Conviene ahondar un poco sobre la postura de la Iglesia sobre el preservativo. Y conviene hacerlo desde dos perspectivas. La primera, desde la perspectiva de la contracepción y la segunda desde la del SIDA.
Ese trozo de goma que llamamos preservativo, en sí mismo, no es ni bueno ni malo. Es un pedazo de látex, y nada más. Y ponerse y quitarse un preservativo tampoco es ni bueno ni malo en sí mismo. Lo malo es que el preservativo trastorna la relación entre amor y sexo. La Iglesia no está contra el preservativo, está a favor del amor. Pero el amor en el que piensa la Iglesia es en un amor distinto al que se viene vendiendo en la sociedad posmoderna. Es un proyecto de vida en común de un hombre y una mujer, abierto a engendrar vida y a ayudar al desarrollo y educación de los seres humanos que se deriven de ese amor. Un proyecto de vida conjunta de, digamos, noventa años. Y para ese amor, el preservativo supone una ruptura de las reglas del juego. Ruptura que lleva –no hay más que abrir los ojos para percibirlo– a una sociedad desarraigada, falta de valores y de formación, dónde es posible la manipulación a la que hacía referencia en el párrafo anterior. La Iglesia tampoco está en contra del control de natalidad. Ya Pablo VI, en la encíclica “Humane Vitae” acuñó el término de “paternidad (o maternidad) responsable” para indicar que un matrimonio podía tratar de regular el ritmo y la cantidad de embarazos. Y ello en base a la responsabilidad que conlleva la educación de los hijos y en relación con las posibilidades de cada matrimonio. Esto de las posibilidades lo dejaba abierto a la responsabilidad moral de cada uno, teniendo en cuenta que responsabilidad no es lo mismo que egoísmo. Decía, eso sí, que este control del número de hijos debía llevarse a cabo mediante métodos negativos que no cerrasen drásticamente el camino a la procreación. Métodos negativos significa, métodos de no hacer, es decir, abstinencia. Cerrar drásticamente el camino a la vida significa reducir la posibilidad de embarazo prácticamente a cero.
Naturalmente, cuando la engañifa de la progresía oye lo de la abstinencia, sonríe diciendo: ya está, la Iglesia está contra el placer del sexo. Tampoco es verdad. Está a favor del sexo al servicio del amor, entendido éste como se ha dicho más arriba. Hay una frase de Isabel Allende –que, hasta donde yo sé, no es una católica a rajatabla (ni a pizcas)– que me parece enormemente clarividente. “El amor es la música y el sexo es el instrumento”. He leído pocas frases tan sabias como esta. Lo que dice, sabiamente, es que el sexo es un maravilloso vehículo de comunicación al servicio del amor. Cuando la Iglesia dice abstinencia no proclama que este contra el sexo. Tampoco proclama la abstinencia total. Proclama la abstinencia mínima necesaria para disminuir la probabilidad de embarazo. Y, a pesar de la sonrisa condescendiente de la progresía, hay métodos negativos muy eficaces que minimizan esa abstinencia. Aunque no, desde luego tan casi infalibes como el preservativo y, también, desde luego, requieren una pizca de sacrificio, palabra que también hace sonreír con ironía a la progresía que ha hecho un dios del hedonismo. Ciertamente, en una enfermedad se deben buscar los métodos más eficaces para acabar con ella. Pero un hijo no es una enfermedad. En la sociedad posmoderna en la que vivimos, los hijos pasan, sin solución de continuidad y en una misma persona, de ser una terrible enfermedad de la que hay que librarse como de la peste, a ser un derecho inalienable ante el que todo es válido para conseguirlo. Una mujer puede pasarse los primeros sesenta años de su vida huyendo de tener un hijo y de todo compromiso de vida con ningún hombre para, al día siguiente de cumplir sesenta años, decidir que tiene derecho a tener un hijo, por cualquier medio y sin que haya un hombre de por medio. Un capricho más, como tener un perrito. Y un hijo no es ni una enfermedad ni un derecho. Es un regalo que conlleva una responsabilidad. Si creemos en Dios, es un regalo de Dios. Si no creemos en Dios es un regalo de la vida. Como la Iglesia es comprensiva, sabe que hay casos en los que hay que permitir el uso de métodos negativos para evitar el embarazo. De hecho, los religiosos y religiosas que están con las personas que viven en extrema necesidad, han puesto en marcha muchas veces sistemas de control de la natalidad por estos métodos negativos que se han mostrado más eficaces, dado a quién se dirigen, que los preservativos.
