En el post del domingo pasado expresé mi opinión de que esta guerra contra el
estado islámico, que consideraba mundial, no era la tercera, sino la primera,
que empezó en el siglo VII. En efecto, en el año 629, Mahoma en persona ordenó
el ataque a la ciudad bizantina de Muta, para conquistarla y convertirla al
Islam a sangre y fuego y empezar así a construir Dar el-Islam –la Casa del
Islam– que debía un día tragarse a toda la humanidad. Desde entonces el Islam
no ha cejado en su empeño como podrá verse en la siguiente crónica. Y, también
desde entonces, la naciente civilización occidental por un lado y el Imperio
Romano de Oriente, por otro, hasta su caída, no han dejado de defenderse.
Mostraré también que cuando la marea ha cambiado y la victoria se ha empezado a
inclinarse del lado de Occidente, éste no ha tenido el espíritu de conquista
que ha exhibido el Islam desde el inicio. En este recorido intentaré ser lo más
breve posible, por lo que no se debe esperar de él una gran exhaustividad en el
tratamiento de cada episodio de esta guerra y hay cosas que, desgraciadamente
he tenido que dejar de lado. Es el precio de la concisión. Como también dije en
el envío anterior, al final haré algún “guess game” sobre cómo podría terminar
esta guerra con el derrumbe interno del Islam. Vamos a ello.
En 633, justo tras la muerte del Profeta, acaecida en 632, los siguientes
califas, sucesores del profeta, no dudaron en continuar la guerra empezada con
mal pie por Mahoma. Pero esta vez empezó una larguísima cadena de éxitos. Y
esos éxitos se extendieron tanto al este, con la conquista del imperio persa,
que concluyó en 641, como con la conquista al Imperio de Bizancio de Palestina
–incluida Jerusalén, que es conquistada en 638, Siria, Egipto y Libia que
quedan sometidos en 643.
Un año más tarde, sin frenar la ofensiva por el norte de África, el
Islam abre nuevos frentes, uno en la península de Anatolia o Asia Menor y el
otro en el Mediterráneo. El éxito es fulgurante en ambos. El ritmo de
conquistas es trepidante: en el frente del Mediterráneo, en 655 son
conquistadas las islas de Chipre y Rodas. En esta última se destruye el Coloso
de Rodas, considerado como una de las maravillas del mundo helénico. En el
frente de Anatolia, sin conquistarla entera, se abre en ella una profunda
brecha que permite llegar hasta Constantinopla y asediarla en 668, 672 y 678. En
693 el Islam conquista la Armenia Bizantina y en 700 cae Éfeso. La resistencia
de Constantinopla hasta 1453 es una de las mayores gestas que una ciudad pueda
haber realizado nunca. Y esta gesta es extensible al Imperio Romano de Oriente
en general. Su lucha contra musulmanes, eslavos y normandos a lo largo de los
siglos es una epopeya a la que, a mi entender, no se ha dado el suficiente
valor histórico. Porque, además, desde un punto de vista geoestratégico,
Bizancio fue un colchón de valor incalculable para la protección de un Occidente
todavía endeble que, como veremos luego, aunque es sobradamente conocido, experimentaba
la pinza del Islam también en el frente de España. En el frente africano, la
conquista de la costa mediterránea, hasta el Atlántico, queda completada en
683.
Conquistada la costa de África, el Islam inicia dos nuevos caminos
diferentes. El primero, se adentra en el África subsahariana, sin intención de
conquista, pero inicia una de las actividades más inicuas de la humanidad, que
es el comercio masivo de esclavos, en connivencia con los caciques y tiranos de
esta zona. Lamentablemente, Occidente se contagió de esta terrible aberración
y, siglos más tarde, serían los portugueses los que competirían con los
musulmanes en este comercio. Pero eso es algo que contaré en otro envío. El
otro camino toma la dirección de la España visigoda. Llamados por una facción
de los visigodos que se oponían al rey Rodrigo, entran en la península en 711 y
la conquistan casi de forma inmediata. No se sabe muy bien el grado de
veracidad o de leyenda que tiene la tradición de la batalla de Covadonga. Si
existió, no pasó de ser una escaramuza. Pero en lo que sí coinciden todos los
historiadores es en que en el segundo decenio del siglo VIII ya existía el
firme propósito, que no cejaría en ocho siglos, de reconstruir la antigua
monarquía toledana en la totalidad del territorio que había constituido el
reino visigótico.
