28 de junio de 2019

Dos remaches más para afianzar la credibilidad de la pretensión de Jesucristo

Hoy, según lo que dije acerca de publicar el Hit Parade con más de 2.000 visitas de las entradas hechas en mi blog desde hace 12 años, tocaría que publicase el 5º con 2424 visitas y el título de “La Revolución Francesa, ¿gloria de la Huamanidad?" Pero ocurre que la semana pasada, puse en el post el que ocupaba el número 2, “El sueño” de Jean Paul Richter”, porque tras enganchar el tema de la figura de Jesucristo, a raíz de ir ver Jesus Christ Superstar, quería seguir con el tama. Pues hoy sigo también con ese asunto. El 14 de Junio os mandé algo bajo el título de “Entonces, ¿quién es Jesucristo?” Por no alargar esa entrada no incluí algo que me parece interesante y que, por tanto, publico hoy, aunque retrase el Hit Parade. Son dos hallazgos arqueológicos que, sin ser concluyentes, dan unos martillazos más en el remache de la proclamación de Jesucristo como Dios encarnado.


Primer remache: Un hallazgo en las cuevas de Qumran

Empiezo por un hecho muy concreto. En 1947 unos niños palestinos que pastoreaban sus rebaños, descubrieron unas cuevas excavadas en las paredes del mar Muerto –las cuevas de Qumrán. En ellas había miles de ánforas selladas, conteniendo pergaminos. Qumrán fue el refugio de los esenios, una secta judía que vivía en comunidades y se dedicaban al estudio de las Sagradas Escrituras. Buscaban todo tipo de manuscritos religiosos judíos, generalmente en arameo o hebreo. Qumrán fue abandonada en el año 68 d. de C. Se han llevado a cabo miles de investigaciones acerca de esos pergaminos. Desgraciadamente, la conservación de los pergaminos es muy deficiente y, al descubrirse las cuevas, sólo se encontraron pequeñas piezas con unas pocas palabras. Pero no hay una de esas piezas que no haya pasado por el escrutinio de muchos paleógrafos. Una de ellas es el fragmento P7Q5 (Papiro de la cueva 7 de Qumrán, fragmento 5), de sólo unos pocos centímetros cuadrados. 

Se encontró en un ánfora sellada llegada de Roma el año 50 d. de C. La cueva 7 de Qumrán contenía  documentos en griego, en su mayoría del Antiguo Testamento. En este pequeño fragmento pueden verse unos retazos de 5 líneas en griego. En la línea que más caracteres tiene pueden verse siete y en la que menos, tan sólo uno. José O’Callaghan, paleógrafo jesuita de reconocido prestigio científico investigó este fragmento. Para descubrir de qué escrito era el fragmento, O’Callaghan recurrió a un método ingenioso, corriente entre este tipo de investigadores. Se toman miles de textos escritos en el mismo idioma que el fragmento investigado. Se ponen en una escritura del tamaño y el interlineado del fragmento, suponiendo varios anchos del pergamino. Después se ve si en alguna parte del texto analizado se produce una superposición con el fragmento. Si no es así, se estima que el fragmento no es parte de ese texto. Si se produce esta superposición se estima altamente probable que el fragmento sea parte del mismo. Como casi todos los textos de la cueva eran de la Torá, O’Gallaghan cotejó el fragmento con todos los textos de la versión griega de ésta. Después de muchos intentos fallidos, probó con los Evangelios. ¡Eureka! En el de san Marcos texto se superponía con Marcos 6, 52-53 que dice: “llegaron a tierra en Genesaret”.

Antes de publicarlo, O’Callaghan lo discutió con varios colegas que corroboraron su conclusión. Cuando lo publicó, se desató una polémica llena descalificaciones “ad hominem” más que científicas. Pero, poco a poco, gran mayoría de los paleógrafos han llegado a reconocer que el fragmento P7Q5 se corresponde con Marcos 6, 52-53. Se puede leer más sobre este asunto en:


Este hallazgo es de gran importancia. De ser cierta la interpretación de O’Callaghan, cosa cada vez más plausible, nos diría que el Evangelio de Marcos ya circulaba por Roma en el año 50, hasta el punto de atraer el interés de los esenios. Si para el año 50 ya era popular en Roma, con las comunicaciones de la época, ya debería estar escrito hacia el año 40, es decir, menos de una década después de la muerte de Cristo.

Ninguna demostración apodíptica, pero un sólido remache más para dar solidez a la pretensión de Cristo de ser el Hijo de Dios

Segundo remache: SATOR AREPO.

