28 de julio de 2013

La agonía del ateísmo. ¿Es la religión el opio del pueblo?

Tomás Alfaro Drake

Esta es la última entrada del blog hasta Septiembre, si Dios quiere.

Hace unos meses me invitaron a dar una charla sobre este tema. Cuando me dijeron que querían que hablase sobre eso, sin posibilidad de cambiar el título, se me presentaron tres alternativas. La primera, decir que no. La segunda decir que sí y hablar de lo que me diese la gana. La tercera, decir que sí e intentar poner patas a tema tan peculiar y sin mucha relación entre la afirmación inicial y la pregunta retórica subsiguiente.

Descarté la primera porque siempre digo que sí a estos retos. Descarté la segunda por vergüenza torera. Si te piden que hables de una cosa, hay que ser un político para hablar de otra que no tiene nada que ver y la política no es mi fuerte. Por descarte, me quedé con la tercera y con una profunda preocupación por lo que pudiera decir.

Como me avisaron con bastante antelación, dejé que el tema rondase por la cabeza buscando conexiones de ideas. Al final, me salió una charla bastante apañada en la que fui capaz, creo, de hablar de las dos partes y, luego, establecer una razonable conexión entre ambas. Aunque no la puse por escrito, pues cuando doy una charla, llevo sólo un guión, más o menos dije lo siguiente:

***

El ateísmo en occidente está en agonía. Esta afirmación puede parecer absurda. Y lo sería si emplease el término agonía para decir que el ateísmo está muriendo, extinguiéndose. Pero no me refiero a eso. Creo que, más bien, el ateísmo en occidente es un fenómeno en auge. Y sin embargo, está en agonía. Utilizo agonía en el sentido real de la palabra, que es el que usó Unamuno cuando escribió su conocida obra “La agonía del cristianismo”.

La palabra agonía viene del griego αγωνία y del latín agonia idiomas en los que significa ‘lucha’, ‘combate’. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua Española en su 3ª acepción de esta palabra dice: “Angustia o congoja provocadas por conflictos espirituales”. Y es en esta acepción en la que digo que el ateísmo está en agonía. Porque no cabe demasiada duda de que el ateísmo está sometiendo a la civilización occidental a una gran angustia y congoja. O desencanto, vacío y náusea, si se prefiere.

Sin embargo, cuando pensamos en términos de globalización, el ateísmo es un fenómeno, si no marginal, sí claramente minoritario, aunque en occidente nos estemos zambuyendo en él cada vez más profundamente. El siguiente cuadro nos da una idea de esto.

Cristianos (incluye los católicos)               33%                2310 MM     
Musulmanes                                              21%                1470 MM
Hinduistas                                                 14%                  980 MM
Budistas                                                      5%                  350 MM
Religión tradicional china                           5%                   350 MM
Judaísmo                                                    0,22%                15 MM
Shiks                                                          0,36%                25 MM
Religiones primitivas                                 5%                    350 MM
Otras                                                          4%                    280 MM
Ateos y agnósticos                                   12%                    840 MM

Este cuadro puede tener una lectura triunfalista: “El cristianismo, en su conjunto, es la religión con más adeptos del mundo”. Pero yo prefiero una interpretación mucho más prudente. Primero, porque habría que ver cuántos de ese 33% de cristianos realmente lo son. Y, segundo, porque veo el vaso medio vacío o, mejor, vacío en sus dos terceras partes. Me duele más ese 67% de gente que no abraza todavía a Cristo, que el 33% que, si no somos críticos, lo abrazan.

Tal vez convenga hacer un repaso a vuelo de pájaro de la historia del ateísmo en occidente y sus raíces.

En la antigüedad clásica, las clases dirigentes eran ateas. El pueblo creía en un panteón politeísta que era, además, una religión de Estado cuya ficción se mantenía por esas clases dirigentes ateas. Sin embargo, los filósofos necesitaban encontrar un principio de todas las cosas, una causa primera, una razón del universo. Heráclito, en el siglo VI-V a. de C. habló del Logos al que definía como “la inteligencia que gobierna todas las cosas a través de todas las cosas”[1], y del que decía: “Es prudente escuchar al Logos, no a mí”[2]. Platón, un siglo más tarde, situaba a esa razón de ser de todas las cosas en el mundo de las ideas, como generadora de todas las demás. Conviene recordar que para Platón el mundo real era el de las ideas, del que la realidad sensible era un burdo reflejo. Aristóteles, poco después, le llamó la causa primera, necesaria para la existencia del cosmos.

