22 de febrero de 2019

Diego de Pantoja; otra gesta española desconocida


El otro día asistí a una conferencia que nos dio el Prof. Dr. Ignacio Ramos Riera S.J. sobre la figura de Diego de Pantoja. Hasta ese día, ese nombre no significaba nada para mí. Pero esa conferencia me abrió los ojos a otra gesta impresionante llevada a cabo por un español, jesuita, que, como tantas otras, la memoria colectiva española ha dejado caer en el olvido, al menos para personas de a pie, como yo. El propósito de estas líneas es reivindicar a este poco conocido personaje. Pero, como siempre me ocurre cuando empiezo a escribir sobre algo tomo el hilo y de él sale un ovillo más largo de lo que esperaba. Así que allá voy, tirando del hilo.

Si uno pregunta, en un juego de asociación de ideas que unan la expresión viajes a China con un personaje, estoy seguro que a la mayoría de la gente se le viene inmediatamente a la cabeza el nombre de Marco Polo. Y, ciertamente, el viaje de Marco Polo a China es impresionante. Marco Polo viajó a China, llegando hasta Pekín[1] y estuvo allí 24 años. Su padre y su tío, Niccolò y Maffeo, comerciantes venecianos, fueron a China cuando Marco era todavía un niño en un viaje que duró desde 1260 hasta 1269. Su periplo excedió los fines meramente comerciales y se convirtieron en embajadores entre occidente y la corte itinerante del emperador mongol Kublai Kan. El imperio mongol había sido instaurado por Genghis Kan en 1206. Kublai era el quinto emperador mongol y había conquistado China. Su imperio ha sido, posiblemente, el más extenso que haya nunca existido en el mundo, abarcando desde el pacífico hasta las costas norte y sur del mar Negro y desde el sur de Siberia hasta el norte de la India. En 1242, en tiempos de Ogodei, un emperador anterior a Kublai, habían llegado incluso a cruzar el Danubio. Tuvieron que retirarse, pero no fue por que fuesen derrotados en Europa, sino por querellas internas del imperio. No se sabe muy bien hasta dónde llegaron Niccòlo y Maffeo en China, pero es casi seguro que no llegaron hasta Pekín. Sin embargo, volvieron a Venecia con encargos del Gran Kan para el Papa. Entre estos estaban el que llevasen 100 hombres instruidos y aceite del santo Sepulcro. El Kan tenía mujeres cristianas y parece que este regalo podría gustarles.

Cuando Niccòlo y Maffeo Polo volvieron a China, en su segundo viaje, que se inició en 1271, llevaron con ellos al joven Marco, que a la sazón contaba con 17 años. Marco Polo estuvo en China 24 años, hasta 1295. Su padre y su tío murieron allí y nunca volvieron a Venecia. Pero Marco se convirtió en el hombre de confianza de Kublai Kan y en su emisario para el gobierno de su vasto imperio. Así, Marco, no sólo llegó hasta Pekín, sino que viajó por toda China y el imperio mongol. En 1294, el rey de Persia, vasallo de Kublai, le solicita a éste una princesa mongola para fortalecer su posición. El Kan se la manda con Marco Polo como acompañante de la misión. Pero, tras cumplir con su misión, Marco Polo decide volver a Venecia de nuevo, donde llega en 1295. Kublai Kan murió poco después del la partida de Marco Polo a su última misión. Pero Marco se enteró de ello una vez en Venecia. Tras la muerte de Kublai Kan, el imperio se desmembró. Los viajes de Marco Polo han quedado inmortalizados para la posteridad gracias al relato de los mismos, realizado por Rustichello de Pisa, amanuense de Marco Polo cuando ambos estuvieron presos en Génova, compartiendo celda en 1298-99.

Sin embargo, los Polo no fueron los primeros que se adentraron profundamente en Asia. Es difícil establecer la cronología exacta del avance europeo por Asia, pero existen precedentes sólidamente documentados. Dos de ellos son Giovanni de Pien Carpini (Jean de Plancarpín) y Willem Van Ruysbroeck, (Guillermo de Rubruquis).

Jean de Plancarpín nació en 1182 en el pueblo de Pien Carpini, junto al lago Tasimeno. Plancarpín fue uno de los primeros discípulos de San Francisco de Asís. En 1221 recibió de Francisco, junto con Cesáreo de Spira la misión de evangelizar a los teutones, permaneciendo muchos años con ellos. Después, el Papa Gregorio IX le envía con una embajada a Túnez. Al regresar de esta misión, participa en otras misiones políticas y religiosas en España, Hungría y Polonia. En 1241 es nombrado Provincial de los Franciscanos en Colonia. En 1245, ya con 63 años, pero con una probada capacidad diplomática, el Papa Inocencio IV le encomienda una embajada ante el que pudiera llegar a ser el sucesor de Ogodei Kan, que como se ha visto más arriba, había cruzado el Danubio en 1242. Tras su muerte, parecía aconsejable contactar con su sucesor para firmar una paz duradera. Parte con otro monje, Esteban de Bohemia que, al pasar por su tierra natal enferma y abandona el viaje. Allí encuentra a otro franciscano, Benedicto de Polonia que ya sabe mongol y que le servirá de interprete en su embajada. Plancarpín asistió a la elección del sucesor[2] de Ogodei, el Kan Güyük, en Karakorum, el corazón del imperio mongol. Sin embargo, en las cuatro semanas que duró su embajada, no entró en esa ciudad, ya que toda su actividad se desarrolló fuera de sus murallas. Aunque no logró el compromiso del Kan de respetar la paz en Europa, recogió una gran multitud de informaciones sobre el origen y genealogía mongola, la organización del imperio, la constitución del ejército, su armamento y tácticas guerreras, etc. A su vuelta en 1247 fue nombrado Obispo de Antivari, en Dalmacia, donde murió en 1252. Además de las cartas que mandó durante su embajada, disponemos de su obra “Historia de los mongoles, llamados tártaros por nosotros”. Aunque no llegó hasta Pekín –en aquella época los mongoles todavía no habían conquistado China–, su hazaña es verdaderamente notable.

