Pretendo que hoy sea el último post de este año académico.
Si Dios quiere, los reanudaré en Septiembre, aunque no descarto alguna incursión este verano. Pero como no quiero dejar sin
terminar mi “hit parade” bloguístico que he empezado, me veo obligado a
mandaros dos posts en uno. Si mis cálculos no fallan (y no fallan) os empecé mandando
el 2º, que era el de “El sueño” de Jean Paul Richter, porque venía a cuento.
Luego os mandé el 5º, “La revolución francesa, ¿gloria de la humanidad?” y la
semana pasada el 4º, “Cumplir 60 años”.
Así pues, hoy os mando el 3º y el 1º.
El 3º no está escrito por mí. Lo colgué el 19 de Junio
del 2010. Vivíamos en ese momento una campaña mediática contra la
pederastia en la Iglesia. En esa tesitura, en Abril de 2010, un misionero
católico uruguayo escribió una carta al New York Times, explicando lo que era
la vida de un misionero católico. No niega la vergüenza de la pederastia entre
algunos sacerdotes, pero abre el horizonte a otras realidades sacerdotales,
inmensamente más extendidas. Me llegó, la leí, me impresionó, la publiqué en el
blog y por esta vía ha llegado a 3.254 personas.
El 1º lo publiqué el 23 de Septiembre de 2012. Ha logrado
5.353 hits, lo me parece una de las cosas más sorprendentes de mi vida. Se
titula “La paradoja del dinero circulante”. Es una glosa que hice sobre una
historieta curiosa acerca de la circulación del dinero en un pueblo, y yo no le
hubiera atribuido más de unas cuantas decenas de hits. Pero…
Ahí va el nº 3. "Vida de un sacerdote católico"
Abril, 2010
Querido hermano y hermana periodista:
Soy un simple sacerdote católico. Me siento
feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como
misionero.
Me da un gran dolor por el profundo mal que
personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida
de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la
Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos.
Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención
de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.
Veo en muchos medios de información, sobre todo
en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en
detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de
USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente,
otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas
presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas,
llenas de preconceptos y hasta odio.
¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por
miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los
adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso
que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que
transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos
desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no
estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños
fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le
hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto
médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que
hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de
110.000 niños... No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que
socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los
acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban
los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años,
el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos
de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la
gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P.
Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados
y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80
años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia
que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su
tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en
hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o
huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres,
en centros de formación profesional, en centros de atención a sero positivos… o
sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y
amar.
No es noticia que mi amigo, el P. Marcos
Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya
transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en
el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a
ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle;
que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro
sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a
causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las
tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40
años.
No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a
día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la
comunidad que sirve.
La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la
Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace
más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El
sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su
humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y
fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada
criatura…
Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la
visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio
católico en la cual me siento ofendido.
Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza.
Eso lo hará noble en su profesión.
En Cristo,
P. Martín Lasarte sdb
(Angola – domboscolwena@hotmail.com)
And the winner is... "La paradoja del dinero circulante"
El otro día me llegó, a través de
esos mails que circulan con historias curiosas, una que de verdad lo es y que
parece una paradoja. La he llamado la paradoja del dinero circulante. En estos
tiempos, en que la economía se ha puesto tristemente de moda, estas paradojas
despiertan la curiosidad. La copio tal cual me la mandaron y, luego, intentaré
deshacerla, cortando el nudo gordiano.
Estaba lloviendo en un pequeño pueblo, donde todos los habitantes
estaban endeudados. A causa de la lluvia llega al pequeño hotel del pueblo un
turista turco y pone un billete de 100 euros en la mesa del dueño del hotel mientras
dice:
- Quiero una habitación, estoy harto de conducir con esta lluvia.
Responde el recepcionista:
- Pues suba y escoja la
habitación que mas le guste, están todas disponibles y la llave esta en la
puerta –responde el recepcionista.
El dueño del hotel coge el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero. Inmediatamente el carnicero coge el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos. Este a su vez, corre a pagar lo que le debe al proveedor de pienso
para animales. El proveedor de pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la prostituta a la que hace tiempo que no paga. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito. La prostituta, sin perder el tiempo, coge el billete y sale corriendo hacia el hotel donde llevaba a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado.
Mientras tanto, había dejado de llover y el turco, después de ver varias habitaciones, baja a la recepción y dice:
-¿Sabe qué? Como ha dejado de
llover, me lo he pensado mejor y me voy, que tengo prisa para llegar a mi casa.
- De acuerdo señor, dice el dueño
del hotel, aquí tiene su billete y ya sabe que puede volver cuando quiera.
Fíjate bien, nadie ha ganado ni ha perdido un Euro, sin embargo ahora nadie tiene deudas.
