El
otro día leí un interesante artículo de la revista americana “The New Yorker”
con el título: “Can we have prosperity without growth?” (“¿Podemos tener
prosperidad sin crecimiento?”), del que adjunto link.
Es un artículo de análisis, que explora las distintas posibles
respuestas a la pregunta, sin tomar partido por ninguna ni, tampoco, por
ninguna posible síntesis entre algunas que podrían ser compatibles. O sea, no
se moja ni debajo de la ducha. Por eso le deja a uno con la sensación de, “so
what?” Es, no obstante, interesante y hace pensar, lo que, probablemente, sea
su propósito. Así que, por su parte, ¡misión cumplida! Pero no entra en mis capacidades
quedarme en eso, de forma que me aventuro a expresar, de la forma más razonada
posible, mis opiniones al respecto.
Para
no crear suspense, enuncio mi tesis al principio: No, no podemos tener
prosperidad sin crecimiento.
El
mero hecho de que se plantee esta pregunta indica que hay quien piensa que
debemos parar el crecimiento. Efectivamente, existe un poderoso movimiento al
que se le ha aplicado el nombre de “degrowth”, que aboga por una parada o,
incluso retroceso del crecimiento. Hay varias razones subyacentes debajo de
este movimiento. Las enumero, sin intentar ser exhaustivo. Sería vano
pretenderlo, ya que es un movimiento multiforme en el que se mezclan muchos
sentimientos, a menudo –aunque, por supuesto, no siempre– irracionales y
contradictorios, que hacen del mismo un intrincado laberinto:
1º
En primer lugar, hay quien piensa que parar el crecimiento no iría contra la
prosperidad.
2º
En segundo lugar, hay quien cree que sí iría contra la prosperidad, pero es
algo a lo que la humanidad está abocada dado que vivimos en un mundo de
recursos limitados que no puede soportar un crecimiento continuado al ritmo que
el mundo viene presentando en los últimos 200 años.
3º
Por último, insisto sin ánimo de ser exhaustivo, también hay quien cree que el
crecimiento nace de un afán inmoderado del ser humano por tener más y que ese afán
desordenado –llamado avaricia o, todavía más peyorativamente, codicia– va
contra la ética. Por lo tanto, es éticamente necesario frenar el crecimiento.
Aunque,
como he dicho, muchas de estas opiniones se dan mezcladas y superpuestas y se
interrelacionan inextricablemente entre ellas, por claridad del análisis, las
voy a analizar por separado. Pero no lo haré en el orden expuesto, sino que lo
haré en el orden 1º, 3º y 2º.
Pero
antes de adentrarme en ese laberinto, quiero hacer una puntualización sobre un
tema que también es fuente de confusión y debate. Se trata de la forma de
medición de ese crecimiento. Mucha gente cree que el PIB per cápita es un
indicador muy pobre para medir de ese crecimiento. Estoy totalmente de acuerdo
con esto. Pero el problema aparece cuando se quiere buscar un indicador
sintético que sea el correcto. Se han propuesto multitud de parámetros como
indicadores para esta medición. Pero todos ellos tienen varios problemas. El primero
es el que podríamos llamar síndrome Torre de Babel. No hay ninguno que sea
aceptado por todo el mundo y muchos de los propuestos no sólo no son aceptados
por muchos, sino que son muy duramente criticados. El segundo es que su
medición tiene un enorme grado de inexactitud subjetiva, lo que les lleva a ser
muy fácilmente manipulables según la ideología que los maneje. Y el tercero es
que, de una manera u otra, todos tienen una correlación estadística muy grande
con el PIB per cápita. Por todo ello, y a pesar de estar de acuerdo con que el
PIB per cápita es un indicador pobre, creo que es el más generalmente aceptado,
el más objetivamente medible, el menos manipulable y el subyacente de muchas de
las variables que se puedan añadir para cualquier índice sintético. Así pues,
como dice el refrán, “a falta de pan, buenas son tortas”, creo que debemos
aceptar el PIB per cápita como el menos malo de los indicadores. Pero antes de
dar por cerrado el capítulo de justificaciones del uso del PIB, quiero hacer
una aclaración que me parece muy pertinente sobre lo que realmente es el PIB.
