14 de febrero de 2020

¿Podemos tener prosperidad sin crecimiento?


El otro día leí un interesante artículo de la revista americana “The New Yorker” con el título: “Can we have prosperity without growth?” (“¿Podemos tener prosperidad sin crecimiento?”), del que adjunto link.



Es un artículo de análisis, que explora las distintas posibles respuestas a la pregunta, sin tomar partido por ninguna ni, tampoco, por ninguna posible síntesis entre algunas que podrían ser compatibles. O sea, no se moja ni debajo de la ducha. Por eso le deja a uno con la sensación de, “so what?” Es, no obstante, interesante y hace pensar, lo que, probablemente, sea su propósito. Así que, por su parte, ¡misión cumplida! Pero no entra en mis capacidades quedarme en eso, de forma que me aventuro a expresar, de la forma más razonada posible, mis opiniones al respecto.


Para no crear suspense, enuncio mi tesis al principio: No, no podemos tener prosperidad sin crecimiento.

El mero hecho de que se plantee esta pregunta indica que hay quien piensa que debemos parar el crecimiento. Efectivamente, existe un poderoso movimiento al que se le ha aplicado el nombre de “degrowth”, que aboga por una parada o, incluso retroceso del crecimiento. Hay varias razones subyacentes debajo de este movimiento. Las enumero, sin intentar ser exhaustivo. Sería vano pretenderlo, ya que es un movimiento multiforme en el que se mezclan muchos sentimientos, a menudo –aunque, por supuesto, no siempre– irracionales y contradictorios, que hacen del mismo un intrincado laberinto:

1º En primer lugar, hay quien piensa que parar el crecimiento no iría contra la prosperidad.

2º En segundo lugar, hay quien cree que sí iría contra la prosperidad, pero es algo a lo que la humanidad está abocada dado que vivimos en un mundo de recursos limitados que no puede soportar un crecimiento continuado al ritmo que el mundo viene presentando en los últimos 200 años.

3º Por último, insisto sin ánimo de ser exhaustivo, también hay quien cree que el crecimiento nace de un afán inmoderado del ser humano por tener más y que ese afán desordenado –llamado avaricia o, todavía más peyorativamente, codicia– va contra la ética. Por lo tanto, es éticamente necesario frenar el crecimiento.

Aunque, como he dicho, muchas de estas opiniones se dan mezcladas y superpuestas y se interrelacionan inextricablemente entre ellas, por claridad del análisis, las voy a analizar por separado. Pero no lo haré en el orden expuesto, sino que lo haré en el orden 1º, 3º y 2º.

Pero antes de adentrarme en ese laberinto, quiero hacer una puntualización sobre un tema que también es fuente de confusión y debate. Se trata de la forma de medición de ese crecimiento. Mucha gente cree que el PIB per cápita es un indicador muy pobre para medir de ese crecimiento. Estoy totalmente de acuerdo con esto. Pero el problema aparece cuando se quiere buscar un indicador sintético que sea el correcto. Se han propuesto multitud de parámetros como indicadores para esta medición. Pero todos ellos tienen varios problemas. El primero es el que podríamos llamar síndrome Torre de Babel. No hay ninguno que sea aceptado por todo el mundo y muchos de los propuestos no sólo no son aceptados por muchos, sino que son muy duramente criticados. El segundo es que su medición tiene un enorme grado de inexactitud subjetiva, lo que les lleva a ser muy fácilmente manipulables según la ideología que los maneje. Y el tercero es que, de una manera u otra, todos tienen una correlación estadística muy grande con el PIB per cápita. Por todo ello, y a pesar de estar de acuerdo con que el PIB per cápita es un indicador pobre, creo que es el más generalmente aceptado, el más objetivamente medible, el menos manipulable y el subyacente de muchas de las variables que se puedan añadir para cualquier índice sintético. Así pues, como dice el refrán, “a falta de pan, buenas son tortas”, creo que debemos aceptar el PIB per cápita como el menos malo de los indicadores. Pero antes de dar por cerrado el capítulo de justificaciones del uso del PIB, quiero hacer una aclaración que me parece muy pertinente sobre lo que realmente es el PIB.

