23 de diciembre de 2007

Jean Paul Sartre y la Navidad

Tomás Alfaro Drake

Por sorprendente que parezca, una de las obras más espirituales que se hayan escrito nunca sobre la Navidad la escribió Jean Paul Sartre ¿Qué pudo mover al padre del existencialismo ateo, a un hombre que creía que “el hombre es una pasión inútil” o que “el infierno son los otros” a escribir semejante maravilla? Nadie lo puede saber, pero los hechos pueden arrojar un poco de luz.

1940. Francia capitula ante Alemania. Los oficiales del ejercito francés son recluidos en campos de prisioneros de guerra en Alemania. Sartre, movilizado como oficial, va a uno de esos campos en Tréveris. Allí un sacerdote, también prisionero, le pide que le de clases sobre la filosofía de Heidegger. De estas clases nace una buena amistad. Sartre se entera de que varios sacerdotes están pensando, de cara a la Navidad, hacer un coro que cante unos villancicos para celebrar el nacimiento del Salvador. Una de las obras que quieren cantar es el coro de los peregrinos de Tannhäuser. Sartre les propone que por qué no representan un auto de Navidad y cantan los villancicos dentro de la obra. La idea es acogida con entusiasmo y el propio Sartre se compromete a escribir la que será su primera obra de teatro. El resultado es “Barioná”. La obra parece escrita por un hombre tocado por el dedo de Dios. Se representa en el campo el día de Navidad de 1940 con Sartre en el papel del Rey Baltasar que representa la esperanza. Todo esto se sabe con certeza porque hay un libro escrito sobre el tema por el sacerdote al que Sartre daba clases.

Cuando Sartre sale del campo, reniega de la obra. No autoriza su publicación hasta 1962, cuando permite que se haga una pequeña edición de 500 ejemplares en la que exige que aparezca una nota para que nadie crea que él pudo tener algún coqueteo con el cristianismo al escribirla. Dice así:

“Si he tomado el tema de la mitología del cristianismo, eso no significa que la dirección de mi pensamiento haya cambiado ni siquiera por un momento durante el cautiverio. Se trataba simplemente, de acuerdo con los sacerdotes prisioneros, de encontrar un tema que pueda hacer realidad, la noche de Navidad, la unión más amplia posible entre los cristianos y los no creyentes”.

Creo que es lícito dudar de la espontaneidad de esta frase escrita veinte años después que la obra y cuando ya Sartre se había consagrado como filósofo existencialista.

Los 500 ejemplares de Barioná se los traga la tierra y sólo se encuentran referencias, comentarios, notas, pero no el texto. Sin embargo, José Ángel Agejas, un profesor de la Universidad Francisco de Vitoria, encontró hace unos años en Internet un texto maravilloso sobre la Virgen, el niño y san José que inserto a continuación:

“La Virgen está pálida y mira al niño. Su cara expresa una reverencia y asombro que no han aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo: carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno. Le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: “mi niño”.

Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenazan temores ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten exiliadas de esa vida nueva que han hecho con su vida, pero donde habitan pensamientos distintos. Mas ningún niño ha sido arrancado de forma tan cruel y directa de su madre como este niño, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar.

Aunque... yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y resbaladizos, en los que ella se da cuenta de que Cristo, su hijo, es su niño y es Dios. Le mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mi. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mi. Es Dios y se parece a mi.

Ninguna mujer jamás ha tenido a Dios para ella sola, un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que ríe. En uno de esos momentos pintaría yo a María si fuera pintor.
Eso en cuanto a Jesús y la Virgen María.
¿Y José? A José no le pintaría. Plasmaría sólo una sombra, al fondo del establo, y dos ojos brillantes. Porque no sabría qué decir de José y José no sabe qué decir de sí mismo. Está en adoración y está feliz de adorar y se siente un poco exiliado.
Creo que sufre sin confesarlo. Sufre porque ve cuánto se parece a Dios la mujer que ama y hasta qué punto está ya del lado de Dios. Porque Dios explota como una bomba en la intimidad de esa familia. José y María están separados para siempre por este incendio de claridad. Y toda la vida de José, imagino, será aprender a aceptar”
.

