14 de diciembre de 2014

Extractos y comentarios de los discursos del Papa en el Consejo de Europa, el Parlamento europeo y la FAO

Extracto del discurso al  Consejo de Europa[1]

            Estrasburgo, 25 de noviembre de 2014

[…]

La intención de sus Padres fundadores[2], el Consejo de Europa […] respondía a una tendencia ideal hacia la unidad, que ha animado en varias fases la vida del Continente desde la antigüedad. Sin embargo, a lo largo de los siglos, han prevalecido muchas veces las tendencias particularistas, marcadas por reiterados propósitos hegemónicos. Baste decir que, diez años antes de aquel 5 de mayo de 1949, […] que estableció el Consejo de Europa, comenzaba el conflicto más sangriento y cruel que recuerdan estas tierras, cuyas divisiones han continuado durante muchos años después, cuando el llamado Telón de Acero dividió en dos el Continente, desde el mar Báltico hasta el Golfo de Trieste. El proyecto de los Padres fundadores era reconstruir Europa con un espíritu de servicio mutuo, que aún hoy, en un mundo más proclive a reivindicar que a servir, debe ser la llave maestra de la misión del Consejo de Europa, en favor de la paz, la libertad y la dignidad humana.
           
[…] los Padres fundadores, que entendieron cómo la paz era un bien que se debe conquistar continuamente, y que exige una vigilancia absoluta. […]
           
[…]… construir la paz requiere privilegiar las acciones que generan nuevo dinamismo en la sociedad e involucran a otras personas y otros grupos que los desarrollen, hasta que den fruto en acontecimientos históricos importantes.

[…] Algunos años más tarde, el beato Pablo VI recordó que «las mismas instituciones […] alcanzan su providencial finalidad cuando están continuamente en acción, cuando en todo momento saben engendrar la paz, hacer la paz […] no basta reprimir las guerras, suspender las luchas (...); no basta una paz impuesta, una paz utilitaria y provisoria; hay que tender a una paz amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de los ánimos». Es decir, continuar los procesos sin ansiedad, pero ciertamente con convicciones claras y con tesón.

Para lograr el bien de la paz es necesario ante todo educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente. Es cierto que el conflicto no puede ser ignorado o encubierto, debe ser asumido. Pero si nos quedamos atascados en él, perdemos perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma sigue estando fragmentada. Cuando nos paramos en la situación conflictual perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad, detenemos la historia y caemos en desgastes internos y en contradicciones estériles.

[…]

Pero la paz sufre también por otras formas de conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas inocentes. […] El Consejo de Europa, a través de sus Comités y Grupos de Expertos, juega un papel importante y significativo en la lucha contra estas formas de inhumanidad.

Con todo, la paz no es solamente ausencia de guerra, de conflictos y tensiones. En la visión cristiana, es al mismo tiempo un don de Dios y fruto de la acción libre y racional del hombre, que intenta buscar el bien común en la verdad y el amor.

[…].

Entonces, ¿cómo lograr el objetivo ambicioso de la paz? El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. […] Ésta es una de las grandes aportaciones que Europa ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo entero.

Así pues, en esta sede siento el deber de señalar la importancia de la contribución y la responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad. Quisiera hacerlo a partir de una imagen tomada de un poeta italiano del siglo XX, Clemente Rebora, que, en uno de sus poemas, describe un álamo, con sus ramas tendidas al cielo y movidas por el viento, su tronco sólido y firme, y sus raíces profundamente ancladas en la tierra. En cierto sentido, podemos pensar en Europa a la luz de esta imagen[3].

A lo largo de su historia, siempre ha tendido hacia lo alto, hacia nuevas y ambiciosas metas, impulsada por un deseo insaciable de conocimientos, desarrollo, progreso, paz y unidad. Pero el crecimiento del pensamiento, la cultura, los descubrimientos científicos son posibles por la solidez del tronco y la profundidad de las raíces que lo alimentan. Si pierde las raíces, el tronco se vacía lentamente y muere, y las ramas – antes exuberantes y rectas – se pliegan hacia la tierra y caen. Aquí está tal vez una de las paradojas más incomprensibles para una mentalidad científica aislada: para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía.

Por otro lado –observa Rebora– «el tronco se ahonda donde hay más verdad». Las raíces se nutren de la verdad, que es el alimento, la linfa vital de toda sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Además, la verdad hace un llamamiento a la conciencia, que es irreductible a los condicionamientos, y por tanto capaz de conocer su propia dignidad y estar abierta a lo absoluto, convirtiéndose en fuente de opciones fundamentales guiadas por la búsqueda del bien para los demás y para sí mismo, y la sede de una libertad responsable.
           