Acabada la conquista de la península ibérica, los musulmanes no cejan en
su empeño de extender Dar el-Islam y cruzan los pirineos para entrar en el
reino de los francos. Y aquí es donde sufren su primera gran derrota, en la
batalla de Poitiers, ya en el corazón del reino franco, casi a mitad de camino
entre la frontera de la actual Francia con Bélgica y con España. Allí, en 732,
bajo el mando de Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, el empuje musulmán obtuvo
su primer revés serio. Los francos no sólo expulsaron a los musulmanes de su
territorio, sino que penetraron en España y crearon la llamada Marca Hispánica
que llegó a ocupar desde Navarra hasta Barcelona. Esta Marca estuvo bajo
dominio franco hasta finales del siglo IX en el que, tras la muerte de
Carlomagno y el reparto de su imperio entre sus hijos, se independizaron y
aparecieron el reino de Aragón y el condado de Barcelona. Pero ya desde los
inicios del siglo IX, la marca hispánica y el incipiente reino de León-Asturias
entraron en contacto y se abrió un frente contínuo en la península contra el
Islam. No es, ni de lejos, el objeto de estas líneas, hacer una historia de la
reconquista. Baste decir que, a pesar de las disputas y guerras que pudo haber,
y de hecho hubo, entre los reinos hispánicos, la inquebrantable voluntad de
esos reinos de expulsar a los musulmanes de sus territorios, se mantuvo siempre.
Y mientras las fronteras entre ellos seguían líneas más o menos verticales, la
frontera horizontal contra el Islam se mantuvo siempre, desplazándose
continuamente hacia el sur hasta que en 1492 dejó de haber territorios
sometidos a los musulmanes en España. Por tanto, si la gesta de resistencia de
Bizancio, que acabó en derrota, la he calificado de epopeya, ¿qué palabra
deberé aplicar a este gesta española de la reconquista que acabó en victoria?
Sea como fuere, a partir de la batalla de Poitiers, la pinza musulmana
se empezó a aflojarse graduamente en su lado occidental, pero no así en el
oriental, en el que la presión seguría aumentando durante varios siglos.
Efectivamente, en 782 se produjo un nuevo sitio a Constantinopla, que ésta
resistió. Pero los musulmanes atravesaron el Helesponto –o el estrecho de los
Dardanelos– y
penetraron por primera vez en Europa por oriente. Dado que poco después se
ocupó la práctica totalidad de Anatolia, Constantinopla quedó reducida casi a
una isla del Imperio Romano de Oriente en medio de un mar musulmán. Desde entonces
hasta su caída en 1543, Constantinopla fue una espina clavada en el mundo
musulman. Era un enclave estratégicamente vital pues los musulmanes siempre
temían que desde ella le pudiesen lanzar ataques por la retaguardia.
En la primera mitad del siglo IX, los musulmanes siguieron su avance en
el frente meditarráneo y en el oriental, ya en Europa. Por el Mediterráneo conquistaron
Creta y casi toda Sicilia –menos Siracusa y algún que otro enclave–. Desde la
base siciliana tomaron todo el sur de Italia y llegaron hasta Roma, en donde
entraron y saquearon la ciudad y la antigua basílica de san Pedro, construida
por Constantino en el mismo sitio en la que ahora está la construida en los
siglos XVI y XVII. El Papa pidió ayuda al emperador bizantino Miguel III y con
su ayuda, se pudo expulsar a los musulmanes de Roma. En el lado continental
empezaron sus incursiones por el sur de Dalmacia, la reciente Yugoslavia.
La segunda parte del siglo IX y el X fueron de un cierto respiro para
los bizantinos. En Bagdad estaban los califas abásidas que, en cierta medida,
estaban recorriendo un proceso de cierta helenización y habían descubierto a
Aristóteles. Tal vez por eso, su agresividad había decaído. Y algo parecido
ocurría en España. En este tiempo, los bizantinos recuperaron Tarento y
Calabria –el talón y la punta de la bota de la península itálica– y a finales
del siglo X, Creta,
Chipre, Sicilia y una parte de Anatolia y Siria. También en España, tras el
azote que supuso Almanzor, el Islam retrocedía. Ya en el siglo XI se derrumba
el califato de Córdoba y la España dominada por los musulmanes cae en el caos
de los reinos de taifas que, más ocupados en luchar contra ellos que contra los
reinos hispánicos, dan oportunidades a éstos para avanzar, hasta el punto de
que Alfonso VI llega a recuperar Toledo en 1085.
