29 de septiembre de 2013

Extractos y comentarios sobre la entrevista del Papa a las revistas de los jesuitas

Lo que más me sorprende o, mejor, me interpela, de esta entrevista, no es la interpretación que muchos medios de comunicación, desde una óptica alejada de la Iglesia, hayan podido dar a determinadas frases sueltas de esta entrevista, sino el profundo dolor y desconcierto que ha creado en determinados católicos que están en la primera línea del combate por el progreso ético de la sociedad en cuestiones de familia o derecho a la vida. Alguna persona, luchadora en primera línea del combate pro vida, me ha dicho que esta entrevista le ha producido desesperanza. No sé muy bien por dónde empezar. Me he decantado por entresacar algunos párrafos de la entrevista y, sobre ellos, desgranar algún comentario, tanto en el frente del tratamiento de los medios, como de la lectura negativa hecha por algunos católicos, como, simplemente, porque me parezcan textos especialmente luminosos. ¡Qué el Espíritu Santo me ilumine al escribir esos comentarios y a quien los lea! Para distinguir quién habla, pondré las preguntas del P. Antonio Spadaro en letra normal, las del Papa en negrita y las mías en cursiva. Vamos a ello. Dios me asista.

El Papa, poco antes de la audiencia que concedió a los jesuitas de La Civiltà Cattolica, me había mencionado su gran renuencia a conceder entrevistas. Me había confesado que prefiere pensarse las cosas más que improvisar respuestas sobre la marcha en una entrevista. Siente que las respuestas precisas le surgen cuando ya ha contestado en primera instancia.

Esta es una primera clave para entender la entrevista. Al Papa no le gustan las entrevistas, porque nunca se puede tener la precisión de un texto debidamente madurado. Pero si hay algo que no parece hacer este Papa, es achantarse ante los retos y las dificultades. No obstante, si esto fuese una encíclica o un motu proprio o cualquier otro documento del Magisterio, seguro que habría mucha más precisión y muchas matizaciones.





“Soy un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos. […] Soy alguien que ha sido mirado por el Señor. Mi lema, ‘miserando, atque eligendo’, es algo que, en mi caso, he sentido siempre muy verdadero”. […].

El Papa Francisco ha tomado este lema de las homilías de san Beda el Venerable que, comentando el pasaje evangélico de de la vocación de san Mateo, escribe: “Jesús vio un publicano y, mirándole a los ojos con amor y eligiéndolo le dijo: ‘Sígueme’ ”. Añade:

 “El gerundio latino ‘miserando’ me parece intraducible, tanto en italiano como en español. A mí me gusta traducirlo con otro gerundio que no existe: ‘misericordiando’. […]. Cuando venía a Roma me acercaba con frecuencia a visitar la iglesia de san Luis de los Franceses y a contemplar el cuadro de la vocación de san Mateo de Caravaggio”.

Empiezo a intuir qué me quiere decir el Papa.

“Ese dedo de Jesús, apuntando así… a Mateo. Así estoy yo. Así me siento, como Mateo”

Un pecador rescatado gratuitamente por la gracia (perdonad la redundancia voluntaria). Así se siente el Papa. Así debemos sentirnos todos los que nos consideramos, como decía Antonio Machado, “en el buen sentido de la palabra, buenos”. Ojo, hemos sido rescatados gratuitamente por la gracia. Podríamos estar entre aquellos a quienes, un poco “farisaicamente”, llamamos pecadores. Y si hoy creemos no estarlo, lo podemos estar mañana. Lo contrario sería la oración del fariseo. Debemos hacer la oración del publicano rescatado. La de Zaqueo o la de Mateo.





¿Qué significa para un Jesuita haber sido elegido Papa? ¿Qué aspecto de la espiritualidad ignaciana le ayuda más a vivir su ministerio?

“El discernimiento. […]. Para él (para san Ignacio) es un instrumento de lucha para conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca. Me ha impresionado una máxima con la que suele describirse la visión de Ignacio: ‘No tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño’. Esta virtud de lo grande y lo pequeño se llama magnanimidad y, a cada uno desde la posición que ocupa, hace que pongamos siempre la vista en el horizonte. Es hacer siempre las cosas de cada día con el corazón grande y abierto a Dios y a los otros. Es dar su valor a las cosas pequeñas en el marco de los grandes horizontes, los del Reino de Dios. […]. Es posible tener proyectos grandes y llevarlos a la práctica actuando sobre cosas mínimas. Podemos usar medios débiles que resultan más eficaces que los fuertes, como dice san Pablo en la primera carta a los corintios[1]”. […] Un discernimiento de este tipo requiere tiempo. Son muchos, por poner un ejemplo, los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Se trata del tiempo del discernimiento. Y, a veces, por el contrario, el discernimiento nos empuja a hacer ya lo que inicialmente pensábamos dejar para más adelante. Es lo que me ha sucedido a mí en estos meses”.

