27 de enero de 2023

El Evangelio escondido de Matajj; Capítulo XXIV: Encuentro junto a Tiberíades

Caminamos muy lentamente, de forma deliberada, por la ribera occidental del Jordán, hasta que llegamos al mar de Galilea. Luego, lo empezamos a bordear por su orilla oeste, más lentamente todavía. Esta tampoco era una ruta habitual, porque, para llegar a Cafarnaum bordeando la costa del lago, había que pasar por las inmediaciones de la ciudad de Tiberíades. Esta ciudad la había construido hacía unos diez años Herodes Antipas en honor a Tiberio. Es una ciudad completamente pagana, habitada tan sólo por romanos ricos y la corte de Herodes. Éste último tiene allí un lujoso palacio. Los judíos la consideran una ciudad depravada, en la que las orgías y bacanales se suceden en las fiestas dadas por los romanos que allí habitan y por el propio Herodes y su entorno. Yo puedo dar fe de que lo es, porque durante mi época de recaudador de impuestos, asistí a bastantes de ellas. En el pequeño circo que tiene se organizan juegos que poco tienen que envidiar a los de Roma en crueldad. Incluso alguna vez se han celebrado en el mismo mar de Galilea, a la vista de la ciudad, batallas navales, ficticias pero mortales, entre gladiadores. Ningún judío respetable quiere acercarse a ella porque, además de contraer impureza legal, se considera que sólo aproximarse a la ciudad es ya un grave pecado contra el Altísimo. Por eso, a medida que nos acercábamos a ella, nos cruzábamos miradas de complicidad. Ya no nos causaba extrañeza que Jesús se atreviese a entrar en la ciudad. Pero esta vez nos equivocamos, porque lo que Jesús iba buscando en Tiberíades, lo encontramos fuera de la ciudad. 

Efectivamente, estando ya cerca de ella, por un recodo del camino aparecieron un grupo de personas que hacían huir a pedradas, delante de sí, a una mujer. Mientras le tiraban piedras, blandían palos con los que le debían de acabar de propinar una paliza. La mujer iba con las vestiduras desgarradas, casi hechas jirones, aullando de rabia y de ira, como una hiena herida que no se atreve a revolverse contra sus agresores. Sangraba copiosamente por varias heridas, una de ellas en la cabeza. Su ojo derecho estaba tumefacto y casi completamente cerrado. Tenía el pelo cortado a trasquilones y pegajoso de la sangre que había brotado de la herida de su cabeza, pero, a pesar de la sangre, se notaba que era un pelo de un color rojo cobrizo que, si alguna vez formó una melena, debió ser una cabellera espléndida. Un hilo de sangre, mezclado con espuma, le salía también de la boca. Había puesto, y mantenía, entre sus perseguidores y ella una distancia de seguridad que impedía que las piedras la alcanzasen. Tampoco parecía que los perseguidores quisieran alcanzarla. Ya le habían dado su merecido y lo único que querían era expulsarla del lugar. Ella caminaba de espaldas, vuelta a los que la acosaban, aullando insultos unidos con blasfemias que harían sonrojar al más atrabiliario de los bandidos. Los improperios estaban pronunciados con una voz gutural, ronca y profunda. Tan sólo de cuando en cuando se volvía para inspeccionar el camino por el que iba, para evitar que una caída inoportuna la hiciese caer ya que, aunque sus agresores no hacían por alcanzarla, no era difícil prever que si, aun no intentándolo, llegaban a ella, le propinarían otra paliza con los palos. En el grupo de perseguidores había dos mujeres que parecían ser las más furiosas de todos. En una de esas miradas al camino, nos vio y, por un momento, pareció dudar, pues debió pensar que podíamos retenerla para que sus perseguidores la alcanzasen. Pero, dado que el camino discurría entre un terreno inaccesible, debió pensar que no tenía más remedio que caminar hacia nosotros, por lo que, tras una brevísima vacilación, siguió su marcha, sin rebajar en nada el tono de sus insultos y blasfemias. En una de las ocasiones en las que se dio la vuelta para mirar el camino, cayó en brazos de Jesús.

- ¡Suéltame! –gritaba, y sus insultos, dirigidos a Jesús, arreciaron de tono, mientras se revolvía con una fuerza insospechada intentándose librar del abrazo, tan fuerte como sereno y suave, de Jesús– ¡Suéltame, maldito hijo de puta! ¿Qué quieres de nosotros? –sí, hablaba en plural.

Jesús, sin decir nada, apretaba el abrazo, mientras ella le intentaba arañar, morder y darle cabezazos. Pero él, mientras que con el brazo izquierdo rodeaba su espalda, sujetándola el brazo derecho, con la mano derecha agarraba con firmeza la mandíbula impidiendo que le mordiese o le diese cabezazos. Parecía la lucha de un oso abrazando e inmovilizando a una pantera, pero procurando no hacerla daño. Al mismo tiempo y por encima de los aullidos de la mujer, Jesús gritaba con fuerza estentórea una salmodia en un idioma ininteligible. Los perseguidores se acercaban, estaba ya sobre nosotros pero, aunque no dejaban de gritar, y blandir los bastones, ninguno se atrevió a usarlo para asestar un golpe. Los gritos eran ensordecedores, los de la turba furiosa, los de la mujer, roncos y guturales, pero, por encima de todos, dominándolos, sin estridencias, grave, la voz de Jesús y su salmodia incomprensible. Poco a poco los aullidos de la mujer se fueron suavizando, al tiempo que disminuía su esfuerzo por hacerle daño. Los gritos de la turba también se iban acallando paulatinamente y los palos dejaron de blandirse. A medida que los gritos y las amenazas disminuían, la voz de Jesús también bajaba de volumen. Al cabo de un rato, sólo se oía la voz de Jesús y, muy queda, la de la mujer, aunque siguiese profiriendo horribles blasfemias. Cuando la mujer ya no hacía ningún esfuerzo, Jesús soltó la mandíbula que sujetaba con su mano derecha y empezó a acariciar su cabeza herida. De repente la mujer pegó un enorme alarido y empezó a sollozar. Primero estrepitosamente y con fuertes hipidos, pero poco a poco se transformó en un sollozo suave. Jesús extendió la mano y pusimos en ella un trapo húmedo, con el que empezó a limpiar las heridas y el rostro de la mujer, mientras la iba dejando caer lentamente hasta que se quedó tumbada en un espacio con hierba junto al camino. Jesús siguió limpiándole el ojo tumefacto, la herida de la lengua y los labios mordidos, la cabeza. Su salmodia ininteligible se había transformado en una canción de cuna. Nicodemo contempló toda la escena con aire de incredulidad.

Cuando la mujer se calmó del todo y era evidente que estaba plácidamente dormida, Jesús se volvió a la turba.

- Esa zorra no se merece tu compasión –dijo una de las dos mujeres

- Todo ser humano merece compasión –replicó Jesús sin sombra de reproche.

- Casi nos mata a las dos –chilló la otra con voz histérica, subrayando la afirmación de la primera.

Al mirarlas, Jesús se dio cuenta de que también ellas estaban llenas de moratones y heridas.

- No nos vas a comparar a nosotros con ella, verdad –continuó chillando la segunda.

- No es una comparación, es un hecho –replicó Jesús sin alterar la voz–. Todos los seres humanos son el resto de un naufragio y todos necesitan una tabla de salvación.

- Todos, menos tú, ¿no? –Dijo la primera con una voz ligeramente más serena que la segunda, pero con mucha ironía.

- No –dijo Jesús reflexivamente y con gravedad–. Yo también necesitaré una tabla para salvar. Pero, decidme, qué os ha hecho esta mujer.

- Cumplíamos la orden del Tetrarca de echarla del palacio porque venía él con su mujer y se revolvió como una hiena –siguió chillando la segunda–. Nos apaleó y nos mordió como si tuviera la rabia. Si no llegamos a llamar a la guardia que estaba en turno de descanso y no hubiese acudido a toda prisa, lo hubiese conseguido, porque ese era su propósito. Tal vez todavía muramos de esa horrible enfermedad.

- El palacio…, el Tetrarca…, su mujer… –Jesús, hacía como que reflexionaba– supongo que te refieres a Herodes y a Herodías, la mujer de su hermano Filipo –y mientras decía esto se fijó en que, ciertamente, los hombres debían ser de la guardia de herodiana. Eran extraordinariamente fornidos, estaban a medio vestir con las ropas de guardia y los palos y bastones eran los que utilizaba los guardias de Herodes cuando querían sofocar una revuelta sin causar muertos.

