20 de julio de 2019

Un hecho ocultado desde hace 50 años cuando el primer hombre pisó la luna


Hoy (bueno, mañana para la hora española) se cumplen 50 años de que el primer hombre pisase la luna. Efectivamente, Neil Armstrong pisó la luna el día 21 de Julio a las 3,56h., hora española (20 de Julio a las 21,56h., hora de Houston). Pero el módulo lunar alunizó más de 6 horas antes, a las 21,17h. hora española, del día 20 (15,17h., hora de Houston). Se suponía que Armstrong y Aldrin deberían haber estado descansando en el módulo lunar, posado sobre la luna, durante 24 horas. Pero Armstrong y Aldrin no podían descansar de la impaciencia y desde Houston decidieron adelantar la salida del módulo lunar. No voy a caer en el tópico, que a nadie interesa, de contar dónde viví yo esos momentos, pendiente de la televisión, por la que se retransmitió todo. Pero sí quiero contaros una historia que tal vez no sepáis y presentaros una reflexión plasmada en una imagen.

1º La historia.

Buzz Aldrin era un miembro destacado de la iglesia presbiterana americana, importada de Escocia. Esta iglesia es una derivación del calvinismo. Los miembros de esta confesión creen en dos sacramentos, el Bautismo y la Santa Cena. No creen en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, pero bendicen el pan y el vino en memoria de la cena de Pascua. Pues bien, Aldrin llevó hasta la luna, con permiso de la NASA, por supuesto, un pan y un vino bendecidos (que no consagrados como el cuerpo y la sangre de Cristo) por el reverendo Wooddruff y comulgó en el módulo lunar en ese lapso de más de 6 horas. Leyó una chuleta, escrita de su puño y letra, que también había llevado y que decía:

"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí, y yo en él, éste da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada". (Juan 15: 5). “Cuando miro el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado; ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el Hijo del Hombre para que de él te cuides?” (Salmo 8)

Y, tras decir eso vertió el vino en el cáliz y comulgó bajo las dos especies. Una vez en la Tierra, en 1970 recordaba:

“Abrí la pequeña cajita que contenía el pan y el vino. Vertí el vino en el cáliz que nuestra iglesia me había dado. En la gravedad de la luna, un sexto de la terrestre, el vino corrió lentamente, y graciosamente llenó la copa. Entonces leí la escritura: ‘(ver más arriba)’. Comí la fina hostia y tragué el vino. Di gracias por la inteligencia y el espíritu que había traído a dos jóvenes pilotos al Mar de la Tranquilidad. Para mí fue muy interesante pensar:  ‘El primer líquido nunca vertido en la luna y el primer alimento nunca comido en ella, fueron los elementos de la Eucaristía’ “.

Él creía que le estaba viendo toda la humanidad. Pero no se retransmitió debido a una demanda judicial presentada por la conocida atea Madalyn Murray O’Hair. Efectivamente, los tripulantes del Apolo VIII, el primer objeto tripulado que orbitó alrededor de la Luna, el que sacó la primera fotografía de la Tierra vista desde el espacio, sus tripulantes, Frank Borman, James Lovell y William Anders, leyeron, para toda la humanidad, los primeros 10 versículos del libro del Génesis. Esto disgustó a la activista del ateísmo, que interpuso una demanda a la NASA. De ahí que las palabras de Aldrin no se retransmitiesen.

No está mal recordarlo 50 años más tarde. Pongo un link en el que se pueden ver la chuleta de Aldrin y el cáliz en el que comulgó.


2º La reflexión basada en una imagen. Únicamente pongo el link a dicha imagen. Que cada uno haga su reflexión.


19 de julio de 2019

Puestos 3º y 1º en el hit parade de este blog


Pretendo que hoy sea el último post de este año académico. Si Dios quiere, los reanudaré en Septiembre, aunque no descarto alguna incursión este verano. Pero como no quiero dejar sin terminar mi “hit parade” bloguístico que he empezado, me veo obligado a mandaros dos posts en uno. Si mis cálculos no fallan (y no fallan) os empecé mandando el 2º, que era el de “El sueño” de Jean Paul Richter, porque venía a cuento. Luego os mandé el 5º, “La revolución francesa, ¿gloria de la humanidad?” y la semana pasada el 4º, “Cumplir 60 años”.

Así pues, hoy os mando el 3º y el 1º.

El 3º no está escrito por mí. Lo colgué el 19 de Junio del 2010. Vivíamos en ese momento una campaña mediática contra la pederastia en la Iglesia. En esa tesitura, en Abril de 2010, un misionero católico uruguayo escribió una carta al New York Times, explicando lo que era la vida de un misionero católico. No niega la vergüenza de la pederastia entre algunos sacerdotes, pero abre el horizonte a otras realidades sacerdotales, inmensamente más extendidas. Me llegó, la leí, me impresionó, la publiqué en el blog y por esta vía ha llegado a 3.254 personas.

El 1º lo publiqué el 23 de Septiembre de 2012. Ha logrado 5.353 hits, lo me parece una de las cosas más sorprendentes de mi vida. Se titula “La paradoja del dinero circulante”. Es una glosa que hice sobre una historieta curiosa acerca de la circulación del dinero en un pueblo, y yo no le hubiera atribuido más de unas cuantas decenas de hits. Pero…


Ahí va el nº 3. "Vida de un sacerdote católico"

Abril, 2010

Querido hermano y hermana periodista:

Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.

Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.

Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.

¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños... No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a sero positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.

            No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve. 

            La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.

            No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…

            Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.

            Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.

            En Cristo,

            P.  Martín Lasarte sdb

(Angola – domboscolwena@hotmail.com)




And the winner is...  "La paradoja del dinero circulante"

El otro día me llegó, a través de esos mails que circulan con historias curiosas, una que de verdad lo es y que parece una paradoja. La he llamado la paradoja del dinero circulante. En estos tiempos, en que la economía se ha puesto tristemente de moda, estas paradojas despiertan la curiosidad. La copio tal cual me la mandaron y, luego, intentaré deshacerla, cortando el nudo gordiano.


Estaba lloviendo en un pequeño pueblo, donde todos los habitantes estaban endeudados. A causa de la lluvia llega al pequeño hotel del pueblo un turista turco y pone un billete de 100 euros en la mesa del dueño del hotel mientras dice:

- Quiero una habitación, estoy harto de conducir con esta lluvia.

Responde el recepcionista:

- Pues suba y escoja la habitación que mas le guste, están todas disponibles y la llave esta en la puerta –responde el recepcionista.

