La
política es una actividad de enorme dureza. Y la supervivencia de los partidos
en ella, una lucha tremenda. Hay partidos que emergen de repente con una fuerza
inusitada y, al cabo de un cierto tiempo, se desvanecen. Hay otros que son
centenarios, empiezan a languidecer, hasta que desaparecen. Hay otros que son
incombustibles y perduran a través de los siglos. La democracia española es muy
joven. Su historia tiene cuarenta años, aunque es cierto que entronca con una
democracia anterior. Pero esta democracia anterior, del siglo XIX y primer
tercio del XX, tampoco era una democracia de primera clase como sí lo es la
actual, a decir de los índices internacionales más reputados. ¿Qué hace tan
incierta la vida de los partidos? Voy a analizar primero el éxito efímero de
ciertos partidos a los que llamaré “emergentes”. Después me fijaré en los
partidos consolidados que desaparecen o, al menos, quedan reducidos a la
insignificancia. Y estas dos cosas las voy a hacer intentando aplicarlas al
caso de España.
Primero,
los partidos “emergentes”. Para que un partido naciente se consolide, hace
falta, a mi modo de ver, que pase por dos pruebas de fuego.
La
primera son las luchas intestinas cuando empieza a asomar la cabeza. Es muy
normal que cuando una idea cuaja en un proyecto de partido político, todos sus
fundadores formen una piña. Pero esto se suele acabar pronto. Efectivamente, a
medida que empiezan a tener que definir con mayor precisión su posición
ideológica aparecen los personalismos y las diferencias. Esto puede matar, o al
menos herir gravemente, a muchos partidos neonatos. Si vemos el panorama
español, tenemos a Podemos. Todavía no han catado el poder, pero sólo el hecho
de husmearlo, ya está haciendo que se desmorone. No sé qué pasará en las
próximas elecciones, pero todo apunta, y ojalá acierte, a que se va a derrumbar
víctima de sus luchas internas. Veremos. Esto es muy típico de la izquierda.
Pero por el otro lado del espectro, por la derecha, también pasa. Varios de los
fundadores de VOX, abandonaron hace algunos años el partido porque creían que no
reflejaba lo que ellos pensaban en su fundación. VOX parece haber superado ese
escollo, no sé con qué heridas ni de qué gravedad, pero parece que lo ha hecho.
Pero ahora entra en la fase en la que está resquebrajándose Podemos. Empieza a
husmear el poder. De momento con 12 escaños en el parlamento andaluz. Veremos
qué pasa en las próximas elecciones y con las generales. Me caben pocas dudas
de que va a obtener unos buenos resultados, similares a los de Andalucía. Pero
para presentar candidaturas en las comunidades autónomas, ayuntamientos y en
toda España, tendrá que salir a pescar candidatos y en ese proceso, nunca se
sabe qué peces van a entrar en las redes. Entonces entrará en la fase en la que
ahora parece que está a punto de naufragar Podemos. Mi recuerdo –alguna ventaja
tiene que tener el ser casi viejo– se puede remontar a cuando el partido de
José María Ruiz Mateos, en 1989 obtuvo 2 escaños en el Parlamento Europeo.
Ahora recordamos eso con una sonrisa de escepticismo irónico, pero en aquel
entonces, un líder de ese partido, conocido mío, me aseguraba que aspiraban a
ser la tercera fuerza política de España. Y había mucha gente que lo creía.
Pretendían representar una oposición al PSOE y mucha gente consideraba en
aquella época a Ruiz Mateos como un gran empresario, segado por la perfidia del
gobierno socialista y de su entonces ministro de Economía Miguel Boyer. Reíros,
pero entonces había gente que así lo consideraba.
La
segunda prueba de fuego llega cuando a un partido le llegan responsabilidades, totales
o parciales, de gobierno. Porque la política de palabras y gestos está chupada.
