26 de junio de 2020

Los brindis del diablo


Hace ya bastantes años me impresionó mucho la lectura del famoso libro de C. S. Lewis, “Screwtape letters” (Cartas del diablo a su sobrino), editado en 1942 en el diario Manchester Guardian. Son cartas en las que un demonio “viejo” y con el colmillo retorcido, por nombre Screwtape, aconseja a otro demonio “joven” e inexperto, llamado Wormwood (madera de gusano), sobre cómo llevar a la perdición a la estirpe humana. Recuerdo uno de los pasajes de una de esas cartas en la que Wormwood le cuenta con gran orgullo al astuto Screwtape cómo ha sembrado en la mente de su “cliente” –así llaman los demonios a los seres humanos a los que tientan– la duda sobre la existencia de Dios. En su respuesta, el viejo demonio, furioso, recrimina al novato su torpeza diciéndole más o menos lo siguiente: “Ha sido un gran error. El Enemigo –así es cómo los diablos llaman a Dios– ha puesto en la mente de estos gusanos la capacidad de llegar a la verdad si piensan lo suficiente. Así pues, lo que debemos hacer es evitar que nuestros clientes piensen en el Enemigo, ni siquiera para negar su existencia. Porque, si lo hacen, es muy posible que lleguen a saber que de verdad existe. Cuando empiecen a pensar en el Enemigo, incluso para negar su existencia, lo que tienes que hacer es que suban el volumen de la radio para que dejen de pensar”.  Los artículos fueron un enorme éxito editorial, pero su escritura dejó a Lewis completamente exhausto mental y espiritualmente y tuvo que terminar el epistolario demoníaco en el culmen de su éxito editorial. Por supuesto, se alzaron muchas voces pidiéndole a Lewis que siguiese escribiendo las cartas. Pero Lewis se negó. Sin embargo, años más tarde, en 1959, escribió otra historia de Screwtape con el título “Screwtape proposes a toast” (El diablo propone un brindis). Yo desconocía la existencia de este relato posterior. En él, el viejo demonio no se dirige a su pupilo Wormwood, sino que pronuncia la conferencia de graduación de la “Escuela de Tentadores”, donde se forman los demonios antes de empezar su carrera profesional. Tiene la estructura que podría tener una lección magistral dada por un viejo empresario de éxito a los alumnos que se están graduando en una escuela de negocios. Antes de seguir adelante, no puedo hacer nada mejor que citar un extracto, lo más breve que he sido capaz, de su alocución que, realmente, no tiene desperdicio y, sobre todo, es de una actualidad asombrosa. Digo “lo más breve que he sido capaz”, porque me ha costado muchísimo descartar cada uno de los párrafos que he dejado fuera. Pero he querido mantener la literalidad de lo que he dejado. Las palabras o expresiones que en lo que viene a continuación están en negrita o en cursiva o entre comillas, están así en el texto original, no son añadidos míos. Únicamente me he permitido una pequeñísima coletilla que he dejado señalada y una nota a pie de página sobre la traducción servil de una frase hecha. Después de la cita haré algunos breves comentarios adicionales.

Primero Screwtape explica a los graduandos la estrategia magna de perdición actuando a través de pensadores que han acabado extraviando a grandes masas. Sólo cita a dos. Yo añadiría a unos cuantos más, pero no voy a hacerlo. Les dice:

“Oculto en el corazón de la lucha por la libertad, había también un profundo odio a la libertad personal. Un hombre estimable, Rousseau, fue el primero en ponerlo de manifiesto. Es su democracia perfecta sólo está permitida, como recordarán, la religión del Estado, se restaura la esclavitud y al individuo se le dice que quiere realmente (aunque no lo sepa) todo lo que el Gobierno le dice que haga. Desde el punto de partida vía Hegel, otro imprescindible propagandista de nuestra causa, urdimos fácilmente el estado nazi y comunista”.

Pero pronto les dice que su tarea, aunque apoyada en lo sembrado por estos hombres, es más limitada, dada su inexperiencia.

“Ese fue nuestro contraataque en un determinado nivel. A ustedes, que son meros principiantes, no se les confiarán trabajos de este tipo. Se les destinará a tentadores de personas particulares. Nuestro ataque adopta contra ellas, o a través de ellas, una forma diferente.

La palabra con la que deben tenerlos agarrados por las narices es democracia. […]

Deben utilizar la palabra puramente como un conjuro, o, si prefieren, por su poder de venta exclusivamente. Es un nombre que veneran y está conectado, por supuesto, con el ideal político de que todos los hombres deben ser tratados de forma igualitaria. Después deberán hacer una sigilosa transición en sus mentes, desde ese ideal político a la creencia efectiva de que todos los hombres son iguales […] Pueden usar la palabra democracia, pues, para sancionar en su pensamiento el más vil […] de todos los sentimientos humanos. No les será difícil conseguir que adopten, sin vergüenza y con una sensación agradable de autoaprobación, una conducta que sería ridiculizada universalmente si no estuviera protegida por la palabra mágica.

El sentimiento al que me refiero es, naturalmente, aquél que induce a un hombre a decir soy tan bueno como tú. La primera y más evidente ventaja de este sentimiento es inducirle a entronizar en el centro de su vida una útil, sólida y clamorosa falsedad. […] Fuera del campo estrictamente político, la declaración de igualdad es hecha exclusivamente por quienes se consideran así mismos inferiores de algún modo. […] Precisamente por eso se agravia. Por lo mismo siente resentimiento ante cualquier género de superioridad de los demás, la desacredita y desea su aniquilación. Sospecha, incluso, que las meras diferencias son exigencias de superioridad. […] “Alguien habla español más clara y eufónicamente que yo. Debe tratarse de una afectación vil, altanera y cursi. Este tipo dice que no le gustan los perritos calientes. Sin duda se cree demasiado bueno para comerlos. Un hombre no ha puesto el tocadiscos. Debe ser uno de esos intelectuales, y lo hace para presumir. Si fueran tipos como deben ser, serían como yo. Es antidemocrático”.

