30 de noviembre de 2014

¡Cataluña, Cataluña! (Suspiro)

En los últimos meses estamos asistiendo a un acto más de un proceso que temo que, de forma casi ineludible, acabará en la secesión. Y oigo que, también sobre esto, se habla de la apatía de Rajoy. Lo dicen, por un lado, los que piensan que se debería haber suspendido la autonomía catalana, los que afirman (yo he sido de éstos) que habría que haber asfixiado económicamente a Cataluña y los que claman porque el 9-N no se haya sacado a la fuerza pública a la calle para evitar el simulacro de consulta. Por otro lado, y encabezados por los soberanistas catalanes y por el PSOE, están los que dicen que hay que buscar soluciones políticas al problema. Antes de entrar en esta polémica me gustaría dar al tema un poco de perspectiva histórica.

La Constitución de 1978, aprobada con abrumadora mayoría por la soberanía popular[1], sancionó el Estado de las autonomías. No voy a negar que a mí, esta forma de organización política de España (y sólo en el caso de España, no hablo de otros países como el caso de Alemania), me parece un cáncer que nos devora, en el sentido económico y en el político. Pero los que teníamos uso de razón en ese año deberíamos recordar que lo que estaba en juego era si la transición de la dictadura a la democracia se iba a hacer con o sin baño de sangre. Al final, gracias a Dios, se hizo sin. Pero para ello hubo que hacer concesiones que ahora, vistas desde la distancia, parecen disparatadas, pero que, en la situación de ese momento, no me atrevería a afirmar que lo fueran.

Esta Constitución preveía dos tipos de autonomía. La primera, amplia, aplicable únicamente de forma automática a las comunidades con una identidad histórica, caso de Cataluña, Vascongadas y Galicia, por la aplicación del artículo 151 de la Constitución. La segunda, más limitada, para el resto de las comunidades, por el artículo 143. Pero estas comunidades podían acceder a la misma autonomía que las históricas, por el artículo 151, si en un referéndum realizado a nivel autonómico se obtuviese el sí al 151 con MÁS DEL 50% DEL CENSO (no de los votantes) en TODAS LAS PROVINCIAS QUE CONSTITUYESEN LA COMUNIDAD. En Andalucía, con el apoyo del PSOE y toda la izquierda, y en contra de UCD que pedía el voto en blanco (que en la práctica era un NO), el sí obtuvo el 55% del censo, superándose el 50% en todas las provincias menos en Almería y Jaén que obtuvieron un 42 y un 49% respectivamente. En la estricta aplicación de la ley no se habían cumplido las condiciones estipuladas en la Constitución[2]. Pero se hizo la vista gorda y se admitió la vía del 151 para Andalucía. No me atrevería yo a decir que debería haberse aplicado literalmente la ley y haber denegado esa vía. Creo que eso sería vulnerar el espíritu de la ley. Pero ese resultado contrasta con el escaso 24% (un sedicente 80% de una participación que se estima a ojo en el 30%) de la pantomima sin ninguna garantía del 9 N en Cataluña.  Sí me parece, en cambio, que hubo una excesiva laxitud cuando la vía del 151 se aplicó de forma automática a todas las comunidades autónomas, sin referéndum, aunque no me cabe duda de que, de haberse hecho, los resultados hubiesen sido por el estilo que en Andalucía. Pero la ley es la ley y no se la puede uno saltar a la torera así como así. Naturalmente, catalanes y vascos decidieron inmediatamente que ellos querían más competencias que el resto. ¡No iban a ser iguales que los demás! Algunas competencias tenían que ser transferidas porque así lo estipulaba la Constitución, pero otras lo fueron por un acuerdo bilateral entre el Parlamento de España y el de la Autonomía. Y así empezó la carrera por la transferencia de competencias.

Se echa mucho la culpa del deslizamiento de ciertas autonomías hacia el nacionalismo radical –y con razón– a la educación dada desde la escuela en ellas, en la que se presentaba a España, poco más o menos, como una potencia ocupante, y se distorsionaba la historia hasta convertirla en una caricatura. Esto es totalmente cierto. Pero no lo es menos que, en los años transcurridos desde 1978, la izquierda, en bloque, ha hecho todo lo posible para pulverizar la idea de España. Sentirse español, llevar una bandera de España, aunque fuese con el escudo constitucional, era “fascista”. Todavía oigo las críticas del PSOE diciendo que el hecho de poner la bandera española en la plaza de Colón era una provocación. Recordar las gestas llevadas a cabo por España era considerado como estar en la senda de Franco. La “mística” de España fue pulverizada sistemáticamente por la izquierda, colaborando de esta manera al éxito de los nacionalismos y a su radicalización en las Vascongadas y Cataluña (y en menor medida en Galicia y otras autonomías) tan eficazmente como la torticera educación que se impartía estas dos comunidades. Para mejor jugar a dos bandas, el PSOE ha creado el engendro del PSC y el PSE, que no se sabe muy bien qué papel juegan en este proceso.

Esto, además de ser una traición a la “mística” de España, lo era a la tradición de la izquierda. El poeta comunista chileno Pablo Neruda escribió un magnífico libro de poemas bajo el título de “España en el corazón”. Miguel Hernández, también comunista, tiene poemas a España que ponen la carne de gallina. Gabriel Celaya, poeta español, también comunista, y vasco por añadidura, tiene en su poema “La poesía es un arma cargada de futuro” habla de “trabajar a España en sus aceros”: “Me siento un ingeniero del verso y un obrero/que trabaja con otros a España en sus aceros”. Me atrevo a hacer al final de estas líneas una pequeña antología de los cantos a España de estos poetas españoles (dejo aparte al gran poeta Pablo Neruda porque, aunque le agradezco su amor a España, quiero centrarme en los españoles). También puedo citar párrafos del discurso de Manuel Azaña en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de Julio de 1938: Destaco entre ellas que todos los españoles tenemos el mismo destino. Un destino común, en la próspera y en la adversa fortuna. Cualesquiera que sea la profesión religiosa, el credo político, el trabajo y el acento. Y que nadie pueda echarse a un lado y retirar la apuesta. No es que sea ilícito hacerlo: es que además, no se puede. […] La reconstrucción de España será una tarea aplastante, gigantesca, que no se podrá fiar al genio personal de nadie, ni siquiera de un corto número de personas o de técnicos; tendrá que ser obra de la colmena española en su conjunto, cuando reine la paz, una paz que no podrá ser más que una paz española y una paz nacional, una paz de hombres libres, una paz para hombres libres. […]… y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones,[…] que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que, […] abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”. Si esa “mística” se hubiese mantenido, otro gallo cantaría ahora. Pero cuando la esencia económica de una ideología fracasa estrepitosamente, hay que buscar otras agarraderas para mantenerse. Porque la historia de la economía española en democracia está marcada por dos empujones hacia la ruina de España dados ambos por sendos gobiernos del PSOE. Con una miopía escandalosa, se pensó que identificar la idea de España con el franquismo era una de esas buenas agarraderas. Aborto, matrimonio homosexual, etc, son otras agarraderas que no voy a comentar ahora. Pero esto puede que no sea suficiente para que dentro de poco más de un año, si los españoles no estamos a la altura de las circunstancias, se produzca el tercer, y me temo que definitivo, empujón hacia la ruina, económica y moral.

