21 de febrero de 2020

Una vida oculta


La semana pasada fui a ver, porque me la habían recomendado calurosamente, la película “Vida oculta” del director Terrence Malick. Hace años había visto otra película suya; “El árbol de la vida”. Me pareció una de una estética sobrecogedora, pero de una lentitud exasperante y de una longitud excesiva. Salí del cine bastante desesperado. Pero, después, rumiandola, me empezó a seducir por sus valores y por su planteamiento del perdón y de la belleza de la vida eterna, en la que todo se recuperaba purificado. Tanto es así que me consta que me ha influido en alguno de los pasajes de mi novela “El largo y tortuoso camino”. Por eso, ante la recomendación de “Vida oculta”, tenía sentimientos encontrados. A una parte de mí le daba una pereza mortal ver otra larga película lenta. Pero a la otra parte le interesaba ver qué mensaje transmitía esta película de la que sabía vagamente que trataba del heroísmo de un sencillo campesino, padre de familia, de algún país ocupado por el Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial. La duda de si ir o no ir a ver la película quedó resuelta cuando mi mujer me dijo: “Me apetece mucho ir a ver ‘Vida oculta’, ¿cuándo vamos?” Naturalmente, fuimos ese mismo día. Yo iba con la aprensión de qué iba a pasar. No sé si en estos años, no muchos, desde que vi “El árbol de la vida” he sido yo el que he cambiado o el cine de Malick o ambos, pero el hecho es que, siendo una película larga y lenta, no me pareció ni lo uno ni lo otro.

Aunque no es una película de la que se pueda hacer spoiling, quien quiera ir a verla, cosa que recomiendo fervientemente, tal vez no debería seguir leyendo. O tal vez sí. Pero si decide que no quiere leer lo que sigue antes de ver la película, lo que sí le recomiendo, con toda la capacidad de convencimiento que pueda tener, es que lea estas líneas después de verla. ¡Ah!, y es una película que sólo puede verse en el cine.

Desde el primer minuto la película me envolvió en su historia y su estética. Porque eso, sí la estética seguía siendo, como en “El  árbol de la vida”, de una belleza sobrecogedora, en claro contraste con la horrible historia que narraba, que era también sobrecogedora por lo terrible. Cada disparo de cámara era deslumbrante y muchos diálogos o, más bien, reflexiones en off, porque diálogos hay pocos, eran de una profundidad impresionante.

La película está basada en hechos reales. La historia real tiene su origen en el plebiscito que se hizo en Austria en 1938 sobre su anexión a Alemania.  Este plebiscito se produjo el 10 de Abril de 1938, casi exactamente un mes después de que las tropas Nazis hubiesen entrado a una Austria previamente sometida al terror por las paramilicias nazis autóctonas. A los pocos días de la ocupación se había detenido a unas 70.000 personas, por sus adscripciones políticas o por ser judíos. Por supuesto, el plebiscito fue una burla contra la democracia. Parece que no hubo pucherazo en el recuento de votos. No fue necesario. Lo de menos es que se hubiese prohibido la propaganda para el NO. Pero el voto no era secreto y las papeletas se entregaban abiertas, con la respuesta claramente visible, a los oficiales del ejército alemán que los introducían en las urnas. El censo electoral dejó fuera a un 10% de los votantes, mayoritariamente de izquierdas y judíos. Con todo esto, el resultado del escrutinio arrojó en toda Austria un 99,73% de votos favorables a la anexión. Pero es significativa la anécdota de que en el pueblo de Innervillgraten, en el Tirol, donde la votación se produjo en ausencia del ejército alemán, el porcentaje de votos negativos a la anexión fue del 95%.