Este útil fenómeno no es nuevo en modo alguno. Los humanos lo han conocido desde hace siglos con el nombre de envidia. Mas hasta ahora, lo habían considerado siempre el más odioso y ridículo de los vicios. Quienes eran conscientes de sentirla, lo hacían con vergüenza. Quienes no lo eran, la detestaban en los demás. La deliciosa novedad de la situación actual consiste en la posibilidad de sancionarla, convertirla en actitud respetable –e incluso encomiable– merced al uso hipnotizador de la palabra democrático.

[…] Bajo el mismo influjo, quienes se aproximan –o podrían aproximarse– a una humanidad plena retroceden ante ella por el temor a ser antidemocráticos. […] Personas que desearían realmente ser honestas, castas o templadas […] lo rehúsan. Aceptarlo podría hacerles diferentes, ofender el estilo de vida, excluirlos de la solidaridad, dificultar su integración con el grupo. Podrían –¡horror de los horrores!– convertirse en individuos.

[…]

[…] Quiero que fijen su atención en el vasto movimiento general hacia el descrédito y, en última instancia, la eliminación de cualquier género de excelencia humana: moral, cultural, social, intelectual.

[…]

[…] el espíritu expresado nen la fórmula “soy tan bueno como tú” se ha convertido ya en algo más que una influencia de índole generalmente social. Comienza a abrirse paso en el sistema educativo. […] El principio básico de la nueva educación ha de ser evitar que los zopencos y gandules se sientan inferiores a los alumnos inteligentes y trabajadores. Eso sería “antidemocrático”. Las diferencias entre alumnos se deben disimular, pues son obvia y claramente diferencias individuales. Conviene hacerlo en los diferentes niveles educativos. En las universidades los exámenes se deben plantear de modo que la mayoría de los estudiantes consiga buenas notas. Los exámenes de admisión deben ser organizados de manera que casi todos los ciudadanos puedan ir a la universidad, tanto si tienen posibilidades (o ganas) de beneficiarse de la educación superior como si no. En las escuelas los niños torpes o perezosos para aprender lenguas, matemáticas o ciencias elementales pueden dedicarse a hacer cosas que los niños acostumbran a realizar en sus ratos libres. Dejémosles que hagan pasteles de barro, por ejemplo, y llamémosle modelar. En ningún momento debe haber, no obstante, el menor indicio de que son inferiores a los niños que están trabajando. Sea cual sea la tontería que los tenga ocupados, debe gozar –creo que en español ya se usa la expresión– de “paridad de estima”. No es imposible urdir un plan aún más drástico. Los niños capacitados para pasar a la clase superior pueden ser retenidos artificialmente en la inferior, pues de no hacerlo, los demás podrían sufrir un trauma –¡qué utilísima palabra, por Belcebú!– al quedar rezagados. Así pues, el alumno brillante permanece democráticamente encadenado a su grupo de edad durante todo el período escolar. Un chico capaz de acometer la lectura de Esquilo o Dante permanece sentado escuchando los intentos de sus coetáneos de deletrear EL GATO SENTADO EN EL FELPUDO[1].

En resumen, podemos esperar razonablemente la abolición virtual de la educación cuando el lema soy tan bueno como tú se haya impuesto definitivamente. Los incentivos para aprender y los castigos por no hacerlo desaparecerán. A la minoría que pudiera desear aprender se le impedirá hacerlo. ¿Quiénes son ellos para descollar entre sus compañeros? De cualquier modo los profesores –¿debería decir acaso niñeras?– estarán muy ocupados alentando a los zopencos y dándoles palmaditas en la espalda para no perder el tiempo en la verdadera enseñanza (que ellos tampoco habrán recibido)[2]. […]

Nada de esto sucederá, por supuesto, a menos que toda la educación llegue a ser estatal. Pero todo llegará. Es parte del mismo movimiento. Impuestos durísimos ideados con ese propósito, […] Como observaba no hace mucho un político inglés: “La democracia no quiere grandes hombres”.

En el infierno veríamos con gusto la desaparición de la democracia en el sentido estricto de esa palabra: el sistema político llamado de ese modo. Como todas las formas de gobierno, la democracia trabaja a menudo en beneficio nuestro. Pero, por lo general, con menos frecuencia que las demás. Debemos tener en cuenta que “democracia” en sentido diabólico (soy tan bueno como tú, ser como todo el mundo, solidaridad) es el más refinado instrumento de que podríamos disponer para extirpar las democracias políticas de la faz de la Tierra.

La razón está en que la “democracia” o el “espíritu democrático” (en sentido diabólico) da lugar a una nación sin grandes hombres, integrada básicamente por iletrados, fláccida moralmente por falta de disciplina entre los jóvenes, llena de la petulancia que la adulación engendra en la ignorancia y blanda por los mimos recibidos durante toda la vida. […].