En el segundo de esos empujones Zapatero siguió la huida hacia adelante con todas las concesiones imaginables al nacionalismo radical, de la que cabe señalar el increíble Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, aprobado por sólo el 35% de los catalanes con derecho a voto (el 73% del 48% que votaron), lo que hace aún más escandaloso que los resultados del 24% del pucherazo del pasado 9 N (como se ha dicho antes, 80% de una participación que se estima a ojo en el 30%) se consideren un éxito del nacionalismo independentista. Llegados a ese punto, al acabar la legislatura de Zapatero, la voracidad de los nacionalistas radicales estaba en el máximo histórico. Felipe González decía que negociar con los nacionalistas era como tener un salchichón del que alguien te decía que la mitad era suyo. Si cedías y le dabas la mitad que reclamaba, se la guardaba, miraba con ojos avariciosos la mitad que te quedaba y te decía que la mitad era suya. De nada servía que le dijeses que le acababas de dar la mitad del salchichón. Esa ya era suya de pleno derecho y ahora reclamaba la mitad de tu mitad. No importaba –decía González– cuántas veces partieras con él lo que te quedaba, él siempre quería la mitad del resto. Porque, por definición, si un nacionalista radical dijese que se daba por satisfecho con lo conseguido, habría perdido su razón de ser y habría firmado su finiquito como fuerza política.

Así llegamos al órdago del 9-N. Mas asegura, en son de crítica, que había hecho a Rajoy muchas propuestas y que éste le había dicho que no a todo. Lo que, según Mas, demuestra la incapacidad política del Presidente del gobierno. El órdago se hubiese apaciguado –hasta una nueva ronda del salchichón, por supuesto– con sólo darle al señor Mas más de lo que pedía. Derecho a más dinero. Si eso es una solución de imaginación política, que baje Dios y lo vea. De esa forma de hacer política, típica del zapaterismo, han venido los lodos que tenemos. Así que bendita sea la falta de ideas de Rajoy en este asunto y su no a las propuestas de Mas. Para ideas, lo del federalismo que preconiza el PSOE ignorando la esencia del federalismo. Federalismo viene de foederis, alianza, que aunque no viene de fides, fe, se le parece y se relaciona con ella. El federalismo es una alianza basada en la fe, en la confianza. Un bávaro tiene fe en Alemania y, sólo para manejar más eficientemente la cosa pública, dentro de una sólida alianza, asume la administración de una parte. Y lo mismo podría decirse de un estadounidense de Florida o de Texas. Pero ninguna de las dos cosas –fe y eficiencia– se da en el caso español. Ni los nacionalistas radicales tienen la más mínima fe en España, ni su afán de administrar los asuntos de Cataluña tiene como fin una mayor eficiencia en el manejo de la cosa pública, sino una mayor capacidad de “sacar tajada”. Por tanto, ¡basta ya de palabrería vacía a la que se llama imaginación política! Por el otro lado, se le pedía al gobierno la asfixia económica de Cataluña. ¿Realmente sería eso una solución, ayudaría a crear esa fe que ha destruido la izquierda? No lo creo. También hay quien acusa al gobierno de debilidad por no haber impedido la votación del 9 N con las fuerzas de orden público. ¿Alguien duda que había un ejército de radicales preparado para armarla si eso se hubiese hecho? Quien crea que no lo había peca de una ingenuidad sin límites. ¿Se imagina alguien las portadas de los periódicos de todo el mundo ante una escena de violencia callejera, tal vez con algún mártir, el 9 N? El gobierno ha hecho lo único que cabía hacer. Poner delante el muro de la ley y sus consecuencias. Imagino una cohorte de abogados del Estado reunidos en sesión continua viendo cómo cerrar los resquicios de todos los fraudes de ley que pudiera imaginar Mas. Al final Mas ha hecho una chapuza, pero infringiendo la ley. Si el Fiscal General del Estado, el resto de los fiscales y los jueces hacen su trabajo, podemos ver a Mas procesado y, si la ley se aplica como es debido, condenado. Pero lo que no se le puede pedir a Rajoy, ni a ningún otro político, es que arregle el inmenso desaguisado que, desde hace casi cuarenta años se está cocinando en España por culpa, casi exclusiva, de la izquierda irresponsable. Así es que, cuando oigo a Pedro Sánchez, coreado por cierto sector de la prensa, pidiendo a Rajoy imaginación política, me alegro de que el Presidente del gobierno tenga tan poca imaginación y me aterro de las zapateradas que se le ocurrirían a él si algún día gobernase.

Y, la gran pregunta, ¿cómo podrá recuperarse la mancillada “mística” de España?, ¿qué se puede hacer para arreglar el problema catalán? Me temo que, a estas alturas de la película, muy poco. Tan sólo caminar por el filo de la navaja de ganar tiempo sin que se rompa la baraja del todo. Porque el famosísimo seny catalán ha demostrado ser un auténtico bluf. Tengo un amigo que dice que ese famoso seny no ha ido nunca más allá del payés que tenía la precaución de llevar en el viaje en autobús dos bocatas en vez de uno por si el autobús se averiaba. Si alguna vez ha sido más que eso, se ha evaporado completamente en los últimos años. El buen payés catalán y los asimilados venidos de toda España, se han dejado engañar por unos políticos trileros que sólo buscan sus privilegios. El muro de la ley puede prestar amparo durante un cierto tiempo. Pero, por mucho que se tenga el amparo de la ley, la historia demuestra que para que ésta se cumpla hace falta una condición y, si ésta no se da, una segunda que en estos tiempos es inaplicable. La primera, que dicha ley sea generalmente aceptada por los ciudadanos, con lo que volvemos a la fe en ella. La primera en la frente. Sin la primera, habría que aplicar la segunda. Y ésta es el uso de la fuerza. Pero esta posibilidad está absolutamente deslegitimada y es, por tanto, inaplicable de todo punto. Y si se aplicase, me temo que sería peor el remedio que la enfermedad. Los muros de una ley que no se acepta, por razonable y sensata que sea, o que se quiere imponer por la fuerza, se van resquebrajando hasta que, más pronto o más tarde, se derrumban. La historia está llena de ejemplos de esto.

Entonces ganar tiempo, ¿para qué? Sólo tengo una esperanza que, a decir verdad, es remota. Esa esperanza es la Corona en la cabeza de Felipe VI. La Constitución Española dice, en su Título II, Artículo 56.1: El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones…”. Si ésa es su primera función constatada por la Constitución, éste es el momento histórico de ejercerla. Es joven, extraordinariamente bien formado y, si quiere ser algo más que un florero, tiene que hablar y actuar ahora o nunca. Su padre se ganó mi respeto y el de la mayoría de los españoles ejerciendo como Rey el 23 de Febrero de 1981. Tuvo que improvisar. Felipe VI no tiene que hacerlo. Tiene que rodearse de los mejores consejeros jurídicos que le permitan situarse en los mismísimos límites que le permita la Constitución para poder actuar. Y por un equipo interdisciplinar, tan bueno como el anterior de historiadores, filósofos, profesores de literatura, escritores, artistas, empresarios, sociólogos y expertos en comunicación para poner en marcha una eficaz campaña total para intentar resucitar la “mística” de España. La pasta para hacerlo tendrá que conseguirla. El voto de confianza para hacerlo creo que lo tiene. Tendrá que saber utilizarlo y administrarlo. Será criticado por ello por todos lados (sobre todo por la izquierda), pero tal vez conecte con el español de la calle, catalanes y resto de españoles. Tendrá que caminar por el filo de la navaja. He dicho que mi esperanza era remota, pero no tengo otra. Sin embargo, debo decir que creo que no es imposible. Yo, español de a pie, desde estas líneas que seguramente él no leerá, le lanzo este reto al Rey de España. Si lo consigue, superará con creces a su padre en el 23 F y pasará a la historia como uno de los grandes Reyes de España, a la altura de un Recaredo[3], un Felipe II o un Carlos III. Si no, me temo que pasará a la historia como el último rey de España. Si pone todo su empeño y ardor en ello y no lo logra, será como el último emperador de Constantinopla, Constantino XI, que murió con gloria defendiendo las murallas de la ciudad del asalto del turco y ha pasado así a la historia. Si ni siquiera lo intenta, creo que pasará como lo hizo el último emperador del Imperio Romano de Occidente, Rómulo Augusto, ridiculizado con el cambio del nombre de Augusto por el de Augústulo, depuesto sin pena ni gloria por el general de los hérulos, Odoacro. O como Boabdil llorando ante Granada, entregada sin pena ni gloria  (de lo cual, dicho sea de paso, me alegro), entre lágrimas pusilánimes y blandos suspiros. La historia nos dirá qué pasa pero, en este caso, no seremos meros espectadores a través de los siglos, sino auténticos sufridores.

