En las últimas semanas, el
bitcoin se ha convertido en una estrella mediática. Todo el mundo habla de él,
sin tener ni idea de lo que es, y se pregunta si debería invertir en bitcoins
para forrarse. Vaya por delante que yo, personalmente, antes me dejaría arrancar
un brazo de cuajo que meter en bitcoins algo que supere el 1% de mi patrimonio
líquido. Y, tal vez, ni eso. Pero no pretendo en estas páginas hacer una
recomendación sobre la inversión en bitcoins, sino aclarar un poco qué es eso
del bitcoin y, de paso, algunos conceptos relacionados con él. Y digo aclarar
un poco, porque hay muchas, muchísimas y muy profundas lagunas en lo que conozco
de él. Casi me podría catalogar en la categoría de ignorante. Pero con lo poco que
sé y otro poco de sentido común y de conocimientos de economía y finanzas, creo
que puedo decir algo medianamente interesante. Pero basta de excusatio non
petita; ahí voy.
El bitcoin es una moneda
artificial. A las monedas artificiales como el bitcoin se ha dado en llamarlas
criptomonedas aunque, como veremos más adelante, no tienen por qué responder al
apelativo de cripto, en su sentido de secreto. Creo que sería más adecuado
llamarlas monedas virtuales. Pero vayamos poco a poco.
En 2009, alguien –o alguienes–
desconocido, de quien sólo se sabe el alias de Satoshi Nakamoto, diseño un
programa de ordenador que creaba una unidad de una moneda virtual llamada
bitcoin a cambio de aproximadamente 1 centavo de $. El algoritmo de ese
programa fijaba que el número de bitcoins nuevos que se podía crear debía
dividirse por dos cada cuatro años. Eligió como unidad de tiempo un periodo de
10 minutos, de forma que, para que la cantidad de bitcoins creados se dividiese
por dos cada cuatro años, cada 10 minutos no podían emitirse más que un
99,99967…% de lo emitido los diez minutos anteriores. Con esta tasa de
reducción cada 4 años, o su equivalente cada 10 minutos, se ponía un límite
máximo a la cantidad total de bitcois que podría llegar a haber. Esta cantidad
está en 21 millones de bitcoins y se alcanzará en el año 2140. Es decir, si el
bitcoin hubiese mantenido su valor inicial, el total de los bitcoins alcanzaría
en 2140 un valor menor de 210.000 $. Sin embargo, a día de hoy, en que se
llevan emitidos 17 millones de bitcoins y que cada bitcoin alcanza un valor de
unos 10.000$, el volumen de esta moneda virtual alcanza los 170.000 millones de
$. Es decir, el que compró un bitcoin en 2009 por un centavo, tiene ahora
10.000$, obteniendo por tanto una rentabilidad de casi el 600% anual
acumulativo.
Ante esto, se me ocurren tres
preguntas. La primera: ¿Pensaban los creadores del bitcoin que algo así se
podría producir? Apostaría cualquier cosa a que no. Creo que en el principio
todo el asunto se veía como un juego gracioso de frikis informáticos. Si alguien
se pregunta si los fundadores del bitcoin han ganado algo con ello, la
respuesta es NO. A menos que hayan invertido ellos también, como cualquier otro,
en sus bitcoins. Pero lo cierto es que nadie, ni siquiera ellos, tienen ningún
control sobre el precio de la moneda virtual que han creado. De garantizar eso
se encarga la tecnología block chain de la que hablaré en un próximo artículo.
La segunda pregunta es más difícil de contestar: ¿Cómo ha podido llegar a
multiplicarse por 1 millón de veces el valor del bitcoin? Y, la tercera es la
más importante: ¿Qué pasará en el futuro con esta moneda virtual? A contestar
estas dos últimas preguntas dedicaré las siguientes páginas. Pero para
contestarlas hay que profundizar un poco en qué es lo que hace que una determinada
moneda real tenga el valor que tiene.
