XVI. SUPER PULLUM ASINAE
Sobre
un borrico
Pierre Charles S.J.
Los hombres son bien desconcertantes. Temen la crueldad y la ennoblecen. Desean que se les sirva y menosprecian lo que sencillamente es útil. El león no fue jamás un bienhechor de la humanidad. Es peligroso tener tal fiera como vecino. Jamás se ha logrado sujetarlo a un yugo ni hacerle tirar de un arado pero ¡cómo le han glorificado los hombres! Le han hecho rey. Le han puesto en los escudos nacionales. Sí, aun países muy tranquilos, donde no se habían visto leones vivos más que en los circos forasteros o en los parques zoológicos, lo han tomado por emblema. Está en sus armas. De oro, de sable o de gules, angulado y bordado, la pata amenazante presta al salto. El leopardo también es heráldico. Puede blasonar a su gusto, nadie se ríe de él. ¡Y el águila! Sí, hablemos del águila. En el fondo es un rapaz dañino y los recentales saben algo de eso. Tiene el pico encorvado y la voz ronca. Pero ¡qué aristócrata! Desde las águilas romanas y las águilas de Sacro Imperio, y las águilas napoleónicas y el cóndor de los Andes. Puede decirse de alguien que es un águila, un león, hasta un tigre. Son elogios y los que los reciben se ensanchan. ¡El águila de Meaux suena muy distintamente que este pequeño nombre, un poco giboso, de Bossuet! El león, el águila son dominadores. En seguida les hemos dado pergaminos y bellos títulos, pero el corral y el establo, donde los animales han aceptado nuestra ley y nos prestan los servicios que exigimos de ellos, son plebeyos y pedestres. Allí no hay más que esclavos, y para ellos el vocabulario se ha hecho desdeñoso. Perro, ternero, pato, oca, cerdo, son injurias. Y el burro sobre todo; el burro, que jamás ha devorado ni destripado a nadie; que ha llevado todas las cargas sobre su lomo peludo; que se ha limitado a rebuznar alguna vez su hambre, su fatiga o su desgracia; el burro, desde las orejas hasta su coz lo hemos encontrado ridículo. Todas las tonterías se llaman burradas.
Y para tu entrada triunfal en Jerusalén, Tú, Señor, por expreso mandato, te hiciste traer un asno por vuestros discípulos. Yo bien sé lo que los sabios nos explican, y que el burro era en Oriente una montura real. Añaden, además, que era el símbolo de una visita pacífica en contraste con los carros y los caballos de guerra. Pero me atrevo a pensar que, por encima o por debajo de esta arqueología, hay en este asno una lección que vale para todas las épocas, y que Tú, Señor, pensabas tanto en nosotros como en tus contemporáneos al montarlo. Pensabas en nosotros, los desdeñosos; en nosotros, los herederos de esta sabiduría miope que nos hace creer que el servicio y la servidumbre son casi idénticos, y que la grandeza consiste en hacerse temer. Tú has querido, sin duda, transportar la nobleza de las fieras a las bestias de carga, y como en el día de tu Nacimiento, llenar de esplendor divino los establos. Tú has asociado un asno a la historia de Dios; y es él el que te llevó sobre sus cuatro patas a través de las calles estrechas de Jerusalén.
Se necesitará todavía bastante tiempo para que este Evangelio, anunciado al mundo entero, rompa la obtusa caparazón de nuestros prejuicios; para que lleguemos a comprender que la nobleza no es el poder, sino el servicio; que la grandeza consiste en ser útil, y que si es necesario establecer jerarquías en las dignidades, los que ayudan modestamente, de todo corazón, tienen el derecho de ser colocados muy altos. Nos imaginamos con demasiada facilidad que remover las ideas es más glorioso que llenar biberones. Las baterías de campaña que escupen la muerte a dos o tres leguas, nos parecen soberbias; pero las baterías de cocina no merecen los honores de conversaciones refinadas. Marmitas, cazos, graseras; abandonamos todo esto a los malos cocineros y a los pinches de los sótanos... los conquistadores que destruyen han entrado gloriosamente en la historia, donde los constructores anónimos no han tenido cabida.
Este asno, sobre el cual los Apóstoles echaron sus vestidos a manera de albarda, podría enseñarme muchas cosas que los más sabios profesores jamás me enseñaron. En el fondo, tampoco era obligación suya. Distribuían sus conocimientos; pero la vida no se reduce a una doctrina. Es una manera de ser y de obrar; y esto es peculiar de cada uno de nosotros. Conviene encontrar el secreto de lo real antes de intentar comprender nuestro pensamiento. Yo quisiera poder estimar con ternura a todos los que se entregan oscuramente, y que, sin ruidosas pretensiones, pasan haciendo el bien en silencio. Hoy se ha puesto de moda recompensar oficialmente el servicio, como si fuera una cosa extraordinaria. ¿No sería más discreto, Señor, considerarlo como una cosa muy normal y que no tiene necesidad de ser subrayado ni llevado en andas? La turba de Jerusalén te hizo una ovación cuando pasaste en tu asno; pero el día de la prueba todo este entusiasmo se había evaporado. Cada cosa debe conservarse en un medio acorde con su naturaleza; y el humilde servicio prestado no debe ser instalado en butacas de lujo ni puesto ante el objetivo.
