27 de noviembre de 2010

El preservativo y el Papa

Tomás Alfaro Drake

Basta que el Papa, en una filtración de unas líneas de un libro de más de doscientas páginas haga una mención al uso del preservativo, para que la prensa desate una riada de comentarios burdos y simplistas (añado al final el texto dado por Zenit de las palabras del Papa en este libro sobre este tema). No es la primera vez que ocurre y siempre se trata de decir que la Iglesia, a través de quien haya dicho lo que haya dicho, está rectificando –por fin– su postura para adaptarse –ya era hora– al signo de los tiempos. Recuerdo que hará cosa de 3 o 4 años, Monseñor Martínez Camino hizo un comentario acerca de la doctrina de la Iglesia sobre el uso del preservativo que dio lugar a idénticas tergiversaciones. Pero no es verdad que la Iglesia esté dando un giro a su doctrina sobre el tema. La postura de la Iglesia es la misma desde que ese globito de latex se convirtió en un fenómeno sociológico.

Conviene ahondar un poco sobre la postura de la Iglesia sobre el preservativo. Y conviene hacerlo desde dos perspectivas. La primera, desde la perspectiva de la contracepción y la segunda desde la del SIDA.

Ese trozo de goma que llamamos preservativo, en sí mismo, no es ni bueno ni malo. Es un pedazo de látex, y nada más. Y ponerse y quitarse un preservativo tampoco es ni bueno ni malo en sí mismo. Lo malo es que el preservativo trastorna la relación entre amor y sexo. La Iglesia no está contra el preservativo, está a favor del amor. Pero el amor en el que piensa la Iglesia es en un amor distinto al que se viene vendiendo en la sociedad posmoderna. Es un proyecto de vida en común de un hombre y una mujer, abierto a engendrar vida y a ayudar al desarrollo y educación de los seres humanos que se deriven de ese amor. Un proyecto de vida conjunta de, digamos, noventa años. Y para ese amor, el preservativo supone una ruptura de las reglas del juego. Ruptura que lleva –no hay más que abrir los ojos para percibirlo– a una sociedad desarraigada, falta de valores y de formación, dónde es posible la manipulación a la que hacía referencia en el párrafo anterior. La Iglesia tampoco está en contra del control de natalidad. Ya Pablo VI, en la encíclica “Humane Vitae” acuñó el término de “paternidad (o maternidad) responsable” para indicar que un matrimonio podía tratar de regular el ritmo y la cantidad de embarazos. Y ello en base a la responsabilidad que conlleva la educación de los hijos y en relación con las posibilidades de cada matrimonio. Esto de las posibilidades lo dejaba abierto a la responsabilidad moral de cada uno, teniendo en cuenta que responsabilidad no es lo mismo que egoísmo. Decía, eso sí, que este control del número de hijos debía llevarse a cabo mediante métodos negativos que no cerrasen drásticamente el camino a la procreación. Métodos negativos significa, métodos de no hacer, es decir, abstinencia. Cerrar drásticamente el camino a la vida significa reducir la posibilidad de embarazo prácticamente a cero.

Naturalmente, cuando la engañifa de la progresía oye lo de la abstinencia, sonríe diciendo: ya está, la Iglesia está contra el placer del sexo. Tampoco es verdad. Está a favor del sexo al servicio del amor, entendido éste como se ha dicho más arriba. Hay una frase de Isabel Allende –que, hasta donde yo sé, no es una católica a rajatabla (ni a pizcas)– que me parece enormemente clarividente. “El amor es la música y el sexo es el instrumento”. He leído pocas frases tan sabias como esta. Lo que dice, sabiamente, es que el sexo es un maravilloso vehículo de comunicación al servicio del amor. Cuando la Iglesia dice abstinencia no proclama que este contra el sexo. Tampoco proclama la abstinencia total. Proclama la abstinencia mínima necesaria para disminuir la probabilidad de embarazo. Y, a pesar de la sonrisa condescendiente de la progresía, hay métodos negativos muy eficaces que minimizan esa abstinencia. Aunque no, desde luego tan casi infalibes como el preservativo y, también, desde luego, requieren una pizca de sacrificio, palabra que también hace sonreír con ironía a la progresía que ha hecho un dios del hedonismo. Ciertamente, en una enfermedad se deben buscar los métodos más eficaces para acabar con ella. Pero un hijo no es una enfermedad. En la sociedad posmoderna en la que vivimos, los hijos pasan, sin solución de continuidad y en una misma persona, de ser una terrible enfermedad de la que hay que librarse como de la peste, a ser un derecho inalienable ante el que todo es válido para conseguirlo. Una mujer puede pasarse los primeros sesenta años de su vida huyendo de tener un hijo y de todo compromiso de vida con ningún hombre para, al día siguiente de cumplir sesenta años, decidir que tiene derecho a tener un hijo, por cualquier medio y sin que haya un hombre de por medio. Un capricho más, como tener un perrito. Y un hijo no es ni una enfermedad ni un derecho. Es un regalo que conlleva una responsabilidad. Si creemos en Dios, es un regalo de Dios. Si no creemos en Dios es un regalo de la vida. Como la Iglesia es comprensiva, sabe que hay casos en los que hay que permitir el uso de métodos negativos para evitar el embarazo. De hecho, los religiosos y religiosas que están con las personas que viven en extrema necesidad, han puesto en marcha muchas veces sistemas de control de la natalidad por estos métodos negativos que se han mostrado más eficaces, dado a quién se dirigen, que los preservativos.

Si del control de natalidad para las familias damos el salto al control de la natalidad para los jóvenes y adolescentes, la situación no puede ser más dramática. Prácticamente, el mensaje que les manda la sociedad es (mensaje que también va destinado a los adultos): “Ten tantas relaciones sexuales como quieras y con quien quieras, siempre que te pongas el preservativo”. Esto está teniendo consecuencias nefastas que pagaremos algún día como civilización. En primer lugar desliga totalmente el sexo del amor. Esto genera una cantidad enorme de jóvenes que, logrado el objetivo del sexo “seguro”, desdeñan todo compromiso de pareja y de matrimonio. Pero, en segundo lugar, eso del sexo “seguro” es una descomunal mentira. Nadie con ojos en la cara podrá negar que el número de embarazos indeseados entre jóvenes y adolescentes que se dejan embaucar por esa mentira es inmenso. Pero, no importa, para nuestra “comprensiva” sociedad posmoderna, siempre queda la maravillosa solución del aborto si se produce un “pequeño resbalón”.

Con todo, esa falta de compromiso, unida a las soluciones extremas en caso de “error”, tiene como efecto una bajada drástica de la natalidad. Eso conlleva un descenso de población y un envejecimiento de la misma que son fuente de enormes problemas sociales, económicos y políticos que no es este el momento de analizar. Este fenómeno ya ha sido bautizado con el nombre de “invierno demográfico”, yuxtaponiendo sus nefastas consecuencias con el “invierno nuclear” que seguiría a una guerra nuclear.

¿Cuál es entonces la postura de la Iglesia? La postura de la Iglesia es a favor del amor, del compromiso de la paternidad responsable –que no egoísta. El preservativo no es el método para hacer una sociedad mejor, sino peor. Porque va en contra del amor y de la percepción de los hijos como un bien, como un regalo, en contra de la apertura al regalo de la vida y a favor, en cambio, del egoísmo desatado y del sexo irresponsable y separado del amor, amén del espantoso aumento de abortos. Naturalmente, una vez que se produce la conducta irresponsable, que es lo que la Iglesia señala como éticamente malo, el ponerse o no una goma no añade ni quita nada. He procurado educar a mis hijos en una sana conducta sexual responsable –que no es otra, y lo digo sin tapujos, que posponer las relaciones sexuales hasta el matrimonio. Pero si un día un hijo mío se comportara indebidamente en este tema, le diría, por supuesto, que, si actuaba de forma éticamente reprobable, no añadiese la estupidez a la falta de ética y se pusiese un preservativo. Eso es ser buen padre. Si lo que les hubiese transmitido fuese, que se acostasen con la primera o el primero que les apeteciese siempre que se pusieran preservativo, hubiese sido un mal padre. Pues eso es lo que la Iglesia, como buena madre que es, nos dice y nos dirá. Ahora, ayer y mañana, desde que existe el preservativo. No se me ocurre que en una entrevista el Papa pueda pretender ir contra la enseñanza de la Humanae Vitae, la Casti Connubi, la Evangelium Vitae, el Catecismo de la Iglesia Católica y todo su magisterio anterior. Pero sobre todo, no se me ocurre que el Papa vaya a estar contra el amor correctamente entendido.

Pero pasemos al SIDA. La Iglesia está contra el preservativo y acepta, en cambio, el método ABC (Abstinence; Be faithful (fidelidad); Condom) como mejor método de prevención de esa terrible enfermedad. ¿Quiere decir que acepta el preservativo? No. Quiere decir que si ya se han incumplido la A –abstinencia– y/o la B –fidelidad– el mal ya está hecho. En esa situación, como he dicho en el párrafo anterior, el hecho de ponerse un preservativo no añade ningún mal al mal y, por lo tanto, es mejor ponérselo que no. Pero, de ninguna manera, la postura de la Iglesia es, ni ha sido, ni será, que hay tres métodos complementarios válidos para ella y, uno de ellos, es el preservativo. Que el método ABC el mejor método para luchar contra el SIDA ha quedado demostrado por la comparación entre los resultados obtenidos en la lucha contra la pandemia, especialmente, en África, en el caso de la distribución gratuita de preservativos o en el del uso del método ABC. En todos los casos, el método ABC ha sido el más eficaz. La Iglesia, en este caso, está a favor de la vida.

