Hace
dos semanas fui a ver la película “Silencio” de Martin Scorsese. Lo primero y
más inmediato que se me viene a la mente son dos palabras: IM PRESIONANTE.
Verdaderamente, salí de la película en silencio, casi sin atreverte a respirar,
profundamente interpelado por lo que vi. Si alguien va a ir a verla le
recomiendo que no lea estas líneas hasta después, pues no querría hacer de
spoiler.
El
título de la película está magníficamente puesto, pues el núcleo de la misma es
la pregunta por el silencio de Dios. La historia transcurre en la primera parte
del siglo XVII. Los primeros jesuitas habían llegadoal Japón en 1549, con san
Francisco Javier al frente de otros dos jesuitas, Cosme de Torres y Juan
Fernández y un traductor de nombre Anjiro. Pronto empezaron a producirse
muchísimas conversiones, principalmente entre los campesinos, aunque también se
conviertieron algunos samurais. Efectivamente, el mensaje del amor de Dios a
todas sus criaturas, a todos los seres humanos, encarnado en Jesucristo, era
algo que despertaba ecos de anhelos tenidos como imposibles por unos campesinos
que no conocían sino la opresión y el expolio de las clases altas japonesas,
para los que su vida no valía para nada sino para extraer hasta el último
recurso que se pudiera de ellos. Su religión, una mezcla de budismo zen y
panteísmo, sólo les ofrecía el alivio de dejar de reencarnarse para poner fin a
la rueda del sufrimiento, el samsara.No les presentaba la más mínima esperanza
de nada mejor, sino sólo resignación, no les servía de gran consuelo. Y llegan
los jesuitas, que les hablan de que Dios les quiere con locura, de que ellos
son tan importantes para ese Dios que ha querido compartir su suerte
encarnándose en Jesucristo, que tras la muerte les espera un paraíso de felicidad
junto a Él que ya les acompaña con su amor en este mundo. Además, los jesuitas se
unen a sus sufrimientos y les ayudan parahacer más llevadera su dura vida
presente. Y empiezan las conversiones. En 1551san Francisco Javier se vuelve a
Goa dejando allí a varios jesuitas al mando del P. Vilela. Éste obtiene el
permiso del Shogun AshikagaYoshieteru para predicar libremente. Las
conversiones se multiplican e incluso hay monjes que se convierten. En 1580 ya
se han abierto un colegio y una iglesia en Kioto. La evangelización se hace
desde una óptica muy mariana y la imagen de la Virgen con el niño en brazos era
muy venerada. Se habla de cerca de medio millón de japoneses convertidos.
Pero
en 1587, ToyotomiHideyoshi conquista el shogunato y, alarmado porque algunos de
sus más altos oficiales se habían convertido, expulsa a todos los misioneros y
ordena la destrucción de las iglesias. La persecución se suaviza cuando vuelve
de Roma, en 1591, una embajada enviada por el anterior Shogun. El P. Valignano
acompaña a la delegación para entrevistarse, con cierto éxito, con Hideyosi. En
1596 llega el primer obispo, Mons. Martínez. Pero al año siguiente, se reanuda
la persecución, hasta la muerte de Hideyoshi en 1598, cuando vuelve a
producirse un respiro. Sin embargo, en 1603, con la llegada de la dinastía
Tokugawa, la persecución se reanuda con una virulencia inusitada y sin cuartel.
En 1613 se proclama un edicto de persecución terrible que prácticamente
consigue exterminar u obliga a la apostasía a los católicos y persigue con saña
a los sacerdotes de todas las órdenes religiosas que ya han llegado a Japón. Hay
decenas de miles de mártires, entre sacerdotes y japoneses conversos. Prácticamente
deja de haber católicos en Japón y los pocos que quedan viven en la más oscura
clandestinidad, sin ningún sacerdote. No obstante, las pequeñas comunidades
clandestinas tienen una persona encargada de bautizar a los niños, otra de
llevar el calendario de las fiestas litúrgicas y mantienen una enorme
veneración a la Virgen.
Es
en esta época en la que se desarrolla la película. La historia que narra es
rigurosamente cierta y está atestiguada por documentos de los jesuitas. Las
primeras imágenes muestran con crudeza, mientras una voz en off narra la
historia, como un gran número de jesuitas habían sufrido espantosos martirios,
hasta que no queda ni un sacerdote en el Japón. Dos jóvenes jesuitas, el P.
