No tengo palabras.
Hay cosas que cuando uno quiere expresarlas, las palabras son ridículamente
insuficientes. Chesterton dijo: “El
hombre sabe que hay en el alma matices más desconcertantes, más innumerables y
más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos
matices, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión
por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior
de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la
memoria y todas las agonías del anhelo”. ¡Qué indudable verdad! Y esto es
lo que me pasa a mí hoy, me siento incapaz de explicar lo que suscitó en mí la
maravillada escucha del estreno mundial de la Sinfonía de la Vida en el Kursaal
de San Sebastián el 10 de Julio de 2016, interpretada por la Orquesta Sinfónica
y Coro de la JMJ y el Orfeón Donostiarra. Pero, apoyándome en el miedo de Jorge
Luis Borges al describir su Aleph, que copio como excusatio non petita, me
lanzaré.
Arribo, ahora, al inefable
centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje
es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los
interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que
mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan
los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de
algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro
está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de
cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al
Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen
con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen
equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad.
Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera
parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones
de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos
ocuparán el mismo punto, sin superposición ni transparencia. Lo que vieron mis
ojos fue simultáneo: lo que tanscribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.
Algo, sin embargo, recogeré.
Pues yo también intentaré
torpemente recoger lo que viví. Ahí voy.
Cinco movimientos que son cuatro
evoluciones de un mismo sentimiento. Experimentar la belleza y la alegría de la
vida, de cada vida, de toda vida. Belleza y alegría que no son sino pálidos
reflejos de la Belleza y la Alegría de la Vida. Así que mis palabras serán el
pálido reflejo de un pálido reflejo.
La Sinfonía de la Vida nace por
un encargo realizado por la fundación Jérôme Lejeune a la OSCJMJ (
www.orquestaycorojmj.org ). Ya el nacimiento
de esta orquesta y coro para las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2011 en
Madrid y su posterior supervivencia son hechos en los que se manifiesta un
designio. La historia de cómo la fundación Jerôme Léjeune llegó a encargar a la
OSCJMJ esta sinfonía es otra manifestación de ese designio que sería demasiado
largo de explicar aquí. Pero el hecho es que se produjo y de ese encargo nació
la inexpresable belleza de la Sinfonía de la Vida.
La Sinfonía de la Vida nace por
un encargo realizado por la fundación Jérôme Lejeune a la Orquesta y CoroJMJ
(www.orquestaycorojmj.org). Ya el nacimiento de esta orquesta sinfónica y coro
para las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2011 en Madrid y su posterior
supervivencia son hechos en los que se manifiesta un designio. La historia de
cómo la fundación Jerôme Léjeune llegó a encargar a la OSC-JMJ esta sinfonía es
otra manifestación de ese designio que sería demasiado largo de explicar aquí.
Pero el hecho es que se produjo y de ese encargo nació la inexpresable belleza
de la Sinfonía de la Vida.
Es necesario, no obstante,
conocer quién fue Jérôme Lejeune para entender de dónde arranca todo. El Prof.
Lejeune fue un genetista francés, un científico de primera línea. Con apenas 32
años descubre la primera anomalía cromosómica humana, la trisomía 21, causante
del síndrome de Down, así como su diagnóstico precoz. Inicia entonces una
investigación genética para intentar paliar o, incluso llegar a curar los efectos
de la trisomía 21, producidos por un exceso de producción de ciertas proteínas
al haber tres cromosomas en vez de dos desde el momento de su diagnóstico al
inicio del embarazo. Su empeño por evitar el exceso de producción de esas
proteínas es algo perfectamente factible con fondos suficientes para la
investigación, pero no fue posible conseguirlos porque se descubrió una manera
más eficaz de eliminar los efectos de la trisomía 21: Eliminar a los que la
padecían mediante un aborto “terapéutico”. Desde entonces, el 90% de los casos
de trisomía 21 son desechados. Como es lógico, ver que su descubrimiento, con
el que él pensaba contribuir a mejorar la vida de los niños con trisomía 21, se
convirtió en instrumento de muerte, le generó una profunda decepción que, sin
embargo, jamás se tradujo en amargura, frustración o desesperanza. Lejos de
ello, le llevó a promover la asociación “Laissez-les vivre”, que se ocupaba de
intentar evitar esas muertes, cuidar de los niños con trisomía 21 que llegaban
a vivir y a ayudar a sus familias a superarlo. Fundó también la asociación
“Secour aux futures mères”. Su activismo pro-vida acabó por convertirle en una
especie de proscrito científico, respetado pero, al mismo tiempo, censurado en
las más prestigiosas publicaciones. La fundación Jérôme Lejeune fue fundada por
su familia y sus colaboradores y amigos más cercanos en 1995, un año después de
su muerte.