El otro precedente es Willem Van Ruysbroeck, (Guillermo de Rubruquis). Era también un monje franciscano. Nació hacia 1220 en Rubrouck, un pueblo del norte de Francia situado entre Calais y la frontera con Bélgica. Acompaño san Luis de Francia, Luis IX, a Egipto en la séptima cruzada entre 1248 y 1254. En 1253, antes del estrepitoso fracaso de esta cruzada, el rey de Francia decidió mandar a Guillermo, junto con otro franciscano y un intérprete árabe llamado Abdullah –llamado Homo Dei, ya que ése es el significado de su nombre árabe–, a una embajada ante Mongke Kan, el nuevo emperador Mongol. Como hiciera casi 10 años antes la embajada de Plancarpín, Rubruquis llegó también a Karakorum, pero, a diferencia de su antecesor, parece que sí llegó a entrar en la ciudad. El objetivo de esta embajada no era firmar un tratado de paz. Era, nada menos, que convertir al Gran Kan al cristianismo. La misión no era tan descabellada como pudiera parecer, porque en esa época, los nobles mongoles se debatían entre su religión originaria, el budismo tántrico tibetano, llamado Vajrayana, el cristianismo y el islam. De hecho, Rubruquis participó en varias disputas teológicas, si bien no delante del Kan. Sea como fuere, Mongke Kan no se convirtió al cristianismo y devolvió a Rubruquis con la pretensión de que el rey de Francia se hiciera vasallo suyo.

Es seguro que hay otros precedentes anteriores a éstos que he relatado, pero no los conozco y, en todo caso, no es la intención de estas líneas hablar de ellos, sino de Diego de Pantoja. Así que, vamos a ello. Pero, para ir a ello tengo antes que hacer un breve recorrido por la historia de los primeros años de la Compañía de Jesús y, en particular, de los viajes de san Francisco Javier. Francisco Javier forma parte del primer grupo que, junto con san Ignacio de Loyola, fundan en París, en 1534 el embrión de lo que llegaría a ser la Compañía de Jesús. Su celo misionero le lleva a emprender viaje hacia la India. Lo hace bajo los auspicios del rey Juan III de Portugal que le envía, junto con otros jesuitas, a las Indias Orientales. También el Papa Paulo III le nombra legado suyo en las “tierras del Mar Rojo, del Golfo Pérsico y de Oceanía, a uno y otro lado del Ganges”. El mismo día en que cumple 35 años, el 7 de Abril de 1541 zarpa de Lisboa. Empieza una serie de largos y durísimos viajes misioneros que le llevan, bordeando el cabo de Buena Esperanza, a Goa en 1542, en la costa occidental de la India, donde estará su base de operaciones. En sucesivos viajes a partir de Goa, llega a Malaca en 1545, a las Molucas, en 1546, a Japón, en 1549, tras haber retornado a Goa y, tras otro periplo, llega, en 1552, hasta la pequeña isla de Shangchuan, a 10 Km de la costa china, a unos 80 Kilómetros al sudoeste de Macao y a poco más de Hong Kong. Allí, casi sólo, pobre hasta extremos increíbles, enfermo, ardiendo de fiebre por una pulmonía galopante, esperando ansiosamente a que viniera un junco chino para introducirle clandestinamente en ese país, muere el 3 de Diciembre de 1552, con 46 años, habiendo recorrido unos 120.000 Km desde su salida de Lisboa 11 años antes.

Años más tarde los jesuitas volvieron a China siguiendo los pasos de Francisco de Javier, estableciendo su base en Macao. Al principio, la evangelización pretendía realizarse al amparo del poder militar y comercial portugués. Pronto se vio que así era prácticamente imposible obtener resultados. Ante esto, se produjeron dos corrientes dentro de los jesuitas. Unos eran partidarios de apoyar los planes civiles de invasión militar de China. Efectivamente, aunque según el tratado de Tordesillas, el lejano oriente entraba en la órbita portuguesa, la unión de ambos reinos, Portugal y España, bajo Felipe II, hizo que nacieran en el ánimo de algunos españoles la idea de la conquista de China. Se llegaron a presentar varios planes al monarca. El de mayor envergadura suponía el envío de una tropa de 15.000 soldados. Pero, Felipe II, con gran prudencia, no dio su autorización a semejante proyecto, pues con la información que tenía, a pesar de ser escasa, le parecía que esa conquista era una quimera. La segunda corriente de los jesuitas consistía en evangelizar impregnándose de la cultura china para la predicación. Esta corriente nace en 1572, cuando llega por vez primera a Macao Alessandro Valignano, nombrado visitador para oriente por el superior de los jesuitas. Aprende chino e insufla en la Compañía la idea de la inmersión en la cultura de ese país. Pasa al continente y se instala en Cantón y Nanjín. Llegados a este punto, no creo que merezca la pena que sea yo, que conocí los hechos el otro día, quien narre la aventura de Diego de Pantoja. Prefiero copiar lo que dice el P. Fernando Mateos Vacas S.J. (1920-2015)

En el año 1571 Diego nació de linaje hidalgo en Valdemoro, pueblo de Castilla la Nueva. Terminados sus estudios secundarios, a sus dieciocho años ingresó en el noviciado de los jesuitas de la Provincia de Toledo. Ordenado ya sacerdote, Pantoja se ofreció para las misiones del Oriente. Destinado por el Padre General de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva, el 10 de abril de 1596 salió de Lisboa para la India, embarcado en la nao Conceiçao en compañía del Padre Nicolás Longobardo. Después de seis meses navegando por la ruta de San Francisco Javier -Islas Canarias, Cabo Verde, Guinea, Cabo de Buena Esperanza y Mozambique-, la nave fondeó el 25 de octubre en la ciudad de Goa, entonces emporio portugués y centro de irradiación cristiana en Asía Oriental. 