[…]

Nuestra función consiste en alentar la conducta, las costumbres, la actitud intelectual general de la que gozan y disfrutan las democracias, pues esas cosas son verdaderamente las que la destruirán si no les ponemos freno. Seguramente se admirarán de que los propios humanos no se den cuanta de ello. […]

Pero no quisiera acabar en este tono. No desearía fomentar en sus mentes –¡no lo permita el infierno!– el engaño que ustedes deben promover cuidadosamente en las de sus víctimas humanas. Me refiero a la ilusoria idea de que el destino de las naciones es en sí mismo más importante que el de las almas individuales. El derrocamiento de los pueblos libres y la multiplicación de los estados esclavizados son solamente medios para nosotros (además, por supuesto, de ser divertido). El verdadero fin es la destrucción de los individuos. Sólo los individuos se pueden salvar o condenar, llegar a ser hijos del Enemigo o alimento nuestro. Para nosotros el valor último de las revoluciones, las guerras o el hambre consiste en la angustia, la traición, odio, rabia y desesperación individuales que puedan originar. Soy tan bueno como tu es un medio útil para la destrucción de las sociedades democráticas. Sin embargo, tiene un valor mucho más profundo como fin en sí mismo, como estado de ánimo que, al excluir necesariamente la humildad, la caridad, la satisfacción y los placeres de la gratitud o la admiración, aparta al individuo de la senda que podría conducirlo fácilmente al cielo”.

Este texto me parece de una clarividencia increíble y, más de sesenta años más tarde, lo que en él se dice se está cumpliendo con una precisión escalofriante. Se ha conseguido, además, una cosa; que mucha gente se sienta orgullosa de su ignorancia y desprecie el saber. No me atrevo a hablar de otros países, pero en España el sistema educativo está exactamente ahí y, como consecuencia, somos un país desarmado intelectualmente, con una carencia absoluta de sustrato crítico y pasto de un buenismo de proporciones alarmantes. No quiero entrar en la discusión de si efectivamente, como afirma Lewis, esto es obra de una estrategia demoníaca. Desde luego, creo en la existencia del diablo y creo que Lewis tiene razón, pero no discutiré ni un segundo con quien no crea eso y piense que ese fenómeno tiene causas única y exclusivamente humanas. También creo que el diablo, como Dios, actúa por causas segundas, generalmente humanas. Pero, sea como fuere, creo que, desde 1956 se han inventado nuevas palabras-conjuro que, sin posibilidad de ser sometidas a la criba de la crítica social, están tomando un carácter social que hace que personas que sí tienen un gran sentido crítico, se traguen también el anzuelo. Y así, las inspire quien las inspire, están llevando a cabo una labor destructiva terrible. Citaré sólo tres de estas palabras-conjuro: los sustantivos “tolerancia”, “desigualdad” y el adjetivo calificativo “digno”.

Tolerancia ha llegado a significar que todas las opiniones, conductas, actitudes o comportamientos tienen el mismo valor. Si uno dice que una conducta es mala o que una opinión es errónea, aunque apoye estas afirmaciones con argumentos sólidos, será inmediatamente descalificado como dogmático, intransigente, insolidario y, con un poco de suerte, de fascista. Por supuesto, los argumentos que se puedan dar, no solamente no serán discutidos de forma racional –¿con qué criterios se haría cuando éstos brillan por su ausencia?–, sino que no serán ni siquiera escuchados. El tolerante se vuelve inmediatamente intolerante con todo aquel que crea que no todo vale lo mismo. Pero la tolerancia mal entendida tiene un fondo de indiferencia. “Piensa o haz lo que quieras porque, en el fondo, no me importas nada”. Exactamente lo contrario de la caridad que diría: “Porque me importas, porque te quiero, te digo que creo que eso está mal y, sin juzgarte a ti como persona, intento que mejores esa actitud o conducta que creo que es perjudicial para ti”.

Desigualdad. No estoy hablando, por supuesto de la desigualdad de oportunidades, algo contra lo que toda sociedad sana debe luchar sin descanso. Me refiero a la desigualdad de resultados, con independencia de lo que se hayan aprovechado o tirado a la basura las oportunidades. Hay que igualar. Y como, por supuesto, no es imposible igualar por arriba, hay que igualar por abajo. El que ha desaprovechado –o ni siquiera ha intentado aprovechar– sus talentos y sus oportunidades, tiene que igualarse con el que se ha esforzado por sacar el máximo jugo a las mismas. Esta idea de desigualdad ha adulterado la idea de la lucha contra la pobreza, algo doloroso y que debe ser erradicado, transformándola en la lucha contra la desigualdad de resultados. Así, se elaboran índices de la llamada pobreza relativa que califica de pobres a los que tienen una renta menor de un 60% de la media. Luego, por supuesto, se elimina la palabra “relativa” y se dice, por ejemplo, que la tercera parte de la población de España vive en la pobreza. Naturalmente, hay que hacer algo para acabar con esa “pobreza”. ¿Qué? Por supuesto, subsidiar. Una amiga mía, directora de una entidad dedicada a las microfinanzas en la lucha contra la pobreza en Hispanoamérica me dijo una frase que tengo grabada a fuego: “El subsidio genera dependencia, la dependencia genera resentimiento, el resentimiento genera odio y el odio genera violencia”. Otra vez, la envidia disfrazada de justicia ante la credulidad generalizada.

Esto de la desigualdad lleva al adjetivo “digno”. Todo el mundo tiene derecho a un trabajo “digno” o a una vivienda “digna”. Qué sea digno es algo que no se sabe, pero que está abierto a todo tipo de demagogia. Hace años, en el campus de la Universidad Complutense en Somosaguas, en una pared del edificio de la Facultad de Ciencias Políticas –en la que eran profesores Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón y en cuya capilla entró desnuda de medio cuerpo para arriba Rita Maestre gritando ¡arderéis como en el 36!– se podía leer, escrito en letras rojas enormes: “¡Curro digno, YA!”. Cuando lo leí, procuré imaginar quién podía haber escrito eso, cuáles eran sus méritos para tener un curro digno y qué consideraba digno. Dejo a quien lea estas líneas que haga sus propias conjeturas. Pero, claro, esos derechos los tiene que pagar alguien. ¿Quién? Naturalmente el estado Leviatán. ¿Y de dónde va a sacar el dinero el estado? Por supuesto, de los ricos, sean éstos quienes sean.

