10 de abril de 2021

Travesía de la Biblia: 4ª singladur

 Caín y Abel

 mpieza ahora la vida de Adán y Eva al este del Edén. El Génesis nos dice que después de la expulsión, Adán y Eva tuvieron dos hijos. El mayor se llamaba Caín y el menor Abel. A pesar de haber sido parido con dolor, Caín fue muy bien recibido, puesto que, cuando nace, Eva exclama: “¡He tenido un hombre gracias al Señor!”. No hay ningún comentario sobre cómo recibió Eva a Abel. Caín era agricultor y Abel pastor. Ambos ofrecían sacrificios a Dios de los frutos de su trabajo. Pero Dios se fijó más en la ofrenda de Abel que en la de Caín. A Caín, esto le enfureció y el Génesis nos dice que andaba cabizbajo. Acaba de entrar en el mundo la envidia. Esta actitud de Caín no le pasa desapercibida al Señor que le dice a Caín:

“¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo”.

¡Ahí está la clave! Dios no se fija en la ofrenda de Caín por su mal actuar, porque obra el mal. Y Dios no acepta los sacrificios de los que obran mal. En muchas ocasiones y de distintas formas el Antiguo Testamento ratifica esto. En diversos sitios aparecen frases de este estilo: “Detesto vuestros sacrificios, ¿de qué me sirven a mí vuestras ofrendas y la grasa de vuestros toros. Haced el bien. Un corazón contrito y humilde es el sacrificio que yo quiero”.

Pero Caín, en vez de hacer lo que le dice el Señor, enmendarse y dominar el pecado con la fuerza del Señor, se abalanza sobre su hermano y le mata. Después intenta esconderse de Dios, como hicieron Adán y Eva después del pecado original. Pero el Señor interpela a Caín:

“¿Dónde está tu hermano?”

Y la evasiva hipócrita de Caín:

“¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”

Dios maldice a Caín, pero al mismo tiempo le protege. Ante el miedo expresado por éste de que quien le encuentre le matará, el Señor le concede a Caín su protección:

Dice Caín:

“Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Tú me echas de este suelo y tengo que ocultarme de tu vista; seré un forajido que huye por la tierra, y el que me encuentre me matará”.

A lo que Dios responde:

“El que mate a Caín, será castigado siete veces”. Y le pone una marca para que nadie le mate.

El Génesis nos cuenta que Adán y Eva tuvieron otro hijo, Set. Cuando nace, otra vez Eva expresa su alegría y su consuelo: “Dios me ha dado otro vástago en lugar de Abel, a quien mató Caín”.

Pero lo extraordinario es lo que se puede leer entre líneas. El Génesis nos da a continuación dos listas de nombres, como tantas otras que aparecen en el Antiguo y Nuevo testamento, con la descendencia de Caín por un lado y de Set por el otro. Lo sorprendente es que las dos listas, de cinco nombres la de Caín y de siete la de Set, tienen tres coincidencias. No es poca proporción. Y no son tres nombres cualesquiera. Son Enoc, Matusalén y Lámec.

Del primero, Enoc, el Génesis dice que fue arrebatado al cielo sin morir, como nos cuenta la Biblia que ocurrió, mucho tiempo después, con Elías. La tradición cristiana identifica –sin unanimidad– a estos dos personajes con los de la terrible profecía que aparece en el Libro del Apocalipsis:

“Será entonces cuando haga que mis dos testigos profeticen vestidos de sayal durante mil doscientos sesenta días. Me refiero a los dos olivos y a los dos candelabros que están en pie, en presencia del Señor de la tierra. Si alguno intenta hacerles daño, de su boca saldrá fuego que devorará a sus enemigos; sin remedio morirá quien intente hacerles daño.

Tienen poder para cerrar el cielo para que no llueva durante el tiempo de su ministerio profético (cosa que hizo Elías, según cuenta el Libro de los Reyes); tienen poder para convertir en sangre las aguas y para herir a la tierra cuantas veces quieran con toda clase de calamidades (Esto hace que algunos piensen que son Elías y Moisés que, como se verá más adelante en el Libro del Deuteronomio, es posible que también fuese llevado al cielo en cuerpo y alma). Cuando hayan terminado de dar su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará. Sus cadáveres quedarán sobre la plaza de la gran ciudad, que es llamada alegóricamente Sodoma y Egipto, y en la que fue también crucificado el Señor. Durante tres días y medio contemplan sus cadáveres gentes de todo pueblo, raza, lengua y nación, sin que nadie se permita darles sepultura. Los habitantes de la tierra se alegran y se felicitan por su muerte y hasta se hacen regalos unos a otros, porque estos dos profetas constituían un tormento para ellos. Pero después de tres días y medio, un espíritu divino entró en ellos, se pusieron en pie y un gran temor se apoderó de quienes les contemplaban.