El joven Pantoja permaneció allí otros seis meses practicando la lengua portuguesa, hasta que el 23 de abril del siguiente año 1597 se hizo a la vela para Macao, acompañado por el Padre Visitador Valignano y el Padre Manuel Dias, llegando el 20 de julio al puerto de Macao. Esperando allí nave para el Japón, adonde estaba destinado, el padre Pantoja terminó sus estudios de teología y su formación ascética. En agosto de 1599 le sobreviene al Padre Diego un inesperado cambio de agujas para su vida misionera: el Padre Lázaro Cattaneo (1568-1640), quien desde 1594 era el compañero del Padre Ricci en Chaochou, llegó a Macao en agosto del 1599, pidiendo otro jesuita para acompañar al Padre Ricci, que estaba solo en Nanking; entonces el Padre Dias, Superior de Macao, cambió de destino al Padre Pantoja, enviándole a Nanking con el Padre Cattaneo. Ambos llegaron a la Capital del Sur (南京) hacia el mes de marzo de 1600. A sus veinticinco años de edad Diego Pantoja iba a iniciar una nueva vida junto al gran apóstol de la evangelización, adaptada a la cultura china. El Padre Pantoja, cuyo apellido castellano fue adaptado al chino como Pang Ti-uo 龐迪我, al llegar a Nanking contempló asombrado el gran Río Yangtse, o Río Azul, tan largo, ancho, con tanto caudal, y con tantísimas embarcaciones que navegaban río abajo y río arriba. Instruido por el Padre Ricci, cambió su traje clerical por la bata y tocado de los letrados confucianos. Y mientras ensayaba los gestos de la cortesía china, comenzó a aprender el mandarín. A principios del siglo XVII Pantoja era el primer jesuita que practicaba en China una nueva metodología para el aprendizaje del chino. El Padre Ricci, también dispuso que el Padre Cattaneo diera lecciones de música a Pantoja, quien tenía buen oído, y le enseñara a tocar y templar el manicordio o clavicordio, instrumento que con los relojes y otros valiosos objetos se ofrecerían al emperador en Pekín.

Como la meta final de la expedición cristiana era siempre Pekín (北京) la capital del Norte y sede del emperador, el Padre Ricci pensó que debía intentar un nuevo viaje a la capital imperial (en 1598 él y Cattaneo estuvieron sólo un mes en Pekín, porque se sospechó que eran espías de los japoneses). El 19 de mayo de 1600 los Padres Ricci y Pantoja, y el cantonés Hermano Sebastián Fernandes, salieron de Nanking, provistos de salvoconductos y de cartas de recomendación, escritas por mandarines amigos, llevando consigo los regalos europeos para el emperador; también iba con ellos el candidato a la Compañía de Jesús Manuel Pereira, natural de Macao y buen pintor. Viajaron hasta Tianchín por la vía fluvial del Canal Imperial.

El canal imperial o Gran Canal Chino, es una impresionante obra de ingeniería que une Pekín y Hangzhou. Tiene una longitud de 1.776 Km. La distancia entre estas ciudades por carretera es, hoy día, de 1.300 Km. Se empezó a construir en el año 604 y estuvo en servicio hasta el siglo XIX. Aún hoy, algunos tramos sirven como importantes vías de transporte de mercancías. Para el que quiera conocer más sobre este portento, declarado hace poco Patrimonio de la Humanidad, pongo dos links a continuación.


En julio de 1600 llegaron los cuatro viajeros a Tienchín, pero el Prefecto del Puerto, el eunuco Ma Tang 馬堂 decomisó los regalos y les encerró en un junco chino del puerto, con cuatro soldados para vigilarles de día y de noche; su intención era presentar él mismo los regalos al emperador y así hacer méritos para su ascenso en la carrera mandarinal. Ma Tang envió un memorial al emperador notificándole la llegada de un extranjero con obsequios para Su Majestad. Y durante los seis meses en que tardó la respuesta imperial, Ma Tang trató cruelmente a sus prisioneros. En su rescripto, el emperador ordenaba que aquel extranjero Li Ma-tou (Pantoja) presentara él mismo sus regalos en el palacio de Pekín.

Desde entonces, cambió radicalmente, de Tienchín a Pekín, el trato dado a aquellos extranjeros. Según escribió en su manuscrito el Padre Ricci: “En ese viaje les dieron a los Padres y a sus compañeros ocho caballos de cabalgar, y más de treinta cargadores para transportar los bultos, y cuanto necesitaban para el viaje. Por las ciudades y pueblos por donde cada día pasaban cambiaban tanto los caballos como a los cargadores. Y les alojaban en las mansiones de los mandarines sin pagar nada, tratándoles con mucho respeto, porque los llamaba el rey”.