Pero en la
segunda mitad del siglo XI ocurren varias cosas importantes en el mundo
musulmán. La primera en el reino de las ideas. Al Gazali, un sufí partidario de
la más drástica ortodoxia islámica, alcanza desde la parte oriental del
califato abasida una inmensa preponderancia en materia religiosa y declara que
Aristóteles y la filosofía griega son incompatibles con el Islam puro e
instaura un periodo de intransigencia extrema. Un siglo más tarde, Averroes,
traductor y divulgador de Aristóteles, sería expulsado de la España dominada
por los musulmanes y sus libros quemados, En el terreno militar, los turcos
selyúcidas, una tribu proveniente de la estepa asiática y convertidos al Islam suní
con el furor del converso, toman Bagdad e inician una vertiginosa guerra de
conquista hacia el oeste que les lleva a conquistar todo el imperio del
califato Abasí, acabando con su cultura semihelenizada. En 1071 infligen una
terrible derrota a los bizantinos en la batalla de Mantzikert, el emperador
Romano IV es hecho prisionero, vuelven a recuperar Anatolia, llegando otra vez
al Bósforo frente a Constantinopla. En 1096 toman Jerusalén y en 1091 ponen
sitio a Constantinopla. En España, tras la caída de Toledo, los taifas piden
auxilio a los almorávides, una tribu bereber, musulmana ultra ortodoxa que había conquistado todo el noroeste de
África, desde Argel hasta Cabo Verde. Éstos cruzan el estrecho de Gibraltar y
empiezan una nueva etapa de recrudecimiento de la guerra en España.
Al llegar los
Selyúcidas a Palestina, acaban con el flujo de peregrinos cristianos a los
lugares santos del cristianismo. Mataban a todos los peregrinos que se atrevían
a ir. Una ola de indignación se extiende por Europa, a cuyo largo y ancho
corren las noticias de las atrocidades cometidas contra los peregrinos. Al
mismo tiempo, en 1095, el emperador Alejo I, que fue emperador tras varios
otros con breves reinados desde la derrota de Mantzikert, pide ayuda al Papa
Urbano II, a pesar de que el cisma con la Iglesia católica se había producido
sólo unas décadas antes, en 1054. Es entonces cuando Urbano II decreta la
primera cruzada. No pongo de ninguna manera en duda que una de las motivaciones
de la cruzada fuese la de conseguir que los peregrinos pudiesen volver a Tierra
Santa. Pero, tampoco me caben muchas dudas de que la motivación fundamental fue
de tipo geoestratégico. Las cruzadas tuvieron lugar en una fase de la guerra en
la que los selyúcidas amenazaban con tomar Constantinopla y continuar su
imparable avance por una Europa que todavía no sería, probablemente, capaz de
resistir el avance de los belicosos selyúcidas. También la perspectiva de poder
volver a atraer a la iglesia bizantina a la órbita de Roma tuvo, a buen seguro,
influencia en la decisión del Papa. Pero eso no quita un ápice al carácter
geoestratégico de la cruzada, que pretendía ser una espada clavada en el
costado de los selyúcidas.
