16 de noviembre de 2014

Más sobre mi voto

La misma entrada que hice en este blog el 2 de Noviembre, la puse en un envío que hago por mail a un grupo de amigos. Por ese vía de mail, recibí una inusitada cantidad de respuestas, la mayoría contradiciéndome. Muchas eran respuestas argumentadas que, además, aportaban información que desconocía y que me ha sido muy útil. Algunas tenían argumentos un poco ad-hominem que en algún caso rozaban –sin caer en ella– la descalificación moral. Agradezco todas las respuestas. Unas por lo que me aportan a la reflexión y otras porque me hacen preguntarme sobre mi rectitud de intención al escribir lo que escribí.

Digo esto para que nadie pueda decir cuando lea las líneas que siguen aquello de “excusatio non petita, accusatio manifesta”. Si respondo a algunas cosas es porque se me han dicho y, además, no me voy a excusar, así que la frase no viene a cuento porque esto es una no-excusatio y sí es petita. Aunque procuraré extremar mi cuidado para no caer yo también en argumentos ad-hominem, es posible que sí se me cuele el dar algunas “lecciones”, cosa que me espanta, porque nunca es mi propósito “aleccionar” a nadie. Dicho esto, vamos al grano.

Me reafirmo, con más conocimiento de causa, en que votar al PP no es un problema de conciencia para los católicos. Y creo que no lo es porque, hoy por hoy, ni en sus programas, ni en sus manifestaciones oficiales como partido hay nada que haga pensar que tiene una ideología abortista, aunque en sus filas haya personas que sí tienen esa ideología. La natural rabia, que comparto, aunque al final matizaré esto, porque no haya tenido el valor de seguir adelante con el proyecto Gallardón puede llevar a muchos a tomar la decisión de no votar  a ese partido, decisión que respeto profundamente aunque no comparta. Pero, como católico, no estoy obligado en conciencia a retirar mi voto al PP por ese motivo.

Un buen amigo me manda, y se lo agradezco, un interesantísimo texto de la Congregación para la doctrina de la fe del año 2002, siendo a la sazón prefecto de la misma el cardenal Ratzinger, que he leído con la máxima atención y que, una vez más, no creo que de él se pueda deducir que el PP es un partido abortista. Lo adjunto a esta entrada junto con mis comentarios, insertos en él, de los párrafos que podrían ser más críticos. Es el anexo 1. Recomiendo vivamente su lectura a quien de verdad quiera fundamentar más su punto de vista.

Sé que varios obispos españoles han expresado su opinión, más o menos claramente, sobre su recomendación de no votar al PP y respeto profundamente su opinión. Pero esa no es la postura adoptada por la Santa Madre Iglesia como se me ha dicho en algún mail. De hecho, a raíz de la retirada del proyecto Gallardón, la Conferencia episcopal española ha dado a la luz un documento en el que expresa su postura, que adjunto al final como Anexo 2 y cuya lectura también recomiendo vivamente. En este documento se dice que “es especialmente grave la responsabilidad de quienes, habiendo incluido entre sus compromisos políticos la promesa de una ley que aminoraba algo la desprotección de la vida humana naciente que existe en la vigente normativa del aborto, han renunciado a seguir adelante con ello en aras de supuestos cálculos políticos”. Estoy totalmente de acuerdo con esta frase, pero en ella no se dice que la conferencia episcopal española recomiende a los católicos no votar al PP. Se habla de la responsabilidad moral de quien haya tomado la decisión de retirar el proyecto Gallardón. Y, sinceramente creo que, dada la confusión que hay entre muchos católicos, la importancia del tema y la diversidad de interpretaciones que pueden darse a los hechos, si la Conferencia episcopal creyese que los católicos no debemos votar al PP, tendría la obligación, en cumplimiento de su misión profética, de decirlo alto y claro. Pero no lo hace. Y como creo que la Iglesia ha dado sobradas muestras de cumplimiento de su misión profética llamando al pan, pan, y al vino, vino, deduzco de ello que, si no lo ha dicho, es porque no lo quiere decir, sea cual sea la respetabilísima opinión de este o aquel Obispo.