La película es la historia de un granjero austríaco, Franz Jägerstätter, que vive, en los años de la Segunda Guerra Mundial, en una pequeña aldea rural de la Alta Austria, St Radegund, casado y con tres niñas. Se había casado con Franziska Schwaninger, Frika, en 1936. Frika era una católica convencida y, a raíz de su matrimonio, Franz abrazó el catolicismo y se adentró cada vez más profundamente en su fe. Aunque esto no se cuenta en la película, Franz fue el único en su pequeña aldea que votó en contra de la anexión de Austria al Tercer Reich. A partir de ese momento, y eso es lo que se refleja en la película,
Franz quedó señalado como antinazi. La gente del pueblo, tal vez viendo reflejada su cobardía en la valiente actuación de su vecino, va generando una creciente animadversión hacia él. Alrededor del matrimonio y sus hijas, así como la madre de Franz y una hermana de Frika, que viven con ellos, se va formando un círculo de desprecio primero, que poco a poco se va transformando en hostilidad. Franz es llamado a filas para alistarse en el ejército alemán en Junio de 1940. Pasa con reluctancia un periodo de entrenamiento militar pero ante la carencia de granjeros y la necesidad de producción de alimentos, le mandan otra vez a su aldea en 1941. En ese tiempo, su mujer, que ha estado sola, ha tenido que sufrir el desprecio y la marginación de sus vecinos. Cuando vuelve, Franz encuentra consuelo en la parroquia del pueblo, donde ejerce como sacristán, bajo la protección del párroco. Poco a poco se da más y más cuenta de las atrocidades del régimen nazi. Expresa sus inquietudes al párroco. Pero la Iglesia de Austria tiene un comportamiento bastante cobarde ante la situación. El sacerdote, ante la insistencia de Franz, le organiza una entrevista con su obispo que le dice que no se haga preguntas y que acepte el statu quo, como la Iglesia lo ha aceptado. Franz sale enormemente decepcionado de esta entrevista y sigue su creciente animadversión hacia el régimen, que no exterioriza pero que no pasa desapercibida a sus vecinos que estrechan más y más el círculo. Franz se libra de las levas por su condición de granjero y por el servicio que presta en su parroquia.

Pero el 23 de Febrero de 1943, le llaman a filas. Esta vez no se trata de un entrenamiento, sino que va a ir al frente, por lo que el 1 de Marzo tiene que hacer un juramento de lealtad al Führer. Todos en su regimiento lo hacen, menos él, que se niega. Por supuesto es inmediatamente detenido. De nada le sirve pedir que le destinen como auxiliar a un hospital, en donde no tendría que hacer el juramento. Le encarcelan en la prisión de Linz y el 4 de Mayo es llevado a la prisión de Berlín, acusado de traición y con la petición de la pena de muerte. Su estancia en la prisión es terrible. Sufre palizas tremendas y humillaciones espantosas. Todos los que están allí esperan o han sufrido juicio por traición y todos los juzgados son condenados a muerte en la guillotina. Muchos de los presos son enfermos mentales o personas con alguna minusvalía psíquica que sufren el plan de eugenesia nazi. No obstante, allí encuentra a un compañero que está en su misma situación con el que entabla una amistad. Cada día hay sacas de varios que van a la guillotina. Recibe la visita del párroco que le insta a que firme un documento en el que haga el juramento. El párroco argumenta que a Dios no le importa lo que diga con sus labios, sino lo que tenga en el corazón. Pero él se niega obstinadamente a firmar.

Mientras tanto, en su pueblo, su mujer y sus hijas son cruelmente discriminadas. Frika y su hermana tienen que trabajar como mulas, algunos del pueblo les roban impunemente lo que sacan de la tierra con su trabajo sin que ellas puedan acudir a nadie en su defensa. Hasta su suegra la llena de reproches, culpándole de la obstinación de su hijo por su conversión al catolicismo. Ella va a Berlín a interceder por su marido, pero, naturalmente, es totalmente inútil y ni siquiera consigue ser escuchada.