El dueño del hotel coge el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero. Inmediatamente el carnicero coge el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos. Este a su vez, corre a pagar lo que le debe al proveedor de pienso
para animales. El proveedor de pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la prostituta a la que hace tiempo que no paga. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito. La prostituta, sin perder el tiempo, coge el billete y sale corriendo hacia el hotel donde llevaba a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado.

Mientras tanto, había dejado de llover y el turco, después de ver varias habitaciones, baja a la recepción y dice:

-¿Sabe qué? Como ha dejado de llover, me lo he pensado mejor y me voy, que tengo prisa para llegar a mi casa.
- De acuerdo señor, dice el dueño del hotel, aquí tiene su billete y ya sabe que puede volver cuando quiera.

Fíjate bien, nadie ha ganado ni ha perdido un Euro, sin embargo ahora nadie tiene deudas.

Curiosa historia que, a primera vista, te puede dejar perplejo. Pero esa una perplejidad que se disipa inmediatamente cuando uno se da cuenta de que el único personaje que, una vez inventada la historia, sobra, es el conductor turco y sus 100€. Efectivamente, si en vez de venir el turista turco, los cinco habitantes del pueblo, conscientes de sus deudas mutuas, se hubiesen reunido y hubiesen tomado la decisión de hacer lo mismo, pero sin el billete de 100€, el resultado hubiese sido exactamente el mismo. Nada más elemental, ¿no? Si la historia, en vez de tener los cinco personajes que tiene (sin contar al conductor turco), tuviera sólo dos, uno que tiene algo que le interesa al segundo, al tiempo que este segundo tiene algo que le interesa al primero, y ambos personajes atribuyesen más valor a lo que tiene el otro que a lo que ellos mismos tienen, diríamos que se ha producido un simple trueque, algo tan viejo como la humanidad y, desde luego, muy anterior al dinero. Esto de que cada uno atribuya más valor a lo que tiene el otro no es algo disparatado. Imaginemos a un pastor y un agricultor. Ambos necesitan alimentarse equilibradamente. Al pastor le sobra carne y al agricultor fruta. Nada tiene de extraño que para el pastor tenga más valor la fruta que la carne y que ocurra lo contrario con el agricultor. Desde luego el inventor de la historia ha sido hábil, porque ha introducido una rueda de personajes para que no fuese tan fácil identificar la operación a cinco bandas como un simple trueque.

Pero ricemos un poco más el rizo volviendo a los dos personajes, que es todo más sencillo de ver. No se nos ocurriría decir en este caso, como dice la historia que nadie ha ganado ni perdido nada. Los dos, pastor y agricultor, han salido ganando con el trueque. Se ha producido una mejora en el bienestar de ambos. Es decir, se ha creado valor o, si se prefiere, riqueza, para ambos y eso significa que cada uno ha ganado algo. El agricultor considera que el valor de la carne que ha conseguido es más que el coste de la fruta que ha dado, porque él no da demasiado valor a la fruta que le sobra. Es decir el precio de venta de su fruta, la carne que recibe, es, para él, mayor que el coste de la fruta que da. Y para el pastor pasa exactamente lo contrario. A eso se le llama beneficio. Ambos han generado beneficio. Esto nos lleva a una primera conclusión provisional: El dinero no crea riqueza, es sólo un medio de pago. ¿Quiere esto decir que el dinero no es necesario? Ni mucho menos. Un sistema así sólo puede funcionar en sociedades muy pequeñas cerradas sobre sí mismas. Y por supuesto, por muy hábilmente que esté construida la historia, con sus cinco personajes formando un bucle aparentemente cerrado sobre sí mismo, esto no es así en ella. ¿Por qué? Porque no es un bucle cerrado. Cada uno de los cinco personajes necesita para la transacción que realiza, proveedores externos con costes adicionales para poder vender el producto que vende al siguiente personaje de la cadena. Por ejemplo, el criador de cerdos, además de pagar al proveedor de piensos para el engorde de sus animales, tendrá que pagar al veterinario, las medicinas de los cerdos, al matarife que los mata antes de vendérselos al carnicero, al que construye el cercado en el que los tiene, a los trabajadores que tiene para darles de comer, etc. Siendo esto así, el sistema de los cinco personajes no es sostenible. No todos pueden ganar dinero, alguien tiene que perderlo. Veamos por qué.

Los cien euros que, en el acuerdo entre todos, sin el billete de 100€ del turco, paga el dueño del hotel al carnicero será el precio de la carne, es decir, el valor que percibe en ella el dueño del hotel. Pero para que el carnicero gane dinero, su coste deberá ser menor. Como tiene que pagar otros proveedores además de al criador de cerdos, aunque no sean del pueblo, a éste le podrá pagar bastante menos. Pongamos 50€. A su vez, el criador de cerdos, si quiere ganar dinero tendrá que pagar con eso sus costes, que son muchos más que lo que le cuesta el pienso. Luego, de los 50€ que cobra, le pagará menos al fabricante de pienso. Pongamos 25€. Lo mismo le pasará a la prostituta que cobrará menos porque el fabricante de piensos tiene otros gastos. Pongamos que la pobre prostituta sólo cobra 12,5€? Por lo que, cuando ésta vaya a pagar el hotel, no tendrá los 100€ en los que, según parece en la historia, se valora el uso de la habitación de hotel. Sólo tendrá 12,5€, de los cuales, además una parte tendrá que pagársela a otros proveedores que necesita, además del hotel, para prestar sus servicios. Por tanto, sólo le quedarán para pagar el hotel 6,25€ y el dueño del hotel la mandará a paseo. En realidad la cosa no funcionaría ya desde el primer paso, porque cuando el fabricante del hotel, que también tiene otros proveedores, fuese a pagarle sólo 50€ al carnicero, ya este le mandaría a paseo. Es decir, en esta historia, tal y como está contada, no todos pueden ganar dinero, alguien tiene que perderlo, por lo tanto, no funcionaría.