Por tanto, a los que me dicen de una manera más o menos explícita en su respuesta que no soy fiel al Magisterio de la Iglesia si no retiro mi voto al PP, les respondo que no acepto lecciones en ese sentido. He sido, soy, y si Dios quiere, seré un hijo fiel de la Santa Madre Iglesia y la he aceptado siempre como mi Maestra en materias de fe y de moral. Por supuesto, si mañana hubiese un pronunciamiento explícito a este respecto, no se me ocurriría votar al PP, pero no lo hay. Además, y este es un punto en el que, según dije al principio, puedo caer el la trampa de aleccionar, les diría –no a los que no están de acuerdo conmigo, Dios me libre de decirles eso, sino los que en base a sus interpretaciones de ciertos textos de la Iglesia me dicen, sin argumentos suficientes, que no soy fiel al magisterio de la Iglesia– que ellos están siendo, como se dice en lenguaje popular, más papistas que el Papa.

Si un día la Iglesia dijese eso para el PP, lo tendría que decir, con mucho mayor motivo,  para prácticamente todos los partidos políticos con algún peso en Europa, lo que condenaría a los católicos al ostracismo político. Ya ha pasado esto en la historia y se vio que era un disparate. Por tanto, basta de argumentos de conciencia y de moral para retirar el voto al PP. Los católicos debemos seguir la máxima de san Pablo de “vince in bono malum” (Romanos 12, 21), mal traducido generalmente por vence el mal con el bien. No se trata de enfrentar el bien al mal, sino de inundarlo de bien para vencerlo. La sal del mundo que nos dijo Cristo que fuéramos, no se mantiene aislada del guiso soso, sino que le da sabor mezclándose con él. La luz que alumbra, no se mete debajo del celemín para protegerla de posibles soplos de viento, sino que se pone bien en alto para que alumbre. Si los católicos en masa retirásemos el voto al PP, estaríamos poniendo los medios para que, entonces sí, acabase siendo un partido abortista. Podemos, en cambio, si somos sal y luz, si emanamos bien y verdad por todos nuestros poros votar al PP y elevamos nuestra crítica a este respecto, influir en su tibieza. Pero tal vez sea más fácil negar una papeleta que brillar cada día, diciéndole alto y claro que, aunque tenga nuestro voto, no tiene nuestro corazón y que nos necesita. Habrá quien piense que esto es inútil. Les respeto con toda mi alma, pero mi opinión de que lo inútil es votar a partidos sin significancia política, que hoy son y mañana desaparecen es, al menos, tan respetable como la suya. La historia reciente de la política española está sembrada de partidos “flor de un día”. ¿Probamos con otro? ¿Cuántos más tendremos que probar?

Además, si miramos las cosas con una mayor amplitud de miras, por elevación, creo que veremos que lo que tenemos que hacer los católicos es facilitar que venga lo más rápido a la tierra el Reino de los Cielos. Y para eso hacen falta dos cosas. Un cierto bienestar económico y libertad de acción para la Iglesia. Ambas cosas quedarían pulverizadas si en poco más de un año gobernase en España una coalición de izquierda radical. Aunque sea una pequeña anécdota, quiero recordar que, en el pleno del Ayuntamiento de Alcalá de Henares de 28 de Septiembre de 2014, se declaró a Monseñor Reig Plá, Obispo de esa ciudad, “persona non grata” para la ciudad y que en otro del 15 de Octubre se “exigió” a la Conferencia episcopal su destitución como Obispo de Alcalá. El único partido que votó en contra de ambas propuestas fue el PP. Sirva esto como pequeño botón de muestra de lo que le esperaría a la Iglesia si una coalición de izquierda radical ganase. Aparte del erial económico en el que se convertiría España, piénsese en lo que sería de toda la educación en los centros concertados, de las universidades católicas. La educación para la ciudadanía de Zapatero sería un juego de niños frente a la que nos vendría. Todos los conciertos económicos quedarían abolidos, etc., etc., etc. Creo que si Gramsci levantase la cabeza, se alinearía inmediatamente con los que dicen que hay que retirarle el voto al PP. Y a mí no me gustaría ser compañero de viaje de Gramsci. Por eso la Iglesia, que sí tiene amplitud de miras, que es sabia, no nos dice a los católicos que retiremos el voto al PP. No volemos nosotros más bajo que ella.

