19 de julio de 2019

Puestos 3º y 1º en el hit parade de este blog


Pretendo que hoy sea el último post de este año académico. Si Dios quiere, los reanudaré en Septiembre, aunque no descarto alguna incursión este verano. Pero como no quiero dejar sin terminar mi “hit parade” bloguístico que he empezado, me veo obligado a mandaros dos posts en uno. Si mis cálculos no fallan (y no fallan) os empecé mandando el 2º, que era el de “El sueño” de Jean Paul Richter, porque venía a cuento. Luego os mandé el 5º, “La revolución francesa, ¿gloria de la humanidad?” y la semana pasada el 4º, “Cumplir 60 años”.

Así pues, hoy os mando el 3º y el 1º.

El 3º no está escrito por mí. Lo colgué el 19 de Junio del 2010. Vivíamos en ese momento una campaña mediática contra la pederastia en la Iglesia. En esa tesitura, en Abril de 2010, un misionero católico uruguayo escribió una carta al New York Times, explicando lo que era la vida de un misionero católico. No niega la vergüenza de la pederastia entre algunos sacerdotes, pero abre el horizonte a otras realidades sacerdotales, inmensamente más extendidas. Me llegó, la leí, me impresionó, la publiqué en el blog y por esta vía ha llegado a 3.254 personas.

El 1º lo publiqué el 23 de Septiembre de 2012. Ha logrado 5.353 hits, lo me parece una de las cosas más sorprendentes de mi vida. Se titula “La paradoja del dinero circulante”. Es una glosa que hice sobre una historieta curiosa acerca de la circulación del dinero en un pueblo, y yo no le hubiera atribuido más de unas cuantas decenas de hits. Pero…


Ahí va el nº 3. "Vida de un sacerdote católico"

Abril, 2010

Querido hermano y hermana periodista:

Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.

Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.

Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.

¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños... No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a sero positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.

            No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve. 

            La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.

            No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…

            Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.

            Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.

            En Cristo,

            P.  Martín Lasarte sdb

(Angola – domboscolwena@hotmail.com)




And the winner is...  "La paradoja del dinero circulante"

El otro día me llegó, a través de esos mails que circulan con historias curiosas, una que de verdad lo es y que parece una paradoja. La he llamado la paradoja del dinero circulante. En estos tiempos, en que la economía se ha puesto tristemente de moda, estas paradojas despiertan la curiosidad. La copio tal cual me la mandaron y, luego, intentaré deshacerla, cortando el nudo gordiano.


Estaba lloviendo en un pequeño pueblo, donde todos los habitantes estaban endeudados. A causa de la lluvia llega al pequeño hotel del pueblo un turista turco y pone un billete de 100 euros en la mesa del dueño del hotel mientras dice:

- Quiero una habitación, estoy harto de conducir con esta lluvia.

Responde el recepcionista:

- Pues suba y escoja la habitación que mas le guste, están todas disponibles y la llave esta en la puerta –responde el recepcionista.

El dueño del hotel coge el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero. Inmediatamente el carnicero coge el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos. Este a su vez, corre a pagar lo que le debe al proveedor de pienso
para animales. El proveedor de pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la prostituta a la que hace tiempo que no paga. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito. La prostituta, sin perder el tiempo, coge el billete y sale corriendo hacia el hotel donde llevaba a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado.

Mientras tanto, había dejado de llover y el turco, después de ver varias habitaciones, baja a la recepción y dice:

-¿Sabe qué? Como ha dejado de llover, me lo he pensado mejor y me voy, que tengo prisa para llegar a mi casa.
- De acuerdo señor, dice el dueño del hotel, aquí tiene su billete y ya sabe que puede volver cuando quiera.

Fíjate bien, nadie ha ganado ni ha perdido un Euro, sin embargo ahora nadie tiene deudas.

