11 de marzo de 2012

Historias de otros mundos 1. La deificación de Odín

Tomás Alfaro Drake

Inicio hoy, 11 de Marzo, una serie de 11 relatos que titulo genéricamente “Historias de otro mundos”. Son relatos con un cierto componente fantástico. Me han servido de modelo, en su barroquismo los relatos y cuentos de Oscar Wilde.

La deificación de Odín

Creo, aunque la mitología nórdica vive para mí envuelta en las brumas de la ignorancia, que fue Odín el hombre del norte elevado al panteón de los dioses. Y me han contado, no sé si será verdad o leyenda, que para conseguirlo hubo de fracasar en tres pruebas iniciáticas. Sí, fracasar. Porque el fracaso en las pruebas reservadas a los dioses, hace a los hombres humildes y grandes.

Cuentan que Odín, al no encontrar en el valle un sentido a su existencia, subió, no sin grandísimos trabajos, hasta la montaña en la que habitan los dioses con la pretensión de ser uno de ellos. Constituidos en tribunal, decidieron someterle a tres pruebas para concederle la riqueza, la sabiduría y la inmortalidad, dones de la condición divina. Le pidieron, como primera prueba, que bebiese de un solo trago un cuerno de hidromiel y cogiese de su fondo un diamante que allí brillaba. Casi desdeñosamente el hombre del norte cogió el cuerno entre sus manos y empezó a beber. Pero, ante su asombro, el cuerno parecía no tener fondo, de forma que cuanto más bebía, más hidromiel parecía haber en su interior. Bebía y bebía. Poco a poco los efectos del brebaje le iban embotando los sentidos, hasta que las piernas le flaquearon y cayó al suelo estrepitosamente. El sueño le vencía, pero él luchó para no sucumbir a sus efectos. La tentación era grande, pues el sopor le alejaría de la dolorosa sensación de su fracaso. Pero resistió.

Cuando los efectos del poderoso licor se disiparon, sus ojos se fijaron en la ceñuda mirada de los dioses. Pensó en abandonar sus aspiraciones a la divinidad y volverse al valle a vivir sin sentido en el amargo recuerdo de su derrota. Pero no lo hizo. Su orgullo herido le impedía coger el diamante que, al caerse el cuerno, había salido de él y yacía en el suelo al alcance de su mano. Los dioses le pidieron que lo recogiese y lo guardase como un don. Él pensó que era el señor de los bosques y no necesitaba para nada la piedra brillante. No se humillaría agachándose. No obstante, venció su orgullo y, sin saber por qué, obedeciendo a los dioses, cogió del suelo la joya que no quería, que no había ganado con su esfuerzo y que los inmortales le ofrecían como una limosna.

Oyó entonces a sus jueces enunciar la segunda prueba. Debía, con su martillo, partir una enorme roca de un solo golpe y coger una esmeralda que había debajo. Cientos de veces había hecho algo semejante sin ningún esfuerzo. Cada vez que caminando por los frondosos bosques de Escandinavia, encontraba una roca en su camino, la partía sin apartarse un codo a derecha o izquierda. Con aplomo, pero con cierta prevención, tomó su poderosa maza. Haciendo acopio de toda su fuerza, con la ira y la frustración del anterior fracaso tensándole los músculos, descargó el más fulminante golpe que nunca hubiera asestado. Con el terrible impacto saltaron de la piedra inmensas chispas que le cegaron. Cayó a tierra como fulminado. Cuando el fuego y el humo del golpe se disiparon, entreabrió un ojo y para su desconsuelo, vio que tan sólo había sido capaz de hacer saltar una pequeña lasca de la enorme piedra. Pensó en hacerse el muerto. Tal vez así, con su fingida muerte, pudiese evitar oír la sentencia de su fracaso. Cuando los dioses se dispersasen se levantaría y vagaría sin sentido, hasta su auténtica muerte, ocultándose de sus miradas en el reino de las sombras, en las profundidades de la tierra, junto a los despreciables nibelungos. Es posible que pudiese llegar a ser su rey.

Pero inmediatamente desechó tan ruin pensamiento. De un salto se puso en pie y miró fijamente a los ojos de los númenes. Durante un momento mantuvo la mirada, pero al fin tuvo que bajarla. Entonces se dio cuenta de que la enorme roca había rodado una escasa pulgada, lo justo para dejar al descubierto una parte de la esmeralda. Los dioses se la ofrecieron como un regalo inmerecido. Se agachó y laboriosamente, pues la gema estaba aún sujeta por la roca, ayudándose de un pequeño tallo, pudo extraer la esmeralda de debajo de la peña y la cogió. Le quemaba las manos, pues pensaba que no se la había ganado.