Curiosa historia que, a primera vista,
te puede dejar perplejo. Pero esa una perplejidad que se disipa inmediatamente
cuando uno se da cuenta de que el único personaje que, una vez inventada la
historia, sobra, es el conductor turco y sus 100€. Efectivamente, si en vez de
venir el turista turco, los cinco habitantes del pueblo, conscientes de sus
deudas mutuas, se hubiesen reunido y hubiesen tomado la decisión de hacer lo
mismo, pero sin el billete de 100€, el resultado hubiese sido exactamente el
mismo. Nada más elemental, ¿no? Si la historia, en vez de tener los cinco
personajes que tiene (sin contar al conductor turco), tuviera sólo dos, uno que
tiene algo que le interesa al segundo, al tiempo que este segundo tiene algo
que le interesa al primero, y ambos personajes atribuyesen más valor a lo que
tiene el otro que a lo que ellos mismos tienen, diríamos que se ha producido un
simple trueque, algo tan viejo como la humanidad y, desde luego, muy anterior
al dinero. Esto de que cada uno atribuya más valor a lo que tiene el otro no es
algo disparatado. Imaginemos a un pastor y un agricultor. Ambos necesitan
alimentarse equilibradamente. Al pastor le sobra carne y al agricultor fruta.
Nada tiene de extraño que para el pastor tenga más valor la fruta que la carne
y que ocurra lo contrario con el agricultor. Desde luego el inventor de la
historia ha sido hábil, porque ha introducido una rueda de personajes para que
no fuese tan fácil identificar la operación a cinco bandas como un simple
trueque.
Pero ricemos un poco más el rizo
volviendo a los dos personajes, que es todo más sencillo de ver. No se nos
ocurriría decir en este caso, como dice la historia que nadie ha ganado ni
perdido nada. Los dos, pastor y agricultor, han salido ganando con el trueque.
Se ha producido una mejora en el bienestar de ambos. Es decir, se ha creado
valor o, si se prefiere, riqueza, para ambos y eso significa que cada uno ha
ganado algo. El agricultor considera que el valor de la carne que ha conseguido
es más que el coste de la fruta que ha dado, porque él no da demasiado valor a
la fruta que le sobra. Es decir el precio de venta de su fruta, la carne que
recibe, es, para él, mayor que el coste de la fruta que da. Y para el pastor
pasa exactamente lo contrario. A eso se le llama beneficio. Ambos han generado
beneficio. Esto nos lleva a una primera conclusión provisional: El dinero no crea riqueza, es sólo un medio
de pago. ¿Quiere esto decir que el dinero no es necesario? Ni mucho menos.
Un sistema así sólo puede funcionar en sociedades muy pequeñas cerradas sobre
sí mismas. Y por supuesto, por muy hábilmente que esté construida la historia,
con sus cinco personajes formando un bucle aparentemente cerrado sobre sí
mismo, esto no es así en ella. ¿Por qué? Porque no es un bucle cerrado. Cada
uno de los cinco personajes necesita para la transacción que realiza,
proveedores externos con costes adicionales para poder vender el producto que
vende al siguiente personaje de la cadena. Por ejemplo, el criador de cerdos,
además de pagar al proveedor de piensos para el engorde de sus animales, tendrá
que pagar al veterinario, las medicinas de los cerdos, al matarife que los mata
antes de vendérselos al carnicero, al que construye el cercado en el que los
tiene, a los trabajadores que tiene para darles de comer, etc. Siendo esto así,
el sistema de los cinco personajes no es sostenible. No todos pueden ganar
dinero, alguien tiene que perderlo. Veamos por qué.
Los cien euros que, en el acuerdo
entre todos, sin el billete de 100€ del turco, paga el dueño del hotel al
carnicero será el precio de la carne, es decir, el valor que percibe en ella el
dueño del hotel. Pero para que el carnicero gane dinero, su coste deberá ser
menor. Como tiene que pagar otros proveedores además de al criador de cerdos,
aunque no sean del pueblo, a éste le podrá pagar bastante menos. Pongamos 50€.
A su vez, el criador de cerdos, si quiere ganar dinero tendrá que pagar con eso
sus costes, que son muchos más que lo que le cuesta el pienso. Luego, de los
50€ que cobra, le pagará menos al fabricante de pienso. Pongamos 25€. Lo mismo
le pasará a la prostituta que cobrará menos porque el fabricante de piensos
tiene otros gastos. Pongamos que la pobre prostituta sólo cobra 12,5€? Por lo que,
cuando ésta vaya a pagar el hotel, no tendrá los 100€ en los que, según parece
en la historia, se valora el uso de la habitación de hotel. Sólo tendrá 12,5€,
de los cuales, además una parte tendrá que pagársela a otros proveedores que
necesita, además del hotel, para prestar sus servicios. Por tanto, sólo le
quedarán para pagar el hotel 6,25€ y el dueño del hotel la mandará a paseo. En
realidad la cosa no funcionaría ya desde el primer paso, porque cuando el
fabricante del hotel, que también tiene otros proveedores, fuese a pagarle sólo
50€ al carnicero, ya este le mandaría a paseo. Es decir, en esta historia, tal
y como está contada, no todos pueden ganar dinero, alguien tiene que perderlo,
por lo tanto, no funcionaría.