Pero lo mismo que se han creado palabras-conjuro intrínsecamente buenas, se han creado otras intrínsecamente malas. No hablaré de la palabra fascista, demasiado burda. Quizá la más perversa, por astuta, sea la palabra “capitalismo”. Y así, se terminan de subvertir todos los conceptos. Resulta que el sistema que ha sacado a una buena parte de la humanidad de la miseria generalizada que hace tan sólo unos siglos era la norma, y que está sacando poco a poco al resto de la humanidad, resulta, que ese sistema es el malo. Y que los que crean esa riqueza son los ricos perversos a los que hay que esquilmar. Porque son ellos los culpables de la pobreza. El mundo es un juego suma cero, en el que la riqueza ni se crea ni se destruye, sólo de distribuye. Y esos ricos perversos, lo son a costa de la pobreza de los pobres. Y esto se oye sin provocar la risa y sin que los que las dicen sean descalificados por estupidez, en universidades, púlpitos, tertulias, periódicos y demás estamentos sociales.

He ahí unos brindis más de Screwtape. No cabe duda que él y sus graduandos están teniendo un éxito inmenso y, sin duda están consiguiendo su objetivo. Oigamos el final del brindis de Screwtape: “Para nosotros el valor último de las revoluciones, las guerras o el hambre consiste en la angustia, la traición, odio, rabia y desesperación individuales que puedan originar”. Así, Screwtape y sus secuaces, nos atornillan a todos. Conviene saber cual es el sentido que tiene en el inglés coloquial “to screw someone”. Pues eso.


[1] Traducción servil de la expresión “THE CAT SAT ON THE MAT”. Podría haberse traducido como “TRES TRISTES TIGRES EN EL TRIGAL” u otra expresión por el estilo.
[2] El paréntesis es mío.

18 de junio de 2020

El milagro de la Vida y la muerte


Esta semana no tenía pensado ningún post, porque la pereza había hecho que se me pasase sin sentarme a escribir nada. Pero hoy acaba de nacer mi nieto número 14 y se llama, Tomás Alfaro Mora Figueroa. Es el primero de mis nietos que se llama como yo. Me había hecho a mí mismo un callo emocional que me decía que no me importaba que ninguno se llamase Tomás. Pero cuando ha nacido y sus padres han dicho que se iba a llamar así, me ha dado una gran alegría. Así soy. Tomás Becket, Obispo de Canterbury, mártir bajo Enrique II.

Por algún motivo, me he acordado emocionado de la cantidad de gente que ha muerto en esta pandemia y se me ha hecho patente el milagro de la Vida y la muerte. Vida con mayúscula y muerte con minúscula, porque la Muerte ha sido vencida. El que nos ha librado de ella, ha dicho: "El último enemigo vencido será la muerte. La muerte ha quedado absorbida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?"

Y esta asociación de Vida y muerte, me ha hecho recordar las últimas frases de mi libro “La victoria del sol”, que os copio, pero os recomiendo que leáis el libro:

“- Juan, ¿qué te pasa? Llevas un buen rato pasmado delante del espejo con la boca abierta, los ojos vidriosos y cara de tonto como si te hubiese dado un aire. Si un fotógrafo te saca una foto así, seguro que te quitan el premio Nobel en el último minuto.
- No sé, Ana, el nudo de la pajarita se me resiste. Házmelo tú, anda. –Lo que realmente se me resistía era el nudo que tenía en la garganta.
- Eres un perfecto inútil, ven.

En ese momento tocaron a la puerta de la habitación del hotel. Una barahunda de personas entró como una tromba. Eran mis hijos con todos mis hermanos, sus mujeres o maridos y algunos de sus hijos. Me quité la pajarita, me eché un abrigo por encima del frac y decidí que no iba a recoger el premio Nobel. No resultaría nuevo. Una larga lista de excéntricos escritores o científicos lo había hecho antes. ¿Por qué no lo iba a hacer yo? Salimos todos de la habitación. Tras dudarlo un instante, Ana nos siguió. Un enorme autobús con conductor nos estaba esperando en la puerta del hotel. Diluviaba. Dentro del autobús, como si de un arca de Noé se tratara estaba el resto de los hijos de mis hermanos. Una vez todos dentro zarpamos con rumbo al mejor restaurante de Estocolmo que habían cerrado para nosotros. Tuvimos una cena familiar para más de sesenta personas y tres generaciones. En un momento me sentí como parte de un frondoso árbol que extendía sus ramas protectoras hacia el cielo. Yo era una de esas ramas. Había muchas más, grandes y pequeñas. Y muchas hojas. Hacia abajo, las raíces, enterradas, pero no muertas, sorbían la savia del suelo y la bombeaban hacia arriba. Paralelamente era también tronco de otro árbol, hojas de otros muchos y percibí, fuera del espacio y el tiempo, que sería raíz enterrada de otros. Un entramado inextricable de árboles, de los que yo era en cada uno algo distinto, rama, tronco, hojas o raíz se tejió ante mí. Todos tendían sus ramas hacia la inmortalidad. Entonces sí que noté que ese era el día más feliz de mi vida”.

14 de junio de 2020

Sub spetiae aeternitatis



Hace ya tiempo leí un extracto de una carta escrita el 30 de Abril de 1944, por J.R.R. Tolkien a su hijo Christopher, estando éste movilizado en Sudáfrica durante la II Guerra Mundial. Respondía con ella a otra de su hijo en la que le contaba su desánimo ante los espantosos males de la guerra. Había un párrafo que decía:

“Ningún hombre puede jamás saber lo que está acáeciendo sub spetiae aeternitatis (en el plano de la eternidad)[1]. Todo lo que sabemos, […] es que el mal se afana con amplio poder y perpetuo éxito... en vano: siempre preparando tan sólo el terreno para que el bien brote de él. Así es en general y así es también en nuestras propias vidas... Pero aún hay alguna esperanza de que las cosas mejoren para nosotros, incluso en el plano temporal, por la clemencia de Dios. Y aunque necesitamos todo nuestro coraje y nuestras agallas [...] y toda nuestra fe religiosa para enfrentar el mal que pueda acontecernos [...], aún podemos rezar y tener esperanza. Yo lo hago”.