SebastianRodrigues y el P. Francisco Garupe arrancan a su superior de Goa, que
acepta con gran renuencia,el permiso para ir a Japón a averiguar qué ha sido
del P. Christovao Ferreira, ex Provincial del Japón, del que llegan
inquietantes noticias sin confirmar de que ha apostatado. Cuando llegan a
Japón, encuentran pequeñas comunidades clandestinas. Es muy emocionante ver con
qué alegría estos cristianos perseguidos acogen a los dos sacerdotes, se
confiesan con ellos y reciben la Eucaristía, tras la celebración de la Misa a
la que asisten con una devoción impresionante. Se me encogía el alma comparando
esta actitud con la frialdad, el hastío y la frivolidad con la que los
cristianos de los países en los que tenemos los sacramentos y la Misa con la
máxima comodidad los menospreciamos o, incluso, los despreciamos. ¡Qué manera
de desperdiciar la inmensa gracia que esto supone! ¡Qué triste el hastío del
saciado! Me acordé de cuando estuve con mi hijo sacerdote, Rodrigo, en Puerto
Iguazú en Argentina y celebró Misa en la catedral. La palabra catedral le viene
grande al pequeño y sencillo templo en las calles de esa ciudad argentina. Al
acabar la Misa, un grupo de unas veinte sencillas mujeres esperaron a mi hijo
para besarle las manos. Él, abrumado, les dijo: “¡Pero si yo soy sólo un sacerdote!” Casi al unísono le regañaron
las veinte mujeres. “¡Cómo que usted es
SÓLO un sacerdote! ¡Usted es NADA MENOS que un sacerdote! ¡Usted es Cristo
entre nosotros!” ¡¡¡Ufff!!!
Pero
la presencia de los sacerdotes, que en seguida se divulga, atrae la persecución
y muchos campesinos son terriblemente martirizados por ello. Uno de ellos, antes
de su martirio, le da al P. Rodrigues un pequeño Cristo crucificado de madera
tallado por él. Los dos jesuitas deciden separarse en un momento dado para
poder llegar a más comunidades. El P. Garupe muere mártir intentando salvar del
martirio a algunos de sus fieles, pero el P. Rodrigues es capturado y deciden
seguir con él una estrategia maléfica. Tratarle relativamente bien, tener con
él de vez en cuando conversaciones teológicas en las que le quieren hacer ver que
toda doctrina es igual y que es imposible que el cristianismo arraigue en
Japón. El P. Rodrigues mantiene muy bien el tipo en estas discusiones. Pero,
sobre todo, la tortura psicológica consiste en hacerle culpable del suplicio de
los cristianos que, le dicen, se salvarían de las más refinadas y horribles
torturas, que le obligan a presenciar, si él apostatase. En una frase sibilina
le dicen. “Tu gloria, es al precio de su sufrimiento. El P. Rodrigues reza con
toda su alma pero sólo escucha el terrible silencio de Dios. El rito de
apostasía es sencillo. Basta con pisar una imagen de Cristo, grabada en una losa
y puesta en el suelo. Le tientan diciéndole que es una simple formalidad, que
no les importa lo que piense realmente, sino que, simplemente haga ese gesto
externo. Para librarse de esa tortura psicológica el P. Rodrigues grita a los
que están siendo torturados que apostaten, que Dios sabrá perdonarles. Pero la
respuesta de los torturadores es terrible. “Ellos
ya han apostatado muchas veces, pero eso no les salvará de la tortura.Lo único
que les salvará es tu apostasía”. ¡Terrible! Por último, y para acabar de
romperle, le traen al P. Ferreira que, efectivamente, apostató hace años y
ahora es un funcionario con una mujer e hijos que ha heredado de otro
funcionario que murió. Ferreira es la imagen de un hombre muerto en vida, con
un rictus de profunda amargura dibujado en su rostro. El pobre P. Rodrigues, antes
de romperse, cree oír la voz de Cristo que le dice que apostate. Efectivamente,
en ese momento se rompe y apostata pisando suavemente la imagen de Cristo,
aunque luego caiga llorando sobre ella. Y los perversos torturadores liberan a
los otros cristianos japoneses de su tortura.