Efectivamente, Herodías, se había casado con su tío, Filipo. Pero cuándo creyó que la estrella del medio hermano de su marido, Herodes Antipas, era más ascendente que la de Filipo, se separó del primero para unirse al segundo, que era también su tío. Pero éste era un tema tabú del que no podía hablarse sin correr serios riesgos de ser ejecutado sumariamente. Para casarse con Herodías, Herodes había tenido que repudiar a su primera mujer, Zenobia, hija del poderoso rey Nabateo Aretas IV. Esto le costó una guerra con los nabateos que le hubiese costado el reino si no hubiese sido por la enérgica intervención de los romanos. Con su marido, Filipo, Herodías había tenido sólo una hija, Salomé, que era una niña cuando se produjo la separación de sus padres.

- Cuidado con tus palabras –dijo uno de ellos que estaba el primero y parecía ser su jefe– podrían llegar a oídos del Tetrarca y detenerte, como acaba de hacer con ese maldito Juan por gritarle lo mismo. Claro que tú no te atreverías a decírselo en su cara como lo lleva haciendo ese profeta durante años –había un deje de respeto en esa palabra “profeta”.

- En eso tienes razón. El día en que le vea, no le diré nada de eso. No le diré nada de nada. Pero si quieres puedes ir tú y decirle que Jesús de Nazareth le dice, como le grita Juan, que no le es lícito tener a la mujer de su hermano. Mejor, díselo a Herodías, que es la verdaderamente peligrosa. Pero dile también a ese zorro, que no le tengo miedo –no había jactancia en la voz de Jesús, pero sí emanaba de ella una inmensa autoridad–. Dile que expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día, cuando yo decida, acabaré. Además, él no puede nada contra mí. Hoy, mañana y pasado, tengo que continuar mi viaje, porque es impensable que un profeta pueda morir fuera de Ierushalom. Pero diles además que, por muy poderosos que se crean, también ellos son el resto de un naufragio, que también tengo compasión para ellos y que también para ellos hay una tabla de salvación –la voz de Jesús, sin perder su autoridad adquirió tintes de ternura.

- Ten por seguro que transmitiré a ambos tus osadas palabras –las palabras salían masculladas entre los dientes apretados del guardia–. ¡Por Dios que no me gustaría estar en tu pellejo! Y, en cuanto a Juan, no se lo va a gritar mucho más. Y tú puedes seguir su suerte. Acuérdate de mi nombre, soy Zerah y tal vez sea yo el que te prenda. Te aseguro que no tendré ninguna compasión.

Y dicho esto, dio media vuelta y, abriéndose paso entre sus hombres se fue hacia Tiberíades. Las dos mujeres se quedaron en su sitio mirando a Jesús. Había un cierto asombro en su mirada en sustitución de su furia anterior.

- Y, vosotras, ¿no queréis iros? –la expresión era una invitación a que se quedasen–. ¿O preferís contarme qué hacía esta mujer en el palacio de Herodes y por qué os ha querido matar?

Nicodemo llevaba un rato queriendo acercarse a Jesús para decirle algo al oído, pero era obvio que él no quería que se lo dijese. Las mujeres empezaron a hablar, turnándose en su relato. Su voz ya no tenía la ira de antes, aunque sí un fuerte resentimiento.

- Hace más de dos años que esta mujer, Gomer, llegó a Tiberíades.

- ¿Gomer? –preguntó con extrañeza Nicodemo.

Había reconocido en ella a Miriam, la hija de Simón, su amigo de Betania. Pero lo que de verdad le causó sorpresa es que hubiese elegido ese nombre. Gomer era el nombre de la prostituta con la que se casó el profeta Oseas por una orden expresa de Elohim. No le cupo duda de que Miriam no había elegido ese nombre por azar. Conocedora de las escrituras desde su infancia, por ser hija de fariseo, denotaba una nostalgia de las promesas de redención que esta prostituta recibió de Elohim.

- Sí, Gomer –continuaron ellas–. Era la amante de un decurión que vino aquí destinado. El pobre hombre estaba como hechizado por ella y no era capaz de ver que él no era para ella más que un paso, tanto para su ambición, que no tenía límites, como para su lujuria. Nada más llegar empezó a seducir a muchos hombres. A unos, sólo por lujuria, a otros porque eran un peldaño de su escalera para trepar. Las seducciones puramente lujuriosas las llevaba con el máximo secreto. Amenazaba a sus amantes con abandonarles si hablaban de su relación. De todas maneras, cuando se cansaba de ellos, los abandonaba. Entonces amenazaba con usar a su amante-escalera para arruinarles la vida si hablaban. Pero no era posible evitar que hubiese rumores. Entonces ella decía que era el simple deseo de los hombres por poseerla lo que les llevaba a difundir esas mentiras. Uno de sus seducidos por lujuria fue un soldado raso de la guardia de Herodes, un hombre verdaderamente aguerrido. Cuando se cansó de él, el pobre hombre, convertido en una piltrafa humana, se suicidó.

En su escalada hacia el poder y el dinero, pronto dejó al pobre decurión por su jefe, uno de los centuriones de la guarnición romana de Tiberíades. Se especializó en ascender por la escala de mando. Pronto dejó al centurión tras seducir al equites y luego al tribuno de la VI Legión, Ferrata Fidelis, acuartelada en Galilea, el mismísimo Corbulón. Su sistema era claro. Cuando conseguía un amante importante, inmediatamente se dedicaba a su jefe hasta que se enamoraba de ella y el de rango inferior no podía hacer nada para evitar verse abandonado. Así, en los poco más de dos años desde que llegó, tuvo cuatro amantes romanos. Y a todos los dejó arruinados porque les exigía, para no abandonarlos en el tiempo en el que buscaba al siguiente amante, que le regalasen joyas más allá de su alcance. Parecía que la escalera de poder se le había acabado porque había llegado a lo más alto. Pero a ella no le bastaba. En una cena a la que fue con Corbulón al palacio del Tetrarca, estando Herodías en Cesarea, Herodes se prendó de ella y, con el consentimiento de Corbulón, que se consoló de su pérdida a cambio de una buena suma de dinero, se hizo la amante del Tetrarca. Así, Cobulón, por lo menos, se salvó de la ruina. Herodes también le hizo regalos fabulosos. Al menos a esa zorra se le debe reconocer una especial habilidad para seducir a pobres y poderosos por igual. Pero la muy perra había llegado demasiado alto por esa escalera y cuando Herodes se fue hace unas semanas a Cesarea, la encerró en sus aposentos, reforzando con una reja los balcones para que no pudiera escapar. Ella lo intentó todo para huir. Seducir a sus guardianes, autolesionarse para que viniese el médico, intentando seducir a éste también. Todo. Pero no pudo, nadie quería poner en riesgo su vida por una noche de placer que, además, seguramente no se llegase a consumar. Pero ayer, recibimos un correo de Herodes para que la expulsásemos del palacio sin que se llevase ni uno sólo de sus regalos, ya que venía con Herodías y su hija Salomé y es sabido el miedo que el Tetrarca tiene a su mujer y el apego que tiene a su dinero.

Esta mañana, cuando abrimos la puerta de su aposento y le dijimos que tenía que irse porque Herodes la repudiaba, se lanzó contra nosotras y con mordiscos, arañazos, puñetazos y golpes con un bastón que tenía, y nos hubiese matado si no hubiese acudido la guardia de descanso a nuestros gritos. Ellos la sujetaron y, de uno en uno, la violaron los doce. Pero para ello tuvieron que molerla a palos. Es posible que la hubieran matado, porque querían vengar la muerte de su compañero suicidado. Pero la muy perra, haciendo gala de una fuerza sobrenatural y en un momento de descuido, se escabulló. Ellos dejaron de pretender matarla y nos bastó a todos con que se fuese de Tiberíades, siguiéndola para asegurarnos de ello. En ese momento apareciste tú. Lo que no entiendo es cómo tuviste la fuerza para sujetarla y qué misterio había en tu extraña salmodia para que se callase. Como verás, esta puta no merecía tu compasión.

- Puede que vosotras creáis que no –replicó Jesús, que no parecía demasiado impresionado por la maldad de la tal Gomer–, pero yo creo que las más de las veces la gente es mala por que le ha faltado amor y tiene derecho a un poco de amor.