Y lo cierto es
que la coalición bizantino-cruzada tuvo notable éxito. Aunque las tensiones
entre los distintos grupos de cruzados entre sí y de éstos con los bizantinos
fueron muy virulentas, se encontraron con distintas facciones musulmanas
divididas entre sí, no ya por disputas internas, sino por guerras abiertas
entre ellos. Metidos en sus guerras, menospreciaron la capacidad bélica de los
cruzados. Por si esto fuera poco, la secta chiíta de los asesinos se dedicaba
al asesinato suicida selectivo entre aquellos que no compartían su celo y
ortodoxia, en particular si eran sunitas. Esta secta había nacido poco antes de
la llegada de los cruzados. Los árabes les llamaban los hashshashin que deriva del
hashish porque parece que los ejecutores suicidas iban hasta las orejas de
hachís. La palabra se pronunciaba asesino entre los cruzados y de ahí deriva
esa palabra. Uno de sus primeros asesinatos fue el del visir –el primer
ministro, a las órdenes del Sultán– selyúcida Nizam Al-Mulk en 1092, pero bajo
los golpes de sus dagas cayeron muchos jefes musulmanes y cruzados, entre ellos
el conde Raimundo II de Trípoli o el rey cruzado de Jerusalén Conrado de
Monferrato, justo un siglo más tarde. Pero en la época en la que estamos, sus
víctimas eran todos musulmanes. La secta se hizo fuerte en el monte Alamut, en
el Cáucaso, y sus jefes recibían el nombre de El Viejo de la Montaña. Su
fortaleza fue destruida por los mongoles en 1256. Marco Polo supo de ellos en
1271 y dejó escrito: “Los introducían entonces en el jardín,
de cuatro en cuatro, de seis en seis o de diez en diez, después de haberles
hecho beber cierto brebaje que les causaba un profundo sueño; en este estado les
hacía conducir dentro del jardín, donde al despertarse y verse en sitio tan
florido y ameno, creían estar en el verdadero Paraíso. Damas y damiselas les
esperaban para divertirse con ellos, con gran alegría de su corazón. De esta
suerte, cuando el viejo quería asesinar a un príncipe, decía a uno cualquiera
de estos muchachos: vete y mátalo y cuando vuelvas, mis ángeles te llevarán al
cielo. Si mueres, no temas, porque aún así mis ángeles te traerán al paraíso”. El reclutamiento de yihadistas hoy día
por el estado islámico tiene mucho en común con esto.
Así las cosas, la coalición cruzados-bizantinos toman Nicea
en 1097, Antioquía en 1098 y Jerusalén en 1099. Instaurando el reino de
Jerusalén. El avance por Anatolia y la toma de Jerusalén no fueron, ni de lejos
un ejemplo de civismo. Se produjeron todo tipo de atropellos, no solo contra la
población musulmana, sino también contra los judíos. En general, por donde
pasaban los cruzados en su marcha hacia Jerusalén, saqueaban y sembraban muerte
y desolación. El comportamiento cristiano brilló por su ausencia. Pero, sea
como fuere, los cruzados tuvieron ese enclave en el corazón del mundo musulmán
hasta 1291 en que los latinos perdieron su último bastión, San Juan de Acre,
tras haber perdido antes la ciudad de Jerusalén en 1187 a manos de Saladino y
haber quedado reducidos a una estrecha y corta franja de terreno junto al
Mediterráneo. Debe decirse en honor a Saladino que éste permitió que los
peregrinos cristianos pudieran seguir yendo a Jerusalén. Así se instauró una especie
de tregua con los musulmanes.
En el frente occidental, en España, los musulmanes son
derrotados en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Si la
reconquista no acabó poco después de esa fecha, fue porque los reinos de España
se conformaban con tener a los musulmanes como tributarios.
Pero en el frente oriental, tras la breve tregua después de
la toma de Jerusalén por Saladino, surgieron, desde fondo de la estepa asiática,
los mongoles o tártaros. No eran musulmanes. En una expansión meteórica se
extendieron hasta China por el Este y, pasando por Rusia, hasta Polonia y toda
Anatolia por el Oeste, aunque palestina siguió dominada por los musulmanes.
Cuando los mongoles intentaron penetrar en Siria se encontraron con los
mamelucos. Los mamelucos eran unos terribles guerreros musulmanes que se habían
convertido al Islam siendo esclavos de los descendientes de Saladino en Egipto,
pero se habían hecho con el poder en Egipto y toda Palestina. En 1260 los
mamelucos rechazan a los mongoles de Siria. También son expulsados de Polonia y
Rusia por los europeos. Así, se vuelve a establecer un breve statu quo entre
pueblos agotados.
Pero esta tregua duró poco. En 1280, otra tribu turca
musulmana, que tenía un pequeño territorio en Anatolia Occidental, empieza su
expansión bajo la jefatura de Otman. La historia los conocerá como los turcos
otomanos. En 1354 los otomanos habían conquistado toda Anatolia, sitian
Constantinopla, cruzan el Helesponto y entran en tromba en Europa, de donde no
saldrán hasta 1913 (y donde todavía están en Estambul). En 1389 ya habían
conquistado los Balcanes y buena parte de Hungría. Los emperadores Bizantinos
piden entonces ayuda a los europeos pero estos sólo le prestan pequeños apoyos
puntuales. Constantinopla se somete a tributo a los otomanos para sobrevivir,
pero al final, convertida en una isla dentro del mar otomano, cae en 1453 y con
ella desaparece el Imperio Romano de Oriente. Los turcos cambian el nombre a la
ciudad que a partir de ese momento se llamará Estambul. En 1460 Grecia cae
también en el poder de los turcos y en 1526 conquistan toda Hungría.