Lo que sí es contrario a la vida es el engaño. No voy a entrar en el porcentaje de casos en el que el preservativo evita el contagio del SIDA. Es una discusión estéril. Lo que es cierto es que ni aún usado con todas las precauciones y estando en perfecto estado de conservación, ese porcentaje no es del 100%. Si a eso le añadimos problemas de conservación y de uso inadecuado, el porcentaje de protección disminuye drásticamente. Y en países de África, donde el calor es extremo y para casos de jóvenes, en los que la inexperiencia y el nerviosismo en el momento de su uso son evidentes, más aún. Por tanto, asegurar en una campaña pública que uno puede tener cualquier tipo de conducta sexual y que con sólo usar preservativo se encuentra libre de riesgos razonables es, sencillamente, mentir. Es mentir para poner un supuesto valor, la “libertad” sexual (infidelidad matrimonial, relaciones sexuales promiscuas desde la pubertad, etc.) por delante de otro, la vida. Y eso es lo que hace la imperante moral progre del pensamiento débil. En el fondo, a esta moral la vida le importa menos que hacer ley de la voluntad personal. Esto se demuestra en el caso del aborto o la investigación con embriones. Es, por lo tanto, muy comprensible, que a esta moral imperante le exaspere la postura de la Iglesia poniendo la verdad y la vida por encima de la “libertad” sexual. Pero, como buena madre, la Iglesia no puede hacer otra cosa.

Naturalmente, para los que están al acecho de cualquier resquicio para crear confusión e intentar resquebrajar el sólido soporte ético de la Iglesia, es una tentación irresistible el tergiversar todo esto. Ya estamos acostumbrados. Cada tres o cuatro años, cada vez que algún miembro de la jerarquía de la Iglesia hable del tema del preservativo intentando aclarar las cosas más allá del simplismo, se producirá el mismo fenómeno. Quizá sea que es demasiado sutil para inteligencias simples. Quizá sea que vende menos. Pero el pensamiento progre nos está llevando a un callejón sin salida. Porque nuestra civilización pagará cara la destrucción de sanos valores de apertura a la vida, generosidad, compromiso. Y esa destrucción nos llevará a la aparición del “invierno demográfico”. Y, además de sus terribles consecuencias, causa enorme dolor la cantidad de gente que perderá, en aras de la “libertad” sexual, la vida o la ilusión por la vida.




Con su viaje a África en marzo de 2009 la política del Vaticano en relación con el sida quedó una vez más en el mira de los medios. El veinticinco por ciento de los enfermos de sida del mundo entero son tratados actualmente en instituciones católicas. En algunos países, como por ejemplo en Lesoto, son mucho más del cuarenta por ciento. Usted declaró en África que la doctrina tradicional de la Iglesia ha demostrado ser un camino seguro para detener la expansión del VIH. Los críticos, también de las filas de la Iglesia, oponen a eso que es una locura prohibir a una población amenazada por el sida la utilización de preservativos.

El viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella.

He podido visitar uno de esos servicios y conversar con los enfermos. Ésa fue la auténtica respuesta: la Iglesia hace más que los demás porque no habla sólo desde la tribuna periodística, sino que ayuda a las hermanas, a los hermanos que se encuentran en el lugar. En esa ocasión [vuelo a África en marzo de 2009] no tomé posición en general respecto del problema del preservativo, sino que, solamente, dije -y eso se convirtió después en un gran escándalo-: el problema no puede solucionarse con la distribución de preservativos. Deben darse muchas cosas más. Es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tanto antes como después de contraer la enfermedad.

Y la realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición. Pero eso solo no resuelve la cuestión. Deben darse más cosas. Entretanto se ha desarrollado, justamente en el ´ambito secular, la llamada teoría ABC, que significa: “Abstinence-Be faithful-Condom!” [Abstinencia-Fidelidad-Preservativo], en la que no se entiende el preservativo solamente como punto de escape cuando los otros dos puntos no resultan efectivos. Es decir, la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad, y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas. Por eso, la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha por que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana.

Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido
[1] utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralizacion, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad.

¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos?

Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana.

[1] La filtración que se produjo a la prensa española dice que el Papa se refiere a una prostituta. No es cierto. En el original alemán (fue en esa lengua en la que tuvo lugar la entrevista que ha dado lugar al libro) se dice "männliche Prostituierte" que significa “prostituido” y no prostituta. La traducción oficial que aparece en Zenit, pone “prostituido”, como se cita más arriba, y lo hace desde la perspectiva del contagio del SIDA, como se ve en ese mismo párrafo un poco más abajo. Mi interpretación (y quiero enfatizar que se trata SÓLO DE MI INTERPRETACIÓN, cada uno puede darle la suya) es que se refiere a alguien que ha sido contagiado previamente del SIDA. Indudablemente, que alguien que ha sido contagiado del SIDA se preocupe por no trasmitir el contagio pudiera ser, como dice el Papa, un primer acto de moralidad. Pero de ahí a decir que el Papa abre la puerta a los preservativos, hay un abismo que sólo un tonto o alguien con mala voluntad puede abrir.

24 de noviembre de 2010

Frases 24-XI-2010

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Cuando nuestro corazón llega a la madurez nos enseña a ver la miseria de los hombres con la misma dulzura que la nuestra propia, y a saber que, como nosotros, están bajo la mirada paterna y compasiva de Dios.

Raisa Maritain

20 de noviembre de 2010

Sobre el cierre al culto público de la basílica del Valle de los Caídos

Tomás Alfaro Drake

El mismo día que el Papa estaba en Santiago de Compostela, el gobierno cerraba al culto público la Basílica del Valle de los caídos. Ni que decir tiene que me parece un acto arbitrario e injusto. Un abuso de poder y un atentado contra la libertad religiosa. Por eso, leí con verdadera expectación la homilía del abad de los monjes Benedictinos del Valle de los caídos de ese Domingo, que añado al final para que sirva para contrastar lo que digo.

Pero debo decir que sufrí una decepción. Soy católico, practicante, y doy testimonio público de mi fe. La defiendo a través de libros, de este blog, de numerosos envíos de mail, de la radio y de otros medios. Sin embargo, me parece que en esa homilía y en muchos círculos católicos, se está deformando de forma rayana en la caricatura la “persecución” a los católicos en España. He empezado estas líneas diciendo que el cierre de la basílica del Valle al culto público me parece un atropello. Por supuesto, entiendo perfectamente el dolor y la rabia que al abad de los Benedictinos del Valle le produce este atropello. Pero de ahí a compararnos, como se hace en la homilía, con la familia a la que se tortura en el segundo libro de los Macabeos, o con el perseguido pueblo polaco de los años 80 bajo la bota comunista, o con los católicos de Bagdad, o con los mártires cristeros de México, hay un abismo. Crear este abismo es algo totalmente disculpable en el caso de la comunidad Benedictina del Valle, pero no lo es, o lo es en muy pequeña medida, el que los católicos aceptemos esta deformación sin espíritu crítico. Es cierto que vivimos en una sociedad laicista, de un laicismo militante, de ninguna manera neutro ni respetuoso con la libertad religiosa, que intenta borrar todos los valores cristianos que, en definitiva, son valores humanos. Es también cierto que ese laicismo puede ser más perjudicial para la fe que una persecución abierta.

El Papa, el día anterior del cierre de la basílica del Valle, en el avión que le traía a Santiago, hizo unas declaraciones que levantaron la polémica en los medios. Dijo: “Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España”. No me parece que estas palabras esten entre las más afortunadas de este magnífico Papa. Bien es verdad, que las dijo en una entrevista improvisada en el avión, sin preparación previa. Ciertamente que hay en España un secularismo, un laicismo y un anticlericalismo fuerte y agresivo. Pero esta agresividad y este enfrentamiento entre la fe y la modernidad, se dirige a los valores cristianos, no a la persecución de los cristianos. Que es tan agresivo como en los años treinta, aunque de otra forma, lo pueden atestiguar los cientos de miles de abortos. Pero a esos seres humanos nonatos no se les mata por ser cristianos. Entre las palabras del Papa citadas más arriba, no aparece, sin embargo, la palabra persecución. Decir que los cristianos españoles estamos tan perseguidos como los polacos de los años 80 o como los católicos de Irak o como los cristeros de México, es sencillamente falso. Se cuentan con los dedos de una mano, de puro excepcionales, los casos de las personas que hayan sufrido agresiones por su condición de católicos. Y cuando éstas se han producido, no ha sido por las autoridades públicas, sino por exaltados o delincuentes. Casi igualmente excepcionales son los casos de las personas que se han visto perjudicados en sus bienes o en su trabajo por su condición de católicos. Más allá de que nos llamen retrógrados, integristas o “meapilas”, pocos son los perjuicios adicionales de los cristianos en España.

Yo, personalmente, soy un cristiano que me significo como tal y que todo el mundo, en todos los medios en los que me muevo, sabe de mis creencias. Jamás me he sentido perjudicado por ellas. Si alguien me señala con el dedo como retrógrado, integrista o “meapilas”, me fumo un puro. Seguramente no tendría el valor de afrontar una persecución como las mencionadas anteriormente. Le pido a Dios que, si un día llegara a producirse algo así en España, me diese el valor necesario. Pero de momento eso no ha llegado y, si soy sincero, no creo que llegue. No en la secularizada sociedad española ni de ningún otro país de Occidente, al menos mientras Occidente siga siendo Occidente, que no está claro que lo vaya a seguir siendo dentro de unos decenios. Pero esto es otra historia.

No me parece buena estrategia la del victimismo. Este falso victimismo da alas a los laicistas españoles, sencillamente porque falta a la verdad y es la verdad la que nos hace libres y no la deformación de la realidad. En vez de quejarnos de persecuciones inexistentes, sería mejor estrategia proclamar nuestros valores sin vergüenza, defender cívicamente nuestros principios, testimoniar públicamente nuestra fe. Por eso, he firmado, y pido a todo el mundo que la firme, las dos peticiones de que se reabra al culto público la basílica del Valle, aunque no me parezca procedente la homilía de su abad. Protestemos por ello con toda energía, pero no confundamos las churras con las merinas.