También hay que tener en cuenta que, sin esta búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos, abriendo el camino a una afirmación subjetiva de los derechos, por lo que el concepto de derecho humano, que tiene en sí mismo un valor universal, queda sustituido por la idea del derecho individualista. Esto lleva al sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo, fruto de una concepción del hombre incapaz de acoger la verdad y vivir una auténtica dimensión social.

[…] Así, hoy tenemos ante nuestros ojos la imagen de una Europa herida, por las muchas pruebas del pasado, pero también por la crisis del presente, que ya no parece ser capaz de hacerle frente con la vitalidad y la energía del pasado. Una Europa un poco cansada y pesimista, que se siente asediada por las novedades de otros continentes.

Podemos preguntar a Europa: ¿Dónde está tu vigor? ¿Dónde está esa tensión ideal que ha animado y hecho grande tu historia? ¿Dónde está tu espíritu de emprendedor curioso? ¿Dónde está tu sed de verdad, que hasta ahora has comunicado al mundo con pasión?

De la respuesta a estas preguntas dependerá el futuro del Continente. Por otro lado –volviendo a la imagen de Rebora– un tronco sin raíces puede seguir teniendo una apariencia vital, pero por dentro se vacía y muere. Europa debe reflexionar sobre si su inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, político, económico y religioso es un simple retazo del pasado para museo, o si todavía es capaz de inspirar la cultura y abrir sus tesoros a toda la humanidad. En la respuesta a este interrogante, el Consejo de Europa y sus instituciones tienen un papel de primera importancia.

[…] Mi esperanza es que dicha conciencia madure cada vez más, no por un mero consenso entre las partes, sino como resultado de la tensión hacia esas raíces profundas, que es el pilar sobre los que los Padres fundadores de la Europa contemporánea decidieron edificar.

Junto a las raíces –que se deben buscar, encontrar y mantener vivas con el ejercicio cotidiano de la memoria, pues constituyen el patrimonio genético de Europa–, están los desafíos actuales del Continente, que nos obligan a una creatividad continua, para que estas raíces sean fructíferas hoy, y se proyecten hacia utopías del futuro. Permítanme mencionar sólo dos: el reto de la multipolaridad y el desafío de la transversalidad.

Me permito resumir con mis propias palabras los conceptos de multipolaridad y transversalidad. El Papa opone la multipolaridad al concepto de hegemonías y homogeneidad. Lo ilustra contraponiendo la imagen de una esfera y un poliedro. La esfera, uniforme y sin relieve, equidistante de un centro hegemónico sería un empobrecimiento. En cambio, un poliedro, con sus facetas diferenciadas, cada una con su forma, pero integradas en un todo, sería imagen de la multipolaridad enriquecedora. Este respeto a las peculiaridades de cada minoría, forma parte de la esencia fundacional del Consejo de Europa. Dice el Papa:  Globalizar de modo original la multipolaridad comporta el reto de una armonía constructiva, libre de hegemonías que, aunque pragmáticamente parecen facilitar el camino, terminan por destruir la originalidad cultural y religiosa de los pueblos.

La transversalidad se refiere a que dentro de la Europa que forma parte del Consejo, hay muchas corrientes culturales, étnicas y religiosas que exceden a cada país individual. Dice: Asumir este camino de la comunicación transversal no sólo comporta empatía intergeneracional, sino metodología histórica de crecimiento. […] La historia pide hoy la capacidad de salir de las estructuras que «contienen» la propia identidad, con el fin de hacerla más fuerte y más fructífera en la confrontación fraterna de la transversalidad. Una Europa que dialogue únicamente dentro de los grupos cerrados de pertenencia se queda a mitad de camino; se necesita el espíritu juvenil que acepte el reto de la transversalidad.

[…] Es una oportunidad provechosa para el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor entre las personas y grupos de diverso origen, tradición étnica, lingüística y religiosa, en un espíritu de comprensión y respeto mutuo.

El Papa pide, dentro de esa transversalidad, combinar con sabiduría la identidad europea que se ha formado a lo largo de los siglos con las solicitudes que llegan de otros pueblos que ahora se asoman al Continente. Y concluye:

En esta lógica se incluye la aportación que el cristianismo puede ofrecer hoy al desarrollo cultural y social europeo en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad. En la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer. Toda la sociedad europea se beneficiará de una reavivada relación entre los dos ámbitos, tanto para hacer frente a un fundamentalismo religioso, que es sobre todo enemigo de Dios, como para evitar una razón «reducida», que no honra al hombre.