Enséñame la verdadera grandeza. Me imagino siempre que es invasora; que toma los sitos preferentes y que reclama las miradas. Creo tontamente que los santos canonizados son más santos que los otros y que en el anonimato sólo hay lugar para las insignificancias. Pero tus medidas son bien distintas. Tu pensamiento divino ha reparado en un asno y Tú hiciste decir a su propietario que teníais necesidad de él –opus habet. Este pobre asno no ha dejado siquiera reliquia. ¿No podría yo consolarme de ser como él, bastante gris y sin relieve, porque también de mí tienes necesidad para tu obra? Cuando el descorazonamiento me abruma; cuando arrastro detrás de mí esta idea pesada de que, no teniendo mucho valor, no podré nunca hacer nada que valga; cuando el demonio mismo me predique la humildad caída y me diga que no vale la pena desear y que basta resignarse; cuando yo no proporcione mis pagos a mis deberes y rehuse hacerme crédito; ¿no debería desechar con un gesto todos estos consejeros de derrota, todos estos pensamientos de capitulación, y acordarme que hay un medio de prestar servicio hasta la muerte, y que él es el resumen de la Ley y de los Profetas? No hay necesidad de caracolear, ni de atacar, brida al cuello. No se organizan brillantes concursos hípicos para asnos. No es su oficio desplegarse en escuadrón ni trotar en brillantes cortejos. Ellos van a su paso, metódico y seguro; no tropiezan aun cuando el camino es pedregoso, la pendiente empinada y el abismo muy cercano. Marchan, llevan cargas, sin pedir que se les cumplimenten y como si fuera la cosa más natural del mundo; y alguna vez también, como la burra de Balaán, son mucho más astutos que nosotros.
***
El episodio bíblico de la burra de Balaán puede leerse en el Libro de los Números a lo largo de los capítulos 22, 23 y 24 completos.
Y la burra continuó la conversación queriendo hacer entrar en razón a su amo.
- ¿No soy yo tu burra, que te he servido siempre de cabalgadura hasta hoy? ¿Te he hecho yo alguna vez algo semejante?
A lo que Balaán respondió, sin todavía darse cuenta del prodigio del animal hablante:
Entonces Dios abrió los ojos de Balaán que, al ver al ángel terrible, con la espada de fuego en la mano, cayó rostro a tierra, al tiempo que el mensajero le decía con furia:
- ¿Por qué has pegado a tu burra por tres veces? Era yo quien te cerraba el paso, pues tu viaje no es de mi agrado. L burra me ha visto y por tres veces se ha apartado de mí. Da gracias a que se haya apartado, porque si no, yo mismo te habría dado muerte a ti, dejándola a ella con vida.
-
¡He pecado! –dijo Balaán –consciente de que no
estaba dispuesto a hacer, desde el principio de sum viaje, lo que le dijese el
Señor–. No sabía que eras tú el que me cerraba el paso. Si este viaje te
desagrada, ahora mismo me vuelvo.
Pero el Señor no es fácil de engañar y se dio cuenta de que lo que quería Balaán era volverse a su casa, pues intuía lo que presentía Dios que hiciese. Así que le dijo:
- No, vete con esos hombres, pero di solamente lo que yo te mande.
Así pues, Balaán continuó su camino hacia Moab. Cuando llegó a la resencia de Balac, éste le recriminó el que no hubiese ido a la primera.
- ¿Por qué no viniste cuando te envié los primeros mensajeros a buscarte? ¿Acaso no puedo yo pagarte como es debido?
- Aquí me tienes ya, aunque no puedo decir cualquier cosa; sólo pronunciaré las palabras que el Señor ponga en mi boca.
Si Balac entendió el aviso, no pareció importarle, pues organizó una hecatombe de ganado y compartió la carne sacrificada con Balaán y los que habían venido con él. Después de eso, él levantó siete altares al Señor y sacrificó un novillo y un carnero en cada uno de ellos. Después, prorrumpió en un canto de bendición hacia Israel en lugar de maldecirlo. Ante la ira del rey de Moab, Balaán lanzó una segunda bendición sobre Israel y, a continuación, miró al desierto y vio las tiendas de Israel, lanzando una tercera bendición sobre el pueblo:
- Te había llamado para maldecir a mis enemigos –le dijo Balac lleno de ira, pero sin atreverse a actuar contra el profeta– y los has bendecido por tres veces. Márchate a tu tierra. Te había prometido colmarte de honores pero, ya ves, el Señor te ha privado de ellos.
Ante esto, Balaán se volvió a Petor, no sin antes maldecir a los Moabitas.
Esta es la razón por la que Pierre Charles dice que los
burros, como la burra de Balaán, son mucho más astutos que nosotros. Y
en eso coincide con Isaías cuando dice: “El buey reconoce a su dueño y el asno
el pesebre de su amo, pero Israel no me conoce, pero mi pueblo no tiene
entendimiento”. (Isaías 1,3)
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