El texto, teología y poesía unidas, apareció en Internet como atribuido a Sartre. Su extrañeza le hizo empezar a tirar del hilo del que saldría el ovillo. Se inició entonces en la Universidad Francisco de Vitoria un proceso de investigación policial-arqueológico-editorial para encontrar el libro, que parecía abocado al fracaso. A punto de tirar la toalla, el hermano de un documentalista de la Universidad que estaba haciendo el doctorado en la Universidad de Indiana, encontró por casualidad –¿existe la casualidad?–, en la biblioteca de esa Universidad un ejemplar de Barioná. Lo tradujimos al español, lo publicamos y, en la Navidad del 2004 lo representamos, posiblemente por primera vez después de la “première” en el campo de prisioneros nazi en la Navidad de 1940. La obra se pudo representar gracias a que el director del campo de oficiales franceses prisioneros era un oficial de la Wermach bábaro y católico. De hecho, el único papel femenino de la obra lo representó la mujer del oficial alemán. Quizá lo más sorprendente es que en el reparto, Sartre tomase el papel de Baltasar que representa la esperanzan frente a Barioná, jefe de un pueblo judío, que representa el existencialismo sartriano.

No puedo dejar de entresacar algunos de los textos del diálogo entre la religión de la nada del Barioná existencialista y la religión de la esperanza de Baltasar encarnado por el propio Sartre en la obra.

Barioná
¿Os lamentáis? ¿Osaríais, entonces, crear vidas jóvenes con vuestra sangre podrida? ¿Queréis refrescar con hombres nuevos la interminable agonía del mundo? ¿Qué destino deseáis para vuestros futuros hijos? ¿Qué se queden aquí, como buitres en una jaula, solitarios y desplumados? ¿O bien que bajen allí, a las ciudades, para convertirse en esclavos de los romanos, trabajar por salarios de hambre para acabar por morir en la cruz? Obedeceréis. Y deseo que nuestro ejemplo sea anunciado por toda Judea y que sea el origen de una nueva religión, la religión de la nada, y que los romanos sean los dueños de nuestras ciudades desiertas y que nuestra sangre caiga sobre sus cabezas. Repetid conmigo el juramento que voy a hacer: Ante el Dios de la Venganza y de la Cólera, delante de Jehová, juro no engendrar nunca más. Y si falto a mi juramento, que mi hijo nazca ciego, que sufra la lepra, que sea un objeto de desprecio para los demás y de vergüenza y dolor para mí. Repetid, judíos, repetid:

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Barioná:
El Mesías no ha venido y, que queréis que os diga, no vendrá nunca. Este mundo es una caída interminable, lo sabéis bien. El Mesías sería alguien que parase esta caída, alguien que invirtiera de repente el curso de las cosas e hiciera rebotar el mundo en el aire como una pelota. Entonces veríamos los ríos subir desde el mar hasta sus fuentes, las flores crecerían sobre las rocas y los hombres tendrían alas y naceríamos viejos para empezar a rejuvenecer hasta nuestra más tierna infancia. Es el universo de un loco el que os imagináis. Sólo tengo una certidumbre, y es que todo seguirá cayendo siempre; los ríos hacia el mar, los pueblos viejos bajo la dominación de los jóvenes, las empresas humanas en la decrepitud y nosotros en la infame vejez.

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Baltasar
¿Qué? ¿Vas a impedir a tus hombres ir a adorar al Mesías?

Barioná
No creo más en el Mesías que en todas vuestras fábulas. Veo claro el juego de los ricos y los reyes como vosotros. Tomáis el pelo a los pobres con engaños para que estén tranquilos. Pero os digo que a mí no me tomaréis el pelo. Habitantes de Bethaur, ya no quiero ser vuestro jefe, porque habéis dudado de mí. Pero os lo repito una última vez: mirad vuestra desesperanza cara a cara, porque la dignidad del hombre está en su desesperanza.

Baltasar
¿Estás seguro de que no está más bien en su esperanza? No te conozco de nada, pero veo en tu cara que has sufrido y veo también que te has complacido en tu dolor. Tus rasgos son nobles, pero tus ojos están medio cerrados y tus oídos parecen taponados. Veo en tu rostro la gravidez que se percibe en los ciegos y los sordos; te pareces a uno de esos ídolos trágicos y sanguinarios que adoran los pueblos paganos. Un ídolo iracundo, con el ceño fruncido, ciego y sordo a las palabras de los hombres y que no oye sino los consejos de su orgullo. Sin embargo, míranos: nosotros hemos sufrido también y somos sabios entre los hombres. Pero cuando esta estrella nueva se ha elevado, hemos dejado nuestros reinos sin dudarlo, la hemos seguido y vamos a adorar a nuestro Mesías.