Estoy convencido de que […] que puede haber un enriquecimiento mutuo, en el que la Iglesia Católica […] puede colaborar con el Consejo de Europa y ofrecer una contribución fundamental. En primer lugar, a la luz de lo que acabo de decir, en el ámbito de una reflexión ética sobre los derechos humanos, sobre los que esta Organización está frecuentemente llamada a reflexionar. Pienso particularmente en las cuestiones relacionadas con la protección de la vida humana, cuestiones delicadas que han de ser sometidas a un examen cuidadoso, que tenga en cuenta la verdad de todo el ser humano […].

[…]

Espero ardientemente que se instaure una nueva colaboración social y económica, libre de condicionamientos ideológicos, que sepa afrontar el mundo globalizado, manteniendo vivo el sentido de la solidaridad y de la caridad mutua, que tanto ha caracterizado el rostro de Europa, gracias a la generosa labor de cientos de hombres y mujeres –algunos de los cuales la Iglesia Católica considera santos– que, a lo largo de los siglos, se han esforzado por desarrollar el Continente, tanto mediante la actividad empresarial como con obras educativas, asistenciales y de promoción humana. Estas últimas, sobre todo, son un punto de referencia importante para tantos pobres que viven en Europa. ¡Cuántos hay por nuestras calles! No sólo piden pan para el sustento, que es el más básico de los derechos, sino también redescubrir el valor de la propia vida, que la pobreza tiende a hacer olvidar, y recuperar la dignidad que el trabajo confiere.

El beato Pablo VI calificó a la Iglesia como «experta en humanidad». En el mundo, a imitación de Cristo, y no obstante los pecados de sus hijos, ella no busca más que servir y dar testimonio de la verdad. […]

Con esta disposición, la Santa Sede tiene la intención de continuar su colaboración con el Consejo de Europa […] para que se instaure una especie de «nueva ágora» […], animada exclusivamente por el deseo de verdad y de edificar el bien común. […] y esto, además de ser una práctica del bien, es belleza. Mi esperanza es que Europa, redescubriendo su patrimonio histórico y la profundidad de sus raíces, asumiendo su acentuada multipolaridad y el fenómeno de la transversalidad dialogante, reencuentre esa juventud de espíritu que la ha hecho fecunda y grande. Gracias.


Extracto del discurso del Santo Padre Francisco al Parlamento Europeo
           
Estrasburgo, 25 de noviembre de 2014

[…]

[…] No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».

[…] parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida.

Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento. […] Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.

[…] En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.

Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente».

La «dignidad» es la palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. […] La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, […] la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino […] en un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al concepto de «persona»[4].

Hoy, […] persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.

Coincido con el Papa en que la sociedad occidental actual ve a los niños como una enfermedad ante la que se puede reaccionar con cualquier medio, aborto incluido. Pero, en cambio, nunca en la historia ha habido una sociedad en la que se proteja más a los débiles (fetos exceptuados) o a los ancianos. Ciertamente, se dan casos de ancianos y personas con minusvalías abandonados, pero de ninguna manera comparable con lo que ocurre en otras partes del mundo o en otras épocas de la historia en la misma Europa. Cuando oigo la expresión acuñado para referirse a Occidente y, particularmente, a su sistema económico, de la cultura del descarte, pienso que es una expresión carente de perspectiva histórica y geográfica.

Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad? Me pregunto: ¿Es en Europa donde se dan estas situaciones? Cierto que la crisis ha hecho que el paro alcance niveles muy altos, pero eso no nace de ninguna discriminación deseada sino de un desajuste económico con causas muy complejas que no es este el lugar de analizar.

Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos. ¿Se priva arbitrariamente a alguien en Europa arbitrariamente de derechos inalienables por motivos económicos? El Estado del Bienestar, creo que sobredimensionado en Europa pero posible, hasta donde lo sea, gracias al sistema económico capitalista, hace la afirmación anterior irreal. Seguramente este sería uno de los párrafos que hizo las delicias de Pablo Iglesias y que le hizo lanzar twits de apoyo al Papa.

Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales […]. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma. Cierto. En Europa hay una ciudadanía que de forma creciente quiere derechos sin los correspondientes deberes y obligaciones.

[…] En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.

Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelar a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado; significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor. De los ancianos abandonados ya he hablado antes. Ciertamente la ausencia de Dios en la sociedad occidental y, en especial, en la europea ha creado una carencia de sentido muy preocupante. Es cierto que hay mendigos, pero también lo es que nunca, en la historia de la humanidad ha habido menos que ahora en Europa y que también nunca ha habido tantas organizaciones y medios, públicos y privados, para ayudarles. En cuanto a los inmigrantes, el hecho de que vengan en busca de un futuro mejor ya es de por sí significativo. Eso quiere decir que en sus países la situación es peor (y las causas no provienen de occidente sino, casi siempre de la corrupción de sus propios dirigentes). Si en Europa no pueden encontrar el paraíso que esperaban es algo que difícilmente puede evitarse.

[…] Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo e incluso dañinas.

Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones. Cierto, por la pérdida de sentido de la vida que nace de la negación de Dios.

[…] El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que –lamentablemente lo percibimos a menudo–, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer. De acuerdo únicamente en el último caso. No comento lo de los ancianos y enfermos por no repetirme.

[…] Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.

Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?

Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas. Aquí aplaudiría.

El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende. Aplaudiría más.

Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona. Me dolerían las manos de aplaudir. No creo que esto haya provocado los twits de Pablo Iglesias.

Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica […] para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia». Me duelen hasta los hombros de aplaudir.

A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.

El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. […]

Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. […]

[…] se les plantea como Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma... y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.

Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real –fuerza política expresiva de los pueblos– sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece. Por supuesto, coincido con la defensa de las democracias, pero no puedo dejar de decir (y lo digo con respeto y dolor) que el lenguaje gramsciano del imperialismo multinacional me parece desfasado y demagógico. No puedo dejar de citar a Paul Johnson, historiador y periodista inglés y católico a machamartillo: “En la asamblea General de Naciones Unidas de abril-mayo de 1974, la multinacional fue el blanco de oprobio global, casi en el mismo plano que Sudáfrica o Israel. Como la mayoría de las modas intelectuales, la idea estaba mal concebida y ya podía considerársela anticuada. Las multinacionales eran, sencillamente, empresas que actuaban en muchos países. Databan de la época de 1900, cuando Gillette, Kodak  y otras firmas se instalaron en Europa […] Representaban, de lejos, el método más eficiente de acuerdo con los costes para exportar capital, tecnología y habilidades de los países más ricos a los más pobres. […] La explosión de las multinacionales fue en realidad un fenómeno de los años 50 y principios de los 60 y estaba próximo a culminar cuando Servan-Schreiber escribió su obra[5].  […] Pero la visió apocalíptica de Servan-Schreiber parecía absurda a mediados de la década de los 70 cuando las firmas alemanas y japonesas estaban expandiéndose en el exterior mucho más velozmente que sus competidoras americanas. […] Todas las pruebas disponibles demuestran que durante los años 70, el poder económico internacional estaba distribuyéndose más ampliamente[6] (de hecho, hoy, en 2014, podrían citarse varias empresas españolas entre las multinacionales más importantes y puedo atestiguar que, en lo que yo conozco, respetan escrupulosamente las legislaciones de los países en los que operan y que son fuente de progreso y riqueza para los mismos). El otro día vi, por casualidad, un programa de “Madrileños por el mundo” en Birmania (que ahora se llama de otra manera: Myanmar). Había dos madrileños. El primero era abogado de un importante bufete de abogados internacional. Decía que gracias a que los militarse en el poder habían abierto la mano a la inversión extranjera, la economía del país, estancada durante decenios, estaba empezando a reactivarse. El segundo era el el jefe de cocina de una empresa multinacional hotelera que estaba construyendo un hotel en la antigua capital, Rangún. Daba empleo a cientos de trabajadores locales y se iban a contratar cien personas sólo para la cocina. Por supuesto, seguramente, este párrafo del discurso sobre las multinacionales fue uno de lo que originó entusiastas twits por parte de Pablo Iglesias y del inefable Íñigo Errejón, estudioso y fiel seguidor de las técnicas propagandísticas gramscianas.

[…] El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles. Nuevamente digo que en la medida en que esto ocurre, es por esa pérdida del sentido de la vida que se deriva de la negación de Dios.

Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. […].

