Es terrible leer
cada mañana –o, peor aún, ver en televisión las imágenes– sobre los niños
muertos por los bombardeos israelíes en la franja de Gaza, la brutal
estadística de los muertos de cada bando, con la proporción de más de 20 a 1 “a
favor” de los palestinos, la mayoría de los muertos de éstos civiles mientras
que por el lado israelí sólo ha habido tres muertos civiles. Hace poco, el
pasado Domingo de Resurrección, el Papa Francisco, el Presidente de la
Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás y el entonces Presidente de Israel,
Simón Peres, se reunían en el Vaticano para rezar por la paz. Uno puede tener
la tentación de pensar que no fue sino un gesto inútil. Pero eso es jugar a ser
Dios. Cuándo Dios nos bendiga con la paz es algo que sólo Él sabe y nosotros no
podemos retorcerle el brazo para que lo haga ya. Dios tiene sus planes, que
están más allá de nuestro alcance. “Sus caminos no son nuestros caminos”. Por
eso, no creo que el desánimo sea la respuesta. Yo creo fervientemente en el
poder de la oración acumulada. Habrá que seguir rezando. Pero Dios actúa casi
siempre a través de seres humanos, dándoles luz y fuerza para actuar. Hay gente
en el mundo –diplomáticos, mandatarios de Estados de derecho, dirigentes árabes
e israelíes, etc.– que pueden buscar soluciones de paz, pero yo no soy uno de
ellos. Pero sí puedo rezar para que Dios ilumine sus mentes. Y para eso, al
menos yo, necesito entender un poco el problema por el que rezo. Por eso, en
las siguientes líneas voy a intentar desenredar la madeja de este conflicto
árabe israelí. Lo he hecho, con bastante esfuerzo, para mí mismo, pero por si
puede servir a alguien más, ahí va. Tal vez alguno tenga ya claro en la cabeza
el terrible mapa por el que el conflicto ha llegado a donde ha llegado. Para
estos, estas líneas serán inútiles. Tal vez alguno no necesite para rezar
entender por lo que reza. Enhorabuena, esa es la oración más sencilla y,
probablemente, la mejor. Que ni se le ocurra leer estas líneas. Pero para quien
no tenga claro el mapa y necesite entender aquello por lo que reza, estas
líneas serán una buena ayuda. Para ellos y para mí la he escrito. No es mi
propósito señalar buenos y malos en esta historia, porque la oración debe ser
igual para los dos bandos, así como por todas las potencias que puedan ayudar a
solucionar el conflicto.
El problema se remonta,
de una forma directa, más allá de la creación del Estado de Israel en 1948.
Aunque la historia del conflicto empiece en 1880, por poner una fecha al inicio
de la inmigración judía a Palestina, conviene remontarse más allá en la
historia para desterrar algunos mitos. Así pues, ahí va el relato. Espero que a
alguien sirva para rezar mejor. A mí me sirve.
Empiezo por
decir que nunca, en toda la historia, ha habido nada que se pueda parecer a un
Estado árabe palestino. La historia de Palestina empieza en los cananeos y
otros pueblos primigenios de la zona. La Biblia nos dice que hacia el siglo XIX
a. de C. vivieron allí, de prestado, los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob,
pero que emigraron a Egipto, para volver hacia el 1200 a. C. como un pueblo
numeroso, el pueblo hebreo, que conquistó esa tierra. Luego fue conquistada
primero parcialmente por los asirios (722 a.C.) y luego, totalmente, por los
caldeos (587 a.C.). Pasó más tarde, también por conquista, a los persas (539 a.C.)
a los que, a su vez se la arrebataron los griegos macedonios bajo Alejandro
Magno (330 a.C.). A la muerte de éste (323 a.C.), dos de sus generales en pugna
asumieron el control de dos partes de su imperio. Los Seléucidas en Siria y
Mesopotamia y los Ptolomeos en Egipto. Palestina fue frontera entre ambos y fue
conquistada una y otra vez por cada uno de ellos. La rebelión de los Macabeos volvió
a hacer que estuviese bajo el poder de los judíos (162 a.C.) hasta que las
terribles luchas entre distintas facciones de ellos hicieron que unos pidiesen
ayuda a los romanos, que los ayudaron quedándose con el territorio (66 a.C.). Éstos
destruyen Jerusalén en dos ocasiones, la primera bajo el emperador Tito (70) y la
segunda bajo Adriano (130). Éste emperador construye encima de las ruinas de
Jerusalén una nueva ciudad Elia Capitolina y expulsa a todos los judíos de
Judea, quedando sólo pequeños grupos en Galilea. Jerusalén hubiese salido de la
historia si no fuese porque el Emperador Constantino le restituyó el nombre
(312). Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (476), la tierra pasó a
pertenecer al Imperio Bizantino, hasta que los árabes musulmanes la
conquistaron en el año 638). Como Adriano había destruido el Templo, éstos se
encuentran vacía la explanada del templo de Jerusalén y construyen en ella la
mezquita de la Roca o de Omar (691) y más tarde, la de Al Aqsa (710).
Pero nada puede
entenderse si no se dice que, según afirmaba Mahoma, estando un día dormido
(617), en pleno Ramadán, en una cueva cercana a La Meca, le vino a buscar el Arcángel Gabriel y, en un extraño equino
alado con cara de mujer, cuerpo de caballo y cola de pavo real, llamado Borak,
fue transportado de la Meca a Jerusalén y, luego, desde la roca en donde hoy se
alza la mezquita con ese nombre, a través de los siete cielos, hasta el trono
de Dios, que le reveló el Corán. Es esto lo que hace de Jerusalén una ciudad
sagrada para el Islam. Pero volvamos a la historia.
En el año 1072,
los turcos selyucidas (no confundir con los Seléucidas, uno de los trozos del disgregado
imperio de Alejandro Magno), pueblo no árabe convertido al Islam, conquista Palestina
y Jerusalén. Desde entonces, hasta el final de la Primera Guerra Mundial (1918),
Palestina fue parte del Imperio Turco y a partir de entonces, fue un
protectorado británico. Así pues, creo que una ausencia casi total de más de
1700 años de los judíos, 1500 años sin que tengan un Estado independiente y la
inexistencia de nada que pueda parecerse a un Estado palestino árabe hace que
se puedan desterrar motivos y mitos históricos para dar la razón a unos u
otros.
Hacia el año
1880 empiezan las primeras inmigraciones importantes de judíos a Palestina. La
mayor parte de los judíos que llegaban, lo hacían huyendo de pogroms y persecuciones,
principalmente de Rusia. El ritmo de la inmigración fue aumentando
paulatinamente. Los judíos que llegaban compraban tierras incultas a los
pueblos nómadas que estaban allí, a unos precios que a éstos les parecían
alucinantes, por lo que había tortas para vendérselos. Se calcula que hacia
1915 había en Palestina unos 87.000 judíos frente a 590.000 no judíos. Esto fue
el desencadenante de que en 1917, primero Francia y después Gran Bretaña
firmasen sendas declaraciones (Declaración Cambon y declaración Balfour,
respectivamente) en la que se empezaba a hablar de un vago “hogar nacional
judío”. En 1921, los británicos, bajo cuyo mandato había quedado Palestina,
liberaron a Amín al-Husayni, un palestino nacido en Jerusalén que había luchado
contra las tropas británicas. Y no sólo le liberaron, sino que le nombraron
Gran Muftí de Jerusalén y fue elegido después Presidente del Consejo Supremo
Musulmán. Husayni era profundamente antisemita y totalmente contrario a la creciente
presencia, aunque fuese pacífica, de judíos en Palestina. Bajo su mandato se
produjeron matanzas en masa entre los colonos judíos (1929 y 1936). Pero, como
todos los extremistas, odiaba especialmente a los palestinos moderados, a los
que asesinó sistemáticamente hasta que dejaron de existir, por muerte o miedo.
Los británicos le expulsaron de Palestina y se fue a Berlín, donde, a lo largo
de la Segunda Guerra Mundial, colaboró en impulsar la “solución final” del
“problema judío” y fue amigo personal de Hitler.
Los años de la
persecución nazi y la Segunda Guerra Mundial provocaron un flujo masivo de
judíos de toda Europa a Palestina. Se estima que al acabar la guerra había en
Palestina cerca de 600.000 judíos, por lo que no quedaba más remedio que
abordar el problema y concretar lo de “el hogar nacional judío” que se
establecía en la declaración Balfour. Pero ésta se había transformado en un
quebradero de cabeza para la política internacional del Reino Unido, bajo cuya
tutela estaba Palestina. Acabada la guerra, la ONU empezó a estudiar la
posibilidad de crear dos Estados, uno judío y otro musulmán, en Palestina. Esto
cristalizó en la propuesta para la creación de los dos Estados en 1948, con una
partición que es difícil imaginar peor hecha. Era como un tablero de ajedrez de 6 casillas (2x3) de las que cada estado tenía 3, unidas en diagonal de forma que había dos vértices de cruce en el que confluían los dos territorios para pasar de una parte de su Estado a otra. Jerusalén estaba en uno de los escaques palestinos, pero bajo el control de la ONU.
Como es natural,
los puntos de cruce de los territorios no podían ser sino focos de conflicto,
incluso para países bien avenidos. Imagínese en este polvorín. El territorio de
Israel, con una población de aproximadamente un tercio, suponía el 54% de la
superficie, pero más del 80% de su Estado estaba formado por el desierto del
Negueb.
Israel aceptó la
partición. Se ha especulado mucho si esa aceptación era de buena fe o se hizo
pensando en conquistar más adelante todo o parte del territorio del Estado
Palestino. Son sólo especulaciones. Nadie sabe lo que hubiese pasado si los palestinos
y sus aliados árabes hubiesen aceptado pacíficamente la partición. Pero el
hecho es que los países árabes y los palestinos se negaron en redondo a
semejante solución. Los palestinos estaban convencidos de que el mismo día en
que saliese el último soldado británico de Palestina, ellos mismos, ayudados
por Egipto, Siria, Jordania, Líbano y otros Estados árabes, arrojarían al mar a
los judíos. Y los británicos hicieron todo lo posible para que esto fuese así,
intentando prohibir la inmigración de judíos y evitar que éstos se armasen. Debían
pensar que, salvada la cara con la creación de los dos Estados, si el Estado
judío desaparecía, “muerto el perro, se acabó la rabia”. Esto, junto con las
matanzas de 1929, hizo que apareciesen movimientos terroristas judíos como el
Irgún y Stern, autores de numerosos atentados entre el que está la voladura del
Hotel King David en 1946 causando 92 muertos. Hay que decir que la Haganá, lo
que sería después el embrión del ejército israelí, siempre se opuso a la
barbarie del Irgún y de Stern.
Efectivamente, al
dejar Gran Bretaña la zona, se inició una guerra en la que, de forma increíble,
acabó por ganar rotundamente el Estado Israelí contra los palestinos y todos
los Estados Árabes circundantes. También es pura especulación preguntarse qué
hubiera pasado si los árabes y palestinos hubiesen ganado esa guerra. Tras la victoria,
Israel se quedó con gran parte del territorio, incluida Jerusalén, menos la
franja de Gaza, que se la anexionó Egipto y toda la Cisjordania, que se la
anexionó Jordania. De aquí arranca el problema del exilio palestino, disperso
por muchos países islámicos y que, tras varias oleadas causadas en cada guerra,
asciende a unos cinco millones de personas. Pero hay que decir que el trato que
dispensaron los egipcios y jordanos –que aplicaron la regla de “a río revuelto
ganancia de pescadores”, quedándose con una parte del territorio del Estado
Palestino– y otros países árabes a los refugiados palestinos fue lamentable.
Muchos fueron confinados en campos de refugiados en Cisjordania y Gaza, en los
que aún hoy están la mayoría. Otros formaron milicias armadas que desafiaban a
los gobiernos de los países árabes donde estaban. Egipto, Jordania y Siria los
reprimieron y expulsaron de su territorio por lo que casi todos acabaron en el
Líbano, que no fue capaz de acabar con ellos. Desde allí hacían razias sobre
Galilea, al norte de Israel. Israel, por su parte, ofreció en 1952 la nacionalidad
israelí a los palestinos que se quedaron en su territorio. Actualmente los
palestinos con nacionalidad israelí son cerca de millón y medio y suponen casi
el 20% de los ciudadanos. Votan y tienen sus partidos políticos con
representación en el parlamento –si bien es cierto que están dispersos en una
pléyade de partidos que casi nunca han llegado a casi ningún acuerdo entre
ellos–. Salvo los de religión drusa, ni musulmanes ni cristianos pueden entrar
en el ejército y, ciertamente sus derechos civiles, bastante recortados en la
práctica, los hacen ciudadanos de segunda, pero ni uno sólo de ellos quiere
renunciar a la nacionalidad israelí.
En 1956, el
Egipto de Nasser cerró el estrecho de Tirán, que da acceso del mar Rojo al
golfo que Aqaba, cerrando así el acceso de barcos al puerto Israelí de Eilat, y
nacionalizó el canal de Suez, al tiempo que firmaba una alianza con Siria y
Jordania contra Israel. Esto provocó un ataque de Israel contra Egipto,
secundado por Francia y Reino Unido. En siete días, Israel conquistó la franja
de Gaza y la península del Sinaí y hubiese tomado el canal de Suez si no
hubiese sido porque la ONU, presionada por los EEUU, forzó un alto el fuego
para, poco después, pactar con Israel la retirada del Sinaí y la franja de
Gaza, a cambio de la apertura del estrecho de Tirán, la custodia por las
fuerzas de la ONU de la península del Sinaí y la administración del canal de
Suez por dicho organismo.
En 1967, otra
vez el Egipto de Nasser, tras expulsar de la península del Sinaí a las fuerzas
de la ONU, movilizó sus tropas en la frontera israelí y volvió a cerrar el
estrecho de Tirán. Esto provocó la respuesta fulminante de Israel en la guerra
conocida como Guerra de los Seis Días. En seis días, Israel conquistó la
península del Sinaí y la franja de Gaza a Egipto, la Cisjordania a Jordania y
los Altos del Golán a Siria. Y, por supuesto, toda Jerusalén. A partir de ese
momento, colonos israelíes fueron fundando asentamientos en los territorios
conquistados. Actualmente hay más de medio millón de colonos, la mayoría en
Cisjordania donde hay unos 125 asentamientos.
El 6 de Octubre
de 1973, festividad del Yom Kippur, día de ayuno en Israel, fuerzas conjuntas
de Egipto y Siria, ayudadas por tropas irakíes y jordanas inician una ofensiva
contra Israel. El Mossad, el servicio de inteligencia israelí, y el gobierno de
Israel sabían que se estaba preparando la ofensiva, pero para evitar ser
acusado de un ataque preventivo, como había sido el caso de 1956 y 1967,
prefirió correr el riesgo de dejarse atacar. En Egipto ya no estaba Nasser,
muerto en 1970, sino Anwar el Sadat, más moderado y pragmático que su
predecesor. Por tanto, creía que Egipto no se lanzaría y que Siria, sola, no se
atrevería. Por otro lado, subestimó la capacidad de estos países que, desde
1967 habían sido reforzados en su armamento por la Unión Soviética. Se equivocó.
El ataque tuvo lugar el día 6 de Octubre, como se ha dicho. Durante unos días
Israel estuvo contra las cuerdas. Siria Tomó los Altos del Golán y penetró en
Galilea y los egipcios atravesaron el canal de Suez y lanzaron una ofensiva
total sobre la península del Sinaí. Pero mientras Egipto avanzaba por el
colchón del Sinaí, Israel concentró sus fuerzas contra Siria y el día 11, tras
reconquistar los Altos del Golán, se había plantado a 40 Km de Damasco
amenazando con bombardearla. Entonces se concentró en el Sinaí y el día 14
había frenado el ataque masivo egipcio y empezó la contraofensiva. El 18, los
blindados Israelíes cruzaron el canal de Suez, internándose en territorio
egipcio. El 20, Leónidas Breznev y Richard Nixon presionan a Israel para que
pare el ataque e instan a la ONU a que exija, el día 21, el alto el fuego. Pero
Israel no hace caso y, pero Israel ni hace caso y embolsa a todo el Tercer
Ejército egipcio. La Unión Soviética, despliega ante las costas de Egipto su
flota del Mediterráneo amenazando con intervenir si Israel no para el ataque y
libera al Tercer Ejército. Los EEUU entran en alerta nuclear. El día 26, tras
una presión total de los EEUU Israel para la ofensiva. Está a 40 Km. de Damasco
y a 80 de El Cairo. Tras las negociaciones de paz, Israel re repliega a las
fronteras de 1967, devolviendo las conquistas en territorio Sirio y egipcio.
Años atrás Golda Meir había dicho que mientras los países árabes pueden
permitirse muchas derrotas, Israel no podía permitirse ninguna. Esta estuvo a
punto de ser la primera, última y definitiva derrota de Israel.
Anwar el Sadat,
hombre pragmático y moderado, había aprendido la lección de la guerra del Yom
Kippur. En 1978 tuvieron lugar las negociaciones de Camp David I auspiciadas
por el Presidente de los EEUU Jimmy Carter y aceptadas por Anwar el Sadat y
Menahem Beguin, antiguo dirigente del Irgún. Estas negociaciones fueron el
primer paso adelante en el proceso de paz. Egipto reconocía el Estado de Israel
que, a su vez, devolvía la península del Sinaí, desmantelando las colonias
instaladas en ella, y se establecía una hoja de ruta para el establecimiento de
una Autoridad Nacional Palestina sobre los territorios de Cisjordania y Gaza. Los
acuerdos fueron enormemente criticados por el mundo árabe y le costaron la vida
a Anwar el Sadat, que fue asesinado en 1981.
Las conferencias
de Madrid (1991) y Oslo (1993) fueron otros pasos positivos en el proceso.
Básicamente fueron pasos adelante en el establecimiento de la Autoridad Nacional
Palestina. El tratado de Oslo puso fin también a los seis años de la llamada
primera intifada[1].
Ya no eran negociaciones con Estados árabes, sino entre Israel, representado
por Isaac Rabin y la OLP, representada por el líder del partido Fatah, Yasser
Arafat. Fatah, que había nacido como una organización terrorista, pero en 1988
había rechazado formalmente el terrorismo y había reconocido el derecho a la
existencia del Estado de Israel fue aceptada por los judíos como interlocutora
en Camp David I. Probablemente estos acuerdos costaron la vida a Isaac Rabin,
asesinado en 1995, pero no sin antes haber firmado la paz con Jordania en 1994.
Siria nunca ha
firmado la paz con Israel. Ambos países sólo tienen la frontera de los Altos
del Golán, firme bastión israelí desde la guerra de los Seis Días. Por eso ha
canalizado la guerra con Israel instrumentalizando al Líbano, desde donde
también actuaban contra Israel una gran cantidad de palestinos exiliados y
constituidos en milicias armadas por Siria. La invasión del Líbano por Israel
para evitar estos ataques hizo que naciesen las milicias de Hezbolá, formadas
por libaneses pero auspiciadas por Irán y armadas hasta los dientes por este
país. Todo esto ha convertido al Líbano en un avispero de guerras internas
entre facciones internas de las que se sirven para sus intereses los sirios,
los israelíes, los iraníes y los palestinos.
Así las cosas,
llegamos al mes de Julio del año 2000 en el que tiene lugar la segunda
conferencia de Camp David, auspiciada esta vez por el Presidente de los EEUU,
Bill Clinton y con Yasser Arafat y Ehud Barak como representantes de la OLP e
Israel. Si en Camp David I, en Madrid y en Oslo se podía percibir un soplo de
vientos de paz, Camp David II dio al traste con estas esperanzas. Y, en mi
opinión la principal responsabilidad del fracaso fue de Yasser Arafat. Parece
que Arafat había aprendido la lección de los asesinatos de Sadat y Rabin por
los radicales de su propio bando y debió pensar que a él no le pasaría eso. Quería
pasar a la historia, como otro Nasser, como un líder aclamado por los árabes,
aunque eso fuese la ruina de su pueblo. Por eso se presentó en Camp David
dispuesto a no aceptar ninguna propuesta que le pudieran hacer y a no hacer él
tampoco ninguna. En estas condiciones, la conferencia duró tan sólo trece días,
del 11 al 24 de Julio de 2000. La delegación israelí, presionada por los EEUU
fue haciendo propuestas cada vez más favorables, intentando ablandar a Arafat.
Pero éste siempre las rechazó con desprecio e indignación. La última suponía la
aceptación de la eventual creación de un Estado palestino con la posesión total
de Gaza y el 91% de Cisjordania y un corredor seguro entre las dos partes, una
partición de la ciudad vieja de Jerusalén en dos partes iguales y la tutela
soberana de la explanada de las mezquitas por la autoridad palestina. No se
aceptaba el regreso inmediato de los refugiados palestinos, pero se preveía una
batería de ayudas económicas a los refugiados que les ayudase a su
incorporación al Estado Palestino cuando estuviera en funcionamiento. Arafat
consideró humillante esta propuesta y la rechazó de plano sin dar ninguna
contrapropuesta.
Pero si
irresponsable fue la actitud de Arafat, habría que calificar de insensata,
además de estúpida, la provocación que poco después de esta cumbre provoco el
jefe de la oposición Israelí Ariel Sharon. En Diciembre de ese mismo año entró
con sus guardaespaldas en la explanada de las mezquitas, provocando
innecesariamente la ira de los palestinos. Al día siguiente, desde la
explanada, cientos de jóvenes musulmanes lanzaron piedras contra los judíos que
estaban rezando debajo, en el muro occidental (el muro de las lamentaciones).
El ejército israelí hizo fuego causando la muerte de siete palestinos. Este fue
el comienzo de la segunda intifada que se estima que causó más de cuatro mil
muertos, una cuarta parte de ellos israelíes.
Sin embargo, en febrero
del 2004, el propio Sharon, a la sazón primer ministro israelí, decretó el
desmantelamiento unilateral de 17 asentamientos de la franja de Gaza con 7500
colonos. Gesto inútil porque desde la Mukata, Yasser Arafat se ocupaba de
contrarrestar con su radicalismo cualquier intento de acercamiento. Pero Arafat
murió ese mismo año, en Noviembre, en un hospital francés. Poco después, en
Enero de 2005, Mahmud Abás, también conocido como Abu Mazen, fue nombrado
Presidente de la Autoridad Nacional Palestina en sustitución de Arafat. En 2003
había sido nombrado primer ministro, pero dimitió por discrepancias con Arafat
y con las facciones más radicales de Fatah. Aunque tiene un pasado terrorista,
es ahora un hombre moderado. Al mes de ser Presidente de la ANP convocó una
cumbre con Sharon en Sharm el Sheij en la que se puso fin a la segunda intifada[2] y se
acordó retomar la hoja de ruta. No deja de ser significativo que dos ex
terroristas hayan cambiado tanto como para llegar a un acuerdo de alto el
fuego. Pero no habían pasado 48 horas cuando Hamás rompió el alto el fuego con
un ataque con misiles y morteros sobre los asentamientos judíos que todavía
quedaban en Gaza. Hamás es un movimiento autodenominado como yihadista,
considerado como terrorista por la UE, los EEUU, Japón, Canadá, Australia y,
por supuesto Israel, que jamás ha hecho declaraciones que indiquen que pretende
dejar de serlo como sí hizo Fatah. Está acusada de crímenes contra la humanidad
por Amnistía internacional y por la Human Rights Watch. No admite otra solución
que no sea la de un único estado islámico en todo el territorio, con la
desaparición del Estado de Israel.
Tal vez ese
radicalismo, así como la moderación de Abu Mazen, hicieron que en las
elecciones legislativas Palestinas de 2006, Hamás ganara por mayoría absoluta.
A partir de su victoria Hamás empezó una campaña de hostigamiento sistemático a
los miembros de Fatah. En Diciembre de ese año Abás, como Presidente de la ANP
convocó elecciones anticipadas, pero su convocatoria no fue aceptada por Hamás
que intensificó su persecución a los miembros de Fatah, hasta su expulsión de
Gaza a principios de 2007. Desde entonces, la ANP con su presidente, están en
Cisjordania, mientras que Gaza está gobernada absolutamente por Hamás. Es
dudoso que en Gaza vuelva a haber nunca elecciones. La respuesta israelí fue un
bloqueo total de Gaza. Pero, a pesar de todo, Hamás recibe armamento cada vez
más sofisticado de otros países islámicos. Actualmente cuenta con misiles que
pueden alcanzar cualquier punto del Estado de Israel. Además, ha perforado
varios cientos de túneles que atraviesan la frontera y les permiten hacer
incursiones en territorio israelí. Instala sus lanzaderas de misiles, así como
las entradas de los túneles, en colegios, hospitales y casas particulares, en
medio de las ciudades, usando a la población palestina como escudos humanos. No
es algo nuevo de esta situación. Es una práctica bastante común en el mundo
musulmán. Pero lo más terrible es que su propaganda, o el miedo que inspira,
unido a la contundencia y la dureza de la repuesta israelí, hace que una buena
parte de la población quiera actuar como escudo humano. Pero sólo el hecho de
que Israel posea un escudo de misiles anti-misil hace que no haya auténticas
matanzas en territorio israelí. Este sábado 26 de Julio, se ha conseguido un
raquítico alto el fuego de doce horas. A punto de acabar la misma, se ha
conseguido una prórroga de cuatro horas adicionales. Hamás la ha roto nada más
iniciarse, con fuego de mortero y cohetes sobre Israel. Pero, a pesar de esto,
Israel ha aceptado unilateralmente una nueva prórroga de veinte horas para
completar un segundo día de alto el fuego.
Esta es la situación
actual. Un magnífico artículo del 23 de Julio en El Mundo con el título “Hamás, un dilema ético”, firmado por
Masha Gabriel, directora de la revista “Medio Oriente”, acaba con la pregunta: “¿Cómo se combate a un enemigo que busca tu
muerte a través de la suya?”. No lo sé. Yo sólo sé una forma a mi alcance.
Rezando. Rezando para que Dios infunda en muchos palestinos, israelíes y
mandatarios y diplomáticos de las grandes potencias el espíritu y la
inteligencia un Isaac Rabin o un Anwar el Sadat. La libertad humana es
inviolable hasta para el mismo Dios, pero su luz puede iluminar toda conciencia
y esa luz puede obrar en ella milagros.
Que así sea.
[1] Las intifadas han sido revueltas
callejeras en Jerusalén, en la que la población civil de enfrentaba con piedras
a las fuerzas de seguridad israelíes que, a su vez, reprimían con tremenda
dureza las revueltas. Esta primera intifada empezó en 1987 tras un atropello y
muerte accidental de cuatro jóvenes palestinos.
[2] Las dos intifadas se iniciaron
de forma espontánea por dos incidentes: el atropello y muerte de cuatro jóvenes
palestinos por un transporte militar, la primera, y por la entrada de Sharón en
la explanada de las mezquitas, la segunda. Sin embargo, es cuestionable que su
duración, seis y cinco años respectivamente, fuese fruto de la protesta
espontánea del pueblo palestino. Máxime si tenemos en cuenta que el final de
ambas fue instantáneo cuando así lo decidieron los dirigentes palestinos. La
primera acabó cuando Yasser en Oslo se reconoció el inicio de una hoja de ruta
para el establecimiento de una Autoridad Nacional Palestina bajo el liderazgo
de Yasser Arafat, con el objetivo de llegar un día a constituirse en un Estado
y la segunda cuando tras la muerte de Arafat, Mahmud Abás participó con Sharon
en la cumbre de Sharm el Sheij. Esa capacidad para dar fin instantáneo a ambas
intifadas parece signo de que ambas estaban alimentadas por los dirigentes
palestinos.
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