“¡Jodio beneficio!”, podría pensar al leer esto un comunista decimonónico (como son los que tenemos en el siglo XXI). “Si todos quieren ganar dinero, alguien tiene que acabar perdiéndolo. En un mundo comunista, donde no hubiese beneficio, esto sería posible” –dice. Y miente. Porque el beneficio no es más que un coste más. El dueño del hotel, por tomar a uno de los partícipes de la historia, para cubrir sus costes tendría que pagar a los empleados, el agua, la calefacción, etc. Y en este etc., el beneficio es una retribución más, tan digna y necesaria como las demás. Porque para tener hotel, ha tenido que poner una buena suma de dinero. Y si al final de los veinte años que dure el hotel, lo que ha cobrado sólo le diese para pagar a todos los proveedores durante esos veinte años y luego, al cerrar el hotel, recuperase el mismo dinero que puso veinte años antes, no pondría el hotel ni de coña. Por supuesto que tampoco lo pondría el comunista que abomina del beneficio. Y si lo pusiese, querría un beneficio que le retribuyese el coste de haber puesto el dinero. Y le parecería natural, porque tiene bicicleta[1]. Los demás no tienen derecho a esperar una retribución al dinero que ponen, pero él sí, faltaría más. Y si no hay tal retribución, por muy comunista que sea, no da dinero para poner el hotel. Tal vez, efectivamente, no lo pusiese para no mancharse las manos con el sucio beneficio. Pero, si todos fuesen como él, no habría hotel en el pueblo. Y cómo lo mismo puede decirse de todos y cada uno de los negocios, pues, en el pueblo no habría nada de nada y todos pasarían un hambre enorme. Eso sí, para el comunista, un hambre muy justa.

Sin embargo, y aunque la historia tenga truco, se pueden sacar de ella alguna lección más. Porque conviene fijarse en que, si la historia no funciona, no es porque exista o no exista el dinero, sino porque hay flecos que se escapan de la misma. Tal vez, pudiera pensarse, la historia funcionaría si se metiese en ella también a esos proveedores que se han quedado fuera. Y efectivamente, funcionaría. Pero entraríamos ahora en una espiral de complejidad en la que habría que meter a los todos los proveedores de todos los proveedores de todos los proveedores. Pero tanto el hotel, como el carnicero, como el fabricante de piensos, como la prostituta tienen clientes que no son del pueblo pero que  compran sus productos y servicios. Por tanto, también habría que meter en el sistema a todos los clientes de todos los clientes de todos los clientes. Es decir, a todo el mundo mundial. En una sociedad primitiva, es posible que todo el mundo mundial fuesen 100 personas todas conocidas por todas y, el sistema podría, por tanto funcionar como en el ejemplo de trueque inicial, en el que eran sólo dos. Pero a medida que la sociedad es mayor y que establece relaciones de intercambio con sociedades vecinas, se hace totalmente imposible que todos conozcan a todos. Es necesario que aparezcan entonces dos cosas, el concepto de precio y el dinero.

Sin embargo, hay una cosa que sigue siendo válida por muy complejo, amplio y abierto sea el sistema. En el ejemplo de las dos personas, el pastor y el agricultor, veíamos que ambos salían ganando en el trueque de sus bienes. O lo que es lo mismo. Se generaba riqueza. En este sencillo ejemplo se ve palpablemente que la economía no es un juego suma cero. Evidentemente, puede haber gente que pierda, pero siempre, lo que ganan los que ganan es más de lo que pierden los que pierden. Esto ocurrirá siempre que los que hacen algo que gusta poco a poca gente desaparezcan y sean sustituidos por otros que “inventen” cosas que gustan mucho a mucha gente, poniendo su dinero en riesgo para hacer esas cosas.

Por otro lado, en el ejemplo de las dos personas decía que el precio de la carne era el valor que le atribuía el agricultor. Había en este precio un componente de subjetividad, basado, eso sí, en la escasez relativa de carne y frutas para uno y para otro. Cuando hablamos de millones de personas que compran, por ejemplo, un coche, ese componente de subjetividad sigue existiendo. Pero, el precio es, entonces, el promedio de esos millones de subjetividades, basadas también en la abundancia o escasez promedio percibida de un bien. Es decir, de la oferta y la demanda. No fue Adam Smith ni otros economistas foráneos del siglo XVIII los primeros que descubrieron esto, sino la escuela de Salamanca, en el siglo XVI, formada por un abigarrado conjunto de dominicos, agustinos, jesuitas y otros religiosos que se dedicaban a pensar sobre esto para buscar la clave de la justicia en los intercambios. Y se dieron cuenta que el precio de las cosas no estaba definido por ninguna característica intrínseca de las mismas, sino que era el fruto de muchas estimaciones subjetivas sobre su apetencia y su abundancia o escasez. Y decidieron que el precio así formado, libremente, por las estimaciones de miles de personas, era un precio justo.

En cuanto al dinero, se me hace difícil imaginarme intentando buscar amigablemente con mi carnicero qué cosas de las que yo tengo le parecen que valen lo mismo que el kilo de cadera de vaca que le quiero comprar, para, una vez alcanzado un acuerdo, hacer un buen trueque. Él pone el precio que cree que corresponde a la apetencia y escasez de su carne. Y lo pone en términos de una mercancía de libre circulación, sea esta la que sea, que llamamos dinero. Si a mí me parece bien ese precio, le compro la carne y, si me parece caro, pues le compro rabillo en vez de cadera, que es más barato Yo le doy dinero y él me da carne. Yo, por mi parte, estimo cuánto vale mi trabajo. Si a alguna empresa le parece un precio razonable, me paga por él y cambiamos dinero por trabajo. Por supuesto, el director de RRHH de mi empresa y el carnicero no se han visto en la vida. Todas las transacciones pasan por ese vehículo común, ese medio de pago, que es el dinero, y todos tan contentos.

Y, con beneficio y todo, cuando todo el mundo mundial está incluido, el sistema crea valor y riqueza. Porque el dueño del hotel se ha dado cuenta de que el valor que la gente percibe en pasar una noche en su hotel es mayor que todos los costes que tiene que cubrir. Precisamente, el beneficio será mayor cuanto mayor sea el valor que la gente atribuye, de promedio, a pasar una noche en su hotel, es decir cuanto mejor sea el servicio que presta. Y lo mismo puede decirse de todos los demás negocios. Si por el contrario, la gente piensa que el valor de pasar una noche en su hotel es muy bajo, el dueño del hotel no cubrirá los costes y perderá dinero. Es decir que el beneficio tiene el riesgo de no poderse obtener y sólo lo obtienen aquellos que dan buen servicio.

Sencillamente, si tuviéramos que funcionar por trueque, no habría carniceros. Ni nada. Es cierto que la riqueza, o el valor si se prefiere, no lo crea la existencia del dinero, que, como decía en la conclusión provisional expresada más arriba, no es más que un medio de pago. Pero el dinero es una condición de necesidad para que se cree el complejo entramado de relaciones comerciales que crean valor y riqueza. Es como el lubricante de un motor. No es el elemento esencial (en el sentido filosófico de la esencia de algo) de su funcionamiento, pero sin lubricante, el motor gripa con toda seguridad. Por lo tanto, no es esencial, pero sí es totalmente necesario y fundamental, casi tanto como la gasolina, que es el beneficio. Claro que también podemos cargarnos un motor por ponerle demasiado lubricante. En la varilla del nivel de aceite del coche hay una línea de mínimo y otra de máximo y conviene que el nivel esté entre las dos. También el exceso de dinero puede gripar la economía, pero esto no es objeto de estas líneas. Tal vez sería bueno –y tal vez algún día lo haga– escribir una historia sencilla del dinero, de las distintas mercancías que, a lo largo de la historia, han desempeñado ese papel y de los peligros de su falta o exceso en el sistema.

