El
otro día leí este artículo del premio Nobel de física de 1997 William D Phillip.
Me parece que no tiene desperdicio y por ello, lo copio en mi blog.
¿Hace la ciencia
obsoleta la fe en Dios?
¡Absolutamente
no!
Ahora
que tenemos explicaciones científicas para los fenómenos naturales que
mitificaron nuestros ancestros, muchos científicos y no científicos creen que
ya no necesitamos apelar a un Dios sobrenatural para explicar nada y hacen, por
tyanto, a Dios obsoleto. De la misma forma, mucha gente de fe cree que la
ciencia, por ofrecer tales explicaciones, se opone a su creencia de que el
universo es una poderosa y amorosa creación de Dios. Porque creen que la
ciencia niega esta creencia fundamental, concluyen que la ciencia está
equivocada. Estos puntos de vista tan diferentes comparten una convicción
común: que ciencia y religión son enemigos irreconciliables. Y no lo son.
Soy
un físico. Llevo a cabo investigación fundamental; publico en revistas
supervisadas por colegas; presento mis investigaciones en congresos
profesionales; enseño a estudiantes y dirijo a investigadores postdoctorales;
intento aprender de la naturaleza cómo funciona. En otras palabras, son un
científico normal. También soy una persona de fe religiosa. Voy a la iglesia;
canto en el coro de góspel; voy a la catequesis dominical; rezo con
regularidad; intento “hacer justicia, dar amor misericordioso y caminar
humildemente junto a mi Dios”. En otras palabras, soy una persona normal de fe.
Para mucha gente, esto hace de mí una contradicción –un científico serio que
cree en Dios seriamente. Pero también para mucha gente, soy una persona como ellos.
Mientras que la mayoría de la atención de los medios se dirige a los ateos
estridentes que claman que la religión es una estúpida superstición, y a los
igualmente ruidosos creacionistas que niegan la clara evidencia de la evolución
cósmica y biológica, la mayoría de la gente que conozco, no tiene dificultad en
aceptar el conocimiento científico y mantenerse en su fe religiosa.
Como
físico experimental, exijo una fuerte evidencia, experimentos reproducibles y
una lógica rigurosa para apoyar cualquier hipótesis científica. ¿Cómo puede una
persona con estas bases creer en la fe? De hecho, hay dos preguntas: “¿Cómo puedo creer en Dios?” y “¿por qué creo en Dios?”
Sobre
la primera pregunta; un científico puede creer en dios porque tal creencia no
es una cuestión científica. Las proposiciones científicas deben ser
“falsables”. Es decir, debe haber alguna observación que, al menos en
principio, pueda mostrar que la proposición es falsa. Yo podría afirmar, “la
teoría de la relatividad de Einstein describe correctamente el comportamiento
de los objetos en nuestro sistema solar”. En este tema, medidas extremadamente
cuidadosas, han fallado en probar esa afirmación como falsa, pero esto podría
ocurrir (y algunas personas han dedicado sus carreras a tratar de ver si podían
hacerlo). Por contraste, las proposiciones religiosas no son necesariamente
falsables. Yo podría decir, “Dios nos ama y quiere que nos amemos los unos a
los otros”. No se me ocurre nada que pueda probar esta proposición como falsa.
Algunos podrían argumentar que si yo fuese más explícito acerca de lo que
quiero decir con Dios y otros conceptos en mi proposición, ésta podría llegar a
ser falsable. Pero este argumento pierde el sentido de la cuestión. Es un
intento de transformar una proposición religiosa en una proposición científica.
No hay nada que obligue a que toda proposición tenga que ser una proposición
científica. Tampoco las proposiciones no científicas carecen de valor o son
irracionales simplemente porque no son científicas. “Ella canta maravillosamente”.
“Es un buen hombre”. “Te quiero”. Todas estas proposiciones no científicas
pueden ser de gran valor. La ciencia no es la única forma valiosa de mirar la
vida.
¿Qué
hay de la segunda pregunta, por qué
creo en Dios? Como físico, miro a la naturaleza desde una perspectiva
particular. Veo un ordenado y bello universo en el que prácticamente todos los
fenómenos físicos pueden ser entendidos a partir de una pocas y simples
ecuaciones matemáticas. Veo un universo que, si hubiese sido construido de una
forma ligeramente diferente, nunca hubiese dado lugar a estrellas y planetas,
por no hablar de bacterias y personas. Y no hay ninguna buena razón científica
por la que el universo no pudiera ser diferente. Muchos buenos científicos han
concluido, por estas observaciones, que un Dios inteligente debe haber elegido
crear el universo con tales propiedades, bellas, simples y generadoras de vida.
Muchos otros científicos igualmente buenos son, sin embargo, ateos. Ambas
conclusiones son posturas de fe. Recientemente, el filósofo y largamente ateo
Anthony Flew, cambió de opinión y decidió que, basado en esta evidencia,
creería en Dios. Yo encuentro estos argumentos sugestivos y capaces de soportar
la creencia en Dios, pero no concluyentes. Creo en Dios porque puedo sentir su
presencia en mi vida, porque puedo ver la evidencia de la bondad de Dios en el
mundo, porque creo en el Amor y porque creo que Dios es Amor.
¿Me
hace esta creencia mejor persona o mejor científico que otros? Lo dudo. Conozco
muchos ateos que son mejores personas que yo y mejores científicos que yo. Creo
que esta creencia me hace mejor de lo que sería si no creyese. ¿Estoy libre de
dudas sobre Dios? Apenas. Cuestiones sobre la presencia del mal en el mundo, el
sufrimiento de niños inocentes, la variedad de pensamientos religiosos y otros
imponderables me hacen preguntarme si tengo razón y me hacen siempre consciente
de mi ignorancia. Sin embargo, creo más a
causa de la ciencia que a pesar de ella, pero, en última instancia, porque
creo. Como dice el autor de la carta a los Hebreos, “la fe es la sustancia de
lo que se espera, la evidencia de lo que no se ve”.
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