“Eso hizo que yo fuera provincial aún muy joven. Tenía 36 años: una locura. Había que tomar decisiones difíciles y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista. […] Pero […] al final, la gente se cansa del autoritarismo. Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis interior estando en Córdoba. No habré sido, ciertamente, como la beata Imelda[2], pero jamás he sido de derechas. Fue mi forma autoritaria de tomar decisiones la que me creó problemas”.

Esta es una de las frases que ha sido distorsionada por los medios. “El Papa es de izquierdas” y cosas así, se han podido leer. Es evidente, para quien lea la frase en su contexto, que el Papa no se está refiriendo a las derechas o izquierdas en términos de modelos económicos, sino en cuanto a la forma de ejercer la autoridad y de tomar decisiones. No obstante, no entiendo muy bien la identificación de la derecha con el autoritarismo. Ciertamente ha habido dictadores de derechas, como Pinochet o Videla, por centrarme en personajes contemporáneos e hispanoamericanos, pero un Castro o un Chavez no se quedan detrás de los primeros en autoritarismo. En fin, por favor, mirad mi primer comentario sobre la precisión de las entrevistas. Pero lo que es evidente es que el Papa no está hablando de derechas ni de izquierdas económicas, ni de capitalismo ni de socialismo.





“Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy, es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… y hay que empezar por lo más elemental”.

“La Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más importante es el anuncio primero: ‘¡Jesucristo te ha salvado!’ Y los ministros de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de misericordia. Por ejemplo, el confesor corre siempre el riesgo de ser demasiado rigorista o demasiado laxo. Ninguno de los dos es misericordioso, porque ninguno de los dos se hace de verdad cargo de la persona. El rigorista se lava las manos y lo remite a lo que está mandado. El laxo se lava las manos diciendo simplemente ‘esto no es pecado’ o algo semejante. A las personas hay que acompañarlas, las heridas necesitan curación”.

Francisco retoma el tema principal. El anuncio cristiano tiene que empezar por lo que hace que el cristianismo sea cristianismo y no una ideología más: Hemos sido salvados gratis por Jesucristo, sin ningún mérito por nuestra parte. Esto no es protestantismo. Tras haber sido salvados, nuestras obras humildemente agradecidas por este regalo, pueden agradar a Dios, pero no son ellas las que nos alcanzan la salvación. Esto es cristianismo y, lo contrario, pelagianismo o árida moral kantiana.

“¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios? Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de despacho’. Los obispos, especialmente, han de ser hombres capaces de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo, de modo que nadie quede atrás, así como de acompañar al rebaño, con su olfato, para encontrar nuevas veredas”.

Los ministros de la Iglesia y, por supuesto, todos los católicos, tenemos que ser, lo primero, misericordiosos. Usando el gerundio inventado por el Papa, tenemos que pasar por el mundo “misericordiando”, como Dios ha “misericordiado” con nosotros. Como el buen samaritano. Evangelio puro. Si primero no misericordiamos, nos convertimos en moralistas de vía estrecha con la viga en el ojo. Si no tenemos confianza en que Dios es más fuerte que el pecado y que es él quien cambia el corazón, nos convertimos, hagamos lo que hagamos, en campanas rajadas o címbalos que retiñen, en palabras de san Pablo.

“En lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor”.

Esto sólo ocurrirá si misericordiamos.

[…]

“Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad. En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos ‘heridos sociales’ porque me dicen que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quien para juzgarla. Al decir esto, he dicho lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho a expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios, en su creación, nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una vez, una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’ Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.

La persona en el centro, misericordiando (perdonadme que me ponga pesado con esta palabra, pero es que tiene la precisión y la luz del lenguaje de la santidad), no los defectos, problemas, imperfecciones, pecados o enfermedades de las personas. Las personas, amadas todas por Dios, en el centro. San Lucas nos dice en su Evangelio que Cristo echó siete demonios de María Magdalena. No creo que antes de echar a sus demonios le diese una moralina. Y luego fue María Magdalena, nada menos. San Juan nos dice que Jesús, primero salvó a la mujer adúltera de la lapidación y, sólo después, con una ternura inmensa le dice: “¿Dónde están? Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte? Ella le contestó: Ninguno, Señor. Entonces Jesús contestó: Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar”. Jesús no dice que el pecado esté bien, pero no por el pecado deja de amar al pecador. Le salva con su misericordia.