Si del control de natalidad para las familias damos el salto al control de la natalidad para los jóvenes y adolescentes, la situación no puede ser más dramática. Prácticamente, el mensaje que les manda la sociedad es (mensaje que también va destinado a los adultos): “Ten tantas relaciones sexuales como quieras y con quien quieras, siempre que te pongas el preservativo”. Esto está teniendo consecuencias nefastas que pagaremos algún día como civilización. En primer lugar desliga totalmente el sexo del amor. Esto genera una cantidad enorme de jóvenes que, logrado el objetivo del sexo “seguro”, desdeñan todo compromiso de pareja y de matrimonio. Pero, en segundo lugar, eso del sexo “seguro” es una descomunal mentira. Nadie con ojos en la cara podrá negar que el número de embarazos indeseados entre jóvenes y adolescentes que se dejan embaucar por esa mentira es inmenso. Pero, no importa, para nuestra “comprensiva” sociedad posmoderna, siempre queda la maravillosa solución del aborto si se produce un “pequeño resbalón”.
Con todo, esa falta de compromiso, unida a las soluciones extremas en caso de “error”, tiene como efecto una bajada drástica de la natalidad. Eso conlleva un descenso de población y un envejecimiento de la misma que son fuente de enormes problemas sociales, económicos y políticos que no es este el momento de analizar. Este fenómeno ya ha sido bautizado con el nombre de “invierno demográfico”, yuxtaponiendo sus nefastas consecuencias con el “invierno nuclear” que seguiría a una guerra nuclear.
¿Cuál es entonces la postura de la Iglesia? La postura de la Iglesia es a favor del amor, del compromiso de la paternidad responsable –que no egoísta. El preservativo no es el método para hacer una sociedad mejor, sino peor. Porque va en contra del amor y de la percepción de los hijos como un bien, como un regalo, en contra de la apertura al regalo de la vida y a favor, en cambio, del egoísmo desatado y del sexo irresponsable y separado del amor, amén del espantoso aumento de abortos. Naturalmente, una vez que se produce la conducta irresponsable, que es lo que la Iglesia señala como éticamente malo, el ponerse o no una goma no añade ni quita nada. He procurado educar a mis hijos en una sana conducta sexual responsable –que no es otra, y lo digo sin tapujos, que posponer las relaciones sexuales hasta el matrimonio. Pero si un día un hijo mío se comportara indebidamente en este tema, le diría, por supuesto, que, si actuaba de forma éticamente reprobable, no añadiese la estupidez a la falta de ética y se pusiese un preservativo. Eso es ser buen padre. Si lo que les hubiese transmitido fuese, que se acostasen con la primera o el primero que les apeteciese siempre que se pusieran preservativo, hubiese sido un mal padre. Pues eso es lo que la Iglesia, como buena madre que es, nos dice y nos dirá. Ahora, ayer y mañana, desde que existe el preservativo. No se me ocurre que en una entrevista el Papa pueda pretender ir contra la enseñanza de la Humanae Vitae, la Casti Connubi, la Evangelium Vitae, el Catecismo de la Iglesia Católica y todo su magisterio anterior. Pero sobre todo, no se me ocurre que el Papa vaya a estar contra el amor correctamente entendido.
Pero pasemos al SIDA. La Iglesia está contra el preservativo y acepta, en cambio, el método ABC (Abstinence; Be faithful (fidelidad); Condom) como mejor método de prevención de esa terrible enfermedad. ¿Quiere decir que acepta el preservativo? No. Quiere decir que si ya se han incumplido la A –abstinencia– y/o la B –fidelidad– el mal ya está hecho. En esa situación, como he dicho en el párrafo anterior, el hecho de ponerse un preservativo no añade ningún mal al mal y, por lo tanto, es mejor ponérselo que no. Pero, de ninguna manera, la postura de la Iglesia es, ni ha sido, ni será, que hay tres métodos complementarios válidos para ella y, uno de ellos, es el preservativo. Que el método ABC el mejor método para luchar contra el SIDA ha quedado demostrado por la comparación entre los resultados obtenidos en la lucha contra la pandemia, especialmente, en África, en el caso de la distribución gratuita de preservativos o en el del uso del método ABC. En todos los casos, el método ABC ha sido el más eficaz. La Iglesia, en este caso, está a favor de la vida.