Debo también decir, y lo digo con pena, que me ha sorprendido la falta de reacción de la jerarquía de la Iglesia española sobre este tema. Ciertamente, todo lo relacionado con el Valle de los Caídos está envuelto en unas connotaciones histórico políticas muy peculiares. Pero, sea cual sea la postura que uno tenga sobre los motivos y forma de la construcción de la basílica y de la Cruz, lo que es indudable es que los Benedictinos que hoy se encuentran allí, nada tienen que ver con todo ello. Imagino que es el miedo a que la tachen de nostálgica del franquismo lo que ha llevad a la jerarquía católica a inhibirse en este tema. Pero eso me parece faltar a la justicia por miedo. No miedo a la persecución, sino miedo a la manipulación que se pudiera hacer desde los medios de comunicación. Pero si la Iglesia no defiende a las duras la justa libertad religiosa, ¿quién lo va a hacer? Por supuesto, los propios cristianos debemos hacerlo. Pero ojala, todavía es tiempo, la jerarquía de la Iglesia de España alce su voz contra ese atropello, digan lo que quieran decir los medios de comunicación. Sin embargo, también es verdad que es muy fácil decir lo que otros tienen que hacer cuando uno no tiene responsabilidad sobre los acontecimientos que se puedan derivar de determinadas actuaciones. La jerarquía católica sí la tiene y yo no. Tampoco tengo suficiente información. No tengo ni idea de lo que la conferencia episcopal esté tratando con el gobierno en este momento. Pero hay un hecho que tal vez tenga alguna conexión con su silencio. El gobierno ha pospuesto la tramitación de una ley de libertad religiosa que, a buen seguro, será más bien una ley de limitación de libertad religiosa a los cristianos. Tal vez la conferencia episcopal tenga que ver con la retirada de esa ley. Y tal vez, en esta situación sea una cuestión de elemental prudencia y no de miedo, guardar silencio sobre un tema puntual para no desencadenar uno general muy perjudicial para los católicos. Son sólo tal veces, pero son plausibles. Y prefiero conceder el beneficio de una duda razonable antes que arrojar la primera piedra. Sin duda, la mejor actitud hacia la jerarquía católica es rezar para que el Espíritu Santo ilumine a los obispos sobre lo que tienen que hacer y les de la fuerza para hacerlo.

Sigue a continuación la homilía que ha dado pie a este comentario.

Queridos hermanos en Cristo Jesús:

Las lecturas de hoy resultan sugerentes sobre todo para dos aspectos de nuestra vida actual. Por un lado, nos encontramos en el mes de noviembre, dedicado a la intercesión por las almas de los difuntos: se abre con la solemnidad de Todos los Santos, que nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad ante Dios y a la salvación eterna; y al día siguiente prosigue con la conmemoración de los Fieles Difuntos, que instituyó el abad cluniacense San Odilón a inicios del siglo XI.

Es precisamente en el segundo libro de los Macabeos donde se encuentran algunos de los textos en los que la Iglesia Católica fundamenta la creencia en el Purgatorio o unas penas purgatorias, que es un dogma de fe definido por el II Concilio de Lyon en 1274. Para pasar a contemplar la belleza infinita de Dios, las almas deben estar limpias de toda mancha dejada por sus pecados. Nosotros podemos ofrecer nuestras oraciones, penitencias, limosnas y sobre todo el Santo Sacrificio de la Misa para que las almas que se encuentran en ese estado puedan pasar a disfrutar de Dios.

En el texto que hoy se ha leído, contemplamos la firme esperanza de los hermanos Macabeos en el premio eterno por su muerte martirial en defensa de la fe. “Dios quiere que todos los hombres se salven”, dice San Pablo. Y Jesús nos habla de la inmortalidad, pues Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”. Dios desea que todos podamos llegar a gozar de la visión de Él en el Cielo. La secta de los saduceos, que trataron de poner a prueba a Jesús, tuvo su origen precisamente en la época de los Macabeos: fueron los judíos helenizantes que colaboraron con las autoridades impías y aceptaron elementos provenientes del paganismo y del racionalismo. Serían unos de los responsables en llevar a Jesús al Calvario. Aquí entra la segunda consideración.

Los Macabeos son un ejemplo de martirio en tiempos de persecución religiosa. No tenían miedo a la muerte, porque creían en el premio eterno. Jesucristo ha culminado lo que ellos anticiparon y se ha convertido en el Gran Mártir de la verdad y del amor de Dios, la Víctima que se ha ofrecido al Padre para redimirnos del pecado y abrirnos las puertas del Cielo. Por eso todos los mártires han dado desde entonces su vida por Él y con Él.

Hoy vivimos tiempos difíciles para la fe en España y el testimonio de los mártires debe servirnos de estímulo frente a la adversidad. Ayer mismo celebrábamos la memoria de los mártires españoles del siglo XX. En el avión de venida, el Santo Padre Benedicto XVI dijo ayer que España está sufriendo una ofensiva laicista muy semejante a la de los años 30. Vosotros mismos lo podéis contemplar hoy en esta celebración, que a mí me recuerda a las misas del Beato mártir Jerzy Popieluszko en la Polonia de los años 80.
Por ello, debemos mirar el valor de los mártires para llenarnos nosotros mismos de valor. Traigamos a la memoria los cerca de 50 católicos asesinados esta semana en Irak por elementos islamistas. Ojalá los católicos españoles seamos capaces de decir con convicción lo que ha dicho el cardenal arzobispo de Bagdad: “No tememos la muerte”.
Es preferible una Iglesia mártir −y recordemos que la palabra mártir significa “testigo”− que una Iglesia connivente con el mal por temor a perder un bienestar temporal. A medio y largo plazo, la Iglesia que realmente pervivirá será la primera. Hoy no honramos a ciertos eclesiásticos que en los años de la persecución en México pactaron los denominados “arreglos” con el gobierno masónico, sino que veneramos como santos y beatos a los mártires cristeros, procedentes sobre todo del pueblo sencillo.

No tengamos miedo a defender la verdad de Cristo. San Juan Crisóstomo fue desterrado dos veces por denunciar públicamente la corrupción de la corte de Constantinopla, pero ante la persecución afirmaba: “Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? ‘Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir’. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena’. ¿La confiscación de los bienes? ‘Sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él’. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. Yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo: […] ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’”.
Evitemos el odio que pueda surgir en nuestro corazón hacia quienes persiguen la fe. Oremos por ellos y que el amor de Cristo venza el muro del odio. Pero, sin dejar de amarles, sepamos también mostrar nuestra firmeza, porque el Señor está con nosotros y tenemos que defender su heredad, de la que forman parte las iglesias y los lugares de culto. Que podamos decir con convencimiento las mismas palabras que el abad benedictino Santo Domingo de Silos dijera a un rey de Navarra en el siglo XI: “La vida podéis quitarme, pero no más”.

Quiero terminar extractando algunos preciosos versos de una canción que entonaban los cristeros mexicanos y que revelan el valor y el anhelo de eternidad que debemos tener. Dicen así: “El martes me fusilan / a las seis de la mañana / por creer en Dios eterno / y en la Gran Guadalupana. […] Matarán mi cuerpo, pero nunca mi alma. / Yo les digo a mis verdugos / que quiero me crucifiquen, / y una vez crucificado / entonces usen sus rifles. […] No tengo más Dios que Cristo, / porque me dio la existencia. / Con matarme no se acaba / la creencia en Dios eterno: / muchos quedan en la lucha / y otros que vienen naciendo. […] ¡Viva Cristo Rey!”

Que la Santísima Virgen nos alcance del Espíritu Santo el don de fortaleza y haga que la visita del Santo Padre traiga sobre nuestra querida y atribulada España frutos copiosos de una fe recia y de un espíritu ardiente.

17 de noviembre de 2010

Frases 17-XI-2010

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La verdad es que nuestra actitud hacia los niños es correcta mientras que nuestra actitud hacia la gente mayor está equivocada. Nuestra actitud hacia nuestros iguales en edad consiste en una solemnidad servil que cubre un grado considerable de indiferencia o desprecio. Nuestra actitud hacia los niños consiste en una indulgencia condescendiente que cubre un respeto insondable. Nos inclinamos ante gente mayor, nos quitamos el sombrero, nos abstenemos de llevarles la contraria de plano, pero no les apreciamos adecuadamente. Hacemos monigotes de los niños, les sermoneamos, les tiramos del pelo, pero les respetamos, les queremos, les tememos. Cuando respetamos algunas cosas en las personas maduras, suelen ser sus virtudes o su sabiduría, lo que resulta bien fácil. Pero respetamos las faltas y los desatinos de los niños.
Probablemente llegaríamos mucho más cerca de la verdad de las cosas si tratáramos a todas las personas mayores, de cualquier título y tipo, precisamente con ese cariño oscuro y respeto deslumbrado con el que tratamos las limitaciones infantiles. Al niño se le hace difícil realizar el milagro del habla, y en consecuencia nos parece que sus equivocaciones son tan maravillosas como su precisión. Si adoptáramos la misma actitud hacia el Primer Ministro o hacia el Ministro de Hacienda, si afablemente les animáramos en sus tartamudeos y deliciosos intentos de hablar como seres humanos, nuestra visión sería mucho más sabia y tolerante. Un niño tiene maña para hacer experimentos en la vida que son por lo general saludables en sus motivos, pero a menudo intolerables en la comunidad doméstica. Si pudiéramos tratar a todos los filibusteros negociantes y a los presuntuosos tiranos de la misma manera, si les reprocháramos con suavidad sus brutalidades como si fueran pintorescas equivocaciones en el desempeño de la vida, si les dijéramos sencillamente que ya “lo entenderán cuando sean mayores”, estaríamos probablemente adoptando la mejor y la más aplastante actitud que puede haber hacia las debilidades de la humanidad. En nuestras relaciones con niños demostramos que la paradoja es del todo verdadera, que es posible combinar una amnistía muy cercana al desprecio con una adoración muy cercana al terror. Perdonamos a los niños con el mismo tipo de delicadeza blasfema con que Omar Khayyam perdonaba al Todopoderoso.

Gilbert K. Chesterton. En defensa del culto al niño

14 de noviembre de 2010

El camino de Sheldon Vanauken hacia la luz III

Tomás Alfaro Drake


Hace unas semanas indiqué que iba a empezar una serie de 5 entregas sobre la experiencia vital de un ateo por renuncia a su fe de cuna, contada por el mismo. Se trata de SHELDON VANAUKEN.

