5 de diciembre de 2019

Elucubraciones cosmológicas (y lógicas) sobre la fe


En estas líneas pretendo dejar patente por qué la fe, si bien no puede obtener una demostración apodíptica que, tras una serie de silogismos nos lleve a un “quod erat demostrandum”, ni una demostración empírica-científica, tiene, eso sí, una lógica que la hace, si no necesaria, sí muy razonable. Tal vez más razonable que su negación.

Empecemos por considerar el universo en el que vivimos. Según afirma la ciencia, vivimos en un universo con tres dimensiones espaciales y una cuarta, que es temporal. Al menos esto es lo que dice la divulgación científica. En la ciencia de frontera, las teorías de cuerdas amplían esas dimensiones a diez. Y la que se conoce como teoría M, añade una dimensión más, dejándolas en once. Lo que ocurre es que las siete dimensiones espaciales extra, se encontrarían “enrolladas” en finísimos cilindros de un diámetro tan pequeño que serían indetectables empíricamente. Por eso se las llama dimensiones ocultas. Nadie las ha percibido nunca con ningún aparato de medida. Son constructos matemáticos indetectables que es necesario “inventar” para explicar ciertos aspectos de la realidad. Pero seguramente existan de verdad. Por otro lado, la única dimensión temporal no es intercambiable con las tres dimensiones espaciales observables. El tiempo juega un papel especial en el entramado espaciotemporal que forma el tejido de nuestro universo. Pero, para lo que sigue, me centraré tan sólo en las tres dimensiones espaciales más el tiempo.

Llegados a este punto, creo que es algo perfectamente razonable plantearse la siguiente pregunta. Es más, lo irrazonable sería no hacérsela. La pregunta es: ¿Por qué tan sólo tres dimensiones espaciales detectables? ¿Por qué no 54 dimensiones? ¿O 3.916.486? ¿Por qué tiene que haber un límite al número de dimensiones? ¿Por qué no podrían ser infinitas? Y exactamente lo mismo podríamos preguntarnos sobre las dimensiones temporales. No parece que pueda haber nada que haga razonable que sólo existan las tres dimensiones espaciales y la única temporal que podemos experimentar. No se puede demostrar que haya más, pero me parece que esos números no tienen nada de mágicos. Yo apostaría, porque me parece lo más razonable, a que hay infinitas dimensiones de tipo espacial, infinitas dimensiones temporales e infinitas “enrolladas”. Incluso creo que sería razonable pensar que puedan existir dimensiones de tipos distintos de las espaciales, temporales y “enrolladas”. Infinitos tipos distintos de dimensiones. Todo esto puede llevarnos a la locura, pero no estoy intentando volver loco a nadie. Simplemente estoy estableciendo una premisa indemostrable pero totalmente razonable. A saber: Es muy razonable pensar que existe una REALIDAD, absolutamente inimaginable por nosotros, pequeños seres humanos, confinados en nuestra realidad de tres dimensiones espaciales más una temporal. Una REALIDAD mucho más allá de la que nuestra ciencia pueda mostrarnos y analizar empírica o matemáticamente. Una REALIDAD con sus propias leyes, totalmente desconocidas para nosotros. Así pues, parece lógico y razonable pensar que la REALIDAD pueda ser un espacio con infinitas dimensiones espaciales, infinitas temporales, infinitas “enrolladas”, infinitos tipos de dimensiones aparte de las espaciales, temporales y “enrolladas” e infinitos tipos de dimensiones “enrolladas”… No pretendo con todo lo anterior crear ningún tipo de vértigo en quien lea estas líneas. Sólo pretendo hacer ver por qué me parece irracional pretender que nuestra minúscula realidad, de tres dimensiones espaciales, una temporal y, tal vez, siete enrolladas, sea LA REALIDAD.