El valor de una moneda respecto a
otras se forma, como cualquier precio, por la ley de la oferta y la demanda. Si
mañana todo el mundo que tiene euros quisiera comprar dólares, habría una
enorme demanda de dólares y una enorme oferta de Euros. Como consecuencia, el dólar
subiría y el euro bajaría. Pero esta respuesta no sirve para nada. Porque la
cuestión radica en saber por qué demonios mañana puede haber más gente que
quiera comprar dólares de la que quiera comprar euros. Y, para contestar a esta
cuestión hay que considerar varias cuestiones macroeconómicas.
La primera requiere asomarnos a
la economía real. Yo me gasto el dinero en euros, porque es la divisa en la que
el Corte Inglés, Benetton o, incluso Tommy Hilfiger, que es americana, me
venden un jersey en España. Por lo tanto, la empresa en la que trabajo tiene
que pagarme el sueldo en euros y cobra sus ventas en euros o, si le pagan en
dólares, tiene que vender esos dólares por euros para poder pagarme el sueldo.
Pero si mi empresa tiene que comprar algo a una empresa de EEUU importándolo de
allí, tendrá que pagar a esa empresa americana en dólares (o, si le paga en
euros, la empresa americana tendrá que vender esos euros por dólares), para lo
que tendrá que vender euros para comprar los dólares para pagar lo que compra a
esa empresa de los EEUU. Así pues, los euros son necesarios para comprar y
vender cosas producidas en Europa y los dólares para hacer lo propio con cosas
producidas en EEUU. Así pues, si el PIB de Europa crece, parece razonable
pensar que será necesario que haya más euros y lo mismo pasa con los dólares si
el PIB americano crece. Y si el PIB americano crece más que el europeo, harán
falta más dólares para comprar los bienes que se producen allí, y el precio de dólar
subirá. Por supuesto, si mañana el Corte Inglés admitiese como cosa corriente
que la gente le pagase en dólares e hiciesen lo mismo todas las empresas de Europa,
al día siguiente yo no tendría ningún inconveniente en que me pagasen el sueldo
en dólares y el euro iría desapareciendo como divisa. Esto ha pasado en Europa
con la aparición del Euro y la desaparición de todas las divisas locales de
cada país. Eso fue un acuerdo político global, pero no hay nada práctico que
impida que ocurra en un país por consenso libre de los ciudadanos, a través de
un proceso gradual en el que una moneda vaya poco a poco sustituyendo a la otra
en un más o menos largo periodo de coexistencia. Es, sin embargo, un fenómeno
altísimamente improbable.
La segunda cuestión que influye
en la oferta y demanda de una divisa hay que buscarlo en la economía
financiera. Si hay mucha gente que quiera tener sus ahorros en dólares, con
independencia de en donde viva o de donde sea o en que divisa compra sus
jerseys, habrá demanda de dólares como moneda de ahorro y el dólar subirá. Y,
¿por qué alguien va a querer ahorrar en dólares? Muy sencillo, porque reciba
una mayor rentabilidad por su dinero si lo tiene en dólares que si lo tiene en
euros. Es decir, por los tipos de interés o por las oportunidades de inversión
muy rentable en los negocios americanos. Esta demanda de dólares hará subir al
dólar. Pero la economía, si se deja a los mercados funcionar libremente, tiene
mecanismos automáticos de reequilibrio. Si el dólar sube respecto al euro, las
cosas producidas en EEUU serán más caras para el comprador europeo, por lo que
éste optará por comprar cosas más baratas fabricadas en Europa. Y lo mismo
pasará con el ciudadano americano: preferirá productos europeos. Así, la demanda
de euros aumentará y el euro subirá, reequilibrándose la situación. Europa
empezará a ir mejor con ese consumo adicional y las oportunidades de inversión
en este continente mejorarán, atrayendo también más euros de los ahorradores y,
otra vez, haciendo que el euro suba. Si este mecanismo funcionase, el ahorro
que en un momento dado iba en la dirección del euro hacia el dólar, revertirá
su flujo y este componente del tipo de cambio entre ambas divisas se revertirá.
