28 de enero de 2017

Silencio; la película de Martin Scorsese

Hace dos semanas fui a ver la película “Silencio” de Martin Scorsese. Lo primero y más inmediato que se me viene a la mente son dos palabras: IM PRESIONANTE. Verdaderamente, salí de la película en silencio, casi sin atreverte a respirar, profundamente interpelado por lo que vi. Si alguien va a ir a verla le recomiendo que no lea estas líneas hasta después, pues no querría hacer de spoiler.

El título de la película está magníficamente puesto, pues el núcleo de la misma es la pregunta por el silencio de Dios. La historia transcurre en la primera parte del siglo XVII. Los primeros jesuitas habían llegadoal Japón en 1549, con san Francisco Javier al frente de otros dos jesuitas, Cosme de Torres y Juan Fernández y un traductor de nombre Anjiro. Pronto empezaron a producirse muchísimas conversiones, principalmente entre los campesinos, aunque también se conviertieron algunos samurais. Efectivamente, el mensaje del amor de Dios a todas sus criaturas, a todos los seres humanos, encarnado en Jesucristo, era algo que despertaba ecos de anhelos tenidos como imposibles por unos campesinos que no conocían sino la opresión y el expolio de las clases altas japonesas, para los que su vida no valía para nada sino para extraer hasta el último recurso que se pudiera de ellos. Su religión, una mezcla de budismo zen y panteísmo, sólo les ofrecía el alivio de dejar de reencarnarse para poner fin a la rueda del sufrimiento, el samsara.No les presentaba la más mínima esperanza de nada mejor, sino sólo resignación, no les servía de gran consuelo. Y llegan los jesuitas, que les hablan de que Dios les quiere con locura, de que ellos son tan importantes para ese Dios que ha querido compartir su suerte encarnándose en Jesucristo, que tras la muerte les espera un paraíso de felicidad junto a Él que ya les acompaña con su amor en este mundo. Además, los jesuitas se unen a sus sufrimientos y les ayudan parahacer más llevadera su dura vida presente. Y empiezan las conversiones. En 1551san Francisco Javier se vuelve a Goa dejando allí a varios jesuitas al mando del P. Vilela. Éste obtiene el permiso del Shogun AshikagaYoshieteru para predicar libremente. Las conversiones se multiplican e incluso hay monjes que se convierten. En 1580 ya se han abierto un colegio y una iglesia en Kioto. La evangelización se hace desde una óptica muy mariana y la imagen de la Virgen con el niño en brazos era muy venerada. Se habla de cerca de medio millón de japoneses convertidos.

Pero en 1587, ToyotomiHideyoshi conquista el shogunato y, alarmado porque algunos de sus más altos oficiales se habían convertido, expulsa a todos los misioneros y ordena la destrucción de las iglesias. La persecución se suaviza cuando vuelve de Roma, en 1591, una embajada enviada por el anterior Shogun. El P. Valignano acompaña a la delegación para entrevistarse, con cierto éxito, con Hideyosi. En 1596 llega el primer obispo, Mons. Martínez. Pero al año siguiente, se reanuda la persecución, hasta la muerte de Hideyoshi en 1598, cuando vuelve a producirse un respiro. Sin embargo, en 1603, con la llegada de la dinastía Tokugawa, la persecución se reanuda con una virulencia inusitada y sin cuartel. En 1613 se proclama un edicto de persecución terrible que prácticamente consigue exterminar u obliga a la apostasía a los católicos y persigue con saña a los sacerdotes de todas las órdenes religiosas que ya han llegado a Japón. Hay decenas de miles de mártires, entre sacerdotes y japoneses conversos. Prácticamente deja de haber católicos en Japón y los pocos que quedan viven en la más oscura clandestinidad, sin ningún sacerdote. No obstante, las pequeñas comunidades clandestinas tienen una persona encargada de bautizar a los niños, otra de llevar el calendario de las fiestas litúrgicas y mantienen una enorme veneración a la Virgen.

Es en esta época en la que se desarrolla la película. La historia que narra es rigurosamente cierta y está atestiguada por documentos de los jesuitas. Las primeras imágenes muestran con crudeza, mientras una voz en off narra la historia, como un gran número de jesuitas habían sufrido espantosos martirios, hasta que no queda ni un sacerdote en el Japón. Dos jóvenes jesuitas, el P. SebastianRodrigues y el P. Francisco Garupe arrancan a su superior de Goa, que acepta con gran renuencia,el permiso para ir a Japón a averiguar qué ha sido del P. Christovao Ferreira, ex Provincial del Japón, del que llegan inquietantes noticias sin confirmar de que ha apostatado. Cuando llegan a Japón, encuentran pequeñas comunidades clandestinas. Es muy emocionante ver con qué alegría estos cristianos perseguidos acogen a los dos sacerdotes, se confiesan con ellos y reciben la Eucaristía, tras la celebración de la Misa a la que asisten con una devoción impresionante. Se me encogía el alma comparando esta actitud con la frialdad, el hastío y la frivolidad con la que los cristianos de los países en los que tenemos los sacramentos y la Misa con la máxima comodidad los menospreciamos o, incluso, los despreciamos. ¡Qué manera de desperdiciar la inmensa gracia que esto supone! ¡Qué triste el hastío del saciado! Me acordé de cuando estuve con mi hijo sacerdote, Rodrigo, en Puerto Iguazú en Argentina y celebró Misa en la catedral. La palabra catedral le viene grande al pequeño y sencillo templo en las calles de esa ciudad argentina. Al acabar la Misa, un grupo de unas veinte sencillas mujeres esperaron a mi hijo para besarle las manos. Él, abrumado, les dijo: “¡Pero si yo soy sólo un sacerdote!” Casi al unísono le regañaron las veinte mujeres. “¡Cómo que usted es SÓLO un sacerdote! ¡Usted es NADA MENOS que un sacerdote! ¡Usted es Cristo entre nosotros!” ¡¡¡Ufff!!!

Pero la presencia de los sacerdotes, que en seguida se divulga, atrae la persecución y muchos campesinos son terriblemente martirizados por ello. Uno de ellos, antes de su martirio, le da al P. Rodrigues un pequeño Cristo crucificado de madera tallado por él. Los dos jesuitas deciden separarse en un momento dado para poder llegar a más comunidades. El P. Garupe muere mártir intentando salvar del martirio a algunos de sus fieles, pero el P. Rodrigues es capturado y deciden seguir con él una estrategia maléfica. Tratarle relativamente bien, tener con él de vez en cuando conversaciones teológicas en las que le quieren hacer ver que toda doctrina es igual y que es imposible que el cristianismo arraigue en Japón. El P. Rodrigues mantiene muy bien el tipo en estas discusiones. Pero, sobre todo, la tortura psicológica consiste en hacerle culpable del suplicio de los cristianos que, le dicen, se salvarían de las más refinadas y horribles torturas, que le obligan a presenciar, si él apostatase. En una frase sibilina le dicen. “Tu gloria, es al precio de su sufrimiento. El P. Rodrigues reza con toda su alma pero sólo escucha el terrible silencio de Dios. El rito de apostasía es sencillo. Basta con pisar una imagen de Cristo, grabada en una losa y puesta en el suelo. Le tientan diciéndole que es una simple formalidad, que no les importa lo que piense realmente, sino que, simplemente haga ese gesto externo. Para librarse de esa tortura psicológica el P. Rodrigues grita a los que están siendo torturados que apostaten, que Dios sabrá perdonarles. Pero la respuesta de los torturadores es terrible. “Ellos ya han apostatado muchas veces, pero eso no les salvará de la tortura.Lo único que les salvará es tu apostasía”. ¡Terrible! Por último, y para acabar de romperle, le traen al P. Ferreira que, efectivamente, apostató hace años y ahora es un funcionario con una mujer e hijos que ha heredado de otro funcionario que murió. Ferreira es la imagen de un hombre muerto en vida, con un rictus de profunda amargura dibujado en su rostro. El pobre P. Rodrigues, antes de romperse, cree oír la voz de Cristo que le dice que apostate. Efectivamente, en ese momento se rompe y apostata pisando suavemente la imagen de Cristo, aunque luego caiga llorando sobre ella. Y los perversos torturadores liberan a los otros cristianos japoneses de su tortura.