Oyeron entonces una voz potente que les decía desde el cielo:

- Subid aquí.

Y subieron al cielo en una nube a la vista de sus enemigos. Y en aquel momento se produjo un formidable terremoto; se derrumbó la tercera parte de la ciudad y siete mil personas perecieron en el terremoto. Los supervivientes quedaron aterrorizados y glorificaron al Señor del cielo”. (Apocalipsis 11, 3-13). Es decir, otra vez rebelión, daño causado por el propio desorden moral de esta rebelión, y nuevo perdón.

El segundo, Matusalén, es el patriarca antediluviano más longevo. El Génesis nos dice que vivió 969 años. Y según la cronología de estos patriarcas, Matusalén murió el mismo año en el que comenzó el diluvio. Podría pensarse que la muerte de Matusalén fue la señal para que comenzase el diluvio.

El tercero es Lámec, hijo de Matusalén y padre de Noé. Murió cinco años antes de que el cataclismo comenzase. Pero de Noé y del diluvio hablaré más adelante.

Esta coincidencia tan notable, en porcentaje y en relevancia de los personajes comunes me lleva a pensar que los linajes de Set y de Caín se fundieron en uno solo. Es decir, el Señor permitió que el bien conviviese con el mal sin exterminarlo, dándole tiempo para el arrepentimiento. Esta interpretación, absolutamente personal, no parece estar en contradicción con la parábola del trigo y la cizaña, en la que Jesús nos invita a no arrancar la cizaña antes de tiempo, no sea que con ella, arranquemos también el trigo. Muchos intérpretes de esta parábola coinciden en que el trigo y la cizaña están dentro de cada uno de nosotros, que en nuestro interior conviven ambas. Pero, como he dicho en una singladura anterior, la promesa de la Biblia (y de la parábola citada) nos da la esperanza de que, al final, el mal será vencido por el Bien. Y me recuerda a un magnífico texto de Alexander Solsczenitzyn en su “Archipiélago Gulag”:

“La línea que separa el bien del mal pasa por el corazón de cada ser humano. [...] Mientras dura la vida de un corazón, esta divisoria se desplaza por él, ora reducida por el gozoso mal, ora cediendo espacio a la bondad radiante. El mismo hombre, en sus distintas edades, en distintas situaciones vitales, es un hombre totalmente diferente. Unas veces está más cerca del diablo. Otras del santo. Y su nombre no cambia, y a él se lo atribuimos todo. Sócrates nos legó: ¡Conócete a ti mismo!”

El Diluvio y Noé

El diluvio –o más exactamente una inundación gigantesca en Mesopotamia– es un hecho atestiguado por documentos escritos o, más bien, por tablillas de arcilla con escritura cuneiforme típica de los pueblos de Mesopotamia de la antigüedad, como sumerios, acadios y otros. En varios juegos de tablillas encontrados en distintos lugares de Mesopotamia, aparecen descripciones de esta inundación que puede situarse en el IV milenio a. de C. Pero, además, en 1920 se han descubierto pruebas estratigráficas de esta monstruosa inundación (Véase el libro “La historia de los judíos” de Paul Johnson Capítulo 1. No puedo citar página porque lo he leído en Kindle). O sea, que aunque el diluvio no fuese el Diluvio Universal, sino algo que se le parece mucho, es un hecho histórico.

¿Y Noé? A cualquier persona con cierta cultura se le vendrá a la cabeza el llamado poema de Gilgamesh. Está escrito en 12 tablillas, pero de ninguna manera es un relato del diluvio. Narra las andanzas, más bien escabrosas, de un supuesto y cruel rey acadio y una especie de hombre, con el nombre de Enkidu, creado por los dioses para matarle. Pero Enkidu y Gilgamesh, en contra de los deseos de los dioses, se hacen amigos y se embarcan juntos en peligrosas aventuras. Cuando Enkidu muere, Gilgamesh se lanza infructuosamente a la búsqueda de la inmortalidad. Y es en esa búsqueda en la que Gilgamesh tiene un encuentro –narrado en la 10ª tablilla, que es una interpolación de un relato mucho más antiguo– con Utnapishtim –o Zisudra o Atrehasis– y su esposa. Ambos son supervivientes del Diluvio y los dioses les han concedido el don de la inmortalidad. En el poema de Gilgamesh no se explican las causas del Diluvio, pero sí en otras tablillas que narran ese cataclismo, una de las cuales es la interpolación de la tablilla 10ª de este poema.


