Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
Las primeras
semanas fueron terribles; –se refiere a
la guerra del 14– después, la paz de Dios vino a mí, y ahora todo está
bien.
Mi plan está
claro ante mis ojos; naturalmente, es muy modesto. Me gustaría empezar desde la
experiencia interior de Dios, la experiencia de sentirse refugiado en Él, y
quisiera demostrar que la ciencia empírica no puede contradecir tal
experiencia. Me gustaría exponer la significación total de la misma –se refiere a la experiencia interior de
Dios–, mostrar hasta qué punto puede reclamar objetividad, demostrar por
qué es un conocimiento auténtico, aunque de un género especial, y por último
sacar conclusiones. Naturalmente, una exposición como esta no tiene nada que
ofrecer al que vive a la vista de Dios. Pero puede sostener al que vacila, al
que permite que las objeciones de la ciencia le confundan, y puede impulsar
hacia delante a aquél al cual estas objeciones le han apartado de encaminarse
hacia Dios. Hacer una obra semejante con humildad es muy importante, mucho más
importante que combatir en esta guerra. Porque, ¿qué fin tiene este horror si
no conduce a los hombres más cerca de Dios?
Adolf Reinach.
Discípulo de Husserl y maestro inmediato de Edith Stein. El primer párrafo es
de una carta de Reinach a su mujer. El segundo esta citado por Edith Stein en
su autobiografía, “Estrellas amarillas” en una carta dirigida a ella. Reinach
tuvo una experiencia de conversión al principio de la guerra. Poco después
murió en el frente de batalla. No pudo, pues, ni tan siquiera empezar su obra.
Pero sembró en Edith Stein, cuando ésta estaba todavía muy lejos de la fe,
semillas que seguramente dieron más fruto que cualquier otra cosa que pudiera
haber hecho en la vida.
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