Extracto
del discurso al Consejo de Europa
Estrasburgo,
25 de noviembre de 2014
[…]
La intención
de sus Padres fundadores,
el Consejo de Europa […] respondía a una tendencia ideal hacia la unidad, que
ha animado en varias fases la vida del Continente desde la antigüedad. Sin
embargo, a lo largo de los siglos, han prevalecido muchas veces las tendencias
particularistas, marcadas por reiterados propósitos hegemónicos. Baste decir
que, diez años antes de aquel 5 de mayo de 1949, […] que estableció el Consejo
de Europa, comenzaba el conflicto más sangriento y cruel que recuerdan estas
tierras, cuyas divisiones han continuado durante muchos años después, cuando el
llamado Telón de Acero dividió en dos el Continente, desde el mar Báltico hasta
el Golfo de Trieste. El proyecto de los
Padres fundadores era reconstruir Europa con un espíritu de servicio mutuo, que
aún hoy, en un mundo más proclive a reivindicar que a servir, debe ser la llave
maestra de la misión del Consejo de Europa, en favor de la paz, la libertad y
la dignidad humana.
[…] los
Padres fundadores, que entendieron cómo la paz era un bien que se debe
conquistar continuamente, y que exige una vigilancia absoluta. […]
[…]… construir
la paz requiere privilegiar las acciones que generan nuevo dinamismo en la
sociedad e involucran a otras personas y otros grupos que los desarrollen,
hasta que den fruto en acontecimientos históricos importantes.
[…] Algunos
años más tarde, el beato Pablo VI recordó que «las mismas instituciones […] alcanzan
su providencial finalidad cuando están continuamente en acción, cuando en todo
momento saben engendrar la paz, hacer la paz […] no basta reprimir las guerras,
suspender las luchas (...); no basta una paz impuesta, una paz utilitaria y
provisoria; hay que tender a una paz
amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de los ánimos».
Es decir, continuar los procesos sin ansiedad, pero ciertamente con
convicciones claras y con tesón.
Para lograr
el bien de la paz es necesario ante todo educar para ella, abandonando una
cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien
piensa y vive de manera diferente. Es cierto que el conflicto no puede ser
ignorado o encubierto, debe ser asumido. Pero si nos quedamos atascados en él,
perdemos perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma sigue
estando fragmentada. Cuando nos paramos en la situación conflictual perdemos el
sentido de la unidad profunda de la realidad, detenemos la historia y caemos en
desgastes internos y en contradicciones estériles.
[…]
Pero la paz sufre también por otras formas de
conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo
desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas
inocentes. […] El Consejo de Europa, a través de sus Comités y Grupos de
Expertos, juega un papel importante y significativo en la lucha contra estas
formas de inhumanidad.
Con todo, la
paz no es solamente ausencia de guerra, de conflictos y tensiones. En la visión cristiana, es al mismo tiempo
un don de Dios y fruto de la acción libre y racional del hombre, que intenta
buscar el bien común en la verdad y el amor.
[…].
Entonces, ¿cómo lograr el objetivo
ambicioso de la paz? El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el
de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la
democracia y el estado de derecho. […] Ésta es una de las grandes aportaciones que
Europa ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo entero.
Así pues, en
esta sede siento el deber de señalar la importancia de la contribución y la
responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad. Quisiera
hacerlo a partir de una imagen tomada de un poeta italiano del siglo XX,
Clemente Rebora, que, en uno de sus poemas, describe un álamo, con sus ramas
tendidas al cielo y movidas por el viento, su tronco sólido y firme, y sus
raíces profundamente ancladas en la tierra. En cierto sentido, podemos pensar en Europa a la luz de esta imagen.
A lo largo
de su historia, siempre ha tendido hacia lo alto, hacia nuevas y ambiciosas
metas, impulsada por un deseo insaciable de conocimientos, desarrollo,
progreso, paz y unidad. Pero el
crecimiento del pensamiento, la cultura, los descubrimientos científicos son
posibles por la solidez del tronco y la profundidad de las raíces que lo
alimentan. Si pierde las raíces, el tronco se vacía lentamente y muere, y
las ramas – antes exuberantes y rectas – se pliegan hacia la tierra y caen. Aquí está tal vez una de las paradojas más
incomprensibles para una mentalidad científica aislada: para caminar hacia el
futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se
requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta
memoria, valor y una sana y humana utopía.
Por otro
lado –observa Rebora– «el tronco se
ahonda donde hay más verdad». Las
raíces se nutren de la verdad, que es el alimento, la linfa vital de toda
sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Además, la
verdad hace un llamamiento a la conciencia, que es irreductible a los
condicionamientos, y por tanto capaz de conocer su propia dignidad y estar abierta
a lo absoluto, convirtiéndose en fuente de opciones fundamentales guiadas por
la búsqueda del bien para los demás y para sí mismo, y la sede de una libertad
responsable.
También hay
que tener en cuenta que, sin esta
búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus
actos, abriendo el camino a una afirmación subjetiva de los derechos, por lo
que el concepto de derecho humano, que tiene en sí mismo un valor universal,
queda sustituido por la idea del derecho individualista. Esto lleva al
sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la
indiferencia que nace del egoísmo, fruto
de una concepción del hombre incapaz de acoger la verdad y vivir una auténtica
dimensión social.
[…] Así, hoy tenemos ante nuestros ojos la
imagen de una Europa herida, por las muchas pruebas del pasado, pero también
por la crisis del presente, que ya no parece ser capaz de hacerle frente con la
vitalidad y la energía del pasado. Una Europa un poco cansada y pesimista, que
se siente asediada por las novedades de otros continentes.
Podemos preguntar a Europa: ¿Dónde
está tu vigor? ¿Dónde está esa tensión ideal que ha animado y hecho grande tu
historia? ¿Dónde está tu espíritu de emprendedor curioso? ¿Dónde está tu sed
de verdad, que hasta ahora has comunicado al mundo con pasión?
De la respuesta a estas preguntas
dependerá el futuro del Continente. Por otro lado –volviendo a la imagen de Rebora– un tronco sin raíces puede seguir teniendo
una apariencia vital, pero por dentro se vacía y muere. Europa debe reflexionar
sobre si su inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, político,
económico y religioso es un simple retazo del pasado para museo, o si todavía
es capaz de inspirar la cultura y abrir sus tesoros a toda la humanidad. En la
respuesta a este interrogante, el Consejo de Europa y sus instituciones tienen
un papel de primera importancia.
[…] Mi
esperanza es que dicha conciencia madure cada vez más, no por un mero consenso entre las partes, sino como resultado de la tensión
hacia esas raíces profundas, que es el pilar sobre los que los Padres
fundadores de la Europa contemporánea decidieron edificar.
Junto a las
raíces –que se deben buscar, encontrar y mantener vivas con el ejercicio
cotidiano de la memoria, pues constituyen el patrimonio genético de Europa–,
están los desafíos actuales del Continente, que nos obligan a una creatividad
continua, para que estas raíces sean fructíferas hoy, y se proyecten hacia
utopías del futuro. Permítanme mencionar sólo dos: el reto de la multipolaridad
y el desafío de la transversalidad.
Me permito resumir con mis propias
palabras los conceptos de multipolaridad y transversalidad. El Papa opone la
multipolaridad al concepto de hegemonías y homogeneidad. Lo ilustra
contraponiendo la imagen de una esfera y un poliedro. La esfera, uniforme y sin
relieve, equidistante de un centro hegemónico sería un empobrecimiento. En
cambio, un poliedro, con sus facetas diferenciadas, cada una con su forma, pero
integradas en un todo, sería imagen de la multipolaridad enriquecedora. Este
respeto a las peculiaridades de cada minoría, forma parte de la esencia
fundacional del Consejo de Europa. Dice el Papa: Globalizar
de modo original la multipolaridad comporta el reto de una armonía
constructiva, libre de hegemonías que, aunque pragmáticamente parecen facilitar
el camino, terminan por destruir la originalidad cultural y religiosa de los
pueblos.
La transversalidad se refiere a que
dentro de la Europa que forma parte del Consejo, hay muchas corrientes culturales,
étnicas y religiosas que exceden a cada país individual. Dice: Asumir este camino de la
comunicación transversal no sólo comporta empatía intergeneracional, sino
metodología histórica de crecimiento. […] La historia pide hoy la capacidad de
salir de las estructuras que «contienen» la propia identidad, con el fin de
hacerla más fuerte y más fructífera en la confrontación fraterna de la
transversalidad. Una Europa que dialogue únicamente dentro de los grupos
cerrados de pertenencia se queda a mitad de camino; se necesita el espíritu juvenil que acepte el reto de la
transversalidad.
[…] Es una
oportunidad provechosa para el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor
entre las personas y grupos de diverso origen, tradición étnica, lingüística y
religiosa, en un espíritu de comprensión y respeto mutuo.
El Papa pide, dentro de esa
transversalidad, combinar
con sabiduría la identidad europea que se ha formado a lo largo de los siglos
con las solicitudes que llegan de otros pueblos que ahora se asoman al
Continente. Y concluye:
En esta lógica se incluye la
aportación que el cristianismo puede ofrecer hoy al desarrollo cultural y
social europeo en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad.
En la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a
iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario,
purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer. Toda la sociedad europea se beneficiará de una reavivada relación entre
los dos ámbitos, tanto para hacer frente a un fundamentalismo religioso, que es
sobre todo enemigo de Dios, como para evitar una razón «reducida», que no honra
al hombre.
Estoy
convencido de que […] que puede haber un enriquecimiento mutuo, en el que la
Iglesia Católica […] puede colaborar con el Consejo de Europa y ofrecer una
contribución fundamental. En primer lugar, a la luz de lo que acabo de decir,
en el ámbito de una reflexión ética sobre los derechos humanos, sobre los que
esta Organización está frecuentemente llamada a reflexionar. Pienso particularmente en las cuestiones
relacionadas con la protección de la vida humana, cuestiones delicadas que han
de ser sometidas a un examen cuidadoso, que tenga en cuenta la verdad de todo
el ser humano […].
[…]
Espero
ardientemente que se instaure una nueva
colaboración social y económica, libre de condicionamientos ideológicos, que
sepa afrontar el mundo globalizado, manteniendo vivo el sentido de la
solidaridad y de la caridad mutua, que tanto ha caracterizado el rostro de
Europa, gracias a la generosa labor de cientos de hombres y mujeres –algunos de
los cuales la Iglesia Católica considera santos– que, a lo largo de los siglos,
se han esforzado por desarrollar el Continente, tanto mediante la actividad empresarial como con obras educativas,
asistenciales y de promoción humana. Estas últimas, sobre todo, son un punto de
referencia importante para tantos pobres que viven en Europa. ¡Cuántos hay por
nuestras calles! No sólo piden pan para el sustento, que es el más básico de
los derechos, sino también redescubrir el valor de la propia vida, que la
pobreza tiende a hacer olvidar, y recuperar la dignidad que el trabajo
confiere.
El beato
Pablo VI calificó a la Iglesia como «experta en humanidad». En el mundo, a
imitación de Cristo, y no obstante los pecados de sus hijos, ella no busca más
que servir y dar testimonio de la verdad. […]
Con esta
disposición, la Santa Sede tiene la intención de continuar su colaboración con
el Consejo de Europa […] para que se instaure una especie de «nueva ágora» […],
animada exclusivamente por el deseo de verdad y de edificar el bien común. […] y
esto, además de ser una práctica del bien, es belleza. Mi esperanza es que Europa, redescubriendo su patrimonio histórico y la
profundidad de sus raíces, asumiendo su acentuada multipolaridad y el fenómeno
de la transversalidad dialogante, reencuentre esa juventud de espíritu que la
ha hecho fecunda y grande. Gracias.
Extracto
del discurso del Santo Padre Francisco al Parlamento Europeo
Estrasburgo, 25 de noviembre de 2014
[…]
[…]
No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos,
y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose
soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones
que le han dado la geografía y aún más la historia».
[…]
parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida.
Al
dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los
ciudadanos europeos un mensaje de
esperanza y de aliento. […] Esperanza en el Señor, que transforma el mal en
bien y la muerte en vida.
[…]
En el centro de este ambicioso proyecto
político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o
sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad
trascendente.
Quisiera
subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras:
«dignidad» y «trascendente».
La
«dignidad» es la palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación
en la segunda postguerra. […] La percepción de la importancia de los derechos
humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, […] la conciencia
del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los
eventos históricos, sino […] en un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas
fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y
eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al
concepto de «persona».
Hoy,
[…] persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados
como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la
configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no
sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.
Coincido con el
Papa en que la sociedad occidental actual ve a los niños como una enfermedad
ante la que se puede reaccionar con cualquier medio, aborto incluido. Pero, en
cambio, nunca en la historia ha habido una sociedad en la que se proteja más a
los débiles (fetos exceptuados) o a los ancianos. Ciertamente, se dan casos de
ancianos y personas con minusvalías abandonados, pero de ninguna manera
comparable con lo que ocurre en otras partes del mundo o en otras épocas de la
historia en la misma Europa. Cuando oigo la expresión acuñado para referirse a
Occidente y, particularmente, a su sistema económico, de la cultura del
descarte, pienso que es una expresión carente de perspectiva histórica y
geográfica.
Efectivamente,
¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el
propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa?
¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio
de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué
dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de
discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué
comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, el trabajo que le
otorga dignidad? Me pregunto: ¿Es en
Europa donde se dan estas situaciones? Cierto que la crisis ha hecho que el paro
alcance niveles muy altos, pero eso no nace de ninguna discriminación deseada
sino de un desajuste económico con causas muy complejas que no es este el lugar
de analizar.
Promover
la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables,
de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en
beneficio de intereses económicos. ¿Se
priva arbitrariamente a alguien en Europa arbitrariamente de derechos
inalienables por motivos económicos? El Estado del Bienestar, creo que
sobredimensionado en Europa pero posible, hasta donde lo sea, gracias al
sistema económico capitalista, hace la afirmación anterior irreal. Seguramente
este sería uno de los párrafos que hizo las delicias de Pablo Iglesias y que le
hizo lanzar twits de apoyo al Papa.
Es
necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de
una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de
los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación
siempre más amplia de los derechos individuales […]. Parece que el concepto de
derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de
modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser
humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes
están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma. Cierto. En Europa hay una ciudadanía que de
forma creciente quiere derechos sin los correspondientes deberes y obligaciones.
[…]
En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien
más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se
transforma en fuente de conflictos y de violencias.
Así, hablar de
la dignidad trascendente del hombre, significa
apelar a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a
esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el
universo creado; significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino
como un ser relacional. Una de las
enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene
lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su
destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de
oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que
pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han
venido aquí en busca de un futuro mejor. De
los ancianos abandonados ya he hablado antes. Ciertamente la ausencia de Dios
en la sociedad occidental y, en especial, en la europea ha creado una carencia
de sentido muy preocupante. Es cierto que hay mendigos, pero también lo es que
nunca, en la historia de la humanidad ha habido menos que ahora en Europa y que
también nunca ha habido tantas organizaciones y medios, públicos y privados,
para ayudarles. En cuanto a los inmigrantes, el hecho de que vengan en busca de
un futuro mejor ya es de por sí significativo. Eso quiere decir que en sus
países la situación es peor (y las causas no provienen de occidente sino, casi
siempre de la corrupción de sus propios dirigentes). Si en Europa no pueden
encontrar el paraíso que esperaban es algo que difícilmente puede evitarse.
[…]
Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de
ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los
ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a
establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo e
incluso dañinas.
Desde
muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de
envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que
los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de
atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones. Cierto, por la pérdida de sentido de la vida
que nace de la negación de Dios.
[…]
El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un
mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de
modo que –lamentablemente lo percibimos a menudo–, cuando la vida ya no sirve a
dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los
enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los
niños asesinados antes de nacer. De
acuerdo únicamente en el último caso. No comento lo de los ancianos y enfermos
por no repetirme.
[…]
Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran
misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad de los
pueblos y de las personas. Cuidar la
fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de
un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura
del descarte». Cuidar de la fragilidad
de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza;
significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante,
y ser capaz de dotarlo de dignidad.
Por
lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las
jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal
de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los
derechos y consciente de los propios deberes?
Para
responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más
célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el
centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo
alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo
tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad
concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo
y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que
ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su
capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas. Aquí aplaudiría.
El
futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable
entre estos dos elementos. Una Europa
que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una
Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también
aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende. Aplaudiría más.
Precisamente a
partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la
centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las
modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el
patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación
cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar
hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un
peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las
instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican
los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la
subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el
respeto de la dignidad de la persona. Me
dolerían las manos de aplaudir. No creo que esto haya provocado los twits de
Pablo Iglesias.
Por
ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia
Católica […] para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con
las instituciones de la Unión Europea. Estoy
igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces
religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también
más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo
actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos
en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en
lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia». Me duelen hasta los hombros de aplaudir.
A este respecto,
no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren
cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en
diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles
violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas;
asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y
cómplice silencio de tantos.
El
lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no
significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En
realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la
compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus
miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido,
considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las
instituciones de la Unión si estas saben conjugar
sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada
uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de
sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. […]
Por
otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza
en la medida en que se ponen al servicio de todos. […]
[…]
se les plantea como Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener
viva la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una
concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema
democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las
organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre
el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen,
del sofisma... y se termina por
confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político.
Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras
globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los
totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos
sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.
Mantener
viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico,
evitando que su fuerza real –fuerza política expresiva de los pueblos– sea
desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que
las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder
financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la
historia nos ofrece. Por supuesto,
coincido con la defensa de las democracias, pero no puedo dejar de decir (y lo
digo con respeto y dolor) que el lenguaje gramsciano del imperialismo
multinacional me parece desfasado y demagógico. No puedo dejar de citar a Paul
Johnson, historiador y periodista inglés y católico a machamartillo: “En la asamblea General de Naciones Unidas de abril-mayo de
1974, la multinacional fue el blanco de oprobio global, casi en el mismo plano
que Sudáfrica o Israel. Como la mayoría de las modas intelectuales, la idea
estaba mal concebida y ya podía considerársela anticuada. Las multinacionales
eran, sencillamente, empresas que actuaban en muchos países. Databan de la
época de 1900, cuando Gillette, Kodak y
otras firmas se instalaron en Europa […] Representaban, de lejos, el método más
eficiente de acuerdo con los costes para exportar capital, tecnología y
habilidades de los países más ricos a los más pobres. […] La explosión de las
multinacionales fue en realidad un fenómeno de los años 50 y principios de los
60 y estaba próximo a culminar cuando Servan-Schreiber escribió su obra.
[…] Pero la visió apocalíptica de
Servan-Schreiber parecía absurda a mediados de la década de los 70 cuando las
firmas alemanas y japonesas estaban expandiéndose en el exterior mucho más
velozmente que sus competidoras americanas. […] Todas las pruebas disponibles
demuestran que durante los años 70, el poder económico internacional estaba distribuyéndose
más ampliamente (de hecho, hoy, en 2014, podrían citarse varias
empresas españolas entre las multinacionales más importantes y puedo atestiguar
que, en lo que yo conozco, respetan escrupulosamente las legislaciones de los
países en los que operan y que son fuente de progreso y riqueza para los
mismos). El otro día vi, por casualidad, un programa de “Madrileños por el
mundo” en Birmania (que ahora se llama de otra manera: Myanmar). Había dos
madrileños. El primero era abogado de un importante bufete de abogados
internacional. Decía que gracias a que los militarse en el poder habían abierto
la mano a la inversión extranjera, la economía del país, estancada durante
decenios, estaba empezando a reactivarse. El segundo era el el jefe de cocina
de una empresa multinacional hotelera que estaba construyendo un hotel en la
antigua capital, Rangún. Daba empleo a cientos de trabajadores locales y se
iban a contratar cien personas sólo para la cocina. Por supuesto, seguramente,
este párrafo del discurso sobre las multinacionales fue uno de lo que originó
entusiastas twits por parte de Pablo Iglesias y del inefable Íñigo Errejón,
estudioso y fiel seguidor de las técnicas propagandísticas gramscianas.
[…]
El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda
sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos
fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba
construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte,
subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y
esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos,
muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque
no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles. Nuevamente digo que en la medida en que
esto ocurre, es por esa pérdida del sentido de la vida que se deriva de la
negación de Dios.
Junto
a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades.
La educación no puede limitarse a
ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un
proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad.
Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para
mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. […].
[…]
No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre,
mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras
mesas. Este es un tema en el que estoy
totalmente de acuerdo con el Papa. La cuestión es cómo hacerlo. Naturalmente
podemos y debemos ser más austeros, no sólo en el ámbito de los alimentos sino
en otros muchos más recursos y, en cambio, compartir más con los más
necesitados. Otra vez, nunca en la historia ha habido más solidaridad en este
terreno. Son multitud las ONG’s financiadas con dinero de los ciudadanos de occidente
que se vuelcan en hacer llegar alimentos, tanto dentro como fuera de sus
fronteras, a los más necesitados. Pero lo que no es tan fácil es hacer que,
digamos, tomates que sobran en España sean llevados a la República
Centroafricana. Y ello por muy diversos motivos que no voy a enumerar aquí pero
que nada tienen que ver con la “perversa dinámica de los mercados” como a veces
se dice.
El
segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el
trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre
todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones
adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la
necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables
para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa
favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las
personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir
una familia y de educar los hijos. Seguro
que estaría repitiéndome si dijera que es en el Occidente capitalista y en el
siglo XXI donde más y más digno trabajo hay y donde menor es la explotación de
las personas.
Es
igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede
tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. Europa, y España en especial, salva cada día
muchas vidas de los seres humanos que, empujados por la injusticia y la
corrupción de sus países, se lanzan a la desesperada a intentar alcanzar la
tierra de promisión de Europa y norteamérica. La responsabilidad de que el
Mediterráneo sea un cementerio hay que buscarla en la corrupción de los países
de origen, que impide una mínima seguridad jurídica que atraiga inversiones
extranjeras que impulsen al país por la senda del progreso. En las barcazas
que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que
necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la
Unión Europea (cierto, decir que el
problema es sólo de España e Italia como países que, por su proximidad
geográfica, son lugar de arribada de las pateras, es no querer ver el problema.
Esto es algo por lo que el Gobierno de España está luchando en las
instituciones Europeas) corre el riesgo de incentivar soluciones
particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los
inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales.
Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la
inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural
y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los
derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida
a los inmigrantes Lo que no puede hacer
Europa, ni Occidente en general, es abrirse totalmente a la inmigración,
sencillamente, porque esto sería su quiebra y, por tanto, la muerte de la
esperanza de creación de riqueza en los países de origen; si es capaz de
adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de
origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos
internos –causa principal de este fenómeno–, en lugar de políticas de
interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Cierto. Pero lo de que los países ricos alimentan esos conflictos es
también algo que no resiste el análisis. El escenario que le gustaría a
Occidente es el de países con seguridad jurídica y estabilidad política donde
poder invertir y, así, ser un punto de apoyo al desarrollo de esos países.
Ciertamente hay grupos minoritarios que fomentan esos conflictos, pero son
mucho más la excepción que la regla. El mercado negro de armas para esos
conflictos se nutre de estados soberanos corruptos, asolados por la pobreza y
gobernados por los que con ese comercio negro amasan enormes fortunas, no por
empresas occidentales, ni siquiera por los fabricantes de armas. Otra vez,
Gramsci se lleva el gato al agua. Es
necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos. Por supuesto, pero ya he dicho cual es, a mi
entender el problema de esas causas.
Por último, la
conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los
otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea,
muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión
del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.
A
ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la
identidad europea. […] Les exhorto,
pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.
Un
autor anónimo del s. II escribió que «los
cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».
La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la
memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al
cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, pero
siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza
de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de
edificación común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte,
debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es
nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro
para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la
concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.
Queridos
Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en
torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores
inalienables, me parece que la dicotomía
entre la economía capitalista que afortunadamente impera en Europa y la
sacralidad de la persona humana es artificiosa y, siento ser repetitivo,
gramsciana.; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con
confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. […] una
Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y
también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa
que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra
segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad. Gracias.
VISITA A LA
SEDE DE LA FAO CON MOTIVO DE LA II CONFERENCIA INTERNACIONAL DE
NUTRICIÓN
Extracto del discurso del Santo Padre
Francisco
Roma 20 de Noviembre de
2014
[…] me alegra su decisión de reunir en esta Conferencia a
representantes de Estados, instituciones internacionales, organizaciones de la
sociedad civil, del mundo de la agricultura y del sector privado, con el fin de
estudiar juntos las formas de intervención para asegurar la nutrición, así como
los cambios necesarios que se han de aportar a las estrategias actuales. […] La
Iglesia, como ustedes saben, siempre trata de estar atenta y solícita respecto
a todo lo que se refiere al bienestar espiritual y material de las personas,
ante todo de los que viven marginados y son excluidos, para que se garanticen
su seguridad y su dignidad.
1. Los destinos de cada nación están más que nunca
enlazados entre sí, al igual que los miembros de una misma familia, que
dependen los unos de los otros. Pero vivimos en una época en la que las
relaciones entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la sospecha
recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y económica,
socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al que ya está excluido.
Lo sabe bien quien carece del pan cotidiano y de un trabajo decente. Este es el cuadro del mundo, en el que se
han de reconocer los límites de planteamientos basados en la soberanía de cada
uno de los Estados, entendida como absoluta, y en los intereses nacionales,
condicionados frecuentemente por reducidos grupos de poder. […] el derecho
a la alimentación sólo quedará garantizado si nos preocupamos por su sujeto
real, es decir, la persona que sufre los efectos del hambre y la desnutrición.
[…] Duele constatar además que la lucha contra el hambre y
la desnutrición se ve obstaculizada por la «prioridad del mercado» y por la «preeminencia
de la ganancia», que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera,
sujeta a especulación, incluso financiera. ¿Me
repito si digo que esto me suena a tópico de inspiración gramsciana? Y
mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de
la calle, y pide carta de ciudadanía, ser considerado en su condición, recibir
una alimentación de base sana. Nos pide dignidad, no limosna.
2. Estos criterios no pueden permanecer en el limbo de la
teoría. Las personas y los pueblos exigen que se ponga en práctica la justicia;
[…] Por tanto, los planes de desarrollo y la labor de las organizaciones
internacionales deberían tener en cuenta el deseo […] de ver que se respetan en
todas las circunstancias los derechos fundamentales de la persona humana y, en
nuestro caso, la persona con hambre. Cuando eso suceda, también las
intervenciones humanitarias, las operaciones urgentes de ayuda o de desarrollo
–el verdadero, el integral desarrollo– tendrán mayor impulso y darán los frutos
deseados. Una de las herramientas más
eficaces en la lucha contra la pobreza y, por tanto contra el hambre, son las
microfinanzas. Muy pequeños prestamos a muy pequeños emprendedores de entre los
más pobres en países en vías de desarrollo, para que puedan iniciar actividades
productivas y/o de comercialización que le saquen de la pobreza a él, a su
familia y a la comunidad en la que viven. Pero esto requiere seguridad jurídica
que, a menudo no existe en los países a los que se pretende ayudar.
3. […] pero la primera preocupación debe ser la persona
misma, aquellos que carecen del alimento diario y han dejado de pensar en la
vida, en las relaciones familiares y sociales, y luchan sólo por
la supervivencia. El
santo Papa Juan Pablo II, en la inauguración en esta sala de
la Primera Conferencia sobre Nutrición, en
1992, puso en guardia a la comunidad internacional ante el riesgo de la
«paradoja de la abundancia»: hay comida para todos, pero no todos pueden comer,
mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de
alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos. Esta es la paradoja.
Sobre este tema, ver más arriba comentario a
algo similar en el discurso al Parlamento Europeo. Por desgracia, esta
«paradoja» sigue siendo actual.
Hay
pocos temas sobre los que se esgrimen tantos sofismas como los que se dicen
sobre el hambre; pocos asuntos tan susceptibles de ser manipulados por los
datos, las estadísticas, las exigencias de seguridad nacional, la corrupción o
un reclamo lastimero a la crisis económica. Este es el primer reto que se ha de
superar.
El segundo reto que se debe afrontar es la falta de
solidaridad, una palabra que tenemos la sospecha que inconscientemente la
queremos sacar del diccionario. Nuestras sociedades se caracterizan por un
creciente individualismo y por la división; esto termina privando a los más
débiles de una vida digna y provocando revueltas contra las instituciones.
Cuando falta la solidaridad en un país, se resiente todo el mundo. En efecto,
la solidaridad es la actitud que hace a las personas capaces de salir al
encuentro del otro y fundar sus relaciones mutuas en ese sentimiento de
hermandad que va más allá de las diferencias y los límites, e impulsa a buscar
juntos el bien común. Nunca ha habido en
la historia tanta solidaridad de Occidente con los más pobres de los países en
vías de desarrollo como ahora. Y probablemente, nunca ha habido menos entre los
gobernantes corruptos de esos países y sus ciudadanos. No por casualidad
existen las ONG’s (Organizaciones no
gubernamentales) para evitar que esos dirigentes corruptos se adueñen de
las ayudas dadas a los países necesitados. Sin solucionar esto último, es poco
lo que se puede hacer.
[…] Una fuente inagotable
de inspiración es la ley natural, inscrita en el corazón humano, que habla un
lenguaje que todos pueden entender: amor, justicia, paz, elementos inseparables
entre sí. Como las personas, también los Estados y las instituciones
internacionales están llamados a acoger y cultivar estos valores: amor,
justicia, paz. Y hacerlo en un espíritu de diálogo y escucha recíproca. De este
modo, el objetivo de nutrir a la familia humana se hace factible.
4. […] La Iglesia Católica trata de ofrecer también en este
campo su propia contribución, mediante una atención constante a la vida de los
pobres, de los necesitados, en todas las partes del planeta […]. Se pretende de
este modo contribuir a identificar y asumir los criterios que debe cumplir el
desarrollo de un sistema internacional ecuánime. Son criterios que, en el plano
ético, se basan en pilares como la verdad, la libertad, la justicia y la
solidaridad; al mismo tiempo, en el campo jurídico, estos mismos criterios
incluyen la relación entre el derecho a la alimentación y el derecho a la vida
y a una existencia digna, el derecho a ser protegidos por la ley, no siempre
cercana a la realidad de quien pasa hambre, y la obligación moral de compartir
la riqueza económica del mundo. El primer
paso para estos logros es la seguridad jurídica, ausente, en general, en los
países donde hay más gente que pasa hambre.
Si se cree en el principio de la unidad de la familia
humana, fundado en la paternidad de Dios Creador, y en la hermandad de los
seres humanos, ninguna forma de presión política o económica que se sirva de la
disponibilidad de alimentos puede ser aceptable. Presión política y económica,
aquí pienso en nuestra hermana y madre tierra, en el planeta, si somos libres
de presiones políticas y económicas para cuidarlo, para evitar que se
autodestruya. Hay aquí un grave dilema.
El uso masivo de tierras cultivables, sobre todo de maíz, en muchos países en
vías de desarrollo para la producción de etanol como bio-combustible ecológico
ha tenido un efecto claro y grave en el encarecimiento de los alimentos. Se
estima que la obtención del bio-etanol necesario para que un coche recorra
20.000 Km impediría el consumo de grano de la dieta anual normal de siete
personas. Por otro lado estudios técnicos avalan que el balance energético (cantidad
de energía que hay que utilizar para obtener una unidad de energía del
bio-combustible) de la producción de bio-etanol es muy pobre (0,8) por lo que
tiene muy poca utilidad desde el punto de vista ecológico (el balance energético
del petróleo es de 0,02, es decir, 40 veces mejor). Qué hacemos, ¿cuidar la
tierra o dar alimentos? Yo sería partidario de volver a dedicar esas tierras al
cultivo de alimentos. Sin embargo, la disyuntiva tiene salidas. Hay en marcha
numerosas investigaciones en muchos campos, financiadas en gran medida por
empresas privadas, para aumentar el rendimiento productivo de los terrenos,
disminuir la producción de gases de invernadero, utilizar terrenos hasta ahora
improductivos, encontrar fuentes alternativas de energía barata y no productora
de gases invernadero, etc. […] Pero,
por encima de todo, ningún sistema de discriminación, de hecho o de derecho,
vinculado a la capacidad de acceso al mercado de los alimentos, debe ser tomado
como modelo de las actuaciones internacionales que se proponen eliminar el
hambre.
Al compartir estas reflexiones con ustedes, pido al Todopoderoso, al Dios rico en
misericordia, que bendiga a todos los que, con diferentes responsabilidades, se
ponen al servicio de los que pasan hambre y saben atenderlos con gestos
concretos de cercanía. Ruego también para que la comunidad internacional sepa
escuchar la llamada de esta Conferencia y lo considere una expresión de la
común conciencia de la humanidad: dar de comer a los hambrientos para salvar la
vida en el planeta. Gracias.
***
En conclusión. Aplaudo con toda mi alma los aldabonazos del
Papa a la conciencia de los ciudadanos de los países ricos para que aportemos,
hasta que nos duela, lo que podamos para paliar el hambre de los habitantes más
pobres de los países más pobres y para que miremos con amor a los pobres que
tenemos a nuestro lado. Admiro su denuncia de que es la falta de trascendencia
y de búsqueda de la verdad, causada por la ausencia de Dios la que crea esa
sensación de deriva en Europa, y en Occidente en general, que la hace vieja y
decadente. Me alegro de oír sus llamadas de atención sobre el terrorismo
internacional.
Pero, con gran pena, por el amor que siento por este Papa,
no puedo dejar de manifestar que se traslucen de su discurso vestigios de una
ideología gramsciana, que ha prendido en el subconsciente de los habitantes de
todos los países, pero especialmente en los de Latinoamérica. Pensamiento que,
muy simplificado, viene a decir que son los países y las personas ricas y los
sistemas económicos que crean riqueza los culpables de los males del mundo y
del hambre y la miseria que hay en él. Es exactamente al revés. Aparte de la
necesaria ayuda humanitaria, es la inversión de esos países y esas personas ricas
en los países en vías de desarrollo lo único que puede sacar de la miseria a
los más pobres. Y para ello, es necesario que la inaudita corrupción de sus
dirigentes (ante la que palidece la corrupción de occidente), den paso a
gobiernos justos que implanten una seguridad jurídica que permita las
inversiones a que hago referencia.
Se consideran
Padres fundadores del Consejo de Europa a los siguientes personajes: Konrad
Adenauer, Joseph Bech, Johan Willem Beyen, Winston Churchill, Alcide de Gasperi,
Walter Hallstein, Sicco Mansholt, Jean Monnet, Robert Schuman, Paul-Henri Spaak
y Altiero Spinell. De estos, creo poder decir que los más significativos fueron
Adenauer, de Gasperi y Schuman, los tres cristianos profundamente convencidos,
que siguieron impulsando la idea de una Europa políticamente unida.