“Esta es la grandeza de la confesión: que se evalúa caso a caso, que se puede discernir qué es lo mejor para una persona que busca a Dios y su gracia. La confesión no es una sala de tortura, sino el lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos. Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto. Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vía cristiana. ¿Qué hace el confesor?”

Caso a caso. Frente al aborto, no es lo mismo una chica inmigrante, sola, que se queda esperando y su entorno, empezando por el padre de ese niño, la empuja al aborto que, en el otro extremo, el caso del Dr. Morín con su macabra clínica de abortos al por mayor triturados y echados por el desagüe. Pero, incluso con éste, hay que misericordiar, porque Dios misericordia con él y con nosotros. Misericordiar no es transigir. No es decir que todo está bien. Ni dejar de presionar para que la justicia humana condene esos horribles crímenes. Misericordiar es rezar por él, verle como un pobre, aunque terrible, hombre, cerrado a la gracia de Dios, viviendo en la negrura. Misericordiar es ser capaces de, en medio de la lucha, rezar por él, para que la gracia de Dios pueda penetrar en su alma. Más terrible que el Dr. Morín fue el Dr. Nathanson, que llegó a practicar más de 5.000 abortos personalmente y unos 25.000 en su clínica en USA. El Dr. Nathanson se dio cuenta de la barbarie que suponían esas prácticas y, primero se transformó en activista pro vida y, años más tarde se bautizó. No me resisto a copiaros, aunque esto se haga largo una muestra de lo que lograron los que misericordiaron por él. Nos cuenta un testigo de su bautismo:

Esta semana he experimentado con una evidencia poderosa y fresca que el Salvador que nació hace 2000 años en un establo, continúa transformando el mundo.  El pasado lunes fui invitado a un bautismo. Al igual que en el primer siglo... un judío converso caminando en las catacumbas para encontrar a Cristo. Y su madrina era Joan Andrews. Las ironías abundan. Joan es una de las más sobresalientes y conocidas defensoras del movimiento pro vida... La escena me quemaba por dentro, porque justo encima del Cardenal O´Connor había una Cruz... Miré hacia la Cruz y me di cuenta de nuevo de que lo que el Evangelio enseña es la verdad: la victoria está en Cristo.

Y él mismo, dice:

No puedo decir lo agradecido que estoy ni la deuda tan impagable que tengo con todos aquellos que han rezado por mí durante todos los años en los que me proclamaba públicamente ateo. Han rezado tozuda y amorosamente por mí. Estoy totalmente convencido de que sus oraciones han sido escuchadas. Lograron lágrimas para mis ojos.

Creo que estos pueden ser los frutos de misericordiar. El Dr Nathanson no era mejor que el Dr. Morín, pero gracias a las personas que le misericordiaron, el amor de Dios le salvó. Me parece que era Gabriel Marcel el que decía, refiriéndose a los pecadores: “Espero en Dios para ti” Hay que fiarse de Dios. Hay que creer que Él es más fuerte que el pecado. Creo que eso es lo que el Papa quiere decir con lo de descender a su noche y su oscuridad sin perderse.

“No podemos insistir sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo no he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero cuando se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”.