SHELDON VANAUKEN fue un escritor americano, nacido en 1914. Es uno de esos autores que se hace famoso por una sola de sus obras: “A severe mercy” (una misericordia severa). Es muy conocido en el mundo anglosajón y menos en el europeo continental. Estudió en Oxford. Era ateo por rechazo de su cristianismo de la infancia. Se reconvirtió al cristianismo en sus años de Oxford y tras su retorno a Virginia, fue profesor de Historia e Inglés. Se casó con Jean Davies, “Davy”, con quien tuvo un feliz matrimonio hasta la muerte de su mujer. Varios años después escribió su libro más famoso, “Una misericordia severa” donde narra su conversión, su amistad con C. S. Lewis, la muerte de su mujer y la superación del sufrimiento que esta muerte le causó. Posteriormente se hizo católico desde su cristianismo episcopaliano. Otro libro famoso suyo, continuación de “Una misericordia severa” es “Bajo la misericordia”. Murió en 1996.

“Encuentro con la luz”, el breve escrito que transcribo aquí en cinco partes de la que esta es la 3ª, narra, escrito por él mismo, su largo y difícil camino, primero, hacia la fe perdida en la juventud y, después, hacia la Iglesia católica desde la episcopaliana. Es un relato apasionante para todo aquel que se pregunte sobre el sentido de la vida con ardor y honestidad intelectual.


Un cruce de cartas

A C.S. Lewis de Sheldon Vanauken (I)

Escribo por un impulso –que por la mañana quizá deseche por parecerme imprudente y presuntuoso. Pero hace unos instantes sentí que me había embarcado para un viaje que me podría conducir a Dios algún día. Incluso ahora, cinco minutos más tarde, me inclino a añadir un “puede ser”. Hay un salto que no sé cómo dar; se me ocurre que usted, habiéndolo dado, habiendo hallado certeza en el cristianismo, podría, no ya hacerlo por , pero sí darme una pista de cómo hacerlo. Después de sentir el atractivo histórico y estético del cristianismo y de emprender su estudio, he llegado a tomar conciencia de la fuerza y la “posibilidad” de la respuesta cristiana. Me gustaría creerla. Deseo conocer a Dios, si es que es cognoscible. Pero no puedo rezar con la convicción de que Alguien me escuche. No puedo creer.

Simplemente, me parece que algún poder inteligente construyó el universo y que todos los hombres deben conocerlo, por axioma, y deben sentir temor ante la infinitud de su poder. Me parece natural que los hombres, conociendo y sintiendo así, intentaran elaborar algo a partir de una cosa tan sencilla: Los profetas, el Príncipe Buda, el Señor Jesús, Mahoma, Brahmanes, y que así nacieran las religiones en el mundo. Pero, ¿cómo se puede escoger una como la verdadera? Para un visitante inteligente de Marte, el cristianismo ¿no le resultaría meramente una religión de tantas?

Dije al principio que me sentía como si fuera por un largo camino que un día me conduciría al cristianismo; debo creer, entonces, que lejos de ser una moda es la verdad. ¿O es sólo que quiero creerlo? Pero, al mismo tiempo, algo más, dentro de mí, me dice: “Desear creer conduce al propio engaño. Vale más la honestidad que cualquier consuelo fácil. Ten coraje de encararte al hecho de que todos los hombres pueden no ser nada para el Poder que hizo las estrellas”.

Y aun así me gustaría creer que el Señor Jesús es de verdad mi Dios misericordioso. Para los apóstoles que pudieron hablar con Jesús, debió de haber sido fácil. Pero vivo en un “mundo real” de autobuses rojos y calcetines de nylon y bombas atómicas. Sólo tengo los relatos de las experiencias con la deidad dados por otros. Sin ángeles, ni voces, ni nada. O, mejor, con una cosa: Los cristianos vivos. De alguna forma usted, que está en este mismo mundo, con los mismos datos que yo, significa más para mí que los obispos del pasado fiel. Usted dio el salto del agnosticismo a la fe: ¿Cómo? No sé bien cómo me he atrevido a escribirle esto a usted, un ocupado catedrático de Oxford, no un sacerdote. Pero sí lo sé: usted sirve a Dios, no a usted mismo; usted debe hacerlo, si es cristiano. Quizá si tuviera la sensatez de verlo, mi respuesta radique en el hecho de haberle escrito.

De C.S. Lewis a Sheldon Vanauken(I)

Mi propia posición a las puertas del cristianismo era exactamente la opuesta a la tuya. Tú deseas que sea verdad; yo deseaba ardientemente que no lo fuera. Al menos, aquél era mi deseo consciente: puedes sospechar que tenía deseos inconscientes de diferente signo y que fueron éstos los que al final me empujaron. Cierto: pero entonces, también yo puedo sospechar que, bajo tu deseo consciente de que sea verdad, se oculte un fuerte deseo inconsciente de que no lo sea. Esto nos lleva a que todo ese material moderno sobre los deseos ocultos y los pensamientos deseables, por útil que pueda resultar para explicar el origen de un error ya reconocido como tal, resulta perfectamente inútil para decidir, de dos creencias, cuál es la errónea y cuál la verdadera. Porque: (a) uno nunca conoce todos sus deseos y: (b) en las cuestiones importantes, como ésta, incluso los deseos conscientes apuntan casi siempre en ambas direcciones.

Lo que sí que pienso que se puede decir con certeza es esto: la idea de que a cualquiera le gustaría que el cristianismo fuera verdad y que por consiguiente todos los ateos son unos valientes que han aceptado el fracaso de sus más profundos anhelos, es sencillamente una rematada tontería. ¿Piensas que gente como Stalin, Hitler, Haldane, Stapledon (un escritor formidable, dicho sea de paso), estarían contentos de levantarse una mañana y encontrarse con que no eran sus propios amos, que tenían un Señor y Juez, que no había nada incluso en el más hondo rincón de sus pensamientos sobre lo cual pudieran decirle: “¡Fuera! Privado. Esto es asunto mío?” ¿De verdad lo crees así? ¡Qué va! Su primera reacción sería (como fue la mía) de rabia y de terror. E incluso dudo mucho que tú lo encuentres simplemente agradable. ¿No es verdad que la creencia en el cristianismo satisfaría algunos de tus deseos (algunos que en realidad sentimos muy pocas veces) y violentaría muchos otros? De modo que abandonemos el asunto de los deseos. Todavía no le ha ayudado a nadie a resolver ningún problema.

No estoy de acuerdo con tu visión de la historia de la religión en cuanto que Cristo, Buda, Mahoma y otros hayan desarrollado una idea simple original. [...] Una religión clara, lúcida, transparente, simple [...] es un desarrollo posterior, que surge usualmente entre personas altamente educadas en las grandes ciudades. Con lo que en realidad comienzas es el ritual, el mito, y el misterio, la muerte y retorno de Balder u Osiris, las danzas, las iniciaciones, los sacrificios, los reyes divinos. Frente a ellos están los filósofos, Aristóteles o Confucio, difícilmente clasificables como religiosos. Los únicos dos sistemas en los que el misterio y la filosofía se dan la mano son el Hinduismo y el Cristianismo, el budismo es una simplificación posterior del Hinduismo y el Islam del Cristianismo; el Tao es un bien ético, más bien triste, por otro lado. Ahí tienes (En el hinduismo y el cristianismo) tanto la metafísica como el culto (en continuidad con los cultos primitivos). Por eso es por lo que mi primer paso era asegurarme de que uno u otro de éstos tenía la respuesta. Porque la realidad no puede ser la que apela o bien sólo a los salvajes, o sólo a los eruditos. Las cosas reales no son así (p. ej., la materia es la primera y más obvia cosa que te encuentras –leche, chocolates, manzanas–, y también el objeto de la física cuántica). El problema no es simplemente una multitud de religiones desconectadas. La elección está entre (a) La visión materialista del mundo: que yo no puedo creer. (b) Las verdaderamente arcaicas religiones primitivas: que no son suficientemente morales. (c) La (pretendida) plenitud de estas en el Hinduismo. (d) La (pretendida) plenitud de estas en el Cristianismo. Pero la debilidad del Hinduismo es que realmente no junta los dos cabos. En el Hinduismo, la religión irredimiblemente salvaje avanza en la aldea; el Ermitaño filosofa en el bosque: y ninguno de los dos interfiere realmente en el otro. Es sólo el Cristianismo el que impulsa a un erudito como yo a participar en una fiesta ritual de sangre, y el que también impulsa al converso centroafricano a seguir un ilustrado código universal de ética.

(Creo que esta larga respuesta de Lewis a Veneuken sobre la verdad del cristianismo es demasiado traída por los pelos. A mí me parece mucho más contundente una distinción a la que Vanauken llega más adelante: que la gran diferencia entre Cristo y los grandes creadores de otras religiones es que Cristo es el ÚNICO de todos ellos que declara ser el mismo Dios, encarnado para la salvación de TODOS los hombres y presente en el mundo hasta el fin de los siglos. Ningún otro ha tenido semejante pretensión. Y esto deja al cristianismo y a la Iglesia católica ante un dilema de cada persona: O esa pretensión es verdad, Cristo es Dios y se hace presente en la historia cada día a través de la Iglesia, por pecadores que sean las personas que la forman, o es la mayor y más terrible mentira que haya sufrido nunca la humanidad. No hay término medio. La primera alternativa es revolucionaria y debería marcar la vida de quien la acepte. Si es así, el cristianismo, a través de la Iglesia católica es la Salvación de toda humanidad. Quien opte por la segunda alternativa, se encuentra con el marasmo de religiones, todas con una parte de verdad, pero ninguna para TODA la humanidad y ninguna que pueda salvar al hombre, porque no pasa de ser una construcción de su mente, exceptuando a la judía que era una preparación del mismo Dios para la venida de Cristo. Ser o no ser, he ahí la cuestión. No decidir ante esta cuestión es decidir de la manera más irracional que darse pueda: como las avestruces).

¿Has leído los Analecta de Confucio? Termina diciendo “Este es el Tao. No sé si alguien lo ha cumplido alguna vez”. Cosa interesante: se puede realmente pasar directamente de aquí a la Epístola a los Romanos...

A C.S. Lewis de Sheldon Vanauken (II)

He aquí mi dilema fundamental: No puedo creer en Cristo a menos que tenga fe, pero no puedo tener fe a menos que crea en Cristo. Éste es “el salto”. Si ser cristiano es tener fe (y claramente es eso), no puedo ir más allá: debo aceptar a Cristo para ser cristiano, pero debo ser cristiano para aceptarle. No tengo fe y todavía no creo; pero parece que el mundo dice: “Debes tener fe para creer”. ¿Y de dónde la saco? ¿O va a decirme usted algo distinto? ¿Hay alguna prueba? ¿Puede la Razón pasarle a uno el abismo... sin fe?