El
PIB se mide en dinero. Así, se dice que el PIB de España es de aproximadamente
1,25 billones de € y que el PIB per cápita es de unos 26.500 € por persona. Pero
esto no es más que una manera de decir en una sola cifra qué cantidad de bienes
y servicios ha sido capaz de producir España. En realidad, lo que significa es
que el España se han producido X coches de tal y cual modelo, Y km de recorridos
en avión, Z toneladas de helado, W horas de clase de primaria y universitaria, K
servicios de urgencia de hospitales, etc., etc., etc. Es evidente que la
lectura y comprensión de algo así sería imposible, de ahí que se reduzca a una
sola cifra que representa en valor en precio de todos esos servicios. Pero el
PIB es lo que he dicho, aunque para hacerlo inteligible se resuma en una cifra
expresada en unidades monetarias. Y si tenemos en cuenta que cuando en una
sociedad libre alguien compra algo a un determinado precio es porque el valor
de uso que atribuye a eso que compra es superior a lo que paga por ello, es,
con todas las limitaciones que se han apuntado, una medida de la prosperidad de
un país.
Pasemos
ahora a analizar las tres corrientes enunciadas más arriba.
1º
En primer lugar, hay quien piensa que parar el crecimiento no iría contra la
prosperidad.
Es
muy difícil sostener racionalmente que parar el crecimiento pudiera no ir
contra la prosperidad. Si echamos la vista atrás hasta hace 50, 100, 150,… años
es imposible no sentir asombro por la prosperidad conseguida en cualquiera de
esos lapsos de tiempo. La pobreza ha retrocedido de forma impresionante en
todas partes del mundo, como lo ha hecho la mortandad infantil; el acceso a la
sanidad y a la educación han aumentado, como también lo ha hecho la esperanza
de vida. A duras penas podremos encontrar un indicador que haya empeorado. Y la
pregunta es: ¿Qué hubiese pasado si en algún momento de ese pasado se hubiese
decidido parar el crecimiento? ¿Cuál hubiese sido el momento adecuado? La
respuesta es: Ningún momento hubiese sido el adecuado y, si se hubiese decidido
eso, hubiese sido trágico para la humanidad. Por otro lado, echemos un simple
vistazo a nuestro entorno inmediato y pensemos cuántos de los productos y
servicios de los que hoy disponemos y hacen nuestra vida mucho mejor, existían
hace 50, 100, 150,… etc., años. A poco que pensamos nos quedaremos asombrados. Si
alguien dice que volvería a un mundo de esas épocas es porque algún tipo de
ideología le ciega. Pero si se cumpliese ese deseo, tardaría unas horas en
pedir llorando que, por el amor de Dios, le volviesen a traer a 2020. Y eso le
pasaría a cualquier persona, viviese en la parte del mundo en la que viviese. Pero,
además, ¿cómo se toma la decisión de parar el crecimiento? ¿Quién la toma? ¿Cómo
ese alguien que la toma prohíbe que la iniciativa y creatividad personal sigan
promoviendo el crecimiento? ¿Con la dictadura? Por supuesto, este aumento
generalizado de la prosperidad no significa que nos podamos sentir satisfechos.
Hay muchas cosas que mejorar en el desarrollo del mundo, pero sólo se pueden
mejorar con crecimiento.
Pero,
veamos el asunto desde otra óptica. Supongamos que paramos el crecimiento
mundial del PIB. ¿Lo dejamos cómo está? ¿Los pobres siguiendo siendo pobres y
los ricos, ricos? Tremendamente injusto. ¿Entonces? ¿Igualamos el PIB per cápita
de todos los países y personas al promedio mundial actual? No quiero ni pensar los
terribles disturbios que eso produciría en todo el mundo, empezando por nuestro
vecindario. ¿Alguien lo querría? Pero, además, ¿cómo se hace eso? ¿Alguien en
su sano juicio cree que si los países desarrollados dejasen de crear riqueza y
empezasen a destruirla, los países pobres mejorarían? No, empeorarían todavía
más. Sólo el crecimiento mundial puede conseguir que las mejoras de los últimos
200 años a nivel mundial sigan produciéndose. Para el crecimiento y volveremos
a la época de las cavernas. Como dice la reina de Corazones en “Alicia en el
país de las maravillas”: “En este país, si quieres quedarte quieto donde
estas, tienes que correr tanto como puedas, ahora bien, si lo que quieres es
avanzar, entonces tienes que correr cuanto menos el doble”. Si dejamos de
correr tanto como podamos, retrocederemos.