- ¿Amor? Esta ha tenido todo el amor que ha querido y más. Y ahora, parece que también te ha seducido a ti –dijo la mujer de voz chillona.

- No –dijo Jesús–. En eso os equivocáis. Soy yo quien la he seducido como te voy a seducir a ti, Juana –la mujer de la voz chillona se quedó de piedra al ver que Jesús sabía su nombre– y como te voy a seducir a ti, Avá –la perplejidad se apoderó también de la segunda mujer. Ambas se miraron sin entender–. Ella y vosotras necesitáis una tabla de salvación para vuestro naufragio. ¿Queréis aceptar la que os voy a dar? Dime Juana. ¿Cuántas veces se te ha pasado por la cabeza asesinar a Cusa, tu marido, el administrador de Herodes? ¿No se te pasa por la cabeza cada vez que te golpea salvajemente sin dejar huella de sus palizas? Sí, pero no te atreves. ¿Cuántas veces has deseado al Tetrarca para poder librarte de Cusa? Lo que ocurre es que sabes que no lo conseguirías –y la tal Juana, trastabilló, como su hubiese recibido un golpe en pleno rostro–. Pero en su debido momento, Cusa se arrepentirá y vendrá a ti y te pedirá perdón de corazón y tú le perdonarás y todo volverá a ser como los primeros años, cuando te quería. Y tú, Avá, te acuerdas de tu niñito, tu pequeño Menahem. El que te fue arrancado del pecho para que pudieses criar a Herodes cuando era niño. ¡Cómo odias al Tetrarca porque su madre te arrancó a tu niño y lo mandó matar para que criases al suyo! ¡Cómo le odias porque te desprecia! ¿Cuántas veces le hubieras matado si te hubieses atrevido? ¿Cuántas veces has imaginado tener a la madre del Tetrarca a tu merced para torturarla? ¡Qué refinadas y terribles torturas has llegado a imaginar para ambos! ¿Cuántas veces imaginas exterminar a todos los judíos porque te desprecian como Idumea? Pero yo no te desprecio. Siendo idumea, te voy a seducir. Además, yo te aseguro que tu hijo está vivo y que lo encontrarás. No murió. El guarda que tenía que matarlo tuvo compasión y lo dejó abandonado con un cartel en el que ponía su nombre. Alguien lo recogió y vive. Él no sabe quién es, pero sé que, en su debido momento, lo encontrarás.

- Mi niño, mi pequeño, mi Menahem, vive y lo encontraré –su voz se quebró en un sollozo– ¿Cuándo, cuándo será eso? –dijeron las dos casi al unísono, pensando cada una en lo que a ella le atañía.

- No lo sé. Pero sé, como sé vuestros nombres y vuestros naufragios, que ocurrirá –la voz de Jesús transmitía una certidumbre total–. Mientras llega ese momento, disfrutad del amor que el Altísimo os tiene y aceptad su tabla.

- Y, ¿cuál es esa tabla para que la aceptemos? –preguntaron las dos.

- Yo soy esa tabla, como lo soy para Gomer, que no se llama Gomer, sino Miriam–y volviéndose a Nicodemo que le miraba perplejo, le dijo–. Sí Nicodemo, sí. Sabía que era Miriam desde el principio. Más aún, yo he forzado este encuentro. Por eso caminábamos despacio desde el Jordán. Por eso y para darle tiempo a Juan para que empiece el cumplimiento de su misión –y dirigiéndose otra vez a las mujeres que esperaban ansiosas su respuesta–. Yo soy vuestra tabla, siempre que aceptéis que lo sea también para Gomer/Miriam. Seguidme e iréis encontrando respuestas. Pero seguidme con fe y con esperanza. Las promesas se cumplirán en su momento, porque nada hay imposible para Dios.

Ambas mujeres hubieran querido preguntarle miles de cosas, pero una fuerza en su interior se lo impidió. En vez de eso, se acercaron a Jesús y los tres se abrazaron. Ellas lloraban con suavidad y él recitaba una salmodia. Pero esta vez era en hebreo y era al profeta Oseas al que citaba incompleto, adaptado. Nicodemo, Natanael y yo, que sabíamos hebreo, las entendimos. Decía:

- Elohim dijo a Oseas: “Cásate con una prostituta y engendra hijos de prostitución, porque esta tierra se ha entregado a la prostitución y se ha apartado de Elohim. Fue Oseas y se casó con Gomer –y miró a Gomer/Miriam, que dormía plácidamente–. Ponle el nombre de Jezrael a tu primer hijo. Ponle el nombre de No-compadecida a tu primera hija –y miró a Juana–, y de No-mi-pueblo a la segunda –y miró a Avá–. Y en vez de llamarla No-mi-pueblo, la llamaré Hija-del-Dios-vivo y a No-compadecida la llamaré Compadecida. La castigué por festejar a los baales y haber quemado ofrendas en su honor; se adornaba con sortijas y collares para ir junto a sus amantes, olvidándose de mí. Pero yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y allí hablaré a su corazón. Le devolveré los viñedos, haré del valle de Acor una puerta de esperanza; y ella me responderá allí como en los días de su juventud. Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y ternura; te desposaré en fidelidad y tú conocerás a Elohim. Aquel día, oráculo de Elohim, yo daré órdenes a los cielos y ellos enviarán la lluvia sobre la tierra, y la tierra dará trigo y destilará mosto y aceite. Me compadeceré de No-compadecida. Diré a No-mi-pueblo: ‘Tú-mi-pueblo’ y él dirá: ‘Tú-mi-Dios’. Yo sanaré su infidelidad, las amaré gratuitamente. Seré como rocío para ellas. Crecerán como el lirio, tendrán el esplendor del olivo y como el del Líbano será su perfume. Elohim volverá a ser su protector, de nuevo crecerá el trigo, como la vid florecerán y serán como el vino del Líbano. Yo escucho su plegaria y velo por ellas; yo soy como un ciprés lozano y de mí proceden todos sus frutos”.

Cuando Jesús acabó esta salmodia y los tres soltaron el abrazo, Jesús dijo a Nicodemo:

- Nicodemo, te encomiendo que lleves a Miriam a su padre, tu amigo Simón. Pero déjale a ella que marque el ritmo y el camino. Déjala dormir todo lo que quiera.

Nicodemo asintió y, tras repartir con él las provisiones, Jesús dijo al de Queriot:

- Judas, dale todo el dinero de la bolsa a Nicodemo.

- Rabbí –respondió Judas con tono de protesta–, no podemos quedarnos sin nada.

- Judas, dime –replicó Jesús con calma–, ¿nos ha faltado algo en algún momento?

- No, rabbí –admitió Judas con desgana– nunca nos ha faltado nada, pero nunca se sabe…

- Con fe, sí se sabe. Si se confía en que, sin saber cómo, nunca nos faltará de nada, así será –respondió Jesús con un suspiro.

- Es mejor confiar en lo que se tiene que en la fe –dijo Judas con impaciencia en su voz.

- Judas, Judas, ¿no te basta con lo que has visto para confiar. Rezaré por ti para que mi Padre –Abba– aumente tu fe –respondió Jesús mirando al fondo de los ojos a Judas, que bajó la vista pero le dio la bolsa a Nicodemo–. Y, ahora, vamos a Magdala.

26 de enero de 2023

Sobre ángeles y arcángeles

Hace unos días fue la fiesta de los arcángeles san Miguel, san Gabriel y san Rafael y hoy es la de los ángeles custodios, léase, de la guarda. A muchas personas, incluso cristianos practicantes, esto de los ángeles y arcángeles les lleva a sonreír con indulgencia como si se tratase de algo pueril. Reconozco que a mí me ha ocurrido eso durante años. Pero nos ha sido dicho que si no nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos. No creo que esta frase quiera decir que no nos preguntemos sobre el sentido de las cosas que creemos ni que veamos las cosas exactamente como niños. El mismo san Pablo, en alguna de sus epístolas dice algo así como: “Cuando era niño, pensaba como un niño, hablaba como un niño… ahora que soy mayor, he dejado atrás las cosas de niño y actúo como un adulto”. ¡En qué quedamos! Lo que tienen los libros de sabiduría, y la Biblia lo es por excelencia, es que hay que tener mucha perspicacia para no ver contradicciones allí donde sólo hay contrastes. Por lo tanto, voy a ver algunas de las fuentes bíblicas –solo algunas, pues su sola enumeración exhaustiva sería agotadora– en las que se basa la existencia de los ángeles y voy a representármelos en consecuencia, voy a analizarlos en relación con la ciencia y, por último, voy a exponer algunas de mis devociones a los ángeles. 