A
partir de ese momento, le cambian el nombre, le convierten en funcionario y no
deja ni un segundo de estar vigilado, además de tener que repetir cada año el
“formalismo” de apostasía de pisar la imagen de Cristo. También la amargura de
un hombre roto se adueña del rostro de Rodrigues como lo había hecho con el de
Ferreira.A ambos les han roto la columna vertebral espiritual y se percibe
claramente que son hombres destruidos. A su debido tiempo, hereda él también una
mujer y un hijo de otro funcionario muerto. Los casi cuarenta años que vive todavía
lo hace como funcionario y ayudante del antiguo P. Ferreira en el servicio de
detección y denuncia de objetos traídos por los comerciantes europeos que
puedan tener la más mínima significación cristiana. Se deja entender que las
consecuencias son terribles para aquellos que los traen si los dos funcionarios
exjesuitas los califican como objetos cristianos. Cuando Ferreira muere[1], es él quien hereda el
cargo de jefe de ese servicio, que lleva a cabo de forma eficaz durante el
resto de sus días, despreciado por japoneses y europeos. De vez en cuando le
ponen pruebas sibilinas para ver si de verdad no actúa ni como cristiano ni
como sacerdote. Una de ellas es especialmente terrible. Cuando los dos jesuitas
salen de Goa, va con ellos, en calidad de guía, un pescador japonés borracho
que está allí, de nombre Kichijiro. Un auténtico desecho humano. Al llegar a
Japón se enteran de que Kichijiro es un cristiano que ha apostatado y ha visto
morir quemados vivos a todos los miembros de su familia por mantenerse fieles a
su fe. En varias ocasiones le pide confesión al P. Rodrigues con un
arrepentimiento que parece sincero. Se presenta como un hombre débil incapaz de
soportar el martirio y que por eso apostata continuamente. En un momento dado
le dice al P.Rodrigues. “¿Qué podemos
hacer unos hombres débiles como nosotros en un mundo como éste?” o “Es injusto. Si hubiese nacido cincuenta
años antes hubiese podido morir como un buen cristiano”. El P. Rodrigues le
confiesa cada vez con gran ternura y misericordia y también cada vez, Kichijiro
le traiciona de nuevo y le delata o ejerce el oficio de debilitador de su
determinación de resistir. Cuando el P. Rodrigues, tras apostatar, lleva ya
varios años de funcionario, Kachijiro va a su casa y le pide con grandes
lágrimas que parecen de conversión que le confiese. Aunque no está explícito en
la película, parece evidente que se trata de una traición más, una trampa para
ver si le confiesa. El P. Rodriguesno lo hace y le dice que él ya no es ni
cristiano ni sacerdote. Sin embargo, le abraza con ternura y le da su perdón
personal. Pero, paradojas de la vida o de Dios. En un momento dado a este Judas
–la comparación de Kichijiro con Judas es evidente y se hace explícita en la
película– le encuentran un crucifijo y, aunque en la película no se ve, parece
evidente que acaba en el martirio.
Cuando,
tras muchos años, muere Rodrigues, le entierran según el ritual budista. Por
supuesto no dejan ni un momento a solas con él ni a su hijo adoptivo ni a su mujer.
Tan sólo le permiten a ésta acercarse a darle el último toque de adiósal
cadáver para, siguiendo el rito budista, darle un amuleto contra los malos
espíritus. A hurtadillas, en ese acto, parece, sólo parece, que su mujer,
además del amuletodeja algo entre los pliegues de su ropa. Pero cuando la pira
empieza a arder, la cámara entra en zoom dentro del sarcófago y se ve que, en
la mano de Rodrigues, está el crucifijo que un día le regalase un japonés mártir
y que su mujer le ha puesto en el momento de la despedida.
Nunca
ni de ninguna manera la película presenta a ambos sacerdotes como quienes han
hecho lo correcto. Tampoco les condena –quien esté libre de pecado que tire la
primera piedra–, aunque sí deja entrever un cierto cinismo agriado en Ferreira
y una inmensa tristeza en ambos. Más bien los presenta como dos pobres hombres
débiles que al traicionarse a sí mismos, además de a Dios, se les ha secado el
alma. Es decir, como antihéroes, frente a los héroes, japoneses y jesuitas, que
sí dan la vida por aquello en lo que creen. Pero también se debe apuntar en el
haber de esta película el hecho de que en un mundo en el que la mayor barrera
que tiene la evangelización es la absoluta indiferencia hacia los temás
religiosos, una película ponga en primera plata temas en los que Cristo es el
centro y que brindan la oportunidad de hablar de estas cosas con gente que de
otra manera sería completamente insensible. Es decir, brinda una extraordinaria
oportunidad de evangelización. No es poco.