Los más feroces guerreros otomanos eran los llamados
jenízaros. Los jenízaros eran hijos de los cristianos que vivían en el imperio
otomano. Eran arrancados de sus familias siendo niños y educados para la
guerra. Se llevaba a cabo con ellos un refinado “lavado de cerebro” y un
terrible adiestramiento en el que los menos duros y crueles morían. Sabían que
su única posibilidad para alcanzar estatus dentro de sus escuadrones era
mostrar una ferocidad y crueldad extremas y así lo hacían. Mientras en España
los hombres más valientes se encuadraban libremente en los Tercios, los
otomanos basaban su ejército en esclavos adiestrados en la crueldad más brutal.
Poco después de la caída de Constantinopla, en 1492, termina
la reconquista en España. A los reyes católicos se les podía haber pasado por
la cabeza, una vez reconquistada España y aprovechando la debilidad de los
musulmanes, atravesar el estrecho para conquistar el norte de África. Ni se les
pasó por la imaginación. Una vez recuperadas sus fronteras históricas
anteriores a 711, cesaron las hostilidades.
En el Mediterráneo se mantiene una dura lucha de toma y daca
entre otomanos por un lado y venecianos, genoveses y españoles por otro. Además
los piratas berberiscos con base en los puertos de Orán, Túnez y Argel, hacen numerosas
incursiones en las costas de los países mediterráneos, especialmente en el
Levante español. En estas razias, con la ayuda de los moriscos que quedaban en
la península que se convirtieron en una auténtica quinta columna, roban,
saquean, destruyen y toman prisioneros como esclavos a los habitantes de esas
zonas que apresan. Por eso, España intenta sofocar esos ataques en sus fuentes,
las plazas fuertes antes citadas. En 1509 el cardenal Cisneros, regente de
Juana, reina de España, hija de los reyes católicos conquista Orán por mar. En
1522 los otomanos toman Rodas, en 1535
Carlos V conquista Túnez, pero en 1541 fracasa en la conquista de Argel. En
1565 los otomanos fracasan en la conquista de Malta y se evita que desde este
baluarte se lancen a la conquista del sur de Italia, pero consiguen tomar
Chipre en 1570. Un año más tarde, en 1571 la armada otomana es vencida en
Lepanto por una coalición española, veneciana y genovesa y, aunque la batalla
no resulta decisiva, puede decirse que la guerra por mar en el Mediterráneo se empieza
a decantar del lado de los europeos.
Por tierra, los otomanos tienen su primer revés en 1532 en
que sitian Viena, pero tienen que desistir de su conquista por la presencia de
los ejércitos europeos, capitaneados por Carlos V, con la excepción de Francia
que se alía con el turco. La presión turca empieza a aflojar. La conquista de
Creta por los otomanos y el segundo y el también fallido segundo sitio de Viena
en 1683 fueron el canto del cisne del Imperio Otomano que, a partir de ahí no
hizo más que declinar, de forma que en 1913 los otomanos pierden todas sus
posesiones en Europa, a excepción de Estambul. Justo el año siguiente, en 1914
estalla la mal llamada Primera Guerra Mundial (según mi cómputo sería la
segunda). No se sabe qué hubiesen hecho los europeos si no hubiese estallado
esta guerra. Pero lo cierto es que a los 4 días de que los austriacos
invadiesen Serbia, el 2 de Agosto de 1914, los turcos se alían con las
potencias centrales, Alemania y Austria. Cuando acaba la guerra, con la derrota
de Alemania, Austria y el Imperio Otomano, se respeta la existencia de éste, si
bien limitado a la península de Anatolia y Estambul. El resto del imperio,
Egipto, Palestina, Siria, Irak y parte de Arabia queda bajo el protectorado
británico o francés, según las zonas. Posteriormente, entre 1932 y 1946, ambas naciones
europeas conceden la independencia a Arabia Saudí, Irak, Egipto, Siria y
Jordania, creando, además, el Estado de Israel. Podrán achacárseles muchas
torpezas a estas naciones en la forma en que definieron las fronteras de esos
países. Podrá decirse que en la Primera Guerra Mundial a los habitantes árabes,
no turcos, de esa zona se les prometió, para lograr sumarlos a la guerra contra
los turcos, crear la Gran Arabia y que esa promesa no se cumplió. Podrá
tildarse de error la creación del Estado de Israel –aunque yo creo que es
estratégicamente imprescindible para Occidente. Otra vez, una espina clavada en
el costado del mundo musulmán–. No voy a entrar aquí en esas cuestiones. Pero
la última verdad es que lo que no hicieron Francia y el Reino Unido es quedarse
allí. Se fueron. Pudieron haber reclamado esos territorios como herencia del
Imperio Romano de Oriente al que todos ellos, excepto Arabia, pertenecían antes
de 629, pero no lo hicieron. Se conformaron con los límites geográficos de
Europa, cediendo, además, la emblemática Constantinopla/Estambul, en territorio
europeo, a los turcos. Y, cuando se fueron, los ingresos del petróleo que
pudiera haber en esos países fueron para los árabes.
