16 de febrero de 2019

¿A qué se dedican las 500 personas con mayor capacidad de gasto del mundo?


Hoy publico un artículo de un empresario y columnista americano, Jim Kelly. El artículo peca un mucho de una ironía –o más bien ácido sarcasmo–, además de decir cosas que silban en los castos oídos de la Europa socialdemócrata de la que participan TODOS los partidos. Y estas cosas le restan credibilidad. Pero, si se lee sin hacer caso al ácido sarcasmo y se miran las cosas que silban reflexionando sobre lo que está pasando en Europa, y en especial en España, en el aspecto económico, se verá que dice verdades como puños. Bueno, yo lo publico, que para eso me he tomado la molestia de traducirlo, y que cada uno piense lo que quiera.
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La desigualdad en los ingresos celebró su 50 cumpleaños en EEUU el año pasado. Después de descender de forma continua desde la Segunda Guerra Mundial, en 1968 empezaron 50 años de aumento de la misma.


Pocos se alegran de ello, ya que la concentración de riqueza es peligrosa. Los que controlan enormes cantidades de dinero pueden usar su poder de compra para mangonearnos. Por eso, multimillonarios como Mark Zuckerberg, Bill Gates y Warren Buffett reciben el oprobio público a través de las noticias.

Y esto me hace feliz. Hace que los dedos no me señalen a mí ni a mi aún mayor cantidad de pasta. Mark y Bill viven confortablemente, sin lugar a dudas, pero los realmente ricos juegan en otra liga. Somos unos 500 con un poder de gasto que hace que los ojos de Mark se queden como platos. Él puede que tenga unos 56.000 millones de dólares, pero casi todo son acciones de Facebook, y le ha costado décadas conseguirlo. Todo su patrimonio es simple calderilla para personas como yo: nosotros gastamos esa cantidad cada dos semanas.

Normalmente no hablo de las inmensas sumas que tengo a mi disposición. Lo que hago normalmente es liderar el movimiento de denuncia de los ricos. Pero hoy quiero sacar esto de mi pecho y siento que puedo confiar en ti para que no lo difundas a los cuatro vientos.

Cómo llevo comida a mi mesa

Lo mejor es que empiece por lo básico: soy un político. Mi trabajo es supervisar servicios públicos como las carreteras y la policía.

Tal vez puedas pensar que mi trabajo es fundamentalmente pasivo —un humilde servidor público que canaliza fielmente la Voluntad del Pueblo y hace las cosas lo mejor que puede para ser eficiente en un entorno político difícil.

Pero la verdad es que soy un emprendedor exactamente igual que Zuckerberg. Para avanzar en mi carrera debo encontrar un problema que preocupe a la gente —o que pueda ser convencida de que le preocupa— y persuadirles de que yo soy mejor apuesta que cualquier otro candidato para resolverlo. Me paseo por Twitter buscando el ultraje de la semana. Y busco errores de la industria que yo pueda resolver contratando reguladores.

Como cualquier otro emprendedor, no hay límites sobre dónde puedo buscar problemas para “productivizarlos”. No tengo por qué limitarme a las carreteras y la policía. De hecho, si hago eso, me quedaré sin trabajo rápidamente, porque mi sector es brutalmente competitivo. Todo tiene que ser juego limpio: el peligro público de las floristerías sin licencia, la distribución irresponsable de pajitas de plásticos, la amenaza del rescatador de mascotas. Los primeros resultados se cosechan casi inmediatamente. Pero, para seguir llevando comida a mi mesa, tengo que ser imaginativo.

Puede sonar fastidioso, pero encontrar causas para liderarlas es la parte fácil de mi trabajo, y tronar contra ellas en las noticias es una gran diversión. “¡Seis millones de personas mayores no tienen qué comer!”, grito. “¡Los Demócratas quieren dar coches a los inmigrantes indocumentados!” Tengo toda la audiencia de un profesional de la lucha libre, pero sin los moretones.

Entonces, ¿qué me quita el sueño?

Si tu primera respuesta es que lo que me quita el sueño es encontrar soluciones reales a los problemas con los que hago campaña, entonces —Dios te bendiga— eres mi votante ideal. Pero estás frío, frío. Los grandes problemas como la pobreza o el terrorismo no tienen solución y, ciertamente, ninguno de aquellos sobre los que puedo legislar la tienen. Y los floristas sin licencia no son una amenaza tan grande como podrías pensar. De cualquier manera, no necesito aportar soluciones.

De hecho, eliminar la pobreza sería una terrible noticia para mí, cómo lo sería para Colgate que desapareciesen las caries. Si para las próximas elecciones he enunciado algunos programas que suenan bien y el problema es más grave que nunca, tengo una gran oportunidad para ser reelegido y conseguir un presupuesto mayor.

Sí, sé que suena cínico, pero sólo quiero explicar el aspecto económico de mi trabajo. Cuando me di cuenta de que así era como funcionaba, yo también pensé que era malo.