[…] No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. Este es un tema en el que estoy totalmente de acuerdo con el Papa. La cuestión es cómo hacerlo. Naturalmente podemos y debemos ser más austeros, no sólo en el ámbito de los alimentos sino en otros muchos más recursos y, en cambio, compartir más con los más necesitados. Otra vez, nunca en la historia ha habido más solidaridad en este terreno. Son multitud las ONG’s financiadas con dinero de los ciudadanos de occidente que se vuelcan en hacer llegar alimentos, tanto dentro como fuera de sus fronteras, a los más necesitados. Pero lo que no es tan fácil es hacer que, digamos, tomates que sobran en España sean llevados a la República Centroafricana. Y ello por muy diversos motivos que no voy a enumerar aquí pero que nada tienen que ver con la “perversa dinámica de los mercados” como a veces se dice.

El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos. Seguro que estaría repitiéndome si dijera que es en el Occidente capitalista y en el siglo XXI donde más y más digno trabajo hay y donde menor es la explotación de las personas.

Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. Europa, y España en especial, salva cada día muchas vidas de los seres humanos que, empujados por la injusticia y la corrupción de sus países, se lanzan a la desesperada a intentar alcanzar la tierra de promisión de Europa y norteamérica. La responsabilidad de que el Mediterráneo sea un cementerio hay que buscarla en la corrupción de los países de origen, que impide una mínima seguridad jurídica que atraiga inversiones extranjeras que impulsen al país por la senda del progreso. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea (cierto, decir que el problema es sólo de España e Italia como países que, por su proximidad geográfica, son lugar de arribada de las pateras, es no querer ver el problema. Esto es algo por lo que el Gobierno de España está luchando en las instituciones Europeas) corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes Lo que no puede hacer Europa, ni Occidente en general, es abrirse totalmente a la inmigración, sencillamente, porque esto sería su quiebra y, por tanto, la muerte de la esperanza de creación de riqueza en los países de origen; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos –causa principal de este fenómeno–, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Cierto. Pero lo de que los países ricos alimentan esos conflictos es también algo que no resiste el análisis. El escenario que le gustaría a Occidente es el de países con seguridad jurídica y estabilidad política donde poder invertir y, así, ser un punto de apoyo al desarrollo de esos países. Ciertamente hay grupos minoritarios que fomentan esos conflictos, pero son mucho más la excepción que la regla. El mercado negro de armas para esos conflictos se nutre de estados soberanos corruptos, asolados por la pobreza y gobernados por los que con ese comercio negro amasan enormes fortunas, no por empresas occidentales, ni siquiera por los fabricantes de armas. Otra vez, Gramsci se lleva el gato al agua.  Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos. Por supuesto, pero ya he dicho cual es, a mi entender el problema de esas causas.

Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.

A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea. […] Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.

Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo»[7]. La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.

Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables, me parece que la dicotomía entre la economía capitalista que afortunadamente impera en Europa y la sacralidad de la persona humana es artificiosa y, siento ser repetitivo, gramsciana.; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. […] una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad. Gracias.





VISITA A LA SEDE DE LA FAO[8] CON MOTIVO DE LA II CONFERENCIA INTERNACIONAL DE NUTRICIÓN

 Extracto del discurso del Santo Padre Francisco

Roma 20 de Noviembre de 2014

[…] me alegra su decisión de reunir en esta Conferencia a representantes de Estados, instituciones internacionales, organizaciones de la sociedad civil, del mundo de la agricultura y del sector privado, con el fin de estudiar juntos las formas de intervención para asegurar la nutrición, así como los cambios necesarios que se han de aportar a las estrategias actuales. […] La Iglesia, como ustedes saben, siempre trata de estar atenta y solícita respecto a todo lo que se refiere al bienestar espiritual y material de las personas, ante todo de los que viven marginados y son excluidos, para que se garanticen su seguridad y su dignidad.

1. Los destinos de cada nación están más que nunca enlazados entre sí, al igual que los miembros de una misma familia, que dependen los unos de los otros. Pero vivimos en una época en la que las relaciones entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la sospecha recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y económica, socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al que ya está excluido. Lo sabe bien quien carece del pan cotidiano y de un trabajo decente. Este es el cuadro del mundo, en el que se han de reconocer los límites de planteamientos basados en la soberanía de cada uno de los Estados, entendida como absoluta, y en los intereses nacionales, condicionados frecuentemente por reducidos grupos de poder. […] el derecho a la alimentación sólo quedará garantizado si nos preocupamos por su sujeto real, es decir, la persona que sufre los efectos del hambre y la desnutrición.
[…] Duele constatar además que la lucha contra el hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la «prioridad del mercado» y por la «preeminencia de la ganancia», que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera, sujeta a especulación, incluso financiera. ¿Me repito si digo que esto me suena a tópico de inspiración gramsciana? Y mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de la calle, y pide carta de ciudadanía, ser considerado en su condición, recibir una alimentación de base sana. Nos pide dignidad, no limosna.

