Chesterton
es uno de los pensadores más agudos y perspicaces que conozco. Su ironía y su
sentido del humor, unidos a mi coincidencia con casi la totalidad de su
pensamiento, hace que sea uno de los escritores que más admiro. Por eso, me da
pena no coincidir con él en su visión de la economía. Es manifiestamente
anticomunista, en lo que, por supuesto, coincido con él. Pero, aunque no con la
misma virulencia, es también muy contrario al sistema capitalista. Comprendo,
hasta cierto punto, aunque no comparto, su opinión, pues vivió su juventud a
finales del siglo XIX cuando el capitalismo era lo que ha dado en llamarse ‘capitalismo
salvaje’. En la frase anterior pueden llamar la atención las expresiones “hasta
cierto punto” y “lo que ha dado en llamarse ‘capitalismo salvaje’”. Creo que
esas expresiones merecen una aclaración.
Empiezo
por lo de “lo que ha dado en llamarse ‘capitalismo salvaje’”. Lo primero que
debo decir es que esta adjetivación del capitalismo, no nace en principio para
referirse al capitalismo del siglo XIX, sino lo hace en una fecha tan tardía
como los años 80 del siglo XX, cuando ya el capitalismo había perdido una gran
parte, si no todo, de su ‘salvajismo’, cuando prácticamente ya había superado
la lucha de clases y cuando ya se olía la derrota del comunismo. Es, por tanto,
un fruto tardío de la propaganda marxista. Pero, olvidando este origen del
término, supongámoslo aplicado al sistema imperante en la juventud de
Chesterton. Cuando se piensa en las grandes masificaciones fabriles, en el
ejército de parados o “ejército de reserva de proletarios”, como lo llamó Marx,
en el hacinamiento de las ciudades, en los barrios insalubres de las mismas en
los que vivían los trabajadores, en las jornadas laborales interminables y en
unas condiciones lamentables, en el trabajo infantil, etc., es lógico que a uno
se le oprima el corazón. Tendría uno que ser un monstruo para que eso no le
pasara. Pero antes de emitir juicio alguno sobre esta terrible situación,
conviene ver cuál era la situación anterior. Antes del inicio de la
concentración fabril, la inmensa mayoría de la gente vivía en el campo y para
campo, pero apenas del campo. Vivía o malvivía y moría. Porque las jornadas de
trabajo en el campo eran de sol a sol, tan largas como las que hubo más tarde
en las fábricas –con lluvia, escarcha y pampero, dirá el gaucho Jorge Cafrune– ,
y en ellas trabajaban también los niños que, por supuesto, no pasaban el día en
la escuela. No vivían en bucólicas viviendas saneadas con vistas al campo. Lo
hacían en condiciones impensables de insalubridad y la mortandad producida por
estas condiciones era inmensa, sobre todo la infantil. Si un año la cosecha era
mala, la muerte por inanición alcanzaba a masas inmensas de seres humanos. La
gente no iba del campo a la ciudad como fruto de un proyecto de ingeniería
social, como haría el régimen comunista soviético en pleno siglo XX. Se iban a
la ciudad, porque, a pesar de las duras condiciones y del hacinamiento, la
esperanza de vida y de salud en las ciudades hongos –como las llamó también Marx–
era mucho mayor que en el campo. De hecho, fue hacia 1850 cuando la esperanza
media de vida en Inglaterra empezó a crecer, y en 1900 ya lo hacía
exponencialmente. Y, ciertamente, esa mejor vida, por dura que fuese, ejercía
un efecto llamada, muy similar al que hoy se produce para la inmigración desde
los países pobres. Pero al encontrarse juntos muchos trabajadores en grandes
centros de producción en lugar de estar dispersos por todo el país, adquirieron
conciencia de clase y apareció la ideología marxista con su lucha de clases y
sus sindicatos. Y con todo ello, la propaganda del capitalismo salvaje, aunque
ese término no se haya acuñado hasta hace bien poco, por otras causas y
refiriéndose a otra cosa. Hasta aquí con el término de ‘capitalismo salvaje’
aplicado a la época de la juventud de Chesterton.