Pero ese Logos, esa la idea generadora, esa causa primera, eran conceptos fríos, incapaces de dar sentido a la existencia humana. Y si esa causa primera no podía dar sentido a la vida, ¿qué decir del ateísmo? Por eso el ateísmo estaba también en agonía en el mundo clásico.

Fue en ese ateísmo agónico y sin respuestas en donde prendió el cristianismo como el fuego en la yesca. De repente, una doctrina, encarnada en una persona, daba sentido a la vida. Esa fría causa primera se convertía en un Dios trinitario, creador por amor y encarnado en la naturaleza humana sufriente. No hubo persecuciones capaces de frenar este novísimo. Rodney Starke, en su magnífico libro –escrito desde el agnosticismo– “The rise of christianity”, dice que en el año 313, cuando Constantino promulgó el edicto de Milán, los cristianos eran unos 6 millones, aproximadamente un 10% de los habitantes del Imperio Romano. Según este autor, fue este crecimiento imparable el que hizo al emperador promulgar el edicto de tolerancia. Si en el año 33, justo tras la resurrección de Cristo, los cristianos eran tan sólo unos 500 y en el año 313 –lapso de tiempo que representa tan sólo 9 generaciones –eran 6 millones, el crecimiento generacional fue del 270%, es decir, en cada generación, el número de cristianos se multiplicaba casi por 4. Si hoy, en el 2013, hay en el mundo 2310 millones de cristianos, y desde el 313 han pasado 51 generaciones, el crecimiento acumulativo generacional ha sido del 12,4% que, a lo largo de 1700 años, no está mal. Y, este mérito, hay que atribuírselo a la Iglesia. Porque, ¿quién conocería hoy a Cristo si no fuese por la Iglesia? ¿Quién creería que Jesús es verdadero hombre y, al mismo tiempo, Dios encarnado? ¿Quién conocería el extraordinario código ético contenido en las bienaventuranzas, en la parábola del hijo pródigo, en el pasaje evangélico de la mujer adúltera o en el Padrenuestro, por citar algunas muestras del mismo? Corrijo: el mérito no es de la Iglesia, sino del Dios encarnado de la que ella es su cuerpo en la tierra.

