es prueba
suficiente de que la razón está de la parte de aquellos ciudadanos que
consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral,
arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que
someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado.
3. Esta concepción relativista del
pluralismo no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos
católicos de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la
ley moral natural, aquella que, según el propio criterio, se conforma mejor a
las exigencias del bien común. La libertad política no está ni puede estar
basada en la idea relativista según la cual todas las concepciones sobre el
bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor, sino sobre
el hecho de que las actividades políticas apuntan caso por caso hacia la
realización extremadamente concreta del verdadero bien humano y social en un contexto
histórico, geográfico, económico, tecnológico y cultural bien determinado. La
pluralidad de las orientaciones y soluciones, que deben ser en todo caso
moralmente aceptables, surge precisamente de la concreción de los hechos
particulares y de la diversidad de las circunstancias. No es tarea de la Iglesia formular
soluciones concretas - y menos todavía soluciones únicas - para cuestiones
temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin
embargo, la Iglesia
tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades
temporales cuando lo exija la fe o la ley moral.[14] Si el cristiano debe
«reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»,[15] también está llamado a
disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva
para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos
verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y
papel fundacional de la vida social, no son "negociables".
En el plano de la militancia política
concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas
opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles
diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de
fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios
básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena parte de los
problemas políticos, explican el hecho de que generalmente pueda darse una
pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para
ejercitar - particularmente por la representación parlamentaria - su
derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País.[16] Esta obvia constatación
no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la
elección de los principios morales y los valores sustanciales a los cuales se
hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra
la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que
hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta
enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para
tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté
caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades
temporales.
En tal contexto, hay que añadir que la
conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto
la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular
que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos
fundamentales de la fe y la moral. El PP no tiene un programa político
abortista ni ha propuesto una ley abortista. Ha tenido la cobardía de no
reformar restrictivamente la ley Aído. Pero eso no le convierte en un partido
abortista, sino cobarde (Cursiva mía). Ya
que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el
aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la
doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la
doctrina social de la Iglesia
no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su
totalidad. Ni tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso
cristiano que proviene del evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el
hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada.
Cuando la acción política tiene que ver
con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso
alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de
responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables,
en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden
moral, que concierne al bien integral de la persona. Las palabras
derogación, excepción o compromiso, se refieren a buscar derogaciones,
excepciones o compromisos con los principios morales. Es decir, no se puede
admitir el principio moral de que el derecho a la vida existe en unos casos sí
y en otros no. Promover una ley que aumente las situaciones de aborto es inaceptable.
Promover una que las disminuya es aceptable, como se ha visto en la cita
anterior de Juan Pablo II. Lástima que a eso no se haya atrevido el PP. Pero,
otra vez, dejarlo como está por cobardía no es ser abortista, es ser cobarde.
El PP como tal, no afirma expresa e ideológicamente que haya casos en los que
el aborto sí es éticamente aceptable. Eso sí sería ser un partido que acepta
derogaciones, excepciones o compromisos con los principios (Cursiva mía). Este es el caso de las leyes civiles
en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al
ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el
derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del
mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos
del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la
promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de
sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes
modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente
equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto
tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la
educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las
Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe
pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de
las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la
explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el
derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al
servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social,
del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben
ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las
familias y de las asociaciones, así como su ejercicio».[21] Finalmente, cómo no
contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión
irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras,
en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de
las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la
caridad»;[22] exige el rechazo
radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso
constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política.
III.
Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo
5. Ante estas problemáticas, si bien es
lícito pensar en la utilización de una pluralidad de metodologías que reflejen
sensibilidades y culturas diferentes, ningún fiel puede, sin embargo, apelar al
principio del pluralismo y autonomía de los laicos en política, para favorecer
soluciones que comprometan o menoscaben la salvaguardia de las exigencias
éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. Casi repito
argumentos pero el PP no ha dicho que por motivos de pluralismo político se
deba considerar el aborto como lícito, ni ha dejado de retirar la ley Aído porque
le parezca lícita. Lo ha hecho por cobardía, no por convencimiento. Y yo, como
cristiano, votando al PP no favorezco soluciones que disminuyan la salvaguardia
de la vida humana. Lo haría si el PP propusiese una mayor liberalización del
aborto, no si no se atreve a recortar las que hay (Cursiva mía). No se trata en sí de "valores
confesionales", pues tales exigencias éticas están radicadas en el ser
humano y pertenecen a la ley moral natural. Éstas no exigen de suyo en quien
las defiende una profesión de fe cristiana, si bien la doctrina de la Iglesia las confirma y
tutela siempre y en todas partes, como servicio desinteresado a la verdad sobre
el hombre y el bien común de la sociedad civil. Por lo demás, no se puede negar
que la política debe hacer también referencia a principios dotados de valor
absoluto, precisamente porque están al servicio de la dignidad de la persona y
del verdadero progreso humano.