Guardé la cita y a menudo la recuerdo. ¡Qué cierta me resulta! ¡Qué pequeños somos los seres humanos para entender los planes de Dios! Sólo somos capaces de pensar sub spetiae temporalis. Y aún eso, lo hacemos muy mal. Porque nuestra perspectiva temporal es tan corta de vista que nos impide ver con claridad la finalidad de nuestra acción, de nuestra vida y el punto al que nos dirigimos.

Entonces, ¿debemos resignarnos los seres humanos a ser meros testigos ignorantes e impotentes de lo que pasa o, en el mejor –o peor– de los casos, somos actores que, sub spetiae temporalis, decimos un papel que no sabemos a dónde nos lleva? No, de ninguna manera. Tolkien nos dice que necesitamos todo nuestro coraje y nuestras agallas [...] y toda nuestra fe religiosa para enfrentar el mal que pueda acontecernos [...], aún podemos rezar y tener esperanza. Yo lo hago”. Y nosotros también debemos hacerlo. Las dos cosas. Actuar poniendo en juego todo nuestro coraje y nuestras agallas, pero guiados por la fe y la oración. No sabemos a dónde vamos. Sin embargo, el Creador del mundo, el Señor de la Historia, sí lo sabe. Pero Él casi siempre –por no decir siempre– actúa a través de causas segundas y nosotros, los hombres, la piedra de clave de su Creación, somos sus principales causas segundas. Otra frase, cuyo autor ignoro, decía:

Las abejas creen que su misión en la vida es hacer miel. Están equivocadas, su misión en la vida es polinizar mientras hacen miel”.

Las abejas polinizan sin saberlo, porque ese es el designio último del Creador para ellas. Pero es de notar que las abejas polinizan mientras hacen miel. Si no hiciesen miel, no polinizarían. Y la miel la hacen por instinto, que es su única guía de actuación. Y el instinto no es libre. Es determinista, siempre sumiso al designio del Creador. Nosotros carecemos casi totalmente de instinto o, el que podamos tener, debe estar sujeto a nuestra razón y a nuestra voluntad. Pero somos seres libres y, por lo tanto, cuando creemos hacer miel podemos ser, y a menudo lo somos, indóciles a los planes del Creador. Somos la parte indócil de su Creación. Sin embargo, Él tiene un designio, su más importante designio, para esa parte indócil de su Creación que somos los hombres. Dios Creador creó el mundo por Amor. Lo creó para Dios Hijo, el destinatario de su Amor, engendrado en la eternidad para recibir ese regalo de Amor. Y esa Creación debería tener una parte libre, aún a riesgo de la indocilidad, para que pudiese corresponder a ese Amor. Las estrellas y las abejas siguen inexorablemente el designio de su creador. Eso no es docilidad, sino determinismo. Por eso, ni las estrellas ni las abejas pueden amar. La docilidad es la entrega, aún incompleta e imperfecta, pero libre, de esa misma libertad. Y una entrega hecha por amor. Si esta donación no está hecha por amor, no es docilidad, es esclavitud, es sumisión. Esta donación es el instinto libre y amoroso de los seres libres. Pero si esa libertad llevaba a la indocilidad, Él, el Hijo amado, el receptor de la Creación –la parte dócil y la que podría ser indócil– sería el Dócil. Esa era lo voluntad del Creador al hacerle el regalo al Hijo. Y el Hijo aceptó con docilidad y Amor esa voluntad. Qué difícil es para los seres humanos ser dóciles. Hay que empezar por la humildad. Por saber que no sabemos. Por saber de la insignificancia de todas nuestras acciones. Pero, sin embargo, tenemos que actuar. Tenemos que hacer miel, aunque pueda ser amarga e inútil sin que nosotros lo sepamos. ¡Qué tensión! Hace casi veinte años escribí una poesía sobre esto. La mañana del Lunes Santo de 2001, muy temprano, estaba en las afueras de Cuenca, contemplando la ciudad desde lo alto, del lado opuesto de la hoz del Huécar, la profunda garganta esculpida por el río. Era un delicioso y soleado día de primavera. Oía cantar a los pájaros revoloteando a mi alrededor, buscando su sustento. Veía a una lagartija calentando su sangre al sol, sobre una roca. Imaginaba a los peces en el río que corría allá abajo. Y escribí esta poesía:

“¡Qué envidia me dan los pájaros
cantando a la luz de la mañana!
Con tan sólo cantar, ya Te dan gloria.
Envidio también la lagartija,
que calienta su cuerpo al sol
mientras Te alaba,
porque Tú hiciste frías
su sangre y sus entrañas.
Se me escapa el alma cuando veo
a la trucha cimbreándose en el río.
Para nadar nació
y nadando Te bendice.
¿Y yo? ¿Yo?
¿Cómo, con qué debo alabarte?
¿Cómo Te cantaré?
¿De qué aires, soles, aguas
deberá beber mi lengua para saber
ensalzarte con mi vida?
¿Tal vez me basta con sólo
contemplar y darte gracias?
¿Tal vez es suficiente remontarme
desde el pájaro a tu Nombre?
¿Basta con eso o hace falta
la laboriosa acción transformadora?
Duda, la duda siempre lacerante.
¿Dónde está la sencillez perdida?
¿Se apagan con la muerte las preguntas?
¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! ¡Dios mío...![2]

