En
la carta abierta al Papa Francisco que publiqué en este blog el 22 de
Diciembre, decía: “Si uno toma tranchas de tiempo de 50 en 50 años, por decir
un intervalo, creo que el mundo va a mejor en casi todos los aspectos”.
Pretendo ahora justificar esta creencia con una visión empírica del mundo.
Soy optimista
respecto a la marcha del mundo. Pero no soy un optimista ideológico. Soy un
optimista empírico. Mi optimismo parte de la observación de la realidad.
Tampoco soy un optimista ciego. Veo grandes peligros en el futuro, tal vez
mayores de los que haya habido nunca, potencialmente catastróficos. Pero, por
otro lado, la humanidad tiene también más medios que nunca para combatir estos
riesgos. En las siguientes líneas intentaré, por un lado, describir por qué mi
observación de la realidad me lleva al optimismo, contra la corriente de
pesimismo imperante y, por el otro, comentar los peligros catastróficos que veo
que, en cambio parecen pasar desapercibidos para la inmensa mayoría.
Cuando miro el
mundo, veo muchas cosas que no me gustan. ¿Qué es lo que no me gusta? Sin
pretender ser exhaustivo ni seguir un orden de mayor a menor disgusto, diría
que no me gusta la pobreza, no me gusta la desigualdad, no me gusta la
discriminación de la mujer, no me gusta el racismo, no me gusta la falta de
acceso a la educación o a la sanidad, no me gustan la guerra y la violencia, no
me gusta el aborto, no me gusta la corrupción, no me gusta el trabajo esclavo y
podría seguir con una larga lista de cosas que no me gustan, es más, que me
duelen, y que existen en el mundo. Pero si comparo el presente con cualquier
otra época de la historia, veo que, prácticamente en todos los aspectos, el
mundo ha mejorado. Esto no me lleva al conformismo. Ser optimista no es ser
conformista. Queda mucho por hacer para erradicar esas cosas que no me gustan.
Pero no es lo mismo actuar desde el optimismo empírico y la mirada positiva que
desde el pesimismo y la desesperanza. Desde la primera postura se trabaja mucho
mejor y se aplican los medios adecuados porque el diagnóstico es el adecuado.
Desde la segunda, se trabaja desde el hastío y es fácil usar medios erróneos,
porque se parte de un diagnóstico erróneo.
El diagnóstico
erróneo que lleva al pesimismo y a la desesperanza nace, a mi modo de ver, de
la falta de perspectiva histórica, de la miopía histórica, si se me permite
usar el término sin el más mínimo carácter peyorativo. Parte de dar más peso a
lo que no gusta que a su evolución positiva en el tiempo. Parte de una visión
estática que sólo mira el presente o el pasado inmediato. Para combatir esta
falta de perspectiva, propongo el experimento mental de las tranchas de 50
años.
Consiste en
mirar el mundo hacia el pasado en tranchas de 50 años. He elegido ese periodo
de tiempo primero porque es fácil de calcular y, segundo, porque mi visión
desde los 62 años que tengo, me permite establecer comparaciones personales
sobre la primera trancha. Mi visión de la evolución del mundo en esa primera
trancha que he vivido es radicalmente positiva. Que cada uno piense, en la
medida que lo conoce, a qué época del pasado se trasladaría para instalarse. No
para pasar un rato curioseando desde la barrera, no. Para quedarse y estar en
la arena. Y quedarse sin pertenecer a una casta privilegiada de la época, sino
para ser un individuo del montón, uno más. Creo que nadie en su sano juicio que
haga el experimento con honestidad se trasladaría a ninguna época pasada. Y si
algún insensato lo hiciese, creo que pediría a gritos que le trajeran de vuelta
a la casa del presente de la que nunca debió salir. Este experimento es lo
contrario de la comparación psicológica que normalmente se hace y que consiste
en comparar las cosas que no nos gustan ahora con un pasado idealizado, con un
futuro inexistente o con un presente utópico.