A partir de ese momento, le cambian el nombre, le convierten en funcionario y no deja ni un segundo de estar vigilado, además de tener que repetir cada año el “formalismo” de apostasía de pisar la imagen de Cristo. También la amargura de un hombre roto se adueña del rostro de Rodrigues como lo había hecho con el de Ferreira.A ambos les han roto la columna vertebral espiritual y se percibe claramente que son hombres destruidos. A su debido tiempo, hereda él también una mujer y un hijo de otro funcionario muerto. Los casi cuarenta años que vive todavía lo hace como funcionario y ayudante del antiguo P. Ferreira en el servicio de detección y denuncia de objetos traídos por los comerciantes europeos que puedan tener la más mínima significación cristiana. Se deja entender que las consecuencias son terribles para aquellos que los traen si los dos funcionarios exjesuitas los califican como objetos cristianos. Cuando Ferreira muere[1], es él quien hereda el cargo de jefe de ese servicio, que lleva a cabo de forma eficaz durante el resto de sus días, despreciado por japoneses y europeos. De vez en cuando le ponen pruebas sibilinas para ver si de verdad no actúa ni como cristiano ni como sacerdote. Una de ellas es especialmente terrible. Cuando los dos jesuitas salen de Goa, va con ellos, en calidad de guía, un pescador japonés borracho que está allí, de nombre Kichijiro. Un auténtico desecho humano. Al llegar a Japón se enteran de que Kichijiro es un cristiano que ha apostatado y ha visto morir quemados vivos a todos los miembros de su familia por mantenerse fieles a su fe. En varias ocasiones le pide confesión al P. Rodrigues con un arrepentimiento que parece sincero. Se presenta como un hombre débil incapaz de soportar el martirio y que por eso apostata continuamente. En un momento dado le dice al P.Rodrigues. “¿Qué podemos hacer unos hombres débiles como nosotros en un mundo como éste?” o “Es injusto. Si hubiese nacido cincuenta años antes hubiese podido morir como un buen cristiano”. El P. Rodrigues le confiesa cada vez con gran ternura y misericordia y también cada vez, Kichijiro le traiciona de nuevo y le delata o ejerce el oficio de debilitador de su determinación de resistir. Cuando el P. Rodrigues, tras apostatar, lleva ya varios años de funcionario, Kachijiro va a su casa y le pide con grandes lágrimas que parecen de conversión que le confiese. Aunque no está explícito en la película, parece evidente que se trata de una traición más, una trampa para ver si le confiesa. El P. Rodriguesno lo hace y le dice que él ya no es ni cristiano ni sacerdote. Sin embargo, le abraza con ternura y le da su perdón personal. Pero, paradojas de la vida o de Dios. En un momento dado a este Judas –la comparación de Kichijiro con Judas es evidente y se hace explícita en la película– le encuentran un crucifijo y, aunque en la película no se ve, parece evidente que acaba en el martirio.

Cuando, tras muchos años, muere Rodrigues, le entierran según el ritual budista. Por supuesto no dejan ni un momento a solas con él ni a su hijo adoptivo ni a su mujer. Tan sólo le permiten a ésta acercarse a darle el último toque de adiósal cadáver para, siguiendo el rito budista, darle un amuleto contra los malos espíritus. A hurtadillas, en ese acto, parece, sólo parece, que su mujer, además del amuletodeja algo entre los pliegues de su ropa. Pero cuando la pira empieza a arder, la cámara entra en zoom dentro del sarcófago y se ve que, en la mano de Rodrigues, está el crucifijo que un día le regalase un japonés mártir y que su mujer le ha puesto en el momento de la despedida.

Nunca ni de ninguna manera la película presenta a ambos sacerdotes como quienes han hecho lo correcto. Tampoco les condena –quien esté libre de pecado que tire la primera piedra–, aunque sí deja entrever un cierto cinismo agriado en Ferreira y una inmensa tristeza en ambos. Más bien los presenta como dos pobres hombres débiles que al traicionarse a sí mismos, además de a Dios, se les ha secado el alma. Es decir, como antihéroes, frente a los héroes, japoneses y jesuitas, que sí dan la vida por aquello en lo que creen. Pero también se debe apuntar en el haber de esta película el hecho de que en un mundo en el que la mayor barrera que tiene la evangelización es la absoluta indiferencia hacia los temás religiosos, una película ponga en primera plata temas en los que Cristo es el centro y que brindan la oportunidad de hablar de estas cosas con gente que de otra manera sería completamente insensible. Es decir, brinda una extraordinaria oportunidad de evangelización. No es poco.

He leído alguna crítica que desaconseja ver esta película porque considera que hace apología de la apostasía y llega a decir que si la viesen los cristianos que en este momento están bajo persecución, se sentirían desmoralizados. Más aún, he leído una crítica en la que quien la escribe empieza diciendo que no irá a ver la película. Sin comentarios. También alguna crítica pretende que la película plantea una dicotomía entre los jesuitas cultos y preparados que apostatan y los campesinos incultos que mueren. Y en esta crítica se pretende ver en esto, de una forma a mi parecer rocambolesca, un brindis al relativismo.También hay críticas con descalificaciones personales de Scorsese. Me pregunto si quienes esto dicen y yo, habremos visto la misma película. O tal vez hayan llegado tarde al cine y no hayan visto la escena inicial en la que cientos de jesuitas sufren el martirio con entereza. O ni siquiera hayan visto la película. Además,los que apostatan son presentados como personas que, por su debilidad, destruyen su vida, aunque no mueran. En cambio, los que soportan el martirio, japoneses y sacerdotes indistintamente, despiertan profunda admiración. Me considero absolutamente incapaz de saber qué aspiraciones despertaría en mí esta película si la viese en la situación de cristiano perseguido, pero creo que puedo decir que no me produciría la tentación de parecerme a los dos sacerdotes que apostatan. Y, puestos a ver otros valores en la película, no es despreciable la sensaciónde misericordia que despierta ante la debilidad humana. Cierto que la postura de santidad sería la del martirio, la de que el P. Rodrigues, en vez de gritar a los torturados que apostatasen, les hubiese insuflado ánimos con himnos inspirados y hubiese sufrido el martirio con ellos. Pero la película narra unos hechos reales y su debilidad no se lo permitió. Algunos críticos afirman con una seguridad pasmosa que Dios manda SIEMPRE las fuerzas necesarias para soportar el martirio si se le piden esas fuerzas. ¿SIEMPRE? ¿Cómo se explican entonces todas las apostasías que ha habido desde el principio del cristianismo? ¿Es que ninguno de los que han apostatado en la historia de la Iglesia le han pedido con toda su fuerza al Señor la gracia de soportarlo? ¿O, tal vez es que todos han rechazado esa gracia? Me cuesta creerlo. Y más me cuesta encasillar a Dios en el “si yo hago esto, Él SIEMPRE hace esto”, como si Dios fuera una ecuación matemática. Creo que tan sólo hay un SIEMPRE en Dios. El hecho de que SIEMPRE, en los momentos claves de nuestra vida, nos manda la gracia para que podamos alcanzar la salvación. Pero que Él me libre de querer decir cuándo son esos momentos. Eso forma parte del misterio de la Providencia de Dios y si alguien cree que conoce la respuesta a ese misterio, esa es la mejor prueba de que no entiende nadadel misterio insondable de la Voluntad de Dios. Sin embargo, si hay alguna faceta humana con la que Dios es compasivo es con nuestra debilidad.Me atrevo a decir que la lástima sin juicio que te hace sentir la película por los P. Rodriguesy, en menor medida, Ferreira podría ser parecida a la que Dios debe sentir por nosotros cuando nos ve débiles y pecadores, como ovejas sin pastor. Es decir, la película nos hace comprender mejor la misericordia de Dios. Así, frente a su silencio aparente, nos enseña su misericordia. Al menos así me ha ocurrido a mí. Tras reposarse la tempestad de preguntas que me produjo la película, ha emergido en mí un sentimiento de ternura y misericordia.Ycreo que esa era la intención de Scorsese cuando dice de su película: “Silencio es la historia de un hombre que aprende dolorosamente que el amor de Dios es más misterioso de lo que él sabe, que deja mucho más a los caminos de los hombres de lo que nos damos cuenta y que Él siempre está presente…incluso en su silencio”. Por todo esto, me dan cierto corajelas críticas de los que creen que comprenden el amor de Dios como si fuese una fórmula matemática. ¿Me atreveré a decir que me parecen un punto farisaicos? En otras críticas, en cambio, parece que se intenta hacer ver que, en realidad, lo que hicieron esos dos jesuitas no es apostasía. Creo que esto es dejar de llamar al pan, pan y al vino, vino. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Apostataron, por más que uno pueda sentir más i menos comprensión sobre las razones que les llevaron a esa apostasía. Otra cosa es el juicio que esta apostasía nos pueda merecer. La película, siendo compasiva con los apóstatas, deja lugar a muy pocas dudas de que su conciencia les atormenta y que son hombres machacados.

En conjunto, la película le deja a uno con muchas preguntas. La más misteriosa y angustiosa es, por supuesto, ¿por qué el silencio de Dios? ¿Por qué no manda las fuerzas necesarias al P.Rodrigues cuando éste se las pide de forma continua y sufriente a lo largo de todo su cautiverio? Son preguntas sin respuesta. O, al menos, sólo tienen respuesta desde una fe profunda en la providencia, la bondad y la misericordia de Dios. La respuesta se da en la película de una manera fugaz pero explícita. “Yo nunca he dejado de estar contigo–le dice Jesús en un momento–, en el silencio, estaba yo”. Muchas veces, en su resistencia, el P. Rodrigues recuerda a Cristo en Getsemaní y en la cruz, cuando se creía abandonado por Dios y el silencio del Padre caía a plomo sobre él. Y sólo la fe en la providencia de Dios permite aceptar, que no comprender, por qué Dios no le manda las fuerzas necesarias, qué de bueno para el Reino de Dios y para su propia salvación puede tener la apostasía del jesuita para que Dios lo permita. Porque otra de las preguntas que se hace uno cuando está en el sillón del cine sobrecogido es: ¿Qué haría yo en esa situación? Y la respuesta a esa pregunta la tengo meridiana: Dejado a mis fuerzas apostataría en menos que canta un gallo. Sólo con la fuerza de Dios puede ningún ser humano resistir esa terrible prueba. ¿Por qué Dios entonces no se la manda? No lo sé.Sé, sin embargo, aunque no entiendo, que el silencio de Dios no es tal. Por supuesto, mi fe en la bondad y misericordia de Dios no me deja ni un resquicio de duda de que el P. Rodrigues está con Dios, en su seno, recibiendo todas las respuestas a todas las preguntas. Es imposible pensar que ese hombre quebrado, destruido y atormentado no haya tenido muchas veces en su vida una auténtica contrición. Aunque al día siguiente siguiese con su miserable funcionariado de delator de objetos cristianos. ¿Cuántas veces perdona Dios? ¿Siete? No, setenta veces siete. Y creo que lo mismo podría decir del P. Ferreira. Pero hay otra pregunta. ¿Por qué, los hombres del racionalista y saciado occidente dan tan a menudo al silencio de Dios la respuesta de “Dios no existe” con tan sólo ver las pruebas de su silencio que han sufrido otros? ¿Por qué ante una tan pequeña prueba de confianza, creer que Dios está en el silencio de otros, que no nos hace ni siquiera sacar los pies de las pantuflas de nuestra comodidad, tiramos tan fácilmente la toalla? No lo entiendo. ¿Saciedad? ¿Creer que se nos debe el que Dios nos responda cuándo y cómo queramos como si fuese el chico de los recados? No lo sé. Creo que a veces Dios no dice nada porque todo lo tiene dicho en Cristo. Él está con nosotros sufriendo cualquier cosa que nosotros podamos sufrir. Él ha sufrido ya nuestro sufrimiento, el nuestro, no otro, en Getsemaní. Pero, ¡qué fe tan endeble tenemos! Y, tras todas esas preguntas, un propósito. Ser capaz de sentir, aunque no sea con el sentimiento sino con la razón, la voluntad y los hechos, la alegría de poder estar cada día con Dios en la Eucaristía, el agradecimiento de poder acercarme a abrazarle en la Reconciliación cada vez que le vuelva la espalda. Le pido a Dios y espero de él esta gracia.