Las preguntas no se acabarán hasta la muerte, al ver al Creador cara a cara, estoy seguro. Pero mientras vivimos, Dios nos va mostrando poco a poco sus respuestas. Y no, no basta con sólo contemplar y dar gracias, aunque esa sea la condición de necesidad para encontrar respuestas fugitivas. Sí, es necesaria la acción transformadora. Ora et labora. Sólo podemos polinizar si hacemos miel. Pero podemos adentrarnos en las preguntas y encontrar esas fugitivas respuestas sumergiéndonos sub spetiae aeternitatis. Poniendo dócilmente nuestra acción sub spetiae temporalis, por muy importante que nos parezca, al servicio de la spetiae aeternitatis. Y, ¿cómo se hace eso? Es fácil, pero requiere humildad y perseverancia. Es decir, es muy difícil. Sin embargo, basta con ponerse dócilmente, todos los días un rato –no hace falta que sea mucho, pero sí que sea todos los días– en presencia del Creador. Y dejar que su designio hacia la parte indócil de su Creación, pasando a través del Dócil, se derrame a través de las tuberías de nuestra santidad, sub spetiae aeternitatis, sobre esa parte indócil de su Creación. Por supuesto, la línea que separa la indocilidad de la docilidad pasa exactamente a través de nuestro corazón. Decía Solzhenitsyn: La línea que separa el bien del mal pasa por el corazón de cada ser humano”. En ese rato no tenemos que hacer nada, decir nada, pensar nada. Sólo tenemos que dejar que su designio pase por nuestras tuberías de santidad. Sobre todo, no debemos preocuparnos sobre si esas tuberías de santidad son estrechas y sólo dejan pasar gota a gota o, si son anchas y ese designio pasa torrencialmente por ellas. Eso no es asunto nuestro. Jamás podremos saber cómo son nuestras tuberías ni importa que lo sepamos. La santidad no es una perfección que nosotros consigamos, es un don que nos es concedido. Una oración que leí hace tiempo decía: “Señor, líbrame de la perfección que yo quiera darme y ábreme a la santidad que Tú quieras concederme”. Tampoco debemos pretender sentir nada ni desanimarnos por no sentir. Nuestro ser, nuestro sentimiento, no está hecho para sentir sub spetiae aeternitatis. Sólo podemos saber, por la fe, que está pasando. Que gracias a nuestra docilidad, el designio del Creador se está expandiendo por la parte indócil de su creación, empezando por nosotros mismos, ensanchando a su paso la tubería de nuestra santidad. Y ese rato en el que, conscientemente, ofrecemos nuestra docilidad, abre el grifo para que ese designio hacia la parte indócil dure 24 horas al día, 7días a la semana, cincuenta y dos semanas al año, todos los años que nos queden de vida. Sólo tenemos que activarlo un rato cada día. Abrir en ese rato la espita que se va cerrando imperceptiblemente si no la abrimos cada día. Con nuestra docilidad hacemos que ese designio no esté sometido al espacio y al tiempo, como lo estamos nosotros mismos. Puede estar llegando a algún lugar en el otro extremo del mundo, o puede estar embalsándose para la última batalla de la inmensa y terrible guerra entablada entre el bien y el mal, o puede… ¿cómo vamos a saberlo desde nuestra pequeña spetiae temporalis? Todo lo que sabemos es que el mal se afana con amplio poder y perpetuo éxito... en vano: siempre preparando tan sólo el terreno para que el bien brote de él. Y nosotros estaremos ayudando a preparar el terreno para que germine el bien. Y siempre hay alguna esperanza de que las cosas mejoren para nosotros, incluso en el plano temporal, por la clemencia de Dios. Esto es lo más importante que puede hacer un ser humano. Diría más, es lo único verdaderamente importante que puede hacer un ser humano. La tubería de la santidad no depende de lo importante que sea lo que hagamos sub spetiae temporalis. Sí, hace falta la laboriosa acción transformadora, pero carece de importancia en comparación con el valor infinito de la entrega dócil de nuestra libertad al Dócil, por muy incompleta e imperfecta que sea esta entrega.

Tenemos que ser contemplativos en la acción, activos en la contemplación. Pero lo importante es la contemplación. El propio Dócil nos lo dice. Aunque Marta y María sean necesarias, Él dice: “Marta, Marta, tú te afanas por muchas coas, pero una sola es importante. María a elegido la mejor parte y no le será arrebatada”. Marta y María están dentro de nosotros. Marta es necesaria, pero María es imprescindible. Sin María, Marta se perdería en su actividad. Hasta las órdenes contemplativas son así. Ora et labora. Por ese orden.

Y ya que he citado varias poesías, no me resisto a terminar con otra mía, que resume mi visión de la Historia:

“Desde la ventana de mi vida, abierta
a una eternidad velada por visillos
de tiempo corruptible y vano,
me asomo a la calle del misterio.
Veo la historia humana,
creada pura y luego mancillada.
Veo tu plan de rescate que proviene
por un cabo de la calle
desde muchos milenios enterrados
y de algunos con taquígrafos y luces.
Se extiende al otro lado por eones,
erráticos a veces, casi siempre locos,
libres, abiertos a la bondad
o asomándose al abismo.
Y recorriendo la ciclópea calle
el hombre, pequeño, diminuto,
a minúscula escala reducido.
¿Por qué con el fin de redimirnos
inventaste una tan larga historia?
¿Para ponerla en las manos
de unos seres que sólo viven años?
¿Cómo podremos dirigirla,
ciegos guiando a ciegos,
rodeados por abismos insondables?
La respuesta está en poetas y profetas.
Ambos ven más allá de la apariencia.
Unos miran el fondo de las cosas
donde nada es lo que parece,
donde todo tiene un nombre oculto
dado por Ti directamente
a la esencia del ser y la conciencia.
Los otros leen el signo de los tiempos,
vigías en mástiles altivos,
expuestos a los vientos y a los fríos.
Meteorólogos del tiempo que resbala,
atisban un futuro inexistente
olfateando un pasado escurridizo.
Unos rezan por los seres,
los otros por la historia.
Pero nadie atiende a los primeros
y los segundos nunca son creídos.
Sólo son bichos curiosos,
tolerados, tal vez celebrados,
mejor después de muertos
que estando aún en vida,
pero nunca jamás considerados
sino como una excrecencia de la especie,
como un lujo extravagante y consentido.
Sólo Tú inclinas a ellos tu preciso oído.
Sólo Tú miras sus labios al moverse.
Sólo Tú les susurras versos y visiones.
Haces que unos a otros se tomen el relevo,
que se hablen por encima de los siglos,
que como trama y urdimbre se entrecrucen
para formar una red que nos conduzca,
sin que ellos sepan cómo ni lo vean,
tal vez sin creer en lo que hacen,
al final de la torcida calle
de la Historia fugaz y redentora”.