Así pues, la conclusión última de estas líneas sería: Para que se cree riqueza o valor es necesario el beneficio. Y para que el sistema de creación de valor funcione sin griparse, hace falta que exista un sistema de fijación de precios que sea justo y, además, la existencia del dinero, aunque no sea la esencia de la creación de valor. No está mal, me parece como lección de esta curiosa –y falsa– paradoja.



[1] Me refiero a la viejísima historia del comunista que dice que todas las fábricas del pueblo deberían ser para el pueblo y recibe el aplauso de todos. Luego dice que lo mismo hay que hacer con todo el campo y es nuevamente aplaudido. Sigue con los coches y también recibe ovaciones. Cuando habla de las motos las ovaciones bajan. Pero cuando propone que todas las bicicletas sean para el pueblo recibe abucheos. Cuando pregunta el porqué, uno de los que más le aplaudían con las fábricas, las tierras, los coches y las motos, pero que le abucheaba ruidosamente con las bicicletas, le dice: “es que yo tengo bicicleta”.



12 de julio de 2019

4º Puesto del "Hit Parade" para "Cumplir 60 años"

Sigo con el “hit parade” de mis “éxitos” bloguisticos. Le toca al 4º puesto, con 2550 lecturas. Lo publiqué el 6 de Marzo de 2011, tres días después de haber cumplido 60 años. Es una reflexión sobre esa efemérides, que ha tenido más éxito en el blog del nunca hubiese podido esperar. Lo cuelgo ahora complementado con dos anexos que no estaban en el post original, pero que creo vienen a cuento.

Hoy cumplo sesenta años. ¡Cómo pasa la vida! Pero no es verdad, la vida no pasa, se cumple. Por eso se cumplen años. No se queman años, ni pasan, ni se tiran. Se cumplen. O, por lo menos, debieran cumplirse. La vida no es como un tren que pasa en la noche por un apeadero de pueblo, con las luces de los vagones encendidas, mientras nosotros, anclados en la tierra, miramos. Cuando acaba de pasar, la fría noche y el tedio vuelven a cercarnos y nos quedamos solos y desorientados. No. La vida no es así. O no debiera ser así. La vida debiera ser, más bien, como un depósito que va llenándose de agua vivificante. Está lleno de agujeros por los que el agua rebosa y riega los campos que le rodean, haciendo que brote más vida. ¿Es así mi vida? Creo sinceramente que sí. Pero no es así gracias a mí. Yo no puedo echar ni una gota de agua en mi depósito, ni puedo aumentar su capacidad en un litro, ni puedo hacerle un solo agujero. Es Dios el que le da su forma y su tamaño, el que lo llena de agua, el que le hace los agujeros en el sitio exacto. Yo sólo puedo dejarle construirme, abrirme para que su agua caiga dentro de mí y permitirle que me perfore, aunque a veces duela. Y eso, con fallos, con resistencias muchas veces, con alegría algunas, mal que bien, he intentado hacerlo. Si no a lo largo de toda mi vida, sí en los últimos veintitantos años. Y creo que me está llenando copiosa, generosamente, con una medida llena, apretada, colmada, rebosante y que me está perforando en muchos y buenos sitios.

¿Y el futuro? No sé. El futuro es incierto y los seres humanos vemos muy mal a través de él. Pero sí se una cosa con total certidumbre. que Dios tiene un plan para lo que me quede de vida y que si me dejo llevar por ese plan, lo mejor de mi vida, como el buen vino en las bodas de Caná, está todavía por venir. Lo mejor de mi vida no tiene por qué querer decir lo que más me apetece o lo que a mí me gustaría. Quiere decir, LO MEJOR. LO MEJOR para el Reino de Dios (VER A ESTE RESPECTO EN EL ANEXO I LA ORACIÓN DE JUAN PABLO II CUANDO CUMPLIÓ 65 AÑOS). Y, ¡cómo saber que me estoy dejando llevar por ese plan de Dios para mí? Dedicando todos los días un rato a estar en su presencia en silencio atento, dejándole que me hable en ese silencio (VER ANEXO II SOBRE EL ENTRENAMIENTO EN LA ORACIÓN). Espero hacerlo así. Y si así lo hago, espero, un día, poder decir, como Cristo dijo en sus últimas palabras; <>. Y que ese día, toda el agua que ha echado en mi depósito vuelva, como un torrente, a Él, su única fuente, regando cuanto encuentre a su paso, vivificando, fecundando.

Que así sea.



ANEXO I

Acto de abandono en la misericordia de Dios

Oración pronunciada por Juan Pablo II a sus 65 años, en 1985


Señor, hace ya sesenta y cinco años que me diste el don inestimable de la vida y, después de mi nacimiento, no has cesado de llenarme de tu gracia y de tu amor infinito. A lo largo de estos años se han entretejido grandes alegrías, pruebas, éxitos, fracasos, enfermedades, duelos… como le ocurre a todo el mundo. Ayudado por tu gracia y tu auxilio, he podido triunfar de estos obstáculos y avanzar hacia ti. Hoy me siento rico en mi experiencia y en el gran consuelo de haber sido colmado de tu amor. Mi alma te canta su reconocimiento.

Pero cada día veo a mi alrededor ancianos a los que envías fuertes pruebas: sufren parálisis, incapacitación, senilidad, y a menudo no tienen fuerza para rezarte. Otros han perdido el uso de sus facultades mentales y no pueden alcanzarte a través de su mundo irreal. Veo la vida de esas personas y me digo: «¿y si fuese yo?» Entonces, Señor, hoy mismo, mientras estoy todavía en posesión de todas mis facultades motrices y mentales, te ofrezco por anticipado mi aceptación de tu santa voluntad, y desde ahora quiero que si una u otra de esas pruebas me llegan, pueda servir para tu gloria y para la salvación de las almas. También desde ahora te pido que sostengas con tu gracia a las personas que tengan la ingrata tarea de prestarme su ayuda.

