Sigo con el “hit parade”
de mis “éxitos” bloguisticos. Le toca al 4º puesto, con 2550 lecturas. Lo
publiqué el 6 de Marzo de 2011, tres días después de haber cumplido 60 años. Es
una reflexión sobre esa efemérides, que ha tenido más éxito en el blog del nunca hubiese
podido esperar. Lo cuelgo ahora complementado con dos anexos que no estaban en
el post original, pero que creo vienen a cuento.
Hoy cumplo sesenta años. ¡Cómo
pasa la vida! Pero no es verdad, la vida no pasa, se cumple. Por eso se cumplen
años. No se queman años, ni pasan, ni se tiran. Se cumplen. O, por lo menos,
debieran cumplirse. La vida no es como un tren que pasa en la noche por un
apeadero de pueblo, con las luces de los vagones encendidas, mientras nosotros,
anclados en la tierra, miramos. Cuando acaba de pasar, la fría noche y el tedio
vuelven a cercarnos y nos quedamos solos y desorientados. No. La vida no es
así. O no debiera ser así. La vida debiera ser, más bien, como un depósito que
va llenándose de agua vivificante. Está lleno de agujeros por los que el agua
rebosa y riega los campos que le rodean, haciendo que brote más vida. ¿Es así
mi vida? Creo sinceramente que sí. Pero no es así gracias a mí. Yo no puedo
echar ni una gota de agua en mi depósito, ni puedo aumentar su capacidad en un
litro, ni puedo hacerle un solo agujero. Es Dios el que le da su forma y su
tamaño, el que lo llena de agua, el que le hace los agujeros en el sitio
exacto. Yo sólo puedo dejarle construirme, abrirme para que su agua caiga
dentro de mí y permitirle que me perfore, aunque a veces duela. Y eso, con
fallos, con resistencias muchas veces, con alegría algunas, mal que bien, he
intentado hacerlo. Si no a lo largo de toda mi vida, sí en los últimos
veintitantos años. Y creo que me está llenando copiosa, generosamente, con una
medida llena, apretada, colmada, rebosante y que me está perforando en muchos y
buenos sitios.
¿Y el futuro? No sé. El futuro
es incierto y los seres humanos vemos muy mal a través de él. Pero sí se una
cosa con total certidumbre. SÉ que
Dios tiene un plan para lo que me quede de vida y SÉ que si me dejo llevar por ese plan, lo mejor de mi vida, como el
buen vino en las bodas de Caná, está todavía por venir. Lo mejor de mi vida no
tiene por qué querer decir lo que más me apetece o lo que a mí me gustaría.
Quiere decir, LO MEJOR. LO MEJOR para el Reino de Dios (VER A ESTE RESPECTO EN
EL ANEXO I LA ORACIÓN DE JUAN PABLO II CUANDO CUMPLIÓ 65 AÑOS). Y, ¡cómo saber
que me estoy dejando llevar por ese plan de Dios para mí? Dedicando todos los
días un rato a estar en su presencia en silencio atento, dejándole que me hable
en ese silencio (VER ANEXO II SOBRE EL ENTRENAMIENTO EN LA ORACIÓN). Espero
hacerlo así. Y si así lo hago, espero, un día, poder decir, como Cristo dijo en
sus últimas palabras; <>. Y que ese día, toda
el agua que ha echado en mi depósito vuelva, como un torrente, a Él, su única
fuente, regando cuanto encuentre a su paso, vivificando, fecundando.
Que así sea.
ANEXO I
Acto de abandono en la misericordia de
Dios
Oración pronunciada
por Juan Pablo II a sus 65 años, en 1985
Señor, hace ya sesenta y cinco
años que me diste el don inestimable de la vida y, después de mi nacimiento, no
has cesado de llenarme de tu gracia y de tu amor infinito. A lo largo de estos
años se han entretejido grandes alegrías, pruebas, éxitos, fracasos,
enfermedades, duelos… como le ocurre a todo el mundo. Ayudado por tu gracia y
tu auxilio, he podido triunfar de estos obstáculos y avanzar hacia ti. Hoy me
siento rico en mi experiencia y en el gran consuelo de haber sido colmado de tu
amor. Mi alma te canta su reconocimiento.
Pero cada día veo a mi alrededor
ancianos a los que envías fuertes pruebas: sufren parálisis, incapacitación,
senilidad, y a menudo no tienen fuerza para rezarte. Otros han perdido el uso
de sus facultades mentales y no pueden alcanzarte a través de su mundo irreal.
Veo la vida de esas personas y me digo: «¿y si fuese yo?» Entonces, Señor, hoy
mismo, mientras estoy todavía en posesión de todas mis facultades motrices y
mentales, te ofrezco por anticipado mi aceptación de tu santa voluntad, y desde
ahora quiero que si una u otra de esas pruebas me llegan, pueda servir para tu
gloria y para la salvación de las almas. También desde ahora te pido que
sostengas con tu gracia a las personas que tengan la ingrata tarea de prestarme
su ayuda.
Si un día, la enfermedad
invadiese mi cerebro y aniquilase su lucidez, desde ahora, Señor, mi sumisión
está delante de ti y se seguirá de una silenciosa adoración. Si un día, un
estado de inconsciencia prolongada tuviera que destruirme, yo quisiera que cada
una de esas horas que tenga que vivir sea una serie ininterrumpida de acciones
de gracias y que mi último suspiro sea también un suspiro de amor. Mi alma,
guiada en ese instante por la mano de María, se presentará ante ti para cantar
eternamente tus alabanzas. Amen.
ANEXO II
Oír al jabalí
Un amigo mío
me invitó un día a un aguardo de un jabalí en su finca. Yo, que nunca me había
visto en esta situación, decidí tomármelo con el máximo interés. Era una noche
helada de luna llena del mes de febrero en uno de los puntos más altos de la
provincia de Ávila. Yo estaba quieto, atento a todo ruido para oír entrar al
jabalí al ir a beber a la charca. El campo nocturno hervía de pequeños ruidos, todos
llenos de armonía, pero ninguno especial. De pronto mi amigo, tocándome en el
hombro, me hizo ostentosos gestos con la boca. AHÍ ESTÁ EL JABALÍ –me decía sin
emitir un solo sonido mientras señalaba con el dedo hacia un lugar próximo a
mí. Escuché con más atención. NO OIGO NADA –dije con similares movimientos de
la boca. Y, realmente, no oía nada, pero el jabalí sí oyó nuestros “silenciosos”
movimientos. Con un bufido, a menos de tres metros de mí, echó a correr
rompiendo monte. Lo había tenido a mi lado sin siquiera enterarme. Después, mi
amigo me explicó que al jabalí no se le oye nunca. Lo que ocurre es que los ruidos
del campo se silencian a su paso u otros animales denotan su presencia. Un
grillo deja de cantar ahí, un pájaro echa a volar un poco más allá. Si uno tiene
el oído entrenado puede entender esos signos. Pero hay que haber hecho muchos
aguardos para ser capaz de percibir al jabalí. Algo parecido pasa con Dios y la
oración. Uno no puede escuchar la voz de Dios. Sólo si no tiene el oído entrenado
y hace el silencio en su interior puede sentir sus signos. ¡Cuánta gente dice: “Es
que a mí Dios no me dice nada!”. Sí, sí que te lo dice, pero no estás entrenado
a escucharle. Hay que hacer muchos aguardos en silencio, con el oído atento,
para poder llegar a sentirle. Pero ahí está, ¡como el jabalí!
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