La infancia –y el arte en parte– se representa a los ángeles como pequeños geniecillos alados con mofletes rechonchos y coloradotes. “Angelillos de los que inflan los carrillos en los cuadros de... ¡pum!, ¡pum!... Murillo; Fermín Murillo”, dice una canción muy chabacana que casi ni me atrevo a mentar aquí. Otro tipo de manifestación artística los representa como seres de una belleza extraordinaria, difícilmente catalogables como masculinos o femeninos, con grandes, puntiagudas y estilizadas alas desplegadas. Ha quedado como una expresión de discusión bizantinamente estéril lo de: “Eso es como discutir el sexo de los ángeles”. Pero yo quiero citar un salmo, no recuerdo cual es, en el que se dice de ellos que “son guerreros poderosos, atentos a las órdenes del Señor”. Por tanto, nada de angelitos mofletudos o andróginos. No son de ningún sexo –esa distinción no atañe a criaturas puramente espirituales–, pero no cabe duda de que son tremendamente poderosos y ejecutores de la voluntad de Dios. Su aspecto no debe tener nada de tranquilizador. Todos los personajes bíblicos que tienen encuentros con ellos se muestran más bien asustados y tienen que ser tranquilizados por sus palabras y gestos. Y los ángeles del Apocalipsis tampoco parecen ser frágiles criaturas. Tampoco parece que fuesen seres inofensivos los que formaban las más de doce legiones de ángeles que Cristo dijo a Pedro en Getsemaní que su Padre podría enviar en su rescate si se lo pidiese.

San Miguel, al grito de “Quién como Dios” –de hecho esa es la etimología hebrea del nombre Miguel– derrotó al demonio y a sus ángeles en la que debió ser una terrible batalla, precipitándolos al suelo y expulsándolos del cielo para siempre[1], aunque sigan por la tierra, haciéndonos la puñeta.

San Gabriel es el arcángel mensajero de la voluntad de Dios. El Evangelio de san Lucas nos dice que fue él quien anunció a María el mensaje de Dios para preguntarle si permitía su encarnación. Cuando María le vio, parece que se sobresaltó, porque, tras decirle “Salve, llena gracia, el Señor está contigo”, la tiene que tranquilizar diciéndole: “No temas María”.

San Rafael es el arcángel que acompañó al joven Tobías en su difícil viaje a través de Siria, Babilonia y Persia. En él tuvo que sortear los más graves peligros y lo logró con el apoyo de san Rafael. Pero no solo eso. San Rafael fue capaz de liberar a la que se convirtió en mujer de Tobías de una maldición diabólica y gracias a determinadas plantas y vísceras de animales, de curar la ceguera de Tobit, el anciano padre de Tobías.

Tales son los tres arcángeles. Pero no quiero dejar de hablar del ángel custodio de cada uno, del ángel de la guarda. Si nos hacemos como niños, Jesús le dice al mundo hablando de nosotros: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial”. No es mala protección, ¿no?

Tal vez alguno apenas haya leído con atención lo anterior, porque estará pensando todavía en algo que dije en el primer párrafo: Que iba a analizar a los ángeles desde el punto de vista de la ciencia. ¡Venga ya!, pensará. ¡Qué tienen que ver los ángeles y la ciencia! Desde luego, la ciencia no puede ni demostrar ni desmentir nada sobre los ángeles. Ni siquiera puede decir nada directamente sobre ellos. La ciencia sólo puede hablar de lo que se puede tocar, pesar, medir. Pero, a veces, hay silencios que, sin demostrar nada, son bastante elocuentes. Vamos a ver si de algunos puede salir alguna luz.

Lo que sí ha podido demostrar la ciencia es que vivimos en un mundo de tres dimensiones espaciales[2] que se despliegan en una cuarta dimensión, bastante peculiar, que es el tiempo, formando lo que Einstein llamó el espacio-tiempo. Sin embargo, si le preguntamos a la ciencia por qué hay sólo y precisamente tres dimensiones espaciales, tendría que guardar silencio. Y nuestro sentido común se preguntaría, ante este silencio, si hay alguna razón lógica para que en la Realidad sólo haya tres dimensiones. ¿Qué tiene de mágico el número tres? ¿Por qué no podría haber 1.349 dimensiones? ¿O 652.378? ¿O 7.356.902.741.076.278.265? ¿O infinitas? ¿No sería más lógico que hubiese cualquier número que que resultase haber sólo tres? La ciencia nos podría decir: Nuestros aparatos de medida sólo han captado tres, por lo tanto no podemos demostrar que haya más. Pero eso no significa nada, porque el hecho de que nuestros aparatos de medida sólo puedan captar tres dimensiones espaciales no es más que una limitación de unos aparatos hechos por seres que, a su vez, viven en tres dimensiones. Es imposible que puedan captar más. Pero extrapolar esa limitación a la Realidad es un absurdo. Y el hecho de que por esa limitación no podamos demostrar la existencia de otras dimensiones adicionales, ¿significa que no las hay? ¿Sería sensato decir que la realidad que nuestros pobres aparatos pueden captar es toda la Realidad? ¿Qué entre la realidad y la Realidad no puede haber nada? ¿O sería una estupidez? Y, si existiesen esas dimensiones, ¿no sería lógico y hasta razonable pensar que en esas dimensiones haya seres a los que no podemos captar pero que no por ello tienen que no existir? ¿Podrían ser estos seres inmensos, inabarcables e indetectables a los que les hemos dado el nombre de ángeles? ¿No es posible que lo que nosotros llamamos nuestra alma o nuestro espíritu sea una parte de nosotros que está en otras dimensiones no materiales? Y, ¿no es posible que nuestra parte de otras dimensiones sí que pueda detectar –no midiéndolos y pesándolos, por supuesto– a esos que llamamos ángeles? Tal vez un teólogo pueda decirme que la pertenencia a otras dimensiones no es lo que diferencia la materia del espíritu. Si me lo puede decir que, además, me lo explique, porque a mí, sin saber mucho de teología, no se me alcanza el por qué. En fin, pido perdón por esta digresión, paracientífica, es cierto, pero creo que razonable y en modo alguno anticientífica.

Por último, decía que iba a exponer algunas de mis devociones a los ángeles. Teniendo protectores así, y haciéndonos como niños, ¿no sería sensato que les pidiésemos como tales su protección? Yo se la pido todos los días, con oraciones que aprendí en mi infancia, pero sabiendo, en mi madurez, que se las pido a “guerreros poderosos, atentos a las órdenes del Señor” que “contemplan sin cesar el rostro del Padre celestial”. Rezo cada mañana el “Ángel de la guarda, dulce compañía (dulce aunque poderosa), no me desampares ni de noche ni de día, que soy pequeñito y me perdería”. ¿O es que no soy pequeñito al lado suyo y que no es fácil perderse en esta jungla de mundo en la que vivimos y que nos supera por todas partes? ¿O es que no soy frágil? El que crea que no lo es tal vez debería mirar las barbas de su vecino pelar y poner las suyas a remojar. Pero hay otra oración que les rezo a los cuatro ángeles y que probablemente muchos que lean estas líneas tiene en la cabeza. No obstante, esta oración requiere una explicación previa. Dice la historia que cuando Alejandro Magno entraba en combate con sus macedonios, lo hacía siempre en medio de una formación de soldados armados hasta los dientes que se llamaban hoplitas. Y cuatro de los mejores hoplitas, y de la máxima confianza, le escoltaban en una estructura de rombo, por delante, por detrás, a la derecha y a la izquierda. Si uno de sus escoltas caía en combate, era un inmenso honor para el hoplita más próximo tomar las armas del caído, ocupar su lugar y poder llegar a ser un escolta del rombo. Más de una vez esa formación de hoplitas en rombo salvó la vida a Alejandro. Pues esa formación, no de hoplitas, sino de ángeles más fuertes que el más fuerte de los hoplitas, es la que yo pido al principio de cada día. San Miguel delante repartiendo mandobles a diestra y siniestra a todos los demonios que quieran atacarme. San Gabriel a mi derecha, diciéndome al oído lo que la voluntad de Dios quiere de mí. El ángel de la guarda a mi izquierda, pasando su poderoso brazo derecho por detrás de mi espalda, sujetándome por mi hombro derecho, agarrándome con fuerza mi brazo izquierdo con su mano izquierda, apretándome contra él y evitando que me caiga. Parece que ando yo, pero, en realidad, voy en volandas. Y san Rafael detrás, guiándome, como un copiloto de rallies que va cantando las curvas al piloto, y con el botiquín listo para curarme con sus bálsamos las heridas que la vida me pueda hacer. Con esta imagen en la mente, rezo cada mañana: “Cuatro esquinitas, tiene mi vida, cuatro angelitos (joder con los angelitos, y perdón por la expresión) me la guardan, San Miguel, san Gabriel, el ángel de la guarda y san Rafael”. Lo creo como un niño racional. Lo pido como un adulto desvalido. Y ahí voy. En medio del rombo. Como Alejandro Magno. Con un miedo precariamente superado con la confianza, pero como Alejandro Magno.  Ahí me las den todas. ¡Ah!, y por si fuera poco, para protegerme de las flechas que puedan venir por arriba, imposibles de detener por mis hoplitas, está el manto de María, Virgen poderosa, refugio de los pecadores, diciéndome: “¿De qué tienes miedo? Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre”.