Sigo
con el “hasta cierto punto”, aplicado a mi comprensión hacia la actitud de
Chesterton. Comprendo de forma muy empática el encogimiento de corazón de toda
persona con un mínimo de sensibilidad por la forma de vida de los trabajadores que
vivían en los barrios marginales de Londres o Manchester a principios del siglo
XX. Pero si algo caracteriza a Chesterton es la primacía de su aguda razón
sobre el sentimiento. Creo que si hubiese analizado la situación con atención
podría haberse dado cuenta de la mejora que suponía, a pesar de todo, la
situación del, según terminología marxista, proletariado. Pero, ciertamente,
soy injusto con Chesterton, porque los hechos, que ahora debieran ser evidentes
para todos los que no sean ciegos por no querer ver, podían no serlo tanto para
un hombre joven de 1900, con buena voluntad y cercano a esa situación, por
inteligente que fuese. Porque, además, el sufrimiento aparejado a la vida
rural, siendo inmenso, estaba disperso y lejos de la vista de un urbanita,
mientras que el hacinamiento de las ciudades hongo, era perfectamente visible.
Por esto, sólo comprendo a Chesterton, pero sólo “hasta cierto punto”.
Sea
como fuere, Chesterton intentó buscar, junto con su amigo Hillaire Belloc, algo
que, medio siglo más tarde, ha dado en llamarse la “tercera vía”. Y lo hizo con
la conciencia cristiana de seguir los consejos de la naciente Doctrina Social
de la Iglesia, inaugurada en 1896 con la encíclica Rerum Novarum de León XIII[1]. Ciertamente, no cayó en
la falsa y peligrosísima “tercera vía” de la socialdemocracia del partido
laborista. Su dialéctica con su contemporáneo Bernard Shaw, laborista de claras
inclinaciones marxistas[2], le alejaron de esa
tentación. Él buscó una “tercera vía” completamente utópica. Afortunadamente es
una “tercera vía” que era entonces, y ha sido hasta ahora, inaplicable, lo que
la ha hecho inofensiva. Por supuesto, si alguien la hubiese podido llevar a la
práctica hubiese supuesto el hambre y la miseria para millones de personas,
pero como era irrealizable… Mucho más peligrosa es la realizable tercera vía de
la socialdemocracia que nos está llevando a un experimento económico realizable
pero en el que un día podemos darnos cuenta de que hemos pasado el punto de no
retorno y acabemos, sin quererlo, en el comunismo y en el desastre económico.
Pero no es de la socialdemocracia de lo que quiero hablar, sino de la “tercera
vía” de Chesterton y Belloc. Le llamaron distributismo. Su nombre no proviene
de que promulgase que el estado debería distribuir la riqueza. Tanto Chesterton
como Belloc creían en la propiedad privada, incluida la de los bienes de
producción y en la libertad humana, unida a la responsabilidad y no eran, ni de
lejos, estatalistas. El nombre de distributismo se lo pusieron pensando en un
sistema en el que esa propiedad de los bienes de producción estuviese
distribuida, de forma libre, en todas las familias o pequeñas comunidades. Cada
una de esas pequeñas comunidades tendría sus propios medios de producción y fabricarían
lo necesario para autoabastecerse y abastecer mediante comercio próximo a otras
comunidades vecinas. De esta manera, pensaban, desaparecían el trabajo
asalariado, los grandes centros fabriles, las aglomeraciones de obreros en
ciudades seta y otros males visibles del capitalismo de la época. Cada uno
viviría donde quisiese y la frontera entre el tiempo de ocio y trabajo
desaparecería, dando lugar a un trabajo libre en un entorno pequeño y familiar.
El distributismo que idearon no era anticapitalista, era partidario de que
todos fuesen capitalistas. Lo que criticaba Chesterton del capitalismo queda
reflejado en una frase suya: “Más capitalismo no significa más capitalistas,
sino menos”. El distributismo pretendía, en definitiva, que todo el mundo fuese
capitalista. No hay en él ninguna devoción por el estado y sí un enorme respeto
al principio de subsidiariedad.
