27 de septiembre de 2019

Visiones sobre el cambio climático


El post de este viernes ha surgido como por ensalmo de dos cosas que me han mandado esta semana por WhatsApp y otras que he buscado y escrito yo mismo.

La primera es un artículo de “El Mundo” del 25 de Febrero de 2001 en el que se hacían unas apocalípticas previsiones de las consecuencias del cambio climático para 2020, o sea, para mañana. Al leerlas causa estupor el ridículo de las mismas. Tanto que he querido comprobar si era una burda manipulación. Hasta donde he podido averiguar, el artículo es tan auténtico como ridículo. Ahí tenéis el link.

El segundo WhatsApp es un artículo de Libertad Digital en el que se desempolva la polvareda levantada por el ex presidente de los EEUU Al Gore por anunciar el Armagedon al que nos iba a llevar el cambio climático. Su documental “Una verdad incómoda le valió el Oscar al mejor documental en 2007 y, lo que es peor, el Premio Nobel de la Paz en ese mismo año.

Tras leer estos dos artículos, me pareció sorprendente la falta de sentido crítico y la facilidad de manipulación de los ciudadanos españoles que, según un estudio llevado a cabo este mes de septiembre por el Instituto Elcano, vemos que los españoles no albergamos ni siquiera la sombra de una duda sobre el peligro apocalíptico del cambio climático.

Por último, leí la otra cara de la moneda. Una entrada en el blog de Fernando del Pino, el 25 de septiembre de este año, sobre el mismo tema. Fernando del Pino representa la faceta negacionista del cambio climático –aquí no pasa nada–  que me parece casi, casi, tan irracional, irresponsable y sesgada por las ideas políticas como la visión apocalíptica que pretende que el mundo se paralice.
El efecto de la hemeroteca es terrible, aunque haya gente que ni se entere. Entonces recordé que yo había escrito en Febrero de 2008 unas páginas, que publiqué en mi blog, sobre mi percepción del cambio climático. Las leí, debo decir que con cierta aprensión. Sólo vagamente recordaba lo que escribí entonces y casi 12 años son muchos años que pueden hacer que algo escrito denote su obsolescencia. Pero no, cuando lo leí, me sentí satisfecho.  Ciertamente, hay matices que si lo escribiera ahora, los cambiaría. Pero he preferido poner el link a tadurraca para que se pueda leer tal y como lo escribí hace casi 12 años. Aparte de matices, sí que he evolucionado bastante en una cuestión. Ahora estoy mucho más convencido de que la tecnología es perfectamente capaz d hacer que, lo que pueda tener de verdad parcial el cambio climático, pueda ser revertido por los avances tecnológicos. Pero ahí va lo que escribí entonces. Tal cual.

Al que quiera formarse una idea sobre este tema, le recomiendo el libro “Historia de los cambios climáticos” de José Luis Comellas. En sus dos últimos capítulos coincide en la perplejidad que yo expreso tener sobre ese tema en mi escrito de tadurraca y en la necesidad de una sensata prudencia en espera de que la tecnología haga fútil el problema.

20 de septiembre de 2019

Desigualdad, pobreza y justicia social


La desigualdad se ha convertido en un mantra repetido por la izquierda una y mil veces hasta que ha llegado a calar en la mente de la buena gente y que ésta acepte como un dogma de fe que es una grave injusticia y la culpa de todos los males de la sociedad. Males causados, naturalmente por los perversos ricos, sean éstos empresarios de éxito o directivos con sueldos millonarios. Esto se refleja de muchas maneras en conversaciones, noticias, foros, conferencias, homilías, etc. Degenera en la creación de índices de pobreza relativa que definen como pobres a aquellos que pertenecen a una unidad de consumo (familia) que tenga unos ingresos per cápita de menor de un determinado porcentaje de la mediana[1] de ingresos per cápita de todas las unidades de consumo (familias). Eurostat define ese porcentaje en el 60%. Es decir, toda aquella persona que pertenezca a una familia cuyos ingresos per cápita sean menores del 60% de la mediana, son considerados pobres, en términos relativos. Definida así, es obvio que en cualquier sociedad, por opulenta que sea, siempre habrá pobres relativos. Lo que ocurre es que inmediatamente, la palabra relativa desaparece y, entonces se oyen cosas como: “En España un 30% de sus habitantes vive en la pobreza”. O, todavía más dramáticamente. “En España, un tercio de los niños pasan hambre”. O, con un carácter más general la falsa e insidiosa frase: “Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. Armas de propaganda que la izquierda siempre ha usado con eficacia ante la credulidad de la buena gente. La izquierda siempre cuenta con la buena gente para el éxito de su ideología. Así es su propaganda. Dicho esto, ciertamente, hay desigualdades. Pero no todas las desigualdades son iguales y los deberes de la justicia no son los mismos para cada causa.

La primera causa de desigualdad proviene de hándicaps graves que pueda sufrir una persona de forma totalmente ajenos a su voluntad o a su proceder vital. Hay personas que nacen con minusvalías o que esas minusvalías se las producen enfermedades o accidentes. No tengo la más mínima duda de que la una sociedad civilizada y próspera debe hacer todo lo que esté en su mano para paliar las consecuencias de estos hándicaps. Sí me cabe duda, en cambio, sobre si esa exigencia de es algo que debe ser llevada a cabo por el estado en nombre de la Justicia –con mayúsculas– o más bien es una obligación moral de las personas. Creo que sólo en el caso de que la sociedad civil, es decir, los ciudadanos, libremente, no creen la posibilidad de que se ayude a esas personas, sólo en ese caso, podría estar justificado que interviniera el estado de forma subsidiaria, imponiendo esa ayuda. Alguien podría pensar que eso de que la sociedad civil no cubra las necesidades de esas personas con algún tipo de hándicap, ocurre siempre. Pero no es verdad. Nunca en la historia ha habido más ayuda de los ciudadanos más ricos o de clase media hacia los más pobres, de lo que hay en este momento histórico. Y eso, a pesar de la pesada y creciente carga fiscal que los estados cargan sobre los hombros de los llamados ricos. Si uno paga un tipo marginal de su renta de, digamos, el 40%, es difícil que no llegue a pensar que ya no tiene ninguna obligación adicional. A pesar de ello hay muchísimas personas, ricos y clases medias, que, tras pagar impuestos astronómicos, siguen aportando dinero para ayudar a los más desfavorecidos. Cuanto más si no tuviesen que soportar una carga fiscal tan pesada. Pero, insisto, si la sociedad civil no fuese capaz de atender estos casos, entonces, la intervención del estado sería aceptable e, incluso, necesaria. Por si fuera poco, las ayudas del estado suelen irse dilapidando por el camino hacia su destino y, a menudo, los receptores de las ayudas no son las que las necesitan. En cambio, las ayudas canalizadas por la sociedad civil (ONG’s, Fundaciones, Iglesia, particulares, etc.) llegan casi siempre con menos “desviaciones” y aciertan mucho más con los que las necesitan.