¿Por qué espera Dios tanto de nosotros? ¿Por qué exige este esfuerzo para creer? Si nos pusiera claro que Él es –tan claro como que el sol sale o como una piedra o como el llanto de un niño– ¿no sería bien gozoso optar por Él y por su ley? ¿Por qué en el recto ejercicio de nuestra libre voluntad ha de haber ese miedo a la falta de honradez intelectual.

Debo escribir más sobre el tema de mis “ganas de que sea verdad”, aunque admito que probablemente tenga ganas de una cosa y de la otra, y que mi deseo no me ayuda a resolver ningún problema. Su argumento de que Hitler y Stalin (y yo) se horrorizarían al descubrir un Maestro al que nada se le oculta es muy fuerte. De hecho, nada hay en el cristianismo que me repugne tanto como la humildad, el doblar la rodilla. Si yo llegara a saber por encima de la esperanza o la desesperación que el cristianismo es verdad, mi lucha en adelante sería ir contra el orgullo del: “me rompo pero no me doblo”. Y, aún así, ¿no aceptaría yo (y también Stalin) la humillación de un Maestro para escapar del horror de dejar de ser, de la nada, al morir? Además, el saber que Jesús era de verdad Señor no sería una mera noticia agradable que satisficiera uno de nuestros raros anhelos. Sería arrollador: (a) que el Materialismo fuera tan falso como feo; (b) que algunas de las repugnantes predicciones formuladas por los marxistas, los freudianos, y las manipulaciones de los sociólogos no fueran reales (incluso aunque se produjeran); (c) que el crecimiento propio hacia la sabiduría no va a perderse, y (d) sobre todo, que la bondad y la belleza sobrevivirían. Y entonces desearía que fuera verdad y pienso que aceptaría cualquier humillación, con tal que lo fuera. Lo malo de desear que sea verdad es que miro con recelo cualquier impulso que siento hacia la fe, como derivado de las ganas; pero lo bueno es que el deseo sí da el salto. Así que, en adelante; he de seguir tan lejos como pueda.

De C.S. Lewis a Sheldon Vanauken(II)

La contradicción “debemos tener fe para creer y debemos creer para tener fe” pertenece a la misma clase de aquellas con que los filósofos Eleáticos probaban la imposibilidad del movimiento. Existen muchas otras. No puedes nadar si no sabes mantenerte en el agua y no puedes mantenerte en el agua sin saber nadar. O, de nuevo, en un acto de volición (p. ej. levantarse por la mañana) ¿el principio de tal acto es en sí mismo voluntario o involuntario? Si es voluntario, entonces debes haberlo querido,... tú ya lo estabas queriendo,... no fue realmente el principio. Si involuntario, entonces la continuación del acto (habiendo sido determinado por el primer momento) es involuntario también. Pero a pesar de esto, de hecho nadamos y salimos de la cama.

No creo que haya una prueba (como la de Euclides) demostrativa, del cristianismo, ni de la existencia de la materia, ni de la buena voluntad y honestidad de mis mejores y más antiguos amigos. Pienso que las tres cosas son (excepto quizá la segunda) mucho más probables que las opuestas... y sobre el por qué Dios no lo hace evidente: ¿estamos seguros de que a Él puede siquiera interesarle un tipo de deísmo que consistiera en un consentimiento lógico a un argumento concluyente? ¿Nos interesa a nosotros en nuestros asuntos personales? Exijo de mi amigo que crea que mi buena intención es cierta sin tener una prueba demostrativa. No aceptaría su confianza si él necesitara una prueba rigurosa. ¡Caramba, todos los cuentos de hadas esconden una verdad! Otelo creyó en la inocencia de Desdémona cuando quedó probada: pero demasiado tarde. Lear creyó en el amor de Cordelia cuando se demostró: pero ya era demasiado tarde. “Pierde su fama quien espera a que todo salga a la luz”.

Se nos pide la magnanimidad, la generosidad de fiarnos de una probabilidad razonable. Pero ¿y si se cree y al final no es verdad? Porque, entonces, habrías mirado al universo como no le correspondía. Entonces, el error sería incluso más interesante que la realidad. ¿Cómo podría ser así? ¿Cómo podría un universo sin inteligencia haber producido criaturas cuyos solos sueños son mucho mejores, más vigorosos y sutiles que él mismo?

Fíjate que la vida después de la muerte, que todavía te parece lo esencial, fue en sí misma una revelación tardía. Dios preparó a los judíos durante siglos para que creyeran en Él sin prometerles una vida después y, con su gracia, me instruyó a mí de la misma manera durante un año. Es como el príncipe disfrazado del cuento que gana el amor de la heroína antes de que ella sepa que es algo más que un leñador. Si viniera antes lo que debe venir después, sería una especie de soborno.

Y ahora, otra cosa sobre los deseos. Un deseo puede llevar a falsas creencias, te lo concedo... Pero ¿qué sugiere la existencia del deseo? Una vez me impresionó una frase de Arnold: “Tener hambre no prueba que tengamos pan”. Pero lo que es seguro, aunque no prueba que un hombre concreto no tenga “comida”, sí prueba que existe la comida. P. ej. si fuéramos una especie que no comiera normalmente, que no estuviera diseñada para comer, ¿sentiríamos hambre? Dices que el mundo del materialismo es “feo” (creo conveniente una aclaración. El mundo del materialismo es el mundo en el que sólo hay materia, del que se excluye el espíritu. Esta fealdad no se refiere al mundo material, que está lleno de belleza. La propia Biblia, desde el principio, después de todos los actos de creación de Dios, dice: "Y vio Dios que era bueno" (y bello). Pero es el espíritu el que percibe la bondad y la belleza de una creación en la que el hombre tiene ese espíritu para contemplar la belleza de un universo creado para una finalidad espiritual). Me pregunto cómo has descubierto eso. Si tú realmente eres fruto de un mundo materialista, ¿cómo es que no te encuentras a gusto en él? ¿Se quejan los peces del mar por estar mojados? Y si lo hicieren, ¿no sugeriría fuertemente este mismo hecho que no hubieran sido siempre criaturas acuáticas? Date cuenta de cómo continuamente nos sorprendemos del paso del Tiempo. (“¡Cómo vuela el tiempo! ¡Parece mentira que fulanito ya sea tan mayor y se case! ¡Casi no puedo creerlo!”). En nombre del cielo, ¿por qué? A menos que, en realidad, haya algo en nosotros que no sea temporal...

Pero pienso que tú ya estás cogido en la red. El Espíritu Santo va tras de ti. ¡Dudo que te escapes!

Tuyo, C.S. Lewis.




Estas cartas de Lewis me dieron mucho que pensar y también me asustaron – especialmente el chocante párrafo último. Yo era todavía incapaz de dar el “salto”. Varias personas oraban por mí y yo consideraba esta actividad con desasosiego y sospecha. Sentía que estaban esperando que algo pasara: me dirigían complacientes miradas inquisitivas cuando nos encontrábamos en la calle. Así mismo, recelaba de cualquier pequeño arrebato sentimental sobre el Señor Jesús y me amonestaba a mí mismo contra el sentimentalismo. Pero ya admitía que había un lugar para la emoción, como para la razón. Escribí en mi cuaderno:

"Parece que el cristianismo requiere las dos cosas: un asentimiento emocional y uno intelectual. Si sólo hay emoción, la razón plantea preguntas que, si no se contestan, pueden conducir a errar el camino, porque el amor no puede sostenerse sin comprensión. Por otro lado, hay un vacío que debe cubrirse con la emoción. Si se recela de un acceso de sentimiento que puede ser una fe incipiente, ¿cómo va uno a cruzar el puente?"

Mi posición en este punto –al borde ya del sí– era más o menos: Yo tenía mi “segunda mirada” al Cristianismo mucho antes de decidirme. ¿Qué había encontrado? Ciertamente mucho más de lo que esperaba. Ahora el cristianismo me parecía estimulante intelectualmente, estéticamente apasionante, emocionalmente conmovedor. Me había medio enamorado de Jesús; suspiraba por Él y deseaba caer de rodillas ante Él. Como la mujer de Graham Green, que llegó a la fe de la misma forma que uno se enamora, yo me estaba enamorando, pero mi cabeza desconfiaba: Algo dentro de mí me seguía diciendo: “¡No te rindas! ¡Conserva la cabeza! ¡Por muy delicioso y consolador que sea, no des tu brazo a torcer!”.

La iglesia ya no me parecía un montón de sectas en lucha que la deshonraran: Ahora veía a la Iglesia espléndida y terrible, atravesando los siglos con sus himnos y sus cruces brillantes, con la mirada firme de los santos. La fe ya no era cosa de niños; había personas inteligentes que la guardaban con fortaleza, caminando al son de un canto secreto que yo no podía oír. ¿O sí que oía algo, irresistiblemente dulce, alto y claro? Una persona querida que me había acompañado estando fuera de la fe, de pronto, al pasar por una habitación, quedó arrebatada por aquel canto, la compañía de los fieles. Me había quedado solo y, enfadado, me sentí traicionado. Si yo no podía avanzar, tampoco los demás deberían. El cristianismo me parecía probable; todo giraba en torno a Jesús: ¿Era Él, de veras, Cristo, el Señor? ¿Era Él “Dios de Dios”? Ahí estaba el meollo del asunto. La pretendida prueba era la de la Resurrección; el creer que Cristo resucitó de entre los muertos, bien lo sabía, había sido lo que convenció a los primeros cristianos. Y yo veía con claridad que, en realidad, sólo había tres posibilidades: O los apóstoles inventaron la historia después de la crucifixión; o el propio Jesús se inventó la pretensión de su divinidad y lo demás era un sueño de los otros; o era precisamente una verdad fehaciente. Yo ya había superado la ingenua creencia de que la ciencia moderna ha demostrado la imposibilidad de que sucedan milagros. Sabía que la ciencia, que se refiere a la naturaleza, no podía decir nada en absoluto sobre la posible intervención de la Sobrenaturaleza. La Encarnación y la Resurrección podían ser verdad. Era simplemente una cuestión de evidencia, y el hecho de que yo en concreto nunca haya visto un milagro no implica que no pueda haber milagros en la ocasión suprema de la historia. Parece extremadamente improbable que los apóstoles hayan maquinado esta historia: Los Evangelios suenan a sinceros y, además, la gente no muere proclamando en su último aliento lo que saben que es mentira, especialmente cuando podían salvar sus vidas negándolo. Muchos de estos hombres habían sido ejecutados de un modo desagradable y, de haberse retractado, la fama de su negación habría corrido como la pólvora. E, igualmente, no me entraba en la cabeza que el propio Jesús se hubiera engañado: un hombre que va perdonando los pecados, diciendo haber existido desde toda la eternidad [antes de que Abraham existiese, era Yo], proclamando que cualquiera que le hubiera visto a Él, había visto al Padre (nótese que no sugirió modestamente que la divinidad estuviera en cada uno, o que el que hubiese visto a Pedro había visto al Padre). Un hombre así no se engaña: o es un perturbado, un megalomaníaco más bien horrible, o está diciendo la verdad. Y yo no me creía que un lunático hubiera pronunciado el Sermón de la Montaña o las parábolas. Me quedaba la tercera opción; que fuese cierto. No era un imposible; era lo único plausible; pero de una magnitud excesiva para comprenderse. Sabía que se trataba de una posibilidad razonable (susceptible de ser razonada); sospechaba que era verdad. Vislumbraba que todos aquellos anhelos sin nombre que había sentido, cuando las últimas luces otoñales ardían al crepúsculo, cuando los gansos salvajes graznaban en sus vuelos nocturnos, cuando la primavera asomaba por una mañana de abril, en realidad eran ansias de Dios.