El PIB se mide en dinero. Así, se dice que el PIB de España es de aproximadamente 1,25 billones de € y que el PIB per cápita es de unos 26.500 € por persona. Pero esto no es más que una manera de decir en una sola cifra qué cantidad de bienes y servicios ha sido capaz de producir España. En realidad, lo que significa es que el España se han producido X coches de tal y cual modelo, Y km de recorridos en avión, Z toneladas de helado, W horas de clase de primaria y universitaria, K servicios de urgencia de hospitales, etc., etc., etc. Es evidente que la lectura y comprensión de algo así sería imposible, de ahí que se reduzca a una sola cifra que representa en valor en precio de todos esos servicios. Pero el PIB es lo que he dicho, aunque para hacerlo inteligible se resuma en una cifra expresada en unidades monetarias. Y si tenemos en cuenta que cuando en una sociedad libre alguien compra algo a un determinado precio es porque el valor de uso que atribuye a eso que compra es superior a lo que paga por ello, es, con todas las limitaciones que se han apuntado, una medida de la prosperidad de un país.

Pasemos ahora a analizar las tres corrientes enunciadas más arriba.

1º En primer lugar, hay quien piensa que parar el crecimiento no iría contra la prosperidad.

Es muy difícil sostener racionalmente que parar el crecimiento pudiera no ir contra la prosperidad. Si echamos la vista atrás hasta hace 50, 100, 150,… años es imposible no sentir asombro por la prosperidad conseguida en cualquiera de esos lapsos de tiempo. La pobreza ha retrocedido de forma impresionante en todas partes del mundo, como lo ha hecho la mortandad infantil; el acceso a la sanidad y a la educación han aumentado, como también lo ha hecho la esperanza de vida. A duras penas podremos encontrar un indicador que haya empeorado. Y la pregunta es: ¿Qué hubiese pasado si en algún momento de ese pasado se hubiese decidido parar el crecimiento? ¿Cuál hubiese sido el momento adecuado? La respuesta es: Ningún momento hubiese sido el adecuado y, si se hubiese decidido eso, hubiese sido trágico para la humanidad. Por otro lado, echemos un simple vistazo a nuestro entorno inmediato y pensemos cuántos de los productos y servicios de los que hoy disponemos y hacen nuestra vida mucho mejor, existían hace 50, 100, 150,… etc., años. A poco que pensamos nos quedaremos asombrados. Si alguien dice que volvería a un mundo de esas épocas es porque algún tipo de ideología le ciega. Pero si se cumpliese ese deseo, tardaría unas horas en pedir llorando que, por el amor de Dios, le volviesen a traer a 2020. Y eso le pasaría a cualquier persona, viviese en la parte del mundo en la que viviese. Pero, además, ¿cómo se toma la decisión de parar el crecimiento? ¿Quién la toma? ¿Cómo ese alguien que la toma prohíbe que la iniciativa y creatividad personal sigan promoviendo el crecimiento? ¿Con la dictadura? Por supuesto, este aumento generalizado de la prosperidad no significa que nos podamos sentir satisfechos. Hay muchas cosas que mejorar en el desarrollo del mundo, pero sólo se pueden mejorar con crecimiento.

Pero, veamos el asunto desde otra óptica. Supongamos que paramos el crecimiento mundial del PIB. ¿Lo dejamos cómo está? ¿Los pobres siguiendo siendo pobres y los ricos, ricos? Tremendamente injusto. ¿Entonces? ¿Igualamos el PIB per cápita de todos los países y personas al promedio mundial actual? No quiero ni pensar los terribles disturbios que eso produciría en todo el mundo, empezando por nuestro vecindario. ¿Alguien lo querría? Pero, además, ¿cómo se hace eso? ¿Alguien en su sano juicio cree que si los países desarrollados dejasen de crear riqueza y empezasen a destruirla, los países pobres mejorarían? No, empeorarían todavía más. Sólo el crecimiento mundial puede conseguir que las mejoras de los últimos 200 años a nivel mundial sigan produciéndose. Para el crecimiento y volveremos a la época de las cavernas. Como dice la reina de Corazones en “Alicia en el país de las maravillas”: “En este país, si quieres quedarte quieto donde estas, tienes que correr tanto como puedas, ahora bien, si lo que quieres es avanzar, entonces tienes que correr cuanto menos el doble”. Si dejamos de correr tanto como podamos, retrocederemos.