En
el artículo hay, sin embargo, un argumento sobre este asunto que merece la pena
señalar. Es una argumentación mantenida por Dietrich Vollrath, de la
Universidad de Houston y autor del libro “Fully Grown: Why a Stagnant
Economy Is a Sign of Success” (“Crecimiento completado: ¿Por qué una economía
estancada es una señal de éxito?”). Vollrath afirma que el frenazo que los
países desarrollados están experimentando en su crecimiento es debido al
envejecimiento de la población, al menor tamaño de las familias y a un
desplazamiento del PIB hacia servicios a costa de los productos físicos. Hace
hincapié en que estas causas de menor crecimiento son fruto de la libre
elección de los ciudadanos de esos países, decisión originada precisamente por
el desarrollo logrado. Por tanto, concluye, el estancamiento no es sino el
fruto del éxito de la sociedad. Por mucho que su análisis esté basado en un
modelo matemático desarrollado en los años 90 del siglo pasado por Robert
Solow, un economista de gran éxito del MIT, lo cierto es que me huele a sofisma
por los cuatro costados. Es totalmente falso que los ciudadanos de países desarrollados
estemos satisfechos con el menor crecimiento.
Con
esto doy por terminadas mis reflexiones sobre el primero de los asuntos enumerados
al principio.
Tal
y como dije más arriba el orden en que iba a tratarlos tres asuntos señalados
era 1º, 3º y 2º. Así que voy con el 3º
3º
¿Nace el deseo de crecimiento de un afán inmoderado, de un apetito desordenado,
de un vicio, por tener más?
Me
parece que creer esto es despreciar a la naturaleza humana. Si hay algo
arraigado en lo más profundo de nuestra naturaleza es el avanzar siempre en todos
los campos. Y entre esos campos está el del logro de un mayor bienestar. Por lo
tanto, querer que el PIB crezca –conviene recordar lo dicho más arriba sobre
qué es realmente el PIB– no es una cuestión de avaricia, de querer tener más
dinero por el mero hecho de tenerlo, sino que es el reflejo de la aspiración
más innata, y totalmente digna, del ser humano a una vida más próspera. Si no
fuese por esta innata y digna aspiración, seguiríamos viviendo en cavernas,
como en el paleolítico. Y creo que es de una hipocresía inaudita defender lo
contrario, porque quienes confunden la sana aspiración a una vida más próspera
con la avaricia, buscan esa prosperidad para ellos mismos y para su familia
tanto como los demás. Simplemente, consideran que lo que en ellos es una justa
aspiración es, en los demás, avaricia. Ciertamente, existe el vicio de la
avaricia, o de la codicia si se quiere, pero esa no es la norma. Es un apetito
que en determinadas personas se desordena y convierte en vicio algo que es, de
por sí, bueno. No creo que este tema merezca ni una línea más.
Vayamos
ahora con el segundo asunto.
2º
El segundo de ellos plantea una cuestión importante que es el tema de los
recursos limitados. El argumento parece contundente. Con independencia de que
queramos o no seguir creciendo, en algún momento, más bien pronto que tarde,
tendremos que parar –tenga las consecuencias que tenga este parón– por la causa
de fuerza mayor de que habremos agotado los recursos de la Tierra, además de
haberla convertido en un estercolero o haber provocado una catástrofe climática
y ecológica.