Dejando aparte estos casos, la sociedad debe promover la igualdad de oportunidades, pero en modo alguno debe forzar a la igualdad de resultados. Pero ocurre que hay muchísimas personas que, aunque la sociedad les provea de una razonable igualdad de oportunidades, se dedican a dilapidar voluntariamente esa igualdad. En una sociedad rica, se generan personas que piensan que, por el hecho de pertenecer a esa sociedad tienen derecho a unos ingresos mínimos garantizados. Y, cuanto más próspera es una sociedad tantas más personas creen tener ese derecho. Sin embargo, nada más lejos de la realidad que la existencia de ese derecho. ¿En nombre de qué principio una persona sana y con capacidad de trabajar, que ha tenido oportunidad de formarse, puede exigir ese derecho? Más aún, dado que no hay derechos sin obligaciones, esas personas cometen el abuso de creer que su supuesto derecho no tiene que relacionarse con una obligación suya, sino que esa obligación debe recaer sobre otros. ¿Sobre quién? Naturalmente, sobre los ricos y clases medias, a través de los impuestos. Es decir, piensan que las personas que sí han aprovechado sus oportunidades y que han elegido libremente dedicar un gran esfuerzo al desarrollo de su potencial, tienen el deber de proveerles esos ingresos a los que creen tener derecho.

El problema de todo esto es que no existe un equilibrio estable en este proceso. Cualquier concesión estatal en el sentido de eliminar desigualdades a base de quitar dinero a los “ricos” para dárselo a los “pobres”, es un incentivo perverso que desplaza ese equilibrio hacia la existencia de más personas que creen tener ese derecho, cada vez en mayores cantidades, y menos personas que estén dispuestas a que esa obligación, cada vez más pesada, recaiga sobre sus hombros. Esto produce un aumento de las personas que exigen ese derecho y una disminución de los que crean la riqueza para que se puedan generar los impuestos que abastezcan a los primeros. Por supuesto, el estado tiene poder para llevar a cabo una exacción tan grande como quiera sobre los ingresos de los “ricos”. Pero si se hace así, el incentivo de éstos para crear riqueza disminuirá, mientras que el incentivo para esperar que otros mantengan a los que creen tener ese derecho, aumentará. Y si los incentivos se comportan así, cada vez habrá más personas con ese supuesto “derecho” y menos con esa “obligación”. Y esto crea más votantes para realimentar ese desequilibrio y menos para corregirlo, con la consiguiente deriva política. Y en esta deriva, todo se hace mucho más convulso. Una amiga mía, luchadora incansable contra la pobreza en República Dominicana a través de una entidad dedicada a las microfinanzas, tiene una frase memorable y muy precisa. Dice: “El subsidio crea dependencia, la dependencia crea resentimiento, el resentimiento crea odio y el odio crea violencia”. ¿Alguien percibe que algo así está pasando en España? Yo, desde luego, lo veo claro. Y en ese caladero encuentran su caldo de votos ciertos partidos políticos.

Al que, aprovechando sus oportunidades, consigue éxito profesional se le mira lo que gana y empiezan los cantos de sirena a decir que gana demasiado. Pero nadie ve cómo esa persona, desde niño, se dedicó a estudiar duramente, compatibilizando estudios y trabajo, luego buscó empleos con responsabilidades, se esforzó enormemente, trabajaba para el logro de sus objetivos sin importarle el tiempo y el esfuerzo, fue ascendiendo dentro de las empresas en las que estaba, no se acomodó en su zona de confort y, así, poco a poco llegó a ganar un buen sueldo o, incluso, un sueldazo. Tal vez emprendió un negocio como autónomo dedicándole horas, esfuerzo y preocupaciones. Tal vez formó una familia por la que dejarse la piel, cosa de la que los perroflautas huyen como de la peste. Tampoco ve nadie cómo muchos de sus compañeros de clase en el colegio o la universidad le consideraban un friky pringado. Luego, estos, buscaron –si lo hicieron– un trabajo sin ninguna responsabilidad, que permitiese que el bolígrafo se les cayese a la hora en punto de acabar el horario. Otros ni eso, porque, ¿para qué, si el estado me tiene que mantener? No formaron una familia porque, ¡menuda responsabilidad!, ¡vaya lío!, mejor hago como Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. Pero estos segundos pretenden comparar sus sueldos –o sus subsidios– con el otro. Dicen: “¡Gana cien veces lo que nosotros! ¡Qué injusticia! ¡Alguien –el estado, por supuesto. Siempre que en este contexto se dice “alguien” ese alguien es el estado– debería regular –léase imponer– un sueldo menor para él o quitarle con impuestos una buena parte de lo que gana para dárnoslo a nosotros! ¡Votaremos al partido que más se acerque a ese desiderata!” Por supuesto, de ninguna manera, estos querrían igualar también la carga de esfuerzo, de trabajo y de responsabilidad que les separa del “rico”. ¡No por Dios! Que dependan de ti dos mil personas o que tengas que viajar 150 días al año o perder el sueño para ver cómo pagas la nómina de las seis personas que trabajan en tu PYME es un horror que no están dispuestos a aceptar. Sólo quieren igualar los ingresos. ¡Faltaría más!

¿Hasta cuándo puede seguir ese proceso? Hasta que el problema se hace irresoluble y el sistema colapsa. Pero es que eso es, precisamente, lo que busca la izquierda radical gramsciana. Que el sistema colapse para que aparezca un descontento creciente que cree lo que ellos llaman las “condiciones objetivas”, para conseguir ganancia de pescadores en el río revuelto. Por supuesto, la izquierda socialdemócrata no quiere eso. Pero una vez que entra en el juego, se trata de pescar votos en ese caladero y, por tanto, de profundizar consciente o inconscientemente en ese juego. La izquierda gramsciana tiene un nombre para estos. Les llama “tontos útiles” o “compañeros de viaje”. Compañeros de viaje que serán rápidamente descartados una vez que se llegue al colapso. Pero la cosa sería menos grave si sólo fuese la socialdemocracia la que entrase en ese juego. Pero no, no es sólo ella. Partidos que se autodenominan liberales, al ver cómo cerrarse a ese proceso les puede hacer perder votos por la izquierda, se apuntan al mismo y empieza la subasta demagógica.

La virtud de la justicia se define en el diccionario de la RAE como “El principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece”. O, en menos palabras, “El principio moral que lleva a dar a cada uno lo suyo”. El problema está en ver qué es lo suyo de cada uno. ¿Es lo suyo recibir algo a cambio de nada pudiendo haberse esforzado para aprovechar la igualdad de oportunidades que haya? Para mí, no lo es. Eso no es lo suyo. ¿es suyo el dinero que una persona gana honrada y honestamente por haber aprovechado la igualdad de oportunidades que se le haya podido presentar y haberse esforzado? Para mí sí lo es, con independencia de cuánto gane. Y creo que esta opinión es tan razonable que es difícil que nadie, con un sano juicio opine lo contrario. Es más, si aplicásemos esta definición strictu sensu de justicia al primer tipo de desigualdad, a la que nace de un hándicap de cualquier tipo que alguien pueda tener, la ayuda a quienes sufren esta desigualdad, no sería una cuestión de justicia. Sería una cuestión de caridad, que la RAE define como “la actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”. Solo en una séptima acepción la RAE vincula la caridad a una virtud cristiana. Y no es lo mismo caridad que filantropía. La filantropía es, siempre según la misma fuente el “amor al género humano”. A veces la gente considera que la justicia obliga, pero la caridad no. No sé si la caridad obliga a todos, pero, desde luego, a los cristianos sí que nos obliga, y de forma muy grave. Y creo que también la conciencia de cualquier hombre de buena voluntad, sea ateo, agnóstico o practique la religión que practique, también le hace sentirse obligado. Por lo menos, tanto como la justicia. Pero no es lo mismo. Si el estado interviene para ayudar a los necesitados por razón de una limitación involuntaria, lo hace en nombre de la caridad, le guste o no, esté de moda la palabra o no lo esté, pero no en nombre de la justicia.