Animado por la pequeña antología que os prometí y que veréis más abajo, me permito adjuntar una poesía mía, recién nacida, pobre, no sobrecogedora como las del de Orihuela o las del vasco.

¡Cataluña! ¡Cataluña! (suspiro) [pero no blando].
¡No te apartes de tu madre!
Si oíste discusiones
en las que se decía que tu hogar
era opresor, olvida esas locuras
y hazlas olvidar a quien las dijo.
Si alguien dijo que no había
para ti plato en la mesa
haz oídos sordos a palabras torpes.
Eres parte de casa
y la casa de España es casa tuya.
Comparte en nuestra mesa,
que es la tuya, pan y vino.
No cuentes demasiado
lo que das y lo que tomas.
Contar mucho empobrece,
¿no lo sabes?
Mira que cada plato te enriquece.
Sin pensar si traes más que recibes,
la mesa común multiplica
las dádivas de todos.
El rancho aparte, en cambio,
sólo trae tristezas y miserias.
Ven, hablemos, pero no de dineros,
hablemos de de un futuro grande,
juntas.
No te dejes engañar
por cabezas de ratón
que quieren impedirte
ser parte de un león
para ser ellos los que coman.
Olvida mezquindades
propias y ajenas,
responde a ellas con grandeza,
recuerda gestas comunes,
mira hazañas de siglos
de las que no es posible
separar fronteras.
Dos mares,
a oriente y occidente,
rubrican y enmarcan
esas gestas.
Seamos grandes de nuevo
con el corazón entero.
Y tras las razones,
por si éstas no te bastan,
escucha la súplica de tus hermanas:
“¡Hermana, hermana,
no te vayas, no te vayas,
no te vayas de tu casa,
no te vayas hermana!
¡No des el portazo irreparable!”


Miguel Hernández


Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
con todas las raíces y todos los corajes,
¿quién me separará, me arrancará de ti,
Madre?

Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
si su fondo titánico da principio a mi carne?
Abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
¡nadie!

Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
donde desembocando se unen todas las sangres:
donde todos los huecos caídos se levantan:
Madre.

Decir madre es decir tierra que me ha parido;
es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
sangre.

La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
El otro pecho es una burbuja de tus mares.
Tú eres la madre entera con todo su infinito,
Madre.

Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
Con más fuerza que antes volverás a parirme,
Madre.

Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
volverás a parirme con más fuerza que antes.
Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
¡Madre!

Hermanos: defendamos su vientre acometido,
hacia donde los grajos crecen de todas partes,
pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
aires.

Echad a las orillas de vuestro corazón
el sentimiento en límites, los afectos parciales.
Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
grande.

Una fotografía y un pedazo de tierra,
una carta y un monte son a veces iguales.
Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
Madre.

Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
fundirse con nosotros y salvar la primera
Madre.

España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
de dolor y de piedra profunda para darme:
no me separarán de tus altas entrañas,
Madre.

Además de morir por ti, pido una cosa:
Que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
Madre.


Extracto de “Vientos del pueblo”

[…]

Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

[…]

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
[…]



Gabriel Celaya

(De "Cantos iberos", 1955)

España extraña
Esta fuerza extraña,
viva, enmarañada,
esta entraña a gritos que llamamos España
está en mí, no la pienso,
no puedo pensarla según la teoría con que quieren castrarla
los que en nombre de un pasado dicen: gloria, punto y raya.

Esta fuerza real que llamamos España,
rabiosa, suficiente,
no es gótico-galaico-leonesa-romana,
ni es árabe, ni griega, ni austriaco-castellana.
Es ibera, terrible, sagradamente arcaica,
mi materia y mi magia.

Yo no puedo pensarla.
Yo no puedo decir mi España es buena o mala,
si es triste o violenta, si es hermosa o si mata.
Yo no puedo juzgarla
porque yo soy en ella y ella en mí, transcendiendo,
y así a fondo me sumo fieramente existiendo.

Porque soy, porque soy
tierra roja y cargada sustancia milenaria,
dulce aceite espesado,
seco esparto, sal pura, ríos con larga historia,
cuerpo ibero con venas de metales hirientes,
que fulgen golpeando,

montañas decididas
en lo llano absoluto de un planeta pensante,
gritos por fin absueltos,
cara a un cielo que todo lo refleja sin mancha,
voluntades paradas,
gestas que, no la tinta, la geología exalta,

costas rotas que muerden con amor violento,
muriendo de su muerte, los mares más lejanos,
terrones trabajados
por muertos anteriores a la historia contada,
hazañas de una entraña que aún no agotó sus formas,
nutre mi carne de patria.

¡Que no vengan a decirme que es un problema mi España!

Yo la tengo sin pensarla
y, adorando o maldiciendo, soy desde dentro un «¿qué pasa?».
Y este físico misterio
como un cuerpo de amor, me tiene tanto
que yo mismo no distingo si es que lo adoro o lo ataco.

Fiera amante, madre amarga,
te maldigo, me deshago, te violo, canto claro,
y esta rabia que te grito
es la rabia con que trato de dar a luz lo más mío,
y es mi manera de amarte,
y es mi manera de hablarme sin perdonarme a mí mismo.

España ciega, mi España
seca, hermosa, exasperante,
ancha España que en vano cabalgo, nunca abarco,
España que en mí lates
y más y más te afirmas cuanto más te combato,
y eres yo sin ser mía, no consciente, de carne.

Como me tienes, te tengo,
te tengo, me tienes, y poco importa qué pienso,
pues en ti vivo y respiro.
Tú eres mi aire y mi tierra, tú, mi cuerpo y mi elemento,
y maldecirte, maldigo
de mí mismo porque pienso que aún no cumplí lo que debo.


España en marcha

Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.
No vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.
Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.
¡A la calle!, que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
No reniego de mi origen,
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.
Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.
Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño.
Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.
No quiero justificarte
como haría un leguleyo.
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.
España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.



[1] Participación del 67% con un porcentaje de síes del 88,5%, lo que supone haber sido aprobada por el 59% de los españoles con derecho a voto.
[2] El referéndum tuvo una participación del 64% con un porcentaje de síes del 55%, sobre el total del censo. Por provincias, los resultados fueron: Almería: Participación 51%, síes 42% del total del censo; Cádiz: Participación 61%, síes 55% del total del censo; Córdoba: Participación 70%, síes 60% del total del censo; Huelva: Participación 59%, síes 53% del total del censo; Jaén: Participación 63%, síes 49% del total del censo; Málaga: Participación 58%, síes 51% del total del censo; Sevilla: Participación 64%, síes 55% del total del censo.
[3] Como Recaredo está muy lejos en el tiempo, recuerdo que fue un rey visigodo del siglo VI que consiguió la fusión en un solo pueblo de la mayoría hispano-romana con la minoría dominante visigoda. Eso hizo del reino visigodo de Toledo algo realmente grande durante casi un siglo.

23 de noviembre de 2014

Sobre el aborto

Tras la manifestación del sábado contra el aborto quiero manifestar las razones de mi oposición al aborto. Afirmo que estar contra el aborto no es una cuestión religiosa sino de civilización. Esgrimo algunas razones para decir esto.

1º Si hay algo que ya desde el siglo XX es insostenible científicamente hablando, es que el embrión es parte del cuerpo de la mujer. Es otra "cosa". Por tanto, todos los argumentos del derecho de la mujer a su propio cuerpo se caen por tierra.

