22 de diciembre de 2019

Sobre la noticia de hoy acerca de la Legión de Cristo: Imposible callar


Hoy, en el diario “El Mundo”, que es el que leo cada mañana, pero no me cabe duda de que en toda la prensa, veo una noticia sobre una investigación interna llevada a cabo por la Legión de Cristo en la que se dan datos escalofriantes de los abusos sexuales perpetrados dentro de la Congregación durante décadas. Dado que me caracterizo por comentar todo lo humano y lo divino que acontece en el mundo, aunque no tenga nada que ver conmigo, creo que sería un silencio clamoroso que no hablase de esto, de lo que he tenido una experiencia directa. No de los abusos, sino del proceso que ha llevado a esta investigación hecha por la propia Congregación de la Legión de Cristo.

Empiezo diciendo que me parece bien que, por fin se haya hecho y se le haya dado a luz por la propia Congregación, pero inmediatamente después debo añadir que ese mérito queda casi absolutamente anulado por llegar con trece años de retraso.

Paso a contar cómo he vivido yo ese proceso. En 2006 yo era miembro del movimiento apostólico Regnum Christi, la rama seglar de la Congregación de los Legionarios. Cuando en ese año, con una prudencia y delicadeza equiparables a su firmeza, el Papa Benedicto XVI exigió a Marcial Maciel que se retirase a una vida de penitencia y oración, recibí esta noticia con profunda consternación. Pero en la tarde del mismísimo día en que Benedicto XVI hizo esa declaración, la Legión de Cristo publicó un comunicado en el que literalmente se comparaba a Marcial Maciel con Jesucristo, que sufrió con paciencia la calumnia y la difamación. La reacción de la Legión de Cristo fue negar todo. Y no me cabe duda –así me lo han dicho ex legionarios que lo saben de forma directa– de que antes de hacer público ese comunicado, el Papa había hablado con la dirección de la Legión en ese momento. Pero por aquel entonces, tras la dimisión unos años antes del propio Maciel de la dirección de la Congregación, sabiendo lo que se venía encima y con toda su influencia, fue elegido un nuevo Director General que era un hombre débil, y como Vicario General al que lo había sido durante muchos años bajo Maciel, que era un hombre astuto. Me caben pocas dudas que fueron elegidos por Maciel, todavía considerado un santo, precisamente por esas características.

Las versiones que se iban dando de los hechos, a medida que se iban haciendo públicos, eran siempre negacionistas o, todo lo más, daban pasos de admisión muy pequeños y llenos de medias verdades. Yo, es imposible que lo niegue, estuve completamente ciego y acepté durante casi tres años las versiones edulcoradas, aunque cada vez más duras, de la realidad de quién era Marcial Maciel. Pero cada vez había más Legionarios dentro de la Congregación que se iban dando cuenta de la realidad, a pesar de la férrea censura que rodeaba el tema dentro de la misma, y pedían cada vez de forma más clamorosa que se hiciese lo que ahora se ha hecho. No fue hasta el verano de 2009 cuando me di cuenta totalmente cabal de la realidad, sin paliativos. A pesar del duro golpe que supuso, pude comprobar lo acertado del pasaje del Evangelio que dice que “la verdad os hará libres”. A partir de ese momento, use mi pequeña influencia para intentar que se llevase a cabo un esclarecimiento total de los hechos con absoluta transparencia. A lo largo de los siguientes años hablé personalmente con los Legionarios próximos a mí, con el que entonces era Director Territorial en España, con el Director Territorial de Francia y escribí una carta al Director General. Incluso, cuando hace siete años se convocó el Capítulo General extraordinario de la Congregación, escribí un mail a todos y cada uno de los padres capitulares. En todas estas conversaciones exponía lo mismo: la absoluta y perentoria necesidad de llevar a cabo una profunda investigación y de revelar toda la verdad, sin paliativos. Debo decir que siempre fui escuchado, que jamás sufrí ningún tipo de represalia ni nada remotamente parecido por mis comentarios, a pesar de trabajar en la Universidad Francisco de Vitoria, pero que todos mis comentarios fueron total y educadamente ignorados.

Unos meses más tarde de la caída de mi venda, en 2010, el comunicado de la Santa Sede que siguió a la visita apostólica fue, dentro del lenguaje vaticano, durísimo. Tan duro como claro. En él se establecía, entre otras cosas que se nombraría un Delegado Apostólico para dirigir la Legión de Cristo durante un periodo indefinido. Se alababa sin reservas a la mayoría de los legionarios que, sin saber lo que pasaba durante todos esos años, se habían mantenido fieles a su vocación. Se hablaba del sistema de censura dictatorial que había conseguido mantener esto en secreto. Este comunicado fue para mí, que entonces estaba en mitad de mi “cruzada”, y para muchos legionarios que pedían transparencia, una fuente de esperanza. Esperanza que se vio frustrada. Mediante intrigas de un entonces todavía todopoderoso Cardenal, amigo personal de Maciel, que fue Secretario de Estado de Juan Pablo II, al que mantuvo en la ignorancia de cuanto estaba pasando, el elegido para ser el Delegado Apostólico para la Legión, fue un total continuista que marginó a los legionarios que abogaban por la transparencia. También escribí al Delegado Apostólico, sin respuesta. Así tuvo lugar un Capítulo General que, a mi modo de ver, se cerró en falso. El Papa Benedicto XVI se reservó el nombramiento de dos de los cinco miembros del Consejo. Por supuesto, eligió a dos de los que más se podían identificar con los que exigían transparencia. Pero, posteriormente, nombró a un sacerdote jesuita para que fuese miembro de ese Consejo, aunque sin voto.

En un momento dado, cansado de ser la voz que clama en el desierto, de una forma discreta, sin dar tres cuartos al pregonero, dejé de pertenecer al Movimiento Apostólico Regnum Christi.

Si es notorio que entre los años 2006 y 2009 yo estuve engañado, no lo es menos que a partir de ese momento luché con todo lo que estaba en mi mano para que, sin herir sentimientos de nadie, pero con claridad y contundencia, se llevase a cabo lo que hoy, por fin, se ha hecho. Es cierto que más vale tarde que nunca, pero el hecho de que haya sido tan tarde hace que valga muy poco. Y aún queda pendiente pedir perdón a tantos sacerdotes exlegionarios que lucharon por la transparencia y, cansados de lo infructuoso de su lucha abandonaron la Legión. O a los que en el proceso perdieron su vocación de sacerdotes. Aunque sea tarde, éste debería ser el siguiente paso.

Por último, debo decir que, los muchos legionarios que conozco han sido para mí, con las debilidades de algunos, un foco de irradiación y de luz, y que la Legión de Cristo me ha hecho mucho más bien que mal. También debo decir que, junto a esta terrible lacra, la Legión de Cristo ha hecho un inmenso bien a muchísimas personas además de a mí. Que ese bien sea superior al terrible mal que también han hecho, es algo que sólo Dios puede juzgar. Desde 1998 trabajo en la Universidad Francisco de Vitoria, que es de los Legionarios de Cristo. Hoy día, con 68 años, pudiendo jubilarme, sigo trabajando allí.  Debo decir que me siento orgulloso de ello. Que no se ha producido en la UFV ni un solo caso de abuso, como no se ha producido en los colegios de la Legión a los que han ido mis hijos y creo que en ningún otro de España. Que en estos veintiún años he podido ver y experimentar el enorme bien que esta Universidad, además de la excelente formación que imparte, ha hecho a los miles de estudiantes que han pasado por ella. El peso relativo del trigo y la cizaña se lo dejo a Dios para su juicio. Yo no soy quién para separarlo.

20 de diciembre de 2019

Perseverancia y esperanza sobre indignación por la sentencia de Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE)


Ayer, mi primera reacción ante el fallo del TJUE fue de indignación. No voy explicar aquí las causas de mi indignación, porque son tan obvias que no merecen el espacio que requerirían. Por supuesto, esta indignación no ha desaparecido hoy. Pero un pensamiento frío, ha hecho que sobre esta indignación, por un lado, disminuya y, por otro, se forme sobre ella una costra de perseverancia y, de forma colateral, de esperanza. Por supuesto, la confusión legal que este asunto ha creado no permite afirmar nada de forma categórica. Las interpretaciones que se leen, incluso de juristas experimentados y jueces, no son ni mucho menos claras. Pero, a pesar de ello, me atrevo a dar mi punto de vista.