Pues bien, de ahí nace esta
Sinfonía de la Vida que se estrenó el 10 de Julio de 2016.
La sinfonía, para orquesta sinfónica,
coro mixto y niños, ha sido compuesta por Kuzma Bodrov y Carlos Criado, sobre
una estructura y textos recopilados y concebidos por Pedro Alfaro, quien
también aporta algunos temas musicales a la sinfonía. De los textos originales destacan un poema de
despedida del Prof. Lejeune escrito poco antes de su muerte y el salmo 139,
cantado en hebreo en el último movimiento.
El primer movimiento que lleva
por título “Desarrollo de la vida en el
seno materno, desde la concepción hasta el nacimiento” transmite el
desarrollo del feto, en estrecho vínculo con su madre, desde la concepción
hasta el nacimiento. Impresiona el ostinato del latido del corazón del niño en
el vientre materno con una melodía que comienza con un violonchelo en pizzicato
al que se va uniendo la orquesta en un crescendo con variaciones. Se inspira en
una frase del Prof. Léjeune refiriéndose al embarazo: “Es como una música, la más primitiva que haya, pues es la primera que
cada oído humano escucha en su vida. Una sinfonía a dos coros, el de la madre y
el del hijo. He aquí la canción de este primer mundo, ese del que todos
venimos”.
El segundo movimiento se titula “La acogida amorosa de la vida en la
familia”, acompañado de una frase de la hija del prof Lejeune de su biografía
La Vie est un Bonheur: “El hijo que ve
que sus padres se quieren lo comprende todo”. Se desarrolla sobre un
diálogo de la madre y el padre, representados por la soprano y el tenor
solistas, con su hijo recién nacido que no puedo dejar de transcribir.
Madre: ¿Qué has sentido al ser mi hijo? ¿En qué piensas cuando me
miras, cuando me buscas? No te conozco y es como si te conociera de siempre.
Padre: Ser padre, nunca imaginé algo así, ahora sé que no entendía
nada. Mis manos torpes te rodean temerosas. ¿Seré capaz de darte lo mejor?
Madre: Dudé y tuve miedo, sin saber cómo serías, cómo sería todo, pero
un mundo nuevo ha nacido contigo y ya sé que sólo importa que me has sido dado.
Tal como eres te amo. A mis ojos siempre serás perfecto porque en mi corazón sé
todo lo que puedes ser.
Padre: Aunque ahora soy todo torpeza, los momentos nuestros serán los
hilos que nos unan. Instante a instante te conquistaré y te daré, sin saber
cómo, lo mejor de lo que soy.
Juntos: Has hecho nuevo nuestro mundo, has llenado de luz nuestras
vidas, has abierto una brecha en nuestros corazones de donde brotarán alegrías,
sacrificios e inquietudes. En ti creceremos y tú con nosotros. Serás distinto a
todo y especial. El amor cubrirá como un manto sagrado a nuestra familia y en
él nuestras vidas serán plenas.
Esta conversación entre la madre
soprano y el padre tenor acompañado por el coro de niños en su reexposición se
desarrolla delante de un telón de música que expresa con una fuerza inaudita
todos esos sentimientos de una forma inefable, más allá de lo que este bolsista pueda expresar con su mecanismo arbitrario de gruñidos y de
chillidos y ruidos. He ahí la grandeza de la música universal. El
movimiento termina con un himno orquestal a la alegría “Era necesario que Nacieras” que es una espléndida danza de
felicidad compuesta por el propio Pedro Alfaro y orquestada magistralemente por
Carlos Criado.