Si un día, la enfermedad invadiese mi cerebro y aniquilase su lucidez, desde ahora, Señor, mi sumisión está delante de ti y se seguirá de una silenciosa adoración. Si un día, un estado de inconsciencia prolongada tuviera que destruirme, yo quisiera que cada una de esas horas que tenga que vivir sea una serie ininterrumpida de acciones de gracias y que mi último suspiro sea también un suspiro de amor. Mi alma, guiada en ese instante por la mano de María, se presentará ante ti para cantar eternamente tus alabanzas. Amen.



ANEXO II

Oír al jabalí

Un amigo mío me invitó un día a un aguardo de un jabalí en su finca. Yo, que nunca me había visto en esta situación, decidí tomármelo con el máximo interés. Era una noche helada de luna llena del mes de febrero en uno de los puntos más altos de la provincia de Ávila. Yo estaba quieto, atento a todo ruido para oír entrar al jabalí al ir a beber a la charca. El campo nocturno hervía de pequeños ruidos, todos llenos de armonía, pero ninguno especial. De pronto mi amigo, tocándome en el hombro, me hizo ostentosos gestos con la boca. AHÍ ESTÁ EL JABALÍ –me decía sin emitir un solo sonido mientras señalaba con el dedo hacia un lugar próximo a mí. Escuché con más atención. NO OIGO NADA –dije con similares movimientos de la boca. Y, realmente, no oía nada, pero el jabalí sí oyó nuestros “silenciosos” movimientos. Con un bufido, a menos de tres metros de mí, echó a correr rompiendo monte. Lo había tenido a mi lado sin siquiera enterarme. Después, mi amigo me explicó que al jabalí no se le oye nunca. Lo que ocurre es que los ruidos del campo se silencian a su paso u otros animales denotan su presencia. Un grillo deja de cantar ahí, un pájaro echa a volar un poco más allá. Si uno tiene el oído entrenado puede entender esos signos. Pero hay que haber hecho muchos aguardos para ser capaz de percibir al jabalí. Algo parecido pasa con Dios y la oración. Uno no puede escuchar la voz de Dios. Sólo si no tiene el oído entrenado y hace el silencio en su interior puede sentir sus signos. ¡Cuánta gente dice: “Es que a mí Dios no me dice nada!”. Sí, sí que te lo dice, pero no estás entrenado a escucharle. Hay que hacer muchos aguardos en silencio, con el oído atento, para poder llegar a sentirle. Pero ahí está, ¡como el jabalí!

5 de julio de 2019

5º puesto del "Hit parade": "La revolución francesa, ¿gloria de la humanidad?"

Tal y como dije en mi entrada de este 21 de Junio pasado, empiezo con el "hit parade" de las entradas con más de 2.000 entradas. La número 5, publicada en 27 de Noviembre de 2009, con 2.424 entradas se llama "La revolución francesa, ¿gloria de la humanidad?". Sé que se podría ir a buscarla  esa fecha, pero para ahorrar trabajo, la pongo a continuación.



Nunca ha dejado de asombrarme el prestigio del que goza la revolución francesa en el mundo moderno. Creo que se debe a una mezcla de propaganda chauvinista francesa y de ignorancia de la gente. Tal vez, convenga empezar por dar algunas cifras. En la apoteosis de esa revolución, en los años llamados de “El terror”, entre el 5 de Noviembre de 1993 y el 27 de Julio de 1794, en tan sólo 325 días fueron guillotinadas entre 20.000 y 40.000 personas juzgadas por los así llamados tribunales revolucionarios, que eran, en realidad, tribunales de represión y venganza política sin la más mínima seguridad jurídica ni la menor garantía procesal. Parlamentarios girondinos[1] y de cualquier oposición a los jacobinos[2] –como Danton, uno de los santones de la Revolución–, campesinos que escondían sus bienes para evitar la requisa gubernamental que les condenaba a la hambruna, jóvenes que intentaban evitar la leva obligatoria para ir a la guerra, soldados que no demostraban ante sus jefes el deseado coraje, desertores, ciudadanos sospechosos de actividades antirrevolucionarias, fuese eso lo que fuese, denunciados anónimamente, todos eran carne para los tribunales revolucionarios que veían decenas de casos al día y sentían una morbosa sensación de patriotismo en cada condena a muerte. Nadie estaba a salvo. Esos tribunales eran, a su vez, estrechamente vigilados por el llamado Comité de Salvación Pública –el nombre no deja de parecer una macabra ironía–, dirigido por Robespierre, que supervisaba su pureza revolucionaria medida por su número de condenas. La cifra de guillotinados es así de vaga, entre 20.000 y 40.000 porque no se llevaban actas de los juicios sumarísimos que se realizaban. ¿Para qué perder el tiempo? Tal vez este número no impresione a algunos, pero si dividimos el número de muertos por el de días de “el terror”, la cifra resultante es de 92 al día que, si suponemos que las guillotinas funcionaban 12 horas diarias, supone una ejecución cada ocho minutos. Si no se guillotinó a más gente fue porque no dio tiempo.

Pero lo que no daba tiempo a hacer con la guillotina, si se logró con la represión. Efectivamente, una feroz represión militar se desencadenó sobre ciudades y regiones enteras que se rebelaron contra el atropello y la barbarie de la revolución. En la La Vendée, cerca de Bretaña la represión militar acabó con más de 100.000 personas, hombres mujeres y niños, muchos de ellos ahogados en masa en el Loira. En diciembre de 1793, el general jacobino Westermann –que había mandado las doce heroicas columnas de la fraternal república que se conocen con el nombre de “los infernales”– se jactaba de esta forma ante la Convención de su hazaña represiva en esta región: “La Vendée ha dejado de existir. Ha muerto bajo nuestros sables, con sus mujeres y sus niños. He aplastado a las mujeres con los cascos de mis caballos, he masacrado a las mujeres, que no podrán engendrar más bandidos. No tengo nada que reprocharme por no haber hecho prisioneros. Los he exterminado a todos. Los caminos están diseminados de cadáveres. Hay tantos que en muchos lugares forman una pirámide”.

Burdeos, Lyon, Marsella, Caen y otras ciudades girondinas que se revelaron contra la tiranía, sufrieron en sus propias carnes una brutal y sangrienta represión. No se sabe a ciencia cierta cuantos muertos hubo en ella, pero esta frase de Robespierre nos puede dar una idea aproximada: “Lyon se ha rebelado contra la libertad, Lyon ya no existe”. Argumento de una lógica implacable.