¿Cuándo empezaron los cristianos a adorar a Cristo como Dios?

En muchas excavaciones se ha encontrado grabado en piedra, a lo largo del territorio que fue el Imperio Romano, el siguiente cuadrado mágico.


SATOR
AREPO
TENET
OPERA
ROTAS

La magia de este cuadrado es que puede leerse el mismo texto en cuatro direcciones diferentes.

1.     Horizontalmente de izquierda a derecha empezando por la línea de arriba
2.     Horizontalmente de derecha a izquierda empezando por la línea de abajo
3.     Verticalmente, de arriba abajo, empezando por la columna de la izquierda
4.     Verticalmente, de abajo a arriba, empezando por la columna de la derecha.

Traducido más o menos correctamente vendría a decir:

El sembrador Arepo maneja la rueda con su trabajo.

Un mensaje, la verdad, bastante estúpido. Esta muestra de ingenio inútil no parece justificar su difusión por todo el Imperio a partir del siglo III. La inscripción más antigua del cuadrado que se conocía hasta hace poco databa de esa fecha. Se había encontrado en Dura Europos, un castro romano de la frontera oriental del Imperio. Pero a partir de este descubrimiento se empezaron a descubrir por todo el Imperio.

Desde que empezó a aparecer, todos los arqueólogos se preguntaban qué querría decir. Debía ser un texto cifrado. El mensaje debería ser importante, pues si no, no se justificaría su ubicuidad, y comprometido, pues si no, no se justificaría su cifrado. Había indicios de que la interpretación podría tener alguna relación con las creencias cristianas. La palabra TENET, en vertical y horizontal, forma una cruz, y las letras de los cuatro extremos son cuatro T’s. La T, es también la Tau, última letra del alfabeto hebreo. Ezequiel (9, 4) habla de seis hombres enviados por Yavé para matar a todos los habitantes de Jerusalén. Pero otro hombre, también enviado por Yavé, va con ellos, vestido de blanco, marcando en la frente a los que deben ser salvados de la muerte, porque “gimen y lloran por las abominaciones que se cometen en ella”. Ahora bien, “marca”, en hebreo se dice Tau. Por eso, desde muy pronto, los cristianos vieron en la Tau el símbolo de la muerte vencida por la cruz, ya que tiene también forma de cruz. Además, las cuatro Taus del cuadrado, situadas en el centro da la columna de la derecha y de la izquierda y de las dos filas de arriba y abajo, están flanqueadas por la A y la O, el Alfa y el Omega, primera y última letra del alfabeto griego y uno de los apelativos que se da a Cristo en el Apocalipsis. Pero nadie había propuesto ninguna interpretación razonable del cuadrado. En 1925, los profesores Félix Grosser y Sigrud Agrell llegaron, por separado, a una interpretación que justificaba su importancia y su necesidad de secreto para los primeros cristianos. Propusieron lo siguiente:

             P    
             A
     A     T     O
             E
             R
PATERNOSTER
             O
             S
     O     T      A
             E
             R

Esta interpretación mantiene en el centro la N, única letra que aparece una sola vez en el cuadrado. Además cada letra del mismo tiene su correspondencia en la interpretación y no sobra ni falta ninguna. Como en el cuadrado, Alfa y Omega enmarcan las Tau’s de la cruz. Su contenido era de extrema importancia para los cristianos –era, nada menos que su credo– y su cifrado estaría más que justificado, dada su situación de perseguidos. Esta interpretación, nos dice que, en el siglo III, los cristianos ya adoraban a un hombre muerto en la cruz, al que consideraban el Alfa y el Omega, que nos había asimilado a su filiación divina y que salvaba de la muerte. Ya se rezaba el Padrenuestro, que había sido ya traducido al latín en esa fecha. Pero, aún esto no desmontaría la hipótesis del mito, pues en el siglo III ya habría dado tiempo a su creación.

Pero en 1936, se encontró en Pompeya una columna en la que aparecía el cuadrado con un triángulo encima –símbolo de la trinidad– y las letras ATO al lado. Parece que hay poco lugar a dudas de que la interpretación de Grosser y Agrell es correcta. Este descubrimiento nos dice algo muy importante. Pompeya fue enterrada por la erupción del Vesubio en el año 78 d. de C. Por tanto, la fecha de la inscripción tiene que ser anterior a esa. Así pues, para el año 78 ya había, en pleno corazón del Imperio Romano, cristianos que se reconocían secretamente por ese cuadrado.


Una vez más, nada 100% concluyente, pero otro robusto remache.

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