El tercer movimiento se titula “La humanidad en búsqueda a través de la
ciencia. El peligro de una ciencia sin conciencia” y viene también acompañado
de un texto del Prof. Léjeune: “La
ciencia es verdaderamente el árbol del bien y del mal; da frutos buenos y malos
indistintamente; como científicos, toda nuestra responsabilidad consiste en
tratar de recolectar los frutos buenos y evitar ofrecer los malos a nuestros
contemporáneos o a nuestros descendientes”. Empieza aquí a fraguarse el
drama del Prof. Léjeune del terrible uso a que dieron lugar sus
descubrimientos. Ese carácter del dios Jano, con sus dos rostros, benéfico y
maléfico, es magistralmente representado por la música que transmite ora fuerza
luminosa, ora tempestad ominosa y oscura, con un tema, el de la espiritualidad
(que será retomado por el coro en el último movimiento) que lucha por abrirse
camino sin éxito
El cuarto movimiento, se expresa
en el título: “reflexión del científico
sabio en el ocaso de su vida. Poema de despedida del Dr. Léjeune”. Ese
poema, escrito poco antes de la muerte, esperada por el Prof. Léjeune, es el
final de su drama personal que acaba en un profundo anhelo de bien y un acto de
entrega a su Creador. Pero el programa de mano incorpora una frase de su mujer
que describe la terrible decepción de su marido. Dice: “La mayor desgracia, creo yo, que puede sucederle a un verdadero sabio
consiste en ver sus descubrimientos totalmente revertidos de su objetivo
inicial y utilizados para la muerte”. Esta frase de su mujer se alinea con
la que pronunció el Prof. Léjeune en su alocución de defensa de la vida en la
ONU, refiriéndose a la OMS: “He aquí una
institución para la salud que se ha transformado en una institución para la
muerte”. Esa misma tarde escribió a su mujer: “Hoy me he jugado mi premio Nobel”. Efectivamente, se lo jugó y lo
perdió, consiguiendo, en cambio, el premio del ostracismo. Pero siguió el
dictamen de su conciencia con valor y decisión, lo que le hizo más libre y más
humano. El movimiento acaba en una maravillosa variación del ostinato de
violonchelo del principio de la sinfonía, basado a su vez en un tema original
de Pedro Alfaro llamado Iesu, como el corazón que deja de latir, pero que
alcanza la paz. Pero veamos su poema de despedida, cantado por el barítono en
lucha con la orquesta envolvente que refleja ese drama, ese anhelo de bien y
esa entrega a su Creador.
Barítono: “Muero en acto de servicio, habiendo luchado con todo mi ser, hasta mi
último aliento, por una ciencia sabia y llena de humanidad. Pero parece que
este mundo, en sus ansias por conquistar el espacio exterior, se ha olvidado de
su espacio interior. ¿Qué es la ciencia sin conciencia? ¿Qué es un mundo sin
conciencia? ¿Es que no nos damos cuenta? Cada vida es un universo entero,
nuevo, distinto, y cada instante de amor, una porción de ese universo. Mis ojos
contemplan llenos de lágrimas este mundo… Muero en acto de servicio. ¿Por qué
pudiendo hacer tanto bien hacemos tanto mal?
Y no sé si yo hice lo suficiente. Yo era aquél que debía curarles y me
voy sin haberlo conseguido. Quisiera pedir perdón por no haber hecho más por
defender a mis pequeños, perdón por no haber sido más capaz, o más hábil, o más
cariñoso. He recibido tanto, me habéis dado tanto… Quizá algún día el mundo lo
entienda. Ojalá llegue el día en que el árbol de la ciencia beba de la savia de
la vida. He recibido tanto. Ahora es cuando deseo volver a ser niño para
entender, sencillo y puro, el misterio insondable de la vida. Volver al origen
y abrir el libro de los tiempos, para nacer de nuevo a la eternidad”.
