Alexis
de Tocqueville afirmó, con gran perspicacia, que la gente tendía a creer antes
una mentira simple que una verdad compleja. Simple no es lo mismo que sencillo,
como complejo no es lo mismo que complicado. Simple es una conclusión que para
llegar a ella no se han tenido en cuenta más que una ínfima parte de las
premisas que pueden condicionarla. Las conclusiones simples, sean verdaderas o
falsas, no son fiables. Compleja es la conclusión en la que se han tenido en
cuenta suficientes premisas como para que aquélla sea fiable o, por lo menos,
suficientemente fiable. Es muy difícil que en un mundo complejísimo como el que
vivimos se puedan tener en cuenta todas las premisas necesarias para llegar a
una conclusión cien por cien fiable. En cambio, la sencillez o la complicación
se refieren a la forma en que se explica un fenómeno. Explicar algo con
sencillez es hacerlo fácilmente entendible. Explicarlo de forma complicada es
hacerlo de forma de que nadie se entere. La sencillez o la complicación no
afectan a la fiabilidad de la conclusión. La sencillez es una bendición para
quien escucha, pero hay gente, sin embargo, que gusta disfrazar su ignorancia,
o su ego, o una mentira simple con una explicación complicada para camuflarlas.
Es cierto que hay veces, las menos, en que algo complejo no puede explicarse
con sencillez, pero muy a menudo sí que es posible hacerlo. La gente que es
capaz de hacerlo así es sabia. Hay un aforismo que dice: “Dios nos libre de la estupidez de hacer simple lo complejo y nos dé la
sabiduría para hacer sencillo lo complicado”. Aspiro, tal vez vanamente,
pues no soy lo suficientemente sabio, a poder explicar con sencillez las dos
verdades complejas que desenmascaran dos mentiras simples. ¡Que Dios me conceda
la sabiduría para ello! Ahí voy.
Primera mentira
simple: Para alcanzar el pleno empleo hay que empezar por blindar cada puesto
de trabajo. Efectivamente –dicen los que esto defienden–, si partiésemos de una
situación de pleno empleo y cada puesto de trabajo estuviese blindado, siempre
nos mantendríamos en ese pleno empleo. Puede parecer lógico para una mente
simple, pero es una burda falsedad. Si esto fuese así, ninguna empresa
contrataría nunca a nadie –o sería harto difícil que lo hiciera. Sin embargo,
es inevitable que haya empresas que vayan mal por innumerables causas. Si estas
empresas no pudieran despedir a nadie, irían de mal en peor y, un día,
cerrarían y todos los empleados estarían en el paro. Tal vez si en su momento
pudiesen despedir a una parte de los trabajadores, podrían salvar el trabajo
del resto. Pero, si los puestos de trabajo están blindados… Ahora, si juntamos
esas dos cosas, unas empresas no contratan porque les asusta y, poco a poco,
otras empresas van cerrando, la situación de pleno empleo se deteriora y, al
cabo de unos años, el paro alcanzaría cotas escandalosas, porque en un mercado
global, las empresas de ese país dejarían de ser competitivas y la mayoría cerrarían.
Claro, pueden decir los que defienden el blindaje de los puestos de trabajo,
pero a esos a los que pierden el trabajo los podría contratar, subsidiariamente,
el Estado. Quienes dicen esto suelen pensar en el Estado como un estamento con
cantidades ilimitadas de dinero, que puede permitirse contratar a quien no
tiene ningún trabajo útil que hacer y, si pierde dinero, no pasa nada, porque
su riqueza es ilimitada. Más o menos, esto es lo que piensan los populistas de
izquierdas. Es difícil encontrar una falsedad mayor y la experiencia así lo
demuestra. Pero dejando aparte el hecho, comprobado hasta la saciedad, de que
el Estado suele ser un pésimo administrador de empresas, la premisa del dinero
ilimitado del Estado no puede ser más falsa. El Estado no tiene más dinero que
el que obtiene de sus contribuyentes a través de los impuestos y si intenta
recaudar demasiado, pronto se encontrará con el efecto contrario: recaudará
cada vez menos porque al desincentivar el trabajo y la inversión, acabará
recaudando un alto porcentaje de casi nada. Es decir, casi nada. Otra manera en
la que el Estado puede conseguir dinero es endeudándose, pero esto acaba en la
quiebra, como le ha pasado a Grecia. Y, si no se llega a la bancarrota, será la
siguiente generación la que soporte el peso de esa deuda, lo cual representa
una grave injusticia generacional de padres empobreciendo a hijos. La tercera
manera en la que el Estado puede conseguir dinero es creándolo de la nada, si
tiene atribuciones para ello[1].
Pero esto genera una inflación galopante que paraliza y arruina completamente al
país. En cambio, la verdad compleja es que cuando las empresas se sienten
libres para contratar porque si las cosas no funcionan puede despedir a los
empleados contratados, a los emprendedores se les ocurrirán continuamente nuevas
ideas de cosas útiles que hacer y que resuelven problemas y necesidades de la
gente. Invertirán, contratarán sin miedos, y lo harán en cantidades suficientes
como para compensar las pérdidas
de puestos de trabajo en aquellas empresas que
habían perdido competitividad y habían tenido que recurrir a despedir a parte
de sus empleados. Probablemente, aunque de ninguna inevitablemente, el sueldo
mínimo bajaría, pero todo el mundo tendría trabajo. Incluso, si se partiese de
una situación con un alto porcentaje de paro, ese proceso llevaría al pleno
empleo. Y es muy probable que las nuevas empresas nacientes, generasen más
puestos de trabajo de los destruidos, porque hay una premisa importante: La
gente siempre tiene necesidades o problemas que, si se satisfacen o resuelven,
pueden hacer mejor, en un sentido amplio, su vida. Y si alguien lo consiguiese
mediante un servicio o producto, habría muchas personas que gustosamente
estarían dispuestos a pagar por él un precio que hiciese rentable ese producto
o servicio, aparecerían muchas nuevas empresas prósperas que
crearían numerosos puestos de trabajo. Y de esta forma, no sólo no
bajarían los sueldos, sino que subirían y podría encontrar empleo toda una
población creciente. Así ha sido desde el principio de la humanidad, muy
especialmente desde la revolución industrial, y quien no lo vea se debería
preguntar por qué no estamos todavía en la edad de las cavernas. ¿Será
indefinido ese proceso? Lo ignoro, pero estoy convencido de que si tiene un
límite, éste está todavía muy lejos. Sin pensar demasiado, se me ocurren
decenas de productos o servicios que me encantaría que fuesen posibles y que
con el avance tecnológico, lo serán. Y cuando se me agoten éstos, todavía
quedan los que soy incapaz ni siquiera de imaginar. ¿Podría una persona del
siglo XIX, que está a la vuelta de la esquina, ni siquiera imaginar en sus
deseos más quiméricos, que con solo apretar un botón tendría en si casa una
cosa que se llama electricidad y que, mediante un “sencillo” aparato podría
calentar un litro de agua en 2 minutos? Jamás. Y si alguien dice que el que una
persona del siglo XIX, por desear la electricidad y el microondas, si pudiese
soñarlo, sería un consumista, creo que debería hacérselo ver.
Pero existe un freno a la formación de nuevas empresas que creen
puestos de trabajo. En España –y la situación no es muy diferente en todo el
mundo desarrollado– por cada 100€ que entran en el bolsillo de un trabajador,
la Seguridad Social se lleva casi 35€ entre lo que le retiene al empleado y lo
que le carga a la empresa. Es decir, un 35%. Pero no para aquí la cosa. Hagamos
una sencilla suma. Para una renta anual de 30.000€, el tipo impositivo del IRPF
es de un 28%. Además se paga un 21% de IVA. Es decir que 35% más 28% más 21%
suman 84%. Y todavía faltan el impuesto de sociedades, sucesiones,
transmisiones patrimoniales, etc., que aunque no sean sobre la renta de los
ciudadanos sí frenan el desarrollo. ¿Todavía nos extraña que la economía de los
países desarrollados no tire del carro? ¿Estamos tan intoxicados como para ver
con naturalidad esta aberración? No puedo resistirme a poner una foto de cómo
veo yo a los Estados modernos de los países desarrollados:
Feo, ¿verdad? ¿No sería mejor que se pareciese a esto?
Podría parecerse si se hubiese mantenido delgado y en forma. Pero…
Pero volvamos a la protección del empleo. Podría argumentarse que hay un punto intermedio en el que una cierta medida de protección al empleo mediante, por ejemplo, una “razonable” indemnización de despido, nos llevaría en una situación óptima. Pero la verdad es que no hay ni una sola razón que nos haga pensar que habría más empleo si se pasase del despido libre a una “razonable” indemnización de despido.
Pero volvamos a la protección del empleo. Podría argumentarse que hay un punto intermedio en el que una cierta medida de protección al empleo mediante, por ejemplo, una “razonable” indemnización de despido, nos llevaría en una situación óptima. Pero la verdad es que no hay ni una sola razón que nos haga pensar que habría más empleo si se pasase del despido libre a una “razonable” indemnización de despido.
Segunda mentira
simple: el salario mínimo interprofesional protege a los trabajadores de ser
explotados por un sueldo miserable. Si mañana un gobierno dijese que el salario
mínimo fuese de 3.000€ al mes, en vez de 655, ¿alguien duda que habría muchas
empresas que dejarían de hacer determinados productos, al no ser competitivas,
despidiendo a los trabajadores que los hacían? Creo que caben pocas dudas de
que así sería. Toda reglamentación que pretenda obligar a las empresas a pagar
un salario superior al que le permite ser competitiva haciendo algo, lo que
hace es crear paro. Pero hay algo todavía peor. Esas personas que van al paro,
necesitan trabajar para mantenerse y, por lo tanto, aceptan cualquier contrato
a cualquier precio. Y, precisamente por eso, aparecerá un mercado negro de
trabajo sumergido en el que se contratará a personas por salarios mucho más
bajos del que tendrían si no se hubiese puesto ese salario mínimo. Y ese
mercado negro, no sólo lo será para el trabajo, sino que aparecerán productos
producidos por empresas sumergidas que harán esos productos que ya no se pueden
hacer con el salario mínimo obligatorio. Y esas empresas no pagarán impuestos,
lo que pondrá en desventaja a las empresas legales que sí los pagan, amén de
bajar la recaudación impositiva. Otra vez, como en la mentira anterior, se
puede pensar que si en vez de los 3.000€ que he puesto como hipótesis se
pusiese un “razonable” salario mínimo, éste no crearía paro. Pero el único
salario mínimo “razonable” que no crea paro es aquél que es más bajo que el más
bajo salario real y, en ese caso, ese salario mínimo no es “razonable” sino
perfectamente inútil. La segunda verdad compleja es que el salario mínimo, o es
inútil, o crea paro, trabajos miserables y economía sumergida.
Por tanto, creo poder afirmar que
el mercado libre de trabajo, con despido libre, sin restricciones de salario
mínimo es una aportación al bien común. En efecto, tanto la mentira simple de
la protección como la del salario mínimo, dividen a los empleados en dos tipos,
los privilegiados que tienen trabajo y los parados que tienen sólo remotas
esperanzas de encontrarlo o sólo pueden encontrar uno en condiciones
infrahumanas. Si esta división es bien común, que baje Dios y lo vea. Más bien
me parece que es el pleno empleo el que se puede calificar como bien común,
según lo define el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: “El bien
común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones y a sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia
perfección”. Y, tener un trabajo
digno es una condición necesaria, aunque no suficiente, para alcanzar un cierto
grado de perfección, mientras que el paro crónico que imposibilita a una
persona obtener un trabajo es un paso hacia la destrucción de la persona.
Estas verdades
complejas suenan a duras a los oídos acostumbrados a las mentiras simples. Por
eso ante ellas hay tres tipos de personas. Primero, las que las aceptan e
intentan que la sociedad las aplique. Segundo las que, llevadas por una repetición
reiterada y machacona de las mentiras simples, se escandalizan y no pueden
aceptarlas porque les parecen éticamente inaceptables. A éstas, normalmente
cargadas de buena voluntad, el escándalo que les producen las verdades
complejas les impiden seguir el razonamiento y aceptar sus conclusiones. Es más
fácil y más socialmente aceptado aferrarse a las mentiras simples. Es
importante intentar convencer a estas personas. Desgraciadamente, entre estas
personas se encuentran muchos católicos y, más desgraciadamente todavía, muchos
sacerdotes y miembros de la alta jerarquía eclesiástica. Pero nos ha sido dicho
que la verdad os hará libres. En cambio, rechazar estas verdades puede hacer
que uno se sienta bien. Pero esas mentiras simples son, como se ha visto antes,
un atentado contra el bien común. ¿Qué es mejor para el bien común, que el
salario sea –tal vez, sólo tal vez– algo más bajo y que nadie tenga el trabajo
asegurado, pero que trabaje casi todo el mundo casi toda su vida[2]
o que algún “ente” “garantice” el trabajo a todo el mundo con un salario
ilusoriamente alto y el mundo se divida entre los privilegiados que tienen un
trabajo “garantizado” y con un sueldo artificialmente alto y los marginados que
es prácticamente imposible que encuentren trabajo nunca o se tengan que colocar
en trabajos negros? Para alguien que ame la justicia distributiva no cabe duda,
la primera. Pero a los sindicatos ideológicos parece que les gusta más la
segunda. El tercer grupo de personas que se aferran a las mentiras simples son
las que, siendo conscientes o no de que esas verdades complejas son verdades,
no las quieren aceptar por cuestiones ideológicas. En este grupo están los
populistas de izquierdas. Creo que a estas personas no merece la pena intentar
convencerlas porque no hay más sordo que el que no quiere oír ni más tonto que
quien no quiere razonar. Pero, tú, ¿en qué grupo estás? Yo, sin duda, en el
primero. Y si eres una persona de buena voluntad, me gustaría convencerte de
que estuvieras conmigo.
Al acabar con estas
dos mentiras simples, se me han venido a la cabeza otras dos, pensando en
Donald Trump, populista de derechas que, si Dios no lo impide, podría acabar
siendo Presidente de los EEUU. La mentira simple de Trump, y otros populistas
de derechas de países ricos, sería cómica si no pudiese llegar a ser trágica.
Dice Trump que si llega a Presidente, prohibirá la deslocalización de empresas
fuera de los EEUU. Su mentira simple afirma que así, si determinados productos
de empresas americanas, en vez de fabricarse en países con mano de obra más
barata –digamos que en México, únicamente por poner un ejemplo– se hiciesen en
EEUU, se acabaría el paro en su país. Pocas cosas son tan simples y tan falsas.
Porque tan pronto como un producto que antes se fabricaba en México, con un
coste de mano de obra al nivel de México, se hiciese en EEUU a un coste de mano
de obra de EEUU –porque un trabajador en paro de EEUU, acostumbrado a las
mentiras simples, se sentiría explotado si se le pagase un sueldo del nivel de
México– esos productos dejarían de ser competitivos, no podrían competir con
otros fabricados en otros países –como Indonesia, por ejemplo– por empresas de
otros países –como Alemania, por ejemplo– y las fábricas de EEUU acabarían
también por cerrar. Eso sí, en el ínterin, México se empobrecería. Y esto daría
lugar a graves desajustes mundiales que no traerían nada bueno. Aunque no voy a
afirmar que algo parecido a esto fuese la causa de la II Guerra Mundial, sí que
afirmo que fue un factor coadyuvante de la misma, precisamente por el
proteccionismo del New Deal de F. D. Roosevelt. Para evitar el desempleo en los
países desarrollados por la deslocalización de empresas, éstos deberían crear
nuevas empresas que cubriesen ese gap con productos nuevos que resolviesen
nuevas necesidades o problemas de la gente. Pero con una situación impositiva
como la descrita más arriba esto es muy difícil que ocurra. Y si no ocurre,
entonces no hay manera humana de cubrir con nuevos productos la pérdida de
producción deslocalizada y, a largo plazo, el sistema se colapsa. A lo mejor en
vez de populismos ridículos basados en mentiras simples, habría que pensar en
corregir esto con alguna verdad compleja, ¿no? Pero con la mente de los
ciudadanos de los países desarrollados intoxicada de mentiras simples, ¿quién
le pone el cascabel al gato?
Hay gente que
piensa que el hecho de que se hagan determinados productos en México o
Indonesia pagando a la mano de obra menos de lo que se le pagaría en EEUU, es
una forma de explotación de los tailandeses e indonesios[3].
Pero, si echamos la vista atrás, veremos que España, Irlanda, Corea del Sur,
Taiwan y otros muchos países han salido de la pobreza en los últimos sesenta o
setenta años, acercándose a los países más ricos –o incluso superando a muchos–
gracias a haber sido en su día Méxicos o Indonesias. Pensar lo anterior sería
otra mentira simple y aplicarla sería condenar a México e Indonesia a la
pobreza. ¿Se podría llamar a esto bien común? Me temo que no. Dios nos libre de
los populistas de derechas como Trump y de los hombres de buena voluntad que
quieren salvar de la explotación a México o Indonesia dejándose llevar por
mentiras simples.
[1] En
principio todos los Estados tienen atribuciones para crear dinero a través de
sus Bancos Centrales. Pero algunos de ellos, como los de la UE, han cedido esta
prerrogativa a organismos supranacionales, como el BCE.
[2] Digo
casi todo el mundo casi toda su vida, porque el pleno empleo al 100% es
imposible. Siempre habrá algunas personas que han perdido (o dejado, porque no
les gustaba) su trabajo y que tardan un cierto lapso de tiempo, generalmente
corto, en encontrar uno nuevo. Dotar de un subsidio de desempleo a estas
personas es algo que cualquier Estado se puede y se debe permitir. Pero un
subsidio de desempleo para un alto porcentaje de la población que está en paro
crónico, es insostenible a largo plazo para cualquier Estado.
[3] Quien
esto piensa parte de la idea de que es injusto que, por el mismo trabajo, se paguen distintos sueldos en un país como
México que en uno como EEUU. Pero este argumento falla por su base, porque la
premisa de por el mismo trabajo, es
falsa. Cuando un determinado trabajo se deslocaliza de un país como EEUU a otro
como México, ya no vuelve a hacerse nunca en EEUU, porque si se hiciese en este
país con sueldos de este país, el producto dejaría de ser competitivo. Por
tanto no se hace el mismo trabajo en EEUU y México por distintos sueldos. Lo
que se hace en México, ya no se hace en EEUU.