La igualdad de oportunidades sí que es, en cambio, algo que le corresponde y pertenece a todas y cada una de las personas. Por tanto, sí es un deber de justicia y un derecho de todos y cada uno y sí debe, por tanto, ser protegido y garantizado por un sistema de leyes justo. Por supuesto, no hay ni un solo país en el mundo en el que la igualdad de oportunidades sea perfecta. Eso obliga a ciudadanos y gobernantes a esforzarse por mejorar todos aquellos aspectos que aumenten la igualdad de oportunidades y a luchar contra todo lo que la merme. Lo que debería llevar a que nadie se quede sin una educación de calidad por no tener medios económicos y a remover o mitigar todo aquello que dificulte estas oportunidades a las personas con algún hándicap, del tipo que sea. La primera igualdad de oportunidades es la igualdad ante la ley y la seguridad jurídica. Pero el hecho de que la igualdad de oportunidades no sea siempre imperfecta, no da derecho a vulnerar el principio moral de la justicia, que es “dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece”. Luchar por la justicia en la igualdad de oportunidades no debe confundirse con vulnerar la justicia dando a algunos lo que no les corresponde o pertenece a costa de quitárselo a otros. Eso es pensar que se puede sacar un bien a partir de un mal, lo que supone un error importante.

Después de hablar de la desigualdad y del equívoco y torticero concepto de la pobreza relativa alentado por la izquierda y coreado por muchos, sí que me importa hablar de la pobreza. La de verdad. La que hace que alguien no tenga un mínimo necesario para vivir dignamente[2]. Se dice que viven en pobreza extrema los que lo hacen con unos ingresos de 1,9$ al día (27$ al mes). Evidentemente, esos viven en la pobreza extrema. Pero, desde luego, los ingresos para poder vivir dignamente están muy por encima de esos 1,9$ diarios. Sin embargo, es cierto que, por primera vez en la historia de la humanidad, el número de personas que viven por debajo de esa pobreza extrema es menor del 10%, es decir, menos de 70 millones de personas. Por supuesto, esto no sólo no debe satisfacer a nadie, sino que nos debe poner los pelos de punta. Pero lo cierto es que cada vez hay menos personas bajo la línea pobreza extrema. El Banco Mundial estima que en 1990 eran más de 1.800 millones las personas las que vivían por debajo de esa línea. Y el objetivo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS’s) es que en 2030 no haya nadie que viva por debajo de esa línea[3]. Desde luego, tampoco entonces deberíamos estar tranquilos. No sé dónde se sitúan los ingresos mínimos para vivir con dignidad, pero desde luego, muy por encima de esos miserables 1,9$ diarios. ¿Y cuál es la causa de que haya todavía ese inaceptable nivel de pobreza?

La respuesta demagógica y falsa a esa pregunta es que la culpa de la pobreza la tienen los ricos. Esa respuesta se basa en un punto de partida totalmente falso. A saber. Que hay una cantidad fija de riqueza a repartir, es decir, el reparto de la riqueza es un juego suma 0. Si esto fuese así, los pobres serían pobres porque los ricos son ricos y apropiándose injustamente de la riqueza de otros, condenan a éstos a la pobreza. Pero hay pocas cosas más falsas que eso. Porque, a diferencia de la materia y la energía, que ni se crean ni se destruyen, la riqueza sí que se crea (y, por desgracia, también se destruye). Y la crean, precisamente, los que se han hecho ricos honestamente, es decir, descubriendo productos y servicios que hacen mejor la vida de la gente y generándolos a un coste que los haga asequible. Eso es lo que ha hecho ricos a personas como Bill Gates, Jeff Bezos, Tim Cook, Amancio Ortega o Juan Roig, por poner tan sólo algunos ejemplos destacados de entre los millones de personas anónimas que crean riqueza para muchos millones de personas. Cuando afirmo que, por ejemplo, Tim Cook crea riqueza, no me estoy refiriendo sólo a los que trabajan para Apple y ganan un sueldo. Me refiero también a mí, que gracias a Apple tengo en el bolsillo un chisme que, a un precio razonable que me permite hacer cosas útiles para mí y para mucha gente que ni en sueños podría hacer sin ese artilugio. Podría pensarse que esa riqueza que me llega a mí, no le llega al pobre de solemnidad. Seguramente al que vive por debajo de los 1,9$ al día, esa riqueza no le llegue. Pero sé de agricultores de los andes peruanos que pueden acceder a infinidad de servicios, microfinanzas entre ellos, gracias a un smartphone que, desde luego, no es un Apple, pero que no existiría si no existiese Apple y que sí está a su alcance. La penetración de smartphones en el mundo no para de crecer y lo hace en los cinco continentes y entre la gente que, sin estar por debajo de los 1,9$ al día, son pobres de solemnidad. Y lo mismo podría decir de millones de empresas y millones de personas que crean riqueza en forma de sueldos y millones de productos útiles para otros muchos más millones de personas.

Sin embargo, sí que hay unos ricos que lo son a base de chupar la sangre de los pobres. No son ninguno de los que he citado más arriba. Son los tiranos que, en general, gobiernan los países más pobres de los países más pobres de la tierra, situados, en su mayoría, en el África subsahariana y en Asia meridional donde, como se ha visto en una nota a pie de página se concentra el 80% de la pobreza extrema. Esos países en los que viven la inmensa mayoría de la gente que vive por debajo de los 1,9$ al día están, con alguna excepción, gobernados por sátrapas que detentan todo el poder y que han decidido que en sus países sólo pueden ganar dinero ellos y sus amigotes o los que les sobornan. Para estos tiranos, que alguien de su país gane dinero es un peligro. Porque si millones de sus súbditos ganase lo suficiente para vivir con dignidad, lo siguiente que pedirían es participar en el poder de una u otra forma. Y eso sería el fin de la riqueza de los sátrapas. Por eso, cada vez que alguno de sus súbditos saca la cabeza un poco por encima de la pobreza, se la corta. Eso crea una inseguridad jurídica brutal que lamina cualquier incentivo que los habitantes de esos países puedan tener para generar riqueza. Es decir, los tiranos no sólo les condenan a la pobreza económica, sino también, y más grave si cabe, a la pobreza antropológica, al privarles de la más mínima oportunidad de prosperar. Porque los pobres del mundo no son pobres porque sean tontos. La mayoría son más listos que muchos de los acomodados ciudadanos de los países prósperos. Pero piensan que para qué se van a esforzar en generar riqueza para ellos, y de rebote para muchos, si se la van a quitar en cuanto destaquen un poco. Y esa es la pobreza antropológica, que se mete en el alma y la mata. Si los pobres de los países pobres tuviesen seguridad jurídica, la pobreza desaparecería en dos generaciones. ¿Hace falta que ponga ejemplos de países en los que ha tenido o está teniendo lugar ese proceso de retroceso drástico de la pobreza? Ahí van. Corea del Sur, muchos países de Hispanoamérica, China (a pesar de su régimen comunista). O, para no irnos tan lejos, Irlanda o España si nos remontamos 80 o 90 años en el tiempo.

