Esta semana a Blanca, mi mujer, le ha dado la fiebre de hacer zafarrancho de limpieza de papeles. Cuando le da por ahí, yo tiro a la basura toda pila de papel que no haya usado en las últimas dos semanas. Pero ella los mira todos de uno en uno. Se da una paliza terrible, pero a veces encuentra algo curioso. Y digo curioso, no que merezca la pena, que a veces, también. En esta ocasión ha encontrado un recorte de una revista del año 1984 con un artículo mío que lleva por título “La increíble máquina de hacer pan”. Curioso desde luego es. Ahora bien, no creo que merezca la pena el esfuerzo dedicado a encontrarlo. Pero ya que está encontrado, os lo mando, tanto en foto como en Word. Conviene avisar que el que aparece en la foto de la imagen 1 soy yo en 1984. ¡Sí, de veras!
Este es un buen punto para ver la foto y leer el artículo.
***
"Hace
años leí un libro en el que su autor, de cuyo nombre no puedo acordarme, se
refería a la economía de libre mercado como “La increíble máquina de hacer pan”.
Y, si lo pensamos bien, la comparación no puede ser más correcta. De in
panorama en el que el hambre y la incultura eran la norma, este modelo
económico ha logrado hacer pasar a la sociedad occidental a otro en el que el
problema empezaba a ser cómo llenar el ocio. Y no sólo ha sabido crear pan,
sino también “circo”, en el más noble sentido de la frase “pan y circo”. Cualquier
libro está hoy al alcance de casi todo el mundo. Casi cualquier persona puede
oír en el coche la sexta sinfonía de Beethoven, mientras se va de veraneo. Y
todo ello ha sido posible, en gran medida, fruto de un sistema en el que la
mano invisible de Adam Smith ha hecho que el emprendedor, que buscaba su propio
lucro, haya creado casi siempre riqueza para mucha gente.
Naturalmente, el capitalismo decimonónico ha estado plagado de excesos como jornadas de trabajo agotadoras, trabajo infantil y un largo etcétera. Eran tiempos heroicos en los que la alternativa era trabajar quince horas toda la familia en el campo para malpagar la renta del terrateniente, o hacerlo en la fábrica para ganar una renta casi siempre superior a la del primer caso.
De cualquier manera, las previsiones agoreras de Marx sobre llos salarios mínimos de subsistencia han quedado sencillamente pulverizadas. No hay que negar el papel que los sindicatos han jugado en este proceso de distribución de la riqueza, desde la libre negociación, pero es evidente que ha sido la economía de mercado la que ha creado dicha riqueza que después se ha repartido de una u otra forma.
Y con sus problemas e imperfecciones, la máquina ha hecho pan en cantidades que vistas con perspectiva histórica pueden calificase de increíbles. Hasta que han venido los perfeccionistas…
Gobiernos con un miope sentido del nacionalismo han creado barreras arancelarias que han hecho que cada país deba fabricar cosas que no sabe hacer eficazmente, en vez de dedicarse a lo que sabe hacer mejor. Legisladores paternalistas que han reducido o incluso eliminado la flexibilidad de salarios y plantillas, dividiendo a los trabajadores en los que mantienen su poder adquisitivo y los que nada tienen que mantener. Economistas filántropos que deciden cuánto debe ganar cada uno y en que debemos gastarnos colectivamente el dinero a través del estado, frenando la iniciativa privada y disminuyendo el estímulo creador de riqueza.
En gran medida, estos perfeccionistas tienen razón. La máquina de hacer pan en muchos casos no lo distribuye como quisiéramos, o lo produce defectuosamente, con grumos e irregularidades. Es bueno intentar limar estas imperfecciones, pero mientras no tengamos otro tipo de máquina que haga más y mejor pan, tenemos que procurar que la que tenemos funcione. Y lo malo es que si se malentiende el principio básico que la hace funcionar, cada ajuste de tornillo hace que los engranajes chirríen un poco más y la cantidad de pan producido baje. Una sociedad que ya satisface las necesidades básicas puede permitirse el lujo de cambiar cantidad por calidad si una amplia mayoría los exige. Lo malo es llegar a dar esa última vuelta al tornillo que hace que el mecanismo se pare.
Y para no dar esa última vuelta, no vale fijarse en como tienen ajustada su máquina otros países. No serviría en absoluto de consuelo pensar que nuestra máquina, la española, se ha parado al aumentar los impuestos, a pesar de que todavía estemos con niveles de presión fiscal inferiores a Inglaterra, Estados Unidos o Alemania.
Desgraciadamente, la economía española, a mi juicio, esta ya chirriando demasiado, pidiendo a todas luces que no le aprieten más tornillos, que la dejen funcionar más libremente.
El equipo económico que ahora está en el gobierno ha heredado, para su desgracia, una máquina que siempre ha estado demasiado encorsetada y condicionada y eso hace su labor tremendamente más delicada. Sin embargo creo que sus condicionantes ideológicos no les va a permitir actuar con la sutileza requerida. Nos sorprenderán con la cal de la reconversión industrial que están teniendo el valor de abordar, y con la arena de otra reforma fiscal que es muy dudoso que la economía pueda soportar. Ojalá que la increíble máquina de hacer pan no se les pare entre las manos, para desgracia de sus diez millones de votantes y de lo otros espalñoles".
Lo leo hoy y lo firmo en un 90%. Seis años antes de esa foto, yo era comunista. ¡Sí, de verdad! Si escribiese ahora el artículo, a buen seguro que no habría escrito:
“No
hay que negar el papel que los sindicatos han jugado en este proceso de
distribución de la riqueza, desde la libre negociación”. Y no lo hubiera
escrito porque hoy creo que los sindicatos, al margen de que negocien o no
desde la libertad y de cómo eso haga que se distribuya la riqueza, lo que hacen
es frenar su creación, con lo que hay menos para repartir. Sería largo explicar
la lógica absoluta que hay detrás de esta afirmación, pero la hay.
Tampoco hubiese escrito lo de:
“En
gran medida, estos perfeccionistas tienen razón”, porque no la tienen.
No porque el sistema no tenga cosas que mejorar. Las tiene y muchas, como
cualquier sistema, institución u organización humana. Lo que ocurre es que
cuando un perfeccionista de los citados (gobiernos miopes, legisladores
paternalistas, economistas “filántropos”) u otros que no he citado, se cree
capaz de arreglar esas imperfecciones, las arreglan con la mano derecha y crean
otras imperfecciones mucho más graves, difusas y no mediáticas, pero mucho más
graves que las que ha solucionado.
En fin, que desde que escribí este artículo, he cambiado (no
hay más que mirar la foto para darse cuenta). Pero mi cambio en estos últimos
36 años, es insignificante con el que experimenté los seis años anteriores,
aunque mis fotos de 1984 y de 1978 serían muy parecidas.
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