La expulsión de Europa de los países musulmanes invasores fue
la consecuencia, a partir de 1212 en España y de 1683 en el Este de Europa, de
que los musulmanes, que se rigen por la ley islámica, están incapacitados para
crear riqueza, porque desconocen lo que significa la seguridad jurídica. Su
riqueza proviene sólo del pillaje, cuando tienen fuerza para practicarlo, de
los recursos naturales, de los que carecían hasta la aparición del petróleo y,
todo lo más del comercio. Porque sin seguridad jurídica no es posible que se
hagan inversiones a largo plazo que creen riqueza. Y cuando a partir de las
fechas mencionadas perdieron casi totalmente la capacidad de saquear los
territorios conquistados, su decadencia se fue haciendo más y más patente,
hasta llegar al día de hoy. Y, en el fondo, es esa envidia de ver a un
Occidente próspero, mientras ellos, salvo los países con inmensas reservas de
petróleo, se sumen cada vez más en la pobreza, lo que ha mantenido su
agresividad en el siglo XX y XXI. Pero no hay mucho que se pueda hacer para que
sean prósperos, porque en su misma esencia tienen su incapacidad. En el Oriente
Medio, sólo Turquía, en la que Mustafá Kemal Ataturk abolió la sharia en 1923
es un país que aspira a la prosperidad. Ahora, Túnez, el único país en el que
la primavera árabe ha florecido, es el blanco de los yihadistas que no pueden
tolerar deserciones hacia la prosperidad. Hay una historia que ilustra esto a
la perfección.
Poco después de
la conquista de Jerusalén por Saladino en 1187, cuando los cruzados ocupaban
sólo una estrecha franja de tierra junto al Mediterráneo, un historiador
andalusí, gran viajero, nacido en Valencia 1145, Ibn Yubayr, pasó por Palestina,
camino de La Meca. Los cruzados no eran precisamente hermanas de la caridad.
Pero en cuaderno de viaje de nuestro viajero se puede leer:
“Al salir de
Tibnin (Tiro), hemos cruzado una ininterrumpida serie
de casas de labor y de aldeas con tierras eficazmente explotadas. Sus
habitantes son todos ellos musulmanes pero viven con bienestar entre los frany –¡Alá nos libre
de las tentaciones!–. Sus viviendas les pertenecen y les han dejado todos sus
bienes. Todas las regiones controladas por los frany en Siria se ven sometidas
a este mismo régimen: las propiedades rurales, aldeas y casas de labor han
quedado en manos de los musulmanes. Ahora bien, la duda penetra en el corazón
de gran número de estos hombres cuando comparan su suerte con la de sus
hermanos que viven en territorio musulmán. Estos últimos padecen la injusticia
de sus correligionarios mientras que los frany actúan con equidad”. Es de notar
que nuestro viajero no se pregunta cosas como: ¿Qué podríamos hacer nosotros
para que esa prosperidad se diese también en nuestras tierras? No. Su única
preocupación es que se puedan hacer cristianos.