Contra esos ricos es contra los que hay que indignarse. Lo que ocurre es que es muy poco lo que los países ricos pueden hacer para eliminar a esos tiranos. Tienen que ser los habitantes de esos países los que se rebelen y eliminen a sus tiranos. Esa ha sido la historia de Europa desde hace muchos siglos. Y, aunque de manera distinta, la de los EEUU y Australia o Nueva Zelanda. Pero no hay atajos. Pocas cosas –o ninguna– tienen posibilidades de que los pobres de esos países salgan de su pobreza, aparte de la seguridad jurídica. Y lo que más ayuda a esos tiranos a perpetuarse es que su población, en vez de luchar contra la tiranía y los privilegios de los poderosos, como ha ocurrido en la historia de Europa, decida irse del país. Sobre todo si son los pocos que podrían considerarse la “clase media” del mismo. Menos gente con capacidad para cuestionar su poder; el paraíso de los tiranos. Esa es la causa de las pateras. Los que vienen en ellas no son los más pobres de cada país, aunque a nosotros nos lo parezca. Son los que pueden pagar a las mafias las cantidades que cobran, es decir, las “clases medias”. Y el tirano piensa. “A enemigo que huye, puente de plata”. Y no sólo permite esas mafias, sino que generalmente, participa en sus pingües beneficios. Esos son los causantes de la pobreza, de las pateras, de las muertes en el mediterráneo, de las vallas, del cierre de fronteras, de las concertinas, etc., etc., etc.

Así que basta ya de demagogia barata. Ojalá haya muchísimos más ricos del estilo de los Tim Cook o Juan Roig o de los ricos anónimos que crean riqueza para millones. Potenciemos su existencia en vez de ponerles palos en los radios de la rueda de su bicicleta. Y dejémonos de corear la cantinela demagógica de la desigualdad y de los torticeros índices de riqueza relativa.


[1] La mediana es la renta que hace que el número de familias con una renta mayor sea igual al número de familias con una renta menor.
[2] ¡Ojo!, la palabra dignidad es otra de esas palabras que se usan de una manera torticera e intencionada por la izquierda, también en términos comparativos.
[3] Aunque efectivamente, el Objetivo nº 1 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es que en 2030 nadie viva por debajo del umbral de pobreza absoluta, parece que el Banco Mundial no ve esto como posible. El 80% de las personas que viven en la pobreza extrema se concentra en el África subsahariana (Angola, Burundi, Cabo Verde, República Centroafricana, República Democrática del Congo, República del Congo, Costa de Marfil, Eritrea, Etiopía, Guinea, Kenia, Lesoto, Liberia, Madagascar, Mauritania, Mozambique, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Swazilandia, Tanzania, Uganda y Zimbabwe) y Asia Meridional:
(AfganistánBangladésButánIndiaIránMaldivasNepalPakistán y Sri Lanka). Es fundamentalmente en estos países en los que es más difícil erradicar la pobreza y, con excepciones, son países en los que la seguridad jurídica es inexistente debido a que están gobernados por sátrapas de los que hablaré más adelante. Adjunto algunos links que tal vez puedan ser de interés.


14 de septiembre de 2019

Una reflexión sobre el libro "Sapiens" de Yubal Noah Harari


Este verano me he decidido a “leer” el libro “Sapiens” de Yubal Noah Harari, que ha tenido un éxito inmenso y ha sido enormemente elogiado. No lo he leído hasta ahora porque sospechaba, por críticas y comentarios, que sería un sofisma posmoderno sobre el hombre. Y, por supuesto, mi tiempo es mucho más limitado que las cosas que me gustaría leer y escribir y, por eso, la lectura de ese libro no merecía, a mi juicio, un “slot” en esa cola. Pero justo antes de las vacaciones, una conversación con un amigo que lo estaba leyendo, me indujo a “leerlo”. Pongo por segunda vez “leerlo” entre comillas, porque no pensé en leerlo, ni lo he leído, de principio a fin, capítulo a capítulo, párrafo a párrafo. Empecé, eso sí a leer los primeros capítulos letra a letra, porque es siempre en esos primeros capítulos de cualquier libro donde se encuentran las declaraciones de intenciones y las premisas que después darán lugar a su desarrollo.

Y efectivamente, nada más empezar el libro, en el capítulo 2, “El árbol del saber”, aparece la más clásica de las falacias argumentativas de la posmodernidad. Cito textualmente:

“La aparición de nuevas maneras de pensar y comunicarse, hace entre 70.000 y 30.000 años constituye la revolución cognitiva. ¿Qué la causó? No estamos seguros. La teoría más ampliamente compartida aduce que mutaciones genéticas accidentales cambiaron las conexiones internas del cerebro de los sapiens, lo que les permitió pensar de maneras sin precedentes y comunicarse utilizando un tipo de lenguaje totalmente nuevo. Podemos llamarla mutación del árbol del saber. ¿Por qué tuvo lugar en el ADN de los sapiens y no en el de los neandertales? Fue algo totalmente aleatorio, hasta donde podemos decir. Pero es más importante comprender las consecuencias de la mutación del árbol del saber que sus causas”.

