Hace
ya bastantes años me impresionó mucho la lectura del famoso libro de C. S.
Lewis, “Screwtape letters” (Cartas del diablo a su sobrino), editado en 1942 en
el diario Manchester Guardian. Son cartas en las que un demonio “viejo” y con
el colmillo retorcido, por nombre Screwtape, aconseja a otro demonio “joven” e
inexperto, llamado Wormwood (madera de gusano), sobre cómo llevar a la
perdición a la estirpe humana. Recuerdo uno de los pasajes de una de esas
cartas en la que Wormwood le cuenta con gran orgullo al astuto Screwtape cómo
ha sembrado en la mente de su “cliente” –así llaman los demonios a los seres
humanos a los que tientan– la duda sobre la existencia de Dios. En su
respuesta, el viejo demonio, furioso, recrimina al novato su torpeza diciéndole
más o menos lo siguiente: “Ha sido un gran error. El Enemigo –así es
cómo los diablos llaman a Dios– ha puesto en la mente de estos gusanos la
capacidad de llegar a la verdad si piensan lo suficiente. Así pues, lo que
debemos hacer es evitar que nuestros clientes piensen en el Enemigo, ni siquiera
para negar su existencia. Porque, si lo hacen, es muy posible que lleguen a saber
que de verdad existe. Cuando empiecen a pensar en el Enemigo, incluso para
negar su existencia, lo que tienes que hacer es que suban el volumen de la
radio para que dejen de pensar”. Los
artículos fueron un enorme éxito editorial, pero su escritura dejó a Lewis completamente
exhausto mental y espiritualmente y tuvo que terminar el epistolario demoníaco
en el culmen de su éxito editorial. Por supuesto, se alzaron muchas voces
pidiéndole a Lewis que siguiese escribiendo las cartas. Pero Lewis se negó. Sin
embargo, años más tarde, en 1959, escribió otra historia de Screwtape con el
título “Screwtape proposes a toast” (El diablo propone un brindis). Yo
desconocía la existencia de este relato posterior. En él, el viejo demonio no
se dirige a su pupilo Wormwood, sino que pronuncia la conferencia de graduación
de la “Escuela de Tentadores”, donde se forman los demonios antes de empezar su
carrera profesional. Tiene la estructura que podría tener una lección magistral
dada por un viejo empresario de éxito a los alumnos que se están graduando en
una escuela de negocios. Antes de seguir adelante, no puedo hacer nada mejor
que citar un extracto, lo más breve que he sido capaz, de su alocución que,
realmente, no tiene desperdicio y, sobre todo, es de una actualidad asombrosa.
Digo “lo más breve que he sido capaz”, porque me ha costado muchísimo descartar
cada uno de los párrafos que he dejado fuera. Pero he querido mantener la
literalidad de lo que he dejado. Las palabras o expresiones que en lo que viene
a continuación están en negrita o en cursiva o entre comillas, están así en el
texto original, no son añadidos míos. Únicamente me he permitido una
pequeñísima coletilla que he dejado señalada y una nota a pie de página sobre
la traducción servil de una frase hecha. Después de la cita haré algunos breves
comentarios adicionales.
Primero
Screwtape explica a los graduandos la estrategia magna de perdición actuando a
través de pensadores que han acabado extraviando a grandes masas. Sólo cita a
dos. Yo añadiría a unos cuantos más, pero no voy a hacerlo. Les dice:
“Oculto en el corazón de la lucha por
la libertad, había también un profundo odio a la libertad personal. Un hombre
estimable, Rousseau, fue el primero en ponerlo de manifiesto. Es su democracia
perfecta sólo está permitida, como recordarán, la religión del Estado, se
restaura la esclavitud y al individuo se le dice que quiere realmente (aunque
no lo sepa) todo lo que el Gobierno le dice que haga. Desde el punto de partida
vía Hegel, otro imprescindible propagandista de nuestra causa, urdimos
fácilmente el estado nazi y comunista”.
Pero
pronto les dice que su tarea, aunque apoyada en lo sembrado por estos hombres,
es más limitada, dada su inexperiencia.
“Ese fue nuestro contraataque en un
determinado nivel. A ustedes, que son meros principiantes, no se les confiarán
trabajos de este tipo. Se les destinará a tentadores de personas particulares.
Nuestro ataque adopta contra ellas, o a través de ellas, una forma diferente.
La palabra con la que deben tenerlos
agarrados por las narices es democracia. […]
Deben utilizar la palabra puramente como
un conjuro, o, si prefieren, por su poder de venta exclusivamente. Es un nombre
que veneran y está conectado, por supuesto, con el ideal político de que todos
los hombres deben ser tratados de forma igualitaria. Después deberán hacer una
sigilosa transición en sus mentes, desde ese ideal político a la creencia
efectiva de que todos los hombres son iguales […] Pueden usar la palabra
democracia, pues, para sancionar en su pensamiento el más vil […] de
todos los sentimientos humanos. No les será difícil conseguir que adopten, sin
vergüenza y con una sensación agradable de autoaprobación, una conducta que
sería ridiculizada universalmente si no estuviera protegida por la palabra
mágica.
El sentimiento al que me refiero es,
naturalmente, aquél que induce a un hombre a decir soy tan bueno como tú.
La primera y más evidente ventaja de este sentimiento es inducirle a entronizar
en el centro de su vida una útil, sólida y clamorosa falsedad. […] Fuera del
campo estrictamente político, la declaración de igualdad es hecha
exclusivamente por quienes se consideran así mismos inferiores de algún modo.
[…] Precisamente por eso se agravia. Por lo mismo siente resentimiento ante
cualquier género de superioridad de los demás, la desacredita y desea su
aniquilación. Sospecha, incluso, que las meras diferencias son exigencias de
superioridad. […] “Alguien habla español más clara y eufónicamente que yo. Debe
tratarse de una afectación vil, altanera y cursi. Este tipo dice que no le
gustan los perritos calientes. Sin duda se cree demasiado bueno para comerlos. Un
hombre no ha puesto el tocadiscos. Debe ser uno de esos intelectuales, y lo
hace para presumir. Si fueran tipos como deben ser, serían como yo. Es
antidemocrático”.
Este útil fenómeno no es nuevo en modo
alguno. Los humanos lo han conocido desde hace siglos con el nombre de envidia.
Mas hasta ahora, lo habían considerado siempre el más odioso y ridículo de los
vicios. Quienes eran conscientes de sentirla, lo hacían con vergüenza. Quienes
no lo eran, la detestaban en los demás. La deliciosa novedad de la situación
actual consiste en la posibilidad de sancionarla, convertirla en actitud
respetable –e incluso encomiable– merced al uso hipnotizador de la palabra democrático.
[…] Bajo el mismo influjo, quienes se
aproximan –o podrían aproximarse– a una humanidad plena retroceden ante ella
por el temor a ser antidemocráticos. […] Personas que desearían realmente ser
honestas, castas o templadas […] lo rehúsan. Aceptarlo podría hacerles
diferentes, ofender el estilo de vida, excluirlos de la solidaridad, dificultar
su integración con el grupo. Podrían –¡horror de los horrores!– convertirse en
individuos.
[…]
[…] Quiero que fijen su atención en el
vasto movimiento general hacia el descrédito y, en última instancia, la
eliminación de cualquier género de excelencia humana: moral, cultural, social,
intelectual.
[…]
[…] el espíritu expresado nen la
fórmula “soy tan bueno como tú” se ha convertido ya en algo más que una
influencia de índole generalmente social. Comienza a abrirse paso en el sistema
educativo. […] El principio básico de la nueva educación ha de ser evitar que
los zopencos y gandules se sientan inferiores a los alumnos inteligentes y
trabajadores. Eso sería “antidemocrático”. Las diferencias entre alumnos se
deben disimular, pues son obvia y claramente diferencias individuales. Conviene
hacerlo en los diferentes niveles educativos. En las universidades los exámenes
se deben plantear de modo que la mayoría de los estudiantes consiga buenas
notas. Los exámenes de admisión deben ser organizados de manera que casi todos
los ciudadanos puedan ir a la universidad, tanto si tienen posibilidades (o
ganas) de beneficiarse de la educación superior como si no. En las escuelas los
niños torpes o perezosos para aprender lenguas, matemáticas o ciencias
elementales pueden dedicarse a hacer cosas que los niños acostumbran a realizar
en sus ratos libres. Dejémosles que hagan pasteles de barro, por ejemplo, y
llamémosle modelar. En ningún momento debe haber, no obstante, el menor indicio
de que son inferiores a los niños que están trabajando. Sea cual sea la
tontería que los tenga ocupados, debe gozar –creo que en español ya se usa la
expresión– de “paridad de estima”. No es imposible urdir un plan aún más
drástico. Los niños capacitados para pasar a la clase superior pueden ser
retenidos artificialmente en la inferior, pues de no hacerlo, los demás podrían
sufrir un trauma –¡qué utilísima palabra, por Belcebú!– al quedar
rezagados. Así pues, el alumno brillante permanece democráticamente encadenado a
su grupo de edad durante todo el período escolar. Un chico capaz de acometer la
lectura de Esquilo o Dante permanece sentado escuchando los intentos de sus
coetáneos de deletrear EL GATO SENTADO EN EL FELPUDO[1].
En resumen, podemos esperar
razonablemente la abolición virtual de la educación cuando el lema soy tan
bueno como tú se haya impuesto definitivamente. Los incentivos para
aprender y los castigos por no hacerlo desaparecerán. A la minoría que pudiera
desear aprender se le impedirá hacerlo. ¿Quiénes son ellos para descollar entre
sus compañeros? De cualquier modo los profesores –¿debería decir acaso
niñeras?– estarán muy ocupados alentando a los zopencos y dándoles palmaditas
en la espalda para no perder el tiempo en la verdadera enseñanza (que ellos tampoco
habrán recibido)[2].
[…]
Nada de esto sucederá, por supuesto, a
menos que toda la educación llegue a ser estatal. Pero todo llegará. Es parte
del mismo movimiento. Impuestos durísimos ideados con ese propósito, […] Como
observaba no hace mucho un político inglés: “La democracia no quiere grandes
hombres”.
En el infierno veríamos con gusto la
desaparición de la democracia en el sentido estricto de esa palabra: el sistema
político llamado de ese modo. Como todas las formas de gobierno, la democracia
trabaja a menudo en beneficio nuestro. Pero, por lo general, con menos
frecuencia que las demás. Debemos tener en cuenta que “democracia” en sentido
diabólico (soy tan bueno como tú, ser como todo el mundo, solidaridad)
es el más refinado instrumento de que podríamos disponer para extirpar las
democracias políticas de la faz de la Tierra.
La razón está en que la “democracia” o
el “espíritu democrático” (en sentido diabólico) da lugar a una nación sin
grandes hombres, integrada básicamente por iletrados, fláccida moralmente por
falta de disciplina entre los jóvenes, llena de la petulancia que la adulación
engendra en la ignorancia y blanda por los mimos recibidos durante toda la
vida. […].
[…]
Nuestra función consiste en alentar la
conducta, las costumbres, la actitud intelectual general de la que gozan y
disfrutan las democracias, pues esas cosas son verdaderamente las que la destruirán
si no les ponemos freno. Seguramente se admirarán de que los propios humanos no
se den cuanta de ello. […]
Pero no quisiera acabar en este tono.
No desearía fomentar en sus mentes –¡no lo permita el infierno!– el engaño que
ustedes deben promover cuidadosamente en las de sus víctimas humanas. Me
refiero a la ilusoria idea de que el destino de las naciones es en sí mismo
más importante que el de las almas individuales. El derrocamiento de los
pueblos libres y la multiplicación de los estados esclavizados son solamente
medios para nosotros (además, por supuesto, de ser divertido). El verdadero fin
es la destrucción de los individuos. Sólo los individuos se pueden salvar o
condenar, llegar a ser hijos del Enemigo o alimento nuestro. Para nosotros el
valor último de las revoluciones, las guerras o el hambre consiste en la angustia,
la traición, odio, rabia y desesperación individuales que puedan originar. Soy
tan bueno como tu es un medio útil para la destrucción de las sociedades
democráticas. Sin embargo, tiene un valor mucho más profundo como fin en sí
mismo, como estado de ánimo que, al excluir necesariamente la humildad, la
caridad, la satisfacción y los placeres de la gratitud o la admiración, aparta
al individuo de la senda que podría conducirlo fácilmente al cielo”.
Este
texto me parece de una clarividencia increíble y, más de sesenta años más
tarde, lo que en él se dice se está cumpliendo con una precisión escalofriante.
Se ha conseguido, además, una cosa; que mucha gente se sienta orgullosa de su
ignorancia y desprecie el saber. No me atrevo a hablar de otros países, pero en
España el sistema educativo está exactamente ahí y, como consecuencia, somos un
país desarmado intelectualmente, con una carencia absoluta de sustrato crítico y
pasto de un buenismo de proporciones alarmantes. No quiero entrar en la
discusión de si efectivamente, como afirma Lewis, esto es obra de una
estrategia demoníaca. Desde luego, creo en la existencia del diablo y creo que
Lewis tiene razón, pero no discutiré ni un segundo con quien no crea eso y
piense que ese fenómeno tiene causas única y exclusivamente humanas. También
creo que el diablo, como Dios, actúa por causas segundas, generalmente humanas.
Pero, sea como fuere, creo que, desde 1956 se han inventado nuevas palabras-conjuro
que, sin posibilidad de ser sometidas a la criba de la crítica social, están tomando
un carácter social que hace que personas que sí tienen un gran sentido crítico,
se traguen también el anzuelo. Y así, las inspire quien las inspire, están
llevando a cabo una labor destructiva terrible. Citaré sólo tres de estas
palabras-conjuro: los sustantivos “tolerancia”, “desigualdad” y el adjetivo
calificativo “digno”.
Tolerancia
ha llegado a significar que todas las opiniones, conductas, actitudes o
comportamientos tienen el mismo valor. Si uno dice que una conducta es mala o
que una opinión es errónea, aunque apoye estas afirmaciones con argumentos
sólidos, será inmediatamente descalificado como dogmático, intransigente,
insolidario y, con un poco de suerte, de fascista. Por supuesto, los argumentos
que se puedan dar, no solamente no serán discutidos de forma racional –¿con qué
criterios se haría cuando éstos brillan por su ausencia?–, sino que no serán ni
siquiera escuchados. El tolerante se vuelve inmediatamente intolerante con todo
aquel que crea que no todo vale lo mismo. Pero la tolerancia mal entendida
tiene un fondo de indiferencia. “Piensa o haz lo que quieras porque, en el
fondo, no me importas nada”. Exactamente lo contrario de la caridad que diría:
“Porque me importas, porque te quiero, te digo que creo que eso está mal y, sin
juzgarte a ti como persona, intento que mejores esa actitud o conducta que creo
que es perjudicial para ti”.
Desigualdad.
No estoy hablando, por supuesto de la desigualdad de oportunidades, algo contra
lo que toda sociedad sana debe luchar sin descanso. Me refiero a la desigualdad
de resultados, con independencia de lo que se hayan aprovechado o tirado a la
basura las oportunidades. Hay que igualar. Y como, por supuesto, no es
imposible igualar por arriba, hay que igualar por abajo. El que ha
desaprovechado –o ni siquiera ha intentado aprovechar– sus talentos y sus
oportunidades, tiene que igualarse con el que se ha esforzado por sacar el
máximo jugo a las mismas. Esta idea de desigualdad ha adulterado la idea de la
lucha contra la pobreza, algo doloroso y que debe ser erradicado, transformándola
en la lucha contra la desigualdad de resultados. Así, se elaboran índices de la
llamada pobreza relativa que califica de pobres a los que tienen una renta
menor de un 60% de la media. Luego, por supuesto, se elimina la palabra
“relativa” y se dice, por ejemplo, que la tercera parte de la población de
España vive en la pobreza. Naturalmente, hay que hacer algo para acabar con esa
“pobreza”. ¿Qué? Por supuesto, subsidiar. Una amiga mía, directora de una
entidad dedicada a las microfinanzas en la lucha contra la pobreza en
Hispanoamérica me dijo una frase que tengo grabada a fuego: “El subsidio
genera dependencia, la dependencia genera resentimiento, el resentimiento
genera odio y el odio genera violencia”. Otra vez, la envidia disfrazada de
justicia ante la credulidad generalizada.
Esto
de la desigualdad lleva al adjetivo “digno”. Todo el mundo tiene derecho a un
trabajo “digno” o a una vivienda “digna”. Qué sea digno es algo que no se sabe,
pero que está abierto a todo tipo de demagogia. Hace años, en el campus de la
Universidad Complutense en Somosaguas, en una pared del edificio de la Facultad
de Ciencias Políticas –en la que eran profesores Pablo Iglesias, Juan Carlos
Monedero e Íñigo Errejón y en cuya capilla entró desnuda de medio cuerpo para
arriba Rita Maestre gritando ¡arderéis como en el 36!– se podía leer, escrito en
letras rojas enormes: “¡Curro digno, YA!”. Cuando lo leí, procuré imaginar
quién podía haber escrito eso, cuáles eran sus méritos para tener un curro
digno y qué consideraba digno. Dejo a quien lea estas líneas que haga sus
propias conjeturas. Pero, claro, esos derechos los tiene que pagar alguien.
¿Quién? Naturalmente el estado Leviatán. ¿Y de dónde va a sacar el dinero el
estado? Por supuesto, de los ricos, sean éstos quienes sean.
Pero
lo mismo que se han creado palabras-conjuro intrínsecamente buenas, se han
creado otras intrínsecamente malas. No hablaré de la palabra fascista,
demasiado burda. Quizá la más perversa, por astuta, sea la palabra
“capitalismo”. Y así, se terminan de subvertir todos los conceptos. Resulta que
el sistema que ha sacado a una buena parte de la humanidad de la miseria
generalizada que hace tan sólo unos siglos era la norma, y que está sacando
poco a poco al resto de la humanidad, resulta, que ese sistema es el malo. Y
que los que crean esa riqueza son los ricos perversos a los que hay que
esquilmar. Porque son ellos los culpables de la pobreza. El mundo es un juego
suma cero, en el que la riqueza ni se crea ni se destruye, sólo de distribuye.
Y esos ricos perversos, lo son a costa de la pobreza de los pobres. Y esto se
oye sin provocar la risa y sin que los que las dicen sean descalificados por
estupidez, en universidades, púlpitos, tertulias, periódicos y demás estamentos
sociales.
He
ahí unos brindis más de Screwtape. No cabe duda que él y sus graduandos están
teniendo un éxito inmenso y, sin duda están consiguiendo su objetivo. Oigamos
el final del brindis de Screwtape: “Para nosotros el
valor último de las revoluciones, las guerras o el hambre consiste en la
angustia, la traición, odio, rabia y desesperación individuales que puedan
originar”.
Así, Screwtape y sus secuaces, nos atornillan a todos. Conviene saber cual es
el sentido que tiene en el inglés coloquial “to screw someone”. Pues
eso.
[1] Traducción servil de la expresión
“THE CAT SAT ON THE MAT”. Podría haberse traducido como “TRES TRISTES TIGRES EN
EL TRIGAL” u otra expresión por el estilo.
[2] El paréntesis es mío.