No es mala forma de ir por la vida con nuestra pequeñez y fragilidad… creo.


[1] Apocalipsis 12, 7-9.

[2] En realidad hay otras 7 dimensiones espaciales pero están “enrolladas” de una forma tan estrecha, que son indetectables por cualquier aparato de medida. Parece que pueden ser como los mástiles muy finos en los que se sostiene la lona de la tienda de tres dimensiones espaciales en las que vivimos. 

24 de enero de 2023

Publico hoy el link a una magnífica lección magistral de apertura del curso 2022-2023 en la Universidad Francisco de Vitoria por el Prof. Dr. D. Lucas Montojo bajo el título de "La tragedia de la pérdida de memoria: El caso de América".



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23 de enero de 2023

CAPÍTULO XXIII: Otro encuentro con el Bautista

 Dejamos Sicar en dirección hacia el norte. Íbamos bastante cargados con las provisiones que nos habían dado. Fuimos directamente al barranco de la muerte. Desde que Jesús estuvo allí, hacía unas dos lunas, en que sólo quedaron los que no confiaron en Jesús, habían llegado nuevos leprosos y el barranco estaba otra vez lleno. Jesús les dio todas las provisiones y se repitieron las escenas de entonces. Mi madre, Sara, Nicodemo, Simón el Zelota y el de Queriot, no habían estado la vez anterior. Todos menos Nicodemo conocían el hecho por las nuestras narraciones, pero estaban espantados, porque no es lo mismo oírlo que verlo. Especialmente Nicodemo, que se encontró con el terrible espectáculo de golpe, no daba crédito a lo que veía. Al principio, como nosotros la primera vez, se negaron a bajar, pero también como nosotros entonces acabaron bajando. Esta vez, prácticamente todos los leprosos confiaron en Jesús, aunque, como no podía ser de otra manera, algún recalcitrante lo rechazó. Más adelante nos encontramos con alguno, ya curado, que nos contó que en esa ocasión, también todos los que confiaron quedaron curados al día siguiente. Felipe, el diácono, y yo estuvimos en nuestra época de evangelizadores de Samaría y lo encontramos otra vez lleno. No nos hubiésemos atrevido a bajar entonces si no nos hubiera llamado Ruth, la samaritana, que, antes de volver a su Pésaj en Sicar, nos siguió de lejos hasta allí y vio lo que pasó. Años más tarde, cuando Felipe y yo llegamos de nuevo a Samaría, nos vio desde abajo y subió a por nosotros. Nos contó que cuando llegaron a ella los ecos de la muerte y resurrección de Cristo en Ierushalom, supo que había llegado la nueva Pésaj y se dedicó a recorrer toda Samaría con el anuncio de la buena noticia de esa Pésaj. Después, cuando supo que nosotros llegábamos a llevar el anuncio, pensó que ya no era necesario el suyo, se acordó de los leprosos y decidió dedicar su vida a cuidarlos. Ella vivía con ellos y organizó una cadena de samaritanos que, sin acercarse al barranco, llevaban, de tramo en tramo, alimentos para ellos, de forma que nunca faltasen. Con el ejemplo de esa valiente mujer, no pudimos dejar de bajar en esa tercera ocasión y vimos que, al contacto de sus manos y de sus cuidados, algunos quedaban también curados. No sé que será ahora de ella, pero rezo con toda mi alma para que su entrega dé los frutos que Dios quiera. Pero, otra vez me estoy yendo de la línea de mis recuerdos con digresiones posteriores.

Tras dejar el barranco, seguimos la divisoria de Galilea y Samaría hacia el este, hasta llegar otra vez al Jordán, muy de mañana, a la altura de un lugar llamado Ainón. Había allí varios manantiales de agua clara y limpia y alguien había hecho con piedras una represa que dejaba pasar el agua, pero hacía que se embalsase, formando una amplia poza. Era justo el punto por el que los que volvían de Ierushalom, cruzaban el Jordán hacia su orilla occidental, para entrar en Galilea. Como Pésaj había terminado, el vado rebosaba de gente. Y allí estaba Juan, el Bautista. Del lado oeste del Jordán, en Galilea, pero muy cerca de la estela que señalaba el territorio samaritano.

Nos costó reconocerle, porque no era ni una sombra del hombre robusto, de aspecto terrible, con sus inmensa melena y barba trenzadas y rodeándole el cuerpo, con su voz tonante. Nada. Era una miserable piltrafa humana. Escuálido, sólo huesos y piel, consumido, su vestimenta de piel de camello era como un colgajo alrededor de su cuerpo. Sus impresionantes pelambreras de nazir desde el nacimiento eran unos cuantos pelos blancos. Largos sí, pero ralos. Estaba casi completamente calvo y con cuatro pelos en la barba. Metido en el agua hasta las rodillas, ofrecía el bautismo con una voz quebrada y casi inaudible. La gente, que hacía sólo cuatro lunas se arremolinaba a su alrededor en una masa vociferante pidiendo el bautismo, pasaba ahora de largo sin apenas mirarle. Sólo alguna persona, muy de cuando en cuando le pedía ser bautizado, pero él apenas tenía fuerza para incorporarle del agua tras la inmersión. A menudo su discípulo Enoc, el único que le quedaba de los siete que tuvo, tenía que ayudarle.

Cuando la gente vio a Jesús, le reconocieron de inmediato. La misma gente que pasaba de largo ante Juan se arremolinaba alrededor de él pidiéndole el bautismo. Pero ahora fue la voz de Jesús la que clamó:

- Raza de víboras. Hace cuatro lunas todos querías que este profeta os bautizara y, ahora que lo veis débil y hundido, le pagáis con vuestro desprecio y me pedís a mí que os bautice. Sois como vuestros padres que sólo hacían caso de los profetas cuando les temían, pero que los despreciaban si se presentaban mansos y humildes. ¡Colmad vuestra maldad, haceos acreedores de la gehena! Haceos bautizar por Juan o idos sin bautizar, pues no seré yo quien os bautice.

A pesar de estas duras palabras, tan sólo unas cuantas docenas de personas se acercaron a Juan para recibir el bautismo. Jesús se alejó a un lugar apartado para no tener que repetir la escena cada día. Pero cuando, pasados unos días, el flujo de personas provenientes de Ierushalom casi desapareció, volvió para encontrarse con Juan. A pesar de que eran pocas las personas que le pedían el bautismo, esas pocas debían estar muy agradecidas porque habían dejado una considerable cantidad de provisiones como agradecimiento.

- Hermano, hermano –le dijo Jesús cuando, al fin, pudimos estar a solas con él.

- Yo, ¿tu hermano? –replicó Juan con voz de incredulidad–. Si no soy digno de desatar la correa de tu sandalia, ¿cómo voy a ser tu hermano?

- Más que hermano, has sido mi precursor y lo has hecho magníficamente –su voz rebosaba agradecimiento y le abrazó con un abrazo tierno–. Oíste la voz del Espíritu cuando tenías que oírla. Me diste la señal para empezar mi vida pública. Eres más que un profeta puesto que has sido anunciado por profetas. De ti escribió hace siglos el profeta Malaquías cuando dijo: “Mirad, yo os envío a mi mensajero a preparar el camino delante de mí”. Te digo que de los nacidos de mujer no hay otro mayor que tú. Y yo te lo agradezco con toda el alma.