Allí, en la eternidad, en su
presente continuo, con el libro de los
tiempos abierto, cumplido su deseo de
volver a ser niño, estoy seguro de que El Prof. Léjeune, estará viendo y
entendiendo el misterio insondable de la
vida. Su Creador habrá volteado para él el tapiz del mundo que en esta vida
vemos sólo del revés, en un caótico cruce de hilos de distintos colores, que no
se sabe de dónde vienen ni a dónde van ni para qué, para hacerle contemplar,
asombrado, su sencillez y pureza.
Y esto es lo que expresa el
quinto y último movimiento que se titula: “Frente
al misterio de la creación, respuesta espiritual. La esperanza renovada”,
en el que se cita una frase de madre Teresa de Calcuta que dice: “El carácter sagrado de la vida es uno de
los mayores regalos que Dios nos ha hecho”. Se ha elegido para este
movimiento el texto del salmo 139 de la Biblia, cantado en hebreo por los tres
coros. Grandiosa manera de expresar la creación y su liberación de la carga del
pecado. Sobre este océano de sonido embravecido, de música exaltada, aparecen,
como delfines y otros cetáceos saltando sobre las aguas tumultuosas, las voces
entretejidas de los solistas, soprano, tenor y barítono. Juntos van recitando en
hebreo el salmo que, traducido al español dice:
“Yahveh, Tú me examinas y me
conoces,
sabes cuándo me siento y me
levanto,
desde lejos penetras mis pensamientos.
Tú adviertes si camino o si
descanso,
todas mis sendas te son
conocidas.
No está aún mi palabra en mi
lengua,
y Tú, Yahveh, ya la conoces.
Tu protección me envuelve por
completo,
me cubres con la palma de tus
manos.
Es un misterio de saber que me
supera,
una altura que no puedo alcanzar.
¿A dónde podré ir lejos de tu
Espíritu,
a dónde escaparé de tu presencia?
Si subo hasta los cielos, allí
estás Tú,
si me acuesto en el abismo, allí
te encuentro.
Si vuelo sobre las alas de la
aurora,
y me instalo en el confín del
mar,
también allí tu mano me conduce
y tu diestra me sostiene.
Aunque diga ‘que la tiniebla me
encubra
y la luz se haga noche en torno a
mí’,
no es oscura la tiniebla para ti,
pues ante ti la noche brilla como
el día.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el vientre de mi
madre.
Te doy gracias porque eres
sublime,
prodigio soy, prodigio son tus
obras.
Tú conoces lo profundo de mi ser,
nada mío te era desconocido
cuando me iba formando en lo
oculto
y tejiendo en las honduras de la
tierra.
Tus ojos contemplaban mis acciones,
todas ellas escritas en tu libro,
y los días que me asignaste antes
de existir.
¡Oh Dios, que profundos son tus
designios,
que incalculable su conjunto!
Si los cuento son más que la
arena,
y aunque termine, todavía estoy
contigo.
La sinfonía acaba en un
pianissimo del coro a capella de un acorde que se va atenuando lentamente sin
que uno sepa exactamente cuándo ha acabado la música. En otras dos obras -la
novena sinfonía de Mahler y la Canción de la Tierra, de este mismo compositor-
ocurre esto y siempre que las oigo me pasa lo mismo. Un casi imperceptible
escalofrío, como una especie de tenue cosquilleo, como si un ejército de
hormigas en hilera recorriera mi espina dorsal, me deja paralizado,
sobrecogido, con la carne de gallina, y pido con toda mi alma un espacio de
silencio para saborear mi sobrecogimiento. Esta es la tercera obra en la que me
pasa esto. Pero no pudo ser el silencio. El público prorrumpió, creo que antes
incluso de que acabase la música, en una estruendosa ovación que se prolongó con
¡bravos!, a los que, roto mi sobrecogimiento, me sume, durante más de diez
minutos, con toda la liturgia de salidas y entradas de solistas y director.