Este es el párrafo que más ha herido a personas que se dejan la vida en la primera línea del combate por el matrimonio y la familia o por la vida. Y lo entiendo. Empiezo por reconocer que yo no estoy en esa frontera y, por tanto, resulta más fácil para mí, leer estas frases y comprenderlas. Pero el Papa sabe que, muchas veces, el estar en la raya, puede hacer perder de vista el fin último por lo que se hace lo que se hace. De ahí este toque de clarín, ¡Tararíííííí!, para que esto no les pase. ¿Es un poco rudo? Puede ser. El propio Francisco se reconoce autoritario, aunque no sea de derechas. Pero estoy seguro de que el Papa no quiere herir a nadie ni, micho menos, decir que la magnífica labor que hacen estas personas no sea inmensamente valiosa. ¿Poco prudente, como me han dicho algunas personas? Tal vez, pero conviene recordar que la prudencia no tiene por qué ser más callada que estrepitosa. Es la virtud de encontrar el punto adecuado entre “estar callado y tocar la trompeta”. Y los equilibrios siempre son difíciles y nunca se encuentran en el mismo sitio para cada persona. Ciertamente, de lo que no me cabe duda es de que este Papa (lo dice él más arriba) dedica mucha oración al discernimiento ante Dios. En cualquier caso, ya nos avisó desde el principio de su pontificado de que prefiere equivocarse por acción que por omisión. Prefiere una Iglesia accidentada por salir a las periferias que una enferma por estar encerrada en las actitudes “de siempre”, que, por supuesto, no son las que tenía Jesucristo. Y, sobre todo, ¡es el Papa! Tiene no sólo el derecho, sino el deber, de actuar según su discernimiento. Me atrevería a pedir, con vergüenza, porque, como he dicho antes, no estoy, ni mucho menos, en la frontera de la lucha por el matrimonio, por la familia o por la vida, a los que sí están en esa raya, que no vean en las palabras de Francisco una crítica a su magnífica labor, sino un toque de clarín para decirnos a todos qué es primero y qué es segundo. El Papa no dice que el pecado no sea pecado. Sabe que la práctica de la homosexualidad es pecado (no la homosexualidad en sí). Sabe que el adulterio es pecado. Sabe que el matrimonio es la unión indisoluble ante Dios, de un hombre y una mujer. Sabe que la anticoncepción va contra el don de la vida. Sabe que el aborto, en cualquier caso, es pecado. Soy hijo de la Iglesia, dice para decir que lo sabe. Soy hijo de la Iglesia, dice. ¡No dice soy el Papa! ¡Vaya lección de humildad! Pero dice que lo primero es el amor de Dios, el anuncio de ese amor y que todo lo demás, vendrá después, misericordiando. Puro Evangelio.

“Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario que, por otra parte, es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús”.

“Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera, el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta salen luego las consecuencias morales”.

“Digo esto pensando también en nuestra predicación y en los contenidos de nuestra predicación. Una buena homilía, una verdadera homilía, debe comenzar con el primer anuncio, con el anuncio de la salvación. No hay nada más sólido, profundo y seguro que este anuncio. Después vendrá una catequesis. Después se podrá extraer una consecuencia moral. Pero el anuncio del amor salvífico de Dios es previo a la obligación moral y religiosa. Hoy parece a veces que prevalece el orden inverso. La homilía es la piedra de toque si se quiere medir la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo, porque el que predica tiene que reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde permanece vivo y ardiente el deseo de Dios. Por eso el mensaje evangélico no puede quedar reducido a algunos aspectos que, aún siendo importantes, no manifiestan ellos solos el corazón de la enseñanza de Jesús”.

Remata el Papa. Primero, anuncio de la salvación gratuita por Cristo, luego catequesis, por último, consecuencias morales. Esta ordenación no significa que no haya que llegar a lo tercero, pero si se empieza por ahí, no arderán muchos corazones en el amor a Jesucristo.





El Papa Francisco es el primer Pontífice que proviene de una orden religiosa después del camandulense Gregorio XVI, elegido en 1831. […]. Así pues, le pregunto: ¿Qué puesto específico tienen hoy en la Iglesia los religiosos y las religiosas?

“Los religiosos son profetas. Son los que eligieron un modo de seguir a Jesús que imita su vida con la obediencia al Padre, la pobreza, la vida de comunidad y la castidad. En este sentido, los votos no pueden acabar convirtiéndose en caricaturas, porque cuando sucede así, por ejemplo, la vida de comunidad se vuelve un infierno y la castidad una vida de solterones. El voto de castidad debe ser un voto de fecundidad. En la Iglesia los religiosos son llamados especialmente a ser profetas que dan testimonio de cómo se vive a Jesús en este mundo, y que anuncian cómo será el Reino de Dios cuando llegue a su perfección. Un religioso no debe jamás renunciar a la profecía. […] Ser profeta implica, a veces, hacer ruido, no sé cómo decir… la profecía crea alboroto, estruendo, alguno diría que crea ‘gran confusión’. Pero en realidad su carisma es ser levadura: la profecía anuncia el espíritu del Evangelio”.

Este párrafo lo pongo por la satisfacción de tener una hija religiosa contemplativa en Iesu Communio y un hijo que, sin ser religioso, es sacerdote. Me encanta tener unos hijos que sean profetas que dan testimonio de cómo se vive a Jesús en este mundo, y que anuncian cómo será el Reino de Dios cuando llegue a su perfección. Pero, una vez puesto por eso, vuelvo a una idea de la que he hablado antes: la profecía crea alboroto, estruendo, alguno diría que crea ‘gran confusión’. Pero en realidad su carisma es ser levadura: la profecía anuncia el espíritu del Evangelio.





¿Cuál debe ser el papel de la mujer en la Iglesia? ¿Qué hacer hoy para darle mayor visibilidad?

“Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del ‘machismo con faldas’, porque la mujer tiene una estructura diferente a la del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque hay que profundizar en la función de la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en el papel de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Sólo tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia. En los lugares donde se toman las decisiones importantes, es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico incluso allí dónde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia”.

Esto no ha gustado demasiado a los medios, porque no hay por dónde sacar el tema del sacerdocio femenino y, además, lo del machismo con faldas pone demasiado el dedo en la llaga de lo que es, en gran medida, el feminismo actual. Sin embargo, me encanta lo del “genio femenino” y, claro, creo que ese genio femenino tiene mucho que aportar a la Iglesia en los lugares donde se toman las decisiones importantes. Pero, a cada uno lo suyo. Lo del genio femenino no es original de Francisco (ni falta que hace que lo sea). Es del beato (y pronto santo) Juan Pablo II en su carta apostólica “Mulieris dignitatem”, publicada hace 25 años y cuya lectura recomiendo encarecidamente (Si alguien la quiere, no tiene más que pedírmela en un comentario con su mail que no publicaré, pero se la enviaré).

De aquí hasta el final, las razones por las que pego los fragmentos que pego no responden a ningún comentario, sino, simplemente, a que me parecen luminosas.





Le pregunto al Papa; Santidad, ¿cómo se hace para buscar y encontrar a Dios en todas las cosas?

“Lo que dije en Río tiene un valor temporal. Es verdad que tenemos la tentación de buscar a Dios en el pasado o en lo que creemos que puede darse en el futuro. Dios está ciertamente en el pasado porque está en las huellas que ha ido dejando. Y también está en el futuro como promesa. Pero el Dios concreto, por decirlo así, es HOY. Por eso las lamentaciones jamás nos ayudan a encontrar a Dios. Las lamentaciones que se oyen hoy sobre cómo va este mundo ‘bárbaro’ acaban generando en la Iglesia deseos de orden, entendidos como pura conservación, como defensa. No: hay que encontrar a Dios en nuestro hoy”.

[…]

“Encontrar a Dios en todas las cosas no es un ‘eureka empírico’. En el fondo, cuando deseamos encontrar a Dios nos gustaría constatarlo inmediatamente por medios empíricos. Pero así no se encuentra a Dios. Se le encuentra en la brisa ligera de Elías[3]. Los sentidos capaces de percibir a Dios son los que Ignacio llama ‘sentidos espirituales’. Ignacio quiere que abramos la sensibilidad espiritual y así encontremos a Dios más allá de un contacto puramente empírico. Se necesita una actitud contemplativa: es el sentimiento del que va por el camino bueno de la comprensión y del afecto frente a las cosas y las situaciones. Señales de que estamos en ese buen camino son la paz profunda, la consolación espiritual, el amor de Dios y de todas las cosas en Dios”.

Si el encuentro con Dios en todas las cosas no es un ‘eureka empírico’ –le digo al Papa –y si se trata de un camino […], es posible cometer errores…

“Sí, este buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen a la incertidumbre. Debe dejarlo. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Yo tengo esto por una clave importante. Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio. Los grandes guías del pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda. Tenemos que hacer espacio al Señor, no a nuestras certezas, hemos de ser humildes. En todo discernimiento verdadero, abierto a la confirmación de la consolación espiritual, está presente la incertidumbre”.

“El riesgo que existe, pues, en buscar y hallar a Dios en todas las cosas, son los deseos de ser demasiado explícito, de decir con certeza humana y con arrogancia: ‘Dios está aquí’. Así encontraríamos sólo a un Dios a nuestra medida. La actitud correcta es la agustiniana: buscar a Dios para hallarlo, y hallarlo para buscarlo siempre[4]. Y frecuentemente se busca a tientas, como leemos en la Biblia. Ésta es la experiencia de los grandes padres de la fe, modelo nuestro. […] No se nos ha entregado la vida como un guión en el que ya todo estuviera escrito, sino que consiste en andar, caminar, hacer, buscar, ver… Hay que embarcarse en la aventura de de la búsqueda del encuentro y del dejarse buscar y dejarse encontrar por Dios”.

“Porque Dios está primero, está siempre primero, Dios ‘primerea’. […]. De esta forma, a Dios se le encuentra caminando, en el camino. Y al oírme alguno podría decir que es relativismo. ¿Es relativismo? Sí, si se entiende mal, como una especie de confuso panteísmo. No, si se entiende en sentido bíblico, según el cual, Dios es siempre una sorpresa y jamás se sabe cómo y en donde encontrarlo, porque no eres tú el que fija el tiempo y el lugar para encontrarte con Él. Es preciso discernir el encuentro, y por eso el discernimiento es fundamental”.

“Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquél que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la ‘seguridad’ doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así, la fe se convierte en una ideología entre tantas otras. Por mi parte tengo una certeza dogmática: Dios está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aún cuando la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, la droga o cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Se puede y se debe buscar a Dios en toda vida humana. Aunque la vida de una persona sea terreno lleno de espinas y hierbajos, alberga siempre un espacio en el que puede crecer la buena semilla. Es necesario fiarse de Dios”.





¿Debemos ser optimistas? ¿Qué signos de esperanza hay en el mundo actual? ¿Cómo hacemos para ser optimistas en un mundo en crisis?

“No me gusta mucho la palabra ‘optimismo’ porque expresa una actitud psicológica. Me gusta usar la palabra ‘esperanza’ […]. La esperanza no defrauda, como leemos en la carta a los romanos[5] […]”.

“Pues bien, la esperanza cristiana no es un fantasma y no engaña. Es una virtud teologal y, en definitiva, un regalo de Dios que no se puede reducir a un optimismo meramente humano. Dios no defrauda la esperanza ni puede traicionarse a sí mismo. Dios es todo promesa”.





Y, sin embargo, el hombre al que se dirige la Iglesia no parece ya comprender esa antropología ni ese lenguaje (se refiere a la antropología cristiana de la tradición multisecular de la Iglesia), ni los considera suficientes. El hombre se está interpretando a sí mismo de modo diferente a como lo ha hecho en el pasado, con categorías diferentes. Y esto se debe también a grandes cambios en la sociedad y a un estudio más hondo de sí mismo.

“[…] El hombre va a la búsqueda de sí mismo, y es natural que en esta búsqueda pueda cometer errores. […]. En su pensamiento sobre el hombre la Iglesia debería tender a la genialidad, no a la decadencia”.

“¿Cuándo deja de ser válida una expresión del pensamiento? Cuando el pensamiento pierde de vista lo humano, cuando le da miedo el hombre o cuando se deja engañar sobre sí mismo. El pensamiento de la Iglesia debe recuperar la genialidad y entender cada vez mejor la manera como el hombre se comprende hoy para desarrollar y profundizar sus propias enseñanzas”.

“[…] es la memoria de la gracia, […], la memoria de las acciones de Dios que están en la base de la alianza entre Dios y su pueblo. Esta es la memoria que me hace hijo y que me hace también ser padre”.



[1] El Papa se refiere, creo al pasaje de 1 Corintios 1, 25-29: “Pues lo que en Dios parece locura, es más sabio que los hombres y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres. Y si no, hermanos, considerad quiénes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que es nada a los ojos del mundo para anular a los que creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir delante de Dios”.

Cuando leí la referencia del Papa a la primara carta a los corintios, en mi ignorancia, creí que se refería a otro pasaje que busqué, pero no encontré en esa carta, sino en la segunda dirigida también a los corintios (2 Corintios, 12, 9-10). No me parece desacertada mi equivocación: “Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte”.
[2] Creo que el Papa se refiere a la beata Imelda Lambertini, una joven religiosa italiana que murió el 13 de Mayo de 1333, a los 13 años, en un éxtasis durante su primera comunión.
[3] Se refiere al pasaje del primer libro de los Reyes, 19, 11-13, en el que se cuenta cómo Elías, en el monte Horeb recibe el anuncio del Señor de que va a pasar por delante de él: “El Señor le dijo: ‘Sal y quédate de pie en la montaña, que va a pasar el Señor’. Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: "¿Qué haces aquí, Elías?".
[4] Hay una maravillosa oración de san Anselmo que acaba diciendo: “Te buscaré deseándote, te desearé buscándote; amándote te encontraré, encontrándote te amará.
[5] Creo que el Papa se refiere a Romanos 5, 5.: ·Una esperanza que no defrauda, porque al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.

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