Barioná
Bien: id a adorarle. ¿Quién os lo impide y qué hay entre vosotros y yo?

Baltasar
¿Cuál es tu nombre?

Barioná
Barioná. ¿Y?

Baltasar
Tú sufres Barioná.

(Barioná se encoge de hombros)

Sufres y, sin embargo, tu deber es esperar. Tu deber de hombre. Es para eso para lo que el Cristo ha bajado a la tierra. Para ti más que para cualquier otro, porque tú sufres más que cualquier otro. El Ángel no espera nada, porque goza de su alegría y Dios le ha dado todo por adelantado y la piedra tampoco espera, porque vive estúpidamente en un presente perpetuo. Pero cuando Dios dio forma a la naturaleza del hombre, fundió juntas la esperanza y la preocupación. Porque el hombre, ¿sabes? es siempre mucho más de lo que es. Ves a este hombre, apesadumbrado por su carne, enraizado en su sitio por sus dos grandes pies y dices, extendiendo la mano para tocarle: Está aquí. Y no es verdad: esté donde esté un hombre, Barioná, está siempre en otra parte. En otra parte, más allá de las cimas violetas que ves desde aquí, en Jerusalén; en Roma, más allá de este día helado, mañana. Y todos estos que te rodean, hace tiempo que no están aquí: están en Belén, en un establo, alrededor del pequeño cuerpo caliente de un niño. Y todo este porvenir en el que el hombre está imbricado, todas las cimas, todos los horizontes violetas, todas las ciudades maravillosas que le deslumbran sin haber puesto nunca en ellas sus pies, todo eso, es la Esperanza. La Esperanza. (Señalando a los prisioneros del público). Mira a los prisioneros que están delante de ti, que viven en el barro y el frío. ¿Sabes lo que verías si pudieses seguir su alma? Las colinas y los dulces meandros de un río. Y viñas, y el sol del sur. Sus viñas y su sol. Es allí donde están. Y las viñas doradas de septiembre, para un prisionero aterido de frío y cubierto de piojos, son la Esperanza. La Esperanza es lo mejor de ellos mismos. Y tú quieres privarles de sus viñas y de sus campos y del brillo de las colinas lejanas, tú no quieres dejarles más que el barro y las pulgas y las chinches, tú quieres darles el presente desorientado de los animales. Porque esa es tu desesperanza: rumiar el instante fugaz, mirarte el ombligo con una mirada rencorosa y estúpida, arrancar de tu tiempo el futuro y encerrarlo en un círculo alrededor del presente. Entonces ya no serás un hombre, Barioná, no serás más que una piedra dura y negra en el camino. Las caravanas pasan por ese camino, pero la piedra permanece sola y rígida como un mojón en su resentimiento.

Barioná
No haces más que chochear, viejo.

Baltasar
Barioná, es verdad que somos muy viejos y muy sabios y que conocemos todo el mal de la tierra. Sin embargo, cuando hemos visto esa estrella en el cielo nuestros corazones han palpitado con una alegría como la de los niños. Nos hicimos como niños y nos pusimos en camino porque queríamos cumplir con nuestro deber de hombres, que es esperar. El que pierda la esperanza, Barioná, ese, será expulsado de su pueblo, será maldito y las piedras del camino serán más duras para él y los espinos más hirientes. La carga que lleve le resultará más pesada y todas los infortunios se abatirán sobre él como abejas irritadas y cada persona se burlará de él gritándole. Pero, para aquél que espera, todo serán sonrisas y el mundo le será dado como un regalo. Vosotros, los demás, ved si debéis quedaros aquí o decidiros a seguirnos.

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Barioná
Adiós. (Un silencio). Se han ido. Estamos solos, Señor, tú y yo. He conocido muchas penas, pero ha hecho falta que viviese hasta este día para sentir el amargo sabor del abandono. ¡Ay, qué solo estoy! Pero no oirás, Dios de los judíos, una sola queja de mi boca. Quiero vivir mucho tiempo, abandonado sobre esta roca estéril. Yo que nunca pedí nacer, yo, voy a ser tu remordimiento.