Ahí está la falacia clásica. Ésta se puede resumir en tres puntos. 1º Se reconoce en dos palabras sueltas la ignorancia de las causas de un fenómeno: “¿Qué la causó? No estamos seguros. 2º Se da un relato acientífico de una sola posible causa: La teoría más ampliamente compartida aduce que mutaciones genéticas accidentales cambiaron las conexiones internas del cerebro de los sapiens, lo que les permitió pensar de maneras sin precedentes y comunicarse utilizando un tipo de lenguaje totalmente nuevo[1]. Podemos llamarla mutación del árbol del saber. ¿Por qué tuvo lugar en el ADN de los sapiens y no en el de los neandertales? Fue algo totalmente aleatorio, hasta donde podemos decir”. Por supuesto, esto se afirma sin ninguna comprobación empírica y sin posibilidad de que la tenga porque, ¿cómo vamos a saber si algo que pasó hace decenas de miles de años y que no puede reproducirse, fue aleatorio? Es, por tanto, algo acientífico y también, por tanto, una mera opinión. No es una teoría sino una mera opinión. Respetable, pero una opinión. Una teoría es una hipótesis que puede un día ser contrastada con datos empíricos que la hagan aceptable (siempre provisionalmente como establece Karl Popper) o falsada definitivamente. No obstante, el contexto de todo el libro presenta esa opinión como si tuviese el carácter científico del que carece. 3º Se quita importancia a la discusión de esas posibles causas y se sigue el relato durante cientos de páginas dando por cierto que eso que se ha dicho en dos palabras que no se sabe, ES tal y como se ha establecido en esa opinión acientífica: “Pero es más importante comprender las consecuencias de la mutación del árbol del saber que sus causas”. Ahora hay por delante cientos de páginas apoyadas en esa opinión como si fuese dogma de fe y desacreditando subliminalmente cualquier otra opinión sobre esa causa. Y el lector, se lo traga. Pero no, las causas SON LO REALMENTE IMPORTANTE. Entre ser la colocación accidental de los átomos (frase de Bertrand Russell[2]) o ser el producto final de un proceso ideado por Dios, hay un abismo. Si sólo somos la colocación accidental de los átomos, no hay ética de ningún tipo que tenga ninguna validez. Y cuando digo que no hay ética de ningún tipo que tenga validez, me refiero a que, por ejemplo, no podemos decir que lo que hizo Hitler estuvo mal. Sólo podemos decir que se equivocó porque al final, le aplastaron y tuvo que acabar suicidándose en un bunker. ¡Mala suerte Adolfito! ¡A ver si el siguiente aprende de tus errores! Sí, cierto, algo repugna en esto, porque tenemos, aunque a menudo pretenda negarse intelectualmente, unas nociones innatas del bien y el mal que nos impiden aceptar que lo que hicieron Hitler o Stalin se puede calificar sólo de “error de cálculo”. Pero, si somos sólo la colocación accidental de los átomos, esa repugnancia sólo sería una contradicción intelectual para mentes débiles. Esto del fundamento de la ética cobra especial importancia para juzgar los últimos capítulos del libro de Harari, cosa que veremos más adelante (y, por supuesto, su siguiente libro Homo Deus).

Sin embargo, se puede considerar, con argumentos, aunque sin la más mínima intención de constituirse en demostración científica, que la inteligencia no parece haber salido del sombrero de la evolución. Copio aquí un capítulo de mi libro “Más allá de la ciencia”:


La evolución, “subvencionada” puede haber hecho que surja el desproporcionado cerebro humano. Pero una vez que ha surgido, ¿es la inteligencia una consecuencia natural de ello? Creo que no. Y, sin pretender demostrar esa creencia, doy varios argumentos que creo que la apoyan con bastante contundencia:

1º Cuando observamos la vida nos llama la atención un hecho. La naturaleza hace que toda característica que da a un organismo una ventaja para la supervivencia, esta característica aparezca en muchas especies por muchos caminos. Por ejemplo: tener apéndices punzantes es una ventaja para sobrevivir. Los toros tienen cuernos de hueso; los rinocerontes los tienen de pelos duros; en los elefantes o jabalíes son unos largos colmillos, es decir, dientes; en los espinos, el parénquima vegetal ha tomado la forma necesaria, etc., etc., etc. Pero la inteligencia, el arma de supervivencia más poderosa que pueda haber, sólo ha surgido una vez. ¿Por qué?

2º Además, si hay algo que la naturaleza no hace, es permitir que una característica se desarrolle más allá de lo estrictamente necesario para la supervivencia de la especie que la posee. Por ejemplo: La especie antepasada de los topos tenía ojos. Cuando una de sus especies hijas se adaptó a vivir bajo tierra, los perdió porque no los necesitaba Pero, ¿de qué nos sirve para la supervivencia cotidiana que nuestra inteligencia haya podido llegar a saber de qué están hechas las estrellas o tener esa sed de búsqueda de verdades abstractas? La inteligencia humana está sobredimensionada para las necesidades de supervivencia. Es un derroche que jamás haría la naturaleza.

3º Por otro lado, si la inteligencia fuese un fenómeno únicamente físico cabría esperar que la información necesaria para codificar genéticamente esa impresionante capacidad fuese enorme. Eso debería hacer que el hombre tuviese muchos más genes que cualquier otra especie. Pues no es así. Antes de la decodificación del genoma humano se esperaba que tuviésemos entre 80.000 y 100.000 genes. Pero sólo tenemos unos 31.000, poco más del doble que una lombriz y tan sólo unos 300 más que un ratón. Cito a un sorprendido científico: “Es evidente que la configuración única del ser humano como especie biológica reside en sus genes, pero también lo es que el reducido número de genes ahora identificado no basta para explicar nuestra complejidad singular”. ¿Entonces?

4º Ian Tattersall, un científico que jamás apoyaría otra tesis, fuera de la naturaleza, como causa de la aparición de la inteligencia, dice: [Este punto es la transcripción de la nota a pie de página nº 1, por lo que no la copio aquí. Quien esté interesado puede leerla allí].

5º Ningún rasgo de ningún animal, el cuerpo del Homo Sapiens incluido, salido de la evolución, se ha producido de golpe. En su magnífico libro “Un dinosaurio en un pajar”, Stephen Jay Gould, uno de los científicos que más a fondo ha estudiado la teoría de la evolución, describe magistralmente cómo el registro fósil permite trazar, con enorme precisión, el camino que lleva desde un pequeño mamífero terrestre del tamaño de un pony, hasta la ballena. Este proceso, de millones de años, se produce a base de pequeños cambios que se van acumulando poco a poco a lo largo de ese dilatado lapso de tiempo, dejando cada uno su huella en el registro fósil. Sin embargo, se pretende que el más insólito y radical de los cambios que se han producido en un ser vivo, la aparición de la inteligencia, se produjo de repente, sin solución de continuidad.

Tal vez sea políticamente incorrecto para un científico afirmar que la inteligencia es un regalo del Diseñador en vez de ser resultado de la evolución. Si lo hiciese se jugaría su carrera. Pero estoy seguro que si llamamos otra vez a Occam y a su tijera, la verosímil explicación anterior saldría con varios tajos. Es mucho más sencillo postular la hipótesis del regalo del Diseñador que la de esa “innovación de marras” basada en “exaptaciones combinadas por azar con pequeños cambios genéticos” para crear “algo totalmente inesperado”, el fenómeno más “insólito” que podemos observar en este mundo: la inteligencia.

Tal vez la causa de la aparición de la inteligencia sí sea importante a fin de cuentas, y debiera dedicársele el espacio y el rigor que requiere, aunque la discusión no pueda caer dentro del campo científico. Pero a Harari le parece que las causas no son importantes, así que, ¿para qué dedicarle un pensamiento crítico?

Tras esto, el resto del libro, hasta el capítulo 20, lo “leí”, en diagonal, entre líneas. No obstante, me enteré prácticamente de todo. Por supuesto, vi que había ideas interesantes, que estaba bien escrito, que podía ser un libro que se leyese del tirón, pero, como he dicho al principio, en mi escaso tiempo, no merecía el “slot” de leerlo con parsimonia. Por eso no voy a dedicar tiempo ni espacio a este largo intermezzo. Como los jugadores de bridge saben, una vez que se ha hecho la subasta, el carteo se le puede dejar al mayordomo, aunque luego vuelva a ser importante el conteo de bazas.