2º La Constitución española afirma que todos tienen derecho a la vida. La primera ley de despenalización del aborto se aprobó hablando de un conflicto entre dos derechos, el del feto a la vida y el de la salud, física o mental, de la madre. Ciertamente, puede haber un conflicto de derechos, pero si el embrión es un ser humano (de momento lo digo en condicional) entonces no es lícita (y no recurro a la moral cristiana) una acción positiva para acabar con la vida de un ser humano, aunque esa vida represente un conflicto de derechos, ya que el derecho a la vida está por encima de cualquier otro porque es previo a cualquier otro. Sin vida no hay ningún otro derecho. Siempre que hay un muerto por una acción positiva humana hay un responsable. En la pena de muerte, el Estado. En la defensa propia, el atacante. En la guerra, el que inició una guerra injusta, etc.

3º Aunque he dicho que el tema del aborto no es una cuestión religiosa, no quiero dejar de explicitar que los cristianos desde el principio se han negado al aborto en una cultura en la que, no sólo el aborto, sino el infanticidio, eran normales. La carta a Diogneto, un documento cristiano del siglo II, dice: Igual que todos, los [cristianos] se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Es esa época, las cloacas de Roma se atascaban a menudo por los cuerpos de niños matados al nacer.

4º Ciertamente, existió una discusión, en tiempos de san Agustín y, más tarde, en santo Tomás y otros teólogos cristianos sobre el momento en que el cuerpo en formación recibía el alma. Pero no era una discusión sobre el aborto, sino una pura discusión teológica, desvinculada de cualquier consecuencia sobre el aborto. La discusión sobre el aborto, nada tiene que ver con el alma. Y esa discusión teológica se sustentaba entonces en la creencia de que el semen masculino se iba transformando paulatinamente en otra "cosa" y entonces aparecía la discusión sobre cuando esa “cosa” empezaba a ser un ser humano. Pero hoy en día, la ciencia dice claramente que hay un único salto cualitativo en el proceso de formación de ese ser humano. Y ese momento es el de la unión del óvulo con el espermatozoide para dar una "cosa" en la que ya está absolutamente todo preparado para que llegue a ser un ser humano. Ciertamente, es un ser totalmente dependiente. Como lo es un bebé recién nacido y, en realidad, como lo somos cualquiera de nosotros. A partir de ahí un proceso puramente circunstancial y sin un solo salto cualitativo, ha llevado a esa "cosa" a ser Tomás Alfaro o Perico el de los Palotes. Es decir, un ser humano.

6º El camino de la civilización ha llevado a parte de la humanidad a dos principios básicos: La protección del débil y la presunción de inocencia (no me refiero al aspecto jurídico, sino al hecho de que es preferible que un inocente no sufra daño a que un culpable salga libre). No entro en absoluto de cuándo esa “cosa” recibe el alma. Los cristianos creemos, ahora que la ciencia ha dejado claro que no hay más que un cambio cualitativo, que es la unión del óvulo y el espermatozoide, que el alma le es dada al ser humano en ese momento. No importa lo que se discutiese cuando el proceso de gestación era algo ignoto. Pero esos dos principios (protección del débil y presunción de inocencia), básicos para la civilización, unidos al dato cierto de que sólo hay un salto cualitativo en la aparición de un ser humano, debería hacer "sagrada" la vida del embrión, sin necesidad de entrar en cuestiones del alma.

7º Si no se acepta esto, la frontera puede ponerse donde se quiera. De hecho, sólo el miedo a la monstruosidad nos haría poner una frontera. Pero quien no acepte que la frontera está en el momento en que el óvulo se une al espermatozoide, no tiene ni un solo argumento de razón para condenar el infanticidio. Por tanto, si en el futuro viniese alguien a quien su falta de miedo a la monstruosidad le llevase a eliminar esa frontera, no tendríamos argumentos racionales para reprobarle una vez eliminada la única frontera que lo es de forma cualitativa y esencial.

8º A veces se argumenta que no puede haber un ser humano hasta que no aparece la consciencia. Si eso fuese así, tendríamos que volver a aceptar el infanticidio. ¿Alguien tiene consciencia de sus primeros años de vida? Pero, dado que mi cabeza suele funcionar mejor con imágenes que con silogismos, quiero acabar con una metáfora. Imaginemos que alguien tiene un boleto de la bono loto premiado con 1 millón de € que todavía no ha mirado. Otra persona que lo sabe primero que el dueño se lo quita y lo cobra. Creo que no se podría decirse que, como su dueño no tenía consciencia de haber ganado 1 millón de €, ni nunca la tendrá, no ha sido robado. El que se lo ha quitado es un ladrón que le ha robado 1 millón de € al propietario del boleto. Sin paliativos.


Llegados a este punto, mis simpatías están con TODAS las mujeres para las que un embarazo puede ser una durísima carga. No así con las que abortan por simple comodidad de vida, o por los "maromos" o padres de muchas chicas embarazdas que les "obligan" a abortar, o por la gente que hace negocio con todo esto despachando a la trituradora de carne a esos fetos, o por los investigadores que utilizan células madre embrionarias cuando existen las células madre adultas y las células madre adultas reprogramadas que evitan el problema ético. Por supuesto, Una sociedad civilizada debería brindar a esas mujeres todos los medios para que puedan tener su hijo y salir adelante. Existen muchas organizaciones pro vida en las que se da apoyo a una gran cantidad de chicas, muchas de ellas en situaciones límite, para que puedan tener sus hijos. Es una maravilla ver el amor de estas chicas por sus hijos a los que un día estuvieron pensando eliminar. Por otro lado, hay mujeres con terribles traumas por causa del aborto. ¿No haría mejor una sociedad civilizada en promover con toda su alma estas organizaciones y en promover campañas de información masivas explicando que hay salidas? Sin embargo hablar del horror de los fetos mutilados o pretender decir a las mujeres que hay otras vías, es absolutamente incorrecto políticamente. Y no deja de sorprenderme que la izquierda, que es quien pretende enarbolar la bandera de la protección del débil, sea la paladina de la defensa del aborto. Seamos civilizados. Nos va en ello la vida como civilización.

19 de noviembre de 2014

Frases 19-XI-2014

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La diferencia entre el hombre insensato y el prudente estriba en que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras el segundo aspira a vivir humildemente para ella.

J. D. Saliger. “El guardián entre el centeno”.


16 de noviembre de 2014

Más sobre mi voto

La misma entrada que hice en este blog el 2 de Noviembre, la puse en un envío que hago por mail a un grupo de amigos. Por ese vía de mail, recibí una inusitada cantidad de respuestas, la mayoría contradiciéndome. Muchas eran respuestas argumentadas que, además, aportaban información que desconocía y que me ha sido muy útil. Algunas tenían argumentos un poco ad-hominem que en algún caso rozaban –sin caer en ella– la descalificación moral. Agradezco todas las respuestas. Unas por lo que me aportan a la reflexión y otras porque me hacen preguntarme sobre mi rectitud de intención al escribir lo que escribí.

Digo esto para que nadie pueda decir cuando lea las líneas que siguen aquello de “excusatio non petita, accusatio manifesta”. Si respondo a algunas cosas es porque se me han dicho y, además, no me voy a excusar, así que la frase no viene a cuento porque esto es una no-excusatio y sí es petita. Aunque procuraré extremar mi cuidado para no caer yo también en argumentos ad-hominem, es posible que sí se me cuele el dar algunas “lecciones”, cosa que me espanta, porque nunca es mi propósito “aleccionar” a nadie. Dicho esto, vamos al grano.

Me reafirmo, con más conocimiento de causa, en que votar al PP no es un problema de conciencia para los católicos. Y creo que no lo es porque, hoy por hoy, ni en sus programas, ni en sus manifestaciones oficiales como partido hay nada que haga pensar que tiene una ideología abortista, aunque en sus filas haya personas que sí tienen esa ideología. La natural rabia, que comparto, aunque al final matizaré esto, porque no haya tenido el valor de seguir adelante con el proyecto Gallardón puede llevar a muchos a tomar la decisión de no votar  a ese partido, decisión que respeto profundamente aunque no comparta. Pero, como católico, no estoy obligado en conciencia a retirar mi voto al PP por ese motivo.

Un buen amigo me manda, y se lo agradezco, un interesantísimo texto de la Congregación para la doctrina de la fe del año 2002, siendo a la sazón prefecto de la misma el cardenal Ratzinger, que he leído con la máxima atención y que, una vez más, no creo que de él se pueda deducir que el PP es un partido abortista. Lo adjunto a esta entrada junto con mis comentarios, insertos en él, de los párrafos que podrían ser más críticos. Es el anexo 1. Recomiendo vivamente su lectura a quien de verdad quiera fundamentar más su punto de vista.

Sé que varios obispos españoles han expresado su opinión, más o menos claramente, sobre su recomendación de no votar al PP y respeto profundamente su opinión. Pero esa no es la postura adoptada por la Santa Madre Iglesia como se me ha dicho en algún mail. De hecho, a raíz de la retirada del proyecto Gallardón, la Conferencia episcopal española ha dado a la luz un documento en el que expresa su postura, que adjunto al final como Anexo 2 y cuya lectura también recomiendo vivamente. En este documento se dice que “es especialmente grave la responsabilidad de quienes, habiendo incluido entre sus compromisos políticos la promesa de una ley que aminoraba algo la desprotección de la vida humana naciente que existe en la vigente normativa del aborto, han renunciado a seguir adelante con ello en aras de supuestos cálculos políticos”. Estoy totalmente de acuerdo con esta frase, pero en ella no se dice que la conferencia episcopal española recomiende a los católicos no votar al PP. Se habla de la responsabilidad moral de quien haya tomado la decisión de retirar el proyecto Gallardón. Y, sinceramente creo que, dada la confusión que hay entre muchos católicos, la importancia del tema y la diversidad de interpretaciones que pueden darse a los hechos, si la Conferencia episcopal creyese que los católicos no debemos votar al PP, tendría la obligación, en cumplimiento de su misión profética, de decirlo alto y claro. Pero no lo hace. Y como creo que la Iglesia ha dado sobradas muestras de cumplimiento de su misión profética llamando al pan, pan, y al vino, vino, deduzco de ello que, si no lo ha dicho, es porque no lo quiere decir, sea cual sea la respetabilísima opinión de este o aquel Obispo.

Por tanto, a los que me dicen de una manera más o menos explícita en su respuesta que no soy fiel al Magisterio de la Iglesia si no retiro mi voto al PP, les respondo que no acepto lecciones en ese sentido. He sido, soy, y si Dios quiere, seré un hijo fiel de la Santa Madre Iglesia y la he aceptado siempre como mi Maestra en materias de fe y de moral. Por supuesto, si mañana hubiese un pronunciamiento explícito a este respecto, no se me ocurriría votar al PP, pero no lo hay. Además, y este es un punto en el que, según dije al principio, puedo caer el la trampa de aleccionar, les diría –no a los que no están de acuerdo conmigo, Dios me libre de decirles eso, sino los que en base a sus interpretaciones de ciertos textos de la Iglesia me dicen, sin argumentos suficientes, que no soy fiel al magisterio de la Iglesia– que ellos están siendo, como se dice en lenguaje popular, más papistas que el Papa.

Si un día la Iglesia dijese eso para el PP, lo tendría que decir, con mucho mayor motivo,  para prácticamente todos los partidos políticos con algún peso en Europa, lo que condenaría a los católicos al ostracismo político. Ya ha pasado esto en la historia y se vio que era un disparate. Por tanto, basta de argumentos de conciencia y de moral para retirar el voto al PP. Los católicos debemos seguir la máxima de san Pablo de “vince in bono malum” (Romanos 12, 21), mal traducido generalmente por vence el mal con el bien. No se trata de enfrentar el bien al mal, sino de inundarlo de bien para vencerlo. La sal del mundo que nos dijo Cristo que fuéramos, no se mantiene aislada del guiso soso, sino que le da sabor mezclándose con él. La luz que alumbra, no se mete debajo del celemín para protegerla de posibles soplos de viento, sino que se pone bien en alto para que alumbre. Si los católicos en masa retirásemos el voto al PP, estaríamos poniendo los medios para que, entonces sí, acabase siendo un partido abortista. Podemos, en cambio, si somos sal y luz, si emanamos bien y verdad por todos nuestros poros votar al PP y elevamos nuestra crítica a este respecto, influir en su tibieza. Pero tal vez sea más fácil negar una papeleta que brillar cada día, diciéndole alto y claro que, aunque tenga nuestro voto, no tiene nuestro corazón y que nos necesita. Habrá quien piense que esto es inútil. Les respeto con toda mi alma, pero mi opinión de que lo inútil es votar a partidos sin significancia política, que hoy son y mañana desaparecen es, al menos, tan respetable como la suya. La historia reciente de la política española está sembrada de partidos “flor de un día”. ¿Probamos con otro? ¿Cuántos más tendremos que probar?

Además, si miramos las cosas con una mayor amplitud de miras, por elevación, creo que veremos que lo que tenemos que hacer los católicos es facilitar que venga lo más rápido a la tierra el Reino de los Cielos. Y para eso hacen falta dos cosas. Un cierto bienestar económico y libertad de acción para la Iglesia. Ambas cosas quedarían pulverizadas si en poco más de un año gobernase en España una coalición de izquierda radical. Aunque sea una pequeña anécdota, quiero recordar que, en el pleno del Ayuntamiento de Alcalá de Henares de 28 de Septiembre de 2014, se declaró a Monseñor Reig Plá, Obispo de esa ciudad, “persona non grata” para la ciudad y que en otro del 15 de Octubre se “exigió” a la Conferencia episcopal su destitución como Obispo de Alcalá. El único partido que votó en contra de ambas propuestas fue el PP. Sirva esto como pequeño botón de muestra de lo que le esperaría a la Iglesia si una coalición de izquierda radical ganase. Aparte del erial económico en el que se convertiría España, piénsese en lo que sería de toda la educación en los centros concertados, de las universidades católicas. La educación para la ciudadanía de Zapatero sería un juego de niños frente a la que nos vendría. Todos los conciertos económicos quedarían abolidos, etc., etc., etc. Creo que si Gramsci levantase la cabeza, se alinearía inmediatamente con los que dicen que hay que retirarle el voto al PP. Y a mí no me gustaría ser compañero de viaje de Gramsci. Por eso la Iglesia, que sí tiene amplitud de miras, que es sabia, no nos dice a los católicos que retiremos el voto al PP. No volemos nosotros más bajo que ella.

He tenido varias respuestas que, dejando de lado los problemas de conciencia sobre el voto al PP, me dicen algo que me suena un poco peregrino, por no decir irresponsable. Algunos me dicen que tal vez debamos pasar por una catarsis. Puede ser. Si hay que beber ese cáliz, lo beberemos. Meteremos la cabeza entre los hombros, rezaremos y esperaremos el golpe. Pero buscar voluntariamente esa catarsis, no, por favor. Otros me dicen que de todas maneras, tarde o temprano, vamos a llegar a esa coalición de izquierda radical. Puede que sí o puede que no, pero, en cualquier caso, mejor tarde que temprano y, desde luego, no con mi ayuda. Otros más me dicen que hay que dar un voto de castigo al PP. ¿Por qué me suena a lo de “para fastidiar al capitán, no como”? Porque me parece que se están castigando a sí mismos. Por último, alguna persona va diciendo por ahí que él va a votar a Podemos precisamente para desencadenar esa catarsis. Si es una boutade, es una boutade sin gracia. Pero si es en serio, le preguntaría si en esa catarsis se ve a sí mismo en el paro o si cree que la catarsis la van a sufrir otros mientras él ve los toros desde la barrera.

Pasando de argumentos peregrinos, los hay que niegan el pan y la sal a este partido en todo lo que ha hecho en los menos de tres años que lleva gobernando. De forma instintiva, cuando alguien ataca con una vehemencia irrazonable a otro, procuro buscar cosas buenas de ese otro. Y eso me ha pasado con Rajoy y el PP. Me parece notablemente injusto que se desprecien olímpicamente los logros que en materia económica ha tenido este gobierno. Sí, ya sé, no ha cumplido tampoco la promesa electoral de no subir los impuestos. No ha reformado la administración. Pero, no sé por qué, me parece que es mucho más fácil ser Presidente del gobierno de boquilla que en la realidad. El “lo que habría que hacer” es una frase bastante fácil. Lo difícil es hacer. El día en que te sientas en la butaca de Moncloa y abres el cajón donde ha metido la porquería un antecesor llamado Zapatero, te debes llevar un susto de los que no es fácil recuperarse al ver lo que encuentras. Y soluciones que podrían parecer suficientes cuando se ven las cosas desde fuera, se vuelven insuficientes cuando ves el globo que te han dejado. Pero de eso de los logros económicos, siempre insuficientes pero tan respetados internacionalmente como despreciados en casa, ya hablé el viernes pasado. ¡Qué le vamos a hacer!, siempre hemos sido un país cainita.

Hoy quiero hablar de otro asunto, que precisamente esta semana, está en el candelero. El problema con Cataluña. Echo la vista atrás y me veo a mí mismo diciendo que este Rajoy es un blando, que lo que habría que hacer es retirar competencias a Cataluña a cambio de dinero, que bla, bla, bla. De boquilla todo se ve fácil. Pero la verdad es que creo que Rajoy lo ha hecho bien. Diría que francamente bien. Sin gesticular, sin excesos verbales para quedar bien y excitar los ánimos, sin tomar medidas que empujasen cada vez más a la ruptura definitiva e irreversible con los catalanes, ha puesto el muro de la legalidad contra el que se han estrellado Artur Más, Oriol Junqueras y la ANC. No va a haber referéndum y no ha hecho ninguna concesión irresponsable que podía haberse hacho, no ha creado un creado un problema de orden público por cerrar colegio. ¡Qué más hubieran querido los Artur Mas y compañía! Pero no ha hecho caso a los vociferantes que piden actuaciones de gestos desmesurados. Una buena concesión en materia de balanza fiscal hubiese bastado para aplazar el problema hasta un nuevo embate nacionalista para lograr una nueva frontera. Y claro esta concesión sería reclamada inmediatamente por todas las demás autonomías. Si se compara lo hecho por Rajoy con lo que se ha hecho en el Reino Unido y Escocia, la actitud de Rajoy ha sido extraordinaria. Claro, ha tenido el inmenso desgaste de la prensa que le tachaba de pusilánime, de falto de imaginación y el de Pedro Sánchez que, dispuesto a abrir en cuanto pueda la caja de Pandora, reclama no se qué engendro de federalismo como solución política imaginativa. Que Pedro Sánchez diga que Rajoy no tiene udeas es para mí un elogio para éste. Porque las ideas de Zapatero para arreglar el problema catalán han traído estos lodos. Sinceramente, no me gustaría verme enfrentado con el problema catalán que tiene muy difícil solución debido, sobre todo, a la carnaza echada en la anterior legislatura. Pero lo cierto es que Rajoy no ha echado ni un gramo más de carnaza y eso es lo que al actual líder del PSOE le parece falta de ideas.

Y, volviendo al tema de la retirada de la ley Gallardón, ahí va algo por lo que sé que voy a recibir severas críticas. Creo que Rajoy –yo lo hubiera hecho– antes de llevar el proyecto Gallardón al congreso, habrá hecho su recuento de votos. No solo de los de su partido frente a los del resto de las fuerzas políticas, que le hubiesen dado la victoria. Sino teniendo en cuenta también los diputados de su partido que, siendo minoría dentro del mismo, no respetarían la disciplina de voto y votarían en contra del proyecto, haciendo que la ley saliese derrotada. Afirmo que yo hubiera hecho ese recuento y creo que, si hubiese creído que la ley iba a salir derrotada, también la hubiese retirado. Nunca he negado que dentro del PP hay abortistas, a pesar de que, en mi opinión, el propio partido no lo es. La cuestión es, ¿lo damos por perdido? ¿Jugamos a la profecía cumplida del “ya lo decía yo” retirando todo apoyo al PP a cambio de desperdiciar el voto y dejándolo a merced de los abortistas que haya dentro? Mi respuesta es NO.

Por tanto, si la Iglesia, más sabia que yo, pensando en el bien del Reino de Dios mejor que yo, habiendo hecho, a través de la Conferencia episcopal, una declaración sobre la retirada del proyecto Gallardón, no ha dicho que el voto al PP va contra la conciencia de un católico, no seré yo quien sea más papista que el Papa y le retire mi voto.

Una última cuestión. Alguien me ha dicho que lo que escribí la semana pasada lo escribí por interés. Si se refería, que no era el caso, al interés de que España no se fuese al garete, sí, lo hice por interés. Pero si se refiere a algún otro tipo de interés, diré que nunca, ni directa ni indirectamente, me ha hecho un favor ni Rajoy ni el PP y que tampoco yo, ni directa ni indirectamente, se lo he pedido ni, también ni directa ni indirectamente, le he hecho un favor que un día me tenga que devolver. JAMÁS. Y espero que las cosas sigan así mientras viva.


Si alguien cree que me he desmelenado demasiado o que he dado más lecciones de las debidas, tiene razón, pero…


Anexo 1. Comunicado de la Congregación para la Doctrina de la Fe

                        CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política

        La Congregación para la Doctrina de la Fe, oído el parecer del Pontificio Consejo para los Laicos, ha estimado oportuno publicar la presente Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. La Nota se dirige a los Obispos de la Iglesia Católica y, de especial modo, a los políticos católicos y a todos los fieles laicos llamados a la participación en la vida pública y política en las sociedades democráticas.
 
        I. Una enseñanza constante 

        1. El compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política: Los cristianos, afirmaba un escritor eclesiástico de los primeros siglos, «cumplen todos sus deberes de ciudadanos».[1] La Iglesia venera entre sus Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»[2]. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones»que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que«el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral»[3]
Las actuales sociedades democráticas, en las que loablemente[4] todos son hechos partícipes de la gestión de la cosa pública en un clima de verdadera libertad, exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común.[5] La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa, responsable y generosa participación de todos, «si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas yresponsabilidades»[6].  
Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana»,[7] en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía,[8] y cooperando con los demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad.[9] Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la "política"; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»,[10] que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc. 
La presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia, resumida por otra parte, en sus líneas esenciales, en el Catecismo de la Iglesia Católica, sino solamente recordar algunos principios propios de la conciencia cristiana, que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades democráticas.[11] Y ello porque, en estos últimos tiempos, a menudo por la urgencia de los acontecimientos, han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones discutibles, que hacen oportuna la clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión.

        II. Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y político   

        2. La sociedad civil se encuentra hoy dentro de un complejo proceso cultural que marca el fin de una época y la incertidumbre por la nueva que emerge al horizonte. Las grandes conquistas de las que somos espectadores nos impulsan a comprobar el camino positivo que la humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida más humanas. La mayor responsabilidad hacia Países en vías de desarrollo es ciertamente una señal de gran relieve, que muestra la creciente sensibilidad por el bien común. Junto a ello, no es posible callar, por otra parte, sobre los graves peligros hacia los que algunas tendencias culturales tratan de orientar las legislaciones y, por consiguiente, los comportamientos de las futuras generaciones. 

        Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la democracia [12]. Ocurre así que, por una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias, [13] como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al mismo tiempo, invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte de los ciudadanos - incluidos los católicos - que renuncien a contribuir a la vida social y política de sus propios Países, según la concepción de la persona y del bien común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos los miembros de la comunidad política. La historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de la parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral, arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado. 

        3. Esta concepción relativista del pluralismo no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos católicos de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que, según el propio criterio, se conforma mejor a las exigencias del bien común. La libertad política no está ni puede estar basada en la idea relativista según la cual todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor, sino sobre el hecho de que las actividades políticas apuntan caso por caso hacia la realización extremadamente concreta del verdadero bien humano y social en un contexto histórico, geográfico, económico, tecnológico y cultural bien determinado. La pluralidad de las orientaciones y soluciones, que deben ser en todo caso moralmente aceptables, surge precisamente de la concreción de los hechos particulares y de la diversidad de las circunstancias. No es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas - y menos todavía soluciones únicas - para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral.[14] Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»,[15] también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son "negociables". 

        En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos, explican el hecho de que generalmente pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para ejercitar - particularmente por la representación parlamentaria - su derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País.[16] Esta obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales a los cuales se hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales. 

        La Iglesia es consciente de que la vía de la democracia, aunque sin duda expresa mejor la participación directa de los ciudadanos en las opciones políticas, sólo se hace posible en la medida en que se funda sobre una recta concepción de la persona.[17] Se trata de un principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia interior de los mismos fieles. La estructura democrática sobre la cual un Estado moderno pretende construirse sería sumamente frágil si no pusiera como fundamento propio la centralidad de la persona. El respeto de la persona es, por lo demás, lo que hace posible la participación democrática. Como enseña el Concilio Vaticano II, la tutela «de los derechos de la persona es condición necesaria para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa pública»[18].  

        4. A partir de aquí se extiende la compleja red de problemáticas actuales, que no pueden compararse con las temáticas tratadas en siglos pasados. La conquista científica, en efecto, ha permitido alcanzar objetivos que sacuden la conciencia e imponen la necesidad de encontrar soluciones capaces de respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos. Se asiste, en cambio, a tentativos legislativos que, sin preocuparse de las consecuencias que se derivan para la existencia y el futuro de los pueblos en la formación de la cultura y los comportamientos sociales, se proponen destruir el principio de la intangibilidad de la vida humana. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto quien vote a favor del PP, ni participa en campañas de opinión a favor del aborto ni apoya iniciativas abortistas con su voto. Respecto a la precisa opinión de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana. Véase lo que dice Juan Pablo II inmediatamente (Cursiva mía).[19] Esto no impide, como enseña Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium vitae a propósito del caso en que no fuera posible evitar o abrogar completamente una ley abortista en vigor o que está por ser sometida a votación, que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública».[20] De acuerdo con este texto, un parlamentario que es clara y contundentemente antiabortista puede votar a favor de una ley que limite los daños del aborto. Me hubiese encantado que todos los diputados del PP lo hubieran hecho así con el proyecto Gallardón. Si no lo ha hecho será responsabilidad moral de quien sea, por omisión. Pero no es trasmisible esa responsabilidad al ciudadano que, siendo claramente antiabortista, vota a un partido que no se ha atrevido a hacer algo que debería haber hecho (Cursiva mía).

        En tal contexto, hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. El PP no tiene un programa político abortista ni ha propuesto una ley abortista. Ha tenido la cobardía de no reformar restrictivamente la ley Aído. Pero eso no le convierte en un partido abortista, sino cobarde (Cursiva mía). Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. Ni tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada. 

        Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Las palabras derogación, excepción o compromiso, se refieren a buscar derogaciones, excepciones o compromisos con los principios morales. Es decir, no se puede admitir el principio moral de que el derecho a la vida existe en unos casos sí y en otros no. Promover una ley que aumente las situaciones de aborto es inaceptable. Promover una que las disminuya es aceptable, como se ha visto en la cita anterior de Juan Pablo II. Lástima que a eso no se haya atrevido el PP. Pero, otra vez, dejarlo como está por cobardía no es ser abortista, es ser cobarde. El PP como tal, no afirma expresa e ideológicamente que haya casos en los que el aborto sí es éticamente aceptable. Eso sí sería ser un partido que acepta derogaciones, excepciones o compromisos con los principios (Cursiva mía). Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio».[21] Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»;[22] exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política.




        III. Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo 

        5. Ante estas problemáticas, si bien es lícito pensar en la utilización de una pluralidad de metodologías que reflejen sensibilidades y culturas diferentes, ningún fiel puede, sin embargo, apelar al principio del pluralismo y autonomía de los laicos en política, para favorecer soluciones que comprometan o menoscaben la salvaguardia de las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. Casi repito argumentos pero el PP no ha dicho que por motivos de pluralismo político se deba considerar el aborto como lícito, ni ha dejado de retirar la ley Aído porque le parezca lícita. Lo ha hecho por cobardía, no por convencimiento. Y yo, como cristiano, votando al PP no favorezco soluciones que disminuyan la salvaguardia de la vida humana. Lo haría si el PP propusiese una mayor liberalización del aborto, no si no se atreve a recortar las que hay (Cursiva mía). No se trata en sí de "valores confesionales", pues tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural. Éstas no exigen de suyo en quien las defiende una profesión de fe cristiana, si bien la doctrina de la Iglesia las confirma y tutela siempre y en todas partes, como servicio desinteresado a la verdad sobre el hombre y el bien común de la sociedad civil. Por lo demás, no se puede negar que la política debe hacer también referencia a principios dotados de valor absoluto, precisamente porque están al servicio de la dignidad de la persona y del verdadero progreso humano.

        6. La frecuentemente referencia a la "laicidad", que debería guiar el compromiso de los católicos, requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la "confesionalidad" o la intolerancia religiosa. Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica - nunca de la esfera moral -, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado.[23] Juan Pablo II ha puesto varias veces en guardia contra los peligros derivados de cualquier tipo de confusión entre la esfera religiosa y la esfera política. «Son particularmente delicadas las situaciones en las que una norma específicamente religiosa se convierte o tiende a convertirse en ley del Estado, sin que se tenga en debida cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad política. Identificar la ley religiosa con la civil puede, de hecho, sofocar la libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos inalienables».[24] Todos los fieles son bien conscientes de que los actos específicamente religiosos (profesión de fe, cumplimiento de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.) quedan fuera de la competencia del Estado, el cual no debe entrometerse ni para exigirlos o para impedirlos, salvo por razones de orden público. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos. 

        Una cuestión completamente diferente es el derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de buscar sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás derechos de la persona. El hecho de que algunas de estas verdades también sean enseñadas por la Iglesia, no disminuye la legitimidad civil y la "laicidad" del compromiso de quienes se identifican con ellas, independientemente del papel que la búsqueda racional y la confirmación procedente de la fe hayan desarrollado en la adquisición de tales convicciones. En efecto, la "laicidad" indica en primer lugar la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas al mismo tiempo por una religión específica, pues la verdad es una. Sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia. 
        Con su intervención en este ámbito, el Magisterio de la Iglesia no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio -en cumplimiento de su deber- instruir e iluminar la conciencia de los fieles, sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común. La enseñanza social de la Iglesia no es una intromisión en el gobierno de los diferentes Países. Plantea ciertamente, en la conciencia única y unitaria de los fieles laicos, un deber moral de coherencia. «En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida "espiritual", con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida "secular", esto es, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento, arraigado en la vid que es Cristo, da fruto en cada sector de la acción y de la existencia. En efecto, todos los campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el "lugar histórico" de la manifestación y realización de la caridad de Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los hermanos. Toda actividad, situación, esfuerzo concreto -como por ejemplo la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la educación de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el ámbito de la cultura- constituye una ocasión providencial para un "continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad"».[25] Vivir y actuar políticamente en conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones extrañas al compromiso político o en una forma de confesionalidad, sino expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de la política, se instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana. 

        En las sociedades democráticas todas las propuestas son discutidas y examinadas libremente. Aquellos que, en nombre del respeto de la conciencia individual, pretendieran ver en el deber moral de los cristianos de ser coherentes con la propia conciencia un motivo para descalificarlos políticamente, negándoles la legitimidad de actuar en política de acuerdo con las propias convicciones acerca del bien común, incurrirían en una forma de laicismo intolerante. En esta perspectiva, en efecto, se quiere negar no sólo la relevancia política y cultural de la fe cristiana, sino hasta la misma posibilidad de una ética natural. Si así fuera, se abriría el camino a una anarquía moral, que no podría identificarse nunca con forma alguna de legítimo pluralismo. El abuso del más fuerte sobre el débil sería la consecuencia obvia de esta actitud. La marginalización del Cristianismo, por otra parte, no favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y culturales de la civilización.[26] 

        IV. Consideraciones sobre aspectos particulares  

        7. En circunstancias recientes ha ocurrido que, incluso en el seno de algunas asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones de apoyo a fuerzas y movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tales opciones y posiciones, siendo contradictorios con los principios básicos de la conciencia cristiana, son incompatibles con la pertenencia a asociaciones u organizaciones que se definen católicas. Este párrafo no se refiere a partidos, sino a orientaciones, dentro de asociaciones católicas que apoyan a partidos políticos abortistas. Hay católicos, dentro de asociaciones católicas, que apoyan a partidos ideológicamente abortistas. Los que apoyan estas orientaciones, según esta frase, no deberían pertenecer a asociaciones católicas (Cursiva mía). Análogamente, hay que hacer notar que en ciertos países algunas revistas y periódicos católicos, en ocasión de toma de decisiones políticas, han orientado a los lectores de manera ambigua e incoherente, induciendo a error acerca del sentido de la autonomía de los católicos en política y sin tener en consideración los principios a los que se ha hecho referencia.  

        La fe en Jesucristo, que se ha definido a sí mismo «camino, verdad y vida» (Jn 14,6), exige a los cristianos el esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura que, inspirada en el Evangelio, reproponga el patrimonio de valores y contenidos de la Tradición católica. La necesidad de presentar en términos culturales modernos el fruto de la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con urgencia impostergable, para evitar además, entre otras cosas, una diáspora cultural de los católicos. Por otra parte, el espesor cultural alcanzado y la madura experiencia de compromiso político que los católicos han sabido desarrollar en distintos países, especialmente en los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, no deben provocar complejo alguno de inferioridad frente a otras propuestas que la historia reciente ha demostrado débiles o radicalmente fallidas. Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán siempre sobre fundamentos frágiles. 

        La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido, conciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive impone verificar la presencia de situaciones imperfectas y a menudo rápidamente mutables. Bajo este aspecto deben ser rechazadas las posiciones políticas y los comportamientos que se inspiran en una visión utópica, la cual, cambiando la tradición de la fe bíblica en una especie de profetismo sin Dios, instrumentaliza el mensaje religioso, dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o redimensiona la tensión cristiana hacia la vida eterna. 

        Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la auténtica libertad no existe sin la verdad. «Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente», ha escrito Juan Pablo II.[27] En una sociedad donde no se llama la atención sobre la verdad ni se la trata de alcanzar, se debilita toda forma de ejercicio auténtico de la libertad, abriendo el camino al libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela del bien de la persona y de la entera sociedad. 

        8. En tal sentido, es bueno recordar una verdad que hoy la opinión pública corriente no siempre percibe o formula con exactitud: El derecho a la libertad de conciencia, y en especial a la libertad religiosa, proclamada por la Declaración Dignitatis humanæ del Concilio Vaticano II, se basa en la dignidad ontológica de la persona humana, y de ningún modo en una inexistente igualdad entre las religiones y los sistemas culturales.[28] En esta línea, el Papa Pablo VI ha afirmado que «el Concilio de ningún modo funda este derecho a la libertad religiosa sobre el supuesto hecho de que todas las religiones y todas las doctrinas, incluso erróneas, tendrían un valor más o menos igual; lo funda en cambio sobre la dignidad de la persona humana, la cual exige no ser sometida a contradicciones externas, que tienden a oprimir la conciencia en la búsqueda de la verdadera religión y en la adhesión a ella».[29] La afirmación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, por lo tanto, no contradice en nada la condena del indiferentísimo y del relativismo religioso por parte de la doctrina católica,[30] sino que le es plenamente coherente.


        V. Conclusión 

        9. Las orientaciones contenidas en la presente Nota quieren iluminar uno de los aspectos más importantes de la unidad de vida que caracteriza al cristiano: La coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno». Alégrense los fieles cristianos«de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».[31]   

        El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada. Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002, Solemnidad de N. S Jesús Cristo, Rey del universo. 
                              
        JOSEPH CARD. RATZINGER Prefecto 

        TARCISIO BERTONE, S.D.B. Arzobispo emérito de Vercelli Secretario



Anexo 2. Comunicado de la Conferencia Episcopal Española tras la retirada del Proyecto del Ley Gallardón.

Nota de la CCXXXIII Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española

1.
 Ante el debate abierto con motivo de la retirada por parte del Gobierno del "Anteproyecto de Ley para la protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada", la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española desea de nuevo hacer oír su voz. La vida humana es sagrada e inviolable y ha de protegerse desde la concepción hasta su fin natural. En esa defensa ocupan un lugar privilegiado los más débiles: aquellos que habiendo sido ya concebidos no han nacido todavía. La ciencia prueba que desde el momento de la concepción hay un nuevo ser humano, único e irrepetible, distinto de los padres.
 
2.
No se puede construir una sociedad democrática, libre, justa y pacífica, si no se defienden y respetan los derechos de todos los seres humanos fundamentados en su dignidad inalienable y, especialmente, el derecho a la vida, que es el principal de todos.
 
3.
Proteger y defender la vida humana es tarea de todos, principalmente de los Gobiernos. España sigue siendo, por desgracia, una triste excepción, al llegar incluso a considerar el aborto como un "derecho". En este sentido es especialmente grave la responsabilidad de quienes, habiendo incluido entre sus compromisos políticos la promesa de una ley que aminoraba algo la desprotección de la vida humana naciente que existe en la vigente normativa del aborto, han renunciado a seguir adelante con ello en aras de supuestos cálculos políticos. Hay bienes, como el de la vida humana, que son innegociables.
 
4.
Es cierto que la existencia humana no está libre de dificultades. La Iglesia conoce bien los sufrimientos y carencias de muchas personas a las que se esfuerza en ayudar en todo el mundo con el ejercicio de la caridad, que es el distintivo de los discípulos de Jesús (cfr. Jn 13, 35), del que dan testimonio tantas personas e instituciones eclesiales. Pero, también es verdad que, como nos advierte el Papa Francisco, aún hemos de hacer más "para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias" (EG, 214). En ello están empeñadas muchas asociaciones eclesiales y civiles, a las que queremos apoyar al tiempo que pedimos a las Administraciones públicas un esfuerzo más generoso en políticas eficaces de ayuda a la mujer gestante y a las familias.
 
5.
 Por otro lado, no es momento, por difícil que pueda parecer, para la desesperanza y el desencanto democrático ante reveses legislativos. Al contrario, son numerosos los voluntarios y las organizaciones de apoyo a la vida, promoción de la mujer y de solidaridad con los más necesitados de la sociedad, quienes nos animan a seguir adelante, extendiendo la civilización del amor y la cultura de la vida, y a abrazar sin condición a todos, especialmente a los que más sufren, como son los más pobres, los inmigrantes, los parados, los sin techo, los enfermos y todos aquellos, en definitiva, que se encuentran en las periferias sociales y existenciales. Y por supuesto, acompañar sin descanso a las madres embarazadas para que, ante cualquier dificultad, no opten por la "solución" de la muerte y elijan siempre el camino de la vida, que es el de la realización más plena de la verdadera libertad y progreso humano. Oremos para que así sea con la ayuda de Dios.