Sólo al final de la película leí en los créditos que la película estaba basada en una novela del escritor japonés ShusakuEndo, del que hace años leí una vida de Cristo que me encantó. La madre de Endo se convirtió al catolicismo siendo Shusaku pequeño y fue bautizado a los 12 años. Mientras veía le película mi cabeza la asociaba con las novelas de Graham Green como “El poder y lagloria” o “El revés de la trama” (pésima traducción de Theheart of thematter”). Efectivamente, Green, también católico, presenta profundos dilemas existenciales de sus débiles personajes que sólo en la misericordia de Dios encuentran respuesta. No andaba descaminado porque en mi indagación posterior he encontrado esta comparación y existió una admiración mutua entre ambos escritores.

Hasta aquí mis preguntas. Pero quiero continuar con el contexto histórico. ¿Qué pasó después? ¿De qué manera prendió la fe en Japón? Cuando ya no quedó ni un sacerdote allí, los cristianos japoneses siguieron realizando el culto que la ausencia de sacerdotes les permitía. Era una Iglesia de las catacumbas, pero sin sacerdotes. Seguían bautizándose, cantaban himnos religiosos en una especie de latín desnaturalizado, leían Biblias en portugués que copiaban de padres a hijos y que también se fue desnaturalizando, etc.  Con el tiempo, las imágenes y las oraciones se iban pareciendo cada vez más a los iconos y salmodias budistas, aunque se mantenían palabras y frases completas en latín o portugués. Se mantenía, sin embargo, una inmensa devoción a la Virgen María a la que se la llamaba Virgen de la Alacena, porque era en ese mueble donde solía estar escondida. Pero, con el transcurso de muchos años faltos de pastores, los cristianos japoneses se deslizaron hacia un sincretismo religioso entre la fe católica y el budismo panteísta de la religión oficial. Pero siguió habiendo muchos mártires entre ellos. Eran los kakurekirishitan, cristianos ocultos.

No fue hasta 1865 cuando a la Iglesia católica se le permitió abrir una iglesia en Urakami, un suburbio de Nagasaki, regentada por el sacerdote francés Bernard Petitjean. Eso sí, sólo para occidentales. Los kakurekirishitan no podían manifestar sus creencias bajo pena de martirio. Un día aparecieron 15 kakurekirishitan a las puertas de la iglesia. Dijeron a P. Petitjean que los últimos sacerdotes que estuvieron allí les habían dicho que la Iglesia retornaría a Japón y que la reconocerían por tres signos. Los sacerdotes serían célibes, tendrían estatuas de María y obedecerían al Papa-sama en Roma. Los visitantes, encabezados por uno que se llamaba Pedro, le preguntaron al P. Petitjean si estaba soltero, si obedecía al Papa-sama y le pidieron que les enseñase una imagen de la Virgen María, cosa que éste hizo. Entonces Pedro le dijo: “En casa todos son como nosotros, tienen el mismo corazón”. Petitjean visitó de incógnito a la comunidad y cometió la torpeza de decirles que tenían que vivir su fe abiertamente. Esto recrudeció la persecución. Hasta 1873 más de 3.000 kirishitan fueron deportados o sufrieron prisión y 13 fueron ejecutados. 660 murieron en el exilio y sólo 1.580 retornaron a sus hogares. En 1865 se estimó que quedaban unos 30.000 cristianos japoneses. Los nuevos misioneros instaron a los kakurekirishitan a que abandonasen su credo sincretista para volver al catolicismo ortodoxo. Más o menos la mitad aceptaron abandonar lo que en su fe había de las antiguas creencias. A los que siguieron firmes en ellas les llamaron hanarekirishitan, cristianos separados. Solo recientemente el Papa Francisco ha reconocido a los pocos hanarekirishtian que quedan como hijos queridos de la Iglesia.

Las protestas de las potencias occidentales por el trato a los kirishitan lograron que en 1873 se prohibiera su persecución en Japón. Pero no fue hasta 1889 cuando se aceptó la libertad religiosa. Los kirishitan del barrio de Ukarami decidieron entonces construir una iglesia en el mismo sitio en el que durante siglos se les había obligado a apostatar cada año durante más de 200 años. En 1895 se inicia la construcción de la catedral de Nagasaki, que no se termina hasta 1917. El 9 de Agosto de 1945 la bomba atómica destruyó la catedral que, no obstante, se volvió a reconstruir en 1959. En 1950 se construye en Hiroshima, también sobre las ruinas de la antigua catedral,una nueva dedicada a la Asunción de María, y a la conmemoración votiva de la paz mundial. Cada día 6 de Agosto, día de la bomba de Hiroshima, las campanas suenan durante parte del día por la paz.

A día de hoy hay, más o menos, un millónde católicos en Japón, lo que representa menos de un 1% de su población. La mitad de ellos, sin embargo, son inmigrantes de otros países como Filipinas. Pero este escaso porcentaje de católicos ha dado dos primeros ministros a Japón. En 1918 fue elegido Primer Ministro el católicoHaraTakashi y en 2008 lo fue Taro Aso que sigue siendo Viceprimer ministro en la actualidad.

¿Ha sido la sangre de mártires semilla de cristianos en Japón? Bueno, medio millón, aunque sea sólo un escaso 0,5%, partiendo de los 30.000 que había en 1865 supone un crecimiento considerable. Pero, ¿quiénes somos nosotros para saber si eso es mucho o poco? Estas cosas no se miden en números. Además, creo que la historia de la humanidad no ha hecho más que empezar. Considero que, si comparamos a la humanidad con el desarrollo de una persona, en estos momentos somos un adolescente inconformista que empieza a rebelarse contra lo que considera, erróneamente como sabemos muchos de los que somos padres, como una traba a su libertad. El Señor de la Historia tendrá la palabra en los próximos más de 150.000 años que, según la extrapolación con la vida de una persona, nos quedan para llegar a los 90 años equivalentes. ¿cómo podemos nosotros siquiera vislumbrar ese lejanísimo futuro? Yo, por mi parte, seré humildemente respetuosos desde mi ignorancia y confío en el Señor de la Historia, el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin, el Logos.



[1]Parece que en determinadas crónicas europeas de la época corría la noticia de que el P. Ferreira se había retractado de su apostasía y que había muerto mártir. Sin embargo, esto, que puede ser cierto, no está de ninguna forma comprobado. El P. HubertCieslik S.J., uno de los más respetados historiadores del cristianismo en Japón, escribió un largo artículo sobre el P. Ferreira, tras una profunda investigación (Monumentanipponica. Vol. 29 Nº 1 Spring 1974, pp 1-54). Cito los dos últimos párrafos de su artículo del que suscribo de todo corazón la última frase: “Pero queda la otra y más importante cuestión de si Ferreira murió de hecho como un mártir o al menos abjuró de su apostasía antes de su muerte. Las fuentes holandesas no dicen nada de su martirio o de la recoplilación de testimonios japoneses o chinos, como se menciona en otras fuentes indirectas.Este silencio no es, en sí mismo una prueba contra el martirio, sobre todo, teniendo en cuenta que los holandeses recibían su información a través de hombres corrientes y que las entradas en el diario Deshima son extremadamente breves y concisas. Además, el registro del templo recoge simplemente el día de fallecimiento de los allí enterrados y no dice nada sobre las circunstancias de su muerte. El hecho de que a Ferreira se le diera un nombre póstumo budista y una tumba en un cementerio budista, tampoco es concluyente porque pudiera haber sido el resultado de una iniciativa de los funcionarios locales o de sus familiares, es decir, de la familia Sigimoto. En cualquier caso, el gobierno jamás hubiese reconocido una retractación de su apostasía y hubiera podido tratar de echar tierra sobre el asunto.