Pero los seres humanos somos capaces de enfriar el hierro candente encorsetándolo y enfriándolo en moldes hechos a nuestra medida y convirtiendo ese novísimo en una doctrina más. Peor aún, casi haciendo de esas figuras de hierro sólido un ídolo a nuestra medida, sustituto del Dios infinito. Y así ocurrió a lo largo de los siglos. Los cristianos hicimos del cristianismo una religión en vez de un encuentro con el Dios encarnado, una doctrina y hasta una idolatría, en vez del anuncio de una buena noticia. Los primerísimos cristianos, no argumentaban, no discutían. Simplemente anunciaban ardientemente lo que habían visto, lo que habían vivido. A ese anuncio le llamaban el kerigma, que en griego significa anuncio, proclamación. Y ese kerigma ardiente, prendía en muchos corazones que también experimentaban ese encuentro –no sensorialmente, sino sacramentalmente– y prolongaban el kerigma. Y muchos cristianos, en los veinte siglos de cristianismo, han tomado esa antorcha de fuego y la han traído, como los atletas que llevan la antorcha olímpica desde Olimpia hasta el lugar en el que se celebren las olimpiadas, hasta hoy. Pero, como dice Jesús: “por la maldad creciente, se enfriará el amor de la mayoría” (Mateo 24,12), hasta preguntarse: “Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lucas 18, 8). No pensemos que esa maldad es sólo la de los ateos o pecadores. Es, también, en buena medida, la de esos muchos cristianos que hemos solidificado el hierro hasta hacernos un ídolo. Y tarde o temprano, tenía que pasar que hubiese gente que rechazase el frío metal en que se había convertido, en gran parte, el cristianismo. Al principio el cristianismo usó con éxito la filosofía griega para dar razón apologética de ese anuncio. Y seguramente fuese necesario hacerlo así ante la cultura griega, para “dar razón de nuestra esperanza a todo el que pida explicaciones”, como aconsejaba Pedro (1Pedro 3, 15). Pero la tragedia es que a menudo esta apologética sustituía al kerigma, en vez de añadirse a él, incumpliendo la segunda parte del consejo de Pedro: “pero hacedlo con dulzura y respeto, como quien tiene limpia la conciencia”. Y así, el cristianismo-religión pronto quedó encerrado en el molde de esa filosofía que, poco a poco, se fue volviendo contra él. Así se inicia un proceso de siglos, tras los pasos de los Occam, Descartes, Kant, Hegel, Nieszche y Heidegger, entre otros muchos, que acabó desembocando en el nuevo ateísmo de nuestros días (ver la serie de entradas en este blog bajo el título “El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento”, publicada entre Enero y Julio de 2008). Sería farisaico negar que buena parte de la culpa de este proceso la tenemos los cristianos, que hemos aprisionado el cristianismo en sus corsés de religión y doctrina en vez de ser fuego, metal fundido, encuentro con el Dios encarnado y anuncio de la buena noticia. Y así, hemos conseguido que todo este movimiento de escape de la religión sea visto por muchos como una liberación. Pero, con todo, este nuevo ateísmo no es menos agónico y falto de respuestas que el de la antigüedad. Pero sería injusto no ver que, a lo largo de estos veinte siglos, siempre ha habido personas que han sabido mantener ese fuego sagrado. Y siempre lo han hecho al amparo de los sacramentos instituidos por Cristo y mantenidos por la Iglesia, por más que ésta, en muchas de sus actuaciones, represente, tristemente, tan sólo a la religión y a la doctrina.

Pero en el siglo XXI el cristianismo se ha convertido en un “dejá vu”, ha dejado de ser un novísimo, y el ansia de respuestas de mucha gente se vuelca en doctrinas exóticas, antiguas y nuevas, como el Budismo o el New Age.

Ante este panorama, ¿qué hacer? ¿Tal vez confiar en que tras tocar el fondo del abismo del nihilismo, la humanidad se vuelva hacia la religión? No basta. Y no basta, porque habría demasiadas pérdidas en el camino de descenso y retorno a ningún sitio en el de vuelta. ¿Entonces? Tenemos que hacer revivir las ascuas, que siempre han estado ahí, del auténtico cristianismo, encender el fuego, reavivarlo, volver al amor primero, al anuncio del amor de Dios encarnado, en un reencuentro con Cristo resucitado. Reencontrar el cristianismo de la misericordia y del perdón, de la gratuidad del amor de Dios. Romper los ídolos de hierro sólido, fundir sus pedazos para que pueda volver a fluir, ardiente.

El nuevo Papa Francisco anuncia esto. Dice que la Iglesia, que somos todos los cristianos, debemos salir al encuentro de todas las marginalidades y pobrezas de la humanidad. Y hacerlo, no desde la suficiencia, sino desde nuestra propia marginalidad y pobreza, pero apoyados en la fuerza de Cristo. Francisco dice que una Iglesia encerrada es una Iglesia enferma, que salir al encuentro de esas marginalidades puede producir accidentes, pero que prefiere mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma.

Debemos, en definitiva, recuperar la pasión por la santidad, que es fuerza y fuego, lo contrario de la mediocridad.

Llego aquí al ecuador de mi charla, a la agonía del ateísmo. Tengo que entrar ahora en la segunda parte, aparentemente inconexa: “¿es la religión el opio del pueblo?” y, lo que es más difícil, intentar establecer un nexo entre ambas partes.