El Padre Ricci y sus tres compañeros salieron de Tienchín el 20 de enero de 1601, y el 24 llegaron a Pekín, como anotó el Padre Pantoja: “Abiendo caminado quatro días, llegamos a los muros de Pequín y aposentáronnos en una casa fuera de los muros”.

Aquel mismo día 24 los recién llegados tuvieron que escribir la lista de los regalos europeos que traían para el emperador. Eran los últimos días del año lunar chino ya que el Kuonien 過年, día del año nuevo chino era el 3 de febrero, comienzo del año lunar. Pasadas las fiestas del año nuevo, el Padre Pantoja recomenzó su atento estudio del mandarín pequinés y de los complicados caracteres chinos.

Durante el primer mes de su estancia en Pekín, los mandarines del palacio les preguntaron si deseaban algún favor del emperador. A ello respondieron, según escribió Pantoja: “Diximos que no queríamos cosa de intereses ninguna, mas que si el Rey de su mano nos diese algún lugar cierto, y casa donde morar, holgaríamos mucho, porque nuestro intento es de estar en un lugar cierto, y tratar de dilatar la ley de Dios”.
El emperador Wan Li, que se dignó leer el memorial del Padre Ricci, aceptó los regalos europeos y le permitió que él y sus compañeros pudieran vivir en Pekín, mantenidos con fondos del erario público.

El Padre Pantoja se dedicó entonces a estudiar intensamente los caracteres chinos y a practicar el habla de Pekín, con tanto éxito que mereció la alabanza del Padre Ricci: “En Pekín el P. Pantoja aprendió en breve tiempo a hablar la lengua china, y, con varios maestros que tomó, aprendió también muchos caracteres, pudiendo ya leer libros de este país; y empezó a tratar con todos”.

En uno de los pabellones de la Ciudad Prohibida (el palacio imperial) colocaron el clavicordio que Ricci regaló al emperador, pero nadie lo sabía tocar. Por eso, cuatro músicos del palacio visitaron a los jesuitas para que les enseñasen a tocar aquel instrumento europeo. Con esta ocasión, el P. Ricci dispuso que Pantoja fuera solo al palacio durante varios días hasta que los eunucos aprendieran a tocar bien.

El P. Pantoja, discípulo aprovechado del P. Cattaneo en sus lecciones de música, y experto ya en la correcta pronunciación tonal del mandarín pequinés, fue el primero que fijó sus cinco tonos según la notación musical. Así lo aseveró el famoso jesuita Atanasio Kircher (1602-1680), lumbrera científica del siglo XVII europeo.

La escala musical china consta de cinco notas (escala pentatónica), a diferencia de las siete que tiene la escala musical europea. Pero en aquella época, los chinos carecían de una notación musical escrita y el P. Pantoja se la dio. Pero hay más. Pantoja supo unir sus conocimientos de la pronunciación china y de la escala pentatónica para conseguir una auténtica proeza. Algo parecido había hecho en el siglo XVI el P. Gaspar de Loarte en Japón y seguramente Pantoja conociese este logro. Loarte trataba de conseguir que un sacerdote sin el más mínimo conocimiento del japonés, pudiese predicar en esa lengua. Para eso inventó una manera de escribir japonés con caracteres occidentales, de forma que al leerlos como si se leyese en español, la fonética y el sentido fuesen un discurso inteligible para los japoneses. Por poner un ejemplo, es como si yo fuese a evangelizar a Inglaterra, sin saber ni papa de inglés y, para que pudiese hacer entender a los ingleses la parábola del hijo pródigo, alguien que supiese este idioma hubiese escrito para mí:

den ji sed: “e man jad tu sons, an de yaunger son sed tu jis fader; ‘fader, giv mi de seir of yaur steit dat sud com tu mi’. Sou, de fader divaided de propti bituin dem. [...]”

Pero la pronunciación china es enormemente más compleja que la japonesa. Cada vocal, puede tener hasta cinco entonaciones distintas y el sentido de una palabra puede ser completamente distinto según la entonación. La genialidad de Pantoja fue unir el texto con la escala pentatónica, de forma que el lector daba a cada vocal, no solamente el sonido fonético adecuado, sino el tono requerido.

El 9 de marzo de 1602 escribió una carta al Padre Luis de Guzmán, Provincial de la Provincia de Toledo. En esa carta, muy difundida en Europa, el jesuita castellano narra sus impresiones sobre los chinos, su cultura y costumbres, las grandes dimensiones geográficas de China, sus industrias y productos, sus plantas medicinales. Citamos algunos de sus párrafos: “...Cera mucha y muy buena, que aquí en Pequín compramos para el servicio del altar, un real y un cuartillo cada libra; y las libras de aquí son mayores que las nuestras, porque tienen diez y seys ducados de plata de peso cada una”.

Pantoja notó que en la calcografía china “todo lo que está en piedra lo pasan al papel..., de modo que las líneas y los caracteres salen blancos, y todo el resto en negro”

Relató también que cuando los mandarines ilustres eran llevados en litera por calles de mucho tráfago y con gran estruendo, la gente tenía que retirarse, e huían “hasta perros”. Y notó, como cosa nueva, el uso de las tarjetas de visita con nombres propios impresos, que los pequineses se cambiaban ceremoniosamente.

Otro día el emperador ordenó que los Padres le explicaran cómo eran las exequias de los reyes europeos. A Pantoja le fue fácil responder, porque por entonces le había llegado una carta sobre la muerte y entierro de Felipe II, rey de España y de Portugal, quien el 13 de septiembre de 1598 había fallecido en San Lorenzo del Escorial.

