11 de diciembre de 2007

De soles y supernovas

Tomás Alfaro Drake

Este artículo es el 8º de una serie editada en este blog. Los siete anteriores son, por orden de aparición: "Dios y la ciencia", "La creación", "¿Qué hay fuera del universo?", "Un universo de diseño", "Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?", "Un vano intento de encadenar a Dios", "Y Dios descansó un poco, antes del 7º día".

Sin embargo, durante las vacaciones de Dios ocurrieron muchas cosas, todas previstas por sus leyes. No todas las estrellas eran iguales. Las había de diversos tamaños, pero todas tenían una cosa en común: estaban hechas casi exclusivamente de hidrógeno. Era precisamente convirtiendo el hidrógeno en helio en una reacción termonuclear, como ocurre en una bomba de hidrógeno, como generaban su energía y su brillo. Las de tamaño medio, la inmensa mayoría, “queman” el hidrógeno a un ritmo bastante lento. Son como buenos administradores que cuidan de su patrimonio para que les dure. De esta manera, llegan a vivir miles de millones de años. Sin embargo, las estrellas gigantescas son, más bien, como ricos herederos que despilfarran su caudal a un ritmo tan frenético que les dura muy poco, tal vez sólo cientos de millones de años. Pero a diferencia de los play boys de las revistas del corazón, a los que nada debemos, sí estamos en deuda con esas gigantescas estrellas. Somos, por decirlo de alguna manera, hijos suyos. Cuando las estrellas gastan su hidrógeno, empiezan a “quemar” helio generando elementos más pesados. Cuando gastan éste, “queman” esos elementos más pesados generando otros más pesados aún. Pero todo se detiene en el hierro y, entonces, la estrella se apaga al no poder producir elementos más pesados que éste. Si todas las estrellas fueran como nuestro Sol, el universo nunca pasaría de ser una insípida sopa en la que únicamente habría hidrógeno, con unos grumos fríos en cuyo interior encontraríamos elementos pesados hasta el hierro. Sin embargo, no es ese el mundo en el que vivimos. Tengo en mi dedo un anillo de oro, más pesado que el hierro y que no está en el centro de ninguna estrella. ¿Cómo se generó ese oro? ¿Cómo salió del núcleo de una estrella para llegar a mi dedo? Aquí aparecen los play boys del universo y su fiesta de despedida. Las enormes estrellas, cuando se les acaba el combustible nuclear, se derrumban sobre sí mismas en un cataclismo cósmico de energías impresionantes. Usando la energía de su hundimiento son capaces de generar todos los elementos que conocemos más pesados que el hiero, el oro incluido. Y no sólo eso, al derrumbarse, parte del material que han generado rebota y sale catapultado hacia el espacio exterior. Lo que queda es una estrella de neutrones o un agujero negro, según fuese el tamaño de la estrella original. Es lo que se llama una explosión de supernova y es uno de los “fuegos artificiales” más espectaculares del cosmos. Ya tenemos, pululando por el universo a todos los elementos que conocemos. Es como si el cosmos hubiese sido inseminado. Sólo falta una matriz que acoja esa semilla y quede preñada . En el artículo anterior dije que el proceso de creación de estrellas continúa todavía en nuestros días. Las estrellas que se forman después de la muerte e inseminación de las primeras supernovas prematuramente fallecidas, incorporan en su material externo todos esos elementos. Son las llamadas estrellas de segunda generación. Ellas son la matriz preñada. En algunas de ellas se forma un disco a su alrededor a partir del que pueden nacer planetas. El Sol es una de esas estrellas de segunda generación, preñada con planetas. Nació hace unos 5.000 millones de años y, al ser de tamaño medio, durará todavía bastantes miles de millones más. Alrededor de ella hay planetas con todos los ingredientes y, en uno de ellos, hace unos 4.500 millones de años, apareció la vida. Un día se hinchará para formar una gigante roja. Será gigante en comparación consigo misma en el curso de su vida, pero insignificante en comparación con las generadoras de supernovas. Devorará a sus planetas, como el dios griego Cronos hacía con sus hijos, y luego se apagará y morirá mansamente. Pero para que aparezca la vida, no basta con que haya planetas alrededor de una estrella de segunda generación. Son necesarios muchos requisitos más que iremos analizando en próximos artículos para juzgar si Dios tuvo o no que suspender sus vacaciones para que ésta apareciese o si puede ser el fruto de leyes predeterminadas o hija del puro azar.

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