Cerca de 750.000 soldados fueron reclutados forzosamente para llevar esa maravillosa libertad al resto del mundo. Naturalmente había que liberar a los pueblos de las tiranías opresoras. Y si, de paso, se los saqueaba para financiar la bancarrota de la revolución, pues no hay mal que por bien no venga. La eficacia militar de los ejércitos revolucionarios se basaba también en el terror. El soldado que no demostraba suficiente coraje en el combate, a juicio de sus jefes revolucionarios, era guillotinado. Se inventó así una práctica que sería usada también con gran éxito en el ejército soviético: el comisariado político. La guerra había sido durante el siglo XVIII, tras la terrible Guerra de los Treinta Años del siglo XVII, una especie de sangriento juego de ajedrez de familia. Los distintos soberanos de Europa, casi todos emparentados, se enfrentaban con sus ejércitos procurando que las inevitables bajas fueran las menos posibles. Con la revolución francesa volvió a convertirse en una carnicería. Al fin y al cabo, en el catecismo laico de Robespierre –del que hablaré más adelante– se decía en sus primeros artículos que el odio a los tiranos, el castigo de los traidores, la fraternidad y la práctica de la justicia –hay justicias y justicias– eran algunos de los deberes para con el Ser Supremo. Robespierre no era, pues, más que un fiel servidor de ese dios que se había inventado.

Este benefactor de la humanidad, inventor del benéfico Comité de Salvación Pública, fue, a su vez, guillotinado el 27 de Julio de 1794. No lo fue como un acto de justicia, sino por el miedo de todos los políticos franceses de cualquier ideología a ser inmolados a su Ser Supremo y por el odio acumulado contra él. Para los anales de la historia, este periodo de 325 días ha quedado marcado con el nombre de “El Terror”, por antonomasia. Pero aunque estos 325 días de “El Terror” marcan un hito de crueldad y de vesania en la historia de la humanidad, la terrible cadena de muertes de la revolución es anterior y posterior a este macabro periodo.

Después de Robespierre, bajo el Directorio, se puso de moda una nueva forma de matar: la deportación a la Guayana francesa. Los deportados esperaban durante meses su turno de embarcar, en las condiciones más terribles que se pueda imaginar. Morían como chinches. Cuando por fin embarcaban, era para morir en el viaje. Era casi imposible sobrevivir a la travesía. Había barcos en los que morían más del 90% de los deportados.

Conviene tal vez retroceder un poco en la historia y ver cómo fue gracias a la Iglesia por lo que fue posible el inicio de una revolución que, en sus primeros compases, pretendía tan sólo ser un medio para conseguir una mejora de las condiciones de vida para el pueblo. Efectivamente, para eso, en 1789, Luis XVI convocó los Estados Generales. En ellos había tres tercios, el de la nobleza, el del alto clero y el de la burguesía. Lo primero que se hizo fue votar si las decisiones se debían tomar, como siempre se había hecho, por estamentos –es decir, que cada tercio representase un voto–, o, por el contrario, por voto personal –que cada miembro de los Estados Generales tuviese un voto. En el tercio de la nobleza, aunque había nobles contrarios, la mayoría se decantaba por el sistema tradicional –un estamento, un voto. En el tercio del alto clero, parecía que ocurría lo mismo, mientras que en el tercio de la burguesía, en el que había también una buena parte del bajo clero, la mayoría se decantaba por el sistema de voto personal. Como esa primera votación se hacía por estamentos, parecía que el resultado iba a ser el de siempre, un dominio de los dos tercios de la nobleza y del alto clero. Pero he aquí que, contra todo pronóstico, el tercio del alto clero, se decantó por el voto personal, abriendo de esta forma la puerta a las ansiadas reformas.

Uno de los primeros actos heroicos de la recién estrenada revolución fue la gloriosa toma de la Bastilla. La realidad es que no fue sino un episodio tan grotesco como terrible. Allí había sólo tres presos: un sádico, encerrado por su propia familia, y dos falsificadores. Los falsificadores se esfumaron en cuanto les liberaron, pero el sádico se convirtió en un héroe de la libertad que era exhibido por toda Francia como tal. La guarnición que custodiaba a esta enorme y atroz cantidad de presos, estaba formada por unos cuantos ancianos e inválidos que abrieron las puertas a los libertadores tan pronto como llegaron. Pero éstos los masacraron valientemente y pasearon por las calles de París la cabeza del oficial al mando clavada en una pica como muestra de su hazaña. Todavía hoy se celebra el 14 de Julio, aniversario de la heroica toma de la Bastilla, la terrible fortaleza de la represión, llena de presos políticos, como el día de la gran fiesta nacional francesa que conmemora la gloriosa revolución.

Tras estos inicios, la moderación duró muy poco. Y el primer chivo expiatorio que se eligió fue, naturalmente, la Iglesia, que había abierto la puerta a esas reformas. Se obligó a los obispos y sacerdotes a abjurar de su pertenencia a la Iglesia Católica y a doblegarse completamente al Estado, en desobediencia al Papa. Los obispos y sacerdotes que así lo hicieron se llamaban constitucionales o juramentados. Los que, manteniéndose fieles a la Iglesia, no lo hicieron, eran los refractarios. Esta lección fue aprendida y practicada unos siglos más tarde por el partido comunista chino al crear la iglesia patriótica china. Los sacerdotes refractarios franceses tuvieron que huir de  su país o fueron perseguidos y asesinados como perros rabiosos. Algunos se quedaron en Francia, ejerciendo heroica y secretamente su ministerio sacerdotal auténtico, a riesgo de sus vidas. Pero unos años más tarde la revolución dio otra vuelta a la tuerca que afectó a los curas juramentados a los que de nada valió su lealtad a la revolución. Prefiero citar las palabras de un gran historiador francés, Pierre Gaxote, que, libre de chauvinismo, ve la revolución francesa bajo la óptica de los hechos. Quizá sea una cita un poco extensa, pero creo que merece la pena, porque no tiene desperdicio.