Creo que en la ejecución de la
Sinfonía de la Vida se produjo un prodigio, casi un milagro, que rara vez se
produce. A menudo las orquestas pasan por las notas de una obra de manera
extraordinariamente profesional y virtuosistica, pero sin alma. De cuando en
cuando, uno siente que no sólo está escuchando las notas, sino que está
sintiendo el alma colectiva de la orquesta que vibra con lo que está creando.
Nunca, jamás, en mi vida he sentido eso con tanta intensidad como en esa
representación. La joven orquesta de la JMJ, con su coro, tal vez no tan joven,
con su escolanía y con el Orfeón Donostiarra y su Orfeón Txiki, palpitaron,
vibraron se extasiaron al unísono en esa creación. ¡Y transmitieron ese
éxtasis! Los franceses dicen, cuando esto ocurre que la obra fue creada, no
interpretada. Eso fue lo que ocurrió: la creación de la obra, la creación de
algo nuevo, espiritual, etéreo, efímero, volátil, único, mágico. No sé si
irrepetible. Fue la contemplación de la Verdad, la Bondad y la Belleza, sobre
todo la Belleza, a través de un cristal casi transparente. A quien no entienda
lo que digo o crea que me invento una sensación, le recomiendo que vea la
película “El concierto”. Si hay algo que sabe hacer un buen director de cine es
recrear sensaciones. En la creación del concierto para violín de Tchaikovsky al
final de la película se plasma muy bien la magia de la que hablo.
Y creo que ese es el camino, más
que los discursos y los anatemas, para imbuir en nuestra sociedad la admiración
y el asombro por el impresionante milagro de la vida y, desde esa admiración y
asombro, inducir el respeto por ella y por su infinita dignidad. Por eso creo
que esta Sinfonía de la Vida debe perpetuarse. No basta con un disco o con que
se cree otra vez en Madrid o en París. Es necesario hacer que incendie el mundo
con esa admiración, asombro y respeto. Y, para esto, no basta con lo anterior.
Hay que conseguir que forme parte del repertorio de las grandes orquestas del
mundo. No sé a cuantas personas podrá llegar este escrito. Si lo reenviáis y se
hace viral, puede que a millones. Os pido que lo hagáis. Y que si quien quiera
que reciba esto tiene contactos que estén en el mundo de la música, o vosotros
mismos estáis en ese mundo, se lo hagáis llegar. Nunca he dicho con más
convencimiento y pasión lo de ¡¡¡¡PÁSALO!!!!. Pero:
¡¡¡¡¡¡¡PÁSALO!!!!!!!. Por
supuesto, también puedes colaborar haciendote amigo de la Orquesta y Coro
Sinfónico de la JMJ a través de su página web:
http://www.orquestaycorojmj.org Por
supuesto, si alguien quiere ponerse en contacto con Pedro Alfaro, el impulsor
de la OSC-JMJ, no tiene más que decírmelo.
Sé que mi pretensión de hacer
viral una cosa tan larga no es muy realista, pero creo en los milagros y, para
demostrarlo, lo voy a hacer todavía más difícil añadiendo un artículo de
Francisco Calvo Serraller que leí en EL PAÍS del pasado 9 de Julio, el día
antes del estreno de la Sinfonía de la Vida, reflexionando sobre la muerte de
su hija, con severas minusvalías. Como sé que a menudo los links no se abren,
además de ponerlo, lo transcribo íntegro más abajo. Merece ser leído. Es
también una Sinfonía de la Vida. Os pego también una poesía de Miguel D´Ors de
su libro “Hacia una luz más pura”. Perdonadme mi intensidad, que a veces me
hace pesado. Un abrazo a todos.