He tenido varias respuestas que, dejando de lado los problemas de conciencia sobre el voto al PP, me dicen algo que me suena un poco peregrino, por no decir irresponsable. Algunos me dicen que tal vez debamos pasar por una catarsis. Puede ser. Si hay que beber ese cáliz, lo beberemos. Meteremos la cabeza entre los hombros, rezaremos y esperaremos el golpe. Pero buscar voluntariamente esa catarsis, no, por favor. Otros me dicen que de todas maneras, tarde o temprano, vamos a llegar a esa coalición de izquierda radical. Puede que sí o puede que no, pero, en cualquier caso, mejor tarde que temprano y, desde luego, no con mi ayuda. Otros más me dicen que hay que dar un voto de castigo al PP. ¿Por qué me suena a lo de “para fastidiar al capitán, no como”? Porque me parece que se están castigando a sí mismos. Por último, alguna persona va diciendo por ahí que él va a votar a Podemos precisamente para desencadenar esa catarsis. Si es una boutade, es una boutade sin gracia. Pero si es en serio, le preguntaría si en esa catarsis se ve a sí mismo en el paro o si cree que la catarsis la van a sufrir otros mientras él ve los toros desde la barrera.

Pasando de argumentos peregrinos, los hay que niegan el pan y la sal a este partido en todo lo que ha hecho en los menos de tres años que lleva gobernando. De forma instintiva, cuando alguien ataca con una vehemencia irrazonable a otro, procuro buscar cosas buenas de ese otro. Y eso me ha pasado con Rajoy y el PP. Me parece notablemente injusto que se desprecien olímpicamente los logros que en materia económica ha tenido este gobierno. Sí, ya sé, no ha cumplido tampoco la promesa electoral de no subir los impuestos. No ha reformado la administración. Pero, no sé por qué, me parece que es mucho más fácil ser Presidente del gobierno de boquilla que en la realidad. El “lo que habría que hacer” es una frase bastante fácil. Lo difícil es hacer. El día en que te sientas en la butaca de Moncloa y abres el cajón donde ha metido la porquería un antecesor llamado Zapatero, te debes llevar un susto de los que no es fácil recuperarse al ver lo que encuentras. Y soluciones que podrían parecer suficientes cuando se ven las cosas desde fuera, se vuelven insuficientes cuando ves el globo que te han dejado. Pero de eso de los logros económicos, siempre insuficientes pero tan respetados internacionalmente como despreciados en casa, ya hablé el viernes pasado. ¡Qué le vamos a hacer!, siempre hemos sido un país cainita.

Hoy quiero hablar de otro asunto, que precisamente esta semana, está en el candelero. El problema con Cataluña. Echo la vista atrás y me veo a mí mismo diciendo que este Rajoy es un blando, que lo que habría que hacer es retirar competencias a Cataluña a cambio de dinero, que bla, bla, bla. De boquilla todo se ve fácil. Pero la verdad es que creo que Rajoy lo ha hecho bien. Diría que francamente bien. Sin gesticular, sin excesos verbales para quedar bien y excitar los ánimos, sin tomar medidas que empujasen cada vez más a la ruptura definitiva e irreversible con los catalanes, ha puesto el muro de la legalidad contra el que se han estrellado Artur Más, Oriol Junqueras y la ANC. No va a haber referéndum y no ha hecho ninguna concesión irresponsable que podía haberse hacho, no ha creado un creado un problema de orden público por cerrar colegio. ¡Qué más hubieran querido los Artur Mas y compañía! Pero no ha hecho caso a los vociferantes que piden actuaciones de gestos desmesurados. Una buena concesión en materia de balanza fiscal hubiese bastado para aplazar el problema hasta un nuevo embate nacionalista para lograr una nueva frontera. Y claro esta concesión sería reclamada inmediatamente por todas las demás autonomías. Si se compara lo hecho por Rajoy con lo que se ha hecho en el Reino Unido y Escocia, la actitud de Rajoy ha sido extraordinaria. Claro, ha tenido el inmenso desgaste de la prensa que le tachaba de pusilánime, de falto de imaginación y el de Pedro Sánchez que, dispuesto a abrir en cuanto pueda la caja de Pandora, reclama no se qué engendro de federalismo como solución política imaginativa. Que Pedro Sánchez diga que Rajoy no tiene udeas es para mí un elogio para éste. Porque las ideas de Zapatero para arreglar el problema catalán han traído estos lodos. Sinceramente, no me gustaría verme enfrentado con el problema catalán que tiene muy difícil solución debido, sobre todo, a la carnaza echada en la anterior legislatura. Pero lo cierto es que Rajoy no ha echado ni un gramo más de carnaza y eso es lo que al actual líder del PSOE le parece falta de ideas.