Lo que sí es contrario a la vida es el engaño. No voy a entrar en el porcentaje de casos en el que el preservativo evita el contagio del SIDA. Es una discusión estéril. Lo que es cierto es que ni aún usado con todas las precauciones y estando en perfecto estado de conservación, ese porcentaje no es del 100%. Si a eso le añadimos problemas de conservación y de uso inadecuado, el porcentaje de protección disminuye drásticamente. Y en países de África, donde el calor es extremo y para casos de jóvenes, en los que la inexperiencia y el nerviosismo en el momento de su uso son evidentes, más aún. Por tanto, asegurar en una campaña pública que uno puede tener cualquier tipo de conducta sexual y que con sólo usar preservativo se encuentra libre de riesgos razonables es, sencillamente, mentir. Es mentir para poner un supuesto valor, la “libertad” sexual (infidelidad matrimonial, relaciones sexuales promiscuas desde la pubertad, etc.) por delante de otro, la vida. Y eso es lo que hace la imperante moral progre del pensamiento débil. En el fondo, a esta moral la vida le importa menos que hacer ley de la voluntad personal. Esto se demuestra en el caso del aborto o la investigación con embriones. Es, por lo tanto, muy comprensible, que a esta moral imperante le exaspere la postura de la Iglesia poniendo la verdad y la vida por encima de la “libertad” sexual. Pero, como buena madre, la Iglesia no puede hacer otra cosa.
Naturalmente, para los que están al acecho de cualquier resquicio para crear confusión e intentar resquebrajar el sólido soporte ético de la Iglesia, es una tentación irresistible el tergiversar todo esto. Ya estamos acostumbrados. Cada tres o cuatro años, cada vez que algún miembro de la jerarquía de la Iglesia hable del tema del preservativo intentando aclarar las cosas más allá del simplismo, se producirá el mismo fenómeno. Quizá sea que es demasiado sutil para inteligencias simples. Quizá sea que vende menos. Pero el pensamiento progre nos está llevando a un callejón sin salida. Porque nuestra civilización pagará cara la destrucción de sanos valores de apertura a la vida, generosidad, compromiso. Y esa destrucción nos llevará a la aparición del “invierno demográfico”. Y, además de sus terribles consecuencias, causa enorme dolor la cantidad de gente que perderá, en aras de la “libertad” sexual, la vida o la ilusión por la vida.
Con su viaje a África en marzo de 2009 la política del Vaticano en relación con el sida quedó una vez más en el mira de los medios. El veinticinco por ciento de los enfermos de sida del mundo entero son tratados actualmente en instituciones católicas. En algunos países, como por ejemplo en Lesoto, son mucho más del cuarenta por ciento. Usted declaró en África que la doctrina tradicional de la Iglesia ha demostrado ser un camino seguro para detener la expansión del VIH. Los críticos, también de las filas de la Iglesia, oponen a eso que es una locura prohibir a una población amenazada por el sida la utilización de preservativos.
El viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella.
He podido visitar uno de esos servicios y conversar con los enfermos. Ésa fue la auténtica respuesta: la Iglesia hace más que los demás porque no habla sólo desde la tribuna periodística, sino que ayuda a las hermanas, a los hermanos que se encuentran en el lugar. En esa ocasión [vuelo a África en marzo de 2009] no tomé posición en general respecto del problema del preservativo, sino que, solamente, dije -y eso se convirtió después en un gran escándalo-: el problema no puede solucionarse con la distribución de preservativos. Deben darse muchas cosas más. Es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tanto antes como después de contraer la enfermedad.
Y la realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición. Pero eso solo no resuelve la cuestión. Deben darse más cosas. Entretanto se ha desarrollado, justamente en el ´ambito secular, la llamada teoría ABC, que significa: “Abstinence-Be faithful-Condom!” [Abstinencia-Fidelidad-Preservativo], en la que no se entiende el preservativo solamente como punto de escape cuando los otros dos puntos no resultan efectivos. Es decir, la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad, y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas. Por eso, la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha por que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana.
Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido[1] utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralizacion, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad.
¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos?
Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana.
[1] La filtración que se produjo a la prensa española dice que el Papa se refiere a una prostituta. No es cierto. En el original alemán (fue en esa lengua en la que tuvo lugar la entrevista que ha dado lugar al libro) se dice "männliche Prostituierte" que significa “prostituido” y no prostituta. La traducción oficial que aparece en Zenit, pone “prostituido”, como se cita más arriba, y lo hace desde la perspectiva del contagio del SIDA, como se ve en ese mismo párrafo un poco más abajo. Mi interpretación (y quiero enfatizar que se trata SÓLO DE MI INTERPRETACIÓN, cada uno puede darle la suya) es que se refiere a alguien que ha sido contagiado previamente del SIDA. Indudablemente, que alguien que ha sido contagiado del SIDA se preocupe por no trasmitir el contagio pudiera ser, como dice el Papa, un primer acto de moralidad. Pero de ahí a decir que el Papa abre la puerta a los preservativos, hay un abismo que sólo un tonto o alguien con mala voluntad puede abrir.