Llegó entonces a sus oídos la tercera prueba. Debía vencer en singular combate a un endeble anciano doblado por el peso de los años, inmovilizarle y arrancarle un mechón de su larga barba. Por un momento pensó en acercarse al pobre viejo, y rodeándole en un abrazo de oso, sujetarle para arrancarle la barba entera. Pero sus experiencias anteriores le pusieron en guardia frente a su soberbia. Por eso, pensándolo mejor, se puso su pesada armadura y tomó su enorme espada entre sus manos. Su plan era matar al anciano y, ya definitivamente inmóvil, arrancarle un pelo de la barba. Se lanzó, con un grito feroz, a asestar el golpe mortal. En ese momento el viejo dio un traspiés, al borde de perder el equilibrio y caer al suelo por sí mismo. No llegó a caer, pero Odín falló el golpe y su espada fue a clavarse en un árbol de donde fue incapaz de sacarla. Mientras lo intentaba con todas sus fuerzas, su broncínea armadura empezó a oxidarse. Su brillo desapareció y, tras ponerse verde, empezaron a aparecer agujeros en ella, hasta que acabó por desaparecer, disuelta en óxido verde y polvoriento. Mientras tanto, notaba cómo sus miembros se hacían cada vez más pesados y sus piernas apenas podían aguantar su peso. Dejó la espada clavada en el árbol y volvió otra vez su atención hacia el viejo. Muchas veces intentó acometer al anciano, que parecía mirarle con una mueca de burla. Pero cada vez que lo intentaba el viejo lo esquivaba con lo que aparentaba ser un tropiezo causado por la torpeza de la vejez. No supo muy bien cuántas veces repitió su ataque, pero cada vez le costaba más iniciarlo. Por fin, tras un esfuerzo sobrehumano para empezar una acometida, cayó por tierra. Pero en la caída, en un desesperado intento por evitarla agarrándose a lo que fuera, fue capaz de tomar entre sus manos un solo pelo de la barba del anciano. Esta vez no tendría que fingir estar derrotado. Estaba realmente hundido, al borde de la muerte por agotamiento. Además, él mismo se había convertido en un anciano, más decrépito que su supuesta víctima. Sólo tendría que dejarse morir de verdad para no oír la ineludible sentencia de fracaso de los dioses. Pero en un titánico esfuerzo fue capaz de incorporarse para afrontar con dignidad, aunque encorvado por la vejez, su derrota. Sus jueces le permitieron quedarse con la cana del anciano y él pensó con rabia en romperla en mil pedazos y dispersarlos al viento. Pero un impulso de su voluntad hizo que la apretase entre sus manos como si fuese un precioso don. Cuando estuvo de pie, miró entre sus dedos la hebra de la barba del anciano que, lejos de ser el fruto de su triunfo, era un amargo recuerdo de su derrota. Vio entonces que el pelo no tenía principio ni fin. Se extendía hasta el infinito en ambos sentidos. Se dio cuenta de que lo que parecía una larga cana era en realidad una hebra de una plata más dura que el más duro bronce que nunca hubiera existido. Y vio a los dioses intentando cortarla sin conseguirlo.

Entonces oyó el veredicto.

Odín –dijo el heraldo de los dioses– eres admitido en nuestra asamblea como uno de los nuestros”.

No lo creyó.

¿Por qué me admitís –preguntó– si he fracasado en todo?”

No has fracasado –respondió el porta–. Lo que creías un cuerno de hidromiel no lo era, era en realidad el océano. Y ¿qué hombre puede beberse el océano? Pero gracias a tu intento, conseguiste rebajar su nivel en unos metros. Dos ciudades que se hallaban separadas por el mar vieron secarse el brazo de océano que las separaba y pudieron iniciar una fructífera relación comercial que las enriqueció. Mucha miseria ha sido remediada por ello y por eso te concedemos el diamante de la riqueza”.

Lo que creías que era una simple roca no era una roca, era el mundo. Y ¿qué hombre puede partir en dos el mundo con su maza? Pero gracias a tu fuerza abriste un enorme hueco en una inmensa cordillera. Dos pueblos que estaban separados pudieron compartir su sabiduría y encontrar respuestas a preguntas que les angustiaban. Muchos males podrán evitarse con esas respuestas y por eso te concedemos la esmeralda de la esperanza. Además, cada vez que golpees las nubes con tu martillo, harás que el rayo baje del cielo a la tierra para encender el fuego que los hombres tanto necesitan”.

Lo que creías que era un anciano decrépito a punto de caer, era el tiempo. Y ¿qué hombre puede vencer al tiempo? Pero tú conseguiste retrasar un poco su inexorable avance. Gracias a ello, dos imperios que estaban a punto de entrar en guerra, tuvieron un momento más de reflexión y se pudo evitar una contienda que hubiese supuesto el fin de ambos y una terrible secuela de muerte, hambre y peste. Por eso te hemos concedido la vida eterna en la paz de los dioses. Serás eternamente joven y el hilo de tu vida no podrá ser jamás cortado”.

Así me lo han contado. Que ocurriese de verdad no lo sé, pero me gusta. Porque lo que nos hace grandes no es el éxito que tengamos en las misiones que Dios nos encomienda, sino el esfuerzo con que las abordemos, la forma en que encajemos los aparentes fracasos y la humildad con que admitamos sus dones gratuitos inmerecidos.

4 comentarios:

  1. Hola Leandro, soy Tomás. Me alegro que te gustase. Bienvenido al blog y gracias por dejar tu comentario.

    Un abrazo.

    Tomás

    ResponderEliminar
  2. Buenos días Tomas, espero que te acuerdes de mi tras muchas preguntas que te hice en persona sobre la dirección financiera. ¿Adivinas quien soy?

    Llevaba tiempo sin ponerme al día con el Tadurraca y esta mañana aprovechando que mis hijas duermen he sacado un ratito. No leía desde tu primera respuesta a Juan Manuel de Prada y tengo que decir que cada día me sorprendes más. No solo por los textos sino por la mezclas de ideas. Hoy he pasado de una opinión frente al marxismo a una ficción nórdica. Así que me despido preguntándome que será lo próximo?

    Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  3. Claro que me acuerdo de ti, Pedro.

    Pues hoy he publicado algo más sobre el tema de economía de mercado. Tengo en el tintero otras historias de otros mundos y frases. Y luego... ¡quién sabe lo que encontrará la urraca! O tal vez se me acabe la gasolina. Dios dirá.

    Un abrazo.

    Tomás

    ResponderEliminar