Y, volviendo al tema de la retirada de la ley Gallardón, ahí va algo por lo que sé que voy a recibir severas críticas. Creo que Rajoy –yo lo hubiera hecho– antes de llevar el proyecto Gallardón al congreso, habrá hecho su recuento de votos. No solo de los de su partido frente a los del resto de las fuerzas políticas, que le hubiesen dado la victoria. Sino teniendo en cuenta también los diputados de su partido que, siendo minoría dentro del mismo, no respetarían la disciplina de voto y votarían en contra del proyecto, haciendo que la ley saliese derrotada. Afirmo que yo hubiera hecho ese recuento y creo que, si hubiese creído que la ley iba a salir derrotada, también la hubiese retirado. Nunca he negado que dentro del PP hay abortistas, a pesar de que, en mi opinión, el propio partido no lo es. La cuestión es, ¿lo damos por perdido? ¿Jugamos a la profecía cumplida del “ya lo decía yo” retirando todo apoyo al PP a cambio de desperdiciar el voto y dejándolo a merced de los abortistas que haya dentro? Mi respuesta es NO.

Por tanto, si la Iglesia, más sabia que yo, pensando en el bien del Reino de Dios mejor que yo, habiendo hecho, a través de la Conferencia episcopal, una declaración sobre la retirada del proyecto Gallardón, no ha dicho que el voto al PP va contra la conciencia de un católico, no seré yo quien sea más papista que el Papa y le retire mi voto.

Una última cuestión. Alguien me ha dicho que lo que escribí la semana pasada lo escribí por interés. Si se refería, que no era el caso, al interés de que España no se fuese al garete, sí, lo hice por interés. Pero si se refiere a algún otro tipo de interés, diré que nunca, ni directa ni indirectamente, me ha hecho un favor ni Rajoy ni el PP y que tampoco yo, ni directa ni indirectamente, se lo he pedido ni, también ni directa ni indirectamente, le he hecho un favor que un día me tenga que devolver. JAMÁS. Y espero que las cosas sigan así mientras viva.


Si alguien cree que me he desmelenado demasiado o que he dado más lecciones de las debidas, tiene razón, pero…


Anexo 1. Comunicado de la Congregación para la Doctrina de la Fe

                        CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política

        La Congregación para la Doctrina de la Fe, oído el parecer del Pontificio Consejo para los Laicos, ha estimado oportuno publicar la presente Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. La Nota se dirige a los Obispos de la Iglesia Católica y, de especial modo, a los políticos católicos y a todos los fieles laicos llamados a la participación en la vida pública y política en las sociedades democráticas.
 
        I. Una enseñanza constante 

        1. El compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política: Los cristianos, afirmaba un escritor eclesiástico de los primeros siglos, «cumplen todos sus deberes de ciudadanos».[1] La Iglesia venera entre sus Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»[2]. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones»que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que«el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral»[3]
Las actuales sociedades democráticas, en las que loablemente[4] todos son hechos partícipes de la gestión de la cosa pública en un clima de verdadera libertad, exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común.[5] La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa, responsable y generosa participación de todos, «si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas yresponsabilidades»[6].  
Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana»,[7] en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía,[8] y cooperando con los demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad.[9] Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la "política"; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»,[10] que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc. 
La presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia, resumida por otra parte, en sus líneas esenciales, en el Catecismo de la Iglesia Católica, sino solamente recordar algunos principios propios de la conciencia cristiana, que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades democráticas.[11] Y ello porque, en estos últimos tiempos, a menudo por la urgencia de los acontecimientos, han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones discutibles, que hacen oportuna la clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión.