Así pues, el capítulo 20, titulado “El final del Homo sapiens” volvió a requerirme una lectura letra a letra. Allí se define el llamado “diseño inteligente”, refiriéndose a la inteligencia del ser humano para rediseñar la biología, la mente y, en definitiva, al ser humano. Lo que se viene llamando el “transhumanismo”. No sé si la inteligencia del hombre, por lo que ha demostrado hasta ahora, es muy fiable para confiarle esta tarea. Se me ocurren un montón de situaciones a la que nos puede llevar el transhumanismo, sujeto únicamente a la “ética” de la colocación accidental de los átomos, que podrían hacer palidecer todas las atrocidades de Hitler y Stalin juntas. Esa “ética” ya ha creado el genocidio del aborto, sin precedentes en la historia. Como veremos dentro de unas líneas, Harari también tiene sus dudas sobre la bondad de ese “diseño inteligente”. Dudas que, sin embargo, pasa flagrantemente por alto.

Sea como fuere, se analizan tres vías concurrentes hacia el tanshumanismo: la ingeniería genética, la creación de ciborgs (simbiosis entre humanos e ingenios mecánico-electrónicos) y la ingeniería de vida informática.

En el apartado “De ratones y hombres”, se lee: “Con la ingeniería genética –la ingeniería genética es tan sólo una de las tres posibilidades del transhumanismo–, se pueden producir maravillas más notables todavía [se refiere a un ratón genéticamente modificado al que le ha crecido una oreja humana en la espalda], que es la razón por la que esta plantea un cúmulo de cuestiones éticas, políticas e ideológicas. Y no sólo son los piadosos monoteístas los que ponen objeciones a que el hombre pueda usurpar el papel de Dios. Muchos ateos confesos quedan no menos aturdidos por la idea de que los científicos se calcen los zapatos de la naturaleza”. Muy cierto, muchas personas, los piadosos monoteístas entre ellos, de muy diversa ideología o creencia coinciden en denunciar los posibles excesos de la ingeniería genética y piden a gritos un código ético que lo regule.

Y lo mismo ocurre con la posibilidad de hibridar al hombre con máquinas mecánico-electrónicas o con la creación de superinteligencias artificiales autónomas. El quid del asunto está en que Harari parte de un dogma de fe que comparte con muchos de esos visionarios que necesitan pruebas empíricas para todo menos para lo que ellos piensan. Harari da como algo incontestable que un día no muy lejano la humanidad se acabará, ya que seremos todos una conciencia colectiva, incardinados en un superordenador con una suprainteligencia que será la que gobierne el mundo y que, a base de convertirnos físicamente en híbridos cuerpo-máquina, de modificar nuestra genética y de almacenar nuestros recuerdos de forma segura, alcanzaremos la amortalidad. Y eso es mucho suponer. Demasiado. Pero, si admitiésemos, sólo metodológicamente, que eso llegase a ser posible, entonces se abrirían terribles cuestiones sobre límites morales. Y como al menos una parte de eso sí llegará a ser posible relativamente pronto, el debate ético ya está abierto. Pero el problema de los límites morales arranca de lo que se crea que es la causa de la aparición de Homo sapiens. Si sólo somos la colocación accidental de los átomos, ¿en nombre de qué principio se puede poner límites éticos de cualquier tipo a este proceso? Los piadosos monoteístas y los católicos en particular, en cambio, podemos justificar esos límites –otra cosa es en dónde situarlos– en nombre de que el ser humano no es una mera colocación accidental de los átomos, sino un ser querido y creado así por ese Dios en el que creen. Un Dios que le ha dotado de libertad –a pesar del riesgo que ello pudiera comportar–, de dignidad y de una consciencia individual y personal que es suya, desarrollada en base a experiencias libremente elegidas por cada uno, aún a riesgo de equivocarse. Y que, por encima de eso, le ha dotado de una conciencia moral que hace que le repugnen, con razón –y con la razón–, determinadas conductas que no tendrían por qué repugnar a la colocación accidental de los átomos.

Pero no es una cuestión de en qué se crea o no se crea. Si no hay nadie ahí fuera y somos sólo la colocación accidental de los átomos, no existe principio ético que invocar, por mucho que Kant se afane en el imperativo categórico o el deber por el deber. En cambio, si somos seres queridos y creados por amor, como creemos los piadosos monoteístas, entonces sí hay fundamento para esa ética. Se trata de mantener la esencia de lo que somos, de lo que nuestro Artífice ha querido que seamos. Por supuesto, sean bienvenidos todos los avances en cualquiera de esos tres campos, que nos ayuden a tomar mejores decisiones y a paliar la ignorancia, el dolor, la enfermedad y el sufrimiento. Pero habría un límite moral. Éste estaría en seguir siendo lo que somos: conciencias individuales, libres y acreedoras de que se respete nuestra dignidad. Pero lo que realmente somos no depende de lo que creamos o queramos. Somos lo que somos, con independencia de lo que creamos o queramos ser. Por eso, las causas no sólo son importantes, sino que son lo más importante, y no merecían ser despreciadas en el capítulo 2. Al contrario, hubiesen merecido una profunda, seria y honesta reflexión sobre las posibles alternativas.

Porque, al final, de lo que se trata es de saber quién es Dios, si Dios o el hombre. En el apartado “La singularidad” de este capítulo 20 se dice: “Mientras que nosotros y los neandertales somos al menos humanos, nuestros herederos serán como dioses”. Y, más adelante, en el apartado “La Profecía de Frankenstein”: “Todas estas preguntas (las preguntas éticas sobre lo que se puede y no se puede hacer) son importantes, pero es ingenuo imaginar que podamos simplemente pisar el freno y detener los proyectos científicos que están transformando a Homo sapiens en un ser diferente, porque esos proyectos están inextricablemente entrelazados en el Proyecto Gilgamesh (O sea, serán tan importantes como se quiera, pero, no importa, son irrelevantes. Otra muestra del sofisma posmoderno). Preguntemos a los científicos por qué estudian el genoma o intentan conectar un cerebro a un ordenador, o intentan crear una mente dentro del ordenador. Nueve de cada diez veces obtendremos la misma respuesta estándar: lo hacemos para curar enfermedades y salvar vidas humanas. Aunque las implicaciones de crear una mente dentro de un ordenador son mucho más espectaculares que curar enfermedades psiquiátricas, ésta es la justificación típica que se da, porque nadie puede discutirla. Esta es la razón por la que el Proyecto Gilgamesh es el buque insignia de la ciencia (o sea que lo de curar enfermedades es una simple excusa. La razón la tiene el único científico de cada diez que sabe cuál es el verdadero objetivo o, peor aún, los otros nueve son hipócritas que engañan a los pobres mortales con intenciones biensonantes que encubren las atenticas). Sirve para justificar todo lo que se hace. El doctor Frankenstein está montado a hombros de Gilgameh. Puesto que es imposible detener a Gilgamesh, es imposible detener al doctor Frankenstein”.