A Franz le asignan un abogado, que es un hombre de buena voluntad e intenta salvarle por todos los medios diciéndole que si firma el juramento, él podría conseguir, aunque ponga en riesgo su carrera, que le manden como auxiliar a un hospital. Todo en vano. Por fin, el 6 de Julio es condenado a muerte por un tribunal militar. Incluso el presidente del tribunal militar pide tener una conversación a solas con él en la que le insta a firmar. Le habla, casi paternalmente, de la inutilidad de su obstinación que no será conocida jamás por nadie. Le espeta si cree ser mejor que él. Franz le contesta que él no juzga a nadie, que cada uno cumple con su papel en la vida y que el suyo es mantenerse firme contra el mal, pase lo que pase y sean cuales sean las consecuencias. El militar se queda pensativo en actitud introspectiva. Lo que no impide que un momento más tarde dicte, con voz tonante, la condena a muerte.

Tras la condena, su mujer pide ir a verle a la prisión. El abogado consigue la visita y va acompañada por el sacerdote del pueblo. Esta vez el argumento del párroco cambia. Le dice que firme, aunque sólo sea por su mujer y sus hijas, para no dejarlas en la indigencia. Que Dios no quiere el sacrificio de ellas. El abogado, a su vez, le habla, como hizo el presidente del tribunal, de la inutilidad de su sacrificio. le dice que de qué sirve su obstinación si nadie se va a enterar de su negativa a jurar ni de su juramento. Le asegura que, en cambio, con sólo firmar, él podría hacer que la sentencia se revocase y volviese a ser libre en un hospital. Él parece dudar y le pregunta a su mujer qué piensa. Ella le dice que, haga lo que haga, ella estará a su lado. Y él no consiente en firmar el documento.

El día 9 de Agosto de 1943, justo un año después de la muerte de Edith Stein, gaseada en Auschwitz, el 9 de Agosto de 1942, Franz fue guillotinado. ¿Casualidad? ¿Existe la casualidad? ¿Existe la casualidad? Gotthold –que significa sostenido por Dios– Lessing escribió: “La palabra casualidad es una blasfemia; nada bajo el sol sucede por casualidad”. Por supuesto, cada uno puede pensar lo que quiera.

Hasta aquí la historia. A mí me gusta mucho –quizá demasiado– contar las historias con claridad cronológica de los acontecimientos. La película no cae en eso. Aunque vamos viendo cómo se suceden las cosas, no es una narración. Es más bien una profundización intimista, con uso de la voz en off del pensamiento. Nos enseña la creciente presión social del pueblo, el círculo de muerte que se va cerrando sobre Franz, pero no se centra en la narración, de la que sólo da pinceladas, sino en su lucha interior y la de su mujer. Nos va introduciendo en la horrible noche oscura que se va cerniendo sobre ellos. En el inconmensurable misterio del aparente silencio de Dios. Pero siempre, al fondo, más fuerte, el abandono en su voluntad, la confianza en que todo tiene un sentido oculto que no podemos ver y la seguridad del amor de Dios aunque no oigamos su voz en medio de su terrible silencio. Se recitan textos de los salmos y de las escrituras y los Evangelios y, aunque no se pronuncia el “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” de Jesús en la cruz, estas palabras resuenan continuamente en la cabeza de quien ve la película con un mínimo de conocimiento de los Evangelios. Pero creo que uno de los mensajes escondidos de la película está en el contraste entre la horrible negrura de la película y la belleza de todas y cada una de las secuencias visuales y de la fotografía. Es como si nos estuviese diciendo, la belleza del mundo es la prueba de la bondad del creador. Las niñas son siempre presentadas alegres y llenas de vida, también como si dijese, “quien no se hace como un niño, no entrará en el reino de los cielos”. Hay una escena que a mí me llamó la atención por un detalle que puede parecer nimio o fortuito, pero que creo que no es ni lo uno ni lo otro. En un momento en el que Frika y su hermana están luchando para arar la tierra, Frika se desmorona y llora desconsoladamente. Su hermana, con las manos llenas de barro, toma su cabeza entre sus manos y la acaricia con ternura, pero con las manos llenas de barro. El detalle es que el pelo de Frika no se mancha de barro por las caricias de su hermana. ¿Un guiño a su rectitud, coraje y, sobre todo, pureza? ¡Seguro! También hay algún que otro detalle aislado de actitudes de amor y compasión en medio del odio y la envidia. Una pobre mujer que ayuda a Frika cuando la rueda del carro, lleno de hortalizas, se rompe y ella sola es incapaz de arreglarlo, un molinero que le da más harina molida de la que podría sacarse del trigo que ella le ha llevado. Pequeños detalles que brillan como un diamante en medio de la miseria humana. El molinero, cuando llega a la aldea la noticia de la muerte de Franz, va a la iglesia y toca a muerto las campanas. La gente del pueblo, que está haciendo sus labores en el campo, cesa en sus trabajos, mira a la torre de la iglesia y se queda pensativa, cruzándose miradas culpables entre ellos. como reflexionando sobre su cobardía. Incluso un soldado alemán de la guarnición del pueblo se queda en actitud de culpa y, tal vez, de arrepentimiento. Puede ser una referencia a la actitud del legionario que atravesó con su lanza el costado de Cristo. Al menos, el sacrificio de Franz no fue del todo ignorado por todos.