        II. Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y político   

        2. La sociedad civil se encuentra hoy dentro de un complejo proceso cultural que marca el fin de una época y la incertidumbre por la nueva que emerge al horizonte. Las grandes conquistas de las que somos espectadores nos impulsan a comprobar el camino positivo que la humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida más humanas. La mayor responsabilidad hacia Países en vías de desarrollo es ciertamente una señal de gran relieve, que muestra la creciente sensibilidad por el bien común. Junto a ello, no es posible callar, por otra parte, sobre los graves peligros hacia los que algunas tendencias culturales tratan de orientar las legislaciones y, por consiguiente, los comportamientos de las futuras generaciones. 

        Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la democracia [12]. Ocurre así que, por una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias, [13] como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al mismo tiempo, invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte de los ciudadanos - incluidos los católicos - que renuncien a contribuir a la vida social y política de sus propios Países, según la concepción de la persona y del bien común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos los miembros de la comunidad política. La historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de la parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral, arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado. 

        3. Esta concepción relativista del pluralismo no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos católicos de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que, según el propio criterio, se conforma mejor a las exigencias del bien común. La libertad política no está ni puede estar basada en la idea relativista según la cual todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor, sino sobre el hecho de que las actividades políticas apuntan caso por caso hacia la realización extremadamente concreta del verdadero bien humano y social en un contexto histórico, geográfico, económico, tecnológico y cultural bien determinado. La pluralidad de las orientaciones y soluciones, que deben ser en todo caso moralmente aceptables, surge precisamente de la concreción de los hechos particulares y de la diversidad de las circunstancias. No es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas - y menos todavía soluciones únicas - para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral.[14] Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»,[15] también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son "negociables". 

        En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos, explican el hecho de que generalmente pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para ejercitar - particularmente por la representación parlamentaria - su derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País.[16] Esta obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales a los cuales se hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales. 

        La Iglesia es consciente de que la vía de la democracia, aunque sin duda expresa mejor la participación directa de los ciudadanos en las opciones políticas, sólo se hace posible en la medida en que se funda sobre una recta concepción de la persona.[17] Se trata de un principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia interior de los mismos fieles. La estructura democrática sobre la cual un Estado moderno pretende construirse sería sumamente frágil si no pusiera como fundamento propio la centralidad de la persona. El respeto de la persona es, por lo demás, lo que hace posible la participación democrática. Como enseña el Concilio Vaticano II, la tutela «de los derechos de la persona es condición necesaria para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa pública»[18].  

        4. A partir de aquí se extiende la compleja red de problemáticas actuales, que no pueden compararse con las temáticas tratadas en siglos pasados. La conquista científica, en efecto, ha permitido alcanzar objetivos que sacuden la conciencia e imponen la necesidad de encontrar soluciones capaces de respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos. Se asiste, en cambio, a tentativos legislativos que, sin preocuparse de las consecuencias que se derivan para la existencia y el futuro de los pueblos en la formación de la cultura y los comportamientos sociales, se proponen destruir el principio de la intangibilidad de la vida humana. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto quien vote a favor del PP, ni participa en campañas de opinión a favor del aborto ni apoya iniciativas abortistas con su voto. Respecto a la precisa opinión de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana. Véase lo que dice Juan Pablo II inmediatamente (Cursiva mía).[19] Esto no impide, como enseña Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium vitae a propósito del caso en que no fuera posible evitar o abrogar completamente una ley abortista en vigor o que está por ser sometida a votación, que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública».[20] De acuerdo con este texto, un parlamentario que es clara y contundentemente antiabortista puede votar a favor de una ley que limite los daños del aborto. Me hubiese encantado que todos los diputados del PP lo hubieran hecho así con el proyecto Gallardón. Si no lo ha hecho será responsabilidad moral de quien sea, por omisión. Pero no es trasmisible esa responsabilidad al ciudadano que, siendo claramente antiabortista, vota a un partido que no se ha atrevido a hacer algo que debería haber hecho (Cursiva mía).

        En tal contexto, hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. El PP no tiene un programa político abortista ni ha propuesto una ley abortista. Ha tenido la cobardía de no reformar restrictivamente la ley Aído. Pero eso no le convierte en un partido abortista, sino cobarde (Cursiva mía). Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. Ni tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada. 

        Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Las palabras derogación, excepción o compromiso, se refieren a buscar derogaciones, excepciones o compromisos con los principios morales. Es decir, no se puede admitir el principio moral de que el derecho a la vida existe en unos casos sí y en otros no. Promover una ley que aumente las situaciones de aborto es inaceptable. Promover una que las disminuya es aceptable, como se ha visto en la cita anterior de Juan Pablo II. Lástima que a eso no se haya atrevido el PP. Pero, otra vez, dejarlo como está por cobardía no es ser abortista, es ser cobarde. El PP como tal, no afirma expresa e ideológicamente que haya casos en los que el aborto sí es éticamente aceptable. Eso sí sería ser un partido que acepta derogaciones, excepciones o compromisos con los principios (Cursiva mía). Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio».[21] Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»;[22] exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política.




        III. Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo 

        5. Ante estas problemáticas, si bien es lícito pensar en la utilización de una pluralidad de metodologías que reflejen sensibilidades y culturas diferentes, ningún fiel puede, sin embargo, apelar al principio del pluralismo y autonomía de los laicos en política, para favorecer soluciones que comprometan o menoscaben la salvaguardia de las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. Casi repito argumentos pero el PP no ha dicho que por motivos de pluralismo político se deba considerar el aborto como lícito, ni ha dejado de retirar la ley Aído porque le parezca lícita. Lo ha hecho por cobardía, no por convencimiento. Y yo, como cristiano, votando al PP no favorezco soluciones que disminuyan la salvaguardia de la vida humana. Lo haría si el PP propusiese una mayor liberalización del aborto, no si no se atreve a recortar las que hay (Cursiva mía). No se trata en sí de "valores confesionales", pues tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural. Éstas no exigen de suyo en quien las defiende una profesión de fe cristiana, si bien la doctrina de la Iglesia las confirma y tutela siempre y en todas partes, como servicio desinteresado a la verdad sobre el hombre y el bien común de la sociedad civil. Por lo demás, no se puede negar que la política debe hacer también referencia a principios dotados de valor absoluto, precisamente porque están al servicio de la dignidad de la persona y del verdadero progreso humano.

        6. La frecuentemente referencia a la "laicidad", que debería guiar el compromiso de los católicos, requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la "confesionalidad" o la intolerancia religiosa. Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica - nunca de la esfera moral -, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado.[23] Juan Pablo II ha puesto varias veces en guardia contra los peligros derivados de cualquier tipo de confusión entre la esfera religiosa y la esfera política. «Son particularmente delicadas las situaciones en las que una norma específicamente religiosa se convierte o tiende a convertirse en ley del Estado, sin que se tenga en debida cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad política. Identificar la ley religiosa con la civil puede, de hecho, sofocar la libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos inalienables».[24] Todos los fieles son bien conscientes de que los actos específicamente religiosos (profesión de fe, cumplimiento de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.) quedan fuera de la competencia del Estado, el cual no debe entrometerse ni para exigirlos o para impedirlos, salvo por razones de orden público. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos. 

        Una cuestión completamente diferente es el derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de buscar sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás derechos de la persona. El hecho de que algunas de estas verdades también sean enseñadas por la Iglesia, no disminuye la legitimidad civil y la "laicidad" del compromiso de quienes se identifican con ellas, independientemente del papel que la búsqueda racional y la confirmación procedente de la fe hayan desarrollado en la adquisición de tales convicciones. En efecto, la "laicidad" indica en primer lugar la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas al mismo tiempo por una religión específica, pues la verdad es una. Sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia. 
        Con su intervención en este ámbito, el Magisterio de la Iglesia no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio -en cumplimiento de su deber- instruir e iluminar la conciencia de los fieles, sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común. La enseñanza social de la Iglesia no es una intromisión en el gobierno de los diferentes Países. Plantea ciertamente, en la conciencia única y unitaria de los fieles laicos, un deber moral de coherencia. «En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida "espiritual", con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida "secular", esto es, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento, arraigado en la vid que es Cristo, da fruto en cada sector de la acción y de la existencia. En efecto, todos los campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el "lugar histórico" de la manifestación y realización de la caridad de Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los hermanos. Toda actividad, situación, esfuerzo concreto -como por ejemplo la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la educación de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el ámbito de la cultura- constituye una ocasión providencial para un "continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad"».[25] Vivir y actuar políticamente en conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones extrañas al compromiso político o en una forma de confesionalidad, sino expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de la política, se instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana. 