6. La frecuentemente referencia a la
"laicidad", que debería guiar el compromiso de los católicos,
requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en
conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la
"confesionalidad" o la intolerancia religiosa. Para la doctrina moral
católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política
de la esfera religiosa y eclesiástica - nunca de la esfera moral -, es un valor
adquirido y reconocido por la
Iglesia , y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado.[23] Juan Pablo II ha puesto
varias veces en guardia contra los peligros derivados de cualquier tipo de
confusión entre la esfera religiosa y la esfera política. «Son particularmente
delicadas las situaciones en las que una norma específicamente religiosa se
convierte o tiende a convertirse en ley del Estado, sin que se tenga en debida
cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad
política. Identificar la ley religiosa con la civil puede, de hecho, sofocar la
libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos
inalienables».[24] Todos los fieles son
bien conscientes de que los actos específicamente religiosos (profesión de fe,
cumplimiento de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas,
comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.)
quedan fuera de la competencia del Estado, el cual no debe entrometerse ni para
exigirlos o para impedirlos, salvo por razones de orden público. El
reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios
públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de
naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos.
Una cuestión completamente diferente es
el derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de
buscar sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las
verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a
la vida y todos los demás derechos de la persona. El hecho de que algunas de
estas verdades también sean enseñadas por la Iglesia , no disminuye la legitimidad civil y la
"laicidad" del compromiso de quienes se identifican con ellas,
independientemente del papel que la búsqueda racional y la confirmación
procedente de la fe hayan desarrollado en la adquisición de tales convicciones.
En efecto, la "laicidad" indica en primer lugar la actitud de quien
respeta las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que
vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas al mismo tiempo por una
religión específica, pues la verdad es una. Sería un error confundir la justa
autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de
un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia.
Con su intervención en este ámbito, el
Magisterio de la Iglesia
no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los
católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio -en cumplimiento de
su deber- instruir e iluminar la conciencia de los fieles, sobre todo de los
que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al
servicio de la promoción integral de la persona y del bien común. La enseñanza
social de la Iglesia
no es una intromisión en el gobierno de los diferentes Países. Plantea
ciertamente, en la conciencia única y unitaria de los fieles laicos, un deber
moral de coherencia. «En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por
una parte, la denominada vida "espiritual", con sus valores y
exigencias; y por otra, la denominada vida "secular", esto es, la
vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso
político y de la cultura. El sarmiento, arraigado en la vid que es Cristo, da
fruto en cada sector de la acción y de la existencia. En efecto, todos los
campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el
"lugar histórico" de la manifestación y realización de la caridad de
Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los hermanos. Toda actividad,
situación, esfuerzo concreto -como por ejemplo la competencia profesional y la
solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la educación
de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el
ámbito de la cultura- constituye una ocasión providencial para un
"continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad"».[25] Vivir y actuar
políticamente en conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en
posiciones extrañas al compromiso político o en una forma de confesionalidad,
sino expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de la
política, se instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la
dignidad de la persona humana.
En las sociedades democráticas todas las
propuestas son discutidas y examinadas libremente. Aquellos que, en nombre del
respeto de la conciencia individual, pretendieran ver en el deber moral de los
cristianos de ser coherentes con la propia conciencia un motivo para
descalificarlos políticamente, negándoles la legitimidad de actuar en política
de acuerdo con las propias convicciones acerca del bien común, incurrirían en
una forma de laicismo intolerante. En esta perspectiva, en efecto, se quiere
negar no sólo la relevancia política y cultural de la fe cristiana, sino hasta
la misma posibilidad de una ética natural. Si así fuera, se abriría el camino a
una anarquía moral, que no podría identificarse nunca con forma alguna de
legítimo pluralismo. El abuso del más fuerte sobre el débil sería la
consecuencia obvia de esta actitud. La marginalización del Cristianismo, por
otra parte, no favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad
ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría más bien en peligro los
mismos fundamentos espirituales y culturales de la civilización.[26]
IV.