 10ª tablilla del poema de Gilgamesh sobre el diluvio, escrita en acadio (Museo Británico).

Según esas tablillas, los dioses, hartos de trabajar, crean a los hombres para que trabajen por ellos. Sin embargo, al parecer, los hombres hacían mucho ruido, lo que impide el plácido sueño de los dioses. Por lo tanto, éstos deciden exterminarlos de muchas y variadas formas como epidemias o sequías. Por último, intentan el diluvio, pero uno de los dioses, que prefiere la ociosidad al sueño, decide avisar a Utnapishtim, que construye un barco con el que se salva del diluvio. Y, por fin, los dioses, convencidos de que necesitan de la raza humana, aunque les estropee el sueño, cejan en su empeño de exterminarla y conceden la inmortalidad a Utnapishtim y su mujer. Sin embargo, Gilgamesh fracasa en las dos pruebas que Utnapishtim le pone para conseguir él mismo la inmortalidad o, en su defecto, la juventud permanente hasta la muerte.

¿Para qué cuento esto? Para separar el ropaje del mensaje. La Biblia toma prestado el ropaje de mitos más antiguos, en los que la historia del diluvio no pasa de ser una disputa entre unos dioses caprichosos y unos hombres ruidosos, con ambas partes sin el más mínimo atisbo de moral. Y al desnudarla de este pasaje, desparece, con el ropaje, la imagen de un dios caprichoso y cruel, como son los del diluvio acadio. Entonces, se pueden interpretar adecuadamente cosas que darían lugar a una lectura delirante de la Biblia. Junto al ropaje, desaparecerían frases como que “los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron para sí como mujeres a las que más les gustaron”. O que “por aquel entonces había gigantes en la tierra, y también después de que los hijos de Dios se unieran a las hijas de los hombres y ellas les dieran hijos. Ellos son los héroes de antaño”. O, “borraré de la faz de la tierra a los hombres que he creado: a los hombres, a los animales, reptiles y aves del cielo, pues me arrepiento de haberlos creado”. Frases que parecen estar más bien describiendo el comportamiento de Zeus paseándose por la tierra con la forma de un cisne para seducir a Leda y dar nacimiento a Helena para desgracia de Troya, o bajo la forma de toro para raptar a Europa para engendrar en ella al rey Minos. Así quedaría desnuda la límpida historia de Noé y la relación de Dios con el hombre, con el mal y con la creación. La Biblia nos dice que Noé “era un hombre justo y honrado entre sus contemporáneos, un hombre fiel a Dios”. Y, a buen seguro, no era el único, por más que la maldad se hubiese extendido por el mundo. En la singladura 2 ya dije, de acuerdo con san Agustín, que había que resolver las dudas de la interpretación de la Biblia, viendo los pasajes dudosos a la luz de los más altos principios. Y si leemos así el pasaje de Noé y lo despojamos del ropaje mítico tomado prestado de otros pueblos menos desarrollados éticamente, nos encontramos con un Dios que ayuda al justo, al honrado, al que le es fiel, a vencer al mal. Incluso al mal que habita dentro de si mismo, como el trigo y la cizaña, como el linaje de Caín está mezclado con el de Abel como dije hace unas líneas. Un Dios que no sólo permite la entada en el arca de los animales puros, sino también de los impuros[1]. Un Dios que nos dice que el mal será vencido inundándolo de bien. Un Dios que recibe con agrado el agradecimiento de Noé y le hace una promesa y le bendice tras el diluvio:

“No maldeciré más la tierra por causa del hombre, porque los proyectos del hombre son perversos desde su juventud; jamás volveré a castigar a los seres vivientes como he hecho.

Mientras dure la tierra

habrá sementera y cosecha,

frío y calor,

verano e invierno,

día y noche.

Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciendo: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra. Todos los animales de la tierra os temerán y respetarán: […] Todo lo que tiene vida y se mueve en la tierra os servirá de alimento, lo mismo que los vegetales. Yo os los entrego. […] Y al hombre le pediré cuentas de la vida de sus semejantes.

[…]

porque Dios hizo al hombre

a su propia imagen.

Vosotros creced y multiplicaos, llenad la tierra y pastoreadla[2]. […] Voy a establecer mi alianza con vosotros, con vuestros descendientes y con todos los seres vivos […] que han salido del arca con vosotros y que ahora pueblan la tierra. Esta es mi alianza con vosotros: ningún ser vivo volverá a ser exterminado […] Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todos los seres vivos que os han acompañado: pondré mi arco en las nubes; esa será la señal de mi alianza con la tierra. […] El arco aparecerá en las nubes y yo, al verlo, me acordaré de la alianza eterna entre Dios y todos los seres vivos que hay en ella”. (Cfr. Génesis 8, 20-9, 17).