2. Estos criterios no pueden permanecer en el limbo de la teoría. Las personas y los pueblos exigen que se ponga en práctica la justicia; […] Por tanto, los planes de desarrollo y la labor de las organizaciones internacionales deberían tener en cuenta el deseo […] de ver que se respetan en todas las circunstancias los derechos fundamentales de la persona humana y, en nuestro caso, la persona con hambre. Cuando eso suceda, también las intervenciones humanitarias, las operaciones urgentes de ayuda o de desarrollo –el verdadero, el integral desarrollo– tendrán mayor impulso y darán los frutos deseados. Una de las herramientas más eficaces en la lucha contra la pobreza y, por tanto contra el hambre, son las microfinanzas. Muy pequeños prestamos a muy pequeños emprendedores de entre los más pobres en países en vías de desarrollo, para que puedan iniciar actividades productivas y/o de comercialización que le saquen de la pobreza a él, a su familia y a la comunidad en la que viven. Pero esto requiere seguridad jurídica que, a menudo no existe en los países a los que se pretende ayudar.

3. […] pero la primera preocupación debe ser la persona misma, aquellos que carecen del alimento diario y han dejado de pensar en la vida, en las relaciones familiares y sociales, y luchan sólo por la supervivencia. El santo Papa Juan Pablo II, en la inauguración en esta sala de la Primera Conferencia sobre Nutrición, en 1992, puso en guardia a la comunidad internacional ante el riesgo de la «paradoja de la abundancia»: hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos. Esta es la paradoja. Sobre este tema, ver más arriba comentario a algo similar en el discurso al Parlamento Europeo. Por desgracia, esta «paradoja» sigue siendo actual. Hay pocos temas sobre los que se esgrimen tantos sofismas como los que se dicen sobre el hambre; pocos asuntos tan susceptibles de ser manipulados por los datos, las estadísticas, las exigencias de seguridad nacional, la corrupción o un reclamo lastimero a la crisis económica. Este es el primer reto que se ha de superar.

El segundo reto que se debe afrontar es la falta de solidaridad, una palabra que tenemos la sospecha que inconscientemente la queremos sacar del diccionario. Nuestras sociedades se caracterizan por un creciente individualismo y por la división; esto termina privando a los más débiles de una vida digna y provocando revueltas contra las instituciones. Cuando falta la solidaridad en un país, se resiente todo el mundo. En efecto, la solidaridad es la actitud que hace a las personas capaces de salir al encuentro del otro y fundar sus relaciones mutuas en ese sentimiento de hermandad que va más allá de las diferencias y los límites, e impulsa a buscar juntos el bien común. Nunca ha habido en la historia tanta solidaridad de Occidente con los más pobres de los países en vías de desarrollo como ahora. Y probablemente, nunca ha habido menos entre los gobernantes corruptos de esos países y sus ciudadanos. No por casualidad existen las ONG’s (Organizaciones no gubernamentales) para evitar que esos dirigentes corruptos se adueñen de las ayudas dadas a los países necesitados. Sin solucionar esto último, es poco lo que se puede hacer.

[…] Una fuente inagotable de inspiración es la ley natural, inscrita en el corazón humano, que habla un lenguaje que todos pueden entender: amor, justicia, paz, elementos inseparables entre sí. Como las personas, también los Estados y las instituciones internacionales están llamados a acoger y cultivar estos valores: amor, justicia, paz. Y hacerlo en un espíritu de diálogo y escucha recíproca. De este modo, el objetivo de nutrir a la familia humana se hace factible.

4. […] La Iglesia Católica trata de ofrecer también en este campo su propia contribución, mediante una atención constante a la vida de los pobres, de los necesitados, en todas las partes del planeta […]. Se pretende de este modo contribuir a identificar y asumir los criterios que debe cumplir el desarrollo de un sistema internacional ecuánime. Son criterios que, en el plano ético, se basan en pilares como la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad; al mismo tiempo, en el campo jurídico, estos mismos criterios incluyen la relación entre el derecho a la alimentación y el derecho a la vida y a una existencia digna, el derecho a ser protegidos por la ley, no siempre cercana a la realidad de quien pasa hambre, y la obligación moral de compartir la riqueza económica del mundo. El primer paso para estos logros es la seguridad jurídica, ausente, en general, en los países donde hay más gente que pasa hambre.