He
leído alguna crítica que desaconseja ver esta película porque considera que
hace apología de la apostasía y llega a decir que si la viesen los cristianos
que en este momento están bajo persecución, se sentirían desmoralizados. Más
aún, he leído una crítica en la que quien la escribe empieza diciendo que no
irá a ver la película. Sin comentarios. También alguna crítica pretende que la
película plantea una dicotomía entre los jesuitas cultos y preparados que
apostatan y los campesinos incultos que mueren. Y en esta crítica se pretende
ver en esto, de una forma a mi parecer rocambolesca, un brindis al relativismo.También
hay críticas con descalificaciones personales de Scorsese. Me pregunto si quienes
esto dicen y yo, habremos visto la misma película. O tal vez hayan llegado
tarde al cine y no hayan visto la escena inicial en la que cientos de jesuitas
sufren el martirio con entereza. O ni siquiera hayan visto la película.
Además,los que apostatan son presentados como personas que, por su debilidad,
destruyen su vida, aunque no mueran. En cambio, los que soportan el martirio,
japoneses y sacerdotes indistintamente, despiertan profunda admiración. Me
considero absolutamente incapaz de saber qué aspiraciones despertaría en mí
esta película si la viese en la situación de cristiano perseguido, pero creo
que puedo decir que no me produciría la tentación de parecerme a los dos
sacerdotes que apostatan. Y, puestos a ver otros valores en la película, no es
despreciable la sensaciónde misericordia que despierta ante la debilidad humana.
Cierto que la postura de santidad sería la del martirio, la de que el P.
Rodrigues, en vez de gritar a los torturados que apostatasen, les hubiese
insuflado ánimos con himnos inspirados y hubiese sufrido el martirio con ellos.
Pero la película narra unos hechos reales y su debilidad no se lo permitió. Algunos
críticos afirman con una seguridad pasmosa que Dios manda SIEMPRE las fuerzas
necesarias para soportar el martirio si se le piden esas fuerzas. ¿SIEMPRE?
¿Cómo se explican entonces todas las apostasías que ha habido desde el
principio del cristianismo? ¿Es que ninguno de los que han apostatado en la
historia de la Iglesia le han pedido con toda su fuerza al Señor la gracia de
soportarlo? ¿O, tal vez es que todos han rechazado esa gracia? Me cuesta creerlo.
Y más me cuesta encasillar a Dios en el “si
yo hago esto, Él SIEMPRE hace esto”, como si Dios fuera una ecuación
matemática. Creo que tan sólo hay un SIEMPRE en Dios. El hecho de que SIEMPRE,
en los momentos claves de nuestra vida, nos manda la gracia para que podamos
alcanzar la salvación. Pero que Él me libre de querer decir cuándo son esos
momentos. Eso forma parte del misterio de la Providencia de Dios y si alguien
cree que conoce la respuesta a ese misterio, esa es la mejor prueba de que no entiende
nadadel misterio insondable de la Voluntad de Dios. Sin embargo, si hay alguna
faceta humana con la que Dios es compasivo es con nuestra debilidad.Me atrevo a
decir que la lástima sin juicio que te hace sentir la película por los P. Rodriguesy,
en menor medida, Ferreira podría ser parecida a la que Dios debe sentir por
nosotros cuando nos ve débiles y pecadores, como ovejas sin pastor. Es decir, la
película nos hace comprender mejor la misericordia de Dios. Así, frente a su
silencio aparente, nos enseña su misericordia. Al menos así me ha ocurrido a mí.