Por lo tanto, si bien hay dudas sobre la fiabilidad de las fuentes europeas que reportan la conversión final de Ferreira, las escuetas fuentes japonesas sólo nos dicen la fecha de su muerte. Tanto si las fuentes europeas están bien fundadas como si no, no podemos, por supuesto, saber lo que pasó en el alma de un hombre moribundo antes de su muerte. Probablemente siempre quedará un elo de misterio sobre el caso de Christovao Ferreira”. (La negrita y la traducción del inglés son mías.


21 de enero de 2017

Algunas posverdades

En el post anterior sobre la posverdad, enumeré algunas de ellas. Las recuerdo: mencioné la ideología de género, el aborto, el sistema de pensiones de transferencias, el Estado del Bienestar tal y como lo entendemos hoy en día, la redistribución de la renta por el Estado, y la socialdemocracia. Estoy seguro de que muchos pensarán que incluir alguna de estas cosas en el concepto de posverdad es un poco drástico. Pero creo que no lo es y es lo que voy a tratar de hacer ver.

Empecemos por la más trágica de estas posverdades: El aborto. Por descontado que no voy a enfocar esta posverdad desde el punto de vista religioso, sino desde la razón y la ciencia. Ya a mediados del siglo pasado, en 1956 el genetista indonesio-americano Joe Hin Tijo descubrió definitivamente que las células humanas tienen todas 23 pares de cromosomas (en 1921 Theophilus Painter se equivocó al adjudicarles 24 pares). Lo de que se hable de pares es porque también se sabe que un elemento de cada par procede del padre y el otro de la madre, a través de los espermatozoides y los óvulos respectivamente, que tras un proceso de división celular especial, llamado meiosis, se quedan con 23 cromosomas cada uno. En cuanto un óvulo de mujer es fecundado por un espermatozoide de hombre, aparece una célula nueva, un cigoto, que por un lado es, sin duda, una célula humana con 23 pares de cromosomas y, por otro, es diferente de las células del organismo paterno y materno.Es única e irrepetible (la probabilidad de que de una misma pareja aparezcan en distintas fecundaciones dos cigotos idénticos es de algo aproximado a 1/1070, es decir, totalmente despreciable). Además, tiene en sí todo un impresionantemente complejo programa de desarrollo que, si se le permite seguir, acabará en un organismo completo. Es decir, es, desde el punto de vista científico, un ser humano diferenciado de cualquier otro. Si no, ¿qué demonios es? El hecho de que se haya implantado o no en el útero, de que todavía no haya desarrollado neuronas, que no sea capaz de sentir, de que necesite del organismo materno para sobrevivir, no altera ni un ápice este hecho. Todas las variaciones que sufra desde ese mismo momento serán progresivas y formarán un continuo sin cesuras de ningún tipo que permitan marcar una transición clara. Desde la fecundación hasta la muerte todo es un continuo. Por tanto, todos los plazos que se fijen para declarar lícito el aborto son pura invención de conveniencia. Si, además, resulta que, como ocurre en muchas leyes de plazos de aborto, se especifican momentos distintos en los que poder practicarlo según circunstancias de conveniencia, la posverdad está servida. Y, por si esto fuera poco, si le aplicamos al cigoto –o al embrión en cualquier fase de desarrollo– los elementales criterios civilizadores de protección al débil y presunción de inocencia –en este caso presunción de humanidad[1]–la conclusión de razón y de civilización es la misma: La vida del cigoto y del embrión en cualquier momento de su desarrollo debe ser respetada como la de un bebé o como la de un ciudadano adulto, sea cual sea su estado de salud o enfermedad.Si defender el aborto no es adherirse a una posverdad irracional entonces, no sé qué pueda ser una posverdad.

La ideología de género es tan absurda que casi no merece la pena dedicarle más de un par de líneas para mostrar que es algo irracional y una flagrante posverdad. Conviene sin embargo aclarar que la ideología de género es aquella que dice que los atributos sexuales primarios no son determinantes del sexo. Que el sexo es una cosa que se elije según prefiera cada uno. Nada tiene que ver con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres o el respeto a las personas homosexuales, cosas ambas perfectamente racionales. Pero, en vez de seguir escribiendo yo y leyendo vosotros, es mejor que veáis el siguiente video:


¿Cabe absurdidad más ridícula? ¿Qué dirían la CNMV o la SEC americana, por ejemplo, si para cumplir el requisito de paridad en los consejos de administración de las empresas un hombre dijese que en realidad se siente mujer y que, por lo tanto, lo es? ¿Alguien piensa que estos organismos aceptarían semejante estupidez? Y, sin embargo, la estupidez de la posverdad ha llegado a la legislación española. Uno puede ir al registro civil y, sin más, decidir si es hombre o mujer y que le cambien su sexo (perdón, su género) en el carnet de identidad. ¿Hasta dónde puede llegar la estupidez humana? Si se admite la posverdad, no hay límites que la paren.

Las siguientes posverdades que cito; el sistema de pensiones de transferencias, el Estado del Bienestar tal y como lo entendemos hoy en día, la redistribución de la renta por el Estado y la socialdemocracia seguro que despiertan la extrañeza de muchos, pero espero dejar claro que también son posverdades irracionales. Las voy a ver juntas porque están íntimamente relacionadas. Todo este conjunto de posverdades nace de un tronco común: el buenismo. No hay que confundir el buenismo con la bondad. La bondad busca hacer el bien basándose en la virtud de la prudencia, es decir, de la verdad como la percibe razón. El buenismo parte de una mala conciencia y quiere tranquilizarla a base de proponer medidas imprudentes que dejan de lado la razón y se para basarse en mentiras bonitas. La virtud de la prudencia no es, como se cree en su acepción común, el evitar situaciones de peligro, sino el usar la razón para, evaluando las consecuencias previsibles de una acción, decidir si merece la pena abordarla. La prudencia puede elegir, según los casos, a la luz de este análisis, la decisión más arriesgada. Pero las mentiras, por bonitas que puedan ser, acaban siempre mal y, muy a menudo, en el horror. La socialdemocracia es la corriente política que abriga las posverdades anteriores, a las que añade alguna más, como veremos. Es la heredera del fracasado marxismo y pretende que una pequeña dosis de lo que es malo en grandes dosis, es bueno. Pero veremos que no es así. Pero, si partimos de lo particular llegaremos a lo general. Así que empecemos.

El sistema de pensiones de transferencias, es decir, aquél en el que los que trabajan pagan las pensiones con sus impuestos –impuestos son, aunque no vayan por el camino del IRPF– a los jubilados ha funcionado perfectamente mientras los primeros eran muchos y los segundos pocos. Pero por causa de otra posverdad, en la que no voy a entrar, la pirámide de población se está invirtiendo por la baja natalidad a la par que los avances de la medicina alargan la vida humana –algo verdaderamente excelente. La consecuencia es lo que estamos viendo. La llamada hucha de las pensiones se vaciará en 2017. Por supuesto, si entrásemos en otra época de boom económico, la hucha podría volver a llenarse temporalmente, pero sería sólo un espejismo, porque la inexorable inversión de la pirámide sigue su curso a paso lento pero seguro y el final es perfectamente, casi matemáticamente, predecible. Pocos no pueden mantener a muchos. No debemos confiar mucho en la inmigración, porque lo deseable sería que en los próximos 30 o 40 años la gente no tuviese que huir de la miseria en sus países sino que sólo emigrasen de ellos los que saliesen enbusca de oportunidades mejores –por la oferta y la demanda, no por sus tiranos o sus guerras– de las que encuentren en su país. Y eso les llevará, sin duda, a los países más prósperos. La única solución es aprovechar esos próximos 30 o 40 años para pasar de un sistema de pensiones contributivo a uno de ahorro personal. Si todo lo que una persona paga en su vida a la Seguridad Social para pensiones fuese a su propio plan de pensiones, el problema se habría acabado. Pero eso debe empezarse ahora. Ya. Al que le queden, digamos, 10 años de trabajo activo deberá recibir cuando se jubile un, digamos 80% de su pensión por la vía contributiva, y el otro 20% por lo que ahorre en esos 10 años. Al que le queden 20 años, pongamos que eso fuese 50-50%. Pero al que esté en los primeros años de su vida laboral hay que decirle YA que sólo recibirá el 20% por la vía contributiva y que el otro 80% tiene que ahorrarlo él mismo. Y, por supuesto, a los que empiecen mañana a trabajar hay que decirles que espabilen y ahorren porque dentro de 40 o 50 años no van a ver un euro por la vía contributiva. Pero claro, esto va contra la posverdad de que hay un Estado paternal, benéfico y omnipotente que vela por nosotros y en el que podemos depositar nuestra seguridad. Esta y otras posverdades exigen que ese Estado cobre más y más impuestos cada día. Por supuesto a los “ricos”. Pero de este tema hablaremos más adelante.

