Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
Doblar la rodilla cada día más, sentir la necesidad de
doblarla, no comprender ya muy bien cómo se puede vivir de otro modo que no sea
arrodillado –esto es, Señor, lo que en este momento estás haciendo en mí, lo
que, hasta tal punto me colma de acción de gracias, que por ello estoy
paralizado para cualquier otra acción que no sea ésta... Siendo de condición
divina, no consideró como prenda codiciable el ser igual a Dios[1]. ¡Ah!,
¡si los incrédulos, e incluso muchos creyentes, pudieran, supieran y quisieran entender
todo lo que este versículo contiene y significa! Desde toda la eternidad,
Jesucristo era Dios y, siendo Dios, siéndolo en la tierra no menos que en lo
más alto de los cielos, “no consideró como una prenda codiciable el ser
igual a Dios”. Así pues, siendo igual a Dios, siendo Dios él mismo, el
Verbo no quiere, por sí mismo, “igualarse” con el Padre. ¿Existe en todo el
Nuevo Testamento una lección, mejor aún, un ejemplo que el hombre deba grabar
más hondo en su corazón?, y, por otra parte, ¡ay!, ¿existe una lección, un
ejemplo, que sea más completamente desconocido u olvidado por el hombre? Todo
el drama humano gira en torno al Eritis sicut dei, seréis como dioses
del Génesis. Esta fue siempre, y sigue siendo, la mayor tentación del
hombre, una tentación casi invencible, y que incluso parece, ¡ay!, tanto más
difícil de vencer cuanto, por otra parte, en un plano puramente humano, más
alto se sitúa el hombre en la escala de nuestros valores. Y, sin embargo, el
ejemplo le viene aquí del único hombre que es verdaderamente Dios. “Como una
prenda codiciable”: ¡oh maravilla de esta expresión que, sin duda Dios
mismo inspiró a san Pablo, y que, aquí, no se aplica menos a ese otro drama
humano que siempre me impresiona tanto!: el drama de la usurpación, de
esa necesidad, tan fuerte en el hombre, de querer siempre, y en los dominios
más sagrados, apoderarse indebidamente. En este sentido, las palabras de san
Pablo han sido cumplidas literalmente en nuestros días por la santidad, cuyo
aspecto mismo consiste en el rehusamiento de toda “prenda codiciable”, el
rehusamiento de toda usurpación. Señor, haz que yo siempre doble la rodilla,
que jamás olvide que tu nombre está por encima de todo nombre.
Charles du Bos
[1] Es una meditación de un texto de la epístola de san
Pablo a los filipeses (2, 6-11) en la que, refiriéndose a Cristo, dice; “El
cual, siendo de condición divina, no consideró como prenda codiciable el ser
igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de
esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre se
humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,
para que ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, tanto el los cielos,
como en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es
Señor, para gloria de Dios Padre”. Este doblar la rodilla ante Dios hecho
hombre, revelado desde su creación a los ángeles, fue lo que hizo que algunos
de ellos, con Luzbel a su cabeza, dijesen: “non serviam”, “no serviré”,
convirtiéndose de esta forma en demonios. Por eso es justo y necesario para esa pobre criatura que somos los hombres
decir, “serviam”, “serviré” y doblar la rodilla ante el Hombre-Dios.
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