“La iglesia refractaria había desaparecido, pero subsistía la iglesia constitucional. Mientras se consideró al clero ortodoxo como peligroso, el clero constitucional se vio colmado de favores por parte del Gobierno; pero en cuanto se dispersó aquél, le tocó la vez al otro de representar al fanatismo y la reacción. ¿Tan grande es la diferencia –se decían– entre los curas antiguos y los nuevos? Cierto que estos son elegidos y prestan un juramento, pero, a fin de cuentas, ¿no enseñan los mismos dogmas que sus predecesores [...]. Iba ya siendo hora de abatir esta ‘orgullosa casta’ estos ‘cultos supersticiosos e hipócritas’, estos ‘druidas rebeldes’, dedicados a una vida que era un ‘ultraje a la naturaleza’. [...] ha ordenado a los curas casarse, ha prohibido que vistan el hábito religioso fuera de las iglesias, ha presidido la destrucción de las cruces, estatuas y otros signos exteriores que se encontraban en los caminos, en las plazas y en los sitios públicos, y ha hecho, por último, grabar sobre las puertas de todos los cementerios la célebre inscripción: ‘La muerte es un sueño eterno’, lo que equivale a cerrar el paraíso, el purgatorio y el infierno por disposición gubernativa. [...] ha sometido a una policía especial a todo ‘sacerdote, suizo, sacristán o cosa análoga’, ha encerrado a los sacerdotes de edad en una prisión y ha reservado la catedral de Amiens para las fiestas cívicas. El procurador-síndico de la Commune parisiense, Chaumette, era tan hostil a cuanto conservase una huella de religión, que había cambiado sus nombres de pila, Pedro Gaspar, por el de Anaxágoras [...] prohibió, el 16 de octubre de 1793, todo ejercicio exterior del culto; el 23 ordenó a la desaparición de todas las cruces e imágenes religiosas; el 6 de noviembre conminó al arzobispo (juramentado) Gobel a que se presentase en el Ayuntamiento para hacer allí solemne abjuración de la religión católica. Gobel se resistió. ‘Haz lo que quieras –le replico Hébert, que, a su vez, también acabaría en la guillotina–, pero si mañana no has abjurado, seréis sacrificados tú y tus compañeros’. Acabaron por llegar a un acuerdo. La Commune admitió que Gobel no renegase explícitamente de sus creencias y, por su parte, Gobel consintió en abdicar de sus funciones episcopales. El día señalado se presentó en el Ayuntamiento [...]. Chaumette recibió a la comitiva con un discurso filosófico, y todos juntos se pusieron luego en marcha hacia el Louvre [...]. A la altura del puente Nuevo, la procesión fue acogida con gritos de: ‘¡Abajo el solideo!’ Chaumette se interpuso: ‘No, amigos míos –dijo dirigiéndose a los transeúntes–; estos son unos eclesiásticos virtuosos que van a desacerdotarse a la Convención’. Se produjo entonces un concierto de gritos, aplausos y bromas ordinarias que ya no cesó hasta la entrada en las Tullerías. Aún allí, tuvo Gobel que oír dos o tres discursos dirigidos a la gloria del culto del porvenir: el culto de la razón; luego fue invitado a leer la fórmula de sumisión y a dejar sobre la mesa su cruz pectoral y su anillo. Hecho esto, los eclesiásticos que le habían acompañado lo imitaron y lo mismo los que tomaban asiento como diputados en los bancos de la Asamblea: entre otros Lindet, obispo de l’Eure y Gay-Vernon, obispo de Alta Saboya, sin contar con un ministro protestante, Julien, (de Touluse), que renegó del evangelio como los otros del catolicismo. Sólo uno se resistió, Gregoire, obispo de Loir et Cher”.

“La cosa parecía bien encarrilada: Chaumette se apresuró a organizar una nueva manifestación. Tres días bastaron para prepararlo todo y el 10 de noviembre la Razón hizo su entrada en Nôtre Dame. [...] A la cabeza, las autoridades del departamento y de la Commune; detrás, los músicos y cantores, y para cerrar la marcha, muchachas vestidas de blanco y ceñidas con bandas tricolores. En el interior de la catedral se había levantado una montaña de cartón, coronada por un templo griego [...]. En torno, antorchas y bustos: Voltaire, Rousseau, Franklin. Hubo discursos, cantos, música. Las muchachas se encaramaron a la montaña y del templo griego salió una artista de la Ópera que representaba a la Razón. [...] Chaumette anunció que el fanatismo no había podido soportar el brillo de la verdadera luz. El presidente Laloy anatematizó fieramente a la hidra de la superstición. [...] la antorcha de la verdad iluminó las tinieblas, las trompetas resonaron bajo las bóvedas, las muchachas vestidas de blanco escalaron [...] la montaña de cartón [...]; Chaumette cantó a la Naturaleza, la Justicia y la Verdad con un nuevo discurso; y todos se separaron un poco cansados”.

Unos días antes, la Convención había votado la adopción de un nuevo calendario “que señalaba como punto de partida de la era de los franceses el 22 de septiembre de 1792. [...] Cada año había de dividirse en doce meses [por supuesto, los nombres de los meses se cambiaron para que no recordasen en nada al pasado], cada mes de tres décadas, cada década en diez días. Los cinco o seis días que dejaban de computarse con este cálculo se agrupaban al final de año, bajo el nombre de días complementarios o sansculottides. ‘¿Para qué sirve vuestro calendario?’, había preguntado Gregoire al ponente Romme. Y éste había contestado: ‘Para suprimir el domingo’. Suprimir el domingo, los santos, las iglesias, la religión, el Clero, Dios; este fue el nuevo programa hebertista”.

No había transcurrido ni nueve meses de esta grotesca deificación de una cantante de Ópera como la diosa Razón, cuando “Robespierre dio en pensar que había llegado el momento de construir la religión republicana sobre las ruinas de las supersticiones antiguas”.

“El 7 de Junio de 1794, pronunciaba en la Convención un discurso muy estudiado sobre las relaciones entre las ideas morales y los principios republicanos. El fundamento de la sociedad, decía, es sustancialmente la moral. La moral es vana si no está acompañada de sanción, y no hay sanción más eficaz que la de una divinidad capaz de suplir los errores e insuficiencias de la autoridad humana; pero, ¿y si no hay divinidad? Poco importa. Todo lo que es útil al mundo y es bueno en la práctica, es verdad. En consecuencia de lo cual, la Convención, ni corta ni perezosa, adoptó un catecismo en quince artículos”.

“El artículo primero reconocía la existencia del Ser Supremo y la inmortalidad del alma. Los artículos 2 y 3 enumeraban los deberes para con el Ser Supremo, a saber: el odio a los tiranos, el castigo de los traidores, la fraternidad y la práctica de la justicia. Los artículos 4 al 10 instituían fiestas que habían de recordar al hombre ‘el pensamiento de la divinidad y la dignidad de su ser’. Estas fiestas eran, el 14 de julio, el 10 de agosto, el 21 de enero y el 31 de mayo; más treinta y seis fiestas, una cada diez días, a la Gloria del Ser Supremo, de la República, de la Justicia, del Pudor, de la Frugalidad, del Estoicismo, de la Fe conyugal, etcétera. Los otros artículos mantenían la libertad de cultos, pero castigaban rigurosamente las “reuniones aristocráticas” y las “predicaciones fanáticas”. La primera fiesta quedó fijada para el 20 de prairial, que resultaba ser el domingo de Pentecostés (8 de Junio de 1794)”.