- ¿Tú agradecerme a mí, Elohim? –le llamó así, Elohim–. Soy yo quien te estaré eternamente agradecido –y su voz se quebraba–. Me permitiste bautizarte y me dijiste aquellas palabras al oído.

Entonces Nicodemo pidió a Juan el Bautismo. Juan le escrutó profundamente mirándole a los ojos y, tras un rato, dijo:

- Te vi de lejos hace unos meses –le dijo con una voz apenas audible–. Deseé con toda el alma que vinieras a bautizarte, pero no te atreviste. Percibí de lejos que eras un hombre bueno. Pero ahora ya no necesitas mi bautismo, porque ya estás convertido y has hecho penitencia. Dentro de poco serás bautizado en Espíritu Santo y fuego.

- Pero yo quiero que me bautices, rabbí– le respondió implorante Nicodemo.

- Entonces, ven, acércate –dijo el Bautista.

Nicodemo se acercó y juntos fueron hacia el agua. Enoc fue detrás de ellos para ayudar a Juan, pero Jesús le retuvo con el brazo y él mismo fue detrás de ellos, seguido de cerca por el discípulo de Juan. Cuando tuvieron el agua por la cintura y se pusieron en posición para el rito del bautismo, Juan y Nicodemo vieron a Jesús y una amplia sonrisa iluminó sus rostros. Después el Bautista realizó el ritual y Jesús le ayudo a sacar a Nicodemo del agua tras la inmersión, en presencia de Enoc. Volvieron a la orilla y Jesús continuó hablando con Juan:

- Pero, dime, ¿cómo han sido estas lunas para ti después de bautizarme?

- Mírame –le respondió Juan– ¿soy el mismo de antes? No, no lo soy. Parezco decrépito y por fuera lo estoy. Pero, por dentro soy un hombre nuevo, más fuerte, mucho más fuerte que antes. En mi debilidad Elohim me ha llenado de fuerza.

Y tras decir esto, se ensimismó en sí mismo y empezó una salmodia como la que había recitado durante los cuarenta días de Jesús en el desierto, pero apenas audible más allá de sus labios.

- No te dirá nada más –dijo Enoc– ha entrado en trance y no saldrá en mucho tiempo. Debe estar en su fortaleza interior, porque externamente nada puede ser peor. Casi no comemos. Nadie nos da nada. Los fariseos y saduceos que siempre tenemos con nosotros como sombras, turnándose  –y al decir esto señaló hacia un promontorio unos trescientos pasos río arriba, ya claramente en Galilea, en el que se divisaban dos sombras–, se encargan de que nadie nos dé víveres. Vigilan día y noche y amenazan a los que nos los dan y a los que se bautizan. Por eso tan pocos se atreven a bautizarse. A ti, Nicodemo, ya te tienen fichado. Tendrás problemas cuando vuelvas a Ierushalom.

Nicodemo se encogió de hombros y dijo:

- Poco me importa ya lo que puedan decir de mí. Hace unos días esto hubiese sido para mí una tragedia. Pero ahora, todo lo tengo por basura, mi prestigio, mi pertenencia a los fariseos, con tal de estar junto a Jesús y de haber sido bautizado por Juan, ayudado por el mismo Jesús.

Enoc continuó con su relato:

- Esdras, Rubén y Misael, los otros tres que quedaban con nosotros, nos dejaron por el mundo hace dos lunas.

Al decir esto, vio que Andrés, Matías y José, que le habían dejado por Jesús, daban un respingo. Enoc se apresuró a decir:

- No, no digo nada de vosotros. Vosotros no le dejasteis. Él os pidió que siguieseis a Jesús y creo que parte de la fuerza interior que tiene proviene del Altísimo a través de vosotros de una forma misteriosa. Es como si tuviese una comunión mística con vosotros. Me lo ha dicho varias veces.

Tras esta aclaración, Enoc siguió contando su vida con Juan.

- Cada día tengo que dejarle solo varias horas para intentar encontrar algo de comida, insectos, algún roedor, serpientes, para sobrevivir a duras penas. La generosidad del número de los que se han bautizado estos tres últimos días no ha sido la pauta en el tiempo que llevamos aquí. Estamos cerca de la estela que marca el límite de Samaría porque si se acercan a hacernos algo, pasamos del otro lado y no se atreven a seguirnos por miedo a contraer impureza. Cuando me voy en busca de alimento, le meto muchos pasos dentro de Samaría para que no se le acerquen. Hace unos días llegó el relevo de los que nos vigilaban. Se acercaron y le dijeron hipócritamente: “Rabbí, aquél que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien nos diste testimonio, está ahora bautizando y todos se van tras él”. El les respondió: “El hombre solamente puede tener lo que Dios le haya dado. Vosotros mismos sois testigos de lo que yo dije entonces: ‘Yo no soy el Ungido, sino que he sido enviado como su precursor’. La esposa pertenece al esposo. El amigo del esposo, que está junto a él y lo escucha, se alegra mucho. Por eso mi alegría se ha hecho plena. Es necesario que yo mengüe para que el crezca”.

En ese momento, y en contra de lo que nos había dicho Enoc, Juan dejó su salmodia y dijo a Jesús:

- Rabbí, ¿ha acabado ya mi misión y puedo morir o me tienes todavía algo reservado?

En vez de contestar, Jesús se apartó con Juan y Enoc hacia el río, en el que se metieron de nuevo hasta la cintura. Desde allí llamó a Nicodemo, que acudió. Sólo cuando estuvieron los cuatro allí Jesús contestó al Bautista.

- No, hermano, no –le dijo–. Todavía no puedes morir. Nos queda a los dos un amargo cáliz que beber –había pesadumbre y determinación en su voz.

- Sabía que tú tienes un amargo cáliz que beber –replicó Juan–. Te he visto en sueños ensangrentado y moribundo, como el cordero degollado hasta que pierde su última gota de sangre para ser comido por el pueblo y salvarle. Pero saber que yo puedo compartir contigo este cáliz y colaborar contigo en esa salvación, me llena de agradecimiento y espero que el Espíritu me de fuerzas.

- Te las dará, sin duda, como te las daré yo y como te las dará mi Padre –Abba–. Serás también mi precursor en eso. Naciste antes que yo, en el momento opuesto del año, y deberás beber tu cáliz también antes que yo, y también en el momento opuesto del año. Ve al encuentro de Herodes, en Galilea. Sé que te busca para acallar tu voz. Pero también sé que te teme. No te matará enseguida y podrás seguir dando testimonio de mí mientras bebes tu cáliz de amargura. Pero cuando llegue la nueva Pésaj, la celebraremos juntos en el Reino de mi Padre –Abba–. Y, después, tu misión continuará. Tú, Juan y tú también, Enoc –dijo dirigiéndose al discípulo–, volveréis del Reino de mi Padre, con el espíritu de Elías y del Patriarca Enoc, ambos llevados a los cielos, para que yo pueda restaurar todas las cosas.

- Rabbí –preguntó Enoc–, entonces, ¿yo también tendré que beber de ese cáliz?

- Sí Enoc, tú también deberás beber tu propio cáliz. Pero también te daremos fuerza mi Padre, yo y el Espíritu y también vivirás conmigo la nueva Pésaj antes de volver con el espíritu del Patriarca. Y tú, Nicodemo –dijo dirigiéndose a éste –no digas nada de esta conversación hasta que se cumpla lo que se tiene que cumplir.

Solo mucho más tarde, tras la resurrección, supimos de esta conversación a través de Nicodemo y refrendada por Jesús.

Entonces, Jesús bautizó con un bautismo diferente, primero a Juan, luego a Enoc y, por último, a Nicodemo. Mientras les sumergía decía a cada uno:

- Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén, amén –hacía repetir con él al bautizado.

Tras esto, Juan se apresuró a ponerse en camino, con una fuerza que parecía renovada. Enoc preguntó, señalando a los espías:

- Pero, ¿cómo nos libraremos de esos?

- Ignoradlos –afirmó categóricamente Jesús–, no se atreverán a tocaros. Saben que contraerían impureza y que eso les obligaría a ir inmediatamente a Ierushalom para purificarse. Tú ayuda a Juan para ir al encuentro de Herodes. No necesitarás ayudarle mucho porque el Espíritu le dará fuerzas, os guiará y os proporcionará abundante alimento. Pero, ahora, separemos nuestros caminos. Vosotros id camino de Cesarea. Encontraréis a Herodes yendo de allí a Tiberíades. Y a ti, Juan, te será dicho desde lo alto que tienes que hacer en todo momento.