Consideraciones sobre aspectos particulares
7. En circunstancias recientes ha
ocurrido que, incluso en el seno de algunas asociaciones u organizaciones de
inspiración católica, han surgido orientaciones de apoyo a fuerzas y
movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza
moral y social de la Iglesia
en cuestiones éticas fundamentales. Tales opciones y posiciones, siendo
contradictorios con los principios básicos de la conciencia cristiana, son
incompatibles con la pertenencia a asociaciones u organizaciones que se definen
católicas. Este
párrafo no se refiere a partidos, sino a orientaciones, dentro de asociaciones
católicas que apoyan a partidos políticos abortistas. Hay católicos, dentro de
asociaciones católicas, que apoyan a partidos ideológicamente abortistas. Los
que apoyan estas orientaciones, según esta frase, no deberían pertenecer a
asociaciones católicas (Cursiva mía). Análogamente,
hay que hacer notar que en ciertos países algunas revistas y periódicos
católicos, en ocasión de toma de decisiones políticas, han orientado a los
lectores de manera ambigua e incoherente, induciendo a error acerca del sentido
de la autonomía de los católicos en política y sin tener en consideración los principios
a los que se ha hecho referencia.
La fe en Jesucristo, que se ha definido
a sí mismo «camino, verdad y vida» (Jn 14,6), exige a los cristianos el
esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura
que, inspirada en el Evangelio, reproponga el patrimonio de valores y
contenidos de la Tradición
católica. La necesidad de presentar en términos culturales modernos el fruto de
la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con
urgencia impostergable, para evitar además, entre otras cosas, una diáspora
cultural de los católicos. Por otra parte, el espesor cultural alcanzado y la
madura experiencia de compromiso político que los católicos han sabido
desarrollar en distintos países, especialmente en los decenios posteriores a la Segunda Guerra
Mundial, no deben provocar complejo alguno de inferioridad frente a otras
propuestas que la historia reciente ha demostrado débiles o radicalmente
fallidas. Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los
católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues
si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las
instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán
siempre sobre fundamentos frágiles.
La fe nunca ha pretendido encerrar los
contenidos socio-políticos en un esquema rígido, conciente de que la dimensión
histórica en la que el hombre vive impone verificar la presencia de situaciones
imperfectas y a menudo rápidamente mutables. Bajo este aspecto deben ser
rechazadas las posiciones políticas y los comportamientos que se inspiran en
una visión utópica, la cual, cambiando la tradición de la fe bíblica en una
especie de profetismo sin Dios, instrumentaliza el mensaje religioso,
dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o
redimensiona la tensión cristiana hacia la vida eterna.
Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la
auténtica libertad no existe sin la verdad. «Verdad y libertad, o bien van
juntas o juntas perecen miserablemente», ha escrito Juan Pablo II.[27] En una sociedad donde
no se llama la atención sobre la verdad ni se la trata de alcanzar, se debilita
toda forma de ejercicio auténtico de la libertad, abriendo el camino al
libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela del bien de la
persona y de la entera sociedad.
8. En tal sentido, es bueno recordar una
verdad que hoy la opinión pública corriente no siempre percibe o formula con
exactitud: El derecho a la libertad de conciencia, y en especial a la libertad
religiosa, proclamada por la Declaración Dignitatis
humanæ del Concilio Vaticano II, se basa en la dignidad ontológica
de la persona humana, y de ningún modo en una inexistente igualdad entre las
religiones y los sistemas culturales.[28] En esta línea, el Papa
Pablo VI ha afirmado que «el Concilio de ningún modo funda este derecho a la
libertad religiosa sobre el supuesto hecho de que todas las religiones y todas
las doctrinas, incluso erróneas, tendrían un valor más o menos igual; lo funda
en cambio sobre la dignidad de la persona humana, la cual exige no ser
sometida a contradicciones externas, que tienden a oprimir la conciencia en la
búsqueda de la verdadera religión y en la adhesión a ella».[29] La afirmación de la
libertad de conciencia y de la libertad religiosa, por lo tanto, no contradice
en nada la condena del indiferentísimo y del relativismo religioso por parte
de la doctrina católica,[30] sino que le es
plenamente coherente.