La comparación del mensaje ético entre el diluvio bíblico y el de los mitos sumerio-acadio-babilonios habla por sí sola, sin que necesite aclaraciones.

A la hora de interpretar la Biblia pueden detectarse, simplificando tal vez excesivamente, cuatro corrientes. La primera es la literalista. La interpretación de la Biblia al pie de la letra. Prácticamente nadie es hoy día partidario de esta forma de interpretación. Sería condenar al credo judeocristiano al mismo callejón sin salida al que la literalidad del Corán ha condenado al Islam.

La segunda es la interpretación crítica desde posturas que buscan la demolición de las creencias judeocristianas. Es la crítica nacida en el siglo XVIII, pretendidamente racional, pero que se queda en racionalista, para justificar un a priori: la falsedad del credo judeocristiano.

La tercera es la que pudiéramos llamar sociológica o costumbrista. Intenta decir que la verdad del mensaje de la Biblia es diferente para cada época o momento. Que, así interpretada, la Biblia y, por lo tanto, el credo judeocristiano, puede decir hoy, de acuerdo con el momento en que se vive, que lo que ayer era malo, es ahora bueno. Esto lleva a un relativismo moral según el cual se hace decir a la Biblia lo que se quiere oír de ella.

La cuarta es la búsqueda, por debajo del ropaje de la Biblia, de una verdad inmutable que marca la relación de Dios con el hombre y con todos los hombres entre sí para salvarles, transmitiéndoles un comportamiento ético acorde con su naturaleza permanente que, de seguirlo, le llevaría a la felicidad y haría el mundo mejor, más justo, más habitable. Esta es la interpretación que ha intentado seguir la Iglesia católica desde los primeros siglos a través de los Padres de la Iglesia. Ciertamente, la agresividad de la segunda forma de interpretación en los siglos XVIII y, sobre todo, el XIX supuso una cierta involución en la corriente interpretativa de la Iglesia. Pero, una vez superado el miedo, esa crítica racionalista, ha servido de acicate para que la Iglesia se lance más a fondo en la interpretación racional, que no racionalista, acorde con los descubrimientos científicos e históricos ciertos que se vayan produciendo y sin miedo a los mismos, porque la verdad no puede contradecirse a sí misma. La adhesión de la Iglesia a esta forma de interpretación queda patente en diversos pronunciamientos de Papas en varias encíclicas y de la Pontificia Comisión de Estudios Bíblicos, de las que se desprenden:


a)     Que en el Pentateuco, atribuido en principio a Moisés, hay inserciones que responden a tradiciones escritas u orales, así como interpolaciones hechas más adelante. En mi opinión –pobremente fundada, es cierto–, seguramente Moisés sea el autor, directo o a través de escribas instruidos por él, de gran parte del Éxodo, Levítico y Números, libros que narran hechos de los que él es el protagonista. Probablemente, el Génesis forme parte de esas tradiciones orales o escritas previas a Moisés. Y, posiblemente, gran parte del Deutronomio (Segunda Ley) –incluido su “decálogo” Deuteronomio 5, 6-21–, al menos uno de los dos “decálogos” del Éxodo (Éxodo 20, 2-17 o Éxodo 34, 14-27) –posiblemente el segundo de las anteriores[3]– y muchas de las leyes y normas rituales podrían ser interpolaciones posteriores.

b)     Que el estudioso católico, respetuoso con las enseñanzas de la Iglesia, no sólo puede, sino que debe, con gran libertad, investigar con gran cuidado y a la luz de los datos científicos, historiográficos, arqueológicos, literarios, etc., interpretaciones que sean acordes con los avances de las ciencias seculares[4]. 

Con esto doy por terminada esta 4ª singladura de la Travesía de la Biblia.



[1] En una primera orden, Dios le dice a Noé que meta en el arca siete parejas, macho y hembra, de los animales puros. Pero en el siguiente párrafo se dicha: “De los animales puros e impuros, de las aves del cielo y de los reptiles de la tierra (conviene no olvidar que la serpiente es en el Génesis la representación del demonio), entraron con Noé en el arca una pareja de cada especie, macho y hembra, como le había mandado Dios”. (Génesis 7, 8-9).