Este
razonamiento está preñado de una profunda desconfianza en las posibilidades de la
tecnología. Pero no hay más que encender la televisión para oír, da igual en
qué programa, los más negros catastrofismos sobre el apocalipsis que se nos
echa encima. Sin embargo, en los últimos 200 años la tecnología ha conseguido
que en todo, absolutamente todo lo que se hace, la necesidad de consumo de
recursos necesarios y la generación de subproductos indeseados disminuya por
unidad de PIB producido. Esto es un hecho indiscutible. La duda está quién
ganará la carrera: Si lo hará la producción creciente de bienes y servicios o
vencerá la capacidad de aumentar los rendimientos en el consumo de recursos y en
la disminución de los subproductos indeseados gracias a la tecnología. El
pensamiento dominante cree, o se le ha hecho creer, que esa carrera la perderá
la tecnología. Pero hay quien piensa que la tecnología la ganará. Incluso hay
quien piensa que se está produciendo a pasos agigantados el fenómeno del “desacoplamiento
absoluto” (“Absolute decoupling”). Es decir, que se producirá un
desacoplamiento total entre el output de bienes producidos y el consumo de
recursos o la emisión de subproductos dañinos. Los economistas medioambientales
Alex Bowen y Cameron Hepburn conjeturan que conseguir un desacoplamiento
absoluto en 2050 puede parecer un desafío relativamente fácil. Sin participar
del optimismo radical de Bowen y Hepburn, me encuentro más cerca de su postura
que de la visión apocalíptica. No me cabe la menor duda de que, mientras ese
desacoplamiento vaya progresando, debemos ser cuidadosos con el consumo, el uso
de los recursos y la generación de residuos, sólidos o gaseosos. Y, aunque
posiblemente el desacoplamiento absoluto no se produzca nunca, creo que la carrera
a la que antes he hecho referencia la ganará la tecnología. Hace meses escribí
unas páginas tituladas “Los próximos 200 años” en las que, entre otras cosas,
pasaba una somera revista a los avances tecnológicos que pueden hacernos
avanzar en el desacoplamiento. Por supuesto, quien quiera que le envíe estas
páginas no tiene más que pedírmelas. Pero, en cualquier caso, sólo hay una
manera de saber quién ganará la carrera: corriéndola. Porque no es posible
pararse en la línea de salida. La vida nos empuja. Pararse sí que es el
apocalipsis garantizado. Y entre correr la carrera, aunque se pueda perder, o
morir de parálisis en la línea de salida, la alternativa mejor es indudable. Si
hay que morir –cosa ni mucho menos clara–, siempre es mejor morir luchando.
Naturalmente, esa carrera de fondo hay que correrla con prudencia, es decir,
como he dicho hace unas líneas, siendo cuidadosos con el consumo, el uso de
recursos y la producción de residuos de cualquier tipo.
Para
terminar, no quiero dejar de decir lo siguiente: Aunque el riesgo de perder la
carrera está ahí, detrás de los que propugnan no correrla y dan por hecho el
apocalipsis, está una estrategia gramsciana de la extrema izquierda en su
intento de descarrilar la prosperidad de la economía de libre mercado. Esta
gente no se hace la pregunta de si podemos tener prosperidad sin crecimiento.
Lo que realmente detestan es la prosperidad creada por el sistema que detestan
y que les ha arrinconado económicamente. Y tras su fomento de las diversas
respuestas negativas en la pregunta que no es la suya está su intento de dar
otra oportunidad a su fracasado sistema haciendo fracasar el sistema de libre
mercado. Por supuesto no digo, ni de lejos, que todo el que cree que hay que
parar el crecimiento de la prosperidad por causa de la ecología sea de extrama
izquierdas. La sutileza de la estrategia gramsciana estriba en hacer que haya
gente que juraría con verdad no sólo que no son comunistas, sino que detestan
ese sistema, pero apoyan las respuestas fomentadas por ellos. Y si alguien
piensa que lo mío es paranoia, que lea el articulo de José María Anson cuyo link adjunto.
Tomás
ResponderEliminarEn el mundo hay tres tipos de personas.
Los que no piensan ( Estos los hay a pares y aparecen casi en cada esquina), los que piensan y un último en el que están los que además de pensar, son capaces de hacer pensar a los demás.
Ojalá hubiese más personas en este último que es justo donde estás tú.
Sería una alegría para todos los demás.
Un abz
Pablo Gimeno
ResponderEliminarMuchas gracias Pablo. Ya imaginaba que un comentario tan elogioso sólo podía venir de un amigo.
ResponderEliminarAbrazo fuerte.
Tomás
Tomás, tan certero, claro y didáctico como siempre.
ResponderEliminarMe has puesto a tiro el próximo comentario de texto en Economía de 1º de Bachillerato.
Todo un lujo.
Carlos Torquemada
Hola Carlos. Me alegro de que te haya parecido interesante y te sea de utilidad. Abrazo.
ResponderEliminarTomás