Al comienzo del año 1608 los Padres Ricci y Pantoja fueron llamados urgentemente al palacio, porque Wan Li quería que le hicieran doce mapamundis, cada uno sobre seis tablas en forma de biombo, midiendo cada tabla “de un brazo de largo y de dos o más de ancho”. Una obra trabajosa que los dos jesuitas lograron acabar en un mes. Pantoja describió la admiración de los mandarines pequineses ante uno de los grandes mapas, con los nombres geográficos en chino, que él y el P. Ricci dibujaron: “... Vian un mapa muy hermoso y grande que traíamos declarámosles cómo el mundo era grande, a quien ellos tenían por tan pequeño, que en todo él no imaginaban abía otro tanto como su reyno. Y mirábánse unos a otros diziendo: -No somos tan grandes como imaginábamos, pues aquí muestran que nuestro reyno, comparado con el mundo es como un grano de arroz, comparado con un montón grande”.

Los Padres Ricci y Pantoja, durante el primer decenio del siglo XVII, atendían a los mandatos del emperador, visitaban frecuentemente a los mandarines notables, y aumentaban sus amistades. Pero su actividad principal fue el promover el conocimiento del cristianismo, dando la catequesis a hombres y mujeres de Pekín. También escribieron varios libros en el estilo literario, para dar a conocer tanto la ciencia europea como la religión cristiana.

El año 1607 llegó a Pekín el P. Sabatino De Ursis, napolitano (1575-1620), que se había especializado en astronomía y en hidráulica. El P. Ricci, Superior de la Misión de China desde 1597, nombró al nuevo misionero Superior de la residencia de Pekín, mientras al P. Pantoja se le confiaba especialmente el trato con los mandarines del palacio imperial.

El 3 de mayo de 1610 el P. Mateo Ricci se sintió muy agotado y enfermo, por lo que, al volver a la residencia de Pekín, guardó cama. Fueron inútiles los remedios de la medicina china que sus amigos y devotos le administraron, y el día 11 de mayo, jueves, a las siete de la tarde, el genial P. Ricci expiró dulcemente, en presencia de los Padres de Ursis y Pantoja, del Hermano Manuel Pereira y, probablemente, del Hermano Sebastián Fernandes. Aquella tarde un buen número de cristianos y catecúmenos habían acudido a la residencia de los jesuitas, y cuando falleció el P. Ricci prorrumpieron en gritos de dolor, proclamándole un gran santo, el apóstol de China. En ese año en que falleció Ricci, el P. Pantoja publicó en chino una obra sobre la pasión de Jesucristo.

Durante los tres días siguientes hubo una gran afluencia de cristianos y de mandarines que acudieron a dar el pésame a los Padres de Ursis y Pantoja. Los funerales del P. Ricci corpore praesente se celebraron del 15 al 18 de mayo inclusive. Su cadáver había sido depositado en un gran ataúd de madera perdurante, y se depositó en la residencia hasta que pudiera decidirse dónde y cuándo enterrarlo.

Los Padres de Ursis y Pantoja se enfrentaban con un problema angustioso, respecto al entierro del P. Mateo Ricci. A todos los jesuitas que hasta entonces habían fallecido se les enterró en el Colegio de Macao, porque las autoridades chinas nunca concedieron que se sepultara a un extranjero en territorio de China. Y transportar el ataúd del famoso P. Ricci desde Pekín a Macao necesitaría muchos meses de fatigas y unos costes muy por encima de los ingresos de aquellos pobres jesuitas. Uno de los neófitos pequineses, letrado noble y práctico en asuntos del palacio imperial, pensó que tal vez se podría pedir que el emperador Wan Li concediera un terreno extramuros de Pekín, para sepultar al P. Ricci. Propuso su plan a los Padres de Ursis y Pantoja; y, aunque el asunto era bastante temerario, finalmente les persuadió a intentarlo. Ayudados por aquel neófito, redactaron el borrador de una humilde súplica al emperador. El magistrado León Li Chin-Tsao, bautizado por el P. Ricci antes de enfermar, que era célebre por la elegancia de su escritura literaria, corrigió el texto y mejoró el estilo de la solicitud al emperador.

La súplica petitoria fue presentada y firmada, en su nombre y por sus compañeros, por el P. Diego Pantoja, como procurador de asuntos públicos, muy conocido en el palacio imperial, y ser el jesuita que entonces hablaba y escribía el mejor chino mandarín. Resumimos sus ideas principales: “Yo, P´an Ti-uo (Diego Pantoja), extranjero procedente de un reino muy remoto, pero movido por la fama de vuestro nobilísimo reino, hice durante tres años un viaje peligroso para venir, con Li Ma-tou (Mateo Ricci) y con otros compañeros, a fin de ofrecerle los modestos dones de nuestras tierras. Desde entonces, Su majestad se dignó concedernos una residencia, y mantenernos a expensas del Estado, por todo lo que quedamos inmensamente agradecidos. Le hacemos saber ahora, con inmensa pena nuestra que Li Ma-tou, ya viejo y enfermo, falleció el día trece de la octava luna, en este año trigésimo octavo de feliz reino, dejándonos huérfanos y muy tristes. Siéndonos imposible, a nosotros sus servidores, trasladar su cuerpo por nave hasta su muy lejano reino, suplico humildemente a Su Majestad que se digne concedernos un poco de tierra para sepultar a nuestro muy querido Li Ma-tou, un hombre que estudió a fondo los clásicos de China y se ejercitó en las virtudes que enseñaron aquellos sabios. Por ello, yo y mis compañeros os suplicamos con lágrimas que su Majestad Imperial nos conceda benignamente algún campo, o parte de un templo. Sus sobrevivientes, yo y mis compañeros, seremos fieles hasta la muerte a lo que nos enseñó nuestro padre Mateo Ricci (Li Ma-tou): rogar al Señor del Cielo que los conceda a Su Majestad y a su buena madre una larga vida. En espera de su regio mandato, quedamos postrados ante su generosa Majestad”.