[1] La traducción es mía y más o menos aproximada. Desde luego, no aparece en el original. Tanto Tolkien como su hijo Christopher tenían la cultura clásica necesaria como para entenderlo con naturalidad, sin traducción.
[2] Este último verso es de una poesía, “la Tierra”, de Blas de Otero, que a su vez lo toma parcialmente de Walt Whitman: “De tierra y mar, de fuego y sombra pura, / esta rosa redonda, reclinada / en el espacio, rosa volteada / por las manos de Dios, ¡cómo procura / sostenernos en pie y en hermosura / de cielo abierto, oh inmortalizada / luz de la muerte hiriendo nuestra nada! / La Tierra: girasol; poma madura. / Pero viene un mal viento, un golpe frio / de las manos de Dios, y nos derriba. / Y el hombre, que era un árbol, ya es un río. / Un río echado, sin rumor, vacío, / mientras la Tierra sigue a la deriva, / ¡oh Capitán, mi Capitán, Dios mío!


5 de junio de 2020

¿V? ¿Qué clase de V? y otras cosas más sobre el BCE


Ayer, la Presidenta del BCE, Christine Lagarde, ha hecho dos importantes manifestaciones. En primer lugar, que va a inundar el mercado de liquidez, con un incremento en el programa de compras PEPP (Pandemic Emergency Purchase Program) de 600.000 millones de € frente a los 500.000 millones de € que esperaba el mercado. Con este incremento, el programa total de compras que puede llegar a poner en marcha el BCE se eleva hasta los 1,7 billones (millones de millones) de €. En segundo lugar, ha anunciado las estimaciones del BCE para la evolución del PIB de la Eurozona en los próximos años. Ha hablado de un escenario central para la zona Euro con una caída del PIB del 8,7% para este año, seguido de un crecimiento del 5,2% en 2021 y del 3,3% en 2022. Esto llevaría al PIB, tomando como base 100 el de 2019, a un nivel de 91,3 en 2020, 96 en 2021 y 99,2 en 2022. Los periódicos (no he acudido a otra fuente) resaltan, como siempre, sólo el aspecto negativo. Nos dicen el que el PIB de 2020 podría caer, en un escenario adverso, un 12,6%. Pero esto indica que, naturalmente, hay un escenario positivo que podría ser, si los escenarios positivo y negativo fuesen simétricos respecto al central (cosa que ni tiene por qué ser así), de una caída de sólo 4,8%. Voy a hablar primero de este segundo asunto (las previsiones) y, luego, hablare del primero (la “artillería” del BCE).

Lo primero que debo decir es que, si estas previsiones se cumpliesen, estaríamos hablando de una salida en V. ciertamente, una V asimétrica, pero una V. Lo que hace V a una V, no es la pendiente de sus lados de bajada y subida, sino que haya un pico. Y, es evidente el pico se va a producir ese pico, y fuertísimo, en el TII de este año, de, por lo menos, un 15%. Si esto es así, en los dos primeros trimestres, se habría acumulado una caída de aproximadamente el 18,8%, ya que la caída en el TI fue del 3,8% (3,8%+15%). Entonces, entre el TIII y TIV debería producirse, para llegar al 8,7% anual, una subida de 10,1% que, si se considerase que la evolución de esos TIII y TIV fuesen iguales, supondría en cada uno de ellos un crecimiento del 5,5%. Esta serie (-3,8%-15%+5,5%+5,5%) nos llevaría al 8,7% del total anual esperado por Lagarde[1]. Por supuesto, si la caída en TII, fuese mayor del 15% que he estimado a ojo, las recuperaciones del TIII y TIV serían más rápidas para llegar al “científico” 8,7% de caída anual anunciada por Lagarde. Es decir, estamos en una V. Por supuesto, la V no sería simétrica, puesto que la bajada se ha producido en 2 trimestres, mientras que la llegada al punto inicial de final de 2019 no se producirá hasta finales del 2022 en que, siempre según las estimaciones del BCE, se llegará al 99,2% del PIB de finales de 2019. No será simétrica, pero será una V. Las otras alternativas son la U y la L. Pero la esencia de la U, es tener un fondo ancho en vez de un pico, como la V. Y, siempre según las estimaciones del BCE, eso no se va a producir, ya que en 2021 prevén un crecimiento del PIB del 5,2%. La V no será pues simétrica (la subida será más lenta que lo que ha sido la bajada) y, además, la subida tendrá (siempre según el BCE) dos pendientes, una más rápida –en la segunda parte del 2020 y en el 2021 –, y otra más lenta en el 2022. Pero una V. No una U ni, muchísimo menos una L. Por supuesto, me temo que sobre las estimaciones de la zona Euro, habrá que hacer una corrección a la baja para España, por motivos que no voy a mencionar por obvios.