Y tras decir esto, Jesús y Juan se fundieron en un largo abrazo.

- Hasta la nueva Pésaj –se despidieron.

Después volvieron con nosotros y los dos grupos nos separamos tras repartir las provisiones. Nosotros seguimos Jordán arriba, ya en Galilea, mientras que Juan y Enoc tomaron un camino hacia el noroeste, a intersectar con la ruta de Cesarea a Tiberíades, para cumplir con la voluntad de Elohim, seguidos de lejos por los espías.

22 de enero de 2023

La Fundación de Microfinanzas del BBVA contra la pobreza

La semana del 20 de Junio he estado en Colombia con la Fundación BBVA para las microfinanzas. Le entidad microfinanciera que la Fundación tiene en Colombia –la Fundación está en Perú, República Dominicana, Panamá y Chile, además de en Colombia– se llama Bancamía y me cabe el honor de ser uno de los fundadores de esta entidad. 

Su actividad en la lucha contra la pobreza en Colombia es impresionante. La actividad de Bancamía –y de todas las entidades de la Fundación– se centra casi exclusivamente en personas que están en situación de vulnerabilidad, pobreza y extrema pobreza, según se definen esas categorías. Practica lo que hemos bautizado con el nombre de “finanzas productivas y responsables”. Significa que todo lo que se hace es para que los microempresarios desarrollen su negocio con eficiencia. No se dan microcréditos para que la gente pobre se compre un televisor, que, al final, les sumiría más en la pobreza. Contra lo que muchas personas piensan, los microcréditos son tan solo una de las facetas de las microfinanzas. Por supuesto, Bancamía da microcréditos. La mayoría de ellos a mujeres. Luego hablaré de algunos de ellos, tan sólo como una ínfima muestra. El tamaño promedio de estos créditos es alrededor de 1.000€. Pero hay otras muchas cosas que se pueden hacer y se hacen para ayudar a los microempresarios a que ellos mismos salgan de la pobreza.

 

1. Micro ahorro. Cuando pensamos en una persona que vive en la pobreza extrema con menos de 2,5$ al día, tendemos a creer que cada día ingresa 2,5$. Nada más lejos de la realidad. Pueden pasar muchos días en los que no ingresan absolutamente nada y, un día, dan el “pelotazo” y tienen un ingreso de 40$. Si no tienen donde guardarlo (y, por supuesto, no tienen cuenta corriente bancaria) pueden tener la tentación de gastárselo de golpe o corren el riesgo de que se lo roben. Por lo tanto, es vital para ellos que tengan un sistema de ahorro ágil en el que puedan depositar y disponer de sus fondos en muy pequeñas cantidades y sin coste. Bancamía les ofrece eso.

2. Micro seguros de muchos tipos, como protección de sus cosechas, protección frente al asalto por vandalismo u otras causas, etc. No voy ni siquiera a enumerar aquí todos los tipos de seguros que se dan, pero hay uno que me ha impresionado y emocionado muy especialmente. Se llama “Mi maternidad protegida” y se presta en alianza con Mapfre. Es una manera de ayudar, mediante el pago de una cuota ínfima, a las mujeres microempresarias durante lo que podría ser su “baja de maternidad” que, por supuesto, no tienen. Comparto un vídeo sobre este micro seguro. Espero que también emocione a quien lo vea como me emocionó a mí:

 

https://youtu.be/SJ12xsRJoeQ

 

3. Formación en los rudimentos de llevar el negocio (Educación financiera, en digitalización, en fortalecimiento empresarial y en habilidades de empoderamiento). El siguiente vídeo da una idea de cómo es esta formación.

 

https://facilitamossuprogreso.bancamia.com.co

 

4. De una manera general se les acompaña en su negocio de forma personalizada, presencial y mediante medios digitales. Para ello, Bancamía tiene una plantilla de asesores, armados de herramientas digitales, que les visitan de forma regular y les resuelven los problemas que puedan tener.

 

Como botón de la labor que hace Bancamía –y centrándonos en los microcréditos–, traigo cuatro ejemplos de los que he tenido oportunidad de ver esta semana más uno que no he visto sobre el terreno, pero que me ha impresionado de forma muy especial.

 

Leyla y Rodolfo. Son un matrimonio venezolano. Vinieron hace poco de su país huyendo de la miseria y de la situación política. Bancamía procura prestar una especial atención a este colectivo de más de dos millones de personas, que se encuentra a menudo en situaciones terribles. Más adelante hablaré de ello. Cuando emigraron a Colombia con una mano delante y otra detrás, pudieron a duras penas arreglar una carreta desvencijada. Cada mañana iban a las 5 de la mañana al mercado mayorista de frutas y verduras y compraban lo que creían que iban a vender ese día. No podían comprar más, no tenían dinero. Luego, recorrían el paupérrimo barrio en el que vivían, llevando la fruta en la carretilla y vendiéndola puerta a puerta. Con lo que ganaban les daba exclusivamente para su subsistencia, por lo que no podían de ninguna manera escalar su negocio. Pero encontraron a Bancamía. Hace cuatro meses se les dio un microcrédito para que pudieran comprar una cantidad mayor de frutas y verduras. Con esa mayor cantidad pudieron arrendar un pequeño local en el barrio y ganar lo suficiente para devolver el crédito poco a poco, vivir mejor y ahorrar algo de dinero. Ahora sueñan con mudarse a un local algo más grande y ampliar el negocio. Y Bancamía les acompañará en ese camino.

 

Sandra: El caso de Sandra es impresionante. Actualmente tiene cincuenta y tantos años. Vivía en la zona más selvática de Colombia, donde las guerrillas campaban por sus respetos. Cuando tenía quince años, los guerrilleros mataron a su padre y ella y sus hermanos, como millones de personas más, tuvieron que desplazarse a Bogotá, sin absolutamente nada, huyendo del terror (uno de los focos de Bancamía, del que luego hablaré es en de todos los que, de una u otra forma, se han visto hundidos por la guerrilla). Sobrevivieron como pudieron. Se casó y le dijo a su marido que quería tener tres hijos. Efectivamente, los tuvieron, pero cuando nació el tercero, su marido la abandonó. Encontró a Bancamía hace veinte años, antes de que ésta fuese la institución que hoy es, con la FMBBVA y la Corporación Mundial de la Mujer de Colombia y Medellín como accionistas. Empezó entonces a poner un pequeño negocio de lo que en Colombia se llama cacharrería, que viene a ser como un chino, donde uno puede encontrar de todo, desde disfraces para niños hasta hilo y aguja de coser. Poco a poco, siempre con el apoyo de Bancamía, fue ampliando su local y su negocio. Hoy tiene un negocio en un local largo y estrecho, diría que de tres metros de ancho por quince de profundidad, atestado de mercancía perfectamente ordenada a lo largo del pasillo, con una zona al fondo que le sirve de almacén. Sabe perfectamente todo lo que tiene con los precios de cada uno de los miles de productos que vende. Sus hijos, a los que ha educado espartanamente, están saliendo adelante magníficamente. La mayor es ingeniero, el segundo trabaja como administrativo en una bodega grande de Colombia y la pequeña está casada y tiene a su vez tres hijos. Vive independientemente, pero madre e hija se ayudan siempre mutuamente. Cuando habla de sus hijos se le ilumina la cara de alegría y orgullo. “Soy una mujer con una vida plena”, dice. Y es verdad.

 

 

La pobreza y el sufrimiento son hoy para ella sólo recuerdos que no le amargan la vida.

 

Irma y Miguel tienen, en una zona rural de la sabana bogotana, un pequeño terreno con unas cuantas vacas, algunas gallinas, conejos y una tiendecita en la que venden bebidas y otras cosas. Cada mañana tienen que ir a segar unos prados cercanos –la hierba crece en abundancia en la sabana bogotana– para dar de comer a las vacas, las ordeñan, echan grano a las gallinas, se ocupan de que vacas, gallinas y conejos se reproduzcan –tienen un toro, un gallo y conejos machos–. Entre los huevos, la leche y la carne de conejo que venden, viven sin la amenaza de la pobreza, Todo esto lo han ido consiguiendo poco a poco con la ayuda de Bancamía.