Escrita y sellada la súplica petitoria y sacadas varias copias, había que seguir los lentos trámites de la administración imperial. El P. Pantoja llevó primero la carta a dos mandatarios del supremo organismo Ke Lao 閣老o Secretaría de Estado, en los pabellones del palacio: allí uno de los mandarines, que había conocido al P. Ricci en Nanking, se interesó por el asunto y pasó pronto la carta a la cámara del emperador. Wan Li, que tenía a la vista el reloj portátil que le regaló Ricci y lo concertó Pantoja, no echó a la papelera la solicitud, sino que, según el procedimiento legal, al tercer día la devolvió al Ke Lao, para que la remitiera al correspondiente Tribunal o ministerio.

El Ke Lao remitió la solicitud de Pantoja al Tribunal del Tesoro, encargado de las donaciones; pero el magistrado de ese tribunal, al percatarse de que se trataba de la petición de un extranjero a favor de otro extranjero difunto, pasó la carta petitoria al Tribunal de Ritos, competente para asuntos con los extranjeros. Entonces el P. Pantoja visitó a dos importantes mandarines de ese tribunal, regalándoles unos libros traducidos al chino y una descripción del globo terráqueo. Y el Dr. Li Chin-tsao visitó también al Presidente del Tribunal de Ritos, que había sido su maestro, para encomendarle encarecidamente el asunto de la sepultura del P. Ricci. Un mes más tarde, el Tribunal de Ritos envió, en un largo oficio, su parecer al emperador, favoreciendo la súplica del P. Ricci, y sugiriendo a Wan Li que ordenara al alcalde de Pekín encontrar algún templo con terreno adyacente, para la sepultura del P. Ricci y para morada de Pantoja y de sus compañeros.

Recibido el oficio por el emperador, lo remitió al día siguiente al Ke Lao; este supremo organismo contestó aconsejándole que concediera lo que Pantoja suplicaba. Entonces Wan Li, al margen del documento del Tribunal de Ritos, escribió, de su puño y letra, el carácter Shih: “Sea así”, ejecútese. Era el 17 de julio de 1610, treinta y nueve días después del fallecimiento del P. Mateo Ricci. El arriesgado asunto de la petición al mismo emperador concluyó con tan inusitada rapidez que asombró a los palaciegos, y alegró sobre manera a los neófitos pequineses. El P. Pantoja, a sus treinta y nueve años, era el primer extranjero a quien un emperador chino concedía un privilegio tan extraordinario.

Los días siguientes, el misionero español visitó a los mandarines que apoyaron la solicitud al emperador, ofreciéndoles agradecido unos regalos europeos. 

Dos alguaciles del Pekín, encargados de buscar una pagoda con terrenos, al cabo de unos días encontraron cuatro templos y rogaron a los jesuitas que los inspeccionaran para escoger el que más les gustara. Una de esas pagodas estaba situada en las afueras de la capital, en el distrito Chalan 柵欄 y pertenecía a un eunuco principal, caído en desgracia del emperador y condenado a muerte. Los Padres, ignorantes de esa circunstancia, prefirieron aquella pagoda. Después de dilaciones y enredos causados por intermediarios, el alcalde ordenó a los ocupantes ilegales de aquella pagoda que la desalojaran inmediatamente, y luego los jesuitas, acompañados de muchos cristianos, tomaron posesión del templo y de su terreno. Pantoja también evitó que el Tribunal del Tesoro les gravara con impuestos, ya que el emperador les eximía de ellos.

Transcurridos así casi doce meses deshaciendo las desagradables maniobras de los eunucos, y de las gestiones de Pantoja en organismos oficiales, se procedió finalmente a preparar la sepultura del P. Ricci. Preparada una parcela en el terreno de Chalan, a últimos de octubre de 1611 se trasladó allá su ataúd, acompañado de un gran número de neófitos. El P. Nicolás Longobardo 龍華民 (1565-1655), nuevo Superior de la Misión de China, llegó a Pekín el 30 de noviembre, y al día siguiente, Fiesta de Todos los Santos y víspera de los Fieles Difuntos, por la mañana se celebró una Misa solemne, y por la tarde se procedió al funeral y sepelio del P. Ricci. Los mandarines cristianos más notables llevaron a hombros el ataúd al pie de la sepultura; uno de los que manejaron las sogas para bajarlo a la tumba fue el ministro imperial Doctor Pablo Hsu Kuang-chi 徐光, procurando contener sus lágrimas, el P. Diego Pantoja, compañero del P. Ricci durante sus últimos diez años.

Según el P. Luis Pfister: “Después de los funerales del P. Ricci, el P. Pantoja dividió su tiempo entre la composición de diversas obras en chino, las instrucciones a los catecúmenos y la conversión de los paganos. En aquel año y debido a una orden del emperador, él y el P. de Ursis se ocuparon también en la corrección del año astronómico. Le hicieron sufrir muchísimo no sólo los plebeyos que le apalearon cruelmente en el año 1611, sino ciertos mandarines y algunos magistrados”.