Comentada la primera parte, la de las previsiones del BCE, me meto con la segunda, la de las medidas de este organismo. No pongo en cuestión que tanto las medidas del BCE como las de la Unión Europea, son necesarias para que la V no sea una U o una L. Pero, creyéndolas necesarias, me dan un miedo inmenso. Desde el New Deal de Franklin D. Roosvelt iniciado en los años 30 del siglo pasado, se extendió un mantra, convertido en dogma con marea creciente, de que lo que una familia no podía hacer, a saber, gastar indefinidamente más de lo que gana, sí podían hacerlo los estados. Esto ha ido llevando al mundo a unos niveles de deuda estatal crecientes, que han llegado, incluso en los países más conservadores, como Alemania, a límites impensables. La situación de otros países, no es impensable, sino de extrema alarma. Esta marea en subida de la fe en la capacidad ilimitada de endeudamiento de los estados, se paró en seco con la crisis del 2008. Pero, ¡ay!, me temo que, en vez de dar una llamada a la sensatez, esa fe se ha transferido a la UE y al BCE. Cómo muchos estados, endeudados hasta las orejas, tendrían un gasto inmenso en intereses si estos fuesen los normales, el BCE se lanzó, desde Draghi a inyectar dinero en el mercado, a través de la compra de bonos, para mantener artificialmente bajos los tipos de interés. Pero eso ha sido a base de cargar su balance con una inmensa cantidad de bonos de todo tipo. Como la cantidad disponible de bonos de alta calidad es limitada, se van incluyendo, poco a poco, bonos de peor calidad. En el siguiente gráfico se puede ver el tamaño y la composición de los activos del BCE.



Como se ve, su crecimiento causa escalofrío y la parte morada, que es la que corresponde a los bonos en posesión del BCE, más que escalofrío, causa pánico. En el gráfico se puede ver que a finales del 2019 estaba empezando a bajar. Pero ahora, los nuevos programas de compra, los están haciendo crecer de forma inaudita. Se puede apreciar a simple vista que la parte morada, los bonos, suponen algo menos de 3 billones de €. Pero el programa PEPP para el coronavirus supone 1,3 billones, es decir casi un 50% de incremento. ¡Tela marinera! Claro, esos bonos mantienen un valor alto totalmente artificial, debido a la demanda creada por las propias compras del BCE. Pero cualquier alumno de bachillerato que haya aprendido ayer lo que son las curvas de oferta y demanda y cómo con ellas se forma el precio de las cosas, se daría cuenta de que si mañana el BCE dejase de comprar bonos, la demanda bajaría y, con ella el precio de los bonos y, con ellos, el valor de sus activos. Es decir que el BCE ha entrado en una espiral alarmante. Necesita comprar para “ayudar” a los estados a financiar sus clamorosas deudas y, ahora, además, la lucha contra el coronavirus hace aún más necesaria esa ayuda. Pero, sobre todo, necesita seguir comprando para evitar el colapso de sus activos. ¿No suena esto como a droga? Una pequeña dosis para pasar un mal rato, pero luego hace falta más, y más, y más. ¿Hasta dónde? Prefiero no responder. Pero debo decir que entiendo al Tribunal Constitucional alemán. Pero el BCE hace y hará oídos sordos al aviso de este Tribunal.

Algo parecido ocurre con el presupuesto de la propia UE. La UE va a ayudar con préstamos y subsidios a los países miembros. Seguro que es necesario. Pero, ¿de dónde va a sacar el dinero? Naturalmente de los presupuestos de esos mismos estados y, como no, de deuda propia. En el primer caso, los estados aumentarán su déficit y tendrán que acudir a más deuda. Más droga en vena.

Todo esto empezó, como he dicho, en los años 30 del siglo pasado, con el New Deal, inspirado en un personaje llamado Keynes. Probablemente, tanto Roosvelt como Keynes, si levantasen la cabeza, se quedarían espantados de ver a dónde han llevado sus políticas y teorías. Sin duda ellos pensaban que los estados deberían actuar así puntualmente para, después, retirarse a sus cuarteles de invierno de la austeridad en el gasto y en los impuestos, y quitarse la deuda acumulada durante esas intervenciones puntuales. Pero, ¡ay!, no debían conocer el dicho de que en el comer y en el rascar todo es empezar, no pensaron en el apetito de los altos funcionarios de los estados por obtener el poder de un presupuesto cada vez mayor de gastos discrecionales, no establecieron el paralelismo entre esta situación y la droga. Por supuesto, desoyeron las voces de los economistas liberales que avisaban de todos estos efectos secundarios perniciosos. ¿Para qué pensar en el largo plazo pudiendo resolver los problemas hoy con un poco de droga? Hoy, esto suena muy bolivariano, ¿no?

En fin, V, sí, pero en las estaciones metereológicas se empiezan a ver claros indicios de que se está formando la tormenta perfecta. Agotado el BCE, agotada la UE, ya no hay otro escalón superior para gastar más dinero con más alegría. ¿A quién acudiremos? Pero ahí, en el exterior de la muralla, esperando pacientemente su derrumbe, incluso minándola a base de echar más madera, está la izquierda radical ayudada por la socialdemocracia. Acabo como acaba Arcadi Espada sus artículos/carta a su querida liberada: “Pero tú, sigue ciega tu camino”.


[1] Este reparto entre trimestres es una estimación, pero no dista mucho de lo que pueda ser la realidad si, efectivamente, se llega a un 8,7% de caída en el total de 2020. Para algún avispado, diré que sé que hay una simplificación en el hecho de que los crecimientos de cada trimestre se deben considerar sobre el punto de partida del trimestre anterior, pero esto no introduce distorsiones considerables, teniendo en cuenta que mis hipótesis de una caída de 15% en el TII y una recuperación igual para el TIII y TIV son aproximadas.