“¡Jodio beneficio!”, podría pensar al leer esto un comunista
decimonónico (como son los que tenemos en el siglo XXI). “Si todos quieren ganar dinero, alguien tiene que acabar perdiéndolo.
En un mundo comunista, donde no hubiese beneficio, esto sería posible”
–dice. Y miente. Porque el beneficio no es más que un coste más. El dueño del
hotel, por tomar a uno de los partícipes de la historia, para cubrir sus costes
tendría que pagar a los empleados, el agua, la calefacción, etc. Y en este
etc., el beneficio es una retribución más, tan digna y necesaria como las
demás. Porque para tener hotel, ha tenido que poner una buena suma de dinero. Y
si al final de los veinte años que dure el hotel, lo que ha cobrado sólo le
diese para pagar a todos los proveedores durante esos veinte años y luego, al
cerrar el hotel, recuperase el mismo dinero que puso veinte años antes, no
pondría el hotel ni de coña. Por supuesto que tampoco lo pondría el comunista
que abomina del beneficio. Y si lo pusiese, querría un beneficio que le
retribuyese el coste de haber puesto el dinero. Y le parecería natural, porque
tiene bicicleta[1]. Los demás no tienen
derecho a esperar una retribución al dinero que ponen, pero él sí, faltaría
más. Y si no hay tal retribución, por muy comunista que sea, no da dinero para
poner el hotel. Tal vez, efectivamente, no lo pusiese para no mancharse las
manos con el sucio beneficio. Pero, si todos fuesen como él, no habría hotel en
el pueblo. Y cómo lo mismo puede decirse de todos y cada uno de los negocios,
pues, en el pueblo no habría nada de nada y todos pasarían un hambre enorme.
Eso sí, para el comunista, un hambre muy justa.
Sin embargo, y aunque la historia
tenga truco, se pueden sacar de ella alguna lección más. Porque conviene
fijarse en que, si la historia no funciona, no es porque exista o no exista el
dinero, sino porque hay flecos que se escapan de la misma. Tal vez, pudiera
pensarse, la historia funcionaría si se metiese en ella también a esos
proveedores que se han quedado fuera. Y efectivamente, funcionaría. Pero
entraríamos ahora en una espiral de complejidad en la que habría que meter a
los todos los proveedores de todos los proveedores de todos los proveedores. Pero
tanto el hotel, como el carnicero, como el fabricante de piensos, como la
prostituta tienen clientes que no son del pueblo pero que compran sus productos y servicios. Por tanto,
también habría que meter en el sistema a todos los clientes de todos los
clientes de todos los clientes. Es decir, a todo el mundo mundial. En una
sociedad primitiva, es posible que todo el mundo mundial fuesen 100 personas
todas conocidas por todas y, el sistema podría, por tanto funcionar como en el
ejemplo de trueque inicial, en el que eran sólo dos. Pero a medida que la
sociedad es mayor y que establece relaciones de intercambio con sociedades
vecinas, se hace totalmente imposible que todos conozcan a todos. Es necesario
que aparezcan entonces dos cosas, el concepto de precio y el dinero.
Sin embargo, hay una cosa que
sigue siendo válida por muy complejo, amplio y abierto sea el sistema. En el
ejemplo de las dos personas, el pastor y el agricultor, veíamos que ambos
salían ganando en el trueque de sus bienes. O lo que es lo mismo. Se generaba
riqueza. En este sencillo ejemplo se ve palpablemente que la economía no es un
juego suma cero. Evidentemente, puede haber gente que pierda, pero siempre, lo
que ganan los que ganan es más de lo que pierden los que pierden. Esto ocurrirá
siempre que los que hacen algo que gusta poco a poca gente desaparezcan y sean
sustituidos por otros que “inventen” cosas que gustan mucho a mucha gente,
poniendo su dinero en riesgo para hacer esas cosas.