Curiosa historia que, a primera vista, te puede dejar perplejo. Pero esa una perplejidad que se disipa inmediatamente cuando uno se da cuenta de que el único personaje que, una vez inventada la historia, sobra, es el conductor turco y sus 100€. Efectivamente, si en vez de venir el turista turco, los cinco habitantes del pueblo, conscientes de sus deudas mutuas, se hubiesen reunido y hubiesen tomado la decisión de hacer lo mismo, pero sin el billete de 100€, el resultado hubiese sido exactamente el mismo. Nada más elemental, ¿no? Si la historia, en vez de tener los cinco personajes que tiene (sin contar al conductor turco), tuviera sólo dos, uno que tiene algo que le interesa al segundo, al tiempo que este segundo tiene algo que le interesa al primero, y ambos personajes atribuyesen más valor a lo que tiene el otro que a lo que ellos mismos tienen, diríamos que se ha producido un simple trueque, algo tan viejo como la humanidad y, desde luego, muy anterior al dinero. Esto de que cada uno atribuya más valor a lo que tiene el otro no es algo disparatado. Imaginemos a un pastor y un agricultor. Ambos necesitan alimentarse equilibradamente. Al pastor le sobra carne y al agricultor fruta. Nada tiene de extraño que para el pastor tenga más valor la fruta que la carne y que ocurra lo contrario con el agricultor. Desde luego el inventor de la historia ha sido hábil, porque ha introducido una rueda de personajes para que no fuese tan fácil identificar la operación a cinco bandas como un simple trueque.

Pero ricemos un poco más el rizo volviendo a los dos personajes, que es todo más sencillo de ver. No se nos ocurriría decir en este caso, como dice la historia que nadie ha ganado ni perdido nada. Los dos, pastor y agricultor, han salido ganando con el trueque. Se ha producido una mejora en el bienestar de ambos. Es decir, se ha creado valor o, si se prefiere, riqueza, para ambos y eso significa que cada uno ha ganado algo. El agricultor considera que el valor de la carne que ha conseguido es más que el coste de la fruta que ha dado, porque él no da demasiado valor a la fruta que le sobra. Es decir el precio de venta de su fruta, la carne que recibe, es, para él, mayor que el coste de la fruta que da. Y para el pastor pasa exactamente lo contrario. A eso se le llama beneficio. Ambos han generado beneficio. Esto nos lleva a una primera conclusión provisional: El dinero no crea riqueza, es sólo un medio de pago. ¿Quiere esto decir que el dinero no es necesario? Ni mucho menos. Un sistema así sólo puede funcionar en sociedades muy pequeñas cerradas sobre sí mismas. Y por supuesto, por muy hábilmente que esté construida la historia, con sus cinco personajes formando un bucle aparentemente cerrado sobre sí mismo, esto no es así en ella. ¿Por qué? Porque no es un bucle cerrado. Cada uno de los cinco personajes necesita para la transacción que realiza, proveedores externos con costes adicionales para poder vender el producto que vende al siguiente personaje de la cadena. Por ejemplo, el criador de cerdos, además de pagar al proveedor de piensos para el engorde de sus animales, tendrá que pagar al veterinario, las medicinas de los cerdos, al matarife que los mata antes de vendérselos al carnicero, al que construye el cercado en el que los tiene, a los trabajadores que tiene para darles de comer, etc. Siendo esto así, el sistema de los cinco personajes no es sostenible. No todos pueden ganar dinero, alguien tiene que perderlo. Veamos por qué.

Los cien euros que, en el acuerdo entre todos, sin el billete de 100€ del turco, paga el dueño del hotel al carnicero será el precio de la carne, es decir, el valor que percibe en ella el dueño del hotel. Pero para que el carnicero gane dinero, su coste deberá ser menor. Como tiene que pagar otros proveedores además de al criador de cerdos, aunque no sean del pueblo, a éste le podrá pagar bastante menos. Pongamos 50€. A su vez, el criador de cerdos, si quiere ganar dinero tendrá que pagar con eso sus costes, que son muchos más que lo que le cuesta el pienso. Luego, de los 50€ que cobra, le pagará menos al fabricante de pienso. Pongamos 25€. Lo mismo le pasará a la prostituta que cobrará menos porque el fabricante de piensos tiene otros gastos. Pongamos que la pobre prostituta sólo cobra 12,5€? Por lo que, cuando ésta vaya a pagar el hotel, no tendrá los 100€ en los que, según parece en la historia, se valora el uso de la habitación de hotel. Sólo tendrá 12,5€, de los cuales, además una parte tendrá que pagársela a otros proveedores que necesita, además del hotel, para prestar sus servicios. Por tanto, sólo le quedarán para pagar el hotel 6,25€ y el dueño del hotel la mandará a paseo. En realidad la cosa no funcionaría ya desde el primer paso, porque cuando el fabricante del hotel, que también tiene otros proveedores, fuese a pagarle sólo 50€ al carnicero, ya este le mandaría a paseo. Es decir, en esta historia, tal y como está contada, no todos pueden ganar dinero, alguien tiene que perderlo, por lo tanto, no funcionaría.