Tras reposarse la tempestad de preguntas que me produjo la película, ha
emergido en mí un sentimiento de ternura y misericordia.Ycreo que esa era la
intención de Scorsese cuando dice de su película: “Silencio es la historia de un hombre que aprende dolorosamente que el
amor de Dios es más misterioso de lo que él sabe, que deja mucho más a los
caminos de los hombres de lo que nos damos cuenta y que Él siempre está
presente…incluso en su silencio”. Por todo esto, me dan cierto corajelas
críticas de los que creen que comprenden el amor de Dios como si fuese una
fórmula matemática. ¿Me atreveré a decir que me parecen un punto farisaicos? En
otras críticas, en cambio, parece que se intenta hacer ver que, en realidad, lo
que hicieron esos dos jesuitas no es apostasía. Creo que esto es dejar de
llamar al pan, pan y al vino, vino. A las cosas hay que llamarlas por su
nombre. Apostataron, por más que uno pueda sentir más i menos comprensión sobre
las razones que les llevaron a esa apostasía. Otra cosa es el juicio que esta
apostasía nos pueda merecer. La película, siendo compasiva con los apóstatas,
deja lugar a muy pocas dudas de que su conciencia les atormenta y que son
hombres machacados.
En
conjunto, la película le deja a uno con muchas preguntas. La más misteriosa y
angustiosa es, por supuesto, ¿por qué el silencio de Dios? ¿Por qué no manda las
fuerzas necesarias al P.Rodrigues cuando éste se las pide de forma continua y
sufriente a lo largo de todo su cautiverio? Son preguntas sin respuesta. O, al
menos, sólo tienen respuesta desde una fe profunda en la providencia, la bondad
y la misericordia de Dios. La respuesta se da en la película de una manera
fugaz pero explícita. “Yo nunca he dejado
de estar contigo–le dice Jesús en un momento–, en el silencio, estaba yo”. Muchas veces, en su resistencia, el
P. Rodrigues recuerda a Cristo en Getsemaní y en la cruz, cuando se creía
abandonado por Dios y el silencio del Padre caía a plomo sobre él. Y sólo la fe
en la providencia de Dios permite aceptar, que no comprender, por qué Dios no
le manda las fuerzas necesarias, qué de bueno para el Reino de Dios y para su
propia salvación puede tener la apostasía del jesuita para que Dios lo permita.
Porque otra de las preguntas que se hace uno cuando está en el sillón del cine
sobrecogido es: ¿Qué haría yo en esa situación? Y la respuesta a esa pregunta
la tengo meridiana: Dejado a mis fuerzas apostataría en menos que canta un
gallo. Sólo con la fuerza de Dios puede ningún ser humano resistir esa terrible
prueba. ¿Por qué Dios entonces no se la manda? No lo sé.Sé, sin embargo, aunque
no entiendo, que el silencio de Dios no es tal. Por supuesto, mi fe en la
bondad y misericordia de Dios no me deja ni un resquicio de duda de que el P.
Rodrigues está con Dios, en su seno, recibiendo todas las respuestas a todas
las preguntas. Es imposible pensar que ese hombre quebrado, destruido y
atormentado no haya tenido muchas veces en su vida una auténtica contrición. Aunque
al día siguiente siguiese con su miserable funcionariado de delator de objetos
cristianos. ¿Cuántas veces perdona Dios? ¿Siete? No, setenta veces siete. Y
creo que lo mismo podría decir del P. Ferreira. Pero hay otra pregunta. ¿Por
qué, los hombres del racionalista y saciado occidente dan tan a menudo al
silencio de Dios la respuesta de “Dios no
existe” con tan sólo ver las pruebas de su silencio que han sufrido otros?
¿Por qué ante una tan pequeña prueba de confianza, creer que Dios está en el
silencio de otros, que no nos hace ni siquiera sacar los pies de las pantuflas
de nuestra comodidad, tiramos tan fácilmente la toalla? No lo entiendo.
¿Saciedad? ¿Creer que se nos debe el que Dios nos responda cuándo y cómo
queramos como si fuese el chico de los recados? No lo sé. Creo que a veces Dios
no dice nada porque todo lo tiene dicho en Cristo. Él está con nosotros
sufriendo cualquier cosa que nosotros podamos sufrir. Él ha sufrido ya nuestro
sufrimiento, el nuestro, no otro, en Getsemaní. Pero, ¡qué fe tan endeble
tenemos! Y, tras todas esas preguntas, un propósito. Ser capaz de sentir,
aunque no sea con el sentimiento sino con la razón, la voluntad y los hechos,
la alegría de poder estar cada día con Dios en la Eucaristía, el agradecimiento
de poder acercarme a abrazarle en la Reconciliación cada vez que le vuelva la
espalda. Le pido a Dios y espero de él esta gracia.
Sólo
al final de la película leí en los créditos que la película estaba basada en
una novela del escritor japonés ShusakuEndo, del que hace años leí una vida de
Cristo que me encantó. La madre de Endo se convirtió al catolicismo siendo
Shusaku pequeño y fue bautizado a los 12 años. Mientras veía le película mi cabeza
la asociaba con las novelas de Graham Green como “El poder y lagloria” o “El
revés de la trama” (pésima traducción de Theheart of thematter”).
Efectivamente, Green, también católico, presenta profundos dilemas
existenciales de sus débiles personajes que sólo en la misericordia de Dios
encuentran respuesta. No andaba descaminado porque en mi indagación posterior
he encontrado esta comparación y existió una admiración mutua entre ambos
escritores.
Hasta
aquí mis preguntas. Pero quiero continuar con el contexto histórico. ¿Qué pasó
después? ¿De qué manera prendió la fe en Japón? Cuando ya no quedó ni un
sacerdote allí, los cristianos japoneses siguieron realizando el culto que la
ausencia de sacerdotes les permitía. Era una Iglesia de las catacumbas, pero
sin sacerdotes. Seguían bautizándose, cantaban himnos religiosos en una especie
de latín desnaturalizado, leían Biblias en portugués que copiaban de padres a
hijos y que también se fue desnaturalizando, etc. Con el tiempo, las imágenes y las oraciones
se iban pareciendo cada vez más a los iconos y salmodias budistas, aunque se
mantenían palabras y frases completas en latín o portugués. Se mantenía, sin
embargo, una inmensa devoción a la Virgen María a la que se la llamaba Virgen
de la Alacena, porque era en ese mueble donde solía estar escondida. Pero, con
el transcurso de muchos años faltos de pastores, los cristianos japoneses se
deslizaron hacia un sincretismo religioso entre la fe católica y el budismo
panteísta de la religión oficial. Pero siguió habiendo muchos mártires entre
ellos. Eran los kakurekirishitan, cristianos ocultos.
No
fue hasta 1865 cuando a la Iglesia católica se le permitió abrir una iglesia en
Urakami, un suburbio de Nagasaki, regentada por el sacerdote francés Bernard
Petitjean. Eso sí, sólo para occidentales. Los kakurekirishitan no podían
manifestar sus creencias bajo pena de martirio. Un día aparecieron 15
kakurekirishitan a las puertas de la iglesia. Dijeron a P. Petitjean que los
últimos sacerdotes que estuvieron allí les habían dicho que la Iglesia
retornaría a Japón y que la reconocerían por tres signos. Los sacerdotes serían
célibes, tendrían estatuas de María y obedecerían al Papa-sama en Roma. Los
visitantes, encabezados por uno que se llamaba Pedro, le preguntaron al P.
Petitjean si estaba soltero, si obedecía al Papa-sama y le pidieron que les
enseñase una imagen de la Virgen María, cosa que éste hizo. Entonces Pedro le
dijo: “En casa todos son como nosotros,
tienen el mismo corazón”. Petitjean visitó de incógnito a la comunidad y
cometió la torpeza de decirles que tenían que vivir su fe abiertamente. Esto
recrudeció la persecución. Hasta 1873 más de 3.000 kirishitan fueron deportados
o sufrieron prisión y 13 fueron ejecutados. 660 murieron en el exilio y sólo
1.580 retornaron a sus hogares. En 1865 se estimó que quedaban unos 30.000
cristianos japoneses. Los nuevos misioneros instaron a los kakurekirishitan a
que abandonasen su credo sincretista para volver al catolicismo ortodoxo. Más o
menos la mitad aceptaron abandonar lo que en su fe había de las antiguas
creencias. A los que siguieron firmes en ellas les llamaron hanarekirishitan,
cristianos separados. Solo recientemente el Papa Francisco ha reconocido a los
pocos hanarekirishtian que quedan como hijos queridos de la Iglesia.
Las
protestas de las potencias occidentales por el trato a los kirishitan lograron
que en 1873 se prohibiera su persecución en Japón. Pero no fue hasta 1889
cuando se aceptó la libertad religiosa. Los kirishitan del barrio de Ukarami
decidieron entonces construir una iglesia en el mismo sitio en el que durante
siglos se les había obligado a apostatar cada año durante más de 200 años. En
1895 se inicia la construcción de la catedral de Nagasaki, que no se termina hasta
1917. El 9 de Agosto de 1945 la bomba atómica destruyó la catedral que, no
obstante, se volvió a reconstruir en 1959. En 1950 se construye en Hiroshima,
también sobre las ruinas de la antigua catedral,una nueva dedicada a la Asunción
de María, y a la conmemoración votiva de la paz mundial. Cada día 6 de Agosto,
día de la bomba de Hiroshima, las campanas suenan durante parte del día por la
paz.
A
día de hoy hay, más o menos, un millónde católicos en Japón, lo que representa
menos de un 1% de su población. La mitad de ellos, sin embargo, son inmigrantes
de otros países como Filipinas. Pero este escaso porcentaje de católicos ha
dado dos primeros ministros a Japón. En 1918 fue elegido Primer Ministro el
católicoHaraTakashi y en 2008 lo fue Taro Aso que sigue siendo Viceprimer
ministro en la actualidad.
¿Ha
sido la sangre de mártires semilla de cristianos en Japón? Bueno, medio millón,
aunque sea sólo un escaso 0,5%, partiendo de los 30.000 que había en 1865
supone un crecimiento considerable. Pero, ¿quiénes somos nosotros para saber si
eso es mucho o poco? Estas cosas no se miden en números. Además, creo que la
historia de la humanidad no ha hecho más que empezar. Considero que, si
comparamos a la humanidad con el desarrollo de una persona, en estos momentos
somos un adolescente inconformista que empieza a rebelarse contra lo que
considera, erróneamente como sabemos muchos de los que somos padres, como una
traba a su libertad. El Señor de la Historia tendrá la palabra en los próximos
más de 150.000 años que, según la extrapolación con la vida de una persona, nos
quedan para llegar a los 90 años equivalentes. ¿cómo podemos nosotros siquiera
vislumbrar ese lejanísimo futuro? Yo, por mi parte, seré humildemente
respetuosos desde mi ignorancia y confío en el Señor de la Historia, el Alfa y
el Omega, el Principio y el Fin, el Logos.
[1]Parece que en determinadas crónicas
europeas de la época corría la noticia de que el P. Ferreira se había
retractado de su apostasía y que había muerto mártir. Sin embargo, esto, que
puede ser cierto, no está de ninguna forma comprobado. El P. HubertCieslik S.J.,
uno de los más respetados historiadores del cristianismo en Japón, escribió un
largo artículo sobre el P. Ferreira, tras una profunda investigación (Monumentanipponica. Vol. 29 Nº 1 Spring
1974, pp 1-54). Cito los dos últimos párrafos de su artículo del que suscribo
de todo corazón la última frase: “Pero
queda la otra y más importante cuestión de si Ferreira murió de hecho como un
mártir o al menos abjuró de su apostasía antes de su muerte. Las fuentes
holandesas no dicen nada de su martirio o de la recoplilación de testimonios
japoneses o chinos, como se menciona en otras fuentes indirectas.Este silencio
no es, en sí mismo una prueba contra el martirio, sobre todo, teniendo en
cuenta que los holandeses recibían su información a través de hombres
corrientes y que las entradas en el diario Deshima son extremadamente breves y
concisas. Además, el registro del templo recoge simplemente el día de
fallecimiento de los allí enterrados y no dice nada sobre las circunstancias de
su muerte. El hecho de que a Ferreira se le diera un nombre póstumo budista y
una tumba en un cementerio budista, tampoco es concluyente porque pudiera haber
sido el resultado de una iniciativa de los funcionarios locales o de sus
familiares, es decir, de la familia Sigimoto. En cualquier caso, el gobierno
jamás hubiese reconocido una retractación de su apostasía y hubiera podido
tratar de echar tierra sobre el asunto.
Por lo tanto, si bien
hay dudas sobre la fiabilidad de las fuentes europeas que reportan la
conversión final de Ferreira, las escuetas fuentes japonesas sólo nos dicen la
fecha de su muerte. Tanto si las fuentes europeas están bien fundadas como si
no, no podemos, por supuesto, saber lo
que pasó en el alma de un hombre moribundo antes de su muerte. Probablemente
siempre quedará un elo de misterio sobre el caso de Christovao Ferreira”. (La negrita y la traducción del
inglés son mías.