En el artículo hay, sin embargo, un argumento sobre este asunto que merece la pena señalar. Es una argumentación mantenida por Dietrich Vollrath, de la Universidad de Houston y autor del libro “Fully Grown: Why a Stagnant Economy Is a Sign of Success” (“Crecimiento completado: ¿Por qué una economía estancada es una señal de éxito?”). Vollrath afirma que el frenazo que los países desarrollados están experimentando en su crecimiento es debido al envejecimiento de la población, al menor tamaño de las familias y a un desplazamiento del PIB hacia servicios a costa de los productos físicos. Hace hincapié en que estas causas de menor crecimiento son fruto de la libre elección de los ciudadanos de esos países, decisión originada precisamente por el desarrollo logrado. Por tanto, concluye, el estancamiento no es sino el fruto del éxito de la sociedad. Por mucho que su análisis esté basado en un modelo matemático desarrollado en los años 90 del siglo pasado por Robert Solow, un economista de gran éxito del MIT, lo cierto es que me huele a sofisma por los cuatro costados. Es totalmente falso que los ciudadanos de países desarrollados estemos satisfechos con el menor crecimiento.

Con esto doy por terminadas mis reflexiones sobre el primero de los asuntos enumerados al principio.

Tal y como dije más arriba el orden en que iba a tratarlos tres asuntos señalados era 1º, 3º y 2º. Así que voy con el 3º

3º ¿Nace el deseo de crecimiento de un afán inmoderado, de un apetito desordenado, de un vicio, por tener más?

Me parece que creer esto es despreciar a la naturaleza humana. Si hay algo arraigado en lo más profundo de nuestra naturaleza es el avanzar siempre en todos los campos. Y entre esos campos está el del logro de un mayor bienestar. Por lo tanto, querer que el PIB crezca –conviene recordar lo dicho más arriba sobre qué es realmente el PIB– no es una cuestión de avaricia, de querer tener más dinero por el mero hecho de tenerlo, sino que es el reflejo de la aspiración más innata, y totalmente digna, del ser humano a una vida más próspera. Si no fuese por esta innata y digna aspiración, seguiríamos viviendo en cavernas, como en el paleolítico. Y creo que es de una hipocresía inaudita defender lo contrario, porque quienes confunden la sana aspiración a una vida más próspera con la avaricia, buscan esa prosperidad para ellos mismos y para su familia tanto como los demás. Simplemente, consideran que lo que en ellos es una justa aspiración es, en los demás, avaricia. Ciertamente, existe el vicio de la avaricia, o de la codicia si se quiere, pero esa no es la norma. Es un apetito que en determinadas personas se desordena y convierte en vicio algo que es, de por sí, bueno. No creo que este tema merezca ni una línea más.

Vayamos ahora con el segundo asunto.

2º El segundo de ellos plantea una cuestión importante que es el tema de los recursos limitados. El argumento parece contundente. Con independencia de que queramos o no seguir creciendo, en algún momento, más bien pronto que tarde, tendremos que parar –tenga las consecuencias que tenga este parón– por la causa de fuerza mayor de que habremos agotado los recursos de la Tierra, además de haberla convertido en un estercolero o haber provocado una catástrofe climática y ecológica.

