14 de septiembre de 2016

Una curiosidad novelesca que raya en el misterio

En este escrito no hay nada de mi cosecha. Ni siquiera aventuro una opinión sobre lo que escribo en él. No es más que una recensión de una curiosidad con la que me he encontrado por casualidad navegando por internet buscando otras cosas y tirando del ovillo. Eso sí, es una curiosidad de las que roza el “misterio”, tiene algo de novelesco y, además, lleva implícita otra gran curiosidad lingüistica. En fin, basta de rollos y ahí voy.

Se trata del llamado manuscrito de Voynich. Es un manuscrito de 240 páginas lleno de ilustraciones, a razón de algo más de una por página, escrito sobre pergamino con pluma de ave en el siglo XV. Las páginas están numeradas con el sistema de numeración arábigo por lo que se sabe que 5 de ellas se han perdido. Y, ¿cuál es la curiosidad, se puede preguntar uno? La curiosidad estriba en que está escrito en un idioma desconocido, con un alfabeto desconocido, que nadie ha podido descifrar hasta la fecha ni encontrar su origen. Los criptógrafos de la Segunda Guerra Mundial que rompieron el código “Enigma” alemán lo intentaron con el manuscrito Voynich y fracasaron. La Natonal Security Agency (NSA) de los EEUU, la misma que hace unos meses rompió en poco menos de una semana las claves de Apple por la cuestión del teléfono del terrorista musulmán, lo ha intentado con el manuscrito y fracasó. La inmediata es pensar que es simplemente un galimatías y que, por tanto, es indescifrable, sencillamente, porque no tiene sentido. Pero, y esta es la segunda curiosidad, resulta que el idioma del manuscrito cumple con la ley de Zipf y con la de la entropía lingüistica.

La ley de Zipf es, en sí misma, una curiosidad estadística de la que nadie sabe explicar su rezón de ser. Da cuenta del hecho empírico de que en un texto suficientemente largo en cualquier idioma natural del mundo, la palabra que más aparece en él, lo hace muy aproximadamente dos veces más que la segunda, tres más que la tercera, etc., etc., etc. Sin embargo, los idiomas artificiales no cumplen esta ley. Por ejemplo, Tolkien, profesor de Oxford y filólogo de profesión, inventó, en el siglo XX, el idioma élfico. El élfico no cumple con la ley de Zipf. James Dooham y Marc Okrand inventaron, para la serie de películas de Star Treck, el idioma klingon que hablan una docena de expertos en el mundo. El klingon no cumple la ley de Zipf. El voynichés –así ha dado en llamarse la lengua del manuscrito– cumple, además de con la ley de Zipf, con la de la entropía lingüística. Esta ley viene a decir que las longitudes de las palabras de un idioma cualquiera siguen una cierta distribución estadística que, siendo común a todas las lenguas, difieren en ciertos parámetros que definen esa distribución y que estos parámetros permiten agruparlas en varias categorías. Parece que el voynichés entra en la misma categoría que el latín y otras lenguas romances. Sin embargo, en otras características lingüísticas pudiera parecerse más al árabe, a pesar de que el voynichés tenga vocales y se escriba de izquierda a derecha. El manuscrito, de 240 páginas, como hemos dicho, tiene unos 170.000 caracteres agrupados en unas 35.000 palabras (4,86 caracteres por palabra de media) con un alfabeto de entre 20 y 30. Este número no está claramente determinado por varios motivos. El primero es que hay caracteres que son parecidos entre sí, pero no se puede afirmar que sean el mismo. No se sabe si sus diferencias se deben a la caligrafía o a que sean realmente diferentes. El segundo es que hay caracteres que sólo aparecen al principio de las palabras, otros sólo al final y otros sólo en medio. Hay caracteres que pueden aparecer en el principio de la palabra y otros que nunca lo hacen. En árabe ocurre algo así, pero no son caracteres distintos, sino que el mismo carácter tiene una grafía distinta según esté en el inicio de la palabra, en medio o al final. Hay también caracteres que no aparecen nunca uno junto al otro. Otros, en cambio, parecen aparecer a menudo juntos en un orden determinado. Otros aparecen frecuentemente repetidos mientras que otros no lo hacen nunca. Si nos fijamos en las palabras, las hay que aparecen distribuidas por todo el texto, mientras que otras aparecen sólo en algunas secciones o sólo en algunas páginas. La grafía del manuscrito deja ver que está escrito con soltura, no dibujando cada letra, sino de forma fluida, lo que indica que el escritor lo escribía de corrido y sabía de lo que estaba escribiendo. Algunos expertos dicen que hay dos o tres manos de calígrafos, pero otros niegan este punto. Con todo esto, quedan pocas dudas de que el manuscrito no es un simple galimatías, sino que corresponde a un idioma real y que tiene, por tanto, un contenido conceptual que intenta transmitir.