Si se cree en el principio de la unidad de la familia humana, fundado en la paternidad de Dios Creador, y en la hermandad de los seres humanos, ninguna forma de presión política o económica que se sirva de la disponibilidad de alimentos puede ser aceptable. Presión política y económica, aquí pienso en nuestra hermana y madre tierra, en el planeta, si somos libres de presiones políticas y económicas para cuidarlo, para evitar que se autodestruya. Hay aquí un grave dilema. El uso masivo de tierras cultivables, sobre todo de maíz, en muchos países en vías de desarrollo para la producción de etanol como bio-combustible ecológico ha tenido un efecto claro y grave en el encarecimiento de los alimentos. Se estima que la obtención del bio-etanol necesario para que un coche recorra 20.000 Km impediría el consumo de grano de la dieta anual normal de siete personas. Por otro lado estudios técnicos avalan que el balance energético (cantidad de energía que hay que utilizar para obtener una unidad de energía del bio-combustible) de la producción de bio-etanol es muy pobre (0,8) por lo que tiene muy poca utilidad desde el punto de vista ecológico (el balance energético del petróleo es de 0,02, es decir, 40 veces mejor). Qué hacemos, ¿cuidar la tierra o dar alimentos? Yo sería partidario de volver a dedicar esas tierras al cultivo de alimentos. Sin embargo, la disyuntiva tiene salidas. Hay en marcha numerosas investigaciones en muchos campos, financiadas en gran medida por empresas privadas, para aumentar el rendimiento productivo de los terrenos, disminuir la producción de gases de invernadero, utilizar terrenos hasta ahora improductivos, encontrar fuentes alternativas de energía barata y no productora de gases invernadero, etc.  […] Pero, por encima de todo, ningún sistema de discriminación, de hecho o de derecho, vinculado a la capacidad de acceso al mercado de los alimentos, debe ser tomado como modelo de las actuaciones internacionales que se proponen eliminar el hambre.

Al compartir estas reflexiones con ustedes, pido al Todopoderoso, al Dios rico en misericordia, que bendiga a todos los que, con diferentes responsabilidades, se ponen al servicio de los que pasan hambre y saben atenderlos con gestos concretos de cercanía. Ruego también para que la comunidad internacional sepa escuchar la llamada de esta Conferencia y lo considere una expresión de la común conciencia de la humanidad: dar de comer a los hambrientos para salvar la vida en el planeta. Gracias.

***

En conclusión. Aplaudo con toda mi alma los aldabonazos del Papa a la conciencia de los ciudadanos de los países ricos para que aportemos, hasta que nos duela, lo que podamos para paliar el hambre de los habitantes más pobres de los países más pobres y para que miremos con amor a los pobres que tenemos a nuestro lado. Admiro su denuncia de que es la falta de trascendencia y de búsqueda de la verdad, causada por la ausencia de Dios la que crea esa sensación de deriva en Europa, y en Occidente en general, que la hace vieja y decadente. Me alegro de oír sus llamadas de atención sobre el terrorismo internacional.

Pero, con gran pena, por el amor que siento por este Papa, no puedo dejar de manifestar que se traslucen de su discurso vestigios de una ideología gramsciana, que ha prendido en el subconsciente de los habitantes de todos los países, pero especialmente en los de Latinoamérica. Pensamiento que, muy simplificado, viene a decir que son los países y las personas ricas y los sistemas económicos que crean riqueza los culpables de los males del mundo y del hambre y la miseria que hay en él. Es exactamente al revés. Aparte de la necesaria ayuda humanitaria, es la inversión de esos países y esas personas ricas en los países en vías de desarrollo lo único que puede sacar de la miseria a los más pobres. Y para ello, es necesario que la inaudita corrupción de sus dirigentes (ante la que palidece la corrupción de occidente), den paso a gobiernos justos que implanten una seguridad jurídica que permita las inversiones a que hago referencia.