Este razonamiento está preñado de una profunda desconfianza en las posibilidades de la tecnología. Pero no hay más que encender la televisión para oír, da igual en qué programa, los más negros catastrofismos sobre el apocalipsis que se nos echa encima. Sin embargo, en los últimos 200 años la tecnología ha conseguido que en todo, absolutamente todo lo que se hace, la necesidad de consumo de recursos necesarios y la generación de subproductos indeseados disminuya por unidad de PIB producido. Esto es un hecho indiscutible. La duda está quién ganará la carrera: Si lo hará la producción creciente de bienes y servicios o vencerá la capacidad de aumentar los rendimientos en el consumo de recursos y en la disminución de los subproductos indeseados gracias a la tecnología. El pensamiento dominante cree, o se le ha hecho creer, que esa carrera la perderá la tecnología. Pero hay quien piensa que la tecnología la ganará. Incluso hay quien piensa que se está produciendo a pasos agigantados el fenómeno del “desacoplamiento absoluto” (“Absolute decoupling”). Es decir, que se producirá un desacoplamiento total entre el output de bienes producidos y el consumo de recursos o la emisión de subproductos dañinos. Los economistas medioambientales Alex Bowen y Cameron Hepburn conjeturan que conseguir un desacoplamiento absoluto en 2050 puede parecer un desafío relativamente fácil. Sin participar del optimismo radical de Bowen y Hepburn, me encuentro más cerca de su postura que de la visión apocalíptica. No me cabe la menor duda de que, mientras ese desacoplamiento vaya progresando, debemos ser cuidadosos con el consumo, el uso de los recursos y la generación de residuos, sólidos o gaseosos. Y, aunque posiblemente el desacoplamiento absoluto no se produzca nunca, creo que la carrera a la que antes he hecho referencia la ganará la tecnología. Hace meses escribí unas páginas tituladas “Los próximos 200 años” en las que, entre otras cosas, pasaba una somera revista a los avances tecnológicos que pueden hacernos avanzar en el desacoplamiento. Por supuesto, quien quiera que le envíe estas páginas no tiene más que pedírmelas. Pero, en cualquier caso, sólo hay una manera de saber quién ganará la carrera: corriéndola. Porque no es posible pararse en la línea de salida. La vida nos empuja. Pararse sí que es el apocalipsis garantizado. Y entre correr la carrera, aunque se pueda perder, o morir de parálisis en la línea de salida, la alternativa mejor es indudable. Si hay que morir –cosa ni mucho menos clara–, siempre es mejor morir luchando. Naturalmente, esa carrera de fondo hay que correrla con prudencia, es decir, como he dicho hace unas líneas, siendo cuidadosos con el consumo, el uso de recursos y la producción de residuos de cualquier tipo.

Para terminar, no quiero dejar de decir lo siguiente: Aunque el riesgo de perder la carrera está ahí, detrás de los que propugnan no correrla y dan por hecho el apocalipsis, está una estrategia gramsciana de la extrema izquierda en su intento de descarrilar la prosperidad de la economía de libre mercado. Esta gente no se hace la pregunta de si podemos tener prosperidad sin crecimiento. Lo que realmente detestan es la prosperidad creada por el sistema que detestan y que les ha arrinconado económicamente. Y tras su fomento de las diversas respuestas negativas en la pregunta que no es la suya está su intento de dar otra oportunidad a su fracasado sistema haciendo fracasar el sistema de libre mercado. Por supuesto no digo, ni de lejos, que todo el que cree que hay que parar el crecimiento de la prosperidad por causa de la ecología sea de extrama izquierdas. La sutileza de la estrategia gramsciana estriba en hacer que haya gente que juraría con verdad no sólo que no son comunistas, sino que detestan ese sistema, pero apoyan las respuestas fomentadas por ellos. Y si alguien piensa que lo mío es paranoia, que lea el articulo de José María Anson cuyo link adjunto.


5 comentarios:

  1. Tomás
    En el mundo hay tres tipos de personas.

    Los que no piensan ( Estos los hay a pares y aparecen casi en cada esquina), los que piensan y un último en el que están los que además de pensar, son capaces de hacer pensar a los demás.

    Ojalá hubiese más personas en este último que es justo donde estás tú.

    Sería una alegría para todos los demás.

    Un abz

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  2. Muchas gracias Pablo. Ya imaginaba que un comentario tan elogioso sólo podía venir de un amigo.

    Abrazo fuerte.

    Tomás

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  3. Tomás, tan certero, claro y didáctico como siempre.
    Me has puesto a tiro el próximo comentario de texto en Economía de 1º de Bachillerato.
    Todo un lujo.
    Carlos Torquemada

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  4. Hola Carlos. Me alegro de que te haya parecido interesante y te sea de utilidad. Abrazo.
    Tomás

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