 

Carlos tiene, también en la sabana bogotana, ocho hectáreas de terreno arrendado en los que planta patatas, guisantes y maíz. Es agricultor, como su padre, desde los quince años. Tiene cincuenta y es un hombre curtido y, tal vez un tanto envejecido por el duro trabajo. Hasta hace diez años, que conoció a Bancamía, tenía sólo dos hectáreas arrendadas en las que sólo podía tener un cultivo. Esto hacía que estuviese a merced del precio de ese cultivo cuando llegaba la cosecha. Unos años ganaba y otros perdía. En conjunto le daba para subsistir a duras penas y gracias. Pero cuando conoció a Bancamía pudo tener capacidad para comprar más semillas, fertilizantes, plaguicidas, etc. e ir arrendando poco a poco más hectáreas y, de esta forma ir diversificando los cultivos para diversificar con ello el riesgo de precios. Como he dicho más arriba, ya va por ocho hectáreas y simultanea tres cultivos con distintas fechas de cosecha, lo que le permite aplanar el calendario de ingresos, además de diversificar los riesgos. Cuando lo necesita contrata a algunas personas para las faenas de siembra y cosecha.

 

Dejando estos cuatro casos, más arriba he dicho que el colectivo de inmigrantes desde Venezuela y el de los hundidos por la guerrilla son dos focos de actuación prioritaria de Bancamía. Para atender a parte de estos colectivos Bancamía ha establecido un proyecto a cinco años, ampliado a seis, llamado EMPROPAZ (EMprendimientos PROductivos para la PAZ) en alianza con USAID (Agencia de los Estados Unidos para el desarrollo internacional, y con dos ONG ’s colombianas, Corporación Mundial de la Mujer Colombia (CMMC) y Corporación Mundial de la Mujer Medellín (CMMM). La primera es una institución estatal colombiana y la segunda es un organismo de los EEUU que aportan fondos, infraestructura y apoyo organizativo para llegar a estos dos colectivos. Las dos Corporaciones Mundiales de la Mujer son también, como se ha dicho anteriormente, socias de Bancamía. Del primer colectivo, el de los inmigrantes venezolanos, quiero poner un emotivo vídeo de un matrimonio de maestros a los que se ha ayudado con esta triple alianza:

 

https://youtu.be/JDTJ4DqdtjY

 

El caso de la guerrilla, creo que merece una somera explicación. Primero, hay que entender el componente sociológico de la guerrilla colombiana. En 2016 habían pasado cincuenta y ocho años de guerra sucia y asimétrica del Estado colombiano con diferentes grupos guerrilleros y paramilitares de distinto signo, además de fuerzas de los cárteles de la droga, que, a menudo, estaban también enfrentados entre sí en un todos contra todos. Tras intensas negociaciones, en 2016, se firmó un acuerdo de paz que pretendía poner fin al conflicto. No fue un acuerdo fácil. Sobre su primera redacción se realizó un referéndum en el que gano el NO por menos de un 1%. Tras revisarlo para atender a las demandas de los que proponían el NO, sin que se hiciese inaceptable para los distintos grupos armados, se firmó en Noviembre de 2016. Aun así, muchos colombianos lo rechazaban porque no se creía que el arrepentimiento de los guerrilleros fuese completo y sincero. Algunos grupos guerrilleros no aceptaron el acuerdo y aun hoy día siguen activos. A mí, en esas fechas, 2016, me parecía indignante que se pudiese hacer un acuerdo sin ese arrepentimiento completo y sincero. Lo comparaba con el caso de ETA en España. Pero estos dos casos de violencia y terror son totalmente diferentes y creo que el asunto merece una aclaración. La guerrilla nació, se desarrolló y arraigó principalmente en las zonas más profundas de la selva colombiana, donde el estado no llega, hay un total vacío de poder y la pobreza es extrema y generalizada. Las guerrillas “reclutaban” a la fuerza, como prisioneros, a los jóvenes y niños de su zona de influencia. Muchos de estos desertaban en cuanto tenían ocasión, a riesgo de su vida, tanto en el momento de desertar como posteriormente si se quedaban allí. Por otro lado, una parte muy importante de la población de la zona huía de allí y se desplazaba a los suburbios de las grandes ciudades, sobre todo Bogotá, donde surgían arrabales sumidos en la miseria. Algo absolutamente diferente a lo que ha sido ETA en España. Aquí, jóvenes de clases acomodadas, que vivían en democracia (aunque el terrorismo de ETA empezase en la época de Franco), ideologizados por el marxismo y el independentismo, se dedicaban al terrorismo. Aunque la crueldad de uno y otro tipo de terrorismo fuesen similares, las dimensiones eran absolutamente incomparables. Según estadísticas fiables[1], los muertos en el conflicto colombiano, entre 1958 en que comenzó, hasta 2012, ascendieron a 220.000, de los que 177.000 fueron civiles. Hasta 2020, las víctimas, mortales o no, ascendieron a 9 millones[2], entre  desaparecidas, amenazadas, desplazadas (como es el caso de Sandra, de la que he hablado más arriba), secuestradas, víctimas de actos terroristasmasacres, asesinatos, minas antipersona, torturas, reclutamiento forzado de menores de edad, violencia sexual, etc. (las palabras subrayadas son vínculos donde, quien quiera, puede consultar). Estos datos nos pueden dar una pálida idea de la magnitud inimaginable del conflicto. Ante un fenómeno así, las ideas y criterios sobre las condiciones para acabar con esta barbarie, deben ser cuidadosamente considerados y aprovechar cualquier posibilidad de frenarlo. Pero si a las víctimas y terroristas, desde desertores hasta más o menos arrepentidos, no se les da la oportunidad de vivir con dignidad económica, el problema nunca se resolverá. De ahí que EMPROPAZ y USAID se involucren en intentar conseguir que estas víctimas puedan encontrar un medio de vida digno. Y, con ellos, Bancamía.

 

Pudiera pensarse que los cinco casos expuestos más arriba son cinco gotas de agua sacadas del océano de la pobreza. Ciertamente, el océano de la pobreza es inmenso y es difícil de desecar. Pero la Fundación de Microfinanzas de BBVA no son esas cinco gotas de agua. Como se ha dicho más arriba la Fundación opera, además de en Colombia, a través de Bancamía en Colombia, en Perú, a través de Financiera Confianza, en República Dominicana, a través del Banco ADOPEM, en Panamá, a través de Microserfin y en Chile, a través de Fondo Esperanza. Actualmente trabaja con 2,8 millones de clientes de los cuales, 900 mil lo son de crédito a los que se les tiene concedido crédito por valor de 1,127 miles de millones €, de un valor promedio de mil Euros. Si se acumulasen todos los clientes que ha tenido la Fundación a lo largo de sus quince años de existencia y la cantidad de crédito acumulada que se les ha dado, alcanzarían a los 6 millones clientes y un monto total concedido de 17 mil millones de €. Los sistemas de medición de impacto creados y utilizados por la FMBBVA indican que, tras dos años de trabajo con las entidades de la Fundación, más o menos un tercio salen de la pobreza. Como acabo de decir el océano de la pobreza es muy difícil de desecar, pero la labor de la Fundación no es tan sólo cinco gotas retiradas de él. Es una labor ingente y me siento muy orgulloso de haber podido aportar mi granito de arena a esa misión que da algo más de sentido a mi vida.



[1] Informe "¡Basta ya!: Colombia: memorias de guerra y dignidad" (2013)

[2] Registro Único de víctimas

¡Aquí estoy, de vuelta!

 Hola a todos los que leáis de forma habitual este blogg. Llevo sin escribir en él desde Julio. No puedo decir más que que me he dejado llevar por la vagancia y, también un poco, por una cierta sensación de inutilidad. Una vagancia absurda, pueto que he seguido escribiendi semanalmante y enviando lo que escribía a una lista de distribución de mail que tengo.

Pero en estos días pasados, varias personas me han preguntado por qué había abandonado el blog, pidendome que lo reanudase. Alguna de esas peticiones ha sido realmente conmovedora. Y me he dado cuenta que sería una falta de omisión no seguir con él. Así que lo reanudo. Mejor dicho lo retomo donde lo dejé, y a un ritmo de una entrada al día iré recuperando el tiempo perdido hasta llegar a recuperarlo y volver a la frecuencia semanal.

Gracias de corazón a los que me habéis impulsado a hacerlo.

Abrazo a todos

Tomás