Pero la sospecha no es certeza. Todavía quedaba un vacío entre lo plausible y lo probado; si iba a apostar toda mi vida por Cristo Resucitado, quería letras de fuego a lo largo del cielo. No las tuve. Y esperé.

Una noche, leyendo, profundamente desasosegado, la tremenda obra de Dorothy Sayers "El hombre nacido para ser rey", me impresionó la trascendencia de la respuesta a una pregunta de Jesús sobre la fe: “Señor, yo creo: pero ayuda a mi incredulidad”. Qué contradicción. Una paradoja. Pero ¿podría ser la clave para aquella otra paradoja: “uno debe tener fe para creer, pero debe creer para tener fe”? ¿Una paradoja soluciona otra paradoja? Sentí que sí; y también comprendí que éste constituía un “punto de partida importante”.

Un día después vino el segundo “punto de partida” intelectual: la espeluznante consideración de que no podía dar marcha atrás. En mi antiguo y fácil deísmo, había tenido el cristianismo por una especie de cuento de hadas y ni aceptaba ni rechazaba a Cristo, porque tampoco me había encontrado con Él. Pero ahora sí. No era, como había pensado cómodamente, una mera cuestión de aceptarlo o no. Ahora se trataba de aceptarlo, ¡o rechazarlo! ¡Dios mío! También había un vacío detrás de mí. Quizá el salto al sí me aterrorizaba, pero ¿y el salto a la negación? Podía no haber certeza de que Cristo fuera Dios, pero, ¡santo cielo!, ¡tampoco la certeza de que no lo fuera! Si le aceptaba, probablemente, tendría que enfrentarme a este pensamiento durante años: “Quizá, después de todo, es mentira; me la han jugado”. Pero si lo rechazaba, sin duda alguna me atormentaría un pensamiento terrible: “Quizá es verdad: ¡y yo he rechazado a mi Dios!”.

No aguantaba más. No podía rechazar a Cristo. Sólo podía hacer una cosa. Me volví y me lancé al vacío por Cristo. Una mañana primavera, el 29 de marzo, escribí en mi diario y a C. S. Lewis:

“Elijo creer en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en Cristo, mi Señor y mi Dios. El cristianismo tiene el sonido, el sentimiento de la única verdad. La verdad esencial. Por él, la vida queda llena y no vacía, llena de sentido, en vez de sin sentido. El cosmos se hace hermoso en el Centro, en vez de espantosamente feo bajo el agradable sentimiento de la primavera. Pero el vacío, el sin sentido y la fealdad sólo pueden verse, pienso, cuando uno ha vislumbrado la plenitud, el sentido, la belleza. Cuando ambos, el cielo y el infierno, se han vislumbrado, entonces volver atrás es imposible. Pero también el dar el paso adelante parecía imposible. Barruntar no es ver. Hay que elegir: no hay certeza. Sólo se puede elegir un lado. De modo que yo escojo ahora mi lado: escojo la belleza; elijo lo que amo. Opto por creer en creer. No puedo hacer más: elegir. Confieso mis dudas y pido a Cristo que entre en mi vida. No sé lo que Dios sea, pero le digo: Haz en mí según tu voluntad. No afirmo que no dude, dudo, pero pido ayuda, tras haber elegido, para superarlo. Dudo pero digo: Señor, creo, pero ayuda a mi incredulidad”.

10 de noviembre de 2010

Este fin de semana ha tenido lugar un hecho trascendente. Me refiero a la visita de Benedicto XVI a España, a Santiago y Barcelona más concretamente. El pensamiento del Papa ha quedado plasmado en los discursos y homoilías que ha pronunciado. He intentado hacer un resumen –mejor dicho, una selección, ya que ni he añadido nada de mi cosecha (salvo una nota a pie de página), si bien, no he podido evitar señalar en negrita aquellas frases que más han llegado a mí– de todo lo que el Papa ha dicho en su viaje a España. Sólo he conseguido reducirlo, más o menos, en una tercera parte, ya que cada párrafo está lleno de enjundia. Me he quedado con la sensación de que he quitado demasiado, a pesar de reducirlo tan poco, y de que lo que he dejado o, incluso lo que he señalado en negrita, pudiera no ser lo más importante. Lo es para mi sensibilidad, pero... Creo que el hecho justifica absolutamente que publique este extracto en vez de la entrada de Frases que suelo hacer los miércoles.

RESPUESTAS DE BENEDICTO XVI A LOS PERIODISTAS RUMBO A ESPAÑA

En el vuelo rumbo a Santiago, expone los dos mensajes de su visita

(Por brevedad omito las preguntas del P. Lombardi, lo que puede dar cierta desconexión al discurso)


[...]

...la inestabilidad de esta vida, en el hecho de estar en camino. Sobre la peregrinación uno podría decir: Dios está en todas partes, no hace falta ir a otro lugar, pero también es cierto que la fe, según su esencia, consiste en ser peregrino. La Carta a los Hebreos muestra la figura de Abraham, que sale de su tierra y se convierte en peregrino hacia el futuro por toda la vida, y este movimiento abrahámico sigue estando presente en el acto de fe, es un ser peregrino.

[...]

En ocasiones hay que salir de la vida cotidiana, del mundo de lo útil, del utilitarismo, para ponerse verdaderamente en camino hacia la trascendencia, trascenderse a sí mismo y la vida cotidiana, y así encontrar también una nueva libertad, un tiempo de replanteamiento interior, de identificación de sí mismo, para ver al otro, a Dios. Así es también siempre la peregrinación: no consiste sólo en salir de sí mismo hacia el más Grande, sino también en caminar juntos. La peregrinación congrega, vamos juntos hacia el otro y así nos encontramos recíprocamente. [...] esta catedral nació por una devoción [...]: san José, la Sagrada Familia de Nazaret, el misterio de Nazaret, pero esta devoción de ayer es de grandísima actualidad, porque el problema de la familia, de la renovación de la familia como célula fundamental de la sociedad. [...]Expresa el tema fundamental de la Familia, diciendo que Dios mismo se hizo hijo en la familia y nos llama a edificar y vivir la familia.

[...]

Vosotros sabéis que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón, en que la fe, y la fe cristiana, sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero del mismo modo es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y vida de la razón, se expresa en la belleza y se autorrealiza en la belleza, se encuentra como verdad. Y donde está la verdad debe nacer la belleza. Donde el ser humano se realiza de modo correcto se expresa en la belleza. La relación entre verdad y belleza es inseparable y por eso tenemos necesidad de la belleza. En la Iglesia, desde el comienzo, incluso en la gran modestia y pobreza del tiempo de las persecuciones, la expresión de la salvación de Dios ha tenido lugar en las imágenes del mundo, en el arte, la pintura, en el canto, y luego también en la arquitectura. Todo esto es constitutivo para la Iglesia y sigue siendo constitutivo para siempre. De este modo, la Iglesia era madre de las artes por siglos y siglos. El gran tesoro del arte, música, arquitectura, pintura, ha nacido de la fe en la Iglesia. [...] el arte que perdiera la raíz de la trascendencia ya no se dirigiría hacia Dios, sería un arte escindido, perdería su raíz viva; y una fe que dejara el arte en el pasado, ya no sería fe en el presente. Hoy se debe expresar de nuevo como verdad, que está siempre presente. Por eso, el diálogo o el encuentro entre arte y fe está inscrito en la más profunda esencia de la fe. Debemos hacer todo lo posible para que también hoy la fe se exprese en arte auténtico, como Gaudí, en la continuidad y en la novedad, y para que el arte no pierda el contacto con la fe.

[...]

... la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura, de la teología, es universal, pero se da un punto central, el mundo occidental, con su secularismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe renovarse para ser la fe de hoy y para responder al desafío de la laicidad. [...] España era siempre, por una parte, un país originario de la fe. Pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa y san Juan de Ávila, son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno. Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España .

[...]

España [...] es realmente un país lleno de dinamismo, lleno de la fuerza de la fe, y la fe responde a los desafíos que están igualmente presentes en España.

DISCURSO DEL PAPA A SU LLEGADA A SANTIAGO DE COMPOSTELA

A su llegada al aeropuerto de Lavacolla


[...]

En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, está en busca de la verdad. La Iglesia participa de ese anhelo profundo del ser humano y ella misma se pone en camino, acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser. Al mismo tiempo, la Iglesia lleva a cabo su propio camino interior, aquél que la conduce a través de la fe, la esperanza y el amor, a hacerse transparencia de Cristo para el mundo. Ésta es su misión y éste es su camino: ser cada vez más, en medio de los hombres, presencia de Cristo, "a quien Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención".