Esclarecedora frase descriptiva de la ética de la colocación accidental de los átomos, para que nos vayamos acostumbrando. Por supuesto, el Proyecto Gilgamesh es imposible. Pero hay visionarios que lo creen realizable y deseable –Harari es uno de ellos– y que, en cualquier caso, están dispuestos a hacer todo lo necesario para hacerlo lo más real posible, sin pararse ante ingenuas barreras éticas. Y, además, obtienen fondos para ello.

Ya en el epílogo, Harari se hace y nos hace una pregunta profética: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?”. Por supuesto, es una pregunta retórica. La respuesta del propio Harari está implícita: NO, no hay nada más peligroso. Pero, una vez más, a Harari, en su contradictoria dialécica posmoderna, no le preocupa que no haya nada más peligroso. Por muy peligroso que sea, es necesario y deseable dejar que esos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren, lleven a cabo su capricho. Tal vez nos estemos avecinando al examen de Septiembre del pecado original, que suspendimos nada más tener nuestra inteligencia y que nos costó el desorden de nuestros valores y el uso tergiversado de la libertad. O tal vez sea el mismo examen que se reencuentra a sí mismo en un meandro del extraño espacio-tiempo en el que vivimos. Y, si suspendemos otra vez (o en el mismo examen  visto a la vuelta del meandro), ¿habrá tercera convocatoria (u otro meandro del espacio-tiempo)? Tal vez los piadosos e ingenuos monoteístas debamos hacer oír nuestra voz, abogando por la ética del ser diseñado por Dios, para aprobar en Septiembre (o en el próximo meandro del espacio-tiempo). Pero, claro, esa voz no será progresista, será oscurantista, según el pensamiento posmoderno.



[1] Lo anterior tiene reminiscencias del siguiente texto de Ian Tatterstall.
[…] resulta asimismo cierto que H. Sapiens constituye el protagonista de algo insólito. [...] Pese a estar rodeado de bastante confusión cuanto atañe al origen de la morfología de H. Sapiens, todo indica que se produjo en África. Quizás entre 150.000 y 200.000 años atrás. El comportamiento moderno apareció mucho más tarde. [...] Los H. Sapiens que invadieron Europa (Hace unos 40.000 años) llevaron consigo pruebas abundantes de un tipo de sensibilidad moderna sin precedentes y completamente desarrollada. [...] Más significativo es que con ellos iba el arte, del que dejaron estampa en objetos tallados, grabados y magníficas pinturas rupestres. Inscribían signos de registro en huesos y tablillas de piedra. Fabricaban instrumentos musicales de viento. Elaboraban delicados adornos personales. Enterraban a sus muertos, ofreciéndoles objetos rituales (que, además de la creencia en una vida ultraterrena, nos indican una estratificación social, porque no todas las tumbas presentan el mismo tratamiento). Sus asentamientos, muy organizados, evidencian estrategias de caza y pesca. La innovación técnica, producida antaño de forma intermitente, dejó paso a un proceso de refinamiento constante. Sin la menor duda, aquellas gentes éramos nosotros. [...] La explicación de las diferencias entre el H. Sapiens de] Europa y Oriente reside, muy probablemente en la aparición de la cognición moderna, que podemos suponer de consuno con el desarrollo del pensamiento simbólico. [...] por último, debemos considerar la aparición de algo totalmente inesperado [el pensamiento simbólico] gracias a una casual coincidencia. [...] Pero podemos afirmar que nuestro linaje pasó a disfrutar de un pensamiento simbólico desde un estado precedente no simbólico. La única explicación verosímil es que, con la llegada del H. Sapiens anatómicamente moderno, las exaptaciones previas se combinaron por azar con pequeños cambios genéticos, creando un potencial sin precedentes. […] No podemos dar por completo este relato pues los humanos anatómicamente modernos siguieron siendo arcaicos [sin pensamiento simbólico] durante mucho tiempo antes de adquirir un comportamiento moderno. [...] No podemos afirmar con seguridad en que consistió la innovación de marras. Ian Tatterstal “Homínidos contemporáneos”. Investigación y Ciencia Marzo 2000. La negrita es mía.
[2] No puedo dejar de añadir el texto completo en el que se inserta la expresión de Russell. Es, ésta también, un ejemplo de sofisma posmoderno, que señalo en negrita. El hombre es el producto de unas causas que no habían previsto los fines que están logrando; es decir, que su crecimiento, sus esperanzas y temores, sus amores y sus creencias no son otra cosa que el resultado de la colocación accidental de los átomos; que no hay fuego ni heroísmo, ni intensidad de pensamiento o sentimiento, que puedan conservar la vida individual más allá de la tumba; que todos los esfuerzos de todas las edades, toda la devoción, toda la inspiración y el brillo meridiano del genio humano, están destinados a la extinción en las grandes profundidades del sistema solar, y que todo el templo del logro de los hombres terminará inevitablemente enterrado bajo los restos del universo en ruinas [¿Qué ética cabe aquí?]. Todo esto, si no está más allá de cualquier discusión, está sin embargo tan cerca de ser cierto que ninguna filosofía que lo rechace podrá sobrevivir. Sólo con los andamios de estas verdades, sólo con los cimientos firmes del desespero inconmovible, podrá construirse de manera segura el habitáculo del alma.

6 de septiembre de 2019

¿Una inteligencia creadora? Una paráfrasis del libro Contact de Carl Sagan; La firma del artista


El otro día, zapeando por la televisión, caí en la película “Contact”, basada en la novela del mismo nombre de Carl Sagan. Sagan fue un científico escéptico, casi me atrevería a decir que ateo militante. Obsesionado con el método científico no creía en nada que no pudiese ser demostrado mediante ese método y, por tanto, no creía en Dios y, un poco al estilo en que lo hace hoy en día Richard Dawkins –aunque de una forma más sutil– pretendía transmitir a todo el mundo esta increencia. Su extraordinaria serie televisiva, “Cosmos”, que fue un éxito clamoroso en 1980, y el excelente libro del mismo título, que se hizo sobre ella, le hicieron famoso. Serie y libro, ambos magníficos, son un sutil alegato de la no existencia de Dios. Era un hombre obsesionado con la vida extraterrestre y fue uno de los impulsores del proyecto científico SETI (Search for Extra Terrestrial Inteligence). En 1985 escribió su única novela, “Contact”, llevada al cine en una magnífica película dirigida por Robert Zemickis y protagonizada por Jodie Foster y Matthew McConaughey en 1997. Sagan murió con 62 años, en 1996, a causa de una neumonía. Por muy poco no alcanzó a ver la excelente película basada su novela.

Como han pasado suficientes años, puedo hacer de spoiler de las dos, novela y película. Eleanor –Ellie– Arroway era una niña con extraordinarias dotes para la ciencia. Desde pequeña, con un modesto aparato de radio intenta establecer contacto con inteligencias extraterrestres. Su padre, Theodore –Ted– Arroway, un modesto comerciante, hace todo lo posible para fomentar en su hija esas dotes y esa afición. Pero muere de un infarto delante de su hija y esto la deja profundamente marcada. Con el tiempo, Ellie se convierte en una prestigiosa científica, totalmente obsesionada con el método científico –nada que no pueda probarse empíricamente puede ser creído–. Naturalmente, se dedica a la búsqueda de vida e inteligencia extraterrestres.

Un día capta una señal procedente de la cercana estrella Vega, a sólo 26 años luz de La Tierra[1], que es, inequívocamente de origen extraterrestre. Cuando logran descifrarla se dan cuenta de que son unas detalladísimas instrucciones para construir un ingenio con el que viajar a otras galaxias sin  moverse de la tierra. Tras muchos avatares, la máquina se construye, a un coste desorbitante, y ella es la persona que hará el “viaje”. El “viaje” consiste en que una especie de cápsula es dejada caer a través de unos discos en rápido movimiento. Dentro de la cápsula ella percibe cómo viaja a través de túneles del espacio-tiempo hasta que aparece en una paradisíaca playa. Ve venir a lo lejos una figura que, al cercarse, resulta ser su padre. Pero tras un rato de una conversación cargada de anécdotas y recuerdos de su infancia, esa figura le revela que no, que no es realmente su padre. Es una imagen holográfica tangible, con todos los recuerdos de su padre. La conversación desvela que esa imagen de su padre sabe cosas que la propia Ellie no sabe, por lo que no puede ser una simple proyección de su deseo de ver a su padre. Los seres que se pusieron en contacto con ella desde una lejanísima galaxia –Vega no era el origen de la señal, sino sólo su última escala– se llaman a sí mismos los Guardianes. En realidad son muchas civilizaciones tecnológicamente avanzadas que se pueden comunicar a lo largo y ancho de todo el universo a través de un intrincado sistema de túneles de “agujeros de gusano”[2]. Pero, ninguna de esas civilizaciones son los creadores de esa red de túneles. La primera civilización de Guardianes se la encontró ya hecha y se dedicó a usarla para reclutar otras civilizaciones que ya habían llegado a un avanzado estadio tecnológico. Los Guardianes acababan de empezar con la humanidad un largo proceso de siglos, tal vez milenios, que acabaría con el reclutamiento de la humanidad para convertirse en Guardiana. Ella era la avanzadilla de ese proceso. Habían elegido la forma de su padre para dirigirse a ella porque suponían que eso le daría paz. Pero le avisan de que deberá tener mucha paciencia. Durante un rato hablan del misterio de los desconocidos creadores de la red de canales y de cómo los Guardianes están buscando huellas suyas en el análisis del número π. Tras un rato más de amigable charla, llena de una paz inmensa, Ellie inicia el viaje de regreso.

Cuando sale de la cápsula, su sensación es que, en conjunto, ha debido pasar más o menos un día. Pero pronto se da cuenta de que todo el proceso, cuenta atrás, caída libre de la cápsula, recuperación de la misma, recogida de su persona, etc., no ha durado más que veinte minutos. Ella cuenta su experiencia, pero sólo encuentra la incredulidad de la gente que le pide pruebas que ella no puede dar. Las personas del “mundo exterior” a la máquina sólo han visto cómo la cápsula caía en caída libre los varios cientos de metros de altura para ser atrapada en el receptáculo de recogida. La cámara subjetiva que Ellie llevaba colocada en el casco había grabado, efectivamente, durante un metraje equivalente a un día y veinte minutos, pero sólo registró niebla y estaba puesta en velocidad super rápida, por lo que, efectivamente, sólo ha grabado durante veinte minutos y los campos magnéticos borraron cualquier cosa que se hubiese podido grabar. La película “Contact” acaba con la resignación y frustración de Ellie al encontrarse con la incredulidad de la gente que le pide pruebas de algo que ella sabe con absoluta seguridad que ha vivido, pero que no podrá demostrar jamás. Sin embargo, recuerda que los Guardianes le habían dicho que ella era el primer eslabón y que necesitaba una enorme dosis de paciencia. Tras una ligera declaración ante el Senado de los EEUU, le adjudican un generoso presupuesto para que pueda dedicar el resto de sus días al proyecto de investigación que desee, siempre que no cree problemas.

Así acaba la película, pero el libro continúa, y lo que se cuenta en él y no narra la película es, sin duda, lo más interesante e importante de la novela. Carece de importancia el hecho de que en ésta sean cinco las personas, de distintos países, que van en la cápsula, aunque sólo Ellie lleve cámara subjetiva. La enorme diferencia empieza porque en el libro, sobre todos los personajes, que de una forma u otra han tenido todos una experiencia como la de Ellie, pesa la sospecha de que todo ha sido un fraude urdido por ellos con un enorme coste económico y en vidas, por los muertos que ha habido en las distintas vicisitudes de la construcción de la máquina. Además existe la sospecha de posible espionaje entre los países que han contribuido a la construcción de la máquina. Todas estas cosas, en el libro, hacen que Ellie salga libre sólo al final de un tercer grado acusatorio, con limitaciones prohibitivas para poder contar lo que vio en su viaje de un día. Entre las amenazas que penden sobre ella y sobre los otros cuatro, está la de sacar un dossier, por supuesto, manipulado y distorsionado en el que se les haría pasar por desequilibrados mentales y arruinaría su carrera y su vida. Ellie permanece prácticamente enclaustrada en una jaula de oro con presupuesto para sus “absurdas” investigaciones, centradas en el número π. Está buscando en ese número, como le habían dicho los Guardianes, algo que pueda ser una prueba de que el universo está creado de acuerdo por una inteligencia superior.

El último capítulo de la novela lleva el título de “La firma del artista” y termina con el siguiente texto:

“En la mesa sobre la que descansaba el telefax había también un espejo. Allí vio a una mujer ni joven ni vieja, ni madre ni hija. No había avanzado lo suficiente para recibir ese mensaje, y mucho menos descifrarlo. Había pasado su existencia procurando establecer contacto con los seres más extraños y remotos, mientras que en la vida real no lo había logrado casi con nadie. Siempre había criticado cruelmente a los demás por crearse mitos, pero no advirtió la mentira que subyacía debajo de los propios. Toda su vida había estudiado el universo, pero nunca reparó en su mensaje más sencillo: las criaturas pequeñas como nosotros sólo podemos soportar la inmensidad por medio del amor.

Tan insistente fue la computadora en su intento por comunicarse con Eleanor Arroway, que fue casi como si transmitiera una urgente necesidad personal de compartir con ella el descubrimiento. La anomalía quedó al descubierto dentro de la aritmética en base 11, con totalidad de ceros y unos. Comparado con lo que se había recibido de Vega, eso podía ser, en el mejor de los casos, un mensaje simple, pero su importancia en el campo de la estadística era inmensa. El programa reagrupó las cifras formando una trama cuadrada, de igual número de dígitos en sentido horizontal y vertical. La primera línea era una sucesión continua de ceros, de izquierda a derecha. En la segunda aparecía un único uno, justo en el centro, con ceros a ambos lados. Luego se formó un inconfundible arco, compuesto por unos. Rápidamente se construyó una sencilla figura geométrica