Tomemos las
cosas que no me gustan:
A)
La
pobreza y la desigualdad. De los estudios de la OCDE y del Banco mundial a los
que se puede acceder en los links de más abajo se extrae que hacia el 2030,
cerca de 5.000 millones de personas –casi dos tercios de la población global–
podrían ser clase media. O que aunque 1.200 millones de personas todavía viven
con menos de 1,25$ diarios en 2010, se ha producido un descenso de 100 millones
desde el 2008 . O que el porcentaje de personas en extrema pobreza cae al 20,6%
(2010), menos de la mitad que en 1990, que eran el 43,1%”
En
los años 60 del siglo pasado, morían por causas relacionadas con la pobreza,
unos veinte millones de niños al año. En el 2011 esta cifra era de poco más de
ocho millones. Teniendo en cuenta que la población mundial casi se ha duplicado
en este lapso de tiempo, el porcentaje de esas muertes sobre la población
mundial se ha dividido por cinco en la última trancha de 50 años.
Por
supuesto, me duelen esos 8 millones de niños que mueren por pobreza y los 1.200 millones de personas que en 2010 aún vivían con
menos de 1,25$ al día (que hoy en 2013 pueden ser 150 millones menos) y que el
porcentaje de extrema pobreza sea aún del 20,6%, pero debemos reconocer que la
tendencia es positiva y que el hecho de que dentro de 17 años dos tercios de la
población mundial sea clase media es una buena expectativa. Pero, parece que no
es sólo a mí al que le duelen la pobreza y la desigualdad, porque nunca, en la
historia de la humanidad ha habido más ONG’s, fundaciones, organizaciones sin
ánimo de lucro, etc., destinadas a paliar esa lacra y sustentadas por donativos
de millones de personas y nunca, tampoco, la gente ha destinado tanto dinero de
su bolsillo para ello. Pero esto, a su vez, ha sido posible porque mucha gente
puede ver la vida desde una cierta holgura económica, que hace 50 o 100 años no
tenía.
B) La
discriminación de la mujer. No creo que pueda caberle a nadie duda de que la
situación de la mujer en el mundo desarrollado es ahora mucho mejor que hace
cincuenta años. Ciertamente, hay aspectos de ese avance que no me gustan, pero
el progreso es absolutamente evidente. Podría, no obstante, pensarse que ese
avance se ha limitado únicamente a los países desarrollados, pero que no pasa
lo mismo en el resto del mundo. Pero en el estudio del Banco Mundial antes
citado se lee que puede ver que en 1990, el porcentaje de niñas escolarizadas
en enseñanza primaria en los países en vías de desarrollo era sólo el 86% del
de niños. En 2011, es el 97%”. Es decir, que en enseñanza primaria, se ha
logrado prácticamente la paridad entre niños y niñas en los países en vías de
desarrollo. Por supuesto que no basta que sea así sólo en la enseñanza primaria
y que estoy seguro, aunque no tengo datos, de que no ocurre lo mismo en la
enseñanza secundaria y en la universitaria, pero la tendencia está clara.
C) El
racismo. Tendríamos que estar ciegos para no ver el retroceso del racismo en el
mundo blanco. La sangre de personas como Martin Luther King o la grandeza de
otras como Nelson Mandela, han puesto en claro retroceso al racismo. Tengo en
la retina imágenes de razias contra negros llevadas a cabo por el Ku Kux Klan y
recuerdo cuando en los estados del sur de EEUU los negros no podían ir a las
mismas escuelas que los blancos. En temas mucho más triviales, recuerdo una
olimpiada en la que los atletas negros americanos formaban un movimiento, los
Black Panters, y cómo, cuando subían al podio, alzaban su puño en el que
llevaban un guante negro. También me acuerdo de cuando a Laurie Cunninham, el
primer jugador negro del Real Madrid, le llamaban negro despectivamente desde
las gradas. Ahora los ídolos populares de la NBA son negros en su mayoría y en
el Madrid se aplaudía hace poco a Clarence Seedorf de piel azul oscura y se
aplaude hoy a Marcelo, color café con leche. Otro mundo.
