Hace años,
compré y leí uno de esos libros escritos por científicos de primerísima línea
intentando que los profanos entendamos los aspectos arcanos de la ciencia. El
libro se llamaba “La nueva mente del emperador” y su autor era el eminente
científico inglés Roger Penrose. El libro tuvo un enorme éxito de ventas,
aunque, yo creo, poca gente debió leerlo entero. Yo fui una de esas pocas
personas. Y debo confesar que me costó un esfuerzo ímprobo y que entendí tan
sólo una pequeña fracción de todo el caudal de conocimientos que se plasman en
el libro. No obstante creo que mereció la pena el esfuerzo. Primero, porque de
su lectura obtuve unas cuantas ideas seminales que me han hecho pensar mucho y
desarrollar ideas propias que considero interesantes. Segundo, porque aún lo
que crees no entender, aparte de que te amuebla la cabeza el hecho de luchar
por entenderlo, siempre deja un poso de conocimiento indefinible.
Una de esas
ideas seminales, que he usado mucho puede resumirse en pocas líneas y una
expresión matemática. Viene a resumirse en que la probabilidad de que un
universo viable[1]
apareciese por azar es igual a 1, dividido por 1010^128. Este número
es inimaginable. Si pusiésemos un uno seguido por tantos ceros como partículas
elementales –protones, neutrones, electrones, etc.– tiene el universo, el
número resultante sería insignificante comparado con 1010^128. Hasta
aquí Roger Penrose. Conviene fijarse en que Penrose no habla de por qué o cómo
se generó este universo, sino de las probabilidades de que nuestro universo
haya salido así por azar. A mí, esta idea seminal me lleva a postular un
universo creado con una finalidad específica por alguien que pretende algo con
él, sea lo que sea. Alguien a quien yo llamo Dios. Esta idea, incómoda para
muchos científicos, ha llevado a algunos de ellos a postular, de distintas
maneras, una infinidad de universos para que, entre infinitos universos haya
algunos –de hecho, serían infinitos–viables. Este postulado, aparte de no estar
basado en nada que pueda ser empíricamente demostrable, atenta contra el
saludable principio de la economía de las hipótesis.
Pero no es sobre
la probabilidad de que aparezca un universo viable sobre lo que quiero hablar.
A mi modo de ver, otro fenómeno que requiere una intencionalidad, es la
aparición de la vida. Hace tiempo que está absolutamente probado que la vida no
es otra cosa que materia químicamente organizada. En el siglo XIX, se discutía
si la vida era materia más un principio diferente, indefinible y, por supuesto
no detectable: el principio vital. La vida surgiría, según estas teorías
vitalistas, de la superposición de determinada materia con ese principio vital.
Hoy, sostener esto raya en el ridículo. La vida no es otra cosa que materia químicamente
organizada. Desde que Stanley Miller, en 1952, realizase el ya famoso
experimento que lleva su nombre, se ha venido especulando sobre cómo la materia
puede ser organizada por la química para adquirir la capacidad de
autoreplicarse, que es la principal característica –ni mucho menos la única– de
la vida. Aunque hay varias teorías al respecto, la que goza de más aceptación es
la llamada “el mundo de ARN”.
En el
experimento de Miller se formaron, de forma espontánea ciertas moléculas
orgánicas. A partir de ese momento, se llegó a la afirmación gratuita,
convertida poco a poco en dogma de fe, de que la aparición de la vida era un
proceso fácil, casi espontáneo si se consideraba la inmensidad del tiempo
disponible, que se cuenta en miles de millones de años. El dogma viene a decir
que en las centenas de miles de millones de experimentos como el de Miller,
pero llevados a cabo en la realidad, por la naturaleza en la Tierra primigenia,
habría una la probabilidad del 100% de que esas moléculas básicas se engarzasen
entre sí de manera tal que formasen una cadena que tuviese la propiedad de autorreplicarse
y de realizar otras operaciones necesarias para la vida. Por supuesto, ningún
experimento llevado a cabo en el laboratorio ha producido jamás algo semejante,
pero esto no desalienta a los defensores de ese dogma de fe, porque arguyen, y
es verdad, que el número de experimentos de laboratorio llevados a cabo desde
1952, es insignificante comparado con el que ha realizado la propia Tierra en
miles de millones de años. Por tanto, dan por hecho, otra vez gratuitamente y
sin ningún soporte, el dogma de fe.
Pero entre los
científicos se han alzado voces que niegan este dogma de fe. Entre estas voces
está la del premio Nobel, Christian Duve, que rechaza este
dogma por estar basado en probabilidades tan inconmensurablemente pequeñas que
sólo pueden considerarse fenómenos que se alejan del ámbito de la investigación
científica.
Ante esto, me empecé a preguntar cómo de inconmensurablemente pequeñas podrían
ser estas probabilidades. Busqué cálculos elaborados por algún científico, del
estilo a los llevados a cabo por Roger Penrose para calcular su probabilidad de
universo viable. No los encontré. Entonces, ni corto ni perezoso, con mis
escasos conocimientos matemáticos, decidí intentarlo yo. Lo que viene a
continuación es el fruto de ese intento. A diferencia de los cálculos empleados
por Penrose, en los que se recurre al cálculo tensorial y a otras
sofisticadísimas herramientas matemáticas, mi intento sólo un poco de
combinatoria y cálculo de probabilidades elemental.
La teoría del
mundo de ARN requiere que se formen dos cadenas muy específicas e íntimamente
relacionadas la una con la otra (Aclaración: esas dos cadenas no son las de la
doble hélice del ADN, ya que hablamos de
ARN, sino una cadena de ARN y una proteína). Las cadenas no tienen por qué ser
muy largas, pero sí lo suficiente para contener alguna información. Me tomé la
libertad de cambiar el código de moléculas que puedan formar las cadenas de ARN
y proteínas por frases y busqué dos frases no muy largas y que tuviesen
relación la una con la otra. Se me ocurrieron estas dos frases.
ESTA FRASE ES
CIERTA SI LA DE DEBAJO ES FALSA
ESTA FRASE ES
FALSA SI LA DE ENCIMA ES CIERTA
No son frases
muy largas, pero sí contienen información, de forma que me parecieron
apropiadas[2].
Empecé por
calcular la probabilidad de que la primera de ellas se produjese por azar. El
alfabeto español, contando con la ñ, la w y la k tiene 27 caracteres, más el
espacio, 28. Las frases tienen, contando los espacios, 45 caracteres cada una.
La probabilidad
de que una combinación aleatoria de los 28 caracteres posibles formen esta
frase de 45 caracteres es de: 1/2845.
Matemáticamente
se puede demostrar (no lo voy a hacer aquí) que 2845 es igual a 1065.
Admitamos, por ejemplo, que pueda haber 10.000 frases que pudieran ser
igualmente útiles que la que se me ha ocurrido. Esto dejaría la probabilidad de
que se hubiese formado por azar una frase útil en 1/1061.
Pero, para que
la cosa funcione, es necesario que se formen las dos frases, una al lado de la
otra, lo suficientemente cerca como para que puedan interactuar, y al mismo
tiempo. Qué se formen las dos frases tiene una probabilidad de 1/1061
x 1/1061 que es igual a 1/10122.
Esta es la
probabilidad de que se formen las dos frases (recuérdese que hablamos de
cadenas moleculares formadas en experimentos en la Tierra durante miles de
millones de años). Pero nada dice esta probabilidad de que ambas se tengan que
formar juntas en el espacio y en el tiempo. Dentro de esta probabilidad cabría
el caso de que se formasen una aquí y ahora y otra en China dentro de 600
millones de años. Pero, desde el punto de vista de la formación de la vida, esto
no serviría para nada. La probabilidad de que ambas frases se formen aquí y
ahora sería muchísimo más reducida. Pero renuncio a poner un factor corrector.
Simplemente, recuérdese que estoy siendo muy, pero que muy laxo con estas
probabilidades.
Alguien podría
decir que esta probabilidad es mucho mayor que la de 1/1010^128, que
era la que Penrose había calculado como probabilidad de que el universo fuese
viable. Cierto, pero eso no importa. Lo que importa es contestar a la pregunta
siguiente: ¿Cuántos experimentos de Miller se produjeron en la Tierra en unos
mil millones de años, que es la ventana de tiempo que tuvo la vida para
aparecer? Si se hubiesen producido 10122 experimentos, la aparición
de la vida sería algo prácticamente seguro. Voy a partir de esta hipótesis de
trabajo. Supongamos que en la Tierra, en mil millones de años se produjeron 10122
experimentos de Miller.
Pero, en el
universo hay 100.000 millones de galaxias con unos 100.000 millones de
estrellas en cada una de ellas. Es decir, unas 1022 estrellas.
Supongamos que una de cada millón tuviese un planeta con condiciones de
habitabilidad (hasta ahora no se ha encontrado una sola estrella que tenga
planetas en los que se den las condiciones de habitabilidad, pero de seguro que
las hay). Habría 1016 estrellas con planetas habitables. Bastaría
con que en tan sólo uno de esos planetas se hubiesen producido las dos cadenas
moleculares (las dos frases). Por tanto, sólo serían necesarios 10122-16=10106
experimentos por planeta para que la vida apareciese en algún lugar del cosmos.
Ahora bien, mil
millones de años, la ventana de tiempo disponible, suponen 3,2*1016
segundos. Esto significa que para que apareciese la vida en cualquier planeta,
se tendrían que producir 10106/(3,2x1016)=3,2x1089
experimentos por segundo. Supongamos ahora que los planetas son de un tamaño
parecido a la Tierra. Nuestro planeta tiene aproximadamente 1021 milímetros
cuadrados. Esto quiere decir que para que la vida fuese un proceso que se
generase automáticamente tendrían que haberse producido 3,2x1089/1021=3,2x1068
experimentos por segundo y milímetro cuadrado en cada una de las estrellas con
condiciones de habitabilidad del universo durante mil millones de años. Es
evidente que esto es imposible. De aquí sólo puede desprenderse una conclusión
lógica y racional: la vida es un fenómeno imposible. Bueno, no imposible, pero
sí tan inconmensurablemente improbable, como decía el premio Nobel Christian Duve, que no es explicable sin un agente que apañe
las cosas para que la materia se organice químicamente para formar la vida. Es
decir, sin Dios.
A pesar de esto, es normal leer en cualquier revista
científica que si en un planeta hay vestigios de que, tal vez, pueda haber habido
agua, se dé por hecho de forma inmediata que hay o ha habido vida en ese
planeta. El agua es una de las muchísimas condiciones que un planeta debe
cumplir para que pueda albergar vida. Pero aún después de que un planeta
cumpliese con todas ellas, la probabilidad de que albergue vida es
absolutamente despreciable, como acabo de mostrar.
En el año 2010, un científico, Craig Venter, anunció que
había producido una célula viva en el laboratorio. ¿Contradice esto lo que
muestro más arriba? De ninguna manera, sino más bien al contrario. La célula
viva que produjo Craig Venter no se produjo espontáneamente. Venter diseñó
cuidadosamente un experimento para organizar químicamente la materia para que
se formase la vida. Es decir, fue un agente que preparó todo con el objetivo de
producir esa vida. Es decir, era una persona con una intención. Por otro lado,
es evidente que el experimento que diseñó era una copia. No hizo más que copiar
una estructura y organización química preexistente para fabricar una copia de
la vida. La cuestión, por tanto, y a pesar de la producción de Venter, sigue
viva. ¿Pudo la naturaleza, de forma espontanea, sin un agente intencional, es
decir, sin una persona, organizar químicamente la materia para que apareciese
espontáneamente la vida? Y la respuesta es la misma, dada por Christian Duve y
por mí. Las probabilidades son tan inconmensurablemente pequeñas, que esa
posibilidad no merece tomarse en consideración. Lo racional sigue siendo
postular un agente intencional. O sea, una persona. Un Dios personal.
[1] Universo viable es aquél capaz
de producir estrellas, planetas, galaxias, química y vida.
[2] Aunque es irrelevante para el razonamiento
que estoy siguiendo, me apetece aclarar que esas dos frases tienen sentido
lógico. Efectivamente, si la primera es cierta, nos dice que la segunda es
falsa. Y si esta segunda es falsa, nos dice que la primera es cierta.
Lamento decirte que todo el esfuerzo que pusiste en hacer tus cálculos no te sirve para demostrar que la generación espontánea de vida es "demasiado improbable" para ser verdad, para que entiendas lo que te digo te invito a revisar esta conocidísima página: http://es.wikipedia.org/wiki/Teorema_del_mono_infinito
ResponderEliminarEfectivamente, querido Gio NA, conozco desde hace mucho tiempo esa conocidísima página y, además, la comparto. Pero lamento decirte que no hace al caso. Porque la premisa mayor de esa página es que el tiempo es infinito, cosa que no es verdad. Si te fijas bien en mi argumento, he considerado una ventana de tiempo de 1000 millones de años, equivalentes a 3,2*10^16 segundos. Tampoco en este caso el número de monos es infinito. Si asimilamos los monos al número de planetas habitables en todo el universo, en los cálculos está la estimación de 10^16 planetas/monos. Y es teniendo en cuenta tod esto como salen esas probabiidades tan inconmensurablemente pequeñas. Si quieres puedes aumentar el tiempo o el número de monos, pero, el resultado seguirá siendo una probabilidad inconmensurablemente pequeña. Así que, te agradezco enormemente tu comentario, pero mi conclusión es la misma. La vida es un suceso "imposible", como también opina, según digo en mi entrada, el premio Nobel Christian Duve.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tomás
jejeje... parece que no entendiste el sentido de mi comentario, no te puse el link para que tomaras el ejemplo literalmente sino para que te enteraras de cómo se hacen los cálculos de probabilidades con respecto a temas como estos. Por supuesto que el tiempo no es infinito en el caso de la aparición de la vida, pero cometes dos errores fundamentales, primero haces el cálculo directo, cuando lo adecuado es hacerlo a la inversa (como se muestra en el ejemplo de los monos) y segundo, sin darte cuenta reduces enormemente la cantidad de opciones para la aparición de la vida a solo los segundos transcurridos en 1000 millones de años, dando por sentado que por cada segundo solo se puede dar 1 oportunidad para la aparición de la vida, sin embargo considerando por ejemplo las condiciones de la tierra en período primitivo, la cual albergaba literalmente un océano de reacciones químicas es extremadamente probable que el número de oportunidades al azar para que se formase un compuestos orgánico sea muchísimo mayor a 1 oportunidad por segundo (un experimento por segundo según tu descripción). Solo hablando de la tierra, no tenías solo un alfabeto disponible por segundo para producir una frase conexa al azar, tenías varios miles de millones de alfabetos disponibles con los cuales realizar experimentos en un mismo segundo. Considerando ese posible número (que no has considerado) y realizando el verdadero cálculo (a la inversa del tuyo) el resultado seguramente será bastante distinto. Y que menciones a ese premio nobel no veo que aporte nada a tu argumento; no es el primero que apela a una falacia, Hoyle se le anticipó (para más información solo busca "falacia de Hoyle", también es conocidísima).
ResponderEliminarHola Gio NA. Como la respuesta es demasiado larga para un comentario, la voy a hacer en una entrada en el blog. Ahora bien, dado que la respuesta me ha llevado varias horas y dado que el tiempo es para mí un recurso escaso y que creo que con esto ya estás respondido, no seguiré la polémica, a pesar de que me gustaría, pero... la vida es la vida.
ResponderEliminarGracias por hacerme pensar y un abrazo.
Tomás