Algo muy parecido podría decirse del Estado de Bienestar tal y como lo conocemos hoy. Por supuesto que en un mundo civilizado no se puede admitir que nadie se quede sin que le curen una enfermedad por ser realmente pobre. Ni que un joven se quede sin una educación digna por su pobreza. Pero este principio, del que creo que poca gente puede dudar que deba ser así en un mundo civilizado, no es lo que hoy en día se entiende por Estado del Bienestar. No, se trata de que todo sea gratis para todos. Y además, que los servicios de salud y educación no sólo los pague el Estado, sino que, además, los realice también él. Es decir, hospitales, universidades y, en menor medida, colegios de titularidad pública. Es un hecho totalmente demostrado empíricamente y, además, lógico, que cuando el Estado gestiona unos servicios que no son suyos, aunque tenga la titularidad, lo hace muchísimo peor que quien gestiona lo que realmente es suyo. “Tirar con pólvora del rey” siempre lleva a disparar a lo loco. Así tenemos un pésimo sistema universitario que fagocita a las universidades privadas relegándolas casi a la marginalidad y una sanidad pública con unos magníficos profesionales que ofrecen una magnífica calidad para unas cosas frente a una enorme ineficacia en otras, amén de una ineficiencia económica disparatada. Pero esto es un detalle. Lo importante es: ¿Por qué la gente que tiene ingresos suficientes no puede pagarse él mismo la educación y la sanidad dónde y cómo quiera? Evidentemente, este alivio en la sanidad pública se traduciría en menos impuestos con lo que, otra vez llegamos a lo mismo que antes. Si no hubiese que pagar la barbaridad de impuestos de uno u otro tipo que se van en sanidad y educación, y éstas fuesen más eficientemente gestionadas, con lo que me ahorro de impuestos me pagaría el mejor seguro médico del mundo, mis hijos estudiarían en las mejores universidades y me sobraría dinero. Pero no. La posverdad de que el Estado del Bienestar tiene que ser totalmente público y universal es otra posverdad terriblemente arraigada en el imaginario popular.

Llegamos al mito más buenista y posverdadero que pueda existir: le redistribución de la renta llevada a cabo de forma obligada por el Estado. Hay dos cuestiones previas que debo abordar antes de meterme de lleno en el tema. Primera; por supuesto, una sociedad civilizada no puede dejar, de ninguna manera que una persona que habita en ella viva en la extrema penuria. Encuentro razonable que se garantice a estas personas un mínimo de subsistencia, siempre que se defina adecuadamente el término extrema penuria y mínimo de subsistencia. Segunda; todo hombre, tenga el credo que tenga o aunque no tenga ninguno, está obligado en conciencia a atender las necesidades de otros seres humanos. Si es cristiano, esa obligación moral está escrita en primer lugar en el código ético de su religión. Pero esta obligación es interna, voluntaria y basada en el amor o, si se prefiere, en la filantropía. Y lo mismo pasa con quien no tenga ningún credo si tiene un mínimo de humanidad.Sin embargo, nadie puede obligarle desde fuera. Porque esa obligación no es de justicia. Si alguien gana lo que gana, sea mucho o poco, sin engañar a quien se lo paga y con transparencia meridiana para éste, ese dinero es, en justicia, suyo. Por lo tanto, su obligación moral de compartir no nace de la justicia sino, como se ha dicho, del amor o la filantropía.

Y ahora entro en el núcleo del problema. ¿Cómo puede el Estado quitar a nadie algo que es suyo en justicia? ¿En nombre de qué principio de razón? Se podrá decir que en nombre del principio democrático si así lo decide un parlamento debidamente elegido. Naturalmente, la práctica totalidad de los Estados lo hacen en nombre de ese principio.
Pero volveré sobre esta falacia. Por supuesto, esa redistribución no es quitar dinero a alguien y dárselo a otro, sino quitar dinero a unos para dar a otros un servicio del tipo de los que hemos visto antes en el Estado del Bienestar. Y ese dinero, lo quita el concepto de impuesto progresivo. Es decir, no que los ricos paguen más dinero que los pobres, lo que parecería lógico, sino que los ricos paguen más porcentaje de sus ingresos que los pobres. Sin embargo, esto lleva a enormes ineficiencias. La primera ya la hemos visto al hablar del Estado del Bienestar. La segunda es que al saltarse el Estado en más elemental principio de subsidiariedad, dificulta gravemente que las personas, ricos o pobres, ejerzan libremente su obligación moral de compartir. Hay que reconocer que si el Estado le quita a alguien el 50% de lo que gana, a ese alguien le quedan pocas ganas de compartir porque piensa, y con razón, que ya se lo ha dado al Estado. A pesar de esto, nunca en la historia de la humanidad ha habido más donaciones a ni una pléyade mayor de ONG’s que se desviven por los más necesitados de los más diversos tipos y que viven de donaciones gratuitas de millones de personas. ¡Qué no sería sin esa intolerable presión del estado! La tercera es que el Estado –o los burócratas de todo tipo que ejercen la función de distribución de la renta– es demasiado grande y está demasiado lejos de la gente como para saber quién tiene verdadera necesidad de qué. Y eso hace que las ayudas vayan, demasiado a menudo a quien no las necesita y, en cambio, se quede ayuna mucha gente que sí lo necesita. Esto no pasa con las ONG’s, que están pegadas al terreno. Por último, los impuestos progresivos y los subsidios mal administrados crean dos incentivos perversos. Por el lado de los “ricos” el abuso de impuestos, por mucho que esté aprobado por un parlamento democrático, merma el incentivo para invertir y emprender. Y esto no hay ley que lo pueda suplir, salvo que caigamos en el totalitarismo. Por el lado de los “pobres”, los subsidios disminuyen el incentivo por trabajar. Conozco a gente que le quema cualquier subsidio y que si en un momento lo necesita de verdad vive sin vivir en él hasta que encuentra un trabajo y se libera del subsidio. Pero también conozco a otros que han encontrado el “trabajo” de vivir sin trabajar accediendo a diversos subsidios. Una persona que conozco, que ha dedicado toda su vida a luchar contra la pobreza en Hispanoamérica me decía: “El subsidio crea dependencia, la dependencia crea resentimiento, el resentimiento crea odio y el odio crea violencia”. Creo que es muy cierto. Algo similar pasa con el incentivo por el lado de los “ricos”. Aunque hay gente que invertiría a pesar de altos impuestos, otros lo dejan de hacer en cuanto los impuestos les ahogan un poco. Lo que nos lleva a que cuanto más progresivo sea el impuesto y el subsidio llegue con más dinero a más gente, a más personas alcanzará el incentivo perverso para no invertir o para no trabajar. Y estos incentivos perversos afectarán sin duda a la prosperidad y capacidad de crear riqueza de ese país. Creo en la mayor injusticia que puede cometerse es la de no permitir la creación de riqueza. Si se hace esto se llegará a un reparto de la pobreza, algo que ya debería resultarnos familiar en el experimento comunista. Magnífica posverdad ésta de la redistribución de la renta por el Estado.

Llegamos por último a la socialdemocracia. La socialdemocracia aglutina dentro de sí todas las posverdades anteriormente descritas, más alguna que le es propia. La socialdemocracia es la heredera del comunismo, en los países en los que éste no tuvo éxito. En la mayoría de éstos, la socialdemocracia ha renunciado explícitamente al marxismo. No es el caso de España, donde el PSOE no ha rechazado oficialmente esta ideología. Pero sea como fuere, el socialismo internacional, en los países en los que el comunismo no pudo implantarse, ha adoptado una variante del adagio de “si no puedes vencerlos, únete a ellos”, por el más peligroso de “si no puedes vencerlos, parasítalos”. Y eso es exactamente lo que está haciendo la socialdemocracia en occidente. Y, además, lo está haciendo con notable éxito porque, con independencia de si gana o no las elecciones, está arrastrando a los partidos de corte más liberal a adoptar cada vez más y más deprisa sus premisas, por miedo a perder las elecciones. Porque, naturalmente, las posverdades anteriores son atractivas para la opinión pública (esa es la esencia de la posverdad). Prometer más “beneficios sociales” a costa de imponer más impuestos a los “ricos” es algo aplaudido por la opinión pública. De ahí que se puedan imponer democráticamente estas posverdades. Claro, esto lleva a considerar cada vez más personas en la categoría de “ricos” y a aumentar la presión fiscal hasta alcanzar el límite de la voracidad. Para ello se recurre a tener bajo el más estricto control las más pequeñas parcelas de la economía y a crear cada vez los más variopintos hechos fiscales imponibles con tasas inicialmente pequeñas, pero que siempre se aumentan. El Estado se convierte así, poco a poco, en Big Brother. Y a medida que mete a más personas en el saco de los “ricos”, sube los impuestos e inventa otros nuevos, frena la creación de riqueza y la prosperidad general, lo que va haciendo el problema crónico. Pero mientras la categoría de ricos sea menos numerosa que la de “pobres”, la máquina política funciona, aunque la económica se vaya atasca. Y claro, no serán estos países los que atraigan la inmigración libre que pueda suplir su nula natalidad. El problema se agrava. Y, claro, cuando subir los impuestos se va haciendo cada vez más difícil se recurre a una “solución” terrible. El endeudamiento salvaje de los Estados. Ni siquiera Keynes, cuyo nombre invocan los socialdemócratas como si fuese el oráculo de Delfos, se creería los niveles de endeudamiento a los que han llegado los países desarrollados en esta carrera hacia la socialdemocracia de todos los partidos. Ninguna familia puede funcionar bajo la posverdad de que se puede gastar indefinidamente más de lo que se gana. Pero los Estados creen, o al menos han creído hasta hace poco, que para ellos esta posverdad funcionaría indefinidamente. Y en esas estamos. Los odiados recortes, los más odiados hombres de negro, el victimismo de echar la culpa a la UE de que la posverdad no funcione, el Berxit, los populismos, etc. Pero el reino de la posverdad está acabándose, aunque no me atrevo a añadir, afortunadamente. El sano organismo que ha sido capaz de crear una riqueza inusitada en los últimos 200 años, que ha disminuido la pobreza en todo el mundo hasta hacer que sea menor al 10% y que siga disminuyendo, que va cerrando poco a poco la brecha entre los países desarrollados y los que están llegando a serlo, que ha hecho aparecer una inmensa clase media inexistente en toda la historia de la humanidad, está siendo parasitado por una socialdemocracia basada en posverdades –y ella misma una posverdad que usa mentiras posverdaderas para desprestigiar ese milagroso sistema– que la parasita hasta debilitarla y dejarla en la postración. ¿Qué pasará cuando ese sano organismo muera? No lo sé, pero no me gustaría estar ahí para verlo. Me temo, sin embargo, que tal vez lo vea. Pero me caben pocas dudas de que mis hijos y nietos lo verán y eso me preocupa profundamente. Como decía Jeremy Shapiro en el envío anterior: “los hechos se acabarán cobrando venganza, pero ¿con cuánto sufrimiento?”. Y, mientras tanto yo, erre que erre, luchando contra la hidra siguiendo el consejo de Tolkien: “no parece haber nada más que hacer que negarnos personalmente a venerar cualquiera de las cabezas de la hidra”. Porque quiero evitar, en la medida de mis pequeñas fuerzas que se haga realidad lo que intuyo, premonitoriamente, Alexis de Tocqueville cuando escribió, en 1835 en su obra “La democracia en América”: “Veo una incontable multitud de hombres, todos similares e iguales. Sobre ellos se yergue un inmenso y protector poder, único responsable de suministrarles sus diversiones y cuidarse de su destino. Es absoluto, meticuloso, ordenado, providente, y amablemente dispuesto. Es un poder regulador que extiende sus brazos sobre toda la sociedad, abarcando toda la superficie de la vida social con una red de reglas pequeñas, complicadas, detalladas y uniformes, hasta reducir a cada nación a tan solo un rebaño de animales tímidos y duramente trabajadores con el gobierno como pastor”. Lo que no llegó a ver Tocqueville es que esa sociedad sería, además, una sociedad depauperada con lo que el Estado Leviatán no podría cuidar de absolutamente nadie.