Las ilustraciones son a color y es gracias a ellas por lo que se puede saber más o menos de qué trata el manuscrito, que se ha dividido en seis secciones. Parece que las ilustraciones están hechas antes que el texto, puesto que éste se superpone a ellas en bastantes sitios.

Llegados a este momento, creo que merece la pena echar un vistazo a las imágenes del manuscrito:


De acuerdo con las imágenes el manuscrito se divide en seis secciones:

1ª Herbario. Según el botánico Arthur Tucher, de la Universidad Estatal de Delaware, varias de las ilustraciones podrían ser de plantas de Centroamérica y además dice que la forma de representación de las imágenes botánicas recuerda a las de México del siglo XVI. El problema es que según veremos más tarde, todo indica que el manuscrito fue elaborado en el siglo XV, antes del descubrimiento de América.

2ª Astronómica. Aparecen 10 de los 12 anagramas de signos zodiacales. Cada uno de ellos está rodeado por 30 mujeres, en su mayoría desnudas y cada una sostiene una estrella. Acuario y Capricornio se han perdido. Entre Aries y Tauro hay cuatro diagramas, algunos de ellos desplegables, con 15 estrellas cada uno.

3ª Biológica. Aparecen mujeres desnudas tomando baños y unidas por redes de tuberías que tienen forma de órganos. Algunas de las mujeres llevan coronas. Se especula con que sean ninfas.

4ª Cosmológica. Aparecen diagramas circulares de naturaleza desconocida que hay quien dice que representan galaxias espirales. También hay alguna ilustración que puede parecer una estrella en explosión. Hay un desplegable de 6 páginas en el que aparecen 6 islas conectadas por calzadas y castillos. Aparece también algo que pudiera ser un volcán.

5ª Farmacéuticas. Aparecen raíces, hojas y tarros típicos de farmacia.

6ª Alquímica. Aparecen ilustraciones que se interpretan como guías para elaborar algún tipo de receta alquímica.

La historia del manuscrito es un auténtico culebrón. Por el análisis del carbono 14 que se realizó en 2009 en la Universidad de Arizona, se sabe que, con un margen de seguridad del 95%, el pergamino sobre el que está escrito data de entre 1440 y 1438. El McCrone Research Institute de Chicago ha demostrado que la tinta fue aplicada poco tiempo después. Por determinadas ilustraciones, entre ellas algunas que representan un especial tipo de castillos, parece que fue escrito en el norte de Italia, en una zona entre Milán y Venecia donde esos castillos eran habituales en el siglo XV. Los atuendos y peinados de las mujeres también parecen corroborar esa ubicación. La primera constancia indirecta de su propietario dice que el emperador Rodolfo II (1552-1612) lo compró pagando por él la astronómica cantidad de 600 ducados de oro. En la corte imperial atribuyeron su autoría al monje franciscano Roger Bacon (1220-1294), de enorme erudición, antecesor del pensamiento científico y políglota, conocedor del árabe y de otros idiomas. Pero después de la datación por el carbono 14, esta hipótesis ha quedado invalidada.

A la muerte de Rodolfo II el manuscrito pasó a ser propiedad de Jakub Horcicky (1575-1622), conocido por su nombre latinizado Jecobus Serapius, favorito del fallecido emperador, alquimista y responsable de la farmacia imperial. A la muerte de Serapius su propietario pasó a ser Georgius Barschius (1558-1662), también alquimista de la corte de Rodolfo II y responsable de su biblioteca. Parece que fue el primero que intentó, sin éxito, la traducción del manuscrito. En 1637, desesperado, su propietario escribió una carta a Athanasius Kircher (1602-1680), jesuita, y el políglota más reputado de su época. Kircher había compilado un impresionante diccionario del copto, era un gran conocedor del chino y había “descifrado” los jeroglíficos egipcios. Aunque exactamente dos siglos más tarde, al descifrar Champolion los jeroglíficos egipcios ayudado por la piedra Rosetta, se viese que el descifrado de Kircher era erróneo, la fama de éste a mediados del siglo XVII era inmensa. Por eso Barschius le mandó la carta, junto con la copia de algunas páginas del documento, pidiéndole que lo tradujese. No hay constancia de que Kircher le hiciera caso.  En 1639 le escribió una segunda carta que corrió la misma suerte que la primera: el olvido. Estas cartas no se conservan. El pobre Barschius siguió peleándose infructuosamente con el descifrado hasta su muerte en 1662.

En su testamento legaba el documento a su amigo Johannes Marcus Marci (1595-1667). Éste era un médico que había iniciado sus estudios para ser jesuita y era Rector de la Universidad Carolina de Praga. Mientras estudiaba con los jesuitas, Marci había trabado amistad con Kircher. Por eso en el mismo año de 1662, Marci le envió el manuscrito completo, junto con una carta, a su amigo Kircher para ver si era capaz de descifrarlo. Tampoco hay constancia de que Kircher acusara recibo de dicha carta, ni de que realmente hubiese intentado descifrarla. No obstante, esta carta de Marci se conserva unida al manuscrito. Es en esa carta donde se refiere la adquisición del manuscrito por Rodolfo II, la atribución de su autoría a Roger Bacon, las vicisitudes sufridas por el manuscrito desde entonces y se mencionan las dos cartas de Barschius.

Desde ese año de 1662 hasta 1870 el manuscrito estuvo en el Collegio Romano de los jesuitas. Durante el paréntesis de la supresión de la Compañía, el Collegio estuvo bajo la supervisión del clero secular romano. Al ser restituida la orden, el Collegio volvió bajo el control de los jesuitas. En 1870, al tomar Victor Manuel II Roma y anexar los Estados Pontificios al Estado italiano recién constituido, expropió muchos de los documentos de la Iglesia o de las distintas órdenes religiosas. Los jesuitas mandaron muchos documentos a bibliotecas privadas para evitar su expropiación. Entre ellos se encontraba el Manuscrito Voynich. Más tarde, cuando se permitió la refundación del Collegio Romano con el nombre de Universidad Pontificia Gregoriana, los documentos fueron restituidos a dicha Universidad.

Pero en 1912 la Gregoriana pasó por graves dificultades económicas que le obligaron a vender una parte de su biblioteca. Entre los documentos que se vendieron estaba el manuscrito que, junto con otros 30 documentos, fue comprado por el bibliófilo lituano-polaco Wilfrid M. Voynich (1865-1930), que le da el nombre al manuscrito. La azarosa vida de Voynich daría para escribir un libro. Comprometido políticamente con la lucha por la independencia de Polonia del imperio ruso, fue detenido en 1885. Permaneció unos años en la fortaleza prisión de Varsovia y después fue deportado a Siberia en la primavera de 1887. Fugado en 1890, llegó a Alemania tras una increíble odisea. De su estancia en Siberia data su conversión al anarquismo. Se escondió en Hamburgo. Tuvo que vender su abrigo y sus gafas por cuatro perras para poder comprar un arenque ahumado, un trozo de pan y un pasaje de tercera clase a Londres en un barco de carga que transportaba fruta. En esa ciudad conoció a una joven inglesa nacida en Irlanda, Ethel Boole (1864-1960), quinta hija de George Boole, el matemático que inventó el álgebra de Boole y de la filósofa sufragista Mary Everst. Wilfried y Ethel se unieron en 1895 y se casaron en 1902. Antes de conocer a Voynich, Ethel había estado en Rusia y Polonia, colaborando con el movimiento anarquista en la clandestinidad. Cuando volvió a Inglaterra fundó la Sociedad de Amigos de la Libertad de Rusia y ayudó a la edición del diario Free Russian en lengua inglesa. Su anarquismo se remonta a su relación amorosa con el aventurero ruso Sigmund Georgievich Rosenblum. Rosenblum fue encarcelado por anarquista por la Rusia zarista. Fugado de prisión, simuló su muerte y huyó a Brasil donde estuvo escondido unos años. De Brasil fue a Inglaterra donde conoció a Ethel en los medios anarquistas y se convirtieron en amantes. La relación de Ethel con Rosenblum terminó en 1895, al ser reclutado éste como agente por el Servicio Secreto británico, cambiándose el nombre por Sidney Reilly. Sirvió como espía contra alemanes, turcos y rusos, zaristas y soviéticos. Era conocido como “The Ace of Spies”. La BBC ha producido recientemente una serie sobre él con ese título. En 1925 fue capturado y ejecutado por los soviéticos. Inspiró a Ian Fleming el personaje de James Bond 007 en las novelas que Fleming escribió entre 1953 y 1966.

En el mismo año de 1895, en el que Ethel rompió con Rosenblum, conoció a Voynich con el que se unió como amante. Se conocieron en la Sociedad de Amigos de la Libertad de Rusia. Su encuentro no carece de tintes románticos. Wilfred le preguntó cuando la vio: “¿No te he visto antes? ¿No estabas de pie en la plaza cerca de la fortaleza de la prisión de Varsovia el Domingo de Pascua de 1887?” Ella le dijo que sí, que allí había estado ese día y él contestó: “Yo estaba dentro, me asomé y te vi”. Ambos eran activistas anarquistas y se dedicaron a traducir al inglés y a otros idiomas –sabían diez o doce idiomas cada uno– las obras de Marx y Engels. Profesionalmente Wilfried se dedicó al negocio de compra-venta de libros extraños en el que tuvo un éxito más que notable. Ethel era, además de una buena pianista y compositora, una gran escritora. Su primera novela, “The Gadfly” (la traducción literal es “El Tábano”, pero coloquialmente significa algo así como “la mosca cojonera”. Tal vez el título pretenda referirse a Sócrates, que se llamaba a sí mismo el tábano de Atenas), publicada en 1897, tuvo un gran éxito internacional y fue traducida a 25 idiomas. Pero fue en la Unión Soviética donde más ejemplares se vendieron, llegando a más de 2 millones. En este país fue llevada al cine dos veces y Dimitri Shostakovich compuso la música para esa película. Hoy se conoce como la romanza Gadfly, Op. 97 de este compositor. Aunque en la serie de la BBC a que me he referido antes no aparece Ethel Boole, el productor ha dejado un guiño en referencia a esa relación entre el espía y Ethel: La música de la serie es la misma romanza de Shostakovich que la de la película “The Gadfly”. A continuación añado un link a una interpretación para piano y violín de esa deliciosa obra.


Sin embargo, Ethel no se enteró del éxito de su novela en la URSS hasta cinco años antes de su muerte. A través de Aldai Stevenson, que sería candidato demócrata a la Presidencia de los EEUU en 1956 y con quien le unía una estrecha amistad, negoció que la URSS le pagase los derechos de autor ganados allí, siempre que viajase a la Unión Soviética a recibirlo. Pero Ethel, a la sazón de 91 años y que hace mucho consideraba a la URSS como traidora a los ideales anarquistas, no fue y, por tanto, nunca recibió el dinero. Tampoco lo necesitaba puesto que vivía holgadamente de los derechos de autor de sus obras en el resto del mundo, aunque ninguna alcanzase el éxito de “El Tábano”.

Desde que Voynich compró el manuscrito, intentó que los mejores expertos descifrasen el documento, mandándoles copias hechas por él mismo mediante un sistema químico que lo deterioró en algunas partes. En 1914, poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial, los Voynich fueron a EEUU en el transatlántico Lusitania que, más tarde, durante la guerra, sería torpedeado y hundido por un submarino alemán. Tuvieron que permanecer allí durante toda la guerra, pero al acabar ésta, tras una breve estancia en Londres, en 1920 se instalaron definitivamente en ese país. Cuando murió Wilfried, en 1930, el manuscrito pasó a su viuda. En 1931 Ethel Boynich permitió al P. Theodore C. Petersen (1883-1966) que hiciera copias para poder distribuirlas entre expertos que pudiesen intentar su descifrado. Petersen era profesor en el St. Paul's College de la Universidad Católica de América especialista en lenguas antiguas e historia, además de ser experto en religión, astrología y manuscritos místicos. Él mismo intentó descifrar el manuscrito. Dedicó el resto de su vida a buscar concordancias del manuscrito con textos de Ramón Llull, Santa Hildegarda de Bingen, San Alberto Magno, Roger Bacon y otros eruditos medievales, sin obtener ningún éxito. Desde 1933 hasta 1943 Ethel colaboró con la Escuela de Música Litúrgica Pío X en Manhattan. En esa época compuso varias cantatas y otros himnos litúrgicos y religiosos que gozaron de notable éxito para este tipo de música.