[2] Respecto al término pastoreadla, ver al respecto la nota de la singladura 3

[3] Hay tres “decálogos” en el Pentateuco. El primero que se lee (Éxodo 20, 2-17) es probablemente el dado por Dios a Moisés y tiene un carácter de adoración a Dios y de ética entre los hombres. El del Deutronomio es prácticamente una repetición del anterior. El de Éxodo 34, 14-27 tiene un carácter más ritual y parece ser una interpolación posterior a la entrada del pueblo de Israel en la Tierra Prometida, tras la salida de Egipto, para evitar que se contagie de la adoración de las divinidades cananeas.

[4]  “El exegeta católico, movido por un amor activo y valiente a su ciencia, sinceramente devoto de nuestra Madre la Santa Iglesia, no debe en modo alguno abstenerse de abordar, y en varias ocasiones, las cuestiones difíciles que aún no se han planteado. resuelto hasta ahora no sólo a repeler las objeciones de los adversarios, sino también a tratar de encontrar una explicación sólida para ellos, en perfecto acuerdo con la doctrina de la Iglesia, especialmente con la de la inerrancia bíblica, y al mismo tiempo capaz de plenamente satisfaciendo ciertas conclusiones de las ciencias seculares. Los esfuerzos de estos valientes obreros en la viña del Señor merecen ser juzgados, no solo con equidad y justicia, sino también con perfecta caridad; que todos los demás hijos de la Iglesia lo recuerden. Hay que tener cuidado con este celo que no es prudente, que considera necesario atacar o sospechar de todo lo nuevo”. (Encíclica Divino Afflante Spiritu. Pío XII, 1943)

 

“En cuanto a la composición del Pentateuco, en el citado decreto del 27 de junio de 1906 la Comisión Bíblica ya reconoció que se podría decir que Moisés, “para componer su obra, hizo uso de documentos escritos o tradiciones orales” y admitir también modificaciones y adiciones posteriores a Moisés (Ench. Bibl. 176-177). Ya no hay nadie hoy que cuestione la existencia de estas fuentes y no admita un aumento gradual de las leyes mosaicas debido a las condiciones sociales y religiosas de épocas posteriores, una progresión que también se manifiesta en los relatos históricos. […] Es por ello que invitamos a los estudiosos católicos a estudiar estos problemas sin prejuicios, a la luz de una sana crítica y los resultados de otras ciencias interesadas en estos temas […] El primer deber que recae aquí para la exégesis científica consiste en primer lugar en el estudio cuidadoso de todos los problemas literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos relacionados con estos capítulos; sería necesario entonces examinar de cerca los procedimientos literarios de los antiguos pueblos orientales, su psicología, su forma de expresarse y su propia noción de verdad histórica; en una palabra, sería necesario reunir sin prejuicios todo el material de las ciencias paleontológicas e históricas, epigráficas y literarias. Solo así podemos esperar ver más claramente la verdadera naturaleza de ciertos relatos de los primeros capítulos del Génesis. […] Mientras tanto, debemos practicar la paciencia, que es prudencia y sabiduría de vida. Esto es lo que también inculca el Santo Padre en la Encíclica ya citada (Divino Afflante Spiritu): ‘Nadie –dijo– debería extrañarse de que todavía no hayamos aclarado, ni resuelto todas las dificultades [...] Sin embargo, no debemos desanimarnos, ni olvidar que en las disciplinas humanas no puede ser de otra manera que en la naturaleza, donde lo que comienza crece poco a poco, donde los frutos se recogen solo después de un largo trabajo [...] Por tanto, podemos esperar que estas dificultadlas, que hoy parecen las más complicadas y las más arduas, finalmente se abrirán un día, gracias a un esfuerzo constante’ ”. (Pontificia Comisión de Estudios Bíblicos, 16 de Enero de 1948)

 

“El sentido que se propone el autor [de las Escrituras] es el literal. Como quiera que el autor de las Sagradas Escrituras es Dios, que tiene conocimiento de todo al mismo tiempo, no hay inconveniente en que el sentido literal de un texto de la Escritura tenga varios sentidos [...] Este último significado corresponde al sentido espiritual, que supone el literal, y en él se fundamenta”. Santo Tomás de Aquino. Suma de Teología. Cuestión 1, Artículo 10, Solución.

 

“Por ejemplo, cuando la escritura habla del brazo de Dios, el sentido literal no está diciendo que Dios tenga brazo, en cuanto a elemento corporal, sino en cuanto fuerza para obrar, que es lo que el brazo significa”. Santo Tomás de Aquino. Suma de Teología. Cuestión 1, Artículo 10, Respuesta a la 3ª objeción.

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