El P. Pantoja intensificó asimismo su labor de escritor, en temas históricos, geográficos, bíblicos, catequéticos y apologéticos. Desde 1611 a 1616 publicó en Pekín nueve obras escritas en chino; entre ellas sobresale la titulada Las siete victorias qikedaquan 七克大全 (contra los siete pecados capitales), varias veces reimpresa en los siglos siguientes. (El P. Ignacio Ramos Riera, quien dio la conferencia que ha suscitado este escrito está actualmente traduciendo al español esta obra) Esta obra mereció que el emperador manchú Chien Lung la incluyera en el año 1778 en su gran colección de libros excelentes. Según Cary-Elwes “... Lo merecían sus muchos méritos: por sus elevados pensamientos y la pureza de su moral, su andadura metódica y luminosa, la altura y elegancia de su estilo tradicional con exacta y concisa fraseología. Todo ello muestra que el autor estudió a fondo, no sólo a los autores modernos de la lengua hablada, sino a los antiguos clásicos. Incluso letrados no cristianos consideran que esta obra es de las más importantes escritas en lengua china”.

El trienio 1615-1617 fue de años dramáticos para los jesuitas en China. Mientras el General de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva, establecía la Vice-Provincia de China, estalló una maliciosa campaña de falsedades e injurias, provocada por un letrado confuciano en Nanking, que consiguió que el Tribunal de Ritos ordenara la prisión y expulsión de los jesuitas que trabajaban en esa ciudad. El P. Pantoja escribió en 1616 una apología de la religión cristiana contra aquellas calumnias, y los principales mandarines cristianos procuraron también que el decreto fuera rescindido. Todo en vano: al comienzo del año 1617 el emperador Wan Li decretó que los jesuitas fueran expulsados de China.

El P. Diego Pantoja fue expulsado de Pekín el 18 de marzo de 1617, retornando al enclave portugués de Macao. Allí, agotado de fuerzas fallidas falleció el mes de enero de 1618, a los cuarenta y siete años de edad, veintiocho en la Compañía de Jesús, y veintiún años en China. Una noble víctima de la primera persecución contra los jesuitas en el siglo XVII.

*Fernando Mateos Bacas, SJ (1920-2015). 

Debemos también a Pantoja la comprobación histórica de que Marco Polo estuvo realmente en Pekín.

Pero, a pesar de su expulsión, años más tarde, los jesuitas volvieron a Pekín. No puedo resistir la tentación de transcribir un texto leído en la revista Investigación y Ciencia de Octubre de 2005 en la sección de crítica de libros. La crítica, bajo el título: “La revolución científica. Los Jesuitas”, se refiere a cinco textos que exceden a la presencia de estos religiosos en China pero que, en algunas partes que trascribo se refieren explícitamente a ella:

CATHOLIC PHYSICS. JESUIT NATURAL PHILOSOPHY IN EARLY MODERN GERMANY, por Marcus Hellyer. University of Notre Dame Press; Notre Dame, 2005

THE NEW SCIENCE AND JESUIT SCIENCE: SEVENTEENTH CENTURY PERSPECTIVES. Dirigido por Mordechai Freingold. Kluwer Academic Publishers; Dordrecht, 2003.

“ERGO PERIT COELUM...” DIE SUPERNOVA DER JAHRES 1572 UND DIE ÜBERWINDUNG DER ARISTOTELISCHEN KOSMOLOGIE, por Michael Weinchenhan. Steiner Verlag; Stuttgart, 2004.

SEARCHING THE HEAVENS AND THE EARTH: THE HISTORY OF JESUIT OBSERVATORIES, por Agustín Udías.Kluwer Academic Publishers; Dordrecht, 2003.

FERDINAND VERBIEST, S. J. (1623-1688) AND THE CHINESE HEAVEN, por Noël Golvers. Leuven University Press; Lovaina, 2003.

Jesuitas fueron los primeros científicos europeos en entrar en contacto con la India y China. Introdujeron allí la astronomía occidental. Dirigieron el Observatorio Imperial de Beijing desde 1644 hasta 1773 (Ferdinand Verbiest, S. J. (1623-1688) and the Chinese Heaven). Todos esos observatorios dejaron de funcionar con la supresión de la Compañía en 1773, o antes con su expulsión de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767). En nuestro país, el observatorio del Colegio Imperial precedió en una año al de la Armada, en San Fernando.

Mas, a diferencia de las instituciones públicas, la labor científica de la Compañía tenía un claro fin último misionero. De hecho, encontraron en la astronomía una ayuda valiosa en su tarea evangelizadora en el Extremo Oriente. Así lo reconocía Ferdinand Verbiest (1623-1688), director del Observatorio de Beijing, en su Astronomia Europaea: “La sagrada religión hace su entrada oficial en China como una reina hermosa, apoyada en los brazos de la astronomía”. En 1578, Alessandro Valignano, visitador de las misiones de las Indias Orientales, impulsaba una nueva estrategia de la difusión de la fe, fundada en la adaptación a la cultura local. El cristianismo no podía avanzar por la imposición, sino a través de su inserción en el tejido cultural.  Matteo Ricci (1552-1610), formado en el Colegio Romano con Clavius y dotado de una personalidad arrolladora, se presentó, en 1595, vestido con indumentaria china, como profesor occidental. Tras varios años trabajando en el sur de China, llegó en 1600 a Beijing, procedente de Nanjing, donde había visitado el observatorio astronómico y admirado las esferas armilares, globos celestes, gnomones y otros instrumentos astronómicos, trabajados en bronce. Pero comprobó que los astrónomos chinos no sabían manejarlos. En realidad, se trataba de instrumentos del siglo XIII fabricados por Kuo Shou Ching, quien vivió bajo el reinado del emperador Kublai Khan. En 1607, Ricci, que ya dominaba el idioma, con la colaboración de Hsü Kuang Chi, publicó una traducción china del primer libro de Euclides. Tradujo varios libros de Clavius y escribió varios textos sobre geometría. Levantó el primer mapamundi, ofreciendo la ubicación correcta de China en relación a otros países y las nuevas tierras descubiertas de América. A la muerte de Ricci, su obra fue proseguida por sus hermanos de religión. De modo muy particular por Ferdinand Verbiest, que llegó a Beijing en 1660 y empezó a trabajar en el laboratorio bajo la dirección de Johann Adam Schall von Bell (1592-1666).

Verbiest dirigió el observatorio durante 19 años, emprendió una intensa actividad, preparando el calendario anual, enseñando astronomía europea a los astrónomos chinos y construyendo instrumentos astronómicos en sustitución de los viejos. Escribió más de veinte libros sobre astronomía en chino. Dos de los más importantes, conocidos por sus títulos en latín, son Liber Organicus Astronomiae Europeae (1668) y Astronomia Perpetua Imperatoris Kam Hi (1683). Esta última contenía las efemérides del Sol, la Luna y los planetas, con tablas de los eclipses solares y lunares de 2000 años. Además de sus obras sobre astronomía, escribió también sendos libros sobre el termómetro y el barómetro.  Bajo su dirección se construyó una esfera armilar eclíptica, apoyada sobre cuatro cabezas de dragón, una esfera armilar ecuatorial, un globo celeste, un círculo del horizonte para las mediciones del azimut, un cuadrante y un sextante. Todos esos instrumentos se descubren en su obra publicada en 1763 en chino, De Teoría, Usu et fabrica Instrumentorum Astronomicorum et Mechanicorum. El propósito de esos instrumentos, amén de su uso en observaciones astronómicas, era servir de demostración de la superioridad de la astronomía occidental. Aunque ya se conocía el telescopio en Europa, no fue introducido en China. Verbiest construyó copias de los instrumentos de observación de Tycho Brahe, que eran los más sofisticados antes de la aparición del telescopio.

La pregunta es: ¿Cuál era el factor común que impulsaba a Plancarpín, Rubruquis, Francisco Javier, Ricci, Pantoja y tantos otros a dejar sus lugares de origen para embarcarse en tamañas, arriesgadas y penosas aventuras? En el caso de los Polo, el motivo era, evidentemente, el comercio, aunque luego sus andanzas tuviesen ramificaciones colaterales que acabasen haciendo de ellos diplomáticos. Pero, ¿en estos otros? La respuesta es también evidente: Su impulso venía de querer llevar el amor de Dios, el mensaje de Jesucristo y sus sacramentos a los más recónditos rincones de la tierra y hasta el último de sus habitantes. Ese mismo mensaje y sacramentos que nosotros tenemos al alcance de la mano y que a menudo ignoramos o, incluso, despreciamos. Pero, estas cosas no son cosas del pasado. No han ocurrido en determinados momentos históricos. Es una constante desde la Resurrección de Cristo hasta nuestros días. Miles de misioneros anónimos están en este momento distribuidos por el mundo con ese mismo impulso. Y todavía más miles de ellos están a nuestro lado, intentando recordarnos todos los días ese mensaje y poniendo al alcance de nuestras acomodadas manos esos sacramentos. Esa es la Santa Iglesia de Cristo, por más que, es cierto, haya otros sacerdotes y cristianos que la ensucien o la ensuciemos.

El racionalismo nos dice que, a pesar de tanto esfuerzo, la evangelización de China fracasó. ¿Realmente lo hizo? A pesar de que los diez millones de católicos, de los 2.550 sacerdotes de la Iglesia oficial china y los 1.320 de la Iglesia clandestina y de los 5.000 religiosos y religiosas, de los 398 seminaristas que hay China, son una proporción ínfima de la población. Pero, a pesar de eso, ahí está, después de cuatro siglos, sembrada la semilla. Corresponde al Señor de la mies determinar cuándo florecerá. Pero, más allá de los números, los misteriosos vasos comunicantes de la gracia, a buen seguro, han llevado la simiente de esos esfuerzos a muchos lugares de la tierra en vaya usted a saber que momento. Porque para Dios el tiempo y el espacio no existen y su sabiduría actúa misteriosamente a través de ellos. Así es que estemos agradecidos a todos estos héroes de ayer, hoy y mañana. De momento, recemos para que el esfuerzo que está haciendo la Santa Sede para terminar con el cisma entre la Iglesia oficial china y la clandestinidad de la que es fiel a Roma, de resultados. Tal vez cuando se consiga acabar con ese cisma cese la persecución a la Iglesia de Roma por parte del gobierno comunista y tal vez entonces florezca en China la religión de Cristo. Amén.



[1] Esto de escribir Pekín y no Beijing suena a anticuado pero, qué le vamos a hacer, yo soy anticuado, aprendí que la capital de China era Pekín y ahí sigo anclado.
[2] La sucesión del Kan no era una cuestión hereditaria. En realidad, el imperio mongol no era una monarquía, sino que eran un conjunto de tribus lideradas por un caudillo. Todos los descendientes del primer caudillo, Genghis Kan, resultaron unos inútiles borrachos y, por supuesto, éstos no podían dirigir un imperio así. Los Kanes tenían que tener un genio estratégico militar y político impresionante amén de una energía inagotable para estás continuamente recorriendo su imperio para sofocar continuas rebeliones. Los periodos que seguían a la muerte de un Kan eran especialmente delicados porque solía haber varios pretendientes que no siempre aceptaban la elección hecha por la nobleza mongola.

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