D) La
falta de acceso a la educación y la sanidad. Ya hemos visto que las mujeres se
van equiparando poco a poco a los hombres en educación en los países en vías de
desarrollo. Pero, además, el número de personas que acceden en el mundo a la
educación terciaria (universitaria), según el Instituto de Estadística de la
UNESCO, creció de 70 millones en 1991 a 130 millones en 2004. Si bien esto
supone sólo el 2% de la población mundial, el progreso es evidente. Si hablamos
de acceso a la salud y tomamos como un botón de muestra los datos que da la División de Población de acciones Naciones
Unidas en su World population prospects de 2008 vemos que mientras que en los
países desarrollados la mortandad infantil bajó de 60 a 2 niños muertos antes
del año por cada 1000 entre 1950 y 2008, en el resto del mundo lo hizo desde
175 hasta 50. Por supuesto, esto no me deja satisfecho, pero hay que reconocer
que el progreso es espectacular. Creo que el acceso a internet es un indicador
de la evolución de la oportunidad de acceso a información, formación e
innovación. Pues bien, EEUU, que es el país con mayor porcentaje de la
población con acceso a internet, sólo está en 10º lugar, detrás de China, India,
Indonesia, Irán, Rusia, Nigeria, Filipinas, Turquía y México en porcentaje de
personas con nuevo acceso. Es decir, el gap se achica.
E) La
guerra y la violencia. Si afirmase que el siglo XX, con sus dos terribles
guerras mundiales, amén de los cientos de guerras locales que la humanidad ha
padecido en él, ha sido el siglo más pacífico de la historia, podría parecer
un loco. Y sin embargo, parece ser así.
Datos arqueológicos disponibles
indican que el 15% de los humanos prehistóricos de las sociedades de cazadores-recolectores
murieron de muerte violenta. En el siglo XX hemos vivido tres generaciones que, en conjunto,
superamos los 10.000 millones de personas.
Si le
aplicásemos ese 15% a este número de personas, deberían haber muerto de muerte
violenta 1.500 millones de seres humanos para
igualar el salvajismo de nuestros antepasados prehistóricos. En las sociedades preestatales esta tasa fue aún mayor. Sin
embargo, a partir de la aparición de las primeras sociedades estatales, estos porcentajes bajaron drásticamente. La sociedad estatal más violenta parece haber sido la azteca mexicana, en la que los muertos
de muerte violenta no superaban el 5%. En Europa, en los periodos más violentos
del siglo XVII esta tasa rondó el 3%[1]. Si
entre las dos guerras mundiales más todas las locales suponemos, a ojo y por
exceso, 100 millones de muertes violentas[2],
la tasa, sobre 10.000 millones de personas, sería del 1%.
Pero me
voy a permitir dos comparaciones mías personales y empíricas, referidas a los
últimos decenios y que pueden parecer triviales e insignificantes, pero que
creo que no lo son. Recuerdo perfectamente cuando ser cajero o director de una
oficina bancaria era una profesión de alto riesgo. A un amigo mío, que era lo
segundo, en unos años le pusieron tres veces una pistola en la sien y las
oficinas bancarias parecían bunkers en los que los cajeros vivían encerrados.
Por otro lado, los estadios de fútbol eran jaulas en las que los espectadores
se agolpaban detrás de unas altísimas vallas de contención. Cuando voy al
fútbol ahora, me asombro al recordar a la turba intentando trepar por las
vallas para asaltar al árbitro o a los jugadores contrarios.
F) El aborto. El aborto me parece una de
los peores genocidios. Y las leyes que hacen del aborto un supuesto derecho me
parecen una aberración. Y es cierto que nuestra época es la única que ha visto
unas leyes así. Y en esto no puedo decir que vayamos a mejor. Sin embargo
siempre ha habido abortos y puede que en porcentajes mucho mayores que ahora,
sin que esto sea, ni mucho menos un consuelo ante la muerte de tantos inocentes.
Sin embargo, nunca ha habido tantos abortos de fetos en tan avanzada etapa de
gestación o de embriones como ahora. Pero si eso es así, no es porque la
conciencia ética sea ahora peor que antes, sino porque antes no se podían
obtener embriones y los abortos tenían un alto grado de riesgo, tanto mayor
cuanto más avanzada estaba la gestación. Quiero pensar que dentro de una o dos
tranchas de 50 años hacia el futuro, la humanidad, sabiendo con la inteligencia
y viendo con los ojos lo que hace cuando produce un aborto, se espantará del
genocidio que estamos perpetrando. Espero con toda el alma que así sea.
G) La
corrupción. Vivimos en España, y en el mundo en general, unos años en los que
cada día nos abruman casos de terrible corrupción. Y nos llevamos las manos a
la cabeza escandalizados. Y es verdad, es terrible. Pero lo que estamos viendo
es la afloración, por una sociedad cada vez más transparente, de corrupciones
que han existido siempre y, me atrevería a asegurar que en mayores
proporciones. Así visto, esta proliferación de noticias, es una buena noticia.
Porque el primer paso para que desaparezca la corrupción es que todos los casos
salgan a la luz en vez mantenerse en la oscuridad. El “ojos que no ven, corazón
que no siente”, es una mala receta contra la corrupción. Vemos, sentimos y nos
duele, pero ese es el camino para su cura. En los países en los que no hay
democracia ni transparencia ni libertad informativa, la corrupción alcanza
cotas inmensamente mayores. Cierto que a menudo los periodistas caen en
demagogia barata. Pero es un coste admisible, aunque, al menos yo, lo paguemos
con un gesto torcido.
H) El
trabajo esclavo. El trabajo esclavo ha sido norma durante toda la historia de
la humanidad y sólo desde hace poco más de 150 años –tres tranchas de 50
años– ha sido abolido en el mundo
occidental. Por supuesto, sigue siendo una realidad en una gran parte del
mundo. Pero no me cabe duda de que está en retroceso y de que en unas pocas
tranchas más, con la retirada paulatina de la pobreza, el aumento de la
educación y la disminución de la discriminación a la mujer –víctima a menudo de
esclavitud sexual– irá retrocediendo hasta desaparecer. Algunas empresas
occidentales –muchas menos de las que el imaginario popular quiere creer–
utilizan mano de obra en condiciones cercanas a la esclavitud en determinados
países en vías de desarrollo, pero la sociedad está desarrollando tal rechazo
frente a esas prácticas que es muy dudoso que puedan durar mucho. En cualquier
caso, la peor práctica de la peor empresa occidental en esos países es
infinitamente mejor que la que realizan las empresas autóctonas. Desde luego
que esto no es un consuelo, pero es la verdad. En cualquier caso, a medida que
se produzca ese desarrollo de la clase media y ese retroceso de la pobreza
extrema de las que he hablado antes, semejantes prácticas tenderán a la
desaparición.
Hasta aquí mi
optimismo empírico. Pero antes de cerrar la referencia a este optimismo quiero decir que éste no me
lleva a la tranquilidad de pensar que nos basta con dejar pasar el tiempo para
ver cómo se van arreglando estas lacras. Nada de eso. Estas lacras son tan
terribles que debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para pisar el
acelerador de la historia y que su desaparición o paliación sean lo más rápidas
posible. Pero, ¡ojo!, no vaya a ocurrir que por un mal diagnóstico apliquemos
medidas que gripen el motor de la historia en vez de acelerarlo. Lo que ha
hecho posible estos avances, su motor, ha sido, siempre, la economía de libre
mercado, que es casi tan antigua como la humanidad y, desde hace 150 años, el
capitalismo, que es la forma que toma la economía de libre mercado tras la
revolución industrial. Ambos, dentro de la matriz de la cultura cristiana. Si
se toman medidas contra estos motores o contra su matriz, el proceso se puede
detener e incluso revertirse.
Paso ahora a
describir, sin ánimo de ser exhaustivo, los peligros que acechan a este
proceso. Son varios y de diversa índole. Unos atentan directamente contra esos
motores de creación de riqueza y contra esa matriz de cristianismo. Otros nacen
de dos efectos colaterales negativos del capitalismo-libre mercado.
Empiezo por los
ataques a los motores y la matriz. Contra los tres se están levantando, desde
hace varias tranchas, movimientos que intentan anularlos o condicionarlos. Con
la excusa de hacer que el motor del capitalismo-libre mercado funcione mejor, se
están haciendo cosas que pueden bajar su rendimiento. Y, a veces, hasta es
necesario hacerlas. Una prudente y sensata política fiscal para la
redistribución de la renta y la protección de los más débiles y vulnerables es
deseable, conveniente y necesaria. Se trata de un sensato trade off entre
eficiencia del sistema y anticipación de resultados de disminución de las
diferencias. El mecanismo es suficientemente resistente como para soportar un
sensato trade off entre esas dos cosas. Pero ocurre que a veces, la demagogia
degenera en populismo y el populismo opta por llevar ese trade off a un claro
desequilibrio y hace peor el remedio que la enfermedad. Peor aún, el populismo
acaba por negar la bondad de la maquinaria y pretende sustituirla por engendros
que sólo generan pobreza y miseria. A veces, esa corriente se produce, no por
la demagogia, sino por una especie de buenismo desinformado y hasta manipulado
que acaba en el mismo efecto. A veces –y esto me duele especialmente–, ese
buenismo nace de las filas de cierto cristianismo desorientado. El marxismo,
que ha sido derrotado en toda la línea en su vertiente real, sigue muy vivo
creando confusión en muchas mentes de buena voluntad que afirman rechazarlo.
Por el lado de
la matriz del cristianismo no hace falta que diga nada de cómo se la está
atacando en los países en los que surgió. Esos países gozan, aún sin saberlo,
de una cultura que está impregnada de los valores del cristianismo. Y, a pesar
de los ataques a la religión que los hizo nacer, esos principios siguen siendo
el alma de su civilización. Pero es un proceso peligroso, porque si se eliminan
las columnas en las que se sustentan esos valores, el edificio acabará por
derrumbarse. En otra cosa que escribí hace años mostraba cómo sólo en esta
matriz pudieron nacer la ciencia, base de la tecnología, y el capitalismo. Pero
el capitalismo sin esos valores puede ser como un afilado cuchillo de cocina
manejado por un asesino. De hecho esos valores tienen un reto importante y
difícil de conseguir, a saber: Conseguir que el capitalismo trasplantado a
otras culturas no sea un capitalismo inhumano. Y eso sólo se consigue
trasplantando también los valores cristianos a esas otras culturas. Pero si
mantener sin cristianismo los valores cristianos en una civilización nacida de
él, es algo muy difícil, trasplantarlos a otras culturas sin su base de
cristianismo, se me antoja punto menos que imposible. Por eso es vital la
evangelización, tanto hacia dentro de la civilización occidental como hacia
fuera.
Entre los ataques
a esa matriz no quiero dejar de citar uno de enorme incorrección política. Se
trata de las consecuencias que han traído al mundo las distintas formas de
contracepción. No voy a desarrollar este tema ahora porque su explicación es
larga y prolija, pero intentaré poner mis argumentos en negro sobre blanco y
publicarlos.
Por último,
describiré los peligros que nacen de los dos efectos colaterales indeseados del
capitalismo-libre mercado. El primero es el relajamiento de ilusiones, valores
y criterios morales, que produce la opulencia creada en los países
desarrollados por la extraordinaria eficiencia del sistema para crear riqueza.
Efectivamente, los hombres de la civilización occidental, en medio de una
sociedad rica, tendemos, por un lado, a creernos dueños absolutos de nuestros
destinos y, por el otro, a pensar que no es necesario el esfuerzo y el
sacrificio para mantener esa máquina funcionando. Y esto puede ser deletéreo.
Una de las manifestaciones de ese relajamiento, relacionado con lo que he
comentado en el párrafo anterior, es la disminución de la natalidad hasta el
punto de hacer sociedades de crecimiento negativo. Las consecuencias de esto
son múltiples y no es el propósito de estas líneas describirlos. Pero no es
difícil ver que el envejecimiento de la población y la inversión de la pirámide
de la población son peligros importantes. Alguien ha dado a este fenómeno el
acertado nombre de “invierno demográfico”, en clara referencia al “invierno
nuclear” que se produciría tras una hipotética guerra nuclear.
El segundo efecto
colateral es el deterioro del medio ambiente. En efecto, la industrialización,
más aún si, como es deseable, llega a extenderse a todos los países de la
tierra, es fuente de muchas causas de deterioro irrecuperable del medio ambiente.
Sería una tragedia terrible llegar a esquilmar este planeta hasta hacerlo
inhabitable para las generaciones futuras. Sin embargo, también soy optimista a
este respecto, aunque este optimismo no puede considerarse empírico sino, más
bien, teológico. La humanidad se ha visto siempre inmersa en ese tipo de
problemas. Cualquier solución dada a un problema es la causa de nuevos
problemas, inexistentes anteriormente, y que, a su vez, hay que resolver. Lo
expresa magníficamente Walt Whitman: “Está en la naturaleza de las cosas que de todo fruto del éxito,
cualquiera que sea, surgirá algo para hacer necesaria una lucha mayor”. Esta es
también la idea central de la filosofía de la historia desarrollada por Arnold
J. Toynbee. Él llama incitación a todo reto que una civilización se plantea. El
éxito o derrumbe de esa civilización estriba en saber encontrar una respuesta
para esa incitación, pero, tan pronto como la encuentra, esa misma respuesta,
inicia una nueva incitación a la que la civilización debe responder, y así
indefinidamente. El fallo para dar una respuesta puede llevar –y la historia
así lo atestigua– al colapso de una civilización. Digo que soy optimista teológico
porque creo que Dios, Señor de la Historia y creador del hombre, ha dotado al
ser humano de una inteligencia y de una conciencia capaces de hallar esas
respuestas de una forma u otra. Algunas incitaciones son eterealizadas –en la
terminología de Toynbee– mientras que otras son más materiales. A las primeras,
entre las que está ese relajamiento moral del que he hablado, hay que dar una
respuesta también eterealizada, ética y espiritual. A las materiales, como el
problema medioambiental, una respuesta material. Y esa respuesta material se
llama tecnología. Sin los avances tecnológicos, hace mucho que la agorera
predicción de Malthus se hubiese hecho realidad. Pero, afortunadamente, la inteligencia
del hombre, dada por Dios, es capaz de encontrar las respuestas adecuadas,
eterealizadas o tecnológicas, a cualquier incitación. Al menos, en ello quiero
confiar.
[1] Estos datos están sacados del
libro “Los ángeles que llevamos dentro” de Steven
Pinker, catedrático de psicología de la Universidad de Harvard. El libro dedica unas seiscientas
de sus de más de mil páginas
a abrumarnos con estadísticas que defienden la tesis expuesta más arriba.
Aunque estoy en profundo desacuerdo con el autor en algunas de las causas de
este descenso de la violencia, me parece que los datos que expone son
incontrovertibles.
[2] Puede que en esta escalofriante
cifra quepan también los genocidios causados por las dictaduras soviética, Nazi
y China, pero eso es otra historia.
Me has recordado de golpe a Max Weber, y por eso me ha incitado raudo a contestar.
ResponderEliminarEl precapitalismo era quizá la bandera del catolicismo, el trabajo doméstico, los oficios, los gremios, se entendía el trabajo para cubrir las necesidades de la vida y un poco más, sin la voracidad de acumular capital. Esto evolucionó hacia el capitalismo, idea mucho más protestante, perfeccionada por Calvino, que es cuando ya se decide trabajar para enriquecerse -con aplicación de nuevos métodos-; O sea, el enriquecerse, se convierte en profesión, y por ende, los demás, a la larga, están obligados a hacer lo mismo (acumular) dentro de sus posibilidades.
Para mi, es importante por tanto, distinguir en este aspecto, catolicismo de protestantismo. Claro que el marxismo es aún peor, sostiene los mismos niveles de corrupción del capitalismo, y encima aliena al trabajador, persigue a la religión y anula cualquier clase de libertad.
Echo en falta en las estadísticas que se citan de la evolución social de la religiosidad, porque desde que se sucumbió a las tentaciones del capitalismo, se ha ido dejando la religión.
La "veneración" al trabajo por el mero hecho de ganar dinero, sentaron las bases del actual hombre moderno, cómodo y ateo en la práctica. Como mucho la mayoría católica silenciosa, se queda en el cumplimiento de la "norma" como los judíos que criticaba Jesús.
Hemos perdido en lo importante.
Abrazos
Juan
Hola Juan, soy Tomás:
ResponderEliminarTu visión utópica del sistema gremial me parece que tiene sólo una base romántica totalmente falsa. Ese sistema suponía una restricción de la libertad de emprender. Creaba cotos cerrados para privilegiados. Sigue latente en lo que se podría llamar hoy día el capitalismo de compinches, que es el que hay en los países populistas. Su perpetuación, por otra parte imposible por la dinámica de la historia, no hubiese traído más que hambre, miseria y, por supuesto, más corrupción. En cuanto al descenso de la religión, creo que debes releer la segunda parte de la entrada, la de los riesgos catastróficos. No obstante, el capitalismo no es la causa directa de esta retroceso de la religión. La causa es el bienestar. Pero no se puede desear que haya miseria para que haya religiosidad. Es una aberración. Si el bienestar conlleva un descenso de la religiosidad, es algo que debemos superar por arriba, no dando marcha atrás al bienestar. Sería como aplicar el principio de "muerto el perro, se acabó la rabia".
Un abrazo, querido Juan.
Tomás
Querido Juan:
ResponderEliminarNo puedo dejar de enviarte q través de este comentario un párrafo de Henri Bergson en su obra “Las dos fuentes de la moral y de la religión”, cuando habla del misticismo cristiano:
“El hombre debe ganar el pan con el sudor de su frente: [...]; su inteligencia, precisamente, está hecha para proporcionarle armas y útiles para esta lucha y este trabajo. ¿Cómo, en estas condiciones, la humanidad habría de volver hacia el cielo una atención esencialmente dirigida hacia la tierra? Si tal cosa es posible, sólo lo será en virtud del empleo simultáneo o sucesivo de dos métodos muy distintos. El primero consistirá en intensificar hasta tal punto el trabajo intelectual, en llevar la inteligencia tan lejos [...], que el simple instrumento dé paso a un inmenso sistema de maquinas capaz de liberar la actividad humana, siendo esta liberación, por otra parte, consolidada por una organización política y social que asegure al maquinismo su verdadero destino. Medio éste peligroso, porque la mecánica, al desarrollarse, podrá volverse contra la mística: incluso es de este modo, como aparente reacción contra ésta, como la mecánica se desarrollará más completamente. Pero existen riesgos que hay que correr: una actividad de orden superior, que tiene necesidad de una actividad más baja, deberá suscitarla o, en todo caso, dejarla actuar, dispuesta a defenderse si es preciso; la experiencia muestra que, si de dos tendencias contrarias pero complementarias, una ha crecido hasta el punto de pretender ocupar todo el espacio, la otra se encontrara bien situada por poco que haya sabido conservarse: al llegar su turno, se beneficiará de todo lo que se ha hecho sin ella, de lo que incluso no ha sido llevado vigorosamente más que contra ella [...]”.
Un abrazo.
Tomás
Tomas:
ResponderEliminarPor supuesto mi admiración hacia Bergson, uno siempre está aprendiendo de los que tienen algo que enseñar.
Me resulta muy interesante a propósito lo que dice Weber, en "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", creo que hay muchas cosas en su sociología que deberíamos tener en cuenta.
Por contra, estaba hoy precisamente echando un vistazo en google book, al libro de Contreras "Liberalismo, Catolicismo y ley Natural" que coincide más con tu tesis, por lo que he podido leer por encima.
No niego que sea lo menos malo, (el capitalismo) pero que ya no me satisface.
Aunque tarde, me he dado cuenta que se ha ido "arrinconando" la Palabra, por el tener, por el dinero y eso ha operado en mi una "metanoia" que estoy digiriendo personalmente con cierto regocijo, pero apesadumbrado por no haberme dado cuenta antes y haber caído, por no querer salir precisamente de la zona de confort, en las redes de este sistema perverso, que tanto defendía, del cual ahora es complicado salir.
Abrazos
Juan
Hola!
ResponderEliminargenial entrada.
Quería recomendarte un libro, que al ser escrito por gente de mi área (la informática), es poco conocido, pero que toca temas que mencionas, y que se mencionaron en los comentarios anteriores.
El libro, 'The Hacker Ethic: A radical approach to the philosophy of business' (encontre esta versión en PDF, en español: http://eprints.rclis.org/12851/1/pekka.pdf ) de Pekka Himanen, con prologo de Linus Torvalds.
Toca temas como la cuestion de la etica protestante del trabajo que se vive actualmente en la sociedad, y la tendencia a una etica diferente abanderada por los llamados Hackers (que no son, ni mucho menos, los criminales esos que irrumpen en sistemas informaticos o causan que las paginas web de sitios con los que polemizan se caigan, un hacker es otra cosa, y el libro mismo lo explica en su prefacio).
Echale una mirada! me encantaría comentar contigo tus impresiones de esto... tienes mi correo? Alguna vez me enviaste algo, quizá lo tengas aún...