Hay
quien dice que su inspiración estaba en la comunidad de los hobbits, descrita
por JRR Tolkien en su libro “El Hobbit”. No me consta qué relación hubo entre
Tolkien y Chesterton, pero parece fuera de toda duda que, siendo contemporáneos,
viviendo ambos en Inglaterra desde 1892, fecha del nacimiento de Tolkien, hasta
1936 en que murió Chesterton, siendo ambos intelectuales católicos militantes,
no tuviesen una influencia mutua. De hecho, “El Hobbit” vio la luz en distintas
entregas entre 1920 y 1930 y el nacimiento del distributismo se sitúa en 1926,
fecha en la que Chesterton y Belloc fundaron la llamada Liga Distributista, y
apareció el libro “The outline of sanity” que trata este tema. A Chesterton
debió fascinarle la sociedad formada por los hobbits y pensó en un sistema que
pudiese dar lugar a una sociedad similar. Todo muy bucólico y muy bonito. Pero
con un defecto “insignificante”: que era absolutamente inviable. ¿Qué me lleva
a decir que el distributismo era inviable? La verdad es que no debería ser
necesario explicar por qué este utópico sistema económico era inviable. No
obstante, voy a enumerar algunos factores que no dejan lugar a dudas y porque
me van a resultar útiles dentro de unas líneas.
1º.
en 1927 había muy poca gente con la capacidad de ahorro suficiente como para
poder dedicar parte de sus ingresos a invertir en capital. La única
preocupación de la inmensa mayoría de la población era la supervivencia.
2º.
Los bienes de capital eran algo muy caro y, por tanto, sólo la gente con gran
capacidad de ahorro podía invertir en ellos.
3º
Los procesos productivos necesitaban economías de escala y éstas sólo eran
posibles con un sistema productivo en masa.
4º
Los sistemas de comunicación y de transmisión y tratamiento de la información
eran muy lentos e imperfectos, por lo que el trabajo de coordinación para que una
producción descentralizada pudiese fabricar productos complejos como un coche o
una máquina de tren o un telar, era totalmente imposible.
5º
El transporte era algo muy caro e ineficiente. Las vías de comunicación físicas
terrestres eran muy pobres y los medios de transporte se basaban todavía casi
exclusivamente en la tracción animal, mientras el transporte por mar se basaba
en navíos muy lentos. Con tan rudimentarias y caras infraestructuras y sistemas
de transporte, la descentralización era prácticamente imposible.
Sin
embargo, la evolución del capitalismo iba a hacer falsa la frase antes citada
de Chesterton de que “Más capitalismo no significa más capitalistas, sino
menos”. Posiblemente Chesterton estuviese también influido por las doctrinas de
Malthus, David Ricardo e, incluso, aunque no fuese santo de su devoción, de
Marx. Todos estos pensadores, de muy diferentes ideologías, tenían una idea en
común. El sistema capitalista necesariamente haría que los salarios de las
grandes masas obreras se mantuviesen siempre en el nivel mínimo de
subsistencia. Y, naturalmente, así no había ninguna posibilidad de que hubiese
una masa de ahorradores que pudieran convertirse en inversores y capitalistas.
Posiblemente, la naciente doctrina social de la Iglesia, de la que bebieron
Chesterton y Belloc, también estuviese impregnada de esta visión. Pero esas
profecías han demostrado hasta la saciedad ser falsas. A pesar de todo, sigue
habiendo quien las hace y, lo que es peor, inmensas cantidades de gente que se
las creen. Lo que ha pasado es exactamente lo contrario. A lo largo del siglo
XX ha ido apareciendo una creciente clase media en todos los países donde la
seguridad jurídica ha permitido el desarrollo de la libre empresa y del
capitalismo. Clase media con una capacidad de ahorro cada vez mayor. Los
sistemas productivos siguen necesitando hoy en día, en gran medida. ser en masa
y cada vez con más inversiones en capital. Pero, para poder obtener fondos para
esas inversiones aparecieron los mercados y bolsas de valores en los que las
grandes corporaciones podían financiarse de la capacidad de ahorro de esa clase
media ahorradora. Poco a poco, parte del sueño de Chesterton y Belloc, empezó a
hacerse realidad. La posesión de los bienes de producción estaba cada vez más
distribuida, a través del sistema accionarial, y los capitalistas se pueden hoy
día contar por cientos, si no miles de millones de seres humanos. Muy pocas de
las más boyantes y exitosas empresas actuales son de sus fundadores o de un
gran capitalista. Éstos tienen una parte de ellas, mayor o menor según los
casos, pero la mayor parte de la propiedad de estas empresas está en manos de
esa ingente masa de ahorradores/inversores de clase media e, incluso, baja.