En 1982, el cineasta estadounidense
Steven Spielberg (Cincinnati, 1946) realizó su encantadora película E.T. Extraterrestre, en la que un simpático
extraterrícola extraviado caía sobre nuestro planeta provocando
impremeditadamente pavor entre quienes se cruzaban con él, salvo en un par de
niños aún con mentes virginales, que de inmediato se convirtieron en sus
cómplices. Apenas media docena de años antes, había nacido mi hija Marina
(1976-2016) con severas limitaciones físicas de una naturaleza congenial al
parecer desconocida, según todos los especialistas. Luego, nos fuimos enterando
de que el innominado síndrome que padecía no era, en absoluto, excepcional,
pero sí lo suficientemente raro como para que los científicos del ramo no se
molestasen siquiera en su seguimiento con vistas a una mejor comprensión. En
cualquier caso, salvada la asustada sorpresa inicial de su madre y la mía ante
su peculiaridad, y, al comprobar que ésta no era la de un ser condenado a
sufrir de por vida, fuimos progresivamente apreciando y amando su singular y
generoso modo de adaptarse a nuestro mundo, a pesar de que era tan diferente al
suyo. Precisamente, mi mujer, Cristina, cierto día, admirando los extraños
poderes de Marina en exacta relación directa con sus limitaciones, acertó a
definirla como “E.T.”, porque parecía entender mejor nuestro entorno que
nosotros el suyo. En este sentido, cuando, en una ocasión, alguien me preguntó
sobre la calificación oficial obtenida para su discapacidad, que era del 95%, y
al mostrar su asustada perplejidad ante la cifra, le pude contestar
tranquilamente que ese resultado sólo revelaba que sus evaluadores se habían
podido comunicar con ella al 5%.
En 1991, con motivo de haber yo
publicado una biografía de Velázquez, pintor entre el acá y el allá, una
nebulosa, le dediqué el libro a mi hija Marina en los siguientes términos:
“Para Marina, pura luz, cuya felicidad no depende de las tinieblas del arte”.
Ya entonces, como comprenderán, me había hecho consciente de que mi hija, en su
“cortedad”, me sobrepasaba por los cuatro costados. Les podría dar mil
testimonios al respecto, pero no lo haré por no ser demasiado prolijo. Porque
Marina, ciega de nacimiento, no sólo usaba con precisión nuestro modo de
hablar, plagado de términos visuales, que apenas tenían el menor significado
para ella, sino que, sin encontrar los instrumentos lingüísticos para expresar
la inconmensurable riqueza de sus insólitas percepciones, te las comunicaba
sutilmente con la maravillosa expresividad gozosa de su rostro, con sus
delicados gestos, con su natural elegancia, con su cautivadora forma de
sonreír; en fin: con su modo de ser y estar, fruto de una sensibilidad ignota,
pero que intuías superior.
El también extraviado y genialmente
anormal Vincent van Gogh describió la muerte como un viaje a una estrella, tan
natural, decía, como tomar un ómnibus en dirección a Tarascón. También se me ha
quedado fijada la imagen del E.T. de Spielberg señalando al cielo mientras,
suspirando, decía: “¡Mi casa!”. Tengo la sensación de que mi hija Marina ahora
se ha unido a ellos, dejándonos un tremendo vacío a quienes tuvimos el
privilegio de gozar de su compañía. ¡Ay, en nuestro atribulado mundo, cuán poco
nos fijamos en el tesoro de estos seres diferentes, los únicos capaces de
arrojar algo de luz a nuestra ciega existencia!
Miguel D’Ors
Hacia una Luz más pura.
Elogio de la imperfección
Esa vieja cordura los desprecia.
Tontos, enfermos, locos, raros, poquita cosa:
piezas inacabadas.
Pero a Él le
sirven todos,
piedras de Su
edificio. Algunas veces
los usa como piedras angulares
–véase el Evangelio– y otras veces con ellos
le hace a la Historia vados, aceras, jardincitos,
poyetes en que toman el sol los jubilados.
Nada se desperdicia. Ninguno queda fuera.
Quién sabe si por ellos, solamente por ellos,
siguen Aldebarán y el Cisne y la Vía Láctea
girando en el silencio de las noches. Quién sabe
si a ésos que tienen pájaros
en la cabeza, a aquellos que están como una cabra,
a los que oyen campanas y nunca saben dónde,
a los que les han dado calabazas...
Él no los ha elegido como Sus proveedores
de materiales para hacer las primaveras.