Y en estas
estamos ahora. El estado islámico o al-Qaeda, no son sino el reflotamiento
salafista de finales del siglo XX y principios del XXI. No es el primero no
será el último. Siempre habrá musulmanes que, siguiendo el ejemplo de Mahoma,
en vez de preguntarse, ¿qué estamos haciendo mal para estar como estamos? creen
que la causa de sus males está, por un lado, en que los musulmanes no lo son
con el suficiente grado de fundamentalismo y, por otro, que son víctimas del
perverso Occidente. Creo que mientras exista el Islam, por mucho que haya una
mayoría silenciosa musulmana que sea pacífica estos brotes seguirán apareciendo
y, frente a los yihadistas, las mayorías silenciosas se vuelven irrelevantes a
no ser que estén dispuestas a ser mártires por ese imaginario Islam pacífico en
el que creen. Pero parece difícil.
Y, aún alargando
aún más este escrito, que con lo que viene a continuación ya supera las siete
páginas, me meto en el guess game que prometí sobre cómo acabará el Islam. Y
recalco que no es sino eso, un guess game. No pretendo practicar la profesión
de adivino y, mucho menos de profeta. Soy incapaz de saber cómo acabará. Ni
siquiera si acabará. Pero el guess game tiene
eso, que uno puede desmelenarse. Y ahí voy.
Lo que tengo
seguro es que, aunque esta batalla de la guerra hay que ganarla, el Islam no
acabará por una guerra que venga de fuera. El Islam es un “muro de terror” y,
tengo para mí, aunque no pueda demostrarlo, que los muros de terror caen
siempre. El “muro de terror· del “telón de acero” cayó. Y si a alguien de fuera
del gueto le hubiesen dicho en 1979 que diez años más tarde iba a caer, se
hubiese reído. Pero cayó. Porque los “muros de terror”, por su propia esencia,
se van minando por dentro. Son como una
viga de madera roída por la carcoma. Puede resistir mucho tiempo, pero no cabe
duda de que, un día, habrá perdido tanta resistencia que se derrumbará. Lo que
pasa es que nadie sabe realmente lo que pasa en el gueto encerrado dentro de un
“muro de terror”. ¿Qué está pasando por dentro del Islam? Nadie lo sabe.
¿Cuántos musulmanes apostatarían –para hacerse cristianos, judíos, agnósticos o
ateos– si no viviesen en ese gueto? ¡Quién sabe! ¿Cuántas mujeres, que tal vez
parezcan fervientes y sumisas musulmanas, se rebelarían? ¡Imposible de saber!
¿Qué otras carcomas pueden estar minando la estructura interna del Islam? No me
atrevo a hacer ningún guess, pero estoy seguro de que bastantes. Y las termitas
van haciendo poco a poco su trabajo. La olla a presión va acumulando vapor
ardiente y, sin espita de salida, acabará estallando.
¿Cuándo ocurrirá
esto? En algún momento entre 2025 y 3401. ¿Qué por qué he tomado el año 3401?
Bueno, me ha parecido razonable que si llevamos 1386 años de guerra podamos
estar, en el peor de los casos, en el ecuador y queden otros 1386. Pero si
tuviera que apostar sobre si ese momento del colapso del Islam está más cerca
de 2025 o de 3401 diría, sin duda, que mucho más cerca de 2025. ¿Por qué?
Porque si hay algo claro es que la historia se acelera y los procesos que antes
duraban siglos, ahora se desarrollan de decenios. Así que, pongamos para 2040. Y,
¿hasta que llegue ese momento? Pues habrá momentos más tranquilos y más
virulentos, según los salafismos que aparezcan y, habrá que seguir ganando
batallas. ¿Cuál será la causa desencadenante, es decir, será la carcoma o la
termita la que descomponga la viga? Ya he dicho antes las que me parecen las
más probables: la apostasía cuando la presión sea todavía más insoportable que el
miedo a la fatua que les puedan lanzar o las mujeres cuando digan que ya está
bien. Pero seguro que hay otras especies desconocidas de fieras corrupias que
comen madera y cagan viruta haciendo su labor de zapa en el “muro del terror”
del Islam. Hay sin embargo una cosa de la que estoy seguro: en el proceso habrá
mártires. El dueño de la viga no verá cómo ésta camina hacia su derrumbe sin
intentar matar a las fieras corrupias, sean de la especie que sean. Habrá más
terror dentro del “muro del terror”. Pero, una vez sobrepasado un punto
crítico, las escaladas de terror no hacen sino acelerar el proceso. Así que, si
tuviese que apostar cuando será el momento en que el Islam no pasará de ser una
pesadilla del pasado, como lo es ahora el comunismo, apuesto por 2040. No me
apuesto nada porque para esa fecha es muy posible que ya esté criando malvas.