[...]

De esta manera, España y Europa fueron desarrollando una fisonomía espiritual marcada de modo indeleble por el Evangelio.

[...]

... esa maravilla que es el templo de la Sagrada Familia. Tendré la dicha de dedicar ese templo, en el que se refleja toda la grandeza del espíritu humano que se abre a Dios.

[...]

Como el Siervo de Dios Juan Pablo II, que desde Compostela exhortó al viejo Continente a dar nueva pujanza a sus raíces cristianas, también yo quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no sólo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien.


EL PAPA EN ESPAÑA/ DISCURSO DEL PAPA EN LA CATEDRAL DE SANTIAGO

Tras el abrazo al Apóstol


[...]

Peregrinar significa, más bien, salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado, allí donde la gracia divina se ha mostrado con particular esplendor y ha producido abundantes frutos de conversión y santidad entre los creyentes.

[...]

... he pedido también por todos los hijos de la Iglesia, que tiene su origen en el misterio de comunión que es Dios. Mediante la fe, somos introducidos en el misterio de amor que es la Santísima Trinidad. Somos, de alguna manera, abrazados por Dios, transformados por su amor. La Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos, descubriendo en ellos la imagen y semejanza divina, que constituye la verdad más profunda de su ser, y que es origen de la genuina libertad.

Entre verdad y libertad hay una relación estrecha y necesaria. La búsqueda honesta de la verdad, la aspiración a ella, es la condición para una auténtica libertad. No se puede vivir una sin otra. La Iglesia, que desea servir con todas sus fuerzas a la persona humana y su dignidad, está al servicio de ambas, de la verdad y de la libertad. No puede renunciar a ellas, porque está en juego el ser humano, porque le mueve el amor al hombre, “que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (Gaudium et spes, 24), y porque sin esa aspiración a la verdad, a la justicia y a la libertad, el hombre se perdería a sí mismo.

[...]

... vivir iluminados por la verdad de Cristo, confesando la fe con alegría, coherencia y sencillez, en casa, en el trabajo y en el compromiso como ciudadanos.

Que la alegría de sentiros hijos queridos de Dios os lleve también a un amor cada vez más entrañable a la Iglesia, cooperando con ella en su labor de llevar a Cristo a todos los hombres. Orad al Dueño de la mies, para que muchos jóvenes se consagren a esta misión en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada: hoy, como siempre, merece la pena entregarse de por vida a proponer la novedad del Evangelio.

[...]

Con estos sentimientos, pido al Altísimo que conceda a todos la audacia que tuvo Santiago para ser testigo de Cristo Resucitado, y así permanezcáis fieles en los caminos de la santidad y os gastéis por la gloria de Dios y el bien de los hermanos más desamparados.


HOMILÍA DEL PAPA EN LA PLAZA DEL OBRADOIRO

La nueva evangelización de Europa, según Benedicto XVI


[...]

Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor» (Hch 4,33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo, no una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la historia.

“Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen” (Hch 5,32), dicen los apóstoles. Así pues, ellos dieron testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús, a quien conocieron mientras predicaba y hacía milagros. A nosotros, queridos hermanos, nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos. Así imitaremos también a San Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades, proclamaba exultante: “Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2 Co 4,7).

[...]

Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos. Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los “jefes de los pueblos”, porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre todo a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza.

[...]

... lo más profundo y común que nos une a los humanos: seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención. Y en lo más recóndito de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos, al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo.

[...]

Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: "Sólo Dios basta".

Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 3,16).

El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo para el cual Dios es envidioso o despectivo del hombre: ¿Cómo hubiera creado Dios todas las cosas si no las hubiera amado, Él, que en su plenitud infinita no necesita nada? (cf. Sab 11,24-26). ¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.

Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa.

Ese Dios y ese hombre son los que se han manifestado concreta e históricamente en Cristo. A ese Cristo que podemos hallar en los caminos hasta llegar a Compostela, pues en ellos hay una cruz que acoge y orienta en las encrucijadas. Esa cruz, supremo signo del amor llevado hasta el extremo, y por eso don y perdón al mismo tiempo, debe ser nuestra estrella orientadora en la noche del tiempo. Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia, porque Cristo se dejó clavar en ella para darnos el supremo testimonio de su amor, para invitarnos al perdón y la reconciliación, para enseñarnos a vencer el mal con el bien. No dejéis de aprender las lecciones de ese Cristo de las encrucijadas de los caminos y de la vida, en el que nos sale al encuentro Dios como amigo, padre y guía. ¡Oh Cruz bendita, brilla siempre en tierras de Europa!

Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres. No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre, su hijo, y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo.

Queridos amigos, levantemos una mirada esperanzadora hacia todo lo que Dios nos ha prometido y nos ofrece. Que Él nos dé su fortaleza [...] ... que vivifique la fe de sus hijos y los ayude a seguir fieles a su vocación de sembrar y dar vigor al Evangelio, también en otras tierras.

Que Santiago, el amigo del Señor, alcance abundantes bendiciones para Galicia, para los demás pueblos de España, de Europa y de tantos otros lugares allende los mares, donde el Apóstol es signo de identidad cristiana y promotor del anuncio de Cristo.


HOMILÍA DEL PAPA EN EL TEMPLO DE LA SAGRADA FAMILIA

Durante el viaje apostólico a España

[...]

Y recordamos, sobre todo, al que fue alma y artífice de este proyecto: a Antoni Gaudí, arquitecto genial y cristiano consecuente, con la antorcha de su fe ardiendo hasta el término de su vida, vivida en dignidad y austeridad absoluta.

[...]

Me ha conmovido especialmente la seguridad con la que Gaudí, ante las innumerables dificultades que tuvo que afrontar, exclamaba lleno de confianza en la divina Providencia: “San José acabará el templo”. Por eso ahora, no deja de ser significativo que sea dedicado por un Papa cuyo nombre de pila es José.

¿Qué hacemos al dedicar este templo? En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma.

En este recinto, Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la Liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo. E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres. Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo.

Hemos dedicado este espacio sagrado a Dios, que se nos ha revelado y entregado en Cristo para ser definitivamente Dios con los hombres. La Palabra revelada, la humanidad de Cristo y su Iglesia son las tres expresiones máximas de su manifestación y entrega a los hombres. «Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesucristo» (1 Co 3,10-11), dice San Pablo en la segunda lectura. El Señor Jesús es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad. En Él tenemos la Palabra y la presencia de Dios, y de Él recibe la Iglesia su vida, su doctrina y su misión. La Iglesia no tiene consistencia por sí misma; está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos juntos mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre. Ésa es la gran tarea, mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia. En este sentido, pienso que la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios. Él mismo, abriendo así su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma. Así expresaba el arquitecto sus sentimientos: “Un templo [es] la única cosa digna de representar el sentir de un pueblo, ya que la religión es la cosa más elevada en el hombre”.

Esa afirmación de Dios lleva consigo la suprema afirmación y tutela de la dignidad de cada hombre y de todos los hombres: “¿No sabéis que sois templo de Dios?... El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1 Co 3,16-17). He aquí unidas la verdad y dignidad de Dios con la verdad y la dignidad del hombre. Al consagrar el altar de este templo, considerando a Cristo como su fundamento, estamos presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios. Como enseña el caso de Zaqueo, del que se habla en el Evangelio de hoy (cf. Lc 19,1-10), si el hombre deja entrar a Dios en su vida y en su mundo, si deja que Cristo viva en su corazón, no se arrepentirá, sino que experimentará la alegría de compartir su misma vida siendo objeto de su amor infinito.

La iniciativa de este templo se debe a la Asociación de amigos de San José, quienes quisieron dedicarlo a la Sagrada Familia de Nazaret. Desde siempre, el hogar formado por Jesús, María y José ha sido considerado como escuela de amor, oración y trabajo. Los patrocinadores de este templo querían mostrar al mundo el amor, el trabajo y el servicio vividos ante Dios, tal como los vivió la Sagrada Familia de Nazaret. Las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar.

Al contemplar admirado este recinto santo de asombrosa belleza, con tanta historia de fe, pido a Dios que en esta tierra catalana se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad, que presten al mundo el gran servicio que la Iglesia puede y debe prestar a la humanidad: ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, cauce para que el mundo crea en Aquel que Dios ha enviado (cf. Jn 6,29).

Queridos hermanos, al dedicar este espléndido templo, suplico igualmente al Señor de nuestras vidas que de este altar, que ahora va a ser ungido con óleo santo y sobre el que se consumará el sacrificio de amor de Cristo, brote un río constante de gracia y caridad sobre esta ciudad de Barcelona y sus gentes, y sobre el mundo entero. Que estas aguas fecundas llenen de fe y vitalidad apostólica a esta Iglesia archidiocesana, a sus pastores y fieles.

Deseo, finalmente, confiar a la amorosa protección de la Madre de Dios, María Santísima, Rosa de abril, Madre de la Merced, a todos los que estáis aquí, y a todos los que con palabras y obras, silencio u oración, han hecho posible este milagro arquitectónico. Que Ella presente también a su divino Hijo las alegrías y las penas de todos los que lleguen a este lugar sagrado en el futuro, para que, como reza la Iglesia al dedicar los templos, los pobres puedan encontrar misericordia, los oprimidos alcanzar la libertad verdadera y todos los hombres se revistan de la dignidad de hijos de Dios. Amén.


ANGELUS: PALABRAS DEL SANTO PADRE

[...]

Hoy, he tenido el enorme gozo de dedicar este templo a quien siendo Hijo del Altísimo, se anonadó haciéndose hombre y, al amparo de José y María, en el silencio del hogar de Nazaret, nos ha enseñado sin palabras, la dignidad y el valor primordial del matrimonio y la familia, esperanza de la humanidad, en la que la vida encuentra acogida, desde su concepción a su declive natural. Nos ha enseñado también que toda la Iglesia, escuchando y cumpliendo su Palabra, se convierte en su Familia. Y más aún nos ha encomendado ser semilla de fraternidad que sembrada en todos los corazones aliente la esperanza.