Por otro lado, en el ejemplo de
las dos personas decía que el precio de la carne era el valor que le atribuía
el agricultor. Había en este precio un componente de subjetividad, basado, eso
sí, en la escasez relativa de carne y frutas para uno y para otro. Cuando
hablamos de millones de personas que compran, por ejemplo, un coche, ese
componente de subjetividad sigue existiendo. Pero, el precio es, entonces, el
promedio de esos millones de subjetividades, basadas también en la abundancia o
escasez promedio percibida de un bien. Es decir, de la oferta y la demanda. No
fue Adam Smith ni otros economistas foráneos del siglo XVIII los primeros que
descubrieron esto, sino la escuela de Salamanca, en el siglo XVI, formada por
un abigarrado conjunto de dominicos, agustinos, jesuitas y otros religiosos que
se dedicaban a pensar sobre esto para buscar la clave de la justicia en los
intercambios. Y se dieron cuenta que el precio de las cosas no estaba definido
por ninguna característica intrínseca de las mismas, sino que era el fruto de
muchas estimaciones subjetivas sobre su apetencia y su abundancia o escasez. Y
decidieron que el precio así formado, libremente, por las estimaciones de miles
de personas, era un precio justo.
En cuanto al dinero, se me hace
difícil imaginarme intentando buscar amigablemente con mi carnicero qué cosas
de las que yo tengo le parecen que valen lo mismo que el kilo de cadera de vaca
que le quiero comprar, para, una vez alcanzado un acuerdo, hacer un buen
trueque. Él pone el precio que cree que corresponde a la apetencia y escasez de
su carne. Y lo pone en términos de una mercancía de libre circulación, sea esta
la que sea, que llamamos dinero. Si a mí me parece bien ese precio, le compro
la carne y, si me parece caro, pues le compro rabillo en vez de cadera, que es
más barato Yo le doy dinero y él me da carne. Yo, por mi parte, estimo cuánto
vale mi trabajo. Si a alguna empresa le parece un precio razonable, me paga por
él y cambiamos dinero por trabajo. Por supuesto, el director de RRHH de mi
empresa y el carnicero no se han visto en la vida. Todas las transacciones
pasan por ese vehículo común, ese medio de pago, que es el dinero, y todos tan
contentos.
Y, con beneficio y todo, cuando
todo el mundo mundial está incluido, el sistema crea valor y riqueza. Porque el
dueño del hotel se ha dado cuenta de que el valor que la gente percibe en pasar
una noche en su hotel es mayor que todos los costes que tiene que cubrir.
Precisamente, el beneficio será mayor cuanto mayor sea el valor que la gente
atribuye, de promedio, a pasar una noche en su hotel, es decir cuanto mejor sea
el servicio que presta. Y lo mismo puede decirse de todos los demás negocios.
Si por el contrario, la gente piensa que el valor de pasar una noche en su
hotel es muy bajo, el dueño del hotel no cubrirá los costes y perderá dinero.
Es decir que el beneficio tiene el riesgo de no poderse obtener y sólo lo
obtienen aquellos que dan buen servicio.
Sencillamente, si tuviéramos que
funcionar por trueque, no habría carniceros. Ni nada. Es cierto que la riqueza,
o el valor si se prefiere, no lo crea la existencia del dinero, que, como decía
en la conclusión provisional expresada más arriba, no es más que un medio de
pago. Pero el dinero es una condición de necesidad para que se cree el complejo
entramado de relaciones comerciales que crean valor y riqueza. Es como el
lubricante de un motor. No es el elemento esencial (en el sentido filosófico de
la esencia de algo) de su funcionamiento, pero sin lubricante, el motor gripa
con toda seguridad. Por lo tanto, no es esencial, pero sí es totalmente
necesario y fundamental, casi tanto como la gasolina, que es el beneficio.
Claro que también podemos cargarnos un motor por ponerle demasiado lubricante.
En la varilla del nivel de aceite del coche hay una línea de mínimo y otra de
máximo y conviene que el nivel esté entre las dos. También el exceso de dinero
puede gripar la economía, pero esto no es objeto de estas líneas. Tal vez sería
bueno –y tal vez algún día lo haga– escribir una historia sencilla del dinero,
de las distintas mercancías que, a lo largo de la historia, han desempeñado ese
papel y de los peligros de su falta o exceso en el sistema.
Así pues, la conclusión última de
estas líneas sería: Para que se cree riqueza o valor es necesario el beneficio.
Y para que el sistema de creación de valor funcione sin griparse, hace falta que
exista un sistema de fijación de precios que sea justo y, además, la existencia
del dinero, aunque no sea la esencia de la creación de valor. No está mal, me
parece como lección de esta curiosa –y falsa– paradoja.
[1] Me
refiero a la viejísima historia del comunista que dice que todas las fábricas
del pueblo deberían ser para el pueblo y recibe el aplauso de todos. Luego dice
que lo mismo hay que hacer con todo el campo y es nuevamente aplaudido. Sigue
con los coches y también recibe ovaciones. Cuando habla de las motos las
ovaciones bajan. Pero cuando propone que todas las bicicletas sean para el
pueblo recibe abucheos. Cuando pregunta el porqué, uno de los que más le
aplaudían con las fábricas, las tierras, los coches y las motos, pero que le
abucheaba ruidosamente con las bicicletas, le dice: “es que yo tengo
bicicleta”.
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