Pero,
aún así, éste no era el modelo económico imaginado por Cheserton y Belloc. Por
supuesto que el capitalismo ha ido evolucionando y el tipo de empresas también.
Para empezar, muchas empresas, si no la mayoría, son ahora empresas de
servicios, en las que el trabajo fabril ya no existe. Es cierto también que en
las que siguen siendo grandes fábricas de producción en masa el trabajo ya nada
tienen que ver con las que eran a principios del siglo XX, ni en sus horarios,
ni en la dureza de un trabajo embrutecedor. Pero siguen existiendo empresas, de
producción o de servicios que, aunque sean propiedad de pequeños
ahorradores/inversores, no responden ni de lejos al sistema de producción
descentralizada que Chesterton y Belloc habían pensado. Sin embargo, esto está
ya cambiando y, como muchos de los cambios revolucionarios, puede ser que se
produzca de forma exponencial. De hecho ya han desaparecido casi por completo
los cinco factores que he enumerado anteriormente como imposibilitadores de un
sistema de producción descentralizado.
1º
Hoy en día hay, como se ha visto, una enorme cantidad de gente con capacidad de
ahorro.
2º
Aunque determinadas máquinas pueden ser muy caras, otras muchas no lo son tanto
como para que una familia o una pequeña comunidad no pueda invertir en un brazo
robótico, una impresora 4D y un microprocesador.
3º
Con estas nuevas tecnologías las economías de escala han dejado de ser
importantes.
4º
y 5º Las tecnologías de comunicación y tratamiento de información así como los
medios e infraestructuras de transporte físico han sufrido una drástica
revolución en rapidez, eficiencia y coste.
Por
lo tanto, esas barreras que hacían imposible en 1900 la descentralización de la
propiedad fabril, están desapareciendo si no han desaparecido ya. Es decir, la
propia evolución natural del capitalismo está haciendo, no sólo posible, sino
ineludible, la descentralización de los procesos productivos. Si hay un freno a
este proceso, este sólo puede venir de la inercia mental de personas y
empresarios y de las trabas que puedan imponer al proceso, estados hiper
reguladores y sindicatos decimonónicos. Pero, si de verdad esa
descentralización productiva es algo apetecible para el ser humano, como creían
Chesterton y Belloc, el proceso será imparable.
Lo
que viene a continuación es una visión que no tiene nada de imposible. Más aún,
si bien no es posible afirmar categóricamente que se vayan a producir las transformaciones
necesarias para llegar a ella, las probabilidades de que ocurran es altísima,
me atrevería a decir que inevitable. Esta visión es, no obstante, difícil de
explicar, pero pondré todo mi esfuerzo en intentar que lo que viene a
continuación sea lo más inteligible posible.
Yo
apostaría a que dentro de unas pocas décadas –cuántas depende más bien de los
frenos que estados y sindicatos puedan imponer y de lo cierta que sea la
apetencia de la gente de un sistema descentralizado de producción–, los grandes
centros fabriles desaparecerán. Para producir un producto físico complejo como,
digamos, un coche, una empresa fabricante de automóviles tendrá un programa informal
que romperá toda la “suply chain[3]” en pequeños trozos.
Digamos que uno de esos trozos es fabricar, por ejemplo 200.000 bielas para los
motores. El programa lanzará una subasta on line para ver que comunidades son
capaces de producir esas 200.000 bielas en el plazo y con la calidad requerida.