La película acaba con una reflexión en off del pensamiento de Frika en la que expresa su convencimiento en que hay respuesta, que un día la conoceremos y la comprenderemos y nos daremos cuenta de por qué tuvo que pasar así. Y, mientras piensa esto, se ve como la gente se va congregando desde el campo hacia la torre de la iglesia. Es cierto que, como en otras escenas de la película, ésta parece que es más simbólica que real. A menudo, ante las pocas desgracias inexplicables que me han pasado en la vida, pienso que en este mundo estamos viendo un tapiz por el revés. Hay hebras de lana que van de un lado al otro, cruzándose, sin ningún sentido. Parece la obra de un idiota. Parece hacer ciertas las palabras que Shakespeare pone en boca de Macbeth en su tragedia del mismo nombre: “La vida es un cuento sin sentido contado con gran aparato por un idiota”. Pero el día que, al fin, veamos a Dios cara a cara, el tapiz nos será mostrado por su lado correcto. Entonces veremos la maravillosa escena bucólica que nos presenta y nos quedaremos sin aliento ante la contemplación de tanta belleza, y diremos estupefactos, presas de un asombro impensable: ‘¡Ah! Mira, ¡tenía que ser así!’ Quizá esta sea la clave de la lenta belleza que se desprende de cada plano de la película.

De la misma manera que no he podido evitar enmarcar la película en la cronología de los hechos, tampoco puedo evitar expresar algunas de mis impresiones. Por supuesto, la primera, mi absoluto convencimiento de que yo, en una situación así, no habría sido capaz ni siquiera de votar NO en el referéndum y, tal vez, aunque de esto esté menos convencido, de que también hubiese caído en la tentación de proyectar mi cobardía sobre el héroe.

En segundo lugar, mi creencia, sin demasiado convencimiento, de que el deber cristiano no obliga a actuar así. Es cierto que está el caso de Tomás Moro, martirizado por Enrique VIII, dejando también desamparadas a su mujer y sus hijas. Pero creo que es distinto. Creo que en el caso de Tomás Moro, como del Obispo Juan Fisher, lo que estaba en juego era la aceptación de la usurpación de Enrique VIII de la primacía de la Iglesia de Inglaterra, aunque la excusa fuese su matrimonio con Ana Bolena. Aquí no había un dilema moral semejante. Es difícil saber qué hubiese hecho Tomás Moro o Juan Fisher si “sólo” se hubiese tratado de no refrendar una conducta perversa de Enrique VIII, por perversa que fuese. Pero me atrevo a aventurarme –que Dios perdone mi osadía– a pensar que no se hubiese planteado el enfrentamiento.