¿Es la religión el opio del pueblo? Esa acusación nace de Karl Marx, dirigida al cristianismo. Y no le faltaba razón, porque puede serlo muy fácilmente y, a veces, lo es. Voy a hacer una afirmación provocadora: El cristianismo no es una religión. Ya se ha podido intuir esto en algunas frases anteriores. No es una religión en el sentido de un catálogo de cosas en las que hay que creer y una pesada y más o menos larga lista de normas que hay que cumplir. Por supuesto que hay cosas que creer en el cristianismo, pero no como algo externo, sino como algo en lo que creemos porque lo hemos experimentado y nos ha llenado la vida de ardor y fuerza. Por supuesto que hay unas normas que cumplir, pero no como una pesada imposición, sino como un código de felicidad pensado por el Dios de amor que nos ha creado para la verdadera felicidad y que sabe el camino hacia ella. Unas normas que, así, se cumplen con agradecimiento, con amor y con alegría. Y cuando se hace del cristianismo una religión, le ocurre, como a cualquier religión, que está muy cerca de convertirse en el opio del pueblo y darle la razón a Marx.

Permítaseme poner las acepciones que la Real Academia de la Lengua Española hace de la palabra religión.

1. Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.
2. Virtud que mueve a dar a Dios el culto debido.
3. Profesión y observancia de la doctrina religiosa.
4. Obligación de conciencia, cumplimiento de un deber.

Echo en falta, en la definición de religión tradicional de la RAE un 5º punto:

5. La búsqueda de la salvación individual.

Esas acepciones son la perfecta definición de esa religión que fácilmente puede convertirse en el opio del pueblo. Permítaseme ahora la osadía de dar mi definición del cristianismo. Es una definición peculiar, pero creo que ortodoxa. Aunque hay en ella varios puntos, no son distintas acepciones, sino, si se quiere, el orden cronológico por el que se llega al auténtico cristianismo.

1ª El Amor DE DIOS. Dios nos amó primero y gratuitamente. DEJARSE AMAR POR DIOS GRATIS.
2ª El encuentro con una persona viva y actuante, encarnación de ese Amor; Jesucristo. Encuentro a través de los medios que él ha establecido, que son los sacramentos, que sólo se pueden encontrar en esa Iglesia que tantas veces en la historia ha ayudado al establecimiento de la religión-idolatría.
3ª El amor A DIOS, A TRAVÉS DE JESUCRISTO como respuesta a ese amor gratuito de Dios, a ese encuentro.
4ª El amor a todos los hombres en general, pero también y al ser humano concreto que tenemos al lado como respuesta a ese amor nuestro a JESUCRISTO.
5ª El compromiso para hacer mejor este mundo como consecuencia de ese amor.
6ª La sed de salvación personal y para toda la humanidad basada en el amor A DIOS EN JESUCRISTO. Lo que lleva al apostolado.
7ª El culto, los ritos, la conducta moral, la liturgia, la alabanza, el agradecimiento, la oración, etc. basados en el amor A DIOS EN JESUCRISTO.

Me parece a mí que estas dos definiciones tienen poco en común. Si reducimos lo segundo a lo primero, hacemos fácilmente de la religión una idolatría, que es mucho peor que el opio del pueblo. Y así es imposible dar a la agonía del ateísmo la respuesta que merece. ¿Cómo se va a sentir ningún ateo atraído por esa caricatura del cristianismo? Es más, tienen razón cuando buscan una liberación de una carga insoportable. Y, ¡cuántas veces hemos hecho eso los cristianos a lo largo de la historia! Podría citar muchos pasajes de los Evangelios en los que Jesús nos previene, a los que somos practicantes de alguna religión, en este tipo de idólatras. Generalmente se refiere a los escribas y fariseos que, al parecer, tenían una mentalidad mercantilista para “comprar” la salvación y excluir de ella a los que ellos pensaban que no pagaban el precio que ellos sentenciaban que había que pagar. ¿No somos muy a menudo los cristianos más fariseos que los fariseos?

Podría parecer anacrónico hablar de idolatría en Occidente, en el siglo XXI en el que parece que hay un avance del ateísmo –aunque este avance produzca agonía– que parece la negación de toda religión e idolatría. Pero no es así. Los ateos pueden tener su idolatría y los cristianos, además de poder participar en la de los ateos, pueden tener la suya propia.