        En las sociedades democráticas todas las propuestas son discutidas y examinadas libremente. Aquellos que, en nombre del respeto de la conciencia individual, pretendieran ver en el deber moral de los cristianos de ser coherentes con la propia conciencia un motivo para descalificarlos políticamente, negándoles la legitimidad de actuar en política de acuerdo con las propias convicciones acerca del bien común, incurrirían en una forma de laicismo intolerante. En esta perspectiva, en efecto, se quiere negar no sólo la relevancia política y cultural de la fe cristiana, sino hasta la misma posibilidad de una ética natural. Si así fuera, se abriría el camino a una anarquía moral, que no podría identificarse nunca con forma alguna de legítimo pluralismo. El abuso del más fuerte sobre el débil sería la consecuencia obvia de esta actitud. La marginalización del Cristianismo, por otra parte, no favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y culturales de la civilización.[26] 

        IV. Consideraciones sobre aspectos particulares  

        7. En circunstancias recientes ha ocurrido que, incluso en el seno de algunas asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones de apoyo a fuerzas y movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tales opciones y posiciones, siendo contradictorios con los principios básicos de la conciencia cristiana, son incompatibles con la pertenencia a asociaciones u organizaciones que se definen católicas. Este párrafo no se refiere a partidos, sino a orientaciones, dentro de asociaciones católicas que apoyan a partidos políticos abortistas. Hay católicos, dentro de asociaciones católicas, que apoyan a partidos ideológicamente abortistas. Los que apoyan estas orientaciones, según esta frase, no deberían pertenecer a asociaciones católicas (Cursiva mía). Análogamente, hay que hacer notar que en ciertos países algunas revistas y periódicos católicos, en ocasión de toma de decisiones políticas, han orientado a los lectores de manera ambigua e incoherente, induciendo a error acerca del sentido de la autonomía de los católicos en política y sin tener en consideración los principios a los que se ha hecho referencia.  

        La fe en Jesucristo, que se ha definido a sí mismo «camino, verdad y vida» (Jn 14,6), exige a los cristianos el esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura que, inspirada en el Evangelio, reproponga el patrimonio de valores y contenidos de la Tradición católica. La necesidad de presentar en términos culturales modernos el fruto de la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con urgencia impostergable, para evitar además, entre otras cosas, una diáspora cultural de los católicos. Por otra parte, el espesor cultural alcanzado y la madura experiencia de compromiso político que los católicos han sabido desarrollar en distintos países, especialmente en los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, no deben provocar complejo alguno de inferioridad frente a otras propuestas que la historia reciente ha demostrado débiles o radicalmente fallidas. Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán siempre sobre fundamentos frágiles. 

        La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido, conciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive impone verificar la presencia de situaciones imperfectas y a menudo rápidamente mutables. Bajo este aspecto deben ser rechazadas las posiciones políticas y los comportamientos que se inspiran en una visión utópica, la cual, cambiando la tradición de la fe bíblica en una especie de profetismo sin Dios, instrumentaliza el mensaje religioso, dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o redimensiona la tensión cristiana hacia la vida eterna. 

        Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la auténtica libertad no existe sin la verdad. «Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente», ha escrito Juan Pablo II.[27] En una sociedad donde no se llama la atención sobre la verdad ni se la trata de alcanzar, se debilita toda forma de ejercicio auténtico de la libertad, abriendo el camino al libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela del bien de la persona y de la entera sociedad. 