[1] Es importante, para poner en contexto la conferencia del Papa Francisco ante el Consejo de Europa, conocer el alcance y composición de este organismo. El Consejo de Europa es un organismo distinto, más amplio y anterior, que la UE. Tiene 47 países miembros. Fue fundado por Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Noruega, Suecia y Reino Unido. Posteriormente se unieron, por este orden, Grecia, Turquía, Islandia, Alemania, Austria, Chipre, Suiza, Malta, Portugal, España, Liechtenstein, San Marino, Finlandia, Hungría Polonia, Bulgaria, Estonia, Lituania, Eslovenia, República Checa, Eslovaquia, Rumanía, Andorra, Letonia, Albania, Moldavia, Macedonia, Ucrania, Rusia, Croacia, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Bosnia Herzegovina, Serbia, Mónaco y Montenegro. Son candidatos a formar parte de este organismo Bielorrusia y Kazajistán.  Es condición necesaria para pertenecer al Consejo de Europa tener un régimen democrático. Por eso, Turquía y Grecia fueron expulsadas de él cuando sufrieron respectivos golpes militares, siendo readmitidos cuando se normalizaron sus instituciones democráticas y muchos de los países que ahora están en él, no entraron hasta que las dictaduras que los gobernaban dieron paso a gobiernos democráticos. El Vaticano no está representado en el Consejo de Europa por no tener un régimen políticamente democrático. Sin embargo, tiene carácter de observador, junto con países no europeos como Estados Unidos, Canadá, Japón, Israel y México. El Consejo de Europa no pretende una unión política de sus miembros. Sus objetivos son velar por los derechos humanos, por el respeto a las minorías y por la lucha contra la intolerancia. Del Consejo de Europa depende el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

[2] Se consideran Padres fundadores del Consejo de Europa a los siguientes personajes: Konrad Adenauer, Joseph Bech, Johan Willem Beyen, Winston Churchill, Alcide de Gasperi, Walter Hallstein, Sicco Mansholt, Jean Monnet, Robert Schuman, Paul-Henri Spaak y Altiero Spinell. De estos, creo poder decir que los más significativos fueron Adenauer, de Gasperi y Schuman, los tres cristianos profundamente convencidos, que siguieron impulsando la idea de una Europa políticamente unida.

[3] Clemente Rebora (1885-1957) Educado en la tradición del Risorgi italiano y ateo convencido, en 1928, dando una conferencia en el Liceo milanés sobre el fenómeno religioso, mientras lee en pasaje de las Actas de los Mártires, tiene una súbita conversión. Es bautizado en 1930 y entra como novicio de la orden religiosa de los Rosminianos, siendo ordenado sacerdote en 1936.  El Papa cita su última poesía, escrita desde la cama del hospital, se la dedica al álamo que ve por la ventana de la habitación. Dice así: “Vibra en el viento con todas sus hojas/el álamo severo:/Sufre el alma en todos sus dolores/en el ansia del pensamiento./Del tronco en ramas por frondas se expresa/todas al cielo tensas con recogidas copas:/Erguido permanece el tronco del misterio/y el tronco se abisma donde hay más verdad”.
[4] Quiero recordar aquí que en el borrador de Constitución europea, impulsado fundamentalmente por Valery Giscard d’Estaigne, no se hacía referencia en absoluto a las raíces cristianas de Europa, sino únicamente al derecho romano y a la filosofía griega. Este borrador fue rechazado en varios referéndums europeos, sobre todo el francés (aunque no, desde luego por esta razón).
[5] Se refiere a “El desafío americano”, obra del francés Servan-Schreiber publicada en 1967, de gran éxito en Europa, que respiraba un profundo antiamericanismo típicamente francés y que fue acogida con alborozo por los intelectuales de izquierda que lo incorporaron a su deformada dialéctica Norte-Sur. La multinacional se imponía, según ellos, a la soberanía de los Estados y era la punta de lanza del “imperialismo americano”. A pesar de la evidencia histórica de que las multinacionales, como toda inversión extranjera, han traído progreso económico a los países en los que han operado, a pesar de la evidencia histórica de que son, en general, más respetuosas con las legislaciones locales que las empresas autóctonas, la estrategia propagandística gramsciana ha alimentado el mito con gran éxito en la mente de muchos ciudadanos europeos, más allá de cualquier realidad.
[6] Paul Johnson, “Tiempos modernos” Homo Legenns, colección CVM LAVDE. Cap. 19, “los años setenta, una década colectivista”. Pag 861 y 862. Recomiendo vivamente la lectura de este extraordinario libro para entender la historia mundial reciente.
[7] Carta a Diogneto. Estoy casi seguro de que, por algún motivo que no recuerdo, os adjunté el texto íntegro de este documento en un envío reciente.
[8] La FAO (Food and Agriculture Organization) es un organismo dependiente de Naciones Unidas, con sede en Roma, al que pertenecen prácticamente todos los países de la ONU. Bajo sus auspicios se celebró en 1992 la I Conferencia Internacional de Nutrición, a la que también fue invitado el entonces Papa Luan Pablo II.  En ambas CIN han participado, además de la FAO, la UE, diversas organizaciones de la ONU y muchas ONG’s.

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