Pero, sobre todo, mientras casi me estaba convenciendo, llevado por el razonamiento del abogado defensor y del presidente del tribunal militar, de la inutilidad de el sacrifico oculto de Franz, me sobrevinieron, como en un flash dos ideas. La primera que, por muy anónimo que sea, el sacrificio de un ser humano en su lucha contra el mal, en uso de su libertad, tiene un profundísimo sentido de trascendencia. Y no uso la palabra trascendencia en un sentido religioso, aunque sí místico. Trascendencia. Ir más allá. Más allá de la miseria de la vida, más allá de la injusticia, más allá del sinsentido. Inundando, anegando esta miseria en grandeza, esta injusticia en reparación y este sinsentido en sentido. Venciendo el mal en el bien. La segunda idea, que complementaba a esta primera, me vino del recuerdo de la película de “La pasión” de Mel Gibson. En el momento peor de la cruz, poco antes de la muerte de Cristo, justo antes del “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, el demonio susurra al oído de Jesús: “Este sacrificio tuyo va a ser inútil, no va a servir para nada”. Sin embargo, en medio de tanto mal como todavía hay en el mundo, la cruz y el sacrificio de Cristo están triunfando y cambiando el mundo. Mucha gente, cegada por la oscuridad de una visión a la escala de la vida de un hombre, no ve este clarear del día y no se fija en el brillo de la estrella de la mañana. Pero si miramos a la escala de la historia, es imposible no ver la inmensa diferencia entre el terrible y despiadado mundo de la época de Cristo y éste, a pesar, insisto, del mucho mal que todavía hay en él. Pero hay que estar ciego para no ver el avance del bien en una escala histórica. Así, ningún sacrificio es inútil, por muy oculto e ignorado que esté, si está unido a este Sacrificio por antonomasia. Alguna vez he leído, no sé dónde que “al misterio insondable del sufrimiento humano responde el más insondable misterio de la inmolación voluntaria de Cristo, Dios hecho hombre, en la cruz”. Sólo a la luz de este segundo y más poderosos misterio tiene sentido el primero. Y así se desprende de la película. Está, además, la resurrección. En una escena, de esas que no se sabe si es real o simbólica, Franz y su amigo ven pasearse por el patio de la prisión al verdugo de la guillotina, vestido con un frack negro raído, mirando quiénes pueden ser los siguientes. Su amigo le cuenta cómo no hay que tener miedo a ese hombre. Cómo cuando cae la guillotina y la cabeza del ajusticiado sale volando por los aires, ésta parece rejuvenecer y, en un esfuerzo espasmódico, los brazos envejecidos del reo se alzan, atrapan la cabeza, la ponen otra vez sobre sus hombros y, tras erguirse de nuevo, el muerto recobra su energía, rejuvenece inmediatamente, al tiempo que todo el entorno se transforma y pasa de sombrío a luminoso. No se presentan imágenes de esto, son sólo las palabras del amigo en el sórdido patio de la prisión. Pero no pueden dejar de traer a la memoria el eco de las palabras de san Pablo: “El último enemigo a destruir será la muerte. […] Y cuando este ser corruptible se vista de incorruptibilidad y este ser mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que dice la escritura: ‘¡La muerte ha sido vencida! ¿Dónde está, muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?’”.

Y, gracias a estos dos flashes que me sobrevinieron en la película, salí de ella, reconfortado y lleno de esperanza. “No tengáis miedo –nos dice Jesús– yo he vencido al mundo”. “No tengáis miedo –me atrevo a parafrasear yo– yo estoy venciendo al mundo. Y lo estoy haciendo a través de ti, a través de tus sacrificios, grandes o pequeños”. Porque sacrificio viene etimológicamente de “hacer sagrado”. Cada hombre, con sus pequeños sacrificios, sin necesidad de que sean heroicos, está haciendo sagrado al mundo. Misteriosamente, Dios elije a algunos seres humanos para que su sacrificio sea más parecido al suyo y, en medio de su aparente terrible silencio, les da una fuerza sobrenatural para soportarlo. Nadie lo podría soportar sin esa fuerza. A todos nos vencería la cobardía. Pero el sacrificio pequeño de cada hombre, a la medida de lo que el misterioso designio de Dios le pone delante, es también infinitamente valioso. Y este es el SENTIDO. Nada es inútil, nada se pierde. Ningún material es desechable en la construcción de este mundo sagrado que estamos edificando.

Amén.

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