Pero cuando uno tiene que gobernar, se encuentra con el hecho, ante el que se
puede cerrar los ojos cuando uno no gobierna, pero que se impone con dureza
cuando sí se hace, de que la política es el arte de lo posible. Entonces, las
cosas que se proclamaban a boca llena cuando se hacía sólo política
parlamentaria, no se pueden cumplir, sus votantes se cabrean y vuelven a
aparecer, con mayor virulencia, los enfrentamientos internos. En esa etapa
embrionaria, eso suele ser mortal. En España tenemos el ejemplo, aunque
peculiar, por las circunstancias históricas del momento, de la UCD. Ahora, C’s,
tras haber intentado evitarlo en otras ocasiones, se enfrenta a ese reto, aunque
sea parcial y sólo en Andalucía. Veremos si lo supera. VOX todavía no se va a
enfrentar a él, pero tal vez le llegue su momento y, entonces será la hora de
la verdad. Esperemos que nunca tengamos que ver cómo afronta Podemos ese reto.
En Francia tenemos el gobierno de Emmanuel Macron, cuyo éxito espectacular le
ha llevado al gobierno en mayoría a la primera de cambio. Parece que lo tiene
crudo. Veremos.
Hasta
aquí los peligros de los partidos emergentes. Veamos ahora qué pasa con los
consolidados. La principal diferencia entre estos partidos y los embrionarios
es su inercia. Los partidos embrionarios son mucho más vulnerables. Las
enfermedades en esa fase suelen ser mortales. En cambio, los partidos
establecidos pueden padecer enfermedades durante años y, a pesar de ellas,
sobrevivir. Pero si no son conscientes de ellas y no toman los remedios
oportunos, pueden acabar muriendo o verse relegados a la irrelevancia. ¿Cuáles
son estas enfermedades que pueden padecer estos partidos consolidados?
La
primera enfermedad es su pérdida de identidad. Esta pérdida de identidad puede
ocurrir por dos causas.
Una:
que el terreno ideológico que los sustenta desaparezca. En ese caso mueren o
tienen que ir a buscar su terruño en otro lugar.
Otra:
que ese lugar esté ya ocupado y/o que no guste a su base electoral. En
cualquiera de los casos se precipita su decadencia.
La
segunda enfermedad, de la que hablaré con más detenimiento más adelante, es que
quieran abarcar más de lo que pueden hacerlo sin defraudar a sus bases ideológicas.
La
primera enfermedad es más típica de la izquierda. La izquierda siempre ha
basado su discurso en la situación de pobreza de inmensas masas de personas y
en la lucha de clases como consecuencia de esa pobreza. Pero ocurre que, a lo
largo del siglo XX –aunque la corriente empezase antes– la pobreza se encuentra
en claro retroceso y, con la aparición de una inmensa clase media, la lucha de
clases pierde completamente su sentido. Ante esto, la izquierda ha seguido,
para buscar su identidad, tres estrategias distintas que se pueden dar
mezcladas.
Una
consiste en inventarse nuevas luchas de clases. Por ejemplo, feminismo radical,
llegando a la ideología de género, ecologismo ideológico, etc. Cada una de
estas luchas de clase inventadas tiene a su vez múltiples vertientes y
experimentos ideológicos.
Otra
es la exageración tergiversada de la realidad para crear malestar social. Ya
que la pobreza está en retroceso, se pone el foco en la desigualdad y se
inventa el término de pobreza relativa, definiéndola como los que ganan menos
de un porcentaje de la mediana de renta. A continuación se elimina el adjetivo
relativa del sustantivo pobreza y se dice que en España hay un 30% de pobres.
De esta manera siempre habrá pobres de los que la izquierda hará su estandarte.
Naturalmente, las medidas que se proponen no harán disminuir la pobreza de
verdad sino que, si se llevan a cabo, la aumentarán dramáticamente. Hay más
casos de estas exageraciones, pero dejo a cada cual que las piense. Lo malo es
que muchas personas, incluso personas informadas y con criterio, de otros
partidos, llegan a comprar la realidad de estas exageraciones, las difunden y
hasta las hacen suyas, haciéndoles el caldo gordo a los partidos de izquierdas.
La
tercera estrategia es la opción por la socialdemocracia. Esta estrategia
pretende atraer a gente moderada que piensa que hay que disminuir las
diferencias de renta. Una socialdemocracia moderada podría ser algo aceptable.
Creo que es pertinente una aclaración. Una cosa es tener un estado que impida
que nadie se quede sin sanidad, sin educación o sin un mínimo ¡mínimo! vital,
por ser pobre –pobre de verdad, no pobre relativo y sin confundir los pobres
involuntarios con los “pobres” que no quieren trabajar– y otra muy distinta que
se llegue a pensar que el estado tiene que pagar la sanidad y la educación a
todo el mundo y garantizar una renta universal “digna”. La palabra “digna” es
una palabra torticeramente tergiversada por la izquierda que se ha tragado una
inmensa cantidad de gente. Es la manera para reivindicar cosas imposibles y
crear malestar social, es decir, de reforzar la segunda estrategia
anteriormente comentada. Si socialdemocracia fuese que nadie con ganas de
trabajar se quede sin sanidad, sin educación o sin un mínimo vital –no “digno”–
, por ser pobre y la socialdemocracia se parase ahí, entonces yo sería
socialdemócrata. El problema es que estabilizarse en ese punto es imposible.
Porque también muchos partidos de derechas se desplazan hacia ella, con lo que
la izquierda ve que ese espacio no está del todo libre. Entonces viene una
carrera hacia una socialdemocracia cada vez más drástica, que lleva a un super
estado del bienestar a base de impuestos asfixiantes para dar café con leche
para todos –incluyendo en ese todos a los que no han aportado nunca nada–. Pero
también en esa carrera compiten los partidos de derechas, intentando
convertirse en algo que ha dado en llamarse centro, que suena muy bien pero que
no es ni chica ni limoná. En esa carrera se acaba llegando tan lejos que se
lastra la economía y la gente empieza a sentir la asfixia y a preguntarse si
eso es sostenible y si merece la pena.
Los
partidos de izquierdas españoles combinan todos un poco de estas tres
estrategias, en una carrera hacia la izquierda, cada uno desde sus posiciones.
Y los dos partidos de izquierdas que pueden considerarse consolidados, PSOE y
IU (antes Partido Comunista), se están, uno radicalizando y otro quedándose sin
espacio político y a punto de ser fagocitado por el emergente Podemos, para acabar,
muy posiblemente, muriendo o llegando a la insignificancia con él. En Francia
estas cosas son las que han hecho casi desaparecer tanto al Partido Socialista
como al Comunista, no hace mucho muy importantes en el panorama político
francés.
La
segunda enfermedad, la de querer abarcar más de lo que pueden hacerlo sin
defraudar a sus bases ideológicas. es, en cambio, más típica de los partidos de
derechas. Como hemos visto hace un momento, estos partidos, se embarcan en una
carrera hacia la izquierda, sesgándose hacia socialdemocracia cada vez más
dura, no sólo en lo económico, sino también ideológicamente, asumiendo, al
menos en parte, muchas de las ideologías sociales que se derivan de las luchas
de clases inventadas por la izquierda. Y, claro, a medida que avanzan en esa
deriva, van dejando un hueco importante a su derecha. Es el remolino hacia el
que se ha estado dirigiendo el PP. Ha querido abarcar desde la socialdemocracia
casi extrema, hasta la derecha más tradicional y conservadora en lo social, sin
olvidar a la derecha liberal en lo económico. Y eso es, sencillamente,
imposible. Así se hace aguas por los dos extremos. Y eso es exactamente lo que
le ha ocurrido. Le han salido dos partidos emergentes, cada uno con sus
problemas típicos de su fase embrionaria, uno a su derecha y otro a su
izquierda. Afortunadamente para el PP, su nuevo líder, Pablo Casado, parece
tener las ideas más claras y dar la espalda a ese desplazamiento hacia la
izquierda, mirando hacia sus votantes más tradicionales. Pero, a pesar de que
este viraje ha tenido lugar antes del éxito de VOX, está llegando tal vez
demasiado tarde por ahí ya ha surgido ese partido.
Pero
el PSOE, a su vez, también se está decantando hacia la izquierda, intentando no
verse superado por el emergente Podemos, aunque este movimiento hacia la
izquierda empezó antes de que existiese Podemos. Este desplazamiento, tanto en
lo económico como en los experimentos sociales ha venido auspiciado por sus dos
últimos secretarios generales, Zapatero y Sánchez, que han radicalizado a su
militancia y han hecho muy difícil que líderes más moderados ganen unas
primarias, lo que hace muy poco plausible su vuelta a la “moderación” de un
Felipe González. Y el espacio que ha dejado a su derecha ha venido a ser
ocupado por el emergente C’s. A esto se suma el pacto de Sánchez con los
independentistas para mantenerse a toda en el poder, absolutamente rechazado
por muchos de sus votantes –que no militantes– más sensatos. Por eso creo que
al PSOE le van a pasar una grave factura esas dos cosas, si bien el posible
desmorone interno de Podemos le pueda permitir crecer más hacia la izquierda.
Ante
este panorama, ¿qué puede ocurrir en el futuro? El oficio de veedor del futuro
es muy duro y es mucho más fácil equivocarse que acertar, a menos que se tenga
una buena bola de cristal, de la que yo carezco, Por tanto, no tengo ninguna fe
en lo que voy a decir a continuación. Mucho me temo que el futuro me dejará en
ridículo. Sin embargo, mi proverbial incontinencia me empuja a ejercer ese
oficio, aún sabiendo de sus riesgos.
Percibo
un batacazo monumental de Podemos que puede atenuar, que no evitar, el que se
va a dar también el PSOE tras el paso del caballo de Atila llamado Sánchez. Y
su batacazo vendrá, sobre todo, por su derecha, por su apoyo a los
independentistas para mantenerse en el poder a toda costa. Creo que un partido
consolidado como el PP, si realmente es capaz de volver a sus raíces, crecerá
por su derecha y reducirá el espacio al embrionario VOX. Además, al ver
achicado su espacio, es posible que este partido –VOX– aumente sus actitudes
esperpénticas –como pedir la dimisión de una consejera de la recién constituida
Junta de Andalucía por algo dicho hace cinco años que expresaba una opinión
sobre la Semana Santa que estaba inmensamente alejada de poder considerarse
blasfema– y, por otro lado, vea una nueva ola de tensiones internas. Ambas
cosas pueden ser fatales para él en su fase embrionaria. Es posible, no sé cuan
probable, que tras unas cuantas elecciones con éxito aparente se vea reducido a
la marginalidad. En cuanto a C’s, es muy posible que pueda cubrir el hueco que
le va a dejar el PSOE a su derecha (la del PSOE) y si, además, el PP se
desplaza a la derecha, también le puede quedarle un hueco en ese lado de su
espectro. Así que veo posible que en próximas elecciones vea reforzada su
posición, aunque pierda algunos de los votos que ha obtenido en el pasado que
lo eran de castigo al PP. Dónde irán esos votos es harina de otro costal.
Algunos pueden volver al PP y otros irse a VOX.
En
fin, la política es una actividad de una dureza inmensa y, por otro lado, los
españoles somos muy dados a pretender que haya un partido que defienda
EXACTAMENTE lo que nosotros queremos. Eso da lugar a la aparición de partidos
del tipo “república independiente de mi casa”. La mayoría de ellos ni siquiera
consiguen sacar la cabeza de la marginalidad. Algunos la sacan durante un cierto
periodo de tiempo para retornar a ella al cabo de unas cuantas rondas
electorales en las que son “flor de un día”. Sólo de cuando en cuando se da el
hecho de la consolidación de un nuevo partido en el ambiente despiadado de la
política. Pero ojo, el tiempo político es más rápido que el de la historia,
pero más lento de lo que marcan los periódicos. No es bueno dejarse llevar por
el espejismo de ciertos éxitos fulgurantes. Hay que dejar que el tiempo decante
el vino. Mi apuesta, y sólo en parte mi deseo, es lo que he comentado más
arriba. Aunque, como he dicho, no pondría un duro sobre mi carta y me temo que
pueda hacer el ridículo.
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