Y doña Irene Lozano, que tan acertadamente me puso sobre la pista de las posverdades con el artículo que dio pie al envío pasado, debería ayudarme en esto. Pero, ¿por qué sospecho que vive dentro de todas las posverdades que denuncio en estas líneas? ¿Tal vez por su pasado de UPyD y PSOE? Que me perdone si me equivoco. La gente puede cambiar.

P. D.

Perdonad que alargue todavía un poco más este envío, pero es que anteayer mismo, las redes ardieron con un mensaje que seguramente habréis recibido y que se basa en una posverdad. Pedían un boicot a las pérfidas eléctricas que, mediante un siniestro complot subían un 33% el precio de la electricidad en plena ola de frío polar (deberían ir a Chicago o a Boston en invierno para saber lo que es frío polar), apagando la luz durante media hora para que sus pérdidas fueran notables. Hacían una llamada subliminal al gobierno para que no lo permitiese. Esto es pura lógica madura, o sea, made in Maduro. Nadie se para a pensar lo que realmente pasa. Se juntan varios factores. 1º Precisamente con el frío, la demanda de electricidad aumenta. 2º A esto se añade que las escasas lluvias hacen que las centrales hidráulicas, con la energía de coste variable más barato, tengan que producir menos. 3º El aumento del precio del petróleo, hace que el coste de las térmicas aumente. 4º Nuestro magnífico ecologismo (otra posverdad de la que podría hablar) ha hecho que no tengamos apenas energía nuclear que es la más barata junto con la hidráulica y 5º En Francia, también llevadas por un ecologismo ridículo, han cerrado varias centrales nucleares y, la demanda y la oferta de electricidad es paneuropea porque todas las redes, afortunadamente, están conectadas. Claro, esto ha hecho que la demanda aumente y que la oferta baje y, por tanto, que el precio suba. “¡Ah!, –dirán algunos– la pérfida ley de la oferta y la demanda. Que el gobierno fije el precio sin dejarse llevar por la tiranía del mercado”. Claro, con su lógica madura no se dan cuenta de que si el gobierno mantuviese el precio bajo pasándose por el arco del triunfo la oferta y la demanda, la producción de electricidad bajaría a ese precio, mientras la demanda se dispararía. Consecuencia: Nos encontraríamos con cortes de electricidad y entonces se protestaría por los cortes que tendrían consecuencias enormemente más graves. Pero, ante esto, muchos se pasan de la lógica madura a la chavista. “Pues entonces –argüirían– que obliguen a las eléctricas a producir aunque no les compense. Y so así las pérfidas eléctricas ganan menos, mejor”. Claro, pero entonces las eléctricas no invertirían y llegaríamos a lo mismo a que ha llevado la lógica madura-chavista, a cortes y restricciones de luz constantes. Porque eso, exactamente eso es lo que ha llevado a Venezuela a donde está. Y que se haga lo mismo con el pavo y el cordero en Navidad, con el pan, con el… ¿dónde paramos? Este es el camino de servidumbre –título de un importante libro del liberal Hayek– que nos lleva a la tiranía. Y una vez que estamos en el resbaladero, salir de él es muy difícil. Y se acaba en el hoyo. Podría seguir tirando del hilo y ver más facetas de esta ridícula lógica madura-chavista, pero sería abusar todavía más de vosotros. Así que lo dejo. Pero ante el incendio de las redes sociales de anteayer, no he podido evitar este comentario. Como dice Arcadi Espada a su querida liberada en su artículo de El Mundo del Domingo 15 de Enero pasado: Pero ya advierto tu mohín escéptico. No solo la verdad. La objetividad, los hechos, la termodinámica, el sentido común, el futuro, la biología, la inteligencia... Todo de derechas.
Así que sigue ciega tu camino.
A”.

Para el que tenga ganas de leer el magnífico artículo de Espada, ahí va el link.


P. D. de la P. D.

Ni 48 horas ha tardado el gobierno en intervenir en el mercado para que la energía baje. Y no lo ha hecho renunciando a pare del 50% de impuestos que hay en el precio. No. Eso iría contra el déficit. ¿Para qué va a pagarlo él cuando se puede buscar alguien que lo haga a la fuerza? Ha obligado a ENDESA y Gas Natural a producir más de lo que creen oportuno para que al aumentar la oferta artificialmente, baje el precio, a costa de los beneficios de las empresas energéticas (porque el precio bajará para todas). “Muy bien –dirán los de lógica “madura”– que paguen las empresas. Qué conste que a mí me encanta que mi factura de energía no suba demasiado, pero ni dejo de preguntarme por qué demonios van a tener que pagar parte de mi factura de la luz los accionistas de las empresas energéticas. Y, la verdad, no le encuentro sentido. Tampoco se lo encontraría si lo pagase el Estado, o sea, todos los contribuyentes. ¿No pide la lógica de verdad que lo pague yo? ¿O que baje el termostato un grado? Aunque fuera haga un supuesto “frío polar”, si yo bajo el termostato un grado, en mi casa sólo bajará la temperatura un grado. ¿Qué tengo que estar en mi casa con jersey en vez de en mangas de camisa? Bueno, pues así deberá ser. Porque cuando el estado paga eso u obliga a las eléctricas a que lo paguen, eso tiene un precio para todos. Porque el Estado no es un padre benéfico que de algo gratuitamente, es más bien, en palabras de Hobbes, un Leviatán. Y cuando le entregamos a él para que nos saque nuestras castañas del fuego, lo pagamos con una moneda carísima, pero que no se aprecia hasta que se pierde. La libertad. Pero, en nombre de nuestra querida liberada, sigamos ciegos nuestro camino. Por ese camino de servidumbre se llega a Venezuela.



[1] La presunción de inocencia nace del principio de que es mejor que un culpable salga libre que que un inocente sea condenado. Admitiendo, sólo metodológicamente, porque no es razonablemente admisible, que no supiésemos cuando hay un ser humano y aplicado el equivalente a la presunción de inocencia, el principio de presunción de humanidad diría que es mejor que se respete la vida de un ser vivodel que se pudiera pensar, aún sin estar seguro del todo, que todavía no fuese humano a acabar con la vida de un ser humano.

18 de enero de 2017

Frases 18-I-2017

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

El mundo cambia según que lo leamos en la clave del problema o en la del misterio.

Charles Moeller. Literatura del siglo XX y cristianismo. Tomo IV, La esperanza en Dios, nuestro Padre. Capítulo dedicado a Gabriel Marcel.


15 de enero de 2017

La posverdad

Vivimos en un mundo que se rige por leyendas urbanas. Son lugares comunes, generalmente falsos, pero que a base de repetidos y aceptados acríticamente, generalmente apoyados en el pensamiento débil de lo políticamente correcto, inhiben la búsqueda objetiva de la verdad. Las hay a cientos y dirigen las decisiones de la gente en innumerables aspectos. Y no sólo de la gente corriente, que ya sería grave, sino de los políticos –lo cual no debería chocarnos porque al final, hacen lo que la gente, basándose en esas leyendas urbanas, les pide–, de los jueces e, incluso, de los intelectuales que, en teoría, debieran ser sus destructores mediante un pensamiento racional. Pero resulta, como expondré más adelante, que son precisamente los intelectuales los que han puesto las bases de ese pensamiento basado en leyendas urbanas. Hace como un par de años leí en la revista Harvard Deusto Business Review un artículo escrito por Eduardo Arbizu Lostao, y de cuyo título no me acuerdo, que decía la siguiente frase: “… se tiene la impresión de estar asistiendo a una de esos procesos sesgados y erróneos de decisión pública en democracia que Sunsdtein, C.R. y Kuran, T. (2007) han calificado como "availability cascades".  Estos procesos se caracterizan porque las autoridades, entendidas en sentido amplio como quieres han de decidir sobre una cuestión, bien sea en el Parlamento, en un tribunal o en un órgano de regulación, adoptan sus decisiones con fundamento no, como es de esperar y desear, en una observación objetiva y contrastada de la realidad, sino en la opinión pública generalmente extendida e inmediatamente disponible. En estos procesos se sustituye la averiguación de la verdad por la disposición del juicio o prejuicio de valor comúnmente extendido. Cuanto más difundida esté una opinión, en el sentido de que sean muchos los que la tienen y sea muy profunda su convicción, y cuanto mayor sea el coste social de disentir públicamente de la misma, menor es la probabilidad de que una autoridad se resista a la corriente” (la negrita es mía). Se puede decir más alto, pero no más claro. Sólo le falta añadir a los intelectuales entre las autoridades que enumera.