Pero, antes de seguir, me voy a permitir dos imágenes que pretenden ilustrar lo dicho. Les voy a llamar la imagen del salchichón y la cocina y la de las matriuskas rusas. Nuestro espacio-tiempo, tal como lo describe la teoría de la relatividad de Einstein, podría compararse, aunque de forma muy simplificada y restándole una dimensión espacial para poder visualizarlo, con un salchichón. Lo que nosotros experimentamos como el “ahora”, no es sino una rodaja de ese salchichón. El salchichón no es infinito, tiene un principio y un fin, y cada rodaja es un “ahora”. Los seres que viven confinados en ese salchichón viven cada una de las rodajas secuencialmente, una detrás de otra. El salchichón existe entero, pero esos seres sólo ven la rodaja en la que están. Recuerdan, de manera más o menos imperfecta, las rodajas que ya se han cortado e ignoran casi todo, salvo presuntos barruntos, de las rodajas que todavía no han sido cortadas. Pero, el salchichón está dentro de una cocina –cocina que tiene tres dimensiones espaciales, es decir una más que las que tiene el salchichón–. En esa cocina hay alguien que está preparándose un bocata con ese salchichón y, para ello, está cortando rodajas. Cada vez que corta una rodaja, ha pasado un “quantum[1]” de tiempo de los seres que viven dentro del salchichón. En un momento dado, al cocinero le suena el teléfono. Deja de cortar el salchichón y contesta. Tras un rato de conversación, vuelve a prepararse el bocata y sigue cortando rodajas de salchichón. Entonces mira al reloj de la cocina, ve que se le está haciendo tarde y empieza a cortar más rápidamente el salchichón. Vemos que hay aquí dos tiempos. El tiempo del salchichón y el tiempo de la cocina. Los que viven dentro del salchichón no se han dado cuenta ni de la interrupción del corte mientras el cocinero hablaba por teléfono ni del aumento de la velocidad de corte posterior. Para ellos cada rodaja cortada es un “quantum” de tiempo, con independencia de cómo transcurra el tiempo de la cocina. El tiempo de la cocina transcurre imperturbable con independencia del ritmo al que el cocinero corte el salchichón. Sin embargo, podría decirse que el tiempo y el espacio de la cocina están en una jerarquía superior que el del salchichón. Pero, ¿no podría ocurrir que la cocina fuese, a su vez, un salchichón de una jerarquía superior, pero dentro de una cocina también jerárquicamente superior? No sólo podría ocurrir, sino que no hay nada que nos haga pensar que no sea así. ¿Por qué no va a haber una jerarquía infinita de salchichones y cocinas? ¿Dónde es razonable que la jerarquía se pare? ¿Por qué no puede haber siempre una cocina que envuelva a un salchichón y que, a su vez, esa cocina sea salchichón de una cocina “mayor”? No veo ninguna razón para cortar la cadena de salchichón-cocina-salchichón-cocina… ad infinitum. Vista la imagen del tiempo de la cocina y el del salchichón, se entiende perfectamente el de las matriuskas rusas. Pero podría haber infinitos conjuntos de matriuskas, cada una con sus infinitas matriuskas anidadas una dentro de otra[2]. Conjuntos de matriuskas que, a su vez, podrían estar metidos juntos dentro de otras matriuskas que, a su vez...

Pero, nuestra indagación tiene que continuar. No hay más remedio. Es lícito preguntarse –es más, es obligado hacerlo–: ¿Qué hay en esas infinitas jerarquías de cocinas? ¿Nada? ¿Es lógica esta respuesta? Me parece que no. Si en el salchichón que conocemos hay cosas, ¿por qué insondable motivo no las habría en otros salchichones mayores? Sé que me estoy metiendo en un jardín muy frondoso. Pero, ¿acaso no es propio de la naturaleza humana hacerse preguntas, aunque el hecho de hacérselas nos meta en un jardín? ¿Acaso es más humano no hacérselas y conformarse con lo “dejá vú”? Así que seguiré haciéndomelas y miraré con cierta conmiseración al que piense que no hay nada fuera de lo que podemos medir, pesar, contar o analizar en nuestro salchichón. Hamlet dirige a su amigo Horatio, en la tragedia de Shakespeare, una afirmación que me parece muy pertinente para este caso: “Hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que pueda soñar nuestra filosofía”, le dice. Más aún, no sólo parece razonable que en esas dimensiones haya “cosas”, sino que me parece igualmente razonable que haya “álguienes”. Y si hay infinitas dimensiones de infinitos tipos, me parece igualmente razonable pensar que haya un alguien en esa matriuska o en esa cocina infinita. En la madre de todas las matriuskas y de todas las cocinas. Me atrevo a poner ese Alguien con mayúsculas. Más, me atrevo a llamarle Dios y no parece en modo alguno irrazonable pensar que ese Dios tenga mucho que ver con la existencia de todas las matriuskas y cocinas que hay dentro de Él, de todos los “álguienes” que los habitan y con su razón de ser, de su para qué, de su finalidad. No parece irrazonable pensar que ese Alguien en es SER, EL QUE ES, que hace participar de su SER y da existencia a lo que, simplemente existe. Podemos llamarle, como Aristóteles, la Causa Primera. Pero, a diferencia de Aristóteles, parece razonable que, si hay “álguienes” por debajo, ese SER sea Alguien. Por supuesto, no tengo ni la más remota idea de cuál pueda ser esa finalidad. Seguiré con esto, pero antes, un pequeño rodeo.

Al ver lo anterior sobre el salchichón, uno podría pensar que si el salchichón es algo que ya está hecho, el tiempo no es más que una ilusión y el futuro, que no es otra cosa que futuros cortes del salchichón, está ya escrito y consumado, aunque los que viven dentro del salchichón no lo sepan. Einstein así lo pensaba. Al morir su amigo y colega Michele Besso, afirmó: “Mi amigo Michele se me ha adelantado a dejar este extraño mundo. Poco importa. Para nosotros, físicos convencidos, el tiempo no es sino una ilusión”. Entonces, la libertad sería también una ilusión. Muchos científicos y pensadores lo han creído así, desde los griegos en adelante. El matemático Pierre Simón de Laplace (1749-1827) afirmaba: “Un intelecto que, en un instante dado, conociera todas las fuerzas que actúan en la naturaleza y la posición de todas las cosas de que se compone el mundo —suponiendo que dicho intelecto fuera lo bastante vasto para someter estos datos al análisis— abarcaría en la misma fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes y los de los átomos más pequeños; para él no sería nada incierto y el futuro, lo mismo que el pasado, estaría presente a sus ojos”. Y puede parecer lógico. Si las leyes de la física fuesen deterministas y fuésemos seres que estuviésemos sólo y completamente dentro del salchichón, no podría ser de otra manera[3]. Pero ninguna de las dos premisas anteriores es cierta. La física cuántica, que fue la bestia negra para Einstein, ha demostrado que no existe el determinismo en las leyes de la física y, más adelante, mostraré por qué no me parece razonable pensar que nosotros, los seres humanos, seamos seres que vivimos sólo y totalmente dentro del salchichón.

Pero, incluso si viviésemos sólo y totalmente dentro del salchichón, podríamos alterar nuestro futuro. Imaginemos que los seres humanos fuésemos hebras de tocino blanco que recorriesen una cierta longitud del salchichón (de hecho, ésta es la razón por la que he elegido el salchichón y no el lomo como embutido para poner mi ejemplo). Mi libertad, aprovechando el no determinismo de las leyes de la física, podría modificar el recorrido de mi hebra de tocino y cooperar a que otras hebras modificasen su recorrido. Por tanto, el corte del cuchillo de la cocina no sabe con exactitud dónde estará mi hebra, ni la de nadie, unos centímetros más adelante del sitio por el que está cortando[4]. Pero si, además, somos seres que tenemos una parte fuera del salchichón, es posible que, con nuestra parte externa del salchichón, podamos actuar sobre él y modificar su forma. Y, en todo caso, lo que sí es totalmente lógico y razonable es pensar que alguien de fuera del salchichón, alguien de la cocina, pueda modificar su forma. Y, por supuesto, con mayor razón, el Alguien infinito, Dios. Pero, ¿somos nosotros seres que vivimos sólo y totalmente dentro del salchichón? No me parece razonable verlo así. A fin de cuentas, aunque estamos dentro del salchichón, con nuestra mente podemos visualizar el salchichón como si estuviéramos fuera de él y tuviésemos una parte de nosotros en la cocina. Yo lo estoy haciendo ahora y cualquiera que me siga lo está también haciendo. Un mono no es capaz de hacer eso y, mucho menos una piedra. Pero el ser humano sí. ¿No parece razonable pensar que alguna de nuestras facultades está en la cocina? Imaginemos que toda nuestra vida se hubiese desarrollado dentro de un espacio de 100Km de largo, por 50 de ancho y 3 de alto y que, llegados a ese límite, nos encontrásemos metidos en un laberinto que, tras dar muchas vueltas por él, sólo tuviese la misma salida por la que hemos entrado. ¿Seríamos capaces de preguntarnos siquiera qué hay más allá del laberinto? ¿Tendría sentido en concepto de más allá o daríamos por hecho que eso es lo que hay? Creo que más bien lo segundo. Por eso creo que algo nuestro está fuera de nuestro salchichón. Y hasta es posible –y razonable– que algo de nosotros pueda estar en la cocina de la cocina e incluso en la cocina de la cocina de la cocina… ¿Hasta qué nivel jerárquico de cocinas? No lo sé. Desde luego, así como he dicho que me parece razonable que haya una sucesión infinita de salchichones y cocinas, no tengo nada que me haga pensar que nosotros tenemos que estar en toda esa jerarquía. ¿O tal vez sí? Sólo tal vez.

Puede que esté ya claro para alguien a dónde quiero ir a parar con todo esto. Pero, no obstante, intentaré aclararlo. Los seres humanos somos entes de razón que, guiados por ella, intentamos establecer relaciones causa-efecto entre los distintos fenómenos. Si no lo hiciésemos así, el mundo sería para nosotros un caos ininteligible en el que no podríamos vivir. La historia de la humanidad es la historia del triunfo de la creación de estas relaciones causa-efecto veraces, junto con la historia de los errores en este proceso. Muchas de esas relaciones causa-efecto son una cadena que se desarrolla exclusivamente dentro del salchichón. La ciencia es una historia maravillosa de establecer esas cadenas de relaciones causa-efecto veraces exclusivamente dentro del salchichón. Esa veracidad se demuestra empíricamente. El edificio construido es magnífico y quien vaya contra esas relaciones veraces y comprobadas es un insensato. El problema está en pretender no existen cadenas de relaciones causa-efecto que se desarrollen en todo o en parte fuera del salchichón, que salen del salchichón en un punto y que tras seguir conexiones causa-efecto en cocinas superiores, vuelven a meterse en el salchichón en otro punto del espacio-tiempo. O, con una pretensión más débil, pretender que únicamente las relaciones causa-efecto que están dentro del salchichón y pueden probarse empíricamente son verdaderas. Esto no es ciencia. Se llama cientifismo y es, sencillamente, alicorto y, por tanto, irracional. Ciertamente, para nosotros, pequeños seres dentro del salchichón, es muy difícil, si no imposible, estar absolutamente seguros de que esas relaciones que van por fuera, son ciertas. Por lo tanto, requieren una extremada prudencia. Pero esa es la condición humana. No conocemos el futuro, pero intentamos representárnoslo para actuar con menos posibilidades de equivocarnos en nuestras decisiones. ¿Quién no hace eso? ¿Por qué no deberíamos hacerlo para atisbar las relaciones causa-efecto que van por fuera?

De hecho, en nuestra vida cotidiana, actuamos, nos movemos y tomamos decisiones, a menudo vitales, basándonos en razonamientos no empíricamente demostrados ni demostrables. ¿Qué demostración empírica tenemos de que cuando decidimos casarnos lo hacemos con la persona adecuada? ¿O de que cuando cambiamos de trabajo no va a ser peor el nuevo que el que dejamos? No existen demostraciones para este tipo de decisiones fundamentales. Las tomamos en base a un determinado número de indicios que nos hacen pensar que la bondad de nuestra decisión tiene más probabilidades de ser cierta que falsa. Si alguien esperase a tener la seguridad empírica absoluta de que estaba haciendo lo correcto para hacerlo, jamás haría nada. Simplemente, se quedaría quieto sin salir de la cama cada día. Lo cual es tomar una decisión absolutamente irracional. Lo racional es buscar indicios que nos den una razonable tranquilidad sobre las decisiones que tomamos y, llegados a un punto actuar. La gracia está en saber cuándo pararse en nuestro afán de seguridades imposibles. Esto es como las siete y media en “La venganza de Don Mendo: “El no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Más, ¡ay de ti si te pasas! Si te pasas, ¡es peor!” Por eso me parece bastante irracional la postura del agnosticismo. El agnóstico de verdad, no el que se dice agnóstico por no decirse ateo. El ateo ha tomado una decisión. Podré estar o no de acuerdo con él, pero es su decisión y ni yo puedo demostrarle a él que está equivocado ni él puede demostrármelo a mí. Respeto su decisión y le exijo respeto para la mía. Pero el agnóstico genuino es como el que se queda en la cama sin hacer nada por falta de seguridad absoluta. O como el que se casa con la primera que encuentra. Exige para abrazar la fe una seguridad que no exige en su vida normal para funcionar. Me parece, por tanto, una pose intelectual sin correspondencia en su vida real. Lo racional sería que se tomase el trabajo de indagar, de buscar indicios que le acerquen a tomar una decisión –abrazar la fe o no abrazarla– que, si se toma en serio, puede ser la más importante de una vida.

Doy un paso más. Para mí la ciencia es también un acto de fe. Un acto de fe razonable, pero un acto de fe. Además, un acto de fe que va contra lo que me dicen los sentidos. Cuando me dicen que la silla en la que me siento es, en realidad, casi puro vacío, que, en realidad, está formada por núcleos de átomos alrededor de los que giran electrones a una distancia inmensamente mayor a su diámetro, que, en realidad, lo que me sostiene sin que me caiga de culo es la repulsión entre los electrones de la superficie de la silla y los de mi culo, cuando me creo eso que me dicen, estoy haciendo un acto de fe. Mis sentidos me dicen otra cosa. Me dicen que la silla es sólida. Yo jamás podré tener el acceso al conocimiento o a los experimentos empíricos que demuestran que, en realidad, es casi puro vacío. Sin embargo, es racional que piense: “cuando tanta gente tan lista, dice que está empíricamente probado que es así, es que debe ser así”. Negarme a creerlo sería irracional. Hay cuestiones “científicas” para las que soy agnóstico. Por ejemplo, que el cambio climático esté fundamentalmente causado por el hombre. Pongo “científicas” entre comillas porque el grado de correlación del innegable cambio climático con la innegable acción del hombre sobre los gases invernadero, está lejos de ser algo científicamente demostrado. Hay otras muchas posibles causas y nada demuestra empíricamente que la más determinante sea la acción humana. Pero este agnosticismo no me lleva a encogerme de hombros y decir que como no puedo saberlo con seguridad absoluta, me importa una mierda. Al contrario, me gustaría saber más del asunto, dentro del tiempo y los conocimientos de los que dispongo. ¿Llegaré un día a estar convencido? No lo sé, pero me preocupa, y mucho. ¿Hasta poner en riesgo el progreso de la economía mundial? Ni de coña. Además, la decisión que yo tomase, no iba a cambiar en mucho el nivel de calentamiento global. De forma parecida, si mañana me diagnosticasen un cáncer y me dijesen que hay dos tratamientos alternativos y excluyentes, con mi razón y sentido común intentaría entender, hasta donde pudiera, uno y otro tratamiento y escuchar y leer los argumentos a favor y en contra de cada uno de ellos. Pero no podría pasarme años en ese análisis, porque mi cáncer no espera. Sin estar al 100% seguro, elegiría, en poco tiempo, el tratamiento que me pareciese mejor. No me quedaría parado ni lo echaría a cara o cruz. Y en el momento en el que tomase la decisión, seguiría el tratamiento elegido con toda mi alma, aunque hubiese en mí resquicios para la duda. Me va la vida en ello. ¿Sería irracional mi comportamiento o lo irracional sería la parálisis? ¿O pasarme años investigándolo? ¿O cambiar de tratamiento cada día según de dónde soplase el viento? Así pues, para las decisiones vitales de nuestra vida actuamos fiándonos racionalmente de autoridades externas a nosotros. En el caso de los electrones de la silla y mi culo, parece que no hay duda. Todas las autoridades coinciden. Pero en el del cambio climático o en el tratamiento de mi cáncer, ni siquiera las autoridades coinciden. Y, sin embargo, lo racional es tomar una decisión. Tanto más racional cuanto más me juegue y cuanto más impacto pueda tener mi decisión en el resultado.

Entonces, parece evidente que las preguntas razonables son: ¿Hay alguna autoridad ahí, fuera del salchichón, un Dios todopoderoso que nos pueda “soplar” las relaciones causa-efecto que van por fuera? ¿O que, incluso, pueda ser agente de esas relaciones como nosotros lo somos para cuidar de un niño pequeño cuyo horizonte es mucho menor que el nuestro? ¿Debemos encogernos de hombros ante esto? Me parece evidente que no. Y, ¿qué podemos hacer? Resulta que hay gente que dice que ese ser que está en la más grande de todas las cocinas, la que tiene infinitas dimensiones, la que engloba a todas las jerarquías de tiempos y a todas las dimensiones espaciales y a todos los infinitos tipos de dimensiones, las enrolladas incluidas, gente que dice, repito, que ese Dios se ha revelado a los seres humanos. Que en un lenguaje misterioso, aunque use como vehículo una lengua humana conocida, ha dejado un testimonio de cuáles son sus planes para nuestro salchichón y cualesquiera otros salchichones y cocinas que pueda haber en el mundo. Que es el Señor de LA REALIDAD, de nuestra pequeña realidad y de todas las realidades de todos los tamaños que pueda haber dentro esa REALIDAD. Que nos ha dejado dos libros que deben ser descifrados, uno en texto, escrito a lo largo de miles de años por miles de personas, y otro hecho de espacio-tiempo, matemáticas y estrellas. Dos libros nada evidentes, que hay que investigar, pero en los que está la clave de todo. Resulta que hay también quien dice que ese ser, ha entrado dentro de nuestro salchichón y que comparte nuestra pequeña condición dimensional para ampliarla a la suya junto con todas las demás realidades. Que podemos tener un contacto directo con Él, enchufarnos a Él. Y no lo dicen una ni dos personas. Lo creen, en mayor o menor grado (o casi sin creerlo), alrededor de mil millones de personas. Y muchos de esos que lo creen, los que lo creen con más convencimiento, muestran una vida magníficamente asombrosa. Podría decirse que se cuentan entre los mejores hijos de la humanidad. ¿Están todos locos o será que han “visto” algo, que han tenido algún tipo de experiencia innegable con ese Dios? No lo creo. Creo que más bien responde a lo que los filósofos fenomenólogos conocían como “Einfühlung”[5]. Creo que sólo la posibilidad de que esto pueda ser así, merece que nos planteemos si ese tratamiento para burlar nuestro cáncer de muerte merece la pena. Claro, que esto requiere esfuerzo, que al final no hay una certeza absoluta y que, además, si lo creemos, requiere un profundo cambio de actitud hacia la vida. Pero, ¿podemos, en nombre del agnosticismo, dejarnos llevar por la pereza o el miedo? A mí me parece que lo racional es no dejarse llevar por esas actitudes. Pero…

Creo que, llegado a este punto, me he metido en un jardín del que no sé cómo salir. A veces me ocurre que voy a ver una película con una trama extremadamente interesante y compleja, y me doy cuenta de que el guionista, no sabe cómo terminarla. Eso me pasa a mí. Hay muchas preguntas que quedan como cabos sueltos en esta historia del salchichón. Lo sé. A fin de cuentas, también la ciencia es un jardín en el que cada vez que se abre una puerta se entra en una habitación en la que hay muchas nuevas puertas. ¿Cuándo acabarán las puertas y las habitaciones? Creo que nunca. Pero atar esos cabos, los del jardín de la ciencia y los de mi jardín, o intentarlo, merece una vida. Y creo que, un día, veremos todos los salchichones desde el atalaya de las infinitas dimensiones y tendremos todas las respuestas ante los ojos. Claras y meridianas, como un cielo límpido. Eso creo. Y creo que no soy irracional por creerlo. Mucho menos que quien diga que esto, nuestro salchichón, es lo que hay. Termino con una frase leída hace muchos años al final del prólogo de un libro de Louis Pawels y Jaques Bergier, “La rebelión de los brujos”, que dice:

“… si alguien, abusando de la autoridad científica –la cual, que yo sepa, no tiene por misión desesperar al hombre– me dice: “nada maravilloso puede encontrarse en este mundo”, me negaré obstinadamente a prestarle oídos. Con mis pobres medios, y con toda mi pasión proseguiré mi búsqueda. Y si no encuentro nada maravilloso en esta vida, diré, al despedirme de ella, que mi alma estaba embotada y mi inteligencia ciega, no que no hubiese nada que encontrar”.


[1] La física cuántica, a la que también me referiré más adelante en estas líneas, demuestra que tanto el espacio como el tiempo están “quantificados”. Es decir, no son un continuo infinitamente divisible, sino que existe una “dosis” mínima de espacio o de tiempo, granos indivisibles que se suceden en pequeños escalones indivisibles llamados “quantos”. O sea, que el reloj que mide el tiempo es un reloj de esos que van a saltitos, aunque los saltos sean tan pequeños que parezca como si el tiempo fuese un continuo. Y lo mismo con el espacio.
[2] La cosa es mucho más complicada, y lo digo en una nota al pie para no liarla todavía más en el texto principal. Según la teoría de la relatividad, cada ser dentro del salchichón, vería que el ángulo con el que el cuchillo corta el salchichón es diferente según la velocidad a la que él mismo se mueva. Es decir, que no hay un corte que sea el ahora para todos los seres que habitan el salchichón. Pero, dejemos esto de lado, aunque sólo sea por higiene mental.
[3] Un tema teológico-filosófico en el que no quiero entrar en estas líneas, aunque he escrito algo sobre ello, es si ese Dios, que está en la última cocina conoce lo que va a pasar y, por lo tanto, no somos libres ya que si Dios sabe lo que vamos a hacer, no tenemos más remedio que hacerlo y, por lo tanto, no somos libres ante Él. Es una discusión que viene de antiguo; la contradicción entre la omnisciencia de Dios y nuestra libertad. No me voy a meter en ello aquí, porque es demasiado largo pero quien esté interesado puede verlo en el siguiente link a mi blog, tadurraca. https://tadurraca.blogspot.com/2008/06/la-libertad-humana-y-la-omnisciencia-de.html
[4] Esta es la tesis de mi libro “El Señor del azar” que, lamentablemente, está agotado.

1 comentario:

  1. Gracias señor Alfaro por su clarividencia.
    Atentamente,
    Un charcutero

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