Cuando murió, sus herederos vendieron el manuscrito, en 1961, por 24.500$, al marchante de libros Hans Peter Kraus (1906-1987), un judío austriaco que se libró por los pelos del holocausto. Éste intentó, infructuosamente, venderlo a precios crecientes que alcanzaron los 160.000$. En 1969, Kraus donó el manuscrito a la biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde está en la actualidad, catalogado con el número MS 408. Esta Universidad ha encargado a la editorial Siloé, situada en Burgos, tras una exigente selección, la primera edición facsímil del manuscrito, edición que se ha iniciado en Febrero de 2016.

En 2014 se han presentado dos pretensiones de traducción parcial del manuscrito. La primera es del Prof. Stephen Bax de la Universidad de Bedfordshire en el Reino Unido. Bax encuentra paralelismos del voynichés con lenguajes de Asia u Oriente Medio usando unos caracteres del alfabeto eslavo glagolítico (sic). Parece que también hay similitudes con el rongorongo (sic), un sistema de escritura descubierto en la isla de Pascua. Bax limita su descifrado a diez palabras.

La segunda es del ingeniero militar ruso Nikolái Anichkin. Según Anichkin, la obra contiene una descripción de las plantas encontradas en Asgard (ubicado en el territorio actual de Omsk en Siberia). En el mismo lugar, cuenta el ingeniero, había un gran templo de unos 1.000 sazhenes (2.133 metros) del que solo quedan los pasajes subterráneos. Según Anichkin, el templo fue destruido en 1530, mientras se suele fechar el manuscrito en el siglo XV. El idioma sería usado, siempre según Anichkin, para los rituales que tenían lugar en ese templo. En cualquier caso, el ingeniero ruso afirma haber descifrado sólo unas cuantas palabras.


Por supuesto, no faltan hipótesis sobre el autor del manuscrito ni sobre su contenido, su intención o su lenguaje. Cuando Voynich hizo las copias del manuscrito apareció en la primera página, casi totalmente borrada, la firma de su segundo propietario, Jacobus Serapius. Esto hizo pensar que éste era su autor y que alguien, posteriormente, lo había borrado para crear un misterio y, tal vez, poder vender más caro el documento. Pero hace poco se han encontrado documentos firmados por Serapius y se ve claramente que la firma del manuscrito había sido falsificada. Esto nos lleva a otro “mistrerio”: alguien falsificó la firma de Serapius y otro alguien –o tal vez fue el mismo– la intentó borrar. ¿Con qué fin? Hay una larga lista de personajes que unos y otros eruditos identifican con razones de lógica, como posibles autores del manuscrito. La lista de los autores esotéricos es aún más larga. No falta quien afirma que el documento, con toda la historia, la carta de Marci a Kircher incluida, fue una patraña urdida por los Voynich. Ingenio, conocimiento de lenguas, acceso a documentos antiguos y a pergaminos vírgenes, no les faltaron. Aunque la ley de Zipf no fue descubierta hasta los años 40 del siglo XX, parece que Ethel tenía también una impresionante formación matemática dada por su padre, lo que alimenta la hipótesis de que hubiera descubierto esa ley y ella y su marido la hubiesen usado para el engaño. Parece demasiado rocambolesco, pero, con una pareja así, nunca se sabe… Hay infinidad de hipótesis realmente rocambolescas y esotéricas, sobre el manuscrito. Las hay que hacen referencia a extraterrestres, rosacruces, descripciones de telescopios y microscopios, reactores nucleares, secretos templarios o cátaros, etc. Naturalmente, no pueden faltar las hipótesis en las que la Iglesia católica, implacable perseguidora de herejes, impulsaba a éstos a crear códigos secretos. Ahí queda el tema, para quien quiera investigarlo o escribir una novela. Mimbres no faltan.

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