        8. En tal sentido, es bueno recordar una verdad que hoy la opinión pública corriente no siempre percibe o formula con exactitud: El derecho a la libertad de conciencia, y en especial a la libertad religiosa, proclamada por la Declaración Dignitatis humanæ del Concilio Vaticano II, se basa en la dignidad ontológica de la persona humana, y de ningún modo en una inexistente igualdad entre las religiones y los sistemas culturales.[28] En esta línea, el Papa Pablo VI ha afirmado que «el Concilio de ningún modo funda este derecho a la libertad religiosa sobre el supuesto hecho de que todas las religiones y todas las doctrinas, incluso erróneas, tendrían un valor más o menos igual; lo funda en cambio sobre la dignidad de la persona humana, la cual exige no ser sometida a contradicciones externas, que tienden a oprimir la conciencia en la búsqueda de la verdadera religión y en la adhesión a ella».[29] La afirmación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, por lo tanto, no contradice en nada la condena del indiferentísimo y del relativismo religioso por parte de la doctrina católica,[30] sino que le es plenamente coherente.


        V. Conclusión 

        9. Las orientaciones contenidas en la presente Nota quieren iluminar uno de los aspectos más importantes de la unidad de vida que caracteriza al cristiano: La coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno». Alégrense los fieles cristianos«de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».[31]   

        El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada. Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002, Solemnidad de N. S Jesús Cristo, Rey del universo. 
                              
        JOSEPH CARD. RATZINGER Prefecto 

        TARCISIO BERTONE, S.D.B. Arzobispo emérito de Vercelli Secretario



Anexo 2. Comunicado de la Conferencia Episcopal Española tras la retirada del Proyecto del Ley Gallardón.

Nota de la CCXXXIII Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española

1.
 Ante el debate abierto con motivo de la retirada por parte del Gobierno del "Anteproyecto de Ley para la protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada", la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española desea de nuevo hacer oír su voz. La vida humana es sagrada e inviolable y ha de protegerse desde la concepción hasta su fin natural. En esa defensa ocupan un lugar privilegiado los más débiles: aquellos que habiendo sido ya concebidos no han nacido todavía. La ciencia prueba que desde el momento de la concepción hay un nuevo ser humano, único e irrepetible, distinto de los padres.
 
2.
No se puede construir una sociedad democrática, libre, justa y pacífica, si no se defienden y respetan los derechos de todos los seres humanos fundamentados en su dignidad inalienable y, especialmente, el derecho a la vida, que es el principal de todos.
 
3.
Proteger y defender la vida humana es tarea de todos, principalmente de los Gobiernos. España sigue siendo, por desgracia, una triste excepción, al llegar incluso a considerar el aborto como un "derecho". En este sentido es especialmente grave la responsabilidad de quienes, habiendo incluido entre sus compromisos políticos la promesa de una ley que aminoraba algo la desprotección de la vida humana naciente que existe en la vigente normativa del aborto, han renunciado a seguir adelante con ello en aras de supuestos cálculos políticos. Hay bienes, como el de la vida humana, que son innegociables.
 
4.
Es cierto que la existencia humana no está libre de dificultades. La Iglesia conoce bien los sufrimientos y carencias de muchas personas a las que se esfuerza en ayudar en todo el mundo con el ejercicio de la caridad, que es el distintivo de los discípulos de Jesús (cfr. Jn 13, 35), del que dan testimonio tantas personas e instituciones eclesiales. Pero, también es verdad que, como nos advierte el Papa Francisco, aún hemos de hacer más "para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias" (EG, 214). En ello están empeñadas muchas asociaciones eclesiales y civiles, a las que queremos apoyar al tiempo que pedimos a las Administraciones públicas un esfuerzo más generoso en políticas eficaces de ayuda a la mujer gestante y a las familias.
 
5.
 Por otro lado, no es momento, por difícil que pueda parecer, para la desesperanza y el desencanto democrático ante reveses legislativos. Al contrario, son numerosos los voluntarios y las organizaciones de apoyo a la vida, promoción de la mujer y de solidaridad con los más necesitados de la sociedad, quienes nos animan a seguir adelante, extendiendo la civilización del amor y la cultura de la vida, y a abrazar sin condición a todos, especialmente a los que más sufren, como son los más pobres, los inmigrantes, los parados, los sin techo, los enfermos y todos aquellos, en definitiva, que se encuentran en las periferias sociales y existenciales. Y por supuesto, acompañar sin descanso a las madres embarazadas para que, ante cualquier dificultad, no opten por la "solución" de la muerte y elijan siempre el camino de la vida, que es el de la realización más plena de la verdadera libertad y progreso humano. Oremos para que así sea con la ayuda de Dios.

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