Con estas cosas en la cabeza, leí, en El Mundo del lunes 19 de Diciembre pasado, el artículo de la sección Tribuna titulado “Posverdad, la fuerza de la superstición” y escrito por Irene Lozano. Un entresacado del artículo expresaba: “Como dice Shapiro, los hechos se acabarán cobrando venganza, pero ¿con cuánto sufrimiento?”. Me pareció sumamente interesante pero como no tenía tiempo para leerlo, lo guardé para mejor ocasión. Y esta vez la ocasión, en vez de esfumarse, se hizo realidad y el siguiente fin de semana lo leí. En ese artículo se definía el término posverdad según el Diccionario Oxford como “la circunstancia en la que los hechos objetivos tienen menos importancia en formar la opinión pública que las apelaciones a la emoción y las creencias personales”. Como puede verse, muy parecido a la frase de Eduardo Arbizu. He buscado la palabra en el diccionario de la RAE y la da por inexistente. ¡Lástima!

El artículo me produjo sensaciones encontradas, porque junto a cosas en las que estoy totalmente de acuerdo hay otras que creo que participan también de leyendas urbanas construidas precisamente por intelectuales. Haré justicia al artículo dando mi punto de vista sobre lo que considero acertado como lo que no. Y para dejar buen sabor de boca empiezo por lo que no para acabar con el acuerdo. Pero, sobre todo, recomiendo a los interesados que vayan a las fuentes. Ya les he dado el periódico, la fecha y la sección del artículo.

La autora se deja llevar por una leyenda urbana que sitúa a la Ilustración como el inicio de la era de la razón, que identifica con la modernidad, y habla de una época anterior, oscura e irracional, a la que llama premodernidad. Y en esa época premoderna sitúa a la Iglesia –y en cierta medida, aunque con actitud indulgente, la fe– como paladina de la irracionalidad sacando a relucir, como no, el asunto de Galileo[1]. Esta leyenda urbana de la frontera entre los tiempos oscuros anteriores a la Ilustración y el enlightenment posterior no resiste el más mínimo análisis histórico y está creada única y exclusivamente por intelectuales. La filosofía helénica, que desde luego no se puede tachar de irracional ni oscurantista, fue asumida, desde el primer momento por el cristianismo naciente. La adoptó para defender con ella sus creencias, que de ninguna manera se pueden llamar irracionales sino, en palabras de Arnold J. Toynbee, transracionales, es decir, no van contra la razón, sino que hablan de cosas que están más allá del alcance de la razón. Y con esa filosofía griega defendió esas creencias hasta lo que la razón es capaz de alcanzar. Y la “oscura” Edada Media, invento de la modernidad, nos dio a una innumerable cantidad de personas, entre las que destaca con luz brillante santo Tomás, que usaron magníficamente la razón lógica para defender la doctrina cristiana desde la razón, hasta donde esta puede llegar. En ella, la Iglesia fundó las Universidades, amén del arte gótico que hoy aún nos asombra con su belleza. Nadie duda con seriedad que sin esas cosas que ocurrieron en esa “edad oscura”, la Ilustración no hubiera existido jamás.

Es, sin embargo, un hecho de razón que el intelecto humano, en el uso de un instrumento que se llama cerebro, de unos cuantos centímetros cúbicos, no parece capaz de llegar a conocer toda la realidad en toda su amplitud. Y cuando digo que lo anterior es un hecho de razón, aparte de por lo apuntado en las líneas anteriores, me puedo apoyar en el teorema de la incompletitud que Kurt Gödel demostró con la pura razón de la más estricta lógica matemática en 1931: “En todo sistema lógico formal hay proposiciones que no pueden demostrarse ni como verdaderas ni como falsas con las reglas de ese sistema”. Precisamente, la desconfianza de Descartes hacia la fiabilidad de los sentidos para servir como base del razonamiento, fue la que le indujo a buscar su supuesto axioma, una primera premisa mayor indiscutible, según él, en el “pienso, luego existo”. Es difícil negar que ess premisa mayor es a todas luces menos fiable que “me palpo, me duele cuando me golpeo, veo un árbol, oigo el trino de los pájaros, huelo una flor, saboreo un buen guiso, luego existo y, porque existo, puedo tener la posibilidad de pensar”. Pero por razones que no alcanzo a comprender, esa premisa prendió. Primer paso hacia la posverdad. Esto creó una brecha dualista en la filosofía entre el racionalismo que cree que SÓLO la razón puede alcanzar la verdad y el empirismo inglés que afirma que SÓLO la experiencia de los sentidos puede hacerlo. Roto este sano realismo, esta simbiosis entre la razón y los sentidos que venía desde los griegos, Kant, segundo paso hacia la posverdad, abrió una puerta por la que entraron sus continuadores idealistas, hasta llegar a negar, en una carrera loca hacia la posverdad, la existencia de una realidad cognoscible y a afirmar de que el mundo exterior tal y como lo conocemos no es sino una mera construcción de ideas en nuestra cabeza sin ninguna correspondencia con la realidad. Y si la realidad es incognoscible, ¿qué sentido tiene el concepto de verdad, que no es sino la adecuación de nuestros juicios a la realidad? Así pues, son la Ilustración y la modernidad las que están en la base de la irracionalidad de la posverdad que escandaliza, con razón, a la autora del artículo. Antes de la Ilustración, y desde los griegos, se había creído siempre que la razón humana era capaz de conocer la verdad. No toda la verdad, pero sí una parte de la verdad que le permitiese emitir juicios certeros, acordes con la realidad y con los que poder trazar un camino de transformación de la realidad dentro de la racionalidad y con una ética basada en la razón. Pero fueron los filósofos posilustrados los que dieron al traste con ello[2].

También cae la autora en otro tópico posmoderno. A saber, la creencia de que la ciencia es la única fuente de conocimiento de la realidad. La ciencia es, sin duda, una poderosísima fuente de conocimiento de la realidad. Soy un auténtico entusiasta de ella. Mi formación de ingeniero me ha dado una sólida base sobre la que construir un conocimiento autodidacta del estado actual de la ciencia. Esta formación autodidacta empezó en el año 1983 en el que, por casualidad, compré una revista que se llama “Investigación y Ciencia”. Es una revista escrita por científicos –algunos de ellos premios Nobel– para no científicos. Es la traducción al español de la prestigiosa revista “Scientific American”. Pues bien, leí la revista y no entendí ni el 10%. Pero me propuse llegar a entenderla y así, me suscribí a ella y, poco a poco, ayudado por otras lecturas, en los 33 años transcurridos y los casi 400 números leídos, he llegado a formarme un mapa bastante preciso del “state of the art” de la ciencia de hoy. Y, además, con una amplia visión, puesto que los temas de la revista son muy amplios, yendo desde la astrofísica hasta la biología, pasando por innumerables campos como la física de partículas, las teorías de la relatividad y cuántica, los mecanismos evolutivos, etc. Puedo decir por tanto, sin temor a equivocarme, que tengo una cultura científica mucho mayor que la media y también mayor, en cuanto a amplitud del abanico, que la de muchos científicos que sólo saben de su parcela e ignoran casi todo del resto. Y, sobre todo, puedo decir que mi respeto por ella es inmenso. La ciencia hizo en su base un trade off entre la seguridad del conocimiento de una parte de la realidad –la que se puede conocer mediante medidas de peso, longitud, tiempo, etc. tratadas matemáticamente– y el desconocimiento absoluto de la parte de la realidad que quedaba fuera de sus fronteras. Jamás, en sus principios, creyó que la realidad era únicamente la que cabía dentro sus fronteras. Hubo de llegar el positivismo de Auguste Comte para que se produjese la aberración intelectual de que todo lo que hay fuera de las fronteras de la ciencia es mítico e irracional. Ni Eisntein ni la inmensa mayoría de los grandes científicos que descubrieron la física cuántica, ni muchísimos científicos, aceptan ese ridículo reduccionismo positivista. Pero, el mainstream posmoderno lo ha aceptado de forma acrítica.

Dicho esto, si cualquier razonamiento filosófico o teológico contradice lo que la ciencia dice dentro de sus fronteras, más vale ponerlo en cuarentena. Esto pasaba en el siglo XIX con muchas cuestiones de fe. A sensu contrrio, si la ciencia hace afirmaciones fuera de esas fronteras, dichas afirmaciones no tienen ninguna validez científica. Sólo tienen la validez que filosóficamente se pueda extraer de ellas. Sin embargo, las leyes de la física han ido evolucionando con los nuevos métodos de medida y el desarrollo de las matemáticas. Cada cincuenta años, más o menos, hay algunos descubrimientos que cambian sustancialmente el paradigma científico. Como consecuencia de ello, muchas cuestiones de fe que en un momento de su desarrollo parecían contradecirla, han resultado compatibles con ella tras algunos cambios de paradigma. El descubrimiento del Big Bang, la teoría de la relatividad general y la física cuántica, por ejemplo, han dado la vuelta como un calcetín a lo que antes de ellos podía o no podía considerarse compatible con la ciencia. Y, generalmente, han ido admitiendo muchas verdades de fe como compatibles con esos nuevos paradigmas. Pero, lamentablemente, la historia ha hecho que indebidamente, la filosofía y la teología invadiesen indebidamente el espacio de la ciencia y viceversa. Y esto ha sido fuente de conflictos que no se deberían haber producido. Pero, hoy en día, es lo que la posverdad cree que es la ciencia, lo que invade, con soberbia ignorante y basándose en el prestigio obtenido dentro de sus fronteras, terrenos en los que debería guardar silencio. O peor aún, afirmando con prepotencia insensata que lo que cae fuera de sus fronteras no existe. Y, sin embargo, las cosas que verdaderamente importan al ser humano, no están dentro de las fronteras de la ciencia. ¿Quién es el ser humano que conoce un universo que le es inaccesible? ¿Tiene algún sentido que exista un ser así? ¿Tiene alguna finalidad este cosmos? ¿Y mi vida dentro de él? ¿Qué va a ser de mí? Las respuestas a estas preguntas son las que dan sentido a la vida humana. Y no las puede responder la ciencia. Sin embargo, el cientifismo, que es a la ciencia lo que el racionalismo es a la razón, afirma que todo es fruto del azar, que nada tiene sentido y que todo el universo –y la vida del hombre dentro de él– es, como decía Macbeth en la tragedia de Shakespeare, “un cuento sin sentido contado con gran aparato por un idiota”. Yo prefiero lo que le dice Hamlet a Horacio en otra tragedia del gran dramaturgo: “Hay, Horacio, más cosas entre el cielo y la tierra de cuanto pueda soñar nuestra filosofía”.

Hasta aquí mis desacuerdos con el artículo. Ahora mis acuerdos. Pero los acuerdos, precisamente por serlo, dan para escribir menos. Por tanto lo que haré para resaltarlos será citar textualmente algunos párrafos del artículo de Irene Lozano.

“El problema es que después de la verdad no hay nada. Después de la guerra viene la posguerra, pero tras la verdad y la razón, sólo queda la superstición. Y dado que ninguna sociedad puede avanzar –como ha señalado Harry Frankfurt– sin grandes cantidades de información fáctica fiable, el espíritu de la posverdad no resulta peligroso porque la emoción pueda imponerse a la razón, sino porque la superstición ha derribado el paradigma que nos hacía progresar”. ¿Qué puedo añadir? Tal vez sólo lo que decía Chesterton de que “cuando se deja de creer en Dios, que es el armazón de la realidad, se llega en seguida a creer cualquier cosa”.

“Quizá lo peor esté aún por venir. La superstición obtiene su mayor fuerza de un poder autoritario que la necesita como sustento de su propia legitimidad”. Añadiría que también la obtiene de un pensamiento único y políticamente correcto que, bajo el disfraz de tolerancia, tolera todo menos la verdad basada en la razón. ¿Qué otra cosa sustenta el totalitarismo y la intolerancia a la verdad de la ideología de género, por ejemplo?

“El mismo vínculo, sensu contrario, liga la mentira y el totalitarismo, como sabía Orwell. En él, la denuncia de la mentira va de la mano de su combate contra el totalitarismo: ‘Los Hitler y los Stalin de este mundo encuentran que el asesinato es necesario, pero no anuncian su insensibilidad y ni siquiera lo llaman asesinato. Hablan de ‘liquidar’, ‘eliminar’ o cualquier otra expresión edulcorada’”. O, ¿tal vez de interrupción voluntaria del embarazo en el totalitarismo del pensamiento único y políticamente correcto basado en la posverdad? En su discurso de Ratisbona, Benedicto XVI dijo alto y claro que la irracionalidad llevaba a la violencia. No era, más que en su superficie, un discurso contra la irracionalidad y la violencia del Islam. Era un discurso contra toda irracionalidad que engendra violencia. Era una defensa de la vuelta a la filosofía realista que la Ilustración y la modernidad abandonaron y una reivindicación de cómo el cristianismo había hecho suya esa filosofía hasta hacerse difícilmente separable de ella. Poca gente supo leer esto tras la cortina de humo del lío que montaron los musulmanes.

“Los dementes han trabajado mucho contra la verdad, pero como enemigos de ella, sus ataques entran dentro de la lógica. Lo realmente alarmante es que muchos periodistas, científicos, académicos, parecen haber abandonado la idea de que exista una realidad que es posible contar o conocer. Por eso es urgente volcarse en el empeño, también enunciado por Orwell de ‘restaurar lo obvio’. Esta restauración, para tener éxito, habrá de empezar no en el ámbito político, sino en el intelectual. Tiene razón mi querido Jeremy Shapiro –el tipo de experto sobrante en la época de la posverdad–cuando asegura que ‘los hechos se acabarán cobrando su venganza’. También la realidad acabó vengando a Galileo, pero ¿con cuánto sufrimiento de por medio?”. Efectivamente, la historia de la verdad ha vengado a Galileo de la soberbia de Urbano VIII. La historia de la posverdad le ha vengado del oscurantismo de la Iglesia. Pero pelillos a la mar. Lo que sí es muy cierto es que esa restauración de lo obvio empezó mucho antes de que Jeremy Shapiro dijese esa frase con la que estoy totslmente de acuerdo. Empezó en el primer tercio del siglo XX con Edmund Husserl cuando, harto de la posverdad que ya campaba en los conventículos de los filósofos posilustrados, gritó: “Vuelta a las cosas mismas” denunciando la tiranía del idealismo poskantiano. Luego se asustó y volvió al redil. Pero ya había lanzado a un grupo de discípulos jóvenes, Edith Stein entre ellos, que iniciaron esa corriente que pide Irene Lozano[3]. La autora tiene toda la razón. Pero creo que no ha identificado bien el origen de la posverdad ni conoce las filosofías que, luchando contra el mainstream del pensamiento posmoderno y de la posverdad intentan restaurar la realidad de ahí fuera, cognoscible, al menos en muy buena parte, por la razón. Un buen ejercicio práctico que recomiendo a Irene Lozano para ayudar al éxito de esta restauración en su condición de intelectual, sería posicionarse abierta y claramente contra el aborto y la ideología de género, dos de las mayores posverdades de nuestro tiempo. Pero podría citar otras: El sistema de pensiones de transferencias, el Estado del Bienestar tal y como está concebido hoy en casi toda Europa, la redistribución de la renta por el Estado, la socialdemocracia, etc., etc., etc. No quiero acabar sin glosar la primera frase de la encíclica de Juan Pablo II, Fides et Ratio, Fe y Razón. Dice: “La fe y la razón son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Porque la verdad nunca es nuestra. Nosotros sólo podemos servirla y contemplarla, jamás apoderarnos de ella. Por tanto, toda verdad usada como arma arrojadiza de forma violenta por quien se cree que la posee, no es tal verdad, es sólo un ídolo de la misma. No nos cortemos una de las alas. Usemos las dos y contemplaremos el mundo en 3D, encontrándole su sentido.



[1] La Iglesia condenó a Galileo a arresto domiciliario vitalicio, no por creer en el sistema heliocémtrico, sino por presenterlo como un hecho probado en vez de como una hipótsis que es lo que era entonces, hasta que Newton decubrió la ley de la gravitación universal unos 50 años más tarde. El sistema heliocéntrico ya se enseñaba como una hipótesis plausible en la Universidad de Salamanca, ya que Nicolás Copérnico, monje católico, lo había planteado anteriormente como hipótesis. Lo hizo en un libro llamado abreviadamente “De revolutionibus”, que dedicó al Papa León X. Nadie le dijo nada ni le molestó. Evidentemente, la Iglesia actuó mal en el caso Galileo porque, en cualquier caso, ¿por qué demonios debería condenarse a nadie a arresto domiciliario por creer eso? Tampoco se quemó a Giordano Bruno por eso, como se hace creer, sino por un conjunto de herejías que nadan tenían que ver con el heliocentrismo. Evidentemente, también terrible y espantoso quemar a nadie por ninguna razón. Pero en ninguno de estos casos su actitud fue de oscurantista en cuanto a la verdad, aunque sí, y mucho, de proceder terrible e inaceptable. Proceder inaceptable que, en el caso Galileo, vino causado por la soberbia de un Papa, Urbano VIII, anteriormente cardenal Maffeo Barberini, amigo de Galileo y convencido de la teoría heliocéntrica, pero que se sintió insultado por éste cuando creyó ser identificado con el estúpido personaje de Simplicio en la obra “Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo”. Recomiendo la lectura de mi libro “La victoia del sol”, editado en Ediciones Palabra, para conocer a fondo este complejo y espinoso asunto.
[2] Si alguien quiere una descripción más a fondo de este proceso, que me pida mi escrito “El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento”, mandándome un comentario con su mail que no publicaré. Aunque también puede encontrar ese escrito, por partes, en este blog.
[3] Ver nota al pie 2