La primera idolatría es la idolatría del YO. YO soy mi propio dios. Nada por encima de MÍ. YO soy mi propia norma. YO decido qué es bueno para mi felicidad, sin atender a mi innegable condición de ser limitado sujeto a error. YO defino cómo es mi naturaleza, haciendo caso omiso a toda evidencia natural. No creo que descubra nada nuevo si digo que los seres humanos parecemos unos auténticos especialistas en labrar nuestra propia infelicidad. No es de extrañar, si despreciamos lo que somos, criaturas creadas por Dios de acuerdo a una naturaleza, y las normas de amor que Dios, que sabe de nosotros infinitamente más que nosotros, nos ha dado para alcanzar esa anhelada felicidad. Como he dicho ateos y cristianos –o creyentes de cualquier religión, podemos compartir –y de hecho compartimos– perfectamente esta idolatría.

La segunda idolatría es, en cambio, exclusiva de los seguidores de alguna religión. Consiste, como se ha dicho anteriormente en crearnos un diosecillo a nuestra medida, a la medida de nuestros intereses. Un diosecillo con el que se puede establecer un contrato y, luego, entrar en trapicheos para cumplirlo. Si yo cumplo con mi parte del contrato, compro algún tipo de salvación –qué tipo de salvación es algo que depende de cada religión– porque he pagado el precio estipulado. Precio que, además, puede entrar en subasta a la baja. Por otro lado, quien no paga ese precio, o lo rebaja más de lo que a nosotros nos parece rebajable, pierde esa salvación. Esto convierte a los seguidores de cualquier religión en unos idólatras que, además, se hacen odiosos y crean un profundo –y muy comprensible– rechazo hacia su religión.

En el fondo –o no tan en el fondo– debemos estar agradecidos a los ateos –y, en general a los enemigos de la Iglesia– por su aportación. Aunque no lo hayan hecho con esa intención, han sido muy a menudo una señal de que algo va mal. Muchos ateos –y mucha gente que odia a la Iglesia– lo son por el mal ejemplo y esa actitud idolátrica de muchos cristianos y de algunos estamentos de la Iglesia. Y son para el organismo de la Iglesia como la fiebre para nuestro cuerpo. Una señal de alarma que no debemos ignorar, despreciar ni, mucho menos, anatemizar, sino curar su causa. Tal vez debiéramos preguntarnos: ¿qué hay de razón en ese rechazo de la fe y de la Iglesia?, ¿qué debemos cambiar en nosotros mismos para que esa actitud se suavice?, en vez de sentirnos víctimas completamente inocentes, incomprendidas u odiadas.

En conclusión, para que el cristianismo no sea el opio del pueblo y sirva como respuesta a la agonía del ateísmo, la palabra clave es gratuidad. Aceptar que por pura misericordia de Dios estamos salvados. Que Cristo nos ha comprado con su sangre, un precio que jamás podríamos pagar nosotros. Esto no quiere decir que nuestras buenas obras sean inútiles. Si salen con alegría del agradecimiento a esa salvación gratuita, son agradables a Dios y pueden, por tanto, servir para la santificación del mundo y la salvación de todos los hombres haciendo que muchos acepten el regalo. Anuncio, proclamación, kerigma, que llevan con alegría a las buenas obras, no moral farisaica de vía estrecha que crea rechazo y distanciamiento. Gratuidad y agradecimiento, no contrato y exigencia. Sentirnos inmensamente pobres para comprar esa salvación, necesitados de ese regalo y agradecidos de haberlo recibido. Copiar a Dios con una oración de alabanza gratuita a Él por su grandeza y su misericordia gratuita.



[1] Fragmento XLI; citado por Diógenes Laercio, IX, 1.
[2] Fragmento L; citado por Hipólito, en “Refutatio”, IX, 9, 1.

24 de julio de 2013

Frases 24-VII-2013

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La Iglesia es la comunidad de los que participan en el amor que procede del Dios en el que se cree, el Cristo viviente hecho comunidad, lugar de encuentro y plenificación.


Leída en varios pasajes de “Cuatro filósofos en busca de Dios” de Alfonso López Quintás, parafraseada de Romano Guardini y parafraseada a mi vez por mí.

21 de julio de 2013

¿Es erl ser humano un animal más?

Tomás Alfaro Drake.

El martes pasado apareció en el diario "El Mundo, en la sección Tribuna un artículo de Felipe Fernández- Armesto que me movió a la respuesta inmediata. Envié mi respuesta, en el formato requerido por la sección Tribuna diciendo que confiaba en el fair play del diario para que se pudiesen oír, a través de mi respuesta, voces que ven de otra manera el lugar del hombre en el mundo. Todavía no se ha publicado y, a decir verdad, no creo (tampoco lo creía cuando lo mandé) que se publique nunca. Sencillamente, hay una presión selectiva sobre las ideas que se salen de lo aceptado como políticamente correcto. Bueno, por lo menos, tengo el blog para enfrentarme, como David, a Goliat. Ahí va el artículo:

                                                                            ***

Leo con un asombro rayano en el estupor el artículo de Felipe Fernández-Armesto en la página de Tribuna de “El Mundo” del martes 16 de Julio de 2013. Tras un título extraño y un largo circunloquio inicial llega al meollo de lo que nos quiere transmitir, a saber: Que la convicción cristiana de que el ser humano es algo especial en el mundo no tiene base científica. Todo arranca de que, al parecer, un equipo de científicos españoles, en busca de lo que nos hace humanos, no ha sido capaz de encontrar ninguna diferencia sustancial entre el genoma de los grandes simios. Chimpancés, orangutanes, gorilas por un lado, y humanos por otro. Su conclusión es que “la continuidad que abraza a todas las criaturas, incluso a los seres humanos, es un desafío a conceptos tradicionales”. Estos conceptos tradicionales son “la existencia de una relación especial entre el hombre y Dios –la entrega divina en manos humanas del dominio o, por lo menos, la gestión de la naturaleza”. Hace poco, un amigo mío, gran erudito biblista, me dijo que la traducción por ‘sometedla’ del término hebreo ןכבשה en el pasaje del Génesis 1, 28 en el que Dios da al hombre el dominio de la naturaleza, deja mucho que desear. Afirma mi amigo que el término más adecuado, en vez de ‘sometedla’, sería ‘pastoreadla’, término más acorde al lenguaje de una sociedad nómada. Debo reconocer que me gusta el término. Podría decirse mucho sobre el pastoreo que la humanidad ha hecho de la naturaleza, pero eso nos llevaría mucho más allá de las fronteras de este artículo.

Soy un firme convencido de la evolución de las especies, la humana incluida. Pero es convencimiento llega exclusivamente a lo anatómico. Negar que mi cuerpo, con ADN incluido, es muy parecido al de un chimpancé, sería no tener ojos en la cara. Negar que es prácticamente seguro que mi cuerpo y el del chimpancé procedan de un ancestro común, sería ir contra la evidencia de la observación. Aunque ese ancestro común no ha sido aún identificado, no me cabe duda de que algún día lo será, como se descubrió el ambulocetus, eslabón que une a los mamíferos terrestres con los que volvieron a refugiarse en el mar. Pero de igual manera que digo esto, afirmo que es cerrar los ojos a los hechos objetivos decir que “por supuesto los chimpancés son distintos que nosotros, pero lo son también de los orangutanes o los gorilas y resulta difícil y tal vez imposible decir que la unicidad del ser humano sea de un orden mayor que la de cualquier otro animal”. No señor. Decir esto es no tener ojos en la cara, por más que haya hombres suficientemente estúpidos como para comprar por varios miles de dólares las pinturas del chimpancé Congo, “el mejor artista chimpancé del mundo”. Ciertamente, somos muy parecidos a todos los grandes primates, tanto anatómica como genéticamente, pero de ninguna manera lo somos en nuestro comportamiento. Sólo con mirar la realidad sin las gafas de los prejuicios nos damos cuenta de que hay una diferencia cualitativa, un salto cuántico, como se dice ahora sin saber lo que se dice, ante el comportamiento de los chimpancés y los humanos. Y esto por mucho que Fernández-Armesto asegure que los chimpancés “usan herramientas, son conscientes de sí mismos, tienen dones lingüísticos, practican guerras, mienten, aman y explotan estrategias políticas maquiavélicas para efectuar cambios de mando en la tribu”. O que pinten cuadros. O que, lo que me parece una afirmación gratuita, “tengan un sentido de trascendencia muy desarrollado”. Podría aportar miles de evidencias de que hay una diferencia cualitativa entre todas estas proezas de los chimpancés y el comportamiento humano, pero diré sólo tres palabras que tomaré prestadas de Aristóteles: Verdad, Bondad y Belleza. Sólo el ser humano busca –con más o menos éxito– la razón de ser de las cosas, su esencia y la veracidad de las relaciones causa efecto entre los fenómenos. Una veracidad en la relación causa efecto que le permite transformar el mundo, para bien o para mal. Sólo el ser humano se preocupa –con más o menos éxito– por hacer un mundo mejor y sólo el ser humano se extasia ante la un cielo estrellado, ante un andante de Mozart o ante una escultura de Miguel Ángel. Sólo él. Nada más que él. Punto. Miremos con ojos en la cara y no nos dejemos engañar por afirmaciones de una cultura que pretende igualarnos a los animales.

Si el hombre no ha cumplido bien su pastoreo de la naturaleza, la cosmovisión cristiana tiene una propuesta (y sé que doy algunos pasos fuera de la frontera de la que he hablado hace unas líneas). El pecado original. Pecado original que es una fuente de optimismo. Sí, de optimismo. Porque las otras alternativas son que el mal y el bien son consustanciales a la naturaleza y, por lo tanto no podemos hacer otra cosa que resignarnos ante ello. Si, por el contrario, la naturaleza en buena, pero es la conciencia obnubilada del hombre la que trae el mal, queda la esperanza del bien. Detesto hablar del mal y el bien en términos abstractos, así que bajaré a la arena del pan, pan y el vino, vino. Con una cosmovisión dualista debemos resignarnos a que periódicamente aparezca un Hitler. Deberíamos incluso aceptar que un Hitler es una pare inherente de ese dualismo yingyanista y que es, por tanto, bueno. En la cosmovisión cristiana, no debemos hacerlo. Debemos, en cambio, vencer al mal en el bien. Cierro aquí mi transgresión de la frontera, aunque el territorio que se divisa desde aquí es inmenso.

Ciertamente, hay un inmenso interrogante. ¿Cómo, si no hay diferencias significativas en la anatomía y en la genética, el hombre es un ser único en su comportamiento? Obviamente, si se mira la realidad con objetividad, la respuesta errónea a esa pregunta sería negar la segunda parte. La acertada no la sé, tal vez algún día se encuentre la respuesta, pero lo que me parece difícilmente negable que esa diferencia de comportamiento no viene, como viene mi mano prensil, por evolución. La evolución nunca produce esos saltos bruscos ni esas distancias cualitativas. Por eso se puede seguir su traza.

Coincido plenamente con Fernández-Armesto en su párrafo final. Pensar en los derechos del simio antes de que los humanos hayamos aprendido a respetar los derechos de los seres humanos –le cito textualmente– “pobres, ancianos, condenados, víctimas de guerras y de abortos” sería algo patético. Pero me parece que esta conclusión es más acorde con mi planteamiento que con el suyo. Porque me temo que, si se intentase igualar los derechos humanos a los de los simios, esa igualación se haría, como tantas otras, hacia abajo. Sobre todo para “pobres, ancianos, condenados, víctimas de guerras y de abortos”. ¿Tal vez ese sea el propósito profundo y subconsciente de esa cultura, como un paso hacia el nihilismo, hacernos similares a los animales? De esa cultura dijo Machado:

“El hombre es por natura la bestia paradójica,
un animal absurdo que necesita lógica;
creó de la nada un mundo y, su obra terminada,
ya estoy en el secreto –se dijo–, todo es nada”.