Pero descubrí que mis votantes tampoco quieren ver los problemas resueltos. Prueba a decirle a un amigo activista que el problema social que le preocupa se ha resuelto. Explica a una feminista de la tercera ola que la brecha salarial es mala estadística. O a cualquiera aterrorizado con el cambio climático, que el problema no es tan grave como se dice. O a un halcón de la guerra, que los talibanes se rindieron en Afganistán hace mucho tiempo.

Se esperaría de ellos que estuviesen prudentemente contentos de que sus objetivos se hayan logrado y que pidiesen impacientemente saber más del asunto. Pero es más probable que se enfaden y te manden a la porra por boicotear su Gran Causa. Yo doy a mis clientes lo que de verdad quieren: un propósito para su vida y un aliado que les apoye.

Mi auténtica preocupación es el dinero, porque mis programas biensonantes son mero teatro, pero el teatro también requiere dinero para desarrollarse, y es aquí donde mi trabajo se vuelve más competitivo. Mientras que todo el mundo quiere soluciones –o, al menos algo que lo parezca– todos odian pagar impuestos para financiarlas. Si no encuentro una forma de hacer que mis programas parezcan gratis, lo hará el siguiente candidato.

Un puñado de trucos

Admito que estoy bastante orgulloso con mis numerosas formas de meter la mano en tu bolsillo y endorsárselo a otro. Deliberadamente disfrazo tu “aportación” a los  impuestos como si fuese un impulso generoso. Hago que sean tu empleador o la estación de servicio de la esquina los que recauden tus impuestos y hacerles así aparecer como villanos.

Demonizo a tu vecino como “el rico” con insinuaciones de que sus ahorros los ha logrado de forma sospechosa —una peligrosa acumulación de dinero que amenaza a tu familia. Le acuso de no pagar su “justa parte” y te animo a votar para que le suban los impuestos. Mientras tanto, le animo a él para que te haga lo mismo a ti. Una vez que os he puesto al uno contra el otro, doy un paso atrás y me froto las manos. ¡Aparece así la lucha de clases! Qué vergüenza, aquí, en la Tierra de la Libertad. Tal vez sea necesario otro programa para ayudaros en eso.

Uso un ingenioso artilugio llamado bond measure[1], mediante el cual consigo que vendas a tus hijos a… bueno… la esclavitud, para pagar los baches de tus carreteras o el tren para tu transporte. Te imploraré para que pienses en tus hijos mientras secretamente contaré contigo para que no pienses demasiado en ellos.

Para que pienses correctamente he cultivado un tipo moderno de funcionariado[2] con doctorados en economía que desarrollan una teología del dinero —esto es, una serie de oscuras justificaciones para mis tácticas. Ellos te convencerán, por ejemplo, de que la creación de trillones de nuevos dólares es un servicio público vital. Cada vez que lo hagamos, claro. Para ti, en cambio, seguirá siendo un crimen.

Después de que haya tenido suficiente cantidad de su agua bendita, la inflación —que una vez fue pecadora— renacerá como santa. Seguramente te gusten las rebajas de los Waltmarts o Costcos en su lucha mundial para ofrecerte buenos precios, pero la bajada generalizada de los precios enfurece a la Diosa de la Economía. Si se permitiese que las cosas fuesen más baratas cada día, los consumidores dejarían de comprar y sucumbirían al vicio del ahorro. Los trabajadores perderían su trabajo y una plaga de paro descendería sobre la tierra. Lo que realmente necesitas es que todo sea un 2% más caro cada año. Gracias a la Diosa, conseguiré que te lo creas.

Mis sacerdotes predican ardientes sermones en honor de mi déficit fiscal. Debo gastar mucho más de lo que recaudo en impuestos, insisten, porque mis ofrendas agradarán a la Diosa. Hay un efecto multiplicativo en el hecho de gastarme tu dinero, pero sólo cuando lo hago yo. El dinero que tomo prestado es a costa del ahorro privado —¿cómo podrías ahorrar nunca dinero si yo no te hiciese el favor de poder prestármelo a mí? Mis deudas compran infraestructuras que de otra forma no podríamos abordar; en otras palabras, esa deuda, de alguna forma, permite hacer realidad capacidades futuras aquí y ahora. Si los fallos de estas afirmaciones no son inmediatamente obvios, es que mis economistas han hecho un trabajo excelente.

Los políticos se vuelven locos

Estas son sólo algunas de las técnicas que uso para seducir tu cartera y concentrar tu riqueza en mis manos. Pero, ¿puedes siquiera comparar mis manos con las de Charles Koch[3]?

Diría que depende de tu punto de vista. Os he convencido a la mayoría de vosotros, gente corriente, de que mis programas mejoran vuestras vidas, pero las familias de las decenas de miles de habitantes de Oriente Medio que he matado recientemente puede que piensen diferente. Y los millones de americanos encarcelados por crímenes sin víctimas, probablemente tengan también sus propias opiniones.

Pero mira a cuántas personas he ayudado. Millones de ellas empezaron un día a depender de mí por el pago de un cheque de la seguridad social, cartillas de alimentos o viviendas y ahora se dan cuenta de que no pueden dar marcha atrás. Tenemos, ellos y yo, una asociación tan fuerte como la pueda tener un vendedor de heroína con sus clientes. Puedo contar con su lealtad para votarme y salir a la calle para protestar contra mis rivales.

Puede que les haya prometido más de lo que pueda darles. Dije a 160 millones de trabajadores y a sus familias que les mantendría cuando se retirasen. Prometí salud universal a 275 millones de americanos cuando sean viejos y estén enfermos. Lo confieso: mentí. Los contribuyentes necesitarán pagar unos 999.000 $ cada uno para hacer buenas estas promesas. Alerta para los que anticipan el final: no tienen ese dinero.

Esconder la deuda se está haciendo cada vez más difícil. Os he empeñado a todos en 22 trillones de dólares, mucho más de lo que nadie en la historia ha debido jamás, y está empezando a descubrirse. He escondido una factura de 66.000$ en la cuna de cada recién nacido en América —llámalo un regalo por su nacimiento. Es vergonzoso que no tenga un trabajo todavía, porque para cuando sea suficientemente mayor para empezar a devolverla, la deuda será mucho mayor. Las deudas de esta magnitud no se pueden devolver nunca.

Cuando las promesas del pasado me alcancen, te contaré más mentiras. Los presupuestos escolares —te diré— han sufrido recortes salvajes. La victoria en la guerra contra el terrorismo está a la vuelta de la esquina. La codicia aplastó a la economía. La defensa está menos financiada de lo que debiera. Los malvados lobbies empresariales me hicieron promulgar esa ley. Eres un parado tras 15 años de educación pública por culpa del racismo. Tengo que comprar esas empresas porque son “demasiado grandes para caer” (too big to fail). El problema es que no gastamos suficiente.

Y entonces hago campaña para otro programa que no funciona y que no puedes pagar. Vota por mí —te digo— y te daré matrículas gratis para la universidad. Atención médica para todos. Me aseguraré de que China y Rusia respeten los intereses de América en su propio territorio. Salvaré especies de animales. Generaré puestos de trabajo.

Mientras tanto, repararé las destartaladas infraestructuras de América. Revisaré nuestros sistemas de energía. Detendré el calentamiento del planeta. Haré de cada americano propietario de su hogar. Acabaré con la pobreza.

Dios, ayúdame, ya no puedo parar. No puedo soportar firmar otro cheque sin fondos, hacer otra promesa que no puedo esperar cumplir por nada del mundo.

Propósito de la enmienda

Aquí está, amigo mío, mi confesión. Y estando en paz contigo, tendré un nuevo comienzo. Por fin voy a drenar la ciénaga y a gastar tu dinero de forma responsable y sostenible —dando soluciones reales a problemas reales.

Entre las reformas que haré… ¡ah!, ¿no es ese el Codicioso Multimillonario Jeff Bezos? ¡Sus 138.000 millones de dólares son una peligrosa concentración de patrimonio que están destrozando este país!

Por eso voy a lanzar mi nuevo programa de 7,25 trillones de dólares para protegerte de gente como él.


Jim Kelly es un ejecutivo del sector tecnológico y disidente de fin de semana que escribe desde las minas de datos de San Francisco. Tiene un BA por Berkeley y un doctorado por Princeton. Puedes seguirle en @jkellyinsf en Medium o Twitter.


[1] Bonds measure son bonos emitidos por el estado para financiar determinados proyectos de infraestructuras, escuelas y otras iniciativas de interés comunitario.
[2] Este párrafo y los dos siguientes utilizan un juego de palabras intraducible al español. El texto inglés usa la palabra “clergy” cuya traducción al español es “clero”. Lo traduzco por funcionariado porque el término inglés “clerk”, del que viene “clergy”, significa, además de clérigo, empleado de oficina o funcionario. En ese juego es en el que se habla, en los siguientes párrafos de “agua bendita”, “pecadores redimidos” y “prédicas de sacerdotes”.
[3] Charles G. Koch (Wichita, Kansas, Estados Unidos, 1 de Noviembre de 1935) es un empresario y co-propietario, junto con su hermano David H. Koch, de la empresa hoy conocida como Koch Industries, un conglomerado de empresas inglesas con numerosas filiales dedicadas a la fabricación, comercio e inversiones, que se estima que dan como ingresos anuales unos 100 mil millones de dólares. Es, según Forbes, la segunda empresa privada más grande que no cotiza en bolsa del país después de Carghill. La fortuna de Charles G. Kock asciende a 48.000 millones de $.

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