“¡Jodio beneficio!”, podría pensar al leer esto un comunista decimonónico (como son los que tenemos en el siglo XXI). “Si todos quieren ganar dinero, alguien tiene que acabar perdiéndolo. En un mundo comunista, donde no hubiese beneficio, esto sería posible” –dice. Y miente. Porque el beneficio no es más que un coste más. El dueño del hotel, por tomar a uno de los partícipes de la historia, para cubrir sus costes tendría que pagar a los empleados, el agua, la calefacción, etc. Y en este etc., el beneficio es una retribución más, tan digna y necesaria como las demás. Porque para tener hotel, ha tenido que poner una buena suma de dinero. Y si al final de los veinte años que dure el hotel, lo que ha cobrado sólo le diese para pagar a todos los proveedores durante esos veinte años y luego, al cerrar el hotel, recuperase el mismo dinero que puso veinte años antes, no pondría el hotel ni de coña. Por supuesto que tampoco lo pondría el comunista que abomina del beneficio. Y si lo pusiese, querría un beneficio que le retribuyese el coste de haber puesto el dinero. Y le parecería natural, porque tiene bicicleta[1]. Los demás no tienen derecho a esperar una retribución al dinero que ponen, pero él sí, faltaría más. Y si no hay tal retribución, por muy comunista que sea, no da dinero para poner el hotel. Tal vez, efectivamente, no lo pusiese para no mancharse las manos con el sucio beneficio. Pero, si todos fuesen como él, no habría hotel en el pueblo. Y cómo lo mismo puede decirse de todos y cada uno de los negocios, pues, en el pueblo no habría nada de nada y todos pasarían un hambre enorme. Eso sí, para el comunista, un hambre muy justa.

Sin embargo, y aunque la historia tenga truco, se pueden sacar de ella alguna lección más. Porque conviene fijarse en que, si la historia no funciona, no es porque exista o no exista el dinero, sino porque hay flecos que se escapan de la misma. Tal vez, pudiera pensarse, la historia funcionaría si se metiese en ella también a esos proveedores que se han quedado fuera. Y efectivamente, funcionaría. Pero entraríamos ahora en una espiral de complejidad en la que habría que meter a los todos los proveedores de todos los proveedores de todos los proveedores. Pero tanto el hotel, como el carnicero, como el fabricante de piensos, como la prostituta tienen clientes que no son del pueblo pero que  compran sus productos y servicios. Por tanto, también habría que meter en el sistema a todos los clientes de todos los clientes de todos los clientes. Es decir, a todo el mundo mundial. En una sociedad primitiva, es posible que todo el mundo mundial fuesen 100 personas todas conocidas por todas y, el sistema podría, por tanto funcionar como en el ejemplo de trueque inicial, en el que eran sólo dos. Pero a medida que la sociedad es mayor y que establece relaciones de intercambio con sociedades vecinas, se hace totalmente imposible que todos conozcan a todos. Es necesario que aparezcan entonces dos cosas, el concepto de precio y el dinero.

Sin embargo, hay una cosa que sigue siendo válida por muy complejo, amplio y abierto sea el sistema. En el ejemplo de las dos personas, el pastor y el agricultor, veíamos que ambos salían ganando en el trueque de sus bienes. O lo que es lo mismo. Se generaba riqueza. En este sencillo ejemplo se ve palpablemente que la economía no es un juego suma cero. Evidentemente, puede haber gente que pierda, pero siempre, lo que ganan los que ganan es más de lo que pierden los que pierden. Esto ocurrirá siempre que los que hacen algo que gusta poco a poca gente desaparezcan y sean sustituidos por otros que “inventen” cosas que gustan mucho a mucha gente, poniendo su dinero en riesgo para hacer esas cosas.

Por otro lado, en el ejemplo de las dos personas decía que el precio de la carne era el valor que le atribuía el agricultor. Había en este precio un componente de subjetividad, basado, eso sí, en la escasez relativa de carne y frutas para uno y para otro. Cuando hablamos de millones de personas que compran, por ejemplo, un coche, ese componente de subjetividad sigue existiendo. Pero, el precio es, entonces, el promedio de esos millones de subjetividades, basadas también en la abundancia o escasez promedio percibida de un bien. Es decir, de la oferta y la demanda. No fue Adam Smith ni otros economistas foráneos del siglo XVIII los primeros que descubrieron esto, sino la escuela de Salamanca, en el siglo XVI, formada por un abigarrado conjunto de dominicos, agustinos, jesuitas y otros religiosos que se dedicaban a pensar sobre esto para buscar la clave de la justicia en los intercambios. Y se dieron cuenta que el precio de las cosas no estaba definido por ninguna característica intrínseca de las mismas, sino que era el fruto de muchas estimaciones subjetivas sobre su apetencia y su abundancia o escasez. Y decidieron que el precio así formado, libremente, por las estimaciones de miles de personas, era un precio justo.

En cuanto al dinero, se me hace difícil imaginarme intentando buscar amigablemente con mi carnicero qué cosas de las que yo tengo le parecen que valen lo mismo que el kilo de cadera de vaca que le quiero comprar, para, una vez alcanzado un acuerdo, hacer un buen trueque. Él pone el precio que cree que corresponde a la apetencia y escasez de su carne. Y lo pone en términos de una mercancía de libre circulación, sea esta la que sea, que llamamos dinero. Si a mí me parece bien ese precio, le compro la carne y, si me parece caro, pues le compro rabillo en vez de cadera, que es más barato Yo le doy dinero y él me da carne. Yo, por mi parte, estimo cuánto vale mi trabajo. Si a alguna empresa le parece un precio razonable, me paga por él y cambiamos dinero por trabajo. Por supuesto, el director de RRHH de mi empresa y el carnicero no se han visto en la vida. Todas las transacciones pasan por ese vehículo común, ese medio de pago, que es el dinero, y todos tan contentos.

Y, con beneficio y todo, cuando todo el mundo mundial está incluido, el sistema crea valor y riqueza. Porque el dueño del hotel se ha dado cuenta de que el valor que la gente percibe en pasar una noche en su hotel es mayor que todos los costes que tiene que cubrir. Precisamente, el beneficio será mayor cuanto mayor sea el valor que la gente atribuye, de promedio, a pasar una noche en su hotel, es decir cuanto mejor sea el servicio que presta. Y lo mismo puede decirse de todos los demás negocios. Si por el contrario, la gente piensa que el valor de pasar una noche en su hotel es muy bajo, el dueño del hotel no cubrirá los costes y perderá dinero. Es decir que el beneficio tiene el riesgo de no poderse obtener y sólo lo obtienen aquellos que dan buen servicio.

Sencillamente, si tuviéramos que funcionar por trueque, no habría carniceros. Ni nada. Es cierto que la riqueza, o el valor si se prefiere, no lo crea la existencia del dinero, que, como decía en la conclusión provisional expresada más arriba, no es más que un medio de pago. Pero el dinero es una condición de necesidad para que se cree el complejo entramado de relaciones comerciales que crean valor y riqueza. Es como el lubricante de un motor. No es el elemento esencial (en el sentido filosófico de la esencia de algo) de su funcionamiento, pero sin lubricante, el motor gripa con toda seguridad. Por lo tanto, no es esencial, pero sí es totalmente necesario y fundamental, casi tanto como la gasolina, que es el beneficio. Claro que también podemos cargarnos un motor por ponerle demasiado lubricante. En la varilla del nivel de aceite del coche hay una línea de mínimo y otra de máximo y conviene que el nivel esté entre las dos. También el exceso de dinero puede gripar la economía, pero esto no es objeto de estas líneas. Tal vez sería bueno –y tal vez algún día lo haga– escribir una historia sencilla del dinero, de las distintas mercancías que, a lo largo de la historia, han desempeñado ese papel y de los peligros de su falta o exceso en el sistema.

Así pues, la conclusión última de estas líneas sería: Para que se cree riqueza o valor es necesario el beneficio. Y para que el sistema de creación de valor funcione sin griparse, hace falta que exista un sistema de fijación de precios que sea justo y, además, la existencia del dinero, aunque no sea la esencia de la creación de valor. No está mal, me parece como lección de esta curiosa –y falsa– paradoja.



[1] Me refiero a la viejísima historia del comunista que dice que todas las fábricas del pueblo deberían ser para el pueblo y recibe el aplauso de todos. Luego dice que lo mismo hay que hacer con todo el campo y es nuevamente aplaudido. Sigue con los coches y también recibe ovaciones. Cuando habla de las motos las ovaciones bajan. Pero cuando propone que todas las bicicletas sean para el pueblo recibe abucheos. Cuando pregunta el porqué, uno de los que más le aplaudían con las fábricas, las tierras, los coches y las motos, pero que le abucheaba ruidosamente con las bicicletas, le dice: “es que yo tengo bicicleta”.



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