Así que esta dirección del ahorro es siempre de ida y vuelta, por lo que no
podrá tener una influencia indefinida en el tiempo en el tipo de cambio
.
La tercera cuestión que influye
en la oferta y demanda de una divisa es la intervención arbitraria por motivos
políticos de los Bancos Centrales Emisores de cada divisa, Banco Central
Europeo para el euro o Reserva Federal –la FED– para EEUU. Ocurre continuamente
que estos Bancos Centrales, que tienen el monopolio de la creación de dinero,
crean dinero a espuertas con la intención de, supuestamente, reactivar la
economía o de mantener la divisa artificialmente alta o baja por motivos, como ya
he dicho, políticos. Con esto, falsean las señales del precio del dinero para
los mercados, dando lugar a serios desequilibrios y la aparición de burbujas
que causan los indeseables ciclos de la economía. Pero no es éste el lugar de
seguir hablando de esta aberración.
Estas son las tres cuestiones que
influyen en la oferta y demanda de una divisa y que, por tanto, forman su
precio. Cuanto más masa tengan las dos primeras cuestiones, mayor será la
inercia de la moneda y más estable será su valor. Para monedas como el euro o
el dólar, el peso de estas dos cuestiones es muy grande. La tercera cuestión es
algo indeseable bajo cualquier circunstancia. Ahora, ¿Cómo aplica esto al
bitcoin?
En lo que a la primera cuestión
se refiere, el bitcoin no tiene detrás ninguna economía, ni grande, ni pequeña,
ni mediopensionista, de forma que esta cuestión es, hoy por hoy, irrelevante,
es decir, de inercia cero. Pudiera ocurrir que en un futuro, mediante un
proceso como el descrito más arriba, el bitcoin fuese admitido como un medio de
pago en El Corte Inglés, etc., y un día me llegasen a pagar en sueldo en
bitcoins, y el euro y el dólar dejasen de existir sustituidos por el bitcoin.
Pero eso, hoy por hoy es algo impensable salvo para una novela de ciencia
ficción financiera. La masa monetaria de la zona Euro y EEUU, expresada en
dólares de casi 30 BILLONES europeos (treinta millones de millones) de $. Hoy,
la cantidad de bitcoins alcanza el valor de 170.000 millones de $, es decir, el
0,6% de la masa monetaria de ambas zonas. Por supuesto, hoy en día es
perfectamente posible comprarle a un amigo su jersey y pagarle con bitcoins,
siempre que ambos tengan un wallet de esta moneda virtual. Pero la cosa cambia
si le quiero comprar su coche. Porque si quiero que las multas o el impuesto de
tracción mecánica le lleguen a él en vez de a mí, tengo que tener algo que
demuestre que el coche ya no es mío, sino suyo y, hoy por hoy no es posible que
un contrato que demuestre eso se instrumentalice en bitcoins. Por lo tanto, si
le vendo el coche tendré que fiarme de que me vaya a reembolsar multas e
impuestos. No digamos si lo que le quiero vender es una casa. Eso entre
particulares. No conozco, hoy en día, ninguna empresa que acepte ser pagada en
bitcoins. Por supuesto, esto puede cambiar, pero… Además, para que una moneda
sirva como medio de pago, debe tener un precio estable. Si una moneda se
deprecia continuamente, como es el caso en los países con una inflación
desbocada, la gente no quiere de ninguna manera tenerla. Lo que hace, en cuanto
la tiene, es gastársela, pues sabe que al día siguiente podrá comprar menos
cosas con ella. Lo contrario ocurre con una moneda cuyo valor aumenta rápidamente,
como ocurre en los raros momentos en que en algunos países hay deflación y como
es el caso del bitcoin. La gente no consume, sino que guarda el dinero, pues
sabe que mañana podrá comprar más cosas con él. Por tanto, el bitcoin no podría
sustituir a monedas relativamente estables como el euro o el dólar mientras su
valor aumente al ritmo al que lo hace. Pero, si dejase de hacerlo, ¿quién
querría comprarla? Y, como veremos más adelante, en el mismo momento en el que
la gente no quisiera comprar bitcoins, éste se derrumbaría de forma
instantánea. Así que inercia cero.
El tercer aspecto es,
afortunadamente, hoy por hoy inexistente. Dado que los creadores del bitcoin
crearon una regla “inviolable”
para
la creación de bitcoins, esto lo convierte en un recurso limitado y, por tanto,
no sujeto al capricho de ningún Banco Central.
Nos queda, pues, el segundo
aspecto, el del bitcoin como divisa de ahorro. Hoy por hoy, hasta donde yo sé,
no se pagan intereses sobre los ahorros que se puedan tener en bitcoins. Por
tanto, la esperanza de sacar rentabilidad de esos ahorros es que continúe su
“imparable” ascenso. Si deja de crecer, se derrumba. Pero, ¿sobre qué base
crece el bitcoin? Nadie lo sabe. Mejor dicho, sí se sabe, está bastante claro: sobre
la base del espejismo colectivo de que siga subiendo, aunque nadie sepa decir
por qué debe hacerlo. Ese espejismo colectivo y un poco histérico atrae cada
vez a más gente. Nadie quiere perderse este “imparable” ascenso. Lo dicen los
periódicos. Lo saben los taxistas. ¿Cómo se compran bitcoins? ¿Dónde? ¡No
quiero perdérmelo! Estas son las cosas que pasan por la cabeza de la gente
siempre que se crea una burbuja, sea lo que sea que haya dentro de ella. Claro
que puede haber una explicación racional: que, debido a su opacidad, lo que
haya dentro de ella sea una demanda causada por la afluencia a esa moneda de
dinero procedente de las más sucias y terribles actividades delictivas. Yo
prefiero no jugar a ese juego. Ni un euro. No sé a ciencia cierta el grado de
opacidad del bitcoin. Pero, como principio, este tipo de divisas virtuales no
tienen por que ser opacas. Puede perfectamente haber divisas virtuales
totalmente transparentes y, de hecho, las hay. Pero también puede haberlas, sea
como sea el bitcoin, absolutamente opacas. Hoy en día en la web subterránea se
puede comprar cualquier cosa sin dejar el menor rastro. No hay ninguna razón
que obligue a que una divisa virtual sea criptodivisa, pero también es fácil
crear divisas virtuales totalmente “cripto”.
Volvamos a las burbujas. Una de
las primeras burbujas fue la de los tulipanes en Holanda. En 1620, los
holandeses empezaron a perder la cabeza por tener bulbos de tulipán, algo
exótico que traían de Turquía. Los precios de los bulbos empezaron a subir más
y más. Cuanto más subían, más apetito había de ellos. En 1635, se llegó a
cambiar un bulbo por una casa en Amsterdam. Por supuesto, nadie usaba los
bulbos de tulipanes para su uso natural, tener flores bonitas. Era un bien que
se guardaba a buen recaudo, lejos de las miradas de todos, pero se procuraba
que la gente supiese cuantos bulbos tenía uno. Simplemente, se poseían
inútilmente como artículo de ostentación. Pero el día 6 de Febrero de 1637 –se
recuerda la fecha como una fecha trágica– se impuso el sentido común. ¿Cómo
nadie en su sano juicio podía pagar esas barbaridades por algo perfectamente
inútil? El precio se desplomó al que nunca debió dejar de tener. El de un bulbo
más o menos raro que uno plantaba en su jardín para tener una flor bonita. Ese
día fue la ruina para miles de familias y el inicio de una crisis que se cernió
sobre Holanda durante decenios. Pero durante diecisiete años hubo gente que se
hizo inmensamente rica con los tulipanes… siempre que no los tuviese el día del
desplome. Desde entonces, cada cierto tiempo aparecen nuevas burbujas. La de la
vivienda es la última hasta ahora. Un factor común de todas las burbujas, desde
los tulipanes a las casas, es el hecho de que los elementos que tienen dentro,
tulipanes o casas, se pueden comprar con dinero, pero una vez comprados, no se
pueden devolver al origen. Cuando el tulipán llegaba de Turquía se podía
comprar con dinero, pero lo que no se podía hacer era devolverlo a Turquía.