Imbuido de la devoción a la Sagrada Familia de Nazaret, [...] el genio de Antoni Gaudí, inspirado por el ardor de su fe cristiana, logró convertir este templo en una alabanza a Dios hecha en piedra. Una alabanza a Dios que, como en el nacimiento de Cristo, tuviera como protagonistas a las personas más humildes y sencillas. En efecto, Gaudí, con su obra, pretendía llevar el Evangelio a todo el pueblo. Por eso, concibió los tres pórticos del exterior del templo como una catequesis sobre Jesucristo, como un gran rosario, que es la oración de los sencillos, en el que se pueden contemplar los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de Nuestro Señor.

[...]

Esta mañana ha sido también para mí motivo de satisfacción poder declarar este templo como Basílica Menor. En ella, hombres y mujeres de todos los continentes admiran la fachada de la Natividad. Ahora, nosotros, meditemos el Misterio de la Encarnación y elevemos nuestra plegaria a la Madre de Dios con las palabras del Ángel, y le confiamos nuestra vida y la de toda la Iglesia, y le pedimos, al mismo tiempo, el don de la paz para todos los hombres de buena voluntad.


DESPEDIDA DE BENEDICTO XVI DE ESPAÑA

“Llevo a todos en mi corazón y por todos rezo”

[...]

Los caminos que atravesaban Europa para llegar a Santiago eran muy diversos entre sí, cada uno con su lengua y sus particularidades, pero la fe era la misma. Había un lenguaje común, el Evangelio de Cristo. En cualquier lugar, el peregrino podía sentirse como en casa. Más allá de las diferencias nacionales, se sabía miembro de una gran familia, a la que pertenecían los demás peregrinos y habitantes que encontraba a su paso. Que esa fe alcance nuevo vigor en este Continente, y se convierta en fuente de inspiración, que haga crecer la solidaridad y el servicio a todos, especialmente a los grupos humanos y a las naciones más necesitadas.

En Barcelona, he tenido la inmensa alegría de dedicar la Basílica de la Sagrada Familia, que Gaudí concibió como una alabanza en piedra a Dios. [...]

6 de noviembre de 2010

Islamismo y "alianza de las civilizaciones"

Tomás Alfaro Drake

Trascribo aquí un magnífico artículo de Gabriel Albiac, aparecido en ABS este 3 de Noviembre pasado. Por su actualidad no quiero dejarlo para más adelante. Lo suscribo en sus tres cuartas partes y, en éstas, con entusiasmo. Pero no puedo dejar de puntualizar, con el máximo respeto, algunas de sus afirmaciones iniciales. Al final, mis puntualizaciones.

SOY ateo. Variedad específica de las sociedades cristianas. La cual consiste en algo muy sencillo: aplicar el principio de economía conceptual —al cual el ingenio de Bertrand Russell llamó «navaja de afeitar de Ockham»—, al discurso teológico. Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, que vale —en el filósofo del siglo XIV— por algo así como que la carga de la prueba corresponde a la afirmación. O, si se prefiere, que toda negación es verdadera mientras no se demuestre lo contrario, y toda afirmación falsa mientras no demuestre no serlo.
Soy ateo. No imbécil. Al menos, no tanto como para no saber que no todas las creencias son iguales. Ni todas las religiones. Que un no creyente puede nacer y vivir con normalidad en ciertas sociedades. Y no en otras. Carezco de sentido del masoquismo. La gente que no podría hacer conmigo otra cosa que colgarme de una grúa, no me hace ni repajolera gracia. Como parece hacérsela a tantos auto-oblatorios europeos. En el tiempo en el cual me tocó vivir, sé que ese privilegio de que a nadie le interese gran cosa mi ausencia de creencias, es cosa del mundo europeo cristiano; que incluye, naturalmente, a los Estados Unidos, Australia y un par de sitios más. Y se acabó. Sé que sería hombre infaliblemente muerto en otras tierras. En tierra de Islam, ante todo. No por azar. Por deber sagrado. Me niego a ser tolerante con eso. Tontas manías de viejo epicúreo.

Quienes asesinaron anteayer a sangre fría a medio centenar de católicos en una iglesia de Bagdad, me hubieran asesinado con igual legitimidad a mí. Porque eso es lo grave: que el Corán ordena terminantemente dar muerte a quienes se empecinan en negar la luminosa verdad transmitida por Alá a su Profeta: «Matad a los politeístas, allá donde los encontréis» (IX,5). Así que, si en el mismo saco de los kafiresasesinables figuramos ellos y yo, no me parece demasiado loco por mi parte juzgar que la línea de alianza sea esa que nos separa a quienes somos exterminables de quienes tienen el deber de exterminarnos. Y que, frente a estos últimos, todos cuantos juzgamos la creencia (o no creencia) de cada cual cosa de cada uno, tenemos en común el único atributo que separa a los hombres de la barbarie.

Bastó una serie de caricaturas —bastante benévolas, todo sea dicho— de Mahoma, para que Europa ardiera; para que, incluso, no pocos europeos se autoculpabilizaran de su perversa «islamofobia». La tinta de imprenta vertida ahora sobre la matanza de inofensivos católicos —por el hecho de serlo— a manos islamistas es bien escasa, si la comparamos con la que corrió entonces. Medio centenar de cadáveres —también niños en brazos de sus madres, narran los testigos— no pesan lo que un chiste que ofende la piedad de un yihadista. De aplicarse aquí, ese criterio llevaría a quemar más de un tercio de la literatura de los dos últimos siglos que atesoran nuestras bibliotecas. Y a destruir la casi totalidad del arte del siglo XX. O sea, a destruirnos.

No hay nada a lo que pueda, en rigor, llamarse cultura islámica. Hay una religión. Excluyente. Quienes quieran ser por ella destruidos, ahí tienen la «Alianza de Civilizaciones». Pero yo, ¿qué voy a hacerle?, yo soy sólo un ateo epicúreo. Irrecuperable.

Gabriel Albiac; ABC 3-XI-2010

Hasta aquí el artículo de Gabriel Albiac que me parece fantástico. Respeto, por supuesto, su posición de ateo que enuncia contundentemente en la primera breve frase de su artículo. Le agradezco la defensa “del mundo europeo cristiano; que incluye, naturalmente, a los Estados Unidos, Australia y un par de sitios más” (creo que se le olvida clamorosamente Hispanoamérica). Sobre todo, viniendo de un ateo. Pero discrepo del uso que hace de la navaja de Ockham para refrendar su ateísmo, que, como he dicho antes, respeto profundamente. La navaja de Ockham no lleva a “que la carga de la prueba corresponde a la afirmación. O, si se prefiere, que toda negación es verdadera mientras no se demuestre lo contrario, y toda afirmación falsa mientras no demuestre no serlo”. La navaja de Ockham lleva a decir que, de dos teorías encontradas, tiene más probabilidad de ser cierta (ojo, esa mayor probabilidad no tiene carácter demostrativo) aquella que requiera menos peticiones de principio. Admitamos que la existencia de Dios sea una petición de principio. Se dice que, cuando en el siglo XIX, cuando el matemático y físico francés Pierre Simon de Laplace presentó a Napoleón su libro “Mecánica celeste”, éste le dijo: “No he encontrado en su libro ninguna referencia a Dios” a lo que Laplace respondió: “Sire, no he tenido necesidad de esa hipótesis”. La ciencia del siglo XIX era así de simple. Pero en el siglo XX tras los descubrimientos científicos del Big Bang y de la enorme implausibilidad de nuestro universo, para negar la hipótesis de un Dios diseñador de este universo hay que recurrir a muchas hipótesis increíbles. Una de ellas es la del multiverso, que requiere un número infinito de universos, y de la que ya hablé en un envío pasado. Por tanto, en el siglo XXI, la tijera de Ockham beneficia, sin carácter probatorio, a la hipótesis de Dios frente a multiversos y otras elucubraciones multihipotéticas por el estilo.

En cuanto al peso de la prueba, hasta donde mi entendimiento alcanza, es este un concepto jurídico-procesal que no conviene sacar de su ámbito. Se basa en la presunción de inocencia y viene a decir –que me corrijan los juristas si yerro– que es el que busca la condena del procesado el que debe probar su culpabilidad y no viceversa. ¿Por qué? Evidentemente, porque es mejor que un culpable ande suelto que que un inocente esté en la trena, por no mentar la infausta pena de muerte. No veo qué puede tener esto que ver con la existencia de Dios. Pero si tuviese que establecer un paralelismo y pensar qué es peor, si un mundo sin Dios y, a mi entender, entregado al sinsentido, o un mundo con un Dios que le de sentido, yo pediría que el peso de la prueba recayese sobre los que niegan la existencia de ese Dios. Creo que sería menos grave creer en Dios y que luego no existiese que no creer en Él y que, al final, existiese. Pero esto es, además de irrelevante, un poco cuestión de gustos. Supongo que Hitler o Stalin preferirían un mundo sin Dios. Así que cada uno ponga el peso de la prueba donde quiera. Me parece, como he dicho antes, totalmente irrelevante. Porque a Dios, si existe, dónde pongamos nosotros el peso de la prueba, le debe importar bastante poco. Y si no existe, menos. Que exista o no, no depende en modo alguno de dónde pongamos el peso de la prueba estos pequeños seres perdidos en la inmensidad del cosmos que seríamos los hombres si no hubiese Dios. ¡Ah!, y hasta el sano epicureismo, que lo hay, y es parte de la sana doctrina católica –que no protestante– se disfruta más con Dios.

Otra vez, muchas gracias a Gabriel Albiac por su inteligencia y honestidad.

Y pido a quienes lean estas líneas desde la fe que recen con fuerza por los muertos en la masacre de Bagdad.

3 de noviembre de 2010

Frases 3-XI-2010

Tomás Alfaro Drake


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Otorgar confianza al niño es provocar, por un misterioso contagio, un aflujo de vida nueva; aparentemente, esta manera de obrar es una dimisión, que resulta lastimosa frente a la actividad desbordante del educador que tiene “principios”; pero, en realidad, es la única que hace germinar cosechas ubérrimas; el activismo a tambor batiente no consigue más que una educación ficticia, mientras que la paciencia flexible, con un toque tan ligero como el del Príncipe Encantador al rozar el hombro de la Bella Durmiente del Bosque, despierta las energías profundas.

Charles Moeller; Literatura del siglo XX y cristianismo, tomo IV, capítulo dedicado a Gabriel Marcel.