Primero, la perseverancia. En el peor de los casos, este fallo del TJUE sólo supone un rodeo en el camino de Puigdemont y otros fugados hacia la justicia española que les espera. O, tal vez, ni siquiera sea un rodeo. Está por ver que Bélgica concediese alguna vez la ejecución de la Euroorden. Pero ahora se abre un nuevo frente. Primero, la decisión que tome el Parlamento Europeo no está ni mucho menos clara. La sentencia del TJUE afirma cuál es el momento en que un parlamentario europeo adquiere la inmunidad –parece que en el momento de ser elegido en las urnas– pero no que esta inmunidad le deba ser concedida sin concurrir las circunstancias adecuadas. Parece, según leo en el diario digital “El Español”, en un artículo de José María Macías, cuyo link adjunto, que el Reglamento del Parlamento Europeo remite al Protocolo nº 7 del Tratado de Funcionamiento de la UE, de mayor jerarquía legislativa, en el que se dice que dicha inmunidad sólo ampara los supuestos delitos que tengan que ver con “las opiniones o votos emitidos en el ejercicio de sus funciones”. No parece que sea el caso de estos fugados de la justicia española.

Pero, aún en el caso de que el Parlamento Europeo admitiese la inmunidad, ante ésta, cabría la petición de un suplicatorio. Y de los 70 suplicatorios que se han pedido a este Parlamento, sólo uno ha sido rechazado. Entre los 69 aceptados, está el de José María Ruiz Mateos, a petición del Tribunal Supremo. Y en este caso, no parece que el Parlamento Europeo esté ansioso de dar alas al nacionalismo que, en estos momentos, es uno de los más grandes problemas de Europa. Por lo tanto, caben pocas dudas de que, si el TS hace las cosas bien, cosa de la que no dudo, Puigdemont y los otros fugados acabarán en España. Incluso, tal vez, antes de lo que acabarían estando si tuviésemos que esperar a que Bélgica diese el visto bueno a la Euroorden. Por otro lado, la fiscalía española dice que si Puigdemont viniese a España, podría ser detenido y juzgado, aún antes de que se atendiese al suplicatorio. Además, mi indignación se ve, en parte, mitigada porque la sentencia del TJUE, de ninguna manera juzga sobre el fondo de la condena o del proceso judicial que haya condenado o condene a cualquier Eurodiputado. Es decir, de ninguna manera anula la sentencia firme contra Oriol Junqueras. La sentencia del TJUE no es, como he leído en algún medio, ningún varapalo para el TS español. Únicamente marca, para Puigdemont o y para cualquier situación que pueda darse en el futuro para cualquier europarlamentario de cualquier país, una línea que determina cuándo la inmunidad es efectiva, si ha lugar a ella. En cualquier cao, nunca las cosas han sido fáciles para conseguir metas importantes. El éxito es siempre fruto de la perseverancia. Así que, menos rasgarse las vestiduras y a seguir trabajando. La costra de la perseverancia.

Segundo, la esperanza. Desde el principio de este esperpento de investidura que está persiguiendo Sánchez, he dudado mucho de que llegase a buen –o mal en este caso– puerto. Siempre he pensado que el maximalismo de las bases de ERC forzaría a sus dirigentes a hacer peticiones que ni siquiera Sánchez podría conceder. Y esta duda se ha visto incrementada grandemente por varios acontecimientos recientes, además de por lo que ha pasado con la sentencia del TJUE.

Primero por la declaración de Torra de hace unos días de que JxC no admitiría jamás otra vía que no sea la de la unilateralidad y el camino hacia la independencia. Estamos ante un muy probable escenario de elecciones en Cataluña. Si ERC se abstuviera sin dejar clara y patente su postura en este sentido en el posible acuerdo con el PSOE, a buen seguro se habría pegado un tiro en el pie para ganar esas elecciones. Y creo que ERC tiene el máximo interés en ganarlas. Y eso es algo que –creo– ni siquiera Sánchez puede aceptar.

Segundo por la sentencia de Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de un año y medio de inhabilitación a Torra. Por supuesto Torra va a recurrir esta sentencia ante el TS –¡oh paradoja!–. De ninguna manera creo que el TS rectifique al TSJC, aunque la ratificación tarde en llegar. Pero la piedra está lanzada. JxC, y de rebote ERC, por lo dicho anteriormente, exigirán a Sánchez que retuerza la mano a la Fiscalía y/o a la Abogacía del Estado. Por supuesto, Sánchez no tiene ningún escrúpulo al respecto, pero no es ni mucho menos seguro que se lance a ello, a pesar de su inconsciencia y ambición cortoplacista.

Tercero, pero muy importante, está la actual sentencia del TJUE. De entrada, ERC ya ha roto las negociaciones exigiendo a Sánchez que incite a la Fiscalía y a la Abogacía del Estado a la inactividad/aceptación ante esta sentencia. Otra vez, no creo que ni si quiera en insensato y falto de escrúpulos de Sánchez se atreva a eso. Pero, aunque se atreviese, lo que no podría impedir es que el TS pidiese el suplicatorio. Y eso sería interpretado por las ignorantes bases de ERC como una evidencia del no compromiso de Sánchez con su causa y, por lo tanto, motivo del voto negativo de ERC en la investidura. Sumado a eso que los parlamentarios europeos de otros partidos españoles Constitucionalistas, instarán, a buen seguro, al PE a no aceptar la inmunidad por lo dicho más arriba. ¿Qué harían en ese caso los eurodiputados del PSOE?

Por último, mañana sábado, tiene lugar el congreso –o como se llame– de ERC. Siempre ha ocurrido que las bases son mucho menos sutiles y dúctiles que sus políticos a la hora de poner paños calientes. Por tanto, creo que de ese congreso saldrán exigencias cargadas de ideología separatista muy difícilmente camuflables en un acuerdo entre políticos. Si este congreso –o lo que sea que sea– se hubiese producido hace meses, los ánimos se habrían enfriado y la flaca memoria habría hecho su papel para el olvido. Pero desde este sábado en adelante, no da tiempo ni al enfriamiento ni al olvido.

Por lo tanto, creo que las probabilidades de que no tenga lugar esta investidura Frankinstein son muy altas. La pregunta es: Si esa investidura no se produce, ¿qué ocurrirá? Se abren dos escenarios: 1º Nuevas elecciones y 2º Algún tipo de pacto o acuerdo constitucionalista. El PSOE tiene pavor a unas nuevas elecciones, ya que muy probablemente sería castigado por los que no le perdonarían no haber llegado a un acuerdo de ningún tipo, por la abstención y por la sentencia de los ERE’s que, muy “oportunamente” salió justo después de las pasadas elecciones. Este incierto panorama es aterrador para el PSOE y, en especial, para Sánchez que, si fracasa, vería en peligro su liderazgo en el partido. Hay mucho barón reprimido por el miedo que se lanzaría a su yugular si oliese la sangre. El segundo escenario es también como el agua caliente –no digo ya la fría– para el gato escaldado. El PP ha jugado –creo que bien– su papel de intransigencia para dar la más mínima facilidad a la investidura Frankinstein, como le ha pedido Sánchez con una desfachatez inaudita pero típica suya. Sin embargo, si se produjese el fracaso de la investidura, y planteando a Sánchez exigencias en el terreno constitucionalista y en el económico, es muy posible que mostrase una apertura al logro de una investidura pactada –no sé con qué grado de compromiso mutuo– con el PSOE y los restos del naufragio de C’s. Justo después de las pasadas elecciones dije que este escenario me parecía posible, aunque poco probable. Hoy, me parece más probable. Y si realmente fracasa la investidura Frankinstein, más probable todavía, aunque, en cualquier caso, poco probable. Pero sólo hay esas dos alternativas y el reloj constitucional para las nuevas elecciones ya está en marcha. De modo que la solución, la veremos pronto. Pero con elecciones o con pacto constitucionalista, tengo esperanza. Y esta esperanza se ha visto acrecentada por la sentencia del TJUE. La costra de la esperanza.

Así que, como dice el título de este artículo, perseverancia y esperanza.

13 de diciembre de 2019

La guerra fría continúa


Efectivamente, la guerra fría continúa. Cuando en 1989 se derribó el muro de Berlín, mucha gente, yo entre ellos, creímos que el comunismo había muerto y, con él, la influencia propagandística de la URSS sobre los partidos comunistas de occidente. Incluso Francis Fukuyama escribió un ensayo de gran impacto con el título de “El fin de la historia”, dando a entender que, al haber desaparecido el contrapoder del capitalismo, la historia había perdido su pulso. Este libro fue escrito unos meses antes de la caída del muro. Puede parecer que era profético, pero lo cierto es que, aunque nadie pensaba que el muro iba a caer tan pronto, la derrota del comunismo estaba cantada desde años antes. Efectivamente, el comunismo había perdido estrepitosamente la batalla de demostrar cuál era el sistema económico con mayor capacidad de crear riqueza. De hecho, el comunismo demostró ser el mejor, de lejos, en crear pobreza. Esta fue la primera batalla de la guerra fría. Esta batalla también la perdió el comunismo en el frente militar. La “Iniciativa de Defensa Estratégica”, el escudo antimisiles de Reagan, puramente defensivo, pero bautizado por la propaganda comunista soterrada con el insidioso nombre de “Guerra de las galaxias”, además de acelerar la ruina de la URSS, hizo que ésta se diese cuenta de que tenía también perdida la batalla militar. Por último, el comunismo perdió la primera batalla de la guerra fría en el terreno ético y sindical, con la pinza de Juan pablo II y el sindicato Solidaridad de Lech Valesa. Sin embargo, había tenido un éxito incipiente pero clamoroso en lo que a la disolución de los valores de occidente se refiere. Pero el comunismo no aceptó su derrota económica, ética y militar. Lo que hizo, como los virus más peligrosos, es mutar a otra forma de combate. Si perdió la batalla de creación de riqueza, si no podía derrotar al capitalismo superándolo, sí que podía intentar ganar la guerra arruinándolo. Desde Marx, todos los teóricos del comunismo profetizaban que el capitalismo caería víctima de sus propias contradicciones. Pero el hecho es que esta caída no sólo no tenía lugar, sino que el capitalismo demostraba cada día que iba sacando de la pobreza cada vez a más gente en todos los rincones del mundo, dejando en ridículo el concepto de “lucha de clases”. El proletariado se convirtió en clase media, con un nivel de bienestar impensable hacía sólo cincuenta años y la “lucha de clases” quedó reducida a una caricatura de lo que Marx y sus seguidores esperaban de ella.

Pero la nueva batalla de la guerra fría, la estrategia cambió. Se trataba, creando un gramscismo 2.0 de actuar en dos frentes sinérgicos. El primero era la disolución de los valores más importantes de la sociedad occidental, frente ya abierto con éxito en la primera batalla. El segundo era la invención de nuevas “luchas de clases” que sustituyesen a la fracasada lucha de clases del marxismo.

No voy a entrar a fondo a analizar el primero de los frentes. Esa disolución ya había empezado hace varios siglos, paulatina y subrepticiamente, desde la Ilustración. Tengo un largo escrito sobre “El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento”. Quien lo quiera sólo tiene que pedírmelo.

Esa secular disolución de los valores fue aprovechada ya en la primera fase de la guerra fría. El comunismo no hizo otra cosa que impulsar a occidente en un camino que ésta cultura ya había iniciado. En esta segunda fase se ha seguido luchando con éxito en ese frente. Pero, como he dicho, no me alargaré sobre este primer frente.

Paso al segundo frente, el de la invención de nuevas “luchas de clases”. Por supuesto, aunque me centre sólo en este frente, hay una simbiosis entre ambos. Uno no podría existir sin el otro. Antes de señalar algunas de estas nuevas “luchas de clases” quiero aclarar dos cosas.

Primera. Ninguna mentira puede tener éxito si no tiene un fondo de verdad. Pero no viene mal recordar una frase que leí hace años que dice: “El demonio miente, aun cuando diga la verdad”. Ese fondo de verdad, astutamente exagerado, retorcido y explotado, se puede transformar en un cáncer mortal. Y así lo hace el comunismo.

Segunda. Aunque la URSS haya perdido la batalla militar en la primera guerra fría, los misiles nucleares de esta potencia existen todavía en la actual Rusia, en una China cada vez más poderosa y, más recientemente, en Corea del Norte, además de otros países que suponen una menor amenaza potencial. Cuidado, que este peligro no está ni mucho menos cerrado.

Hechas estas aclaraciones, paso a comentar algunas de las nuevas “luchas de clases”, con su fondo de verdad, exageradas, retorcidas y explotadas por el comunismo hasta convertirlas en cánceres en esta segunda batalla de la guerra fría.

1ª Lucha entre hombres mujeres.

Nadie con un mínimo sentido de la justicia negaría que se debe exigir igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Es también cierto que esa igualdad de oportunidades ha dejado mucho que desear durante siglos. Ciertamente, siempre ha habido mujeres que han destacado por encima de muchos hombres. Pero ha sido a base de un grado de esfuerzo muy superior al que tenían que realizar los hombres para alcanzar los mismos logros. A veces ese esfuerzo ha alcanzado la heroicidad. También es cierto que siempre ha habido casos en los que algunos hombres, abusando de su mayor fuerza física, han maltratado físicamente a las mujeres, aunque no se podría afirmar que haya existido esta misma asimetría en el aspecto psicológico. No es menos cierto, no obstante, que la fisiología y psicología de la mujer, formada por milenios de evolución natural, la han hecho más proclive a funciones más próximas al cuidado de la prole y del hábitat. Por supuesto, esto no significa, de ninguna de las maneras, ningún tipo de inferioridad ni intelectual ni psíquica de las mujeres. Es, simplemente la constatación de un hecho evolutivo. Las mujeres y los hombres tienen una inteligencia y una psique diferente. Esto es fuente de diversidad, no de inferioridad. Ahora bien, toda mujer debería ser libre para, con independencia de esas diferencias, orientar su actividad humana en la dirección que mejor le parezca. Porque, si algo caracteriza al ser humano es que puede superar, con su inteligencia y voluntad, las limitaciones de los condicionantes evolutivos. Y no siempre la mujer ha gozado de esta libertad. Todo feminismo que esté orientado a dotar a la mujer de esa libertad efectiva es magnífico. En ese sentido, soy feminista a muerte.

Pero, más allá de ese feminismo encomiable ha aparecido un feminismo radical que lo que pretende es negar de forma absoluta las diferencias entre hombres y mujeres, buscando sobre todo masculinizar a las mujeres. Y no sólo eso, sino que ha pretendido restringir la libertad de éstas para que no orienten su actividad humana en el sentido de la maternidad y del cuidado del hábitat. Desear orientarse en esa dirección ha sido convertido en sinónimo de estupidez, cortedad de miras y sumisión. Y se ha culpado a los hombres de la existencia de esa respetable preferencia de orientación en las mujeres que lícitamente lo desean. Se ha creado el estúpido concepto de la sociedad heteropatriarcal. Las mujeres TIENEN que querer lo mismo que los hombres, por los mismos medios que los hombres y de la misma manera que nos hombres. Si no lo hacen, es porque unos usos culturales impuestos las obligan. Y si alguna mujer insiste en ello es porque está alienada por ese patrón cultural del heteropatriarcado. Como he dicho antes, se pretende masculinizar a las mujeres, lo que me parece un verdadero disparate.

Por tanto, según el feminismo radical, toda mujer que se precie debe ver a los hombres, a todos los hombres, como un enemigo que la anula y la oprime porque no la deja ser igual a un hombre y todo hombre que no acepte este principio acríticamente será etiquetado de machista, pudiendo ser fusilado al amanecer por ello. Así, se ha desprestigiado la maternidad y esto ha tenido como consecuencia un terrible descenso de la natalidad que, a buen seguro, tendrá consecuencias terribles para la civilización. Por supuesto, la causa de la disminución de la natalidad es multifacética, pero esta es una de ellas, de las más importantes. Ayer se publicó en el periódico que en el primer semestre del año 2019 se ha producido el menor número de nacimientos desde que existe registro de ellos hace casi un siglo. Terrible.

Además, tomando la parte por el todo, se ha pretendido convertir a todos los hombres, por el mero hecho de serlo, en maltratadores, si no de hecho, sí en potencia. La lucha de clases entre hombres y mujeres ya está en marcha. Por supuesto, no está absolutamente generalizada pero, ¿se puede dudar de que está avanzando a pasos agigantados? Y, ¿se puede dudar del nefasto, me atrevería a decir que mortal, efecto que tiene sobre la sociedad una lucha así?

2ª La ideología de género.

Esta lucha de clases está estrechamente emparentada con la anterior, pero no es la misma. Curiosamente, mientras que en la primera lucha de clases se ha tratado de masculinizar a las mujeres, en esta segunda lo que se ha pretendido es fragmentar los dos sexos en una multiplicidad de los llamados géneros, de los que el enemigo común es el hombre heterosexual. Es habitual que en el fragmentado pensamiento posmoderno que se den contradicciones como ésta. Por un lado, masculinizar a las mujeres y, por otro, fragmentar a la humanidad en facciones enfrentadas entre sí o todas contra una. En el diccionario de la RAE, la palabra género tiene ocho acepciones. Ninguna de ellas encaja con lo que ha dado en llamarse género en la ideología que lleva ese nombre. La tercera acepción dice: “Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido éste desde el punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico”. Es decir, aunque sea desde un punto de vista sociocultural, el concepto de género va ligado al de sexo y, sexos, sólo hay dos. La octava acepción dice: “Categoría gramatical inherente en sustantivos y pronombres, codificada a través de la concordancia en otras clases de palabras, y que en pronombres y sustantivos animados puede expresar sexo”. Es decir, lo de los 112 géneros establecidos por la ONU, no es sino un retorcimiento innombrable –LGTBI…. hasta 112, ¡que ridiculez!, ni siquiera hay letras suficientes en el alfabeto– del lenguaje, que no refleja ninguna realidad. Sin embargo, esto de retorcer el lenguaje y dotarlo de sentidos falsos es uno de los trucos gramscianos para deformar la realidad. Se llama gramática normativa. A echar un polvo con una persona a la que se acaba de conocer se le llama hacer el amor, al aborto provocado se le llama interrupción voluntaria del embarazo, y así con otras muchas manipulaciones del lenguaje que, al final, cambian el sentido profundo de las cosas.

Es también típico de la ideología posmoderna pretender que la realidad exterior no existe. Son nuestros sentimientos los que crean la realidad. Una persona no sólo tiene el derecho de sentirse del género 84 –y, efectivamente, cada uno puede sentir ser lo que quiera, como si quiere sentirse un elefante– sino que eso le confiere un derecho a que los demás lo acepten como realidad y le traten como si realmente fuera lo que siente ser. Sea como fuere, lo que se pretende con la ideología de género es etiquetar como homófobo –u homófoba– a todo hombre o mujer que no acepte esa disparatada disparidad. El considerar que los homosexuales, o cualquier otra persona con la identidad de sentimientos que quiera, tienen derecho a ejercer su libertad sin imponérsela a los demás, no es suficiente para librarse de ser un homófobo irredento. Hay que aceptar que nos impongan su “realidad” y que, además, esa “realidad” quede sustanciada en un ordenamiento jurídico que permita que los tachados de homófobos también puedan ser fusilados al amanecer, junto con aquellos a los que el pensamiento débil ha puesto en la frente la etiqueta de machista. He ahí otra mortal “lucha de clases”.

3ª Ecología

Me considero una persona preocupada por el medio ambiente, por la temperatura planetaria y por la limpieza de aire, mar y tierra. Pero no está en modo alguno probado científicamente que el innegable calentamiento global esté producido fundamentalmente por causa del ser humano. Es cierto que se dan dos fenómenos juntos, el aumento de gases llamados de invernadero y el aumento de la temperatura. Pero que dos cosas se den juntas, no prueba que haya una relación causa efecto entre ellas. Máxime cuando la historia climática del mundo muestra enfriamientos y calentamientos globales muy rápidos mucho antes de que el ser humano pudiese trastocar el clima. Incluso antes de que existiera. Tampoco sabemos qué mecanismos de retroalimentación tiene la Tierra para mantener relativamente estable la temperatura. Y, mucho menos está claro que estemos muy cerca del punto de no retorno del apocalipsis climático. De hecho, en un entrevista concedida al diario “El Mundo” el pasado 3 de Diciembre, Bjorn Stevens, Director del Instituto Max Planck de meteorología y uno de los mayores expertos del mundo en nubes, miembro entre 2009 y 2013 del IPCC (International Panel for Climatic Change), no sólo dice que no estamos al borde del apocalipsis, sino que afirma que la formación de nubes, por su efecto en el albedo de la tierra, bien podría revertir ese calentamiento. El que quiera leer la entrevista completa puede hacerlo en el siguiente link:


Lo que se afirma del calentamiento global, aunque esté soportado por muchos científicos, no es ciencia, sino meras opiniones. Opiniones basadas en modelos de simulación del clima que no es ni mucho menos imprudente calificarlos de simplistas y burdamente incompletas. La ciencia no es eso. Es la comprobación empírica de las relaciones causa efecto entre distintos fenómenos. No hay nada de esto en los estudios sobre el cambio climático.

Sin embargo, no soy negacionista. Es más, me sorprende muy negativamente que haya gente negacionista cuya base para ello sea tan sólo que la izquierda esté intentando crear esa “lucha de clases”. Casi tan malo es entrar en esa batalla negacionista como hacerse “apóstol” de esa “lucha de clases” artificial. Creo que debemos ser prudentes. Modificar razonablemente nuestro comportamiento y el de las empresas, sin poner en peligro el desarrollo económico, para ser menos agentes de contaminación de cualquier tipo, no sólo climática. Pero, sobre todo, apoyar el desarrollo tecnológico, único antídoto contra el cambio climático, los plásticos, la polución, la escasez de agua y alimentos el agotamiento de los recursos y otros retos de subsistencia de la humanidad. Elegir la vía de la parálisis económica en vez de la del avance tecnológico –llevado a cabo, por cierto, por empresas capitalistas –es propio de los “apóstoles” de esta nueva “lucha de clases”.

Pero ser sensato no basta. La nueva “lucha de clases” climática-ecológica no admite la prudencia. No pretende otra cosa que la asfixia de la economía y el progreso, para que el comunismo pueda ganar la guerra por el boicot al capitalismo, ya que no puede hacerlo de otra forma. Por tanto, la gente sensata es también acusada y etiquetada de negacionistas y puesta en la cola de los fusilamientos al amanecer. Y no deja de indignarme que en esta “lucha de clases” se esté manipulando a niños en edad escolar a los que se aplaude que hagan huelgas de no ir al colegio, para protestar contra el cambio climático. Y que la revista TIME nombre personaje del año a una niña manipulada, que se está convirtiendo en una activista ignorante que desprecia el ir al colegio a para aprender, me parece más que lamentable, me parece terrible. Si un gitano no llevase a su hijo al colegio, le quitarían la patria potestad. Y en Suecia más que en cualquier otro sitio. Pero si esa niña se llama Greta Thumberg y es una activista del cambio climático se la pone de ejemplo. Ejemplo que es seguido por miles de niños que pretenden ser ejemplo para políticos y empresarios que sean lo suficientemente estúpidos.

3ª Prometer dinero imposible.

¿Hay alguien que no crea que sería magnífico que se pudiera dar a los pensionistas una pensión de, digamos, 3.000 o 4.000 € al mes, actualizados al IPC más un 2%? Creo que nadie le disgustaría algo así. Sólo hay un problema: Qué es imposible. Pero prometer lo imposible para determinadas minorías muy numerosas es una estrategia muy elaborada. Porque para intentar inútilmente cumplir esa promesa hay que esquilmar la economía abrasando a impuestos la creación de riqueza hasta asfixiarla. Hay que endeudar los países a base de “presupuestos progresistas” hasta límites que hagan imposible la devolución de su deuda. Hay que hacer que los Bancos Centrales bajen los tipos de interés hasta extremos que hagan del ahorro algo estúpido y de la sobrecarga de deuda algo inteligente. Hay que llamar retrógrado y antisocial a quien propugne que los estados, como las familias, no pueden gastar indefinidamente más de lo que ingresan. Y cuando la riqueza deje de crearse, aumente el paro y empiece a aparecer el fantasma de la pobreza, cuando los estados se arruinen y arruinen a quienes les han prestado su dinero, aparecerán unas nuevas “clases” con las que crear otra nueva “lucha de clases”. No conviene olvidar la letra de La Internacional, el himno comunista: “Arriba parias de la tierra, en pie, famélica legión, alcémonos todos al grito: ‘¡Es el fin de la opresión!’”. ¿Qué parias? ¿Qué opresión? En el siglo XIX esta letra podía reflejar una cierta realidad. Pero, ¿en el siglo XXI? ¿En el mundo desarrollado? Y sin embargo, es en ese mundo desarrollado en el que se quieren crear nuevas famélicas legiones y nuevas castas de parias que se enfrenten violentamente con el mundo. Hemos pasado por una crisis mundial que, siendo grave, se ha superado ya en muchas partes del mundo y se está superando en el resto. Pero se ha sabido explotar para crear nuevos partidos populistas-comunistas que inflamen el descontento mucho más allá de sus auténticas dimensiones. Y así estamos. Pensiones que se pretende que crezcan con el IPC, mientras la natalidad está en mínimos, la longevidad estirándose más y más y la pirámide de la población, en claro proceso de inversión. Pero, ni una voz se alza para decir que el único sistema de pensiones viable es el del autoahorro. Que está bien que el estado pueda ayudar a los más pobres en ese autoahorro, pero que la base tiene que ser esa. Es más, los bajos tipos de interés, impuestos, como se ha dicho antes, por los Bancos Centrales, hacen que el autoahorro sea imposible. Porque el que ponga esto de manifiesto se enfrentará a un desorden social tremendo –como está pasando en Francia ahora mismo por algo muchísimo menos drástico–, y además, perderá las elecciones por una ciudadanía que lo que quiere es que el estado le dé pan y circo. He ahí los pensionistas convertidos a la nueva “lucha de clases”.

¡Pero, si sólo fuesen las pensiones! ¿Qué decir del aumento desaforado del SMI? ¿O de la creación, cada vez más próxima, de una renta universal? El primero, está demostrado que crea paro. Pero no importa –dice el responsable de las pensiones en España con toda la desfachatez del mundo–, porque los que se vayan al paro, se mantendrán gracias a la economía sumergida. ¡Así, como suena! La segunda, hará que florezcan los perroflautas, ninis que se creen con derechos exigibles con la violencia, si hace falta, y sin obligaciones. Magnífico, he ahí a los colectivos de pensionistas, parados y perroflautas convertidos en materia prima de la “lucha de clases” del siglo XXI. Y quien proponga remedios sensatos, también será fusilado al amanecer.

5ª La inmigración desaforada.

Por supuesto, me parte el alma la pobreza y las enormes cantidades de seres humanos que huyendo de ella en sus países de origen emigran a los países ricos en busca de una vida mejor con un alto riesgo de encontrar la muerte en el viaje. Pero, aunque me duela el alma, esa no es la solución. La solución está en que los habitantes de esos países puedan crear riqueza en sus países de origen. Y sólo hay una causa que lo impide. El hombre es un ser que, si se le da seguridad jurídica, si se le asegura que el fruto de su trabajo y de su ingenio será suyo y que nadie se lo podrá arrebatar, crea riqueza como los gusanos de seda hacen seda o las abejas miel y cera. Pero en sus países están instalados tiranos con un poder omnímodo que amasan enormes fortunas, no porque creen riqueza para sí y para otros, como hacen los millonarios de los países desarrollados, sino porque las extraen de sus súbditos. Y para estos tiranos, que otros creen riqueza es una amenaza para su poder y para seguir amasando dinero. Por eso no crean seguridad jurídica. Al contrario, lo que hacen es hacer que los más valiosos de los habitantes del país, los que podrían crear riqueza, se vayan. Porque los que emigran de esos países no son los más desvalidos ni los más pobres. Esos no pueden pagar lo que las mafias de emigración les exigen. Los que lo pueden pagar son los que podrían, si se les dejase, crear riqueza. Pero para que esos se vayan, los tiranos construyen puentes de barro llamados mafias. La historia de Europa, la que le ha permitido ser el lugar de origen del fenómeno que más riqueza ha creado en la historia de la humanidad, es la historia de la lucha contra los que cerraban el camino hacia la seguridad y la igualdad jurídicas. Pero ahora, en los países occidentales, esas mafias encuentran sus aliados inconscientes en partidos populistas y de izquierdas, que propugnan la inmigración masiva. Y, para sentirse bien, desarrollan programas estatales de ayuda a los países de origen. Ayuda que, en su mayor parte, acaba en los bolsillos de los tiranos y ahogan la capacidad de creación de riqueza de los posibles pequeños empresarios locales. Pero oponerse a la inmigración indiscriminada que no pueda ser absorbida por los países de destino, es más que suficiente para que a quien se oponga se le ponga el sambenito de fascista y se le sitúe en la cola de fusilamiento al amanecer.

6º Los nacionalismos.

No creo que sea necesario extenderme sobre esta “lucha de clases”. En España la estamos padeciendo de forma muy lacerante. Y como ya estoy escribiendo unas páginas demasiado largas, no sigo desarrollando esta “lucha de clases”.

Esta es la fisonomía de la segunda batalla de la guerra fría. Es una batalla de guerrillas. No faltan en ella guerrilleros urbanos experimentados que, como las setas en un pinar después de la lluvia, acuden raudamente allí donde hay un conflicto que pueda ser explotado hasta la exacerbación. No creo que sea necesario poner ejemplos. Los vemos todos los días en los periódicos. Y, ¿de dónde salen los fondos para estos movimientos? Me caben pocas dudas de que los altos gerifaltes de la URSS, cuando se dieron cuenta del derrumbe que se les venía encima y de que iban a perder la primera batalla de la guerra fría, tras rediseñar el gramscismo 2.0, se ocuparon de dejar un buen montón de pasta debidamente camuflada y distribuida en espera de la segunda batalla de la guerra fría. Y, ¿quién podría ser el capo de ese movimiento? Hay en el mundo un individuo que hizo su carrera ascendente en la KGB, que fue el director de esa KGB después de que esta agencia cambiase su nombre por el de Servicio Federal de Seguridad, que llegó a ser primer ministro y presidente de Rusia. Hay evidencias de que ese país es uno de los más activos hackers del mundo. Mucha gente ha olfateado el rastro de ese país detrás de la financiación de movimientos de debilitamiento de occidente. De vez en cuando, algún opositor aparece muerto en extrañas circunstancias. Otro posible financiador de esta estrategia comunista 2.0 puede ser China. Por mucho que este país participe en la economía capitalista, es esencialmente comunista y no lo niega ni disimula. Además, tiene ansia de hegemonía mundial. Por si fuera poco, se está haciendo con la propiedad de participaciones muy importantes en las más grandes y estratégicamente más importantes empresas de occidente. Y no lo hace como forma de obtener una rentabilidad para sus fondos. O, al menos, no fundamentalmente por eso. Sigue una agenda oculta de estado de la que caben pocas dudas cuál es su objetivo: Llegado el momento, dar un golpe encima de la mesa y decretar el final del juego.

¿Estaré siendo paranoico? Puede. Lo digo en serio. Puede. Aunque conociéndome como me conozco, creo que no. Pero, ¿quién se conoce de verdad? En todo caso, prefiero correr el riesgo de la paranoia que la de vivir estúpidamente en “la ciudad alegre y confiada” mientras voy por el mundo como una maleta.

¿Ganaremos –me refiero a occidente y la libertad– esta segunda batalla de la guerra fría? Me gustaría pensar que sí, pero no sé si sería un ejercicio de razón o de wishful thinking. En los años 60 del siglo pasado, las apuestas estaban, en gran medida, en contra de las “débiles” democracias y a favor de la “fuerte” y totalitaria URSS. Algo parecido había pasado tres decenios antes con las democracias frente al totalitarismo nazi aunque, en este caso, el totalitarismo comunista se aliase con las democracias, más bien a la fuerza que de buen grado, ciertamente. Puede que, a fin de cuentas, las democracias no sean tan débiles como a veces parecen, que tengan algún tipo de recurso oculto que sale a relucir en los momentos más críticos. O puede que no exista ese recurso. O que se haya esfumado con la pérdida de los valores de occidente. Me gustaría creer que estas líneas puden ser un grano de arena que ayude a activar ese recurso, si es que existe. Pero, además, rezo al Señor de la Historia para que sí exista ese recurso y para que Él nos ayude a activarlo. Aquí lo dejo.

5 de diciembre de 2019

Elucubraciones cosmológicas (y lógicas) sobre la fe


En estas líneas pretendo dejar patente por qué la fe, si bien no puede obtener una demostración apodíptica que, tras una serie de silogismos nos lleve a un “quod erat demostrandum”, ni una demostración empírica-científica, tiene, eso sí, una lógica que la hace, si no necesaria, sí muy razonable. Tal vez más razonable que su negación.

Empecemos por considerar el universo en el que vivimos. Según afirma la ciencia, vivimos en un universo con tres dimensiones espaciales y una cuarta, que es temporal. Al menos esto es lo que dice la divulgación científica. En la ciencia de frontera, las teorías de cuerdas amplían esas dimensiones a diez. Y la que se conoce como teoría M, añade una dimensión más, dejándolas en once. Lo que ocurre es que las siete dimensiones espaciales extra, se encontrarían “enrolladas” en finísimos cilindros de un diámetro tan pequeño que serían indetectables empíricamente. Por eso se las llama dimensiones ocultas. Nadie las ha percibido nunca con ningún aparato de medida. Son constructos matemáticos indetectables que es necesario “inventar” para explicar ciertos aspectos de la realidad. Pero seguramente existan de verdad. Por otro lado, la única dimensión temporal no es intercambiable con las tres dimensiones espaciales observables. El tiempo juega un papel especial en el entramado espaciotemporal que forma el tejido de nuestro universo. Pero, para lo que sigue, me centraré tan sólo en las tres dimensiones espaciales más el tiempo.

Llegados a este punto, creo que es algo perfectamente razonable plantearse la siguiente pregunta. Es más, lo irrazonable sería no hacérsela. La pregunta es: ¿Por qué tan sólo tres dimensiones espaciales detectables? ¿Por qué no 54 dimensiones? ¿O 3.916.486? ¿Por qué tiene que haber un límite al número de dimensiones? ¿Por qué no podrían ser infinitas? Y exactamente lo mismo podríamos preguntarnos sobre las dimensiones temporales. No parece que pueda haber nada que haga razonable que sólo existan las tres dimensiones espaciales y la única temporal que podemos experimentar. No se puede demostrar que haya más, pero me parece que esos números no tienen nada de mágicos. Yo apostaría, porque me parece lo más razonable, a que hay infinitas dimensiones de tipo espacial, infinitas dimensiones temporales e infinitas “enrolladas”. Incluso creo que sería razonable pensar que puedan existir dimensiones de tipos distintos de las espaciales, temporales y “enrolladas”. Infinitos tipos distintos de dimensiones. Todo esto puede llevarnos a la locura, pero no estoy intentando volver loco a nadie. Simplemente estoy estableciendo una premisa indemostrable pero totalmente razonable. A saber: Es muy razonable pensar que existe una REALIDAD, absolutamente inimaginable por nosotros, pequeños seres humanos, confinados en nuestra realidad de tres dimensiones espaciales más una temporal. Una REALIDAD mucho más allá de la que nuestra ciencia pueda mostrarnos y analizar empírica o matemáticamente. Una REALIDAD con sus propias leyes, totalmente desconocidas para nosotros. Así pues, parece lógico y razonable pensar que la REALIDAD pueda ser un espacio con infinitas dimensiones espaciales, infinitas temporales, infinitas “enrolladas”, infinitos tipos de dimensiones aparte de las espaciales, temporales y “enrolladas” e infinitos tipos de dimensiones “enrolladas”… No pretendo con todo lo anterior crear ningún tipo de vértigo en quien lea estas líneas. Sólo pretendo hacer ver por qué me parece irracional pretender que nuestra minúscula realidad, de tres dimensiones espaciales, una temporal y, tal vez, siete enrolladas, sea LA REALIDAD.

Pero, antes de seguir, me voy a permitir dos imágenes que pretenden ilustrar lo dicho. Les voy a llamar la imagen del salchichón y la cocina y la de las matriuskas rusas. Nuestro espacio-tiempo, tal como lo describe la teoría de la relatividad de Einstein, podría compararse, aunque de forma muy simplificada y restándole una dimensión espacial para poder visualizarlo, con un salchichón. Lo que nosotros experimentamos como el “ahora”, no es sino una rodaja de ese salchichón. El salchichón no es infinito, tiene un principio y un fin, y cada rodaja es un “ahora”. Los seres que viven confinados en ese salchichón viven cada una de las rodajas secuencialmente, una detrás de otra. El salchichón existe entero, pero esos seres sólo ven la rodaja en la que están. Recuerdan, de manera más o menos imperfecta, las rodajas que ya se han cortado e ignoran casi todo, salvo presuntos barruntos, de las rodajas que todavía no han sido cortadas. Pero, el salchichón está dentro de una cocina –cocina que tiene tres dimensiones espaciales, es decir una más que las que tiene el salchichón–. En esa cocina hay alguien que está preparándose un bocata con ese salchichón y, para ello, está cortando rodajas. Cada vez que corta una rodaja, ha pasado un “quantum[1]” de tiempo de los seres que viven dentro del salchichón. En un momento dado, al cocinero le suena el teléfono. Deja de cortar el salchichón y contesta. Tras un rato de conversación, vuelve a prepararse el bocata y sigue cortando rodajas de salchichón. Entonces mira al reloj de la cocina, ve que se le está haciendo tarde y empieza a cortar más rápidamente el salchichón. Vemos que hay aquí dos tiempos. El tiempo del salchichón y el tiempo de la cocina. Los que viven dentro del salchichón no se han dado cuenta ni de la interrupción del corte mientras el cocinero hablaba por teléfono ni del aumento de la velocidad de corte posterior. Para ellos cada rodaja cortada es un “quantum” de tiempo, con independencia de cómo transcurra el tiempo de la cocina. El tiempo de la cocina transcurre imperturbable con independencia del ritmo al que el cocinero corte el salchichón. Sin embargo, podría decirse que el tiempo y el espacio de la cocina están en una jerarquía superior que el del salchichón. Pero, ¿no podría ocurrir que la cocina fuese, a su vez, un salchichón de una jerarquía superior, pero dentro de una cocina también jerárquicamente superior? No sólo podría ocurrir, sino que no hay nada que nos haga pensar que no sea así. ¿Por qué no va a haber una jerarquía infinita de salchichones y cocinas? ¿Dónde es razonable que la jerarquía se pare? ¿Por qué no puede haber siempre una cocina que envuelva a un salchichón y que, a su vez, esa cocina sea salchichón de una cocina “mayor”? No veo ninguna razón para cortar la cadena de salchichón-cocina-salchichón-cocina… ad infinitum. Vista la imagen del tiempo de la cocina y el del salchichón, se entiende perfectamente el de las matriuskas rusas. Pero podría haber infinitos conjuntos de matriuskas, cada una con sus infinitas matriuskas anidadas una dentro de otra[2]. Conjuntos de matriuskas que, a su vez, podrían estar metidos juntos dentro de otras matriuskas que, a su vez...

Pero, nuestra indagación tiene que continuar. No hay más remedio. Es lícito preguntarse –es más, es obligado hacerlo–: ¿Qué hay en esas infinitas jerarquías de cocinas? ¿Nada? ¿Es lógica esta respuesta? Me parece que no. Si en el salchichón que conocemos hay cosas, ¿por qué insondable motivo no las habría en otros salchichones mayores? Sé que me estoy metiendo en un jardín muy frondoso. Pero, ¿acaso no es propio de la naturaleza humana hacerse preguntas, aunque el hecho de hacérselas nos meta en un jardín? ¿Acaso es más humano no hacérselas y conformarse con lo “dejá vú”? Así que seguiré haciéndomelas y miraré con cierta conmiseración al que piense que no hay nada fuera de lo que podemos medir, pesar, contar o analizar en nuestro salchichón. Hamlet dirige a su amigo Horatio, en la tragedia de Shakespeare, una afirmación que me parece muy pertinente para este caso: “Hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que pueda soñar nuestra filosofía”, le dice. Más aún, no sólo parece razonable que en esas dimensiones haya “cosas”, sino que me parece igualmente razonable que haya “álguienes”. Y si hay infinitas dimensiones de infinitos tipos, me parece igualmente razonable pensar que haya un alguien en esa matriuska o en esa cocina infinita. En la madre de todas las matriuskas y de todas las cocinas. Me atrevo a poner ese Alguien con mayúsculas. Más, me atrevo a llamarle Dios y no parece en modo alguno irrazonable pensar que ese Dios tenga mucho que ver con la existencia de todas las matriuskas y cocinas que hay dentro de Él, de todos los “álguienes” que los habitan y con su razón de ser, de su para qué, de su finalidad. No parece irrazonable pensar que ese Alguien en es SER, EL QUE ES, que hace participar de su SER y da existencia a lo que, simplemente existe. Podemos llamarle, como Aristóteles, la Causa Primera. Pero, a diferencia de Aristóteles, parece razonable que, si hay “álguienes” por debajo, ese SER sea Alguien. Por supuesto, no tengo ni la más remota idea de cuál pueda ser esa finalidad. Seguiré con esto, pero antes, un pequeño rodeo.

Al ver lo anterior sobre el salchichón, uno podría pensar que si el salchichón es algo que ya está hecho, el tiempo no es más que una ilusión y el futuro, que no es otra cosa que futuros cortes del salchichón, está ya escrito y consumado, aunque los que viven dentro del salchichón no lo sepan. Einstein así lo pensaba. Al morir su amigo y colega Michele Besso, afirmó: “Mi amigo Michele se me ha adelantado a dejar este extraño mundo. Poco importa. Para nosotros, físicos convencidos, el tiempo no es sino una ilusión”. Entonces, la libertad sería también una ilusión. Muchos científicos y pensadores lo han creído así, desde los griegos en adelante. El matemático Pierre Simón de Laplace (1749-1827) afirmaba: “Un intelecto que, en un instante dado, conociera todas las fuerzas que actúan en la naturaleza y la posición de todas las cosas de que se compone el mundo —suponiendo que dicho intelecto fuera lo bastante vasto para someter estos datos al análisis— abarcaría en la misma fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes y los de los átomos más pequeños; para él no sería nada incierto y el futuro, lo mismo que el pasado, estaría presente a sus ojos”. Y puede parecer lógico. Si las leyes de la física fuesen deterministas y fuésemos seres que estuviésemos sólo y completamente dentro del salchichón, no podría ser de otra manera[3]. Pero ninguna de las dos premisas anteriores es cierta. La física cuántica, que fue la bestia negra para Einstein, ha demostrado que no existe el determinismo en las leyes de la física y, más adelante, mostraré por qué no me parece razonable pensar que nosotros, los seres humanos, seamos seres que vivimos sólo y totalmente dentro del salchichón.

Pero, incluso si viviésemos sólo y totalmente dentro del salchichón, podríamos alterar nuestro futuro. Imaginemos que los seres humanos fuésemos hebras de tocino blanco que recorriesen una cierta longitud del salchichón (de hecho, ésta es la razón por la que he elegido el salchichón y no el lomo como embutido para poner mi ejemplo). Mi libertad, aprovechando el no determinismo de las leyes de la física, podría modificar el recorrido de mi hebra de tocino y cooperar a que otras hebras modificasen su recorrido. Por tanto, el corte del cuchillo de la cocina no sabe con exactitud dónde estará mi hebra, ni la de nadie, unos centímetros más adelante del sitio por el que está cortando[4]. Pero si, además, somos seres que tenemos una parte fuera del salchichón, es posible que, con nuestra parte externa del salchichón, podamos actuar sobre él y modificar su forma. Y, en todo caso, lo que sí es totalmente lógico y razonable es pensar que alguien de fuera del salchichón, alguien de la cocina, pueda modificar su forma. Y, por supuesto, con mayor razón, el Alguien infinito, Dios. Pero, ¿somos nosotros seres que vivimos sólo y totalmente dentro del salchichón? No me parece razonable verlo así. A fin de cuentas, aunque estamos dentro del salchichón, con nuestra mente podemos visualizar el salchichón como si estuviéramos fuera de él y tuviésemos una parte de nosotros en la cocina. Yo lo estoy haciendo ahora y cualquiera que me siga lo está también haciendo. Un mono no es capaz de hacer eso y, mucho menos una piedra. Pero el ser humano sí. ¿No parece razonable pensar que alguna de nuestras facultades está en la cocina? Imaginemos que toda nuestra vida se hubiese desarrollado dentro de un espacio de 100Km de largo, por 50 de ancho y 3 de alto y que, llegados a ese límite, nos encontrásemos metidos en un laberinto que, tras dar muchas vueltas por él, sólo tuviese la misma salida por la que hemos entrado. ¿Seríamos capaces de preguntarnos siquiera qué hay más allá del laberinto? ¿Tendría sentido en concepto de más allá o daríamos por hecho que eso es lo que hay? Creo que más bien lo segundo. Por eso creo que algo nuestro está fuera de nuestro salchichón. Y hasta es posible –y razonable– que algo de nosotros pueda estar en la cocina de la cocina e incluso en la cocina de la cocina de la cocina… ¿Hasta qué nivel jerárquico de cocinas? No lo sé. Desde luego, así como he dicho que me parece razonable que haya una sucesión infinita de salchichones y cocinas, no tengo nada que me haga pensar que nosotros tenemos que estar en toda esa jerarquía. ¿O tal vez sí? Sólo tal vez.

Puede que esté ya claro para alguien a dónde quiero ir a parar con todo esto. Pero, no obstante, intentaré aclararlo. Los seres humanos somos entes de razón que, guiados por ella, intentamos establecer relaciones causa-efecto entre los distintos fenómenos. Si no lo hiciésemos así, el mundo sería para nosotros un caos ininteligible en el que no podríamos vivir. La historia de la humanidad es la historia del triunfo de la creación de estas relaciones causa-efecto veraces, junto con la historia de los errores en este proceso. Muchas de esas relaciones causa-efecto son una cadena que se desarrolla exclusivamente dentro del salchichón. La ciencia es una historia maravillosa de establecer esas cadenas de relaciones causa-efecto veraces exclusivamente dentro del salchichón. Esa veracidad se demuestra empíricamente. El edificio construido es magnífico y quien vaya contra esas relaciones veraces y comprobadas es un insensato. El problema está en pretender no existen cadenas de relaciones causa-efecto que se desarrollen en todo o en parte fuera del salchichón, que salen del salchichón en un punto y que tras seguir conexiones causa-efecto en cocinas superiores, vuelven a meterse en el salchichón en otro punto del espacio-tiempo. O, con una pretensión más débil, pretender que únicamente las relaciones causa-efecto que están dentro del salchichón y pueden probarse empíricamente son verdaderas. Esto no es ciencia. Se llama cientifismo y es, sencillamente, alicorto y, por tanto, irracional. Ciertamente, para nosotros, pequeños seres dentro del salchichón, es muy difícil, si no imposible, estar absolutamente seguros de que esas relaciones que van por fuera, son ciertas. Por lo tanto, requieren una extremada prudencia. Pero esa es la condición humana. No conocemos el futuro, pero intentamos representárnoslo para actuar con menos posibilidades de equivocarnos en nuestras decisiones. ¿Quién no hace eso? ¿Por qué no deberíamos hacerlo para atisbar las relaciones causa-efecto que van por fuera?

De hecho, en nuestra vida cotidiana, actuamos, nos movemos y tomamos decisiones, a menudo vitales, basándonos en razonamientos no empíricamente demostrados ni demostrables. ¿Qué demostración empírica tenemos de que cuando decidimos casarnos lo hacemos con la persona adecuada? ¿O de que cuando cambiamos de trabajo no va a ser peor el nuevo que el que dejamos? No existen demostraciones para este tipo de decisiones fundamentales. Las tomamos en base a un determinado número de indicios que nos hacen pensar que la bondad de nuestra decisión tiene más probabilidades de ser cierta que falsa. Si alguien esperase a tener la seguridad empírica absoluta de que estaba haciendo lo correcto para hacerlo, jamás haría nada. Simplemente, se quedaría quieto sin salir de la cama cada día. Lo cual es tomar una decisión absolutamente irracional. Lo racional es buscar indicios que nos den una razonable tranquilidad sobre las decisiones que tomamos y, llegados a un punto actuar. La gracia está en saber cuándo pararse en nuestro afán de seguridades imposibles. Esto es como las siete y media en “La venganza de Don Mendo: “El no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Más, ¡ay de ti si te pasas! Si te pasas, ¡es peor!” Por eso me parece bastante irracional la postura del agnosticismo. El agnóstico de verdad, no el que se dice agnóstico por no decirse ateo. El ateo ha tomado una decisión. Podré estar o no de acuerdo con él, pero es su decisión y ni yo puedo demostrarle a él que está equivocado ni él puede demostrármelo a mí. Respeto su decisión y le exijo respeto para la mía. Pero el agnóstico genuino es como el que se queda en la cama sin hacer nada por falta de seguridad absoluta. O como el que se casa con la primera que encuentra. Exige para abrazar la fe una seguridad que no exige en su vida normal para funcionar. Me parece, por tanto, una pose intelectual sin correspondencia en su vida real. Lo racional sería que se tomase el trabajo de indagar, de buscar indicios que le acerquen a tomar una decisión –abrazar la fe o no abrazarla– que, si se toma en serio, puede ser la más importante de una vida.

Doy un paso más. Para mí la ciencia es también un acto de fe. Un acto de fe razonable, pero un acto de fe. Además, un acto de fe que va contra lo que me dicen los sentidos. Cuando me dicen que la silla en la que me siento es, en realidad, casi puro vacío, que, en realidad, está formada por núcleos de átomos alrededor de los que giran electrones a una distancia inmensamente mayor a su diámetro, que, en realidad, lo que me sostiene sin que me caiga de culo es la repulsión entre los electrones de la superficie de la silla y los de mi culo, cuando me creo eso que me dicen, estoy haciendo un acto de fe. Mis sentidos me dicen otra cosa. Me dicen que la silla es sólida. Yo jamás podré tener el acceso al conocimiento o a los experimentos empíricos que demuestran que, en realidad, es casi puro vacío. Sin embargo, es racional que piense: “cuando tanta gente tan lista, dice que está empíricamente probado que es así, es que debe ser así”. Negarme a creerlo sería irracional. Hay cuestiones “científicas” para las que soy agnóstico. Por ejemplo, que el cambio climático esté fundamentalmente causado por el hombre. Pongo “científicas” entre comillas porque el grado de correlación del innegable cambio climático con la innegable acción del hombre sobre los gases invernadero, está lejos de ser algo científicamente demostrado. Hay otras muchas posibles causas y nada demuestra empíricamente que la más determinante sea la acción humana. Pero este agnosticismo no me lleva a encogerme de hombros y decir que como no puedo saberlo con seguridad absoluta, me importa una mierda. Al contrario, me gustaría saber más del asunto, dentro del tiempo y los conocimientos de los que dispongo. ¿Llegaré un día a estar convencido? No lo sé, pero me preocupa, y mucho. ¿Hasta poner en riesgo el progreso de la economía mundial? Ni de coña. Además, la decisión que yo tomase, no iba a cambiar en mucho el nivel de calentamiento global. De forma parecida, si mañana me diagnosticasen un cáncer y me dijesen que hay dos tratamientos alternativos y excluyentes, con mi razón y sentido común intentaría entender, hasta donde pudiera, uno y otro tratamiento y escuchar y leer los argumentos a favor y en contra de cada uno de ellos. Pero no podría pasarme años en ese análisis, porque mi cáncer no espera. Sin estar al 100% seguro, elegiría, en poco tiempo, el tratamiento que me pareciese mejor. No me quedaría parado ni lo echaría a cara o cruz. Y en el momento en el que tomase la decisión, seguiría el tratamiento elegido con toda mi alma, aunque hubiese en mí resquicios para la duda. Me va la vida en ello. ¿Sería irracional mi comportamiento o lo irracional sería la parálisis? ¿O pasarme años investigándolo? ¿O cambiar de tratamiento cada día según de dónde soplase el viento? Así pues, para las decisiones vitales de nuestra vida actuamos fiándonos racionalmente de autoridades externas a nosotros. En el caso de los electrones de la silla y mi culo, parece que no hay duda. Todas las autoridades coinciden. Pero en el del cambio climático o en el tratamiento de mi cáncer, ni siquiera las autoridades coinciden. Y, sin embargo, lo racional es tomar una decisión. Tanto más racional cuanto más me juegue y cuanto más impacto pueda tener mi decisión en el resultado.

Entonces, parece evidente que las preguntas razonables son: ¿Hay alguna autoridad ahí, fuera del salchichón, un Dios todopoderoso que nos pueda “soplar” las relaciones causa-efecto que van por fuera? ¿O que, incluso, pueda ser agente de esas relaciones como nosotros lo somos para cuidar de un niño pequeño cuyo horizonte es mucho menor que el nuestro? ¿Debemos encogernos de hombros ante esto? Me parece evidente que no. Y, ¿qué podemos hacer? Resulta que hay gente que dice que ese ser que está en la más grande de todas las cocinas, la que tiene infinitas dimensiones, la que engloba a todas las jerarquías de tiempos y a todas las dimensiones espaciales y a todos los infinitos tipos de dimensiones, las enrolladas incluidas, gente que dice, repito, que ese Dios se ha revelado a los seres humanos. Que en un lenguaje misterioso, aunque use como vehículo una lengua humana conocida, ha dejado un testimonio de cuáles son sus planes para nuestro salchichón y cualesquiera otros salchichones y cocinas que pueda haber en el mundo. Que es el Señor de LA REALIDAD, de nuestra pequeña realidad y de todas las realidades de todos los tamaños que pueda haber dentro esa REALIDAD. Que nos ha dejado dos libros que deben ser descifrados, uno en texto, escrito a lo largo de miles de años por miles de personas, y otro hecho de espacio-tiempo, matemáticas y estrellas. Dos libros nada evidentes, que hay que investigar, pero en los que está la clave de todo. Resulta que hay también quien dice que ese ser, ha entrado dentro de nuestro salchichón y que comparte nuestra pequeña condición dimensional para ampliarla a la suya junto con todas las demás realidades. Que podemos tener un contacto directo con Él, enchufarnos a Él. Y no lo dicen una ni dos personas. Lo creen, en mayor o menor grado (o casi sin creerlo), alrededor de mil millones de personas. Y muchos de esos que lo creen, los que lo creen con más convencimiento, muestran una vida magníficamente asombrosa. Podría decirse que se cuentan entre los mejores hijos de la humanidad. ¿Están todos locos o será que han “visto” algo, que han tenido algún tipo de experiencia innegable con ese Dios? No lo creo. Creo que más bien responde a lo que los filósofos fenomenólogos conocían como “Einfühlung”[5]. Creo que sólo la posibilidad de que esto pueda ser así, merece que nos planteemos si ese tratamiento para burlar nuestro cáncer de muerte merece la pena. Claro, que esto requiere esfuerzo, que al final no hay una certeza absoluta y que, además, si lo creemos, requiere un profundo cambio de actitud hacia la vida. Pero, ¿podemos, en nombre del agnosticismo, dejarnos llevar por la pereza o el miedo? A mí me parece que lo racional es no dejarse llevar por esas actitudes. Pero…

Creo que, llegado a este punto, me he metido en un jardín del que no sé cómo salir. A veces me ocurre que voy a ver una película con una trama extremadamente interesante y compleja, y me doy cuenta de que el guionista, no sabe cómo terminarla. Eso me pasa a mí. Hay muchas preguntas que quedan como cabos sueltos en esta historia del salchichón. Lo sé. A fin de cuentas, también la ciencia es un jardín en el que cada vez que se abre una puerta se entra en una habitación en la que hay muchas nuevas puertas. ¿Cuándo acabarán las puertas y las habitaciones? Creo que nunca. Pero atar esos cabos, los del jardín de la ciencia y los de mi jardín, o intentarlo, merece una vida. Y creo que, un día, veremos todos los salchichones desde el atalaya de las infinitas dimensiones y tendremos todas las respuestas ante los ojos. Claras y meridianas, como un cielo límpido. Eso creo. Y creo que no soy irracional por creerlo. Mucho menos que quien diga que esto, nuestro salchichón, es lo que hay. Termino con una frase leída hace muchos años al final del prólogo de un libro de Louis Pawels y Jaques Bergier, “La rebelión de los brujos”, que dice:

“… si alguien, abusando de la autoridad científica –la cual, que yo sepa, no tiene por misión desesperar al hombre– me dice: “nada maravilloso puede encontrarse en este mundo”, me negaré obstinadamente a prestarle oídos. Con mis pobres medios, y con toda mi pasión proseguiré mi búsqueda. Y si no encuentro nada maravilloso en esta vida, diré, al despedirme de ella, que mi alma estaba embotada y mi inteligencia ciega, no que no hubiese nada que encontrar”.


[1] La física cuántica, a la que también me referiré más adelante en estas líneas, demuestra que tanto el espacio como el tiempo están “quantificados”. Es decir, no son un continuo infinitamente divisible, sino que existe una “dosis” mínima de espacio o de tiempo, granos indivisibles que se suceden en pequeños escalones indivisibles llamados “quantos”. O sea, que el reloj que mide el tiempo es un reloj de esos que van a saltitos, aunque los saltos sean tan pequeños que parezca como si el tiempo fuese un continuo. Y lo mismo con el espacio.
[2] La cosa es mucho más complicada, y lo digo en una nota al pie para no liarla todavía más en el texto principal. Según la teoría de la relatividad, cada ser dentro del salchichón, vería que el ángulo con el que el cuchillo corta el salchichón es diferente según la velocidad a la que él mismo se mueva. Es decir, que no hay un corte que sea el ahora para todos los seres que habitan el salchichón. Pero, dejemos esto de lado, aunque sólo sea por higiene mental.
[3] Un tema teológico-filosófico en el que no quiero entrar en estas líneas, aunque he escrito algo sobre ello, es si ese Dios, que está en la última cocina conoce lo que va a pasar y, por lo tanto, no somos libres ya que si Dios sabe lo que vamos a hacer, no tenemos más remedio que hacerlo y, por lo tanto, no somos libres ante Él. Es una discusión que viene de antiguo; la contradicción entre la omnisciencia de Dios y nuestra libertad. No me voy a meter en ello aquí, porque es demasiado largo pero quien esté interesado puede verlo en el siguiente link a mi blog, tadurraca. https://tadurraca.blogspot.com/2008/06/la-libertad-humana-y-la-omnisciencia-de.html
[4] Esta es la tesis de mi libro “El Señor del azar” que, lamentablemente, está agotado.