V.
Conclusión
9. Las orientaciones contenidas en la
presente Nota quieren iluminar uno de los aspectos más importantes de la unidad
de vida que caracteriza al cristiano: La coherencia entre fe y vida, entre
evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los
fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el
espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no
tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden
descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un
motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la
vocación personal de cada uno». Alégrense los fieles cristianos«de poder
ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del
esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores
religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».[31]
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la
audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha aprobado la presente Nota, decidida en
la Sesión Ordinaria
de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada. Dado en Roma, en la
sede de la Congregación
por la Doctrina
de la Fe , el 24 de
noviembre de 2002, Solemnidad de N. S Jesús Cristo, Rey del universo.
JOSEPH CARD. RATZINGER Prefecto
TARCISIO BERTONE, S.D.B. Arzobispo
emérito de Vercelli Secretario
Anexo 2. Comunicado de la Conferencia Episcopal Española tras la retirada del Proyecto del Ley Gallardón.
Nota de la CCXXXIII Comisión Permanente de
la Conferencia Episcopal Española
1.
Ante el debate abierto con motivo de la
retirada por parte del Gobierno del "Anteproyecto de Ley para la
protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada",
la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española desea de nuevo
hacer oír su voz. La vida humana es sagrada e inviolable y ha de protegerse
desde la concepción hasta su fin natural. En esa defensa ocupan un lugar
privilegiado los más débiles: aquellos que habiendo sido ya concebidos no han
nacido todavía. La ciencia prueba que desde el momento de la concepción hay un
nuevo ser humano, único e irrepetible, distinto de los padres.
2.
No se puede construir una sociedad
democrática, libre, justa y pacífica, si no se defienden y respetan los
derechos de todos los seres humanos fundamentados en su dignidad inalienable y,
especialmente, el derecho a la vida, que es el principal de todos.
3.
Proteger y defender la vida humana es tarea
de todos, principalmente de los Gobiernos. España sigue siendo, por desgracia,
una triste excepción, al llegar incluso a considerar el aborto como un
"derecho". En este sentido es especialmente grave la responsabilidad
de quienes, habiendo incluido entre sus compromisos políticos la promesa de una
ley que aminoraba algo la desprotección de la vida humana naciente que existe
en la vigente normativa del aborto, han renunciado a seguir adelante con ello
en aras de supuestos cálculos políticos. Hay bienes, como el de la vida humana,
que son innegociables.
4.
Es cierto que la existencia humana no está
libre de dificultades. La Iglesia conoce bien los sufrimientos y carencias de
muchas personas a las que se esfuerza en ayudar en todo el mundo con el
ejercicio de la caridad, que es el distintivo de los discípulos de Jesús (cfr.
Jn 13, 35), del que dan testimonio tantas personas e instituciones eclesiales.
Pero, también es verdad que, como nos advierte el Papa Francisco, aún hemos de
hacer más "para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en
situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución
a sus profundas angustias" (EG, 214). En ello están empeñadas muchas
asociaciones eclesiales y civiles, a las que queremos apoyar al tiempo que
pedimos a las Administraciones públicas un esfuerzo más generoso en políticas
eficaces de ayuda a la mujer gestante y a las familias.
5.
Por
otro lado, no es momento, por difícil que pueda parecer, para la desesperanza y
el desencanto democrático ante reveses legislativos. Al contrario, son
numerosos los voluntarios y las organizaciones de apoyo a la vida, promoción de
la mujer y de solidaridad con los más necesitados de la sociedad, quienes nos
animan a seguir adelante, extendiendo la civilización del amor y la cultura de
la vida, y a abrazar sin condición a todos, especialmente a los que más sufren,
como son los más pobres, los inmigrantes, los parados, los sin techo, los
enfermos y todos aquellos, en definitiva, que se encuentran en las periferias
sociales y existenciales. Y por supuesto, acompañar sin descanso a las madres
embarazadas para que, ante cualquier dificultad, no opten por la
"solución" de la muerte y elijan siempre el camino de la vida, que es
el de la realización más plena de la verdadera libertad y progreso humano.
Oremos para que así sea con la ayuda de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario