En
estas líneas pretendo dejar patente por qué la fe, si bien no puede obtener una
demostración apodíptica que, tras una serie de silogismos nos lleve a un “quod
erat demostrandum”, ni una demostración empírica-científica, tiene, eso sí, una
lógica que la hace, si no necesaria, sí muy razonable. Tal vez más razonable
que su negación.
Empecemos
por considerar el universo en el que vivimos. Según afirma la ciencia, vivimos
en un universo con tres dimensiones espaciales y una cuarta, que es temporal. Al
menos esto es lo que dice la divulgación científica. En la ciencia de frontera,
las teorías de cuerdas amplían esas dimensiones a diez. Y la que se conoce como
teoría M, añade una dimensión más, dejándolas en once. Lo que ocurre es que las
siete dimensiones espaciales extra, se encontrarían “enrolladas” en finísimos
cilindros de un diámetro tan pequeño que serían indetectables empíricamente.
Por eso se las llama dimensiones ocultas. Nadie las ha percibido nunca con
ningún aparato de medida. Son constructos matemáticos indetectables que es
necesario “inventar” para explicar ciertos aspectos de la realidad. Pero
seguramente existan de verdad. Por otro lado, la única dimensión temporal no es
intercambiable con las tres dimensiones espaciales observables. El tiempo juega
un papel especial en el entramado espaciotemporal que forma el tejido de
nuestro universo. Pero, para lo que sigue, me centraré tan sólo en las tres
dimensiones espaciales más el tiempo.
Llegados
a este punto, creo que es algo perfectamente razonable plantearse la siguiente
pregunta. Es más, lo irrazonable sería no hacérsela. La pregunta es: ¿Por qué
tan sólo tres dimensiones espaciales detectables? ¿Por qué no 54 dimensiones?
¿O 3.916.486? ¿Por qué tiene que haber un límite al número de dimensiones? ¿Por
qué no podrían ser infinitas? Y exactamente lo mismo podríamos preguntarnos
sobre las dimensiones temporales. No parece que pueda haber nada que haga
razonable que sólo existan las tres dimensiones espaciales y la única temporal que
podemos experimentar. No se puede demostrar que haya más, pero me parece que
esos números no tienen nada de mágicos. Yo apostaría, porque me parece lo más
razonable, a que hay infinitas dimensiones de tipo espacial, infinitas
dimensiones temporales e infinitas “enrolladas”. Incluso creo que sería razonable
pensar que puedan existir dimensiones de tipos distintos de las espaciales,
temporales y “enrolladas”. Infinitos tipos distintos de dimensiones. Todo esto
puede llevarnos a la locura, pero no estoy intentando volver loco a nadie.
Simplemente estoy estableciendo una premisa indemostrable pero totalmente
razonable. A saber: Es muy razonable
pensar que existe una REALIDAD, absolutamente inimaginable por nosotros,
pequeños seres humanos, confinados en nuestra realidad de tres dimensiones espaciales más una temporal. Una REALIDAD
mucho más allá de la que nuestra ciencia pueda mostrarnos y analizar empírica o
matemáticamente. Una REALIDAD con sus propias leyes, totalmente desconocidas
para nosotros. Así pues, parece lógico y razonable pensar que la REALIDAD pueda
ser un espacio con infinitas dimensiones espaciales, infinitas temporales,
infinitas “enrolladas”, infinitos tipos de dimensiones aparte de las
espaciales, temporales y “enrolladas” e infinitos tipos de dimensiones “enrolladas”…
No pretendo con todo lo anterior crear ningún tipo de vértigo en quien lea
estas líneas. Sólo pretendo hacer ver por qué me parece irracional pretender
que nuestra minúscula realidad, de tres
dimensiones espaciales, una temporal y, tal vez, siete enrolladas, sea LA
REALIDAD.
Pero,
antes de seguir, me voy a permitir dos imágenes que pretenden ilustrar lo dicho.
Les voy a llamar la imagen del salchichón y la cocina y la de las matriuskas
rusas. Nuestro espacio-tiempo, tal como lo describe la teoría de la relatividad
de Einstein, podría compararse, aunque de forma muy simplificada y restándole
una dimensión espacial para poder visualizarlo, con un salchichón. Lo que
nosotros experimentamos como el “ahora”, no es sino una rodaja de ese
salchichón. El salchichón no es infinito, tiene un principio y un fin, y cada
rodaja es un “ahora”. Los seres que viven confinados en ese salchichón viven
cada una de las rodajas secuencialmente, una detrás de otra. El salchichón
existe entero, pero esos seres sólo ven la rodaja en la que están. Recuerdan,
de manera más o menos imperfecta, las rodajas que ya se han cortado e ignoran
casi todo, salvo presuntos barruntos, de las rodajas que todavía no han sido
cortadas. Pero, el salchichón está dentro de una cocina –cocina que tiene tres
dimensiones espaciales, es decir una más que las que tiene el salchichón–. En
esa cocina hay alguien que está preparándose un bocata con ese salchichón y,
para ello, está cortando rodajas. Cada vez que corta una rodaja, ha pasado un
“quantum[1]” de tiempo de los seres
que viven dentro del salchichón. En un momento dado, al cocinero le suena el
teléfono. Deja de cortar el salchichón y contesta. Tras un rato de
conversación, vuelve a prepararse el bocata y sigue cortando rodajas de
salchichón. Entonces mira al reloj de la cocina, ve que se le está haciendo
tarde y empieza a cortar más rápidamente el salchichón. Vemos que hay aquí dos
tiempos. El tiempo del salchichón y el tiempo de la cocina. Los que viven
dentro del salchichón no se han dado cuenta ni de la interrupción del corte
mientras el cocinero hablaba por teléfono ni del aumento de la velocidad de
corte posterior. Para ellos cada rodaja cortada es un “quantum” de tiempo, con
independencia de cómo transcurra el tiempo de la cocina. El tiempo de la cocina
transcurre imperturbable con independencia del ritmo al que el cocinero corte
el salchichón. Sin embargo, podría decirse que el tiempo y el espacio de la
cocina están en una jerarquía superior que el del salchichón. Pero, ¿no podría
ocurrir que la cocina fuese, a su vez, un salchichón de una jerarquía superior,
pero dentro de una cocina también jerárquicamente superior? No sólo podría
ocurrir, sino que no hay nada que nos haga pensar que no sea así. ¿Por qué no
va a haber una jerarquía infinita de salchichones y cocinas? ¿Dónde es
razonable que la jerarquía se pare? ¿Por qué no puede haber siempre una cocina
que envuelva a un salchichón y que, a su vez, esa cocina sea salchichón de una
cocina “mayor”? No veo ninguna razón para cortar la cadena de salchichón-cocina-salchichón-cocina…
ad infinitum. Vista la imagen del tiempo de la cocina y el del salchichón, se
entiende perfectamente el de las matriuskas rusas. Pero podría haber infinitos
conjuntos de matriuskas, cada una con sus infinitas matriuskas anidadas una
dentro de otra[2].
Conjuntos de matriuskas que, a su vez, podrían estar metidos juntos dentro de
otras matriuskas que, a su vez...
Pero,
nuestra indagación tiene que continuar. No hay más remedio. Es lícito
preguntarse –es más, es obligado hacerlo–: ¿Qué hay en esas infinitas
jerarquías de cocinas? ¿Nada? ¿Es lógica esta respuesta? Me parece que no. Si
en el salchichón que conocemos hay cosas, ¿por qué insondable motivo no las
habría en otros salchichones mayores? Sé que me estoy metiendo en un jardín muy
frondoso. Pero, ¿acaso no es propio de la naturaleza humana hacerse preguntas,
aunque el hecho de hacérselas nos meta en un jardín? ¿Acaso es más humano no
hacérselas y conformarse con lo “dejá vú”? Así que seguiré haciéndomelas y
miraré con cierta conmiseración al que piense que no hay nada fuera de lo que
podemos medir, pesar, contar o analizar en nuestro salchichón. Hamlet dirige a
su amigo Horatio, en la tragedia de Shakespeare, una afirmación que me parece
muy pertinente para este caso: “Hay más cosas entre el cielo y la tierra de
las que pueda soñar nuestra filosofía”, le dice. Más aún, no sólo parece
razonable que en esas dimensiones haya “cosas”, sino que me parece igualmente
razonable que haya “álguienes”. Y si hay infinitas dimensiones de infinitos
tipos, me parece igualmente razonable pensar que haya un alguien en esa
matriuska o en esa cocina infinita. En la madre de todas las matriuskas y de
todas las cocinas. Me atrevo a poner ese Alguien con mayúsculas. Más, me atrevo
a llamarle Dios y no parece en modo alguno irrazonable pensar que ese Dios
tenga mucho que ver con la existencia de todas las matriuskas y cocinas que hay
dentro de Él, de todos los “álguienes” que los habitan y con su razón de ser,
de su para qué, de su finalidad. No parece irrazonable pensar que ese Alguien
en es SER, EL QUE ES, que hace participar de su SER y da existencia a lo que,
simplemente existe. Podemos llamarle, como Aristóteles, la Causa Primera. Pero,
a diferencia de Aristóteles, parece razonable que, si hay “álguienes” por
debajo, ese SER sea Alguien. Por supuesto, no tengo ni la más remota idea de
cuál pueda ser esa finalidad. Seguiré con esto, pero antes, un pequeño rodeo.
Al
ver lo anterior sobre el salchichón, uno podría pensar que si el salchichón es
algo que ya está hecho, el tiempo no es más que una ilusión y el futuro, que no
es otra cosa que futuros cortes del salchichón, está ya escrito y consumado,
aunque los que viven dentro del salchichón no lo sepan. Einstein así lo
pensaba. Al morir su amigo y colega Michele Besso, afirmó: “Mi amigo Michele
se me ha adelantado a dejar este extraño mundo. Poco importa. Para nosotros, físicos
convencidos, el tiempo no es sino una ilusión”. Entonces, la libertad sería
también una ilusión. Muchos científicos y pensadores lo han creído así, desde
los griegos en adelante. El matemático Pierre Simón de Laplace (1749-1827)
afirmaba: “Un intelecto que, en un instante dado, conociera todas las
fuerzas que actúan en la naturaleza y la posición de todas las cosas de que se
compone el mundo —suponiendo que dicho intelecto fuera lo bastante vasto para
someter estos datos al análisis— abarcaría en la misma fórmula los movimientos
de los cuerpos más grandes y los de los átomos más pequeños; para él no sería
nada incierto y el futuro, lo mismo que el pasado, estaría presente a sus ojos”.
Y puede parecer lógico. Si las leyes de la física fuesen deterministas y
fuésemos seres que estuviésemos sólo y completamente dentro del salchichón, no
podría ser de otra manera[3]. Pero ninguna de las dos
premisas anteriores es cierta. La física cuántica, que fue la bestia negra para
Einstein, ha demostrado que no existe el determinismo en las leyes de la física
y, más adelante, mostraré por qué no me parece razonable pensar que nosotros,
los seres humanos, seamos seres que vivimos sólo y totalmente dentro del
salchichón.
Pero,
incluso si viviésemos sólo y totalmente dentro del salchichón, podríamos
alterar nuestro futuro. Imaginemos que los seres humanos fuésemos hebras de tocino
blanco que recorriesen una cierta longitud del salchichón (de hecho, ésta es la
razón por la que he elegido el salchichón y no el lomo como embutido para poner
mi ejemplo). Mi libertad, aprovechando el no determinismo de las leyes de la
física, podría modificar el recorrido de mi hebra de tocino y cooperar a que
otras hebras modificasen su recorrido. Por tanto, el corte del cuchillo de la
cocina no sabe con exactitud dónde estará mi hebra, ni la de nadie, unos
centímetros más adelante del sitio por el que está cortando[4]. Pero si, además, somos
seres que tenemos una parte fuera del salchichón, es posible que, con nuestra
parte externa del salchichón, podamos actuar sobre él y modificar su forma. Y,
en todo caso, lo que sí es totalmente lógico y razonable es pensar que alguien
de fuera del salchichón, alguien de la cocina, pueda modificar su forma. Y, por
supuesto, con mayor razón, el Alguien infinito, Dios. Pero, ¿somos nosotros seres
que vivimos sólo y totalmente dentro del salchichón? No me parece
razonable verlo así. A fin de cuentas, aunque estamos dentro del salchichón,
con nuestra mente podemos visualizar el salchichón como si estuviéramos fuera
de él y tuviésemos una parte de nosotros en la cocina. Yo lo estoy haciendo
ahora y cualquiera que me siga lo está también haciendo. Un mono no es capaz de
hacer eso y, mucho menos una piedra. Pero el ser humano sí. ¿No parece
razonable pensar que alguna de nuestras facultades está en la cocina? Imaginemos
que toda nuestra vida se hubiese desarrollado dentro de un espacio de 100Km de
largo, por 50 de ancho y 3 de alto y que, llegados a ese límite, nos
encontrásemos metidos en un laberinto que, tras dar muchas vueltas por él, sólo
tuviese la misma salida por la que hemos entrado. ¿Seríamos capaces de
preguntarnos siquiera qué hay más allá del laberinto? ¿Tendría sentido en
concepto de más allá o daríamos por hecho que eso es lo que hay? Creo que más
bien lo segundo. Por eso creo que algo nuestro está fuera de nuestro salchichón.
Y hasta es posible –y razonable– que algo de nosotros pueda estar en la cocina
de la cocina e incluso en la cocina de la cocina de la cocina… ¿Hasta qué nivel
jerárquico de cocinas? No lo sé. Desde luego, así como he dicho que me parece
razonable que haya una sucesión infinita de salchichones y cocinas, no tengo
nada que me haga pensar que nosotros tenemos que estar en toda esa jerarquía.
¿O tal vez sí? Sólo tal vez.
Puede
que esté ya claro para alguien a dónde quiero ir a parar con todo esto. Pero,
no obstante, intentaré aclararlo. Los seres humanos somos entes de razón que,
guiados por ella, intentamos establecer relaciones causa-efecto entre los
distintos fenómenos. Si no lo hiciésemos así, el mundo sería para nosotros un
caos ininteligible en el que no podríamos vivir. La historia de la humanidad es
la historia del triunfo de la creación de estas relaciones causa-efecto
veraces, junto con la historia de los errores en este proceso. Muchas de esas
relaciones causa-efecto son una cadena que se desarrolla exclusivamente
dentro del salchichón. La ciencia es una historia maravillosa de establecer
esas cadenas de relaciones causa-efecto veraces exclusivamente dentro
del salchichón. Esa veracidad se demuestra empíricamente. El edificio
construido es magnífico y quien vaya contra esas relaciones veraces y
comprobadas es un insensato. El problema está en pretender no existen cadenas
de relaciones causa-efecto que se desarrollen en todo o en parte fuera del
salchichón, que salen del salchichón en un punto y que tras seguir conexiones
causa-efecto en cocinas superiores, vuelven a meterse en el salchichón en otro
punto del espacio-tiempo. O, con una pretensión más débil, pretender que únicamente
las relaciones causa-efecto que están dentro del salchichón y pueden probarse
empíricamente son verdaderas. Esto no es ciencia. Se llama cientifismo y es,
sencillamente, alicorto y, por tanto, irracional. Ciertamente, para nosotros,
pequeños seres dentro del salchichón, es muy difícil, si no imposible, estar absolutamente
seguros de que esas relaciones que van por fuera, son ciertas. Por lo tanto,
requieren una extremada prudencia. Pero esa es la condición humana. No
conocemos el futuro, pero intentamos representárnoslo para actuar con menos
posibilidades de equivocarnos en nuestras decisiones. ¿Quién no hace eso? ¿Por
qué no deberíamos hacerlo para atisbar las relaciones causa-efecto que van por
fuera?
De
hecho, en nuestra vida cotidiana, actuamos, nos movemos y tomamos decisiones, a
menudo vitales, basándonos en razonamientos no empíricamente demostrados ni
demostrables. ¿Qué demostración empírica tenemos de que cuando decidimos
casarnos lo hacemos con la persona adecuada? ¿O de que cuando cambiamos de
trabajo no va a ser peor el nuevo que el que dejamos? No existen demostraciones
para este tipo de decisiones fundamentales. Las tomamos en base a un determinado
número de indicios que nos hacen pensar que la bondad de nuestra decisión tiene
más probabilidades de ser cierta que falsa. Si alguien esperase a tener la
seguridad empírica absoluta de que estaba haciendo lo correcto para hacerlo, jamás
haría nada. Simplemente, se quedaría quieto sin salir de la cama cada día. Lo
cual es tomar una decisión absolutamente irracional. Lo racional es buscar
indicios que nos den una razonable tranquilidad sobre las decisiones que
tomamos y, llegados a un punto actuar. La gracia está en saber cuándo pararse
en nuestro afán de seguridades imposibles. Esto es como las siete y media en
“La venganza de Don Mendo: “El no llegar da dolor, pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor. Más, ¡ay de ti si te pasas! Si te pasas, ¡es peor!”
Por eso me parece bastante irracional la postura del agnosticismo. El agnóstico
de verdad, no el que se dice agnóstico por no decirse ateo. El ateo ha tomado
una decisión. Podré estar o no de acuerdo con él, pero es su decisión y ni yo
puedo demostrarle a él que está equivocado ni él puede demostrármelo a mí.
Respeto su decisión y le exijo respeto para la mía. Pero el agnóstico genuino es
como el que se queda en la cama sin hacer nada por falta de seguridad absoluta.
O como el que se casa con la primera que encuentra. Exige para abrazar la fe
una seguridad que no exige en su vida normal para funcionar. Me parece, por
tanto, una pose intelectual sin correspondencia en su vida real. Lo racional
sería que se tomase el trabajo de indagar, de buscar indicios que le acerquen a
tomar una decisión –abrazar la fe o no abrazarla– que, si se toma en serio,
puede ser la más importante de una vida.
Doy
un paso más. Para mí la ciencia es también un acto de fe. Un acto de fe
razonable, pero un acto de fe. Además, un acto de fe que va contra lo que me
dicen los sentidos. Cuando me dicen que la silla en la que me siento es, en
realidad, casi puro vacío, que, en realidad, está formada por núcleos de átomos
alrededor de los que giran electrones a una distancia inmensamente mayor a su
diámetro, que, en realidad, lo que me sostiene sin que me caiga de culo es la
repulsión entre los electrones de la superficie de la silla y los de mi culo,
cuando me creo eso que me dicen, estoy haciendo un acto de fe. Mis sentidos me
dicen otra cosa. Me dicen que la silla es sólida. Yo jamás podré tener el
acceso al conocimiento o a los experimentos empíricos que demuestran que, en
realidad, es casi puro vacío. Sin embargo, es racional que piense: “cuando
tanta gente tan lista, dice que está empíricamente probado que es así, es que
debe ser así”. Negarme a creerlo sería irracional. Hay cuestiones “científicas”
para las que soy agnóstico. Por ejemplo, que el cambio climático esté fundamentalmente
causado por el hombre. Pongo “científicas” entre comillas porque el grado de
correlación del innegable cambio climático con la innegable acción del hombre sobre
los gases invernadero, está lejos de ser algo científicamente demostrado. Hay
otras muchas posibles causas y nada demuestra empíricamente que la más
determinante sea la acción humana. Pero este agnosticismo no me lleva a
encogerme de hombros y decir que como no puedo saberlo con seguridad absoluta,
me importa una mierda. Al contrario, me gustaría saber más del asunto, dentro
del tiempo y los conocimientos de los que dispongo. ¿Llegaré un día a estar
convencido? No lo sé, pero me preocupa, y mucho. ¿Hasta poner en riesgo el
progreso de la economía mundial? Ni de coña. Además, la decisión que yo tomase,
no iba a cambiar en mucho el nivel de calentamiento global. De forma parecida,
si mañana me diagnosticasen un cáncer y me dijesen que hay dos tratamientos
alternativos y excluyentes, con mi razón y sentido común intentaría entender,
hasta donde pudiera, uno y otro tratamiento y escuchar y leer los argumentos a
favor y en contra de cada uno de ellos. Pero no podría pasarme años en ese
análisis, porque mi cáncer no espera. Sin estar al 100% seguro, elegiría, en
poco tiempo, el tratamiento que me pareciese mejor. No me quedaría parado ni lo
echaría a cara o cruz. Y en el momento en el que tomase la decisión, seguiría el
tratamiento elegido con toda mi alma, aunque hubiese en mí resquicios para la
duda. Me va la vida en ello. ¿Sería irracional mi comportamiento o lo
irracional sería la parálisis? ¿O pasarme años investigándolo? ¿O cambiar de
tratamiento cada día según de dónde soplase el viento? Así pues, para las
decisiones vitales de nuestra vida actuamos fiándonos racionalmente de
autoridades externas a nosotros. En el caso de los electrones de la silla y mi
culo, parece que no hay duda. Todas las autoridades coinciden. Pero en el del
cambio climático o en el tratamiento de mi cáncer, ni siquiera las autoridades
coinciden. Y, sin embargo, lo racional es tomar una decisión. Tanto más
racional cuanto más me juegue y cuanto más impacto pueda tener mi decisión en
el resultado.
Entonces,
parece evidente que las preguntas razonables son: ¿Hay alguna autoridad ahí,
fuera del salchichón, un Dios todopoderoso que nos pueda “soplar” las
relaciones causa-efecto que van por fuera? ¿O que, incluso, pueda ser agente de
esas relaciones como nosotros lo somos para cuidar de un niño pequeño cuyo
horizonte es mucho menor que el nuestro? ¿Debemos encogernos de hombros ante esto?
Me parece evidente que no. Y, ¿qué podemos hacer? Resulta que hay gente que
dice que ese ser que está en la más grande de todas las cocinas, la que tiene
infinitas dimensiones, la que engloba a todas las jerarquías de tiempos y a
todas las dimensiones espaciales y a todos los infinitos tipos de dimensiones,
las enrolladas incluidas, gente que dice, repito, que ese Dios se ha revelado a
los seres humanos. Que en un lenguaje misterioso, aunque use como vehículo una
lengua humana conocida, ha dejado un testimonio de cuáles son sus planes para
nuestro salchichón y cualesquiera otros salchichones y cocinas que pueda haber
en el mundo. Que es el Señor de LA REALIDAD, de nuestra pequeña realidad y de todas las
realidades de todos los tamaños que pueda haber dentro esa REALIDAD. Que nos ha
dejado dos libros que deben ser descifrados, uno en texto, escrito a lo largo
de miles de años por miles de personas, y otro hecho de espacio-tiempo,
matemáticas y estrellas. Dos libros nada evidentes, que hay que investigar,
pero en los que está la clave de todo. Resulta que hay también quien dice que
ese ser, ha entrado dentro de nuestro salchichón y que comparte nuestra pequeña
condición dimensional para ampliarla a la suya junto con todas las demás
realidades. Que podemos tener un contacto directo con Él, enchufarnos a Él. Y
no lo dicen una ni dos personas. Lo creen, en mayor o menor grado (o casi sin
creerlo), alrededor de mil millones de personas. Y muchos de esos que lo creen,
los que lo creen con más convencimiento, muestran una vida magníficamente
asombrosa. Podría decirse que se cuentan entre los mejores hijos de la
humanidad. ¿Están todos locos o será que han “visto” algo, que han tenido algún
tipo de experiencia innegable con ese Dios? No lo creo. Creo que más bien
responde a lo que los filósofos fenomenólogos conocían como “Einfühlung”[5]. Creo que sólo la
posibilidad de que esto pueda ser así, merece que nos planteemos si ese tratamiento
para burlar nuestro cáncer de muerte merece la pena. Claro, que esto requiere
esfuerzo, que al final no hay una certeza absoluta y que, además, si lo
creemos, requiere un profundo cambio de actitud hacia la vida. Pero, ¿podemos,
en nombre del agnosticismo, dejarnos llevar por la pereza o el miedo? A mí me
parece que lo racional es no dejarse llevar por esas actitudes. Pero…
Creo que, llegado a este
punto, me he metido en un jardín del que no sé cómo salir. A veces me ocurre
que voy a ver una película con una trama extremadamente interesante y compleja,
y me doy cuenta de que el guionista, no sabe cómo terminarla. Eso me pasa a mí.
Hay muchas preguntas que quedan como cabos sueltos en esta historia del salchichón.
Lo sé. A fin de cuentas, también la ciencia es un jardín en el que cada vez que
se abre una puerta se entra en una habitación en la que hay muchas nuevas
puertas. ¿Cuándo acabarán las puertas y las habitaciones? Creo que nunca. Pero
atar esos cabos, los del jardín de la ciencia y los de mi jardín, o intentarlo,
merece una vida. Y creo que, un día, veremos todos los salchichones desde el
atalaya de las infinitas dimensiones y tendremos todas las respuestas ante los
ojos. Claras y meridianas, como un cielo límpido. Eso creo. Y creo que no soy
irracional por creerlo. Mucho menos que quien diga que esto, nuestro salchichón,
es lo que hay. Termino con una frase leída hace muchos años al final del
prólogo de un libro de Louis Pawels y Jaques Bergier, “La rebelión de los
brujos”, que dice:
“…
si alguien, abusando de la autoridad científica –la cual, que yo sepa, no tiene
por misión desesperar al hombre– me dice: “nada maravilloso puede encontrarse
en este mundo”, me negaré obstinadamente a prestarle oídos. Con mis pobres
medios, y con toda mi pasión proseguiré mi búsqueda. Y si no encuentro nada
maravilloso en esta vida, diré, al despedirme de ella, que mi alma estaba
embotada y mi inteligencia ciega, no que no hubiese nada que encontrar”.
[1] La física cuántica, a la que
también me referiré más adelante en estas líneas, demuestra que tanto el
espacio como el tiempo están “quantificados”. Es decir, no son un continuo
infinitamente divisible, sino que existe una “dosis” mínima de espacio o de
tiempo, granos indivisibles que se suceden en pequeños escalones indivisibles
llamados “quantos”. O sea, que el reloj que mide el tiempo es un reloj de esos
que van a saltitos, aunque los saltos sean tan pequeños que parezca como si el
tiempo fuese un continuo. Y lo mismo con el espacio.
[2] La cosa es mucho más complicada, y
lo digo en una nota al pie para no liarla todavía más en el texto principal.
Según la teoría de la relatividad, cada ser dentro del salchichón, vería que el
ángulo con el que el cuchillo corta el salchichón es diferente según la
velocidad a la que él mismo se mueva. Es decir, que no hay un corte que sea el ahora
para todos los seres que habitan el salchichón. Pero, dejemos esto de lado, aunque
sólo sea por higiene mental.
[3] Un tema teológico-filosófico en el
que no quiero entrar en estas líneas, aunque he escrito algo sobre ello, es si
ese Dios, que está en la última cocina conoce lo que va a pasar y, por lo
tanto, no somos libres ya que si Dios sabe lo que vamos a hacer, no tenemos más
remedio que hacerlo y, por lo tanto, no somos libres ante Él. Es una discusión
que viene de antiguo; la contradicción entre la omnisciencia de Dios y nuestra
libertad. No me voy a meter en ello aquí, porque es demasiado largo pero quien
esté interesado puede verlo en el siguiente link a mi blog, tadurraca. https://tadurraca.blogspot.com/2008/06/la-libertad-humana-y-la-omnisciencia-de.html
[4] Esta es la tesis de mi libro “El
Señor del azar” que, lamentablemente, está agotado.
[5] La
“Einfühlung” es un concepto que llamó la atención de Edith Stein cuando oyó a
Husserl decir en un curso sobre la naturaleza y el espíritu que el mundo
objetivo exterior sólo puede ser experimentado intersubjetivamente, esto es,
por una pluralidad de individuos cognoscentes que estuviesen situados en
intercambio cognoscitivo. Según esto, se presupone la experiencia de los otros.
El concepto era original de otro filósofo alemán, Theodor Lipp y suponía un
reto integrarlo en la filosofía fenomenológica. Edith Stein abordó este reto en
su tesis doctoral. Quizá la traducción más correcta sea “simpatía”, aunque,
desde luego, sin el significado coloquial del término en español, sino con el
etimológico.
Gracias señor Alfaro por su clarividencia.
ResponderEliminarAtentamente,
Un charcutero