Dios nos libre de esa cultura.

17 de julio de 2013

Frases 17-VII-2013

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La Iglesia es sin duda inmutable, como todo lo que viene del cielo. No hay duda de que también innova, como conviene al paso del tiempo, ese gran innovador. Pero ocurre que lo que cambia en la Iglesia no comparte la esencia de lo que nunca cambia. Su parte ósea queda inalterada, mientras que los cambios se quedan en la superficie. Sus modificaciones se realizan solamente a flor de verdad.


Frase citada por Jean Guitton en su libro “Un siglo, una vida” como anotada en el cuaderno malva de su madre y atribuida al P. Didon, un dominico del siglo XIX adelantado a su época.

14 de julio de 2013

Frases 14-VII-2013

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

... la primacía de la justicia divina impone la obligación de hacer de la justicia terrestre una imagen cada vez más parecida a Dios. [...] ... la justicia cristiana, en este mundo, debe procurar incesantemente transfigurarse para hacer que se manifieste en ella el rostro del amor. Cristo era Rey pacífico. La Iglesia, que ha heredado la realeza davídica de Jesús, es también una “reina” pacífica. Es una madre.


Charles Möeller, Literatura del siglo XX y Cristianismo. Tomo I “El silencio de Dios” pag. 112

10 de julio de 2013

Frases 10-VII-2013

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Nosotros, ganadores del premio Nobel, compartimos con Alfred Nobel su preocupación por que la ciencia sea beneficiosa para la humanidad.

La ciencia ha proporcionado grandes bienes y nosotros esperamos que continúe proporcionándolos en adelante.

Sin embargo, el conocimiento científico se ha aplicado en ocasiones de forma absolutamente indeseable, como en la guerra, por ejemplo, al tiempo que su utilización para fines buenos puede tener efectos secundarios inesperados que no son deseables.

Además, la soberbia intelectual que la ciencia ha proporcionado, ha cambiado la idea que la humanidad tiene de sí misma y de su lugar en el universo, lo que ha llevado a los seres humanos a un empobrecimiento espiritual y a un vacío moral.

Creemos que los científicos deben tener una especial sensibilidad ética y estamos deseosos de derribar la tradicional barrera –o incluso oposición– entre la ciencia y la religión.

Las Iglesias, sin duda, pueden desempeñar un papel importante en el intento por conseguir este objetivo; y en particular reconocemos que la Iglesia católica está en una situación única para aportar una orientación moral a escala mundial.

Por consiguiente, acogemos muy gustosos la oportunidad que nos ha brindado Nova Spes de reunirnos para estudiar la situación de la ciencia en nuestra cultura y agradecemos vivamente la disponibilidad de Vuestra Santidad para tratar con nosotros los problemas de la humanidad a la luz de la ciencia moderna.

Declaración de 12 premios Nobel hecha en Roma el 22 de Diciembre de 1998

Nova spes es un Movimiento Internacional para la promoción de los valores y del desarrollo humano. Esta declaración la firman: J. Dausset, Nobel de Medicina, Francia. C. de Duve, Nobel de Medicina, Bélgica. L. Eccles, Nobel de Medicina, Austria. F. O. Fischer, Nobel de Química, Alemania. L. R. Klein, Nobel de Economía, U.S.A. H. A. Krelos, Nobel de Medicina, Gran Bretaña. F. A. von Hayek, Nobel de Economía, Gan Bretaña. S. Ochoa, Nobel de Medicina, España. I. Pricogine, Nobel de Química, Bélgica. C. H. Townes, Nobel de Física, U.S.A. M. F. H. Wilkins, Nobel de Medicina, Gran Bretaña. R. S. Yallow, Nobel de Medicina, U.S.A.

3 de julio de 2013

Frases 3-VII-2013

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Me he convertido porque el Evangelio es el libro de instrucciones para uso del hombre. Jesús es la respuesta a nuestros interrogantes. He descubierto la oración, la confesión. Y he llegado a la conclusión de que la Iglesia ha permanecido como el último baluarte del hombre contra las locuras que predominan en nuestro tiempo.

Leonardo Mondadori.