Seguramente, serán varias las comunidades necesarias para producir todas esas
piezas. En el lado de la oferta, cada familia o pequeño grupo vecinal,
llamémosle célula productiva, tendrá los medios de producción que estime
oportunos. Por ejemplo, pueden tener un par de brazos robóticos de determinadas
características, tres impresoras 4D y varios microprocesadores. Estas
herramientas serán de su propiedad. Cada célula productiva tendrá las
herramientas que estime oportunas y podrá coordinarse con otras células
productivas formando grupos orientados al mismo fin, las 200.000 bielas. La
empresa de automóviles les suministrará el programa que coordine todas estas
cosas y la materia prima. Cuatro o cinco grupos de varias comunidades cada uno,
formados ad hoc por varias células productivas para ese pedido, ganarán el
concurso de suministro y harán las 200.000 bielas. Estos grupos se disolverán
tan pronto como el pedido esté terminado y buscarán las alianzas necesarias
para otro posible pedido. Las 200.000 bielas fabricadas serán enviadas a otros
grupos de montaje robotizado que recibirán, además, bloques de motor hechos por
otros grupos, cilindros, culatas, cigüeñales, árboles de levas, etc., etc.,
etc., y los ensamblarán y, a su vez, enviarán los motores resultantes a otros
grupos que reunirán chasis, carrocerías, volantes, salpicaderos y otro sinnúmero
de partes que, todas juntas formarán un coche. Todo esto, bajo la batuta del
programa gestor de la “suply chain” coordinado por el fabricante de
automóviles. Seguramente algunos de los procesos, los que sean el núcleo
central más sensible de un coche, se seguirán haciendo por el “fabricante” de
coches, pero la mayoría procederán del outsourcing coordinado citado. Así, el
“fabricante” pasará a ser, más bien, un coordinador de actividades de otros. Los
grupos, en sus distintas jerarquías u niveles, se configurarán ad hoc para cada
actividad. De esta forma, una célula productiva que viva en un lugar de La
Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, puede estar trabajando hoy para el
fabricante A de automóviles, mañana para el fabricante N de buques, pasado
mañana para el fabricante Z de aviones y al día siguiente para el fabricante V
de los propios robots o impresoras 4D que utiliza. Y en cada una de estas fases
productivas se asociará con otras células para formar una comunidad ad hoc para
ese pedido. Y, como efecto secundario saludable de este proceso, es posible que
ese lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, que ahora se está
enfrentando a la despoblación, encuentre gente que le parezca bien trabajar
desde él si está dotado de las debidas infraestructuras. Desde luego, esto
luchará contra la despoblación de una forma inmensamente más eficaz que todo el
dinero público malgastado en programas estatales para frenar artificialmente el
proceso de despoblación.
Esto
sí que es auténtica distribución de la propiedad del capital y, por tanto,
distributismo. Pero si algo parecido a esto llega a ocurrir, no será porque una
instancia superior lo haya decidido, sino que será fruto de la libertad de
elección de cada célula productiva y de la organización de la empresa “fabricante”
de automóviles. Por supuesto, la libertad llevará aparejada la responsabilidad.
Cada célula productiva tendrá que tomar decisiones sobre qué tipo de equipo
debería tener para poder participar en diferentes procesos de “suply chain”. Si
ve que está perdiendo el tren de muchos pedidos, deberá preguntase qué está
haciendo mal, qué le falta y qué puede hacer para conseguir participar en más
procesos. También decidirá qué parte de su tiempo y con qué horarios quiere
dedicar al trabajo y cuánto al ocio. Será libre para tomar todas estas
decisiones. Cada célula será una microempresa autónoma. Fin del trabajo
asalariado. Fin de los contratos fijos que este trabajo asalariado pretende
llevar aparejados. Viva la libertad. Pero esa libertad traerá aparejada su
responsabilidad. Si una célula no está vigilante para ver qué se puede hacer
mejor, empezará a perder oportunidades hasta quedarse fuera de juego. Por
supuesto, se puede y debe ayudar y formar a esas células para tomar las
decisiones adecuadas, pero, como en toda situación, habrá a quien le vaya muy
bien y a quien le vaya mal. Es decir, habrá desigualdad.