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Barioná (Solo)
¡Un Dios transformarse en hombre! ¡Que idiotez! No veo qué podría tentarle en nuestra condición humana. Los Dioses viven en el cielo, ocupados en gozar de ellos mismos. Y si decidiesen descender entre nosotros, lo harían bajo alguna forma brillante y fugaz, como una nube púrpura o un relámpago. ¿Se cambiaría un Dios en hombre? El todopoderoso, en el seno de su gloria, ¿contemplaría a estas pulgas que pululan sobre la vieja costra de la tierra y que se revuelcan en sus excrementos y diría: quiero ser uno de esos gusanos? No me hagas reír. ¿Un Dios rebajarse a nacer, a vivir nueve meses como una fresa de sangre?

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Barioná
Si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría con exclusión de todos los demás, habría como un lazo de sangre entre él y yo y no tendría suficiente vida para demostrarle mi agradecimiento: Barioná no es un ingrato. Pero, ¿qué Dios sería lo suficientemente loco para eso? No el nuestro, desde luego. Siempre se ha mostrado más bien distante.
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Un Dios-Hombre, un Dios hecho de nuestra carne humillada, un Dios que aceptase conocer este sabor amargo que hay en el fondo de nuestra boca cuando todos nos abandonan, un Dios que aceptase por adelantado sufrir lo que yo sufro ahora... Venga, es una locura.

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Barioná
¡No queréis comprender! Esperábamos un soldado y se nos envía un cordero místico que nos predica la resignación y nos dice: “Haced como yo, morid en vuestra cruz, sin quejaros, con dulzura, para evitar escandalizar a vuestros vecinos. Sed dulces. Dulces como niños, Lamed vuestro sufrimiento despacio, como un perro pegado lame a su amo para hacerse perdonar. Sed humildes. Pensad que habéis merecido vuestros dolores, y si son demasiado fuertes, soñad que son pruebas y que os purifican. Y si sentís crecer en vosotros una cólera de hombre, asfixiadla bien. Decid gracias, siempre gracias. Gracias cuando os abofeteen. Gracias cuando os den de patadas. Haced niños para preparar nuevos culos para las patadas del porvenir. Hijos de viejos que nacerán resignados y rumiarán sus antiguos pequeños dolores marchitos con la humildad que conviene. Niños que nacerán expresamente para sufrir como yo: nacidos para la cruz. Y si sois suficientemente humildes, si habéis hecho resonar vuestro esternón como una piel de asno, golpeando vuestra culpa con aplicación, entonces, tal vez, tendréis una plaza en el reino de los humildes, que esta en los Cielos”... ¿Mi pueblo llegar a ser eso? ¿Una nación de crucificados consentidores? Pero, ¿qué has llegado a ser, Jehová, Dios de la venganza? ¡Ah! Romanos, si eso es verdad no nos habréis hecho ni la cuarta parte del daño que nosotros mismos nos vamos a hacer. Vamos a secar las fuentes de agua viva de nuestra energía, vamos a firmar nuestra sentencia de muerte. La Resignación nos matará y yo la odio, Romano, más aún de lo que os odio a vosotros.

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Sólo conozco una crucificada, y es Sión, Sión, a la que los vuestros, los romanos de cascos de cobre han clavado con sus manos en la cruz. Y nosotros, nosotros habíamos siempre creído que llegaría el día en que ella misma arrancaría del leño sus pies y sus manos torturadas y que marcharía contra sus enemigos ensangrentada y soberbia. Esta era nuestra fe en el Mesías. ¡Ah! Si hubiese venido ese hombre de mirada irresistible, cubierto de fulgurante hierro, si hubiese puesto una espada en mi mano derecha y me hubiese dicho: “¡Ciñe tu cintura y sígueme!” ¡Cómo le hubiera seguido al estrépito de las batallas, haciendo saltar las cabezas romanas, como se decapita en el campo a las amapolas. Hemos crecido con esta esperanza y si, por ventura, un romano pasaba por nuestro pueblo, le seguíamos con la mirada y murmurábamos a sus espaladas porque su vista alimentaba el odio en nuestros corazones. Estoy orgulloso de no haber aceptado la esclavitud y de no haber cesado jamás de atizar en mí el fuego tórrido del odio. Y estos últimos días, viendo que nuestro pueblo exangüe no tenía ya fuerzas para la rebelión, ¡he preferido que se aniquilase para no verle plegarse bajo el yugo de los romanos!

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Barioná (Sólo escuchando en el umbral de la cueva de Belén, en la que han entrado sus hombres)

¿Qué hacen? No se oye ni un ruido, pero este silencio no es como el de las montañas, como el silencio helado y vacío que reina entre las moles de granito. Es un silencio más rotundo que el de un bosque. Un silencio que se eleva hacia el cielo y que acaricia las estrellas como un inmenso árbol con la copa mecida por el viento. ¿Estarán arrodillados? ¡Ah, si pudiera estar entre ellos sin que me vieran! Porque, verdaderamente, el espectáculo no debe ser nada corriente; todos esos hombres, duros y austeros, resistentes al dolor y a la ambición, arrodillados delante de un niño que gime. El hijo de Shalam, que le dejó a los quince años por haber recibido demasiados mamporros, se hartaría de reír al ver a su padre adorar a un niño de teta. ¿Será esto el reino de los hijos sobre los padres? (Un silencio) Ahí están, ingenuos y felices, en el establo tibio después de su gran caminata en el frío. Han juntado sus manos y piensan: Algo acaba de comenzar. Y se equivocan, por supuesto. Han caído en una trampa y lo pagarán caro más tarde; pero, incluso así, siempre tendrán este minuto; tienen suerte de poder creer en un nuevo comienzo. ¿Que hay más conmovedor para el corazón de un hombre que el comienzo de un mundo y la ambigua juventud y el comienzo de un amor, cuando todo es todavía posible, cuando el sol, antes del amanecer, flota en el aire y en las caras como un fino polvo y cuando se presienten en la frescura agria de la mañana las grandes promesas de un nuevo día?

En este establo empieza una nueva mañana... En este establo habita la mañana. Y aquí, fuera, es de noche. Noche en los caminos, noche en mi corazón. Una noche sin estrellas, profunda y tumultuosa como el alta mar. ¡Ay!, la noche me zarandea con sus olas como a un tonel y el establo, detrás de mí, luminoso y cerrado, navega como el Arca de Noé a través de la noche encerrando en él la mañana del mundo. Su primera mañana. Porque el mundo nunca había tenido una mañana. Había huido de las manos de su indignado creador y caía en un horno ardiente, en la oscuridad. Y las inmensas lenguas ardientes de esa noche sin esperanza pasaban sobre él, cubriéndole de ampollas y regalándole escorpiones y tarántulas. Y yo, yo, habito en la inmensa noche terrestre, en la noche tropical del odio y la desgracia. Pero –¡oh poder engañoso de la fe!- para mis hombres, millones de años después de la creación, se levanta, en este establo, a la tenue claridad de un pábilo, la primera mañana del mundo.

(La muchedumbre canta un villancicoEstos son los villancicos por los que empezó toda la historia de Barioná)

Cantan como peregrinos que se han puesto en camino en la fresca noche con la calabaza, las sandalias, el bordón y ven aparecer a lo lejos la primera palidez grisácea del día. Cantan, y ese niño está ahí, entre ellos, como el pálido sol del Oriente; el sol de la primera hora, al que todavía se puede mirar de frente. Un niño desnudo del color del sol naciente. ¡Ah, qué bella mentira! Daría mi mano derecha por poder creer en ella, aunque sólo fuese un instante. ¿Es acaso mi culpa, Señor, si me habéis creado como una bestia nocturna y si habéis grabado en mi piel este terrible secreto?: Jamás habrá una mañana. ¿Es acaso mi culpa si sé, yo, que vuestro Mesías no es sino un pobre paria que reventará en la cruz, si sé que Jerusalén será siempre esclava?

(Segundo villancico)

¡Ay!, ellos cantan y yo me encuentro solo en el umbral de su alegría, como un búho que hace guiños deslumbrado por la luz. Me han abandonado y mi mujer está entre los que se regocijan. Han olvidado hasta mi existencia. Estoy en el extremo del camino de un mundo que termina y ellos están en el extremo en que comienza. Me siento más solo al borde de su alegría y de su oración que en mi pueblo desierto. Y lamento haber bajado en medio de los hombres, porque ya no encuentro en mí suficiente odio. ¡Ay!, ¿por qué el orgullo del hombre es como la cera, y bastan los primeros rayos de la aurora para reblandecerlo? Querría decirles: camináis hacia la infame Resignación, hacia la muerte de vuestro valor, seréis parecidos a las mujeres y a los esclavos, y cuando os abofeteen en una mejilla, pondréis la otra. Pero me cayo y me quedo quieto. No tengo tripas para quitarles esa confianza bendita en la virtud de la mañana.

(Tercer villancico)

Baltasar (Entrando en escena y encontrando a Barioná)
¿Estás aquí, Barioná? Sabía que te encontraría.

Barioná
No he venido para adorar al Cristo.

Baltasar
No, has venido para castigarte a ti mismo y quedarte solo al margen de nuestra feliz multitud. Lo mismo harán un día todos los que esta noche han acudido a su cuna de paja; le traicionarán como te han traicionado a ti. Hoy le cubren con sus regalos y su ternura, pero no hay ni uno solo entre ellos, ni uno, me oyes, que no le abandonase si conociese el porvenir. Porque les decepcionará a todos, Barioná, les decepcionará a todos. Esperan de él que expulse a los romanos, y los romanos no serán expulsados, que haga crecer flores y árboles frutales sobre las rocas, y la roca permanecerá estéril, que ponga fin al sufrimiento humano, y dentro de dos mil años la humanidad sufrirá como lo hace ahora.

Barioná
Eso es lo que les he dicho.

Baltasar
Lo sé. Y por eso te hablo a ti ahora, porque tú estás más cerca del Cristo que todos ellos y tus oídos pueden abrirse para recibir la verdadera buena noticia.

Barioná
¿Y cuál es esa buena noticia?

Baltasar
Escucha: El Cristo sufrirá en la carne porque es hombre. Pero es también Dios y toda su divinidad está más allá del sufrimiento. Y nosotros, los hombres, hechos a la imagen de Dios, estamos también más allá de nuestros sufrimientos en la medida en que nos parecemos a Él. Pero tú, Barioná, tú eres el hombre de la antigua ley. Has considerado tu dolor con amargura diciéndote: estoy herido de muerte. Y querías tumbarte sobre tu costado y consumir el resto de tu vida en la meditación de la injusticia que se te había hecho. Pero el Cristo ha nacido hoy para redimirnos; ha venido para sufrir y para enseñarnos como debemos tratar al sufrimiento. Porque no hay que rumiarlo, ni poner el honor en sufrir más que los demás, ni tampoco resignarse a él. El sufrimiento es una cosa completamente natural y corriente y nos conviene aceptarlo como algo que nos fuese debido. Es malsano hablar demasiado de él, aunque sea con uno mismo. Ponte en regla con él lo antes posible; instálalo cálidamente en el hueco de tu corazón, como un perro tumbado junto al hogar. No pienses nada sobre él, sino que está ahí, como esta piedra está en el camino, como la noche está ahí, alrededor de nosotros. Entonces descubrirás esta verdad que el Cristo ha venido a enseñarte y que tú ya sabías: tú no eres tu sufrimiento. Hagas lo que hagas y lo afrontes como lo afrontes, lo sobrepasas infinitamente, porque no es, no puede ser, más que lo que tú quieras que sea. Y el Cristo ha venido a enseñarte que eres responsable ante ti mismo de tu sufrimiento. Si aceptases tu ración de sufrimiento como el pan de cada día, entonces estarías más allá de él. Sufres, y no tengo ninguna compasión de tu sufrimiento: ¿por qué deberías no sufrir? Pero tienes alrededor tuyo esta bella noche de tinta y tienes esos cantos que vienen del establo y tienes este frío seco y duro, hermoso, implacable como la virtud. Y todo esto te pertenece. Esta bella noche henchida de tinieblas, de misterio y de fuegos que la atraviesan como los peces hienden el mar, te está esperando. Te espera, tímida y tiernamente, temblorosa al borde del camino porque el Cristo ha venido para regalártela. Lánzate hacia el cielo y serás libre —¡oh! criatura superflua entre todas las criaturas superfluas— libre y palpitante, asombrada de existir en pleno corazón de Dios, en el reino de Dios, que está en el Cielo y ahora también en la tierra.

Barioná
¿Es eso lo que el Cristo ha venido a enseñarnos?

Baltasar
Tengo también un mensaje para ti.

Barioná
¿Para mí?

Baltasar
Para ti. Ha venido a decirte: deja nacer a tu hijo. Sufrirá, es verdad. Pero eso no te incumbe. No te compadezcas de sus sufrimientos, no tienes derecho. Sólo él tendrá que tratar con ellos y hará de ellos exactamente lo que quiera, porque es libre. Lo mismo si es cojo, o si tiene que ir a la guerra y pierde en ella sus piernas o sus brazos, incluso si la mujer que ama le traiciona siete veces, es libre, libre de regocijarse eternamente de su existencia. Me decías hace un momento que Dios nada puede contra la libertad del hombre, y es verdad. ¿Entonces? Una nueva libertad va a lanzarse hacia el Cielo como un pilar etéreo ¿y tú tendrás la osadía de impedirlo? El Cristo ha nacido para todos los niños del mundo, Barioná, y cada vez que un niño va a nacer, el Cristo nacerá en él y por él, eternamente, para ser golpeado con él por todos los dolores y para que escape en él y por él, eternamente, de todos los dolores. Viene a decir a los ciegos, a los parados, a los mutilados, a los prisioneros de guerra: no debéis absteneros de engendrar niños. Porque incluso para los ciegos, para los parados, para los prisioneros de guerra y para los mutilados, incluso para ellos, existe la alegría.

Barioná
¿Es todo lo que tenías que decirme?

Baltasar
Sí.

Barioná.
Entonces, está bien. Entra en ese establo y déjame solo, porque quiero meditar y hablar conmigo mismo.

Tras más de sesenta años de injusto silencio la obra fue salvada, muy probablemente, del olvido total. Pero el agujero negro del olvido selectivo, del silencio de todo lo que huela a trascendencia. La obra, sin embargo es, desde el punto de vista dramático, magnífica. Tiene intriga, el suspense se mantiene en suspense hasta la última escena que nos depara una sorpresa inesperada. El que quiera conocer su trama y saber cómo acaba puede encontrarla publicada por la editorial Libros Libres en su colección Voz de Papel. Contribuirá así a que el silencio atronador que quiere silenciar a la trascendencia vuelva a triunfar. Además, es un buen regalo de Navidad.

Feliz Navidad y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

5 comentarios:

  1. Estimado Tomás: he llegado por "casualidad" a tu blog. Me ha encantado. He puesto un link a tu página en el mío. Espero que no te moleste.
    Sabía de esta obra de Sartre. Si la tienes digitalizada, ¿serías tan amable de pasarmela por correo electrónico? Gracias.
    elcura@padrefabian.com.ar

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  2. Yo llevo tiempo por el blog pero me he encontrado casi por casualidad esta entrada del 2007 que me ha impresionado. No me podía imaginar a Sartre escribiendo eso. O quizás sí...Sí que me lo imagino: cuando crees creer que no crees en Él, realmente se siente la "náusea" y te salen del alma esas palabras de Baroná : !Qué bella mentira! Daría mi mano derecha por creerla...Y esa SED de trascendencia, de DIOS...puede ser el primer paso para la vuelta a casa...
    MUCHAS GRACIAS, TOMÁS

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  3. Me alegro de que la "casualidad" te haya llevado hasta esta entrada y de que te haya gustado. Lo que pasaba por el corazón de Sartre cuando escribió Barioná sólo Dios lo sabe. Yo espero que sea lo que fuese, haya conseguido su arrepentimiento y le haya llevado al cielo.

    Gracias a ti, Victoria.

    Un abrazo.

    Tomás

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  4. Me cuesta creer que un hombre que ha escrito esto no sea Cristiano, quizá Dios le tocó al final TC

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  5. Sí, eso creo yo también. Como dijo Oscar Wilde, al que consta que Dios le tocó el corazñon al final de su vida: "Todo hombre camina con Cristo hacia Emaús al menos una vez en su vida"

    Tomás

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