Cuando alguien compra una casa a una constructora, no puede devolverla después.
Es decir, se puede entrar al sistema, pero no se puede salir de él. La única
manera de deshacerse de los tulipanes o las casas es vendiéndoselos a otros. Tal
vez la próxima burbuja sea el bitcoin. Porque se pueden comprar bitcoins recién
paridos por el programa informático, pero no se pueden devolver al claustro
materno del algoritmo y recuperar el dinero. Hay que vendérselos a otro. Y,
naturalmente, para ganar dinero hay que vendérselo más caro. Pero el día que la
gente empiece a no tener interés por comprarlos, cundirá el pánico. Todos
querrán venderlos, pero nadie querrá comprarlos. Y entonces vendrá el llanto y
el crujir de dientes y todo se vendrá abajo.
Una última cosa. Esto de las
burbujas, tulipanes, casas o bitcoins, tiene un cierto aspecto de pirámide de
Ponzi, pero no son tales. Porque en las pirámides de Ponzi, hay un Ponzi que es
el que idea el pufo y el que se forra con ella y se va a algún sitio remoto con
el dinero el día antes de que estalle, cosa que él ve venir. Cierto que a
algunos, como a Madoff o, más carpetovetónico, a Camacho –alguien se acuerda de
Gescartera– les trincan antes de que les dé tiempo a pirarse. Ojalá esto se
convierta en la norma, pero... Sin embargo, en estas burbujas no hay ningún
inventor que gane. Por supuesto, el que compró 1.000 bitcoins por 10$ en 2009 y
los venda, por casualidad, el día antes del colapso –del que, como del doomsday
nadie sabe ni el día ni la hora–, se forrará –hoy sacaría 10 millones de $–.
Pero no habría timado a nadie. Sin embargo ambas, burbujas y pirámides de Ponzi
tienen en común la falsa creencia, anclada en la cabeza de demasiada gente, de
que existen modos de forrarse sin trabajo, sin inteligencia y sin riesgo. Y, de
ninguna manera es así. El sano capitalismo enseña que para ganar dinero hay que
hacer algo útil como trabajar en cosas que merezcan la pena. O ingeniárselas y
asumir un riesgo para encontrar y producir cosas que realmente hagan mejor la
vida de la gente y que ésta esté dispuesta a pagar por ellas libremente. O
poner el dinero, con riesgo, pero inteligentemente analizado, en inversiones
que financien empresas útiles ideadas por otros y sacar una rentabilidad acorde
con el riesgo. Tanta más cuanta mayor sea la inteligencia en el análisis. El
sano capitalismo enseña que no hay comida gratis. Sólo el –perdóneseme el
improperio– estúpido afán de lucro irracional –lo opuesto al capitalismo–
alimenta las burbujas. Así que, si a alguien le da por comprar bitcoins, que
ponga una vela a santa Rita para que su 6 de Febrero no le pille con bitcoins
entre las manos. A menos que invierta unas perrillas para divertirse. Pero no
más. Y tal vez haya formas mejores de divertirse con esas perrillas que
meterlas en bitcoins. Se me ocurre jugar al Palé o al Monopoly para creerse un
gran financiero.
El título de estas líneas es “Reflexiones
en voz alta sobre el bitcoin y conceptos relacionados”. Hasta aquí, sólo he
hablado sólo de la divisa virtual. Pero relacionados con ellas están los
conceptos de block chain, mineros monetarios, Ethereum, ICO (Initial Coin
Offer), token, etc. Dedicaré alguno de los próximos envíos a estas cosas. Así que: continuará.