Por
supuesto, el enemigo número uno a que todo esto ocurra, serán los sindicatos y
los organismos estatales reguladores. Pero, ¿qué mundo es mejor? ¿El del
trabajo asalariado con convenios colectivos, contratos fijos e intervención
estatal o el de la libertad unida a la responsabilidad? A mí no me cabe duda:
el segundo. Si hay algo que es parte de la naturaleza humana, es el binomio
libertad responsabilidad. Los que creemos en una sana antropología cristiana
sabemos que Dios nos ha hecho libres para que dirijamos nuestras vidas y seamos
responsables de nuestros actos. Esa es la base de la dignidad humana. Lo
contrario, la venta de nuestra libertad a estados reguladores y sindicatos que
nos den una seguridad a cambio de nuestra libertad, es contrario a la dignidad
humana. En el fondo, lo que ocurre es que la libertad da vértigo y el grito de
“vivan las caenas” es algo que está metido en muchas personas, que ya han
vendido a saldo su libertad por una supuesta seguridad que, al final, tampoco
tienen. No está ni mucho menos claro que una mayoría de gente quiera un sistema
de libertades y responsabilidades que lleven a un sistema distributista del
siglo XXI.
El
otro día, exponiendo esto en una conferencia que di a un grupo de jóvenes de
gran valía, una chica se espantaba porque decía que esto nos llevaría a una
vida de trabajo estajanovista como la que llevan los chinos. Nada más lejos de
la realidad. A medida que se alcanza la prosperidad, a medida que se deja de
luchar por la mera supervivencia, el valor del tiempo libre es cada vez mayor.
A medida que los chinos mejoren su condición de vida, serán ellos los que se
empiecen a comportar como los ciudadanos de sociedades libres y prósperas, y no
al revés. Pero cada uno dará a su tiempo libre el valor que quiera y, en base a
eso, tomará un tipo u otro de decisiones. Podemos ir hacia un mundo cada vez
más libre, con sus peligros, o a un mundo cada vez más asfixiante de estados
que intentan regular cada vez más cada aspecto del comportamiento humano y que,
al final, tampoco es capaz de garantizar el espejismo de seguridad con el que
ha comprado la libertad de sus ciudadanos, convertidos en “súbditos”. La primera
alternativa nos lleva a algo que se parece como una gota de agua a otra al
distributismo, sin el bucolismo de los hobbits, por supuesto. El segundo nos
lleva al mundo feliz de Aldous Huxley. Debemos elegir como sociedad compuesta
por seres humanos libres, sin dejar que los estados decidan por nosotros. Lo
que no es posible, aunque nos quieran tentar con ese espejismo, es la libertad
sin responsabilidad. Sin libertad ni responsabilidad, nos espera la esclavitud.
Una esclavitud 2.0 del siglo XXI, pero esclavitud al fin y al cabo.
En
definitiva, que es posible que, a fin de cuentas, Chesterton acabe teniendo
razón. Pero no hay nada más peligroso que tener razón por razones equivocadas y
en la época inadecuada. Eso les pasó, creo, a Chesterton y a Belloc al
principio del siglo XX. Afortunadamente, su sistema no llegó a aplicarse nunca
en la época equivocada. Pero puede que el capitalismo, en su continua
adaptación a la tecnología que el genio humano crea en su incesante respuesta al
“dominad la tierra”, lo haga posible en el momento en el que es factible y
deseable.
[1] Realmente, la Doctrina Social de
la Iglesia se inició en el siglo XVI en la Escuela de Salamanca. Y era una DSI
sana, basada en una correcta antropología cristiana, no trufada de ideas
“compradas” al marxismo decimonónico.
[2] El Partido Laborista inglés es un
partido muy curioso. Incluso ahora, junto a figuras como Tony Blair, hay otras
como John McDonnell, ideólogo en la sombra de Jeremy Corbyn y neomarxista
gramsciano.
[3] Suply Chain es un término de la
jerga del mundo de los negocios. Su traducción literal es Cadena de
Suministros, aunque todo el mundo la utiliza en inglés. Representa todos los
procesos logísticos y productivos que se tienen que dar desde el
aprovisionamiento de materias primas por una empresa hasta la entrega del
producto terminado a los clientes. El “Suply Chain Management trata de optimizar todos estos procesos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario