Sí, un día como hoy, hace 80 años moría Antonio Machado. En
cuanto me he enterado he vuelto a leer la carta que le escribí el 1 de Abril de
2001. Sí, en 2001. Evidentemente, no se la escribí a ningún lugar de este
mundo, sino al Paraíso. Y no, no estoy loco o, si lo estoy, lo estoy 37 veces,
porque ese es el número de cartas que he escrito a 51 “poetas” muertos
conocidos. Porque algunas de esas cartas están escritos a más de uno y otras a
algunos de los que no conozco su nombre. Todas están recogidas en un libro,
publicado por la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) bajo el título “Al
sueño de la muerte hablo despierto” y subtitulada “Cartas a poetas muertos”, cuya lectura recomiendo vivamente.
Pues bien, Antonio Machado fue uno de esos poetas a los que escribí. Y
hoy, 80 años después de su muerte, quiero recordar esta carta y publicarla en mi blog.
Madrid, 1º de Abril del 2001
Carta para entregar a Antonio Machado, poeta español
del siglo XX.
Querido Antonio:
En mi correspondencia con poetas y artistas recién
empezada, no podía dejar de escribirte. A veces no es posible recordar la
primera vez que viste u oíste hablar de una persona. No es mi caso contigo.
Recuerdo perfectamente la primera vez que supe de ti.
Fue en Vinuesa, ante un viejo olmo, cerca del Duero.
Mi hermana Merche, veinticinco años mayor que yo, mujer ella, niño yo, me
recitó, muy seria, ella que era siempre risa, tu poesía al olmo viejo.
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
..............................................
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
No fue la desconsolada nostalgia que se desprende de
esta poesía tuya lo que hizo que se me quedase grabada. No todavía. Fueron, tal
vez, los musgos amarillentos, los ejércitos de hormigas, las grises telas de
las arañas, los pardos ruiseñores que no cantaban en sus ramas, tal vez el río
empujando al tronco muerto por valles y barrancas hasta la mar. ¡Qué puedo yo
saber de los recovecos de la memoria! Pero en ella se quedaron tus versos para
siempre.
Luego vino la lectura de muchos poemas tuyos.
Siempre encontraba en ti al hombre bueno, en
el buen sentido de la palabra, como tú decías, expresando mi primera
impresión de ti, que yo no sabía plasmar. Te veía con sed de una eternidad que
buscabas y te costaba encontrar. Soñabas
que Dios te hablaba, después soñabas que soñabas. Pero siempre, al fondo,
la esperanza.
Otro poema tuyo tengo profundamente grabado. No
recuerdo dónde ni a quién se lo oí recitar con voz profunda y pausada. Cuando
soñabas caminos de la tarde y el campo se callaba, para escuchar la música de
los álamos del río, meditando tu cantar mientras tú luchabas con espinas tan
dolorosas como queridas. Aunque no soy persona que pase mucho tiempo en
contacto con la naturaleza, esta poesía tuya, que también he aprendido de
memoria aunque no la transcriba aquí, me hace disfrutar de ella las pocas veces
que estoy lejos de los ruidos del hombre.
Con el paso de los años se ha abierto camino hasta
el fondo de mi ser el olmo de Vinuesa, y sus ramas, y tu deseo –creía yo– de
que la primavera obrase en su milagro en el invierno de tu vida. Supe luego que
lo escribiste cuando tu joven y amada mujer se moría en el hospital en Soria y
tú, impotente ante su enfermedad, te paseabas por las riberas del Duero con el
alma desecha en lágrimas. El milagro que esperabas de la primavera era su
curación. Pero el milagro no se produjo:
Una noche de verano
–estaba
abierto el balcón
y la puerta de mi casa–
la muerte en mi casa entró.
Con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
…………………………..
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
Y tu ronco lamento...
Señor, ya me arrancaste lo que más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Y tu esperanza luchadora, espina que no sabes si
prefieres arrancada o que siga clavada para siempre en tu corazón:
Dice la esperanza: un día
la verás si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón... No todo
se lo ha tragado la tierra.
No, no todo. Nada, nada muere para siempre. Todo
vive en Dios eternamente. Por eso estoy seguro que ese mismo Dios, cuya
voluntad no entendías –¿quién puede entenderla cuando se hace contra la
nuestra?– y con el que ardientemente esperabas hablar un día y a quien
buscabas...
... borracho, melancólico,
guitarrista, lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla...
... te acogió y te regaló, de nuevo, los dos
eternamente jóvenes, a tu joven mujer. Tu corazón y el mar nunca volverán a
estar solos. Yo espero también, un día, pasear con vosotros por la playa
eterna, junto al mar infinito de Dios.
Que así sea.
Tomás.
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