“Fue una cosa bastante ridícula. Ante el pabellón central de las Tullerías, que coronaba un colosal gorro frigio, se elevaba hasta la altura del primer piso un anfiteatro de follaje sobrecargado de flores, de jarrones, de banderas y de estatuas. En la parte baja, una estatua del Ateísmo, de estopa, en cuyo interior se encontraba una pequeña Sabiduría incombustible. En el Campo de Marte, la inevitable y simbólica montaña, provista de todos sus accesorios: una columna de cincuenta pies, una gruta, senderos abruptos, cuatro tumbas etruscas, una pirámide, candelabros, un templo griego y un altar”.

“[...] los programas del espectáculo se habían repartido por millares. A las cinco de la mañana, concentración. [...] A las ocho, salida para las Tullerías, en fila y marcando el paso. Las ciudadanas, de blanco; los ciudadanos, llevando ramos de laurel y los niños, con cestas de flores. A las diez, salva de artillería, música, llegada de la Convención. Robespierre, [...], se instaló en un sillón aislado y leyó un corto sermón que le preparó un antiguo cura. Los coros de la Ópera, acompañados por los individuos de las secciones, entonaron el himno: ‘Padre del universo, suprema inteligencia...’. Robespierre descendió del trono, prendió fuego al Ateísmo de estopa y la Sabiduría incombustible apareció embadurnada de hollín. Salida para el Campo de Marte en procesión: las secciones por orden alfabético, tres músicas militares, cien tambores, un carro de la Libertad arrastrado por dieciocho bueyes, los diputados con un ramo de flores en la mano y Robespierre, vistiendo frac azul, bien destacado veinte pasos delante de todos los demás. Dan todos la vuelta a la montaña; los diputados y los coros trepan por los senderos escarpados y cantan: ‘Padre del universo, suprema inteligencia’. Al terminar la última estrofa, truenan horrísonamente los cañones, los niños arrojan flores y los ‘sans culottes’ de ambos sexos se besan. Y aquí termina todo.  La Convención vuelve corporativamente a las Tullerías y los ciudadanos que aún tienen asignados[3] se dispersan por las tabernas”.

“La fiesta del Ser Supremo había sido la apoteosis de Robespierre. El portaestandarte de la revolución se había hecho el amo. Todos los días le llegaban cartas de adoración... ‘Admirable Robespierre, antorcha, columna, piedra angular de la República...’ ‘Quiero saciar mis ojos y mi corazón de los rasgos de tu rostro...’ ‘Protector de los patriotas, genio incorruptible, montañés[4] despierto, que ves todo, prevés todo, conjuras todo...’  ‘Tú eres mi suprema divinidad, te miro como a un ángel tutelar...’. ¿Qué hubiese pensado de todo esto el bueno de Robespierre si supiera que quedaban pocos días para que le guillotinasen?

Como decía Cherteston; “cuando el hombre deja de creer en Dios es capaz de creer en cualquier cosa”. Todo esto no pasaría de ser una mascarada chusca y grotesca si no fuese porque justo en esas fechas, tenían lugar las terroríficas masacres a que me he referido antes.

En 1795 se volvió a permitir la libertad de culto. A partir de ese momento, empezó a producirse un renacimiento católico. Las iglesias se empezaron a llenar de nuevo. Pero el nuevo rebrotar del catolicismo produjo una nueva reacción. Se intentó por todos los medios que el pueblo abandone sus costumbres cristianas. “Para impedir a los católicos practicar la abstención de carne, se prohibe la venta de pescado los días de ayuno; en cada década (el día de descanso de cada diez días), destacamentos de policía recorren los campos para obligar al descanso a los trabajadores. [..] hacen fuego sobre los aldeanos ocupados en la tierra; [...] imponen una multa a una anciana de ochenta y dos años por hilar con su rueca a la vista de la calle. Las tiendas no pueden abrirse en las décadas ni cerrarse los domingos. [...] son procesados 350 hortelanos por no haber concurrido al mercado un ex domingo.  Se volvió a obligar a los sacerdotes a juramentarse. En un año fueron enviados la Guayana francesa, 1448 sacerdotes franceses y 8234 belgas”. No hay que olvidar que los belgas habían sido liberados por la gloriosa revolución francesa.

La pregunta del millón de dólares es: ¿Hay alguna relación causa-efecto entre la apostasía del auténtico Dios y las masacres que tuvieron lugar? La respuesta es, a mi modo de ver, un rotundo sí. A fin de cuentas éste es el único denominador común entre las purgas de Stalin, el holocausto nazi y la Revolución francesa, los tres horrores sin parangón en la historia de Occidente. No me cabe duda de que la democracia hubiese llegado igual, si no antes, sin semejante barbarie. De hecho, Occidente no aprendió la democracia de Francia, sino de Inglaterra, en la que allá por el siglo XIV, el rey, Juan sin Tierra, muy a su pesar, tuvo que otorgar la Carta Magna a la baja nobleza, para lograr su apoyo. De ahí arranca un lento proceso que acaba en la democracia, principalmente en los Estados Unidos. Poco o nada tuvo que ver Francia y su revolución en este proceso. La maravillosa revolución francesa acabó, en cambio, en un tirano, que se autoproclamó emperador y asoló y saqueó Europa, sumiéndola en un baño de sangre –para liberarla, naturalmente. Esta maravilla se prolongó durante un convulso siglo XIX en una restauración borbónica, en otras revoluciones y en un segundo imperio, si no tan sangrientos, sí tan inútiles como el primero. Lo verdaderamente sorprendente es que la propaganda ideológica y chauvinista haya hecho de la revolución francesa algo así como la gran salvadora de la humanidad. Creo que tiene razón Pierre Gaxote cuando afirma: No tengo por qué disimularlo: la historia de la revolución francesa es una historia mediocre, tanto por sus ideas como por sus hombres. No es grande más que por la majestad presente de la muerte[5].



[1] La Gironda era el partido “moderado” y sus seguidores eran llamados los girondinos.
[2] Los jacobinos eran los miembros más radicales del partido llamado La Montaña, el más extremista de los partidos revolucionarios que, en un proceso de radicalización que fue desde 1789 hasta 1793 llegó a hacerse con el poder absoluto, bajo la dirección de uno de los seres más sanguinarios que han existido: Robespierre.
[3] Ese era el nombre de la moneda de curso legal, sobreemitida e inflacionada hasta límites increíbles.
[4] Así se llamaban los del partido de la Montaña.
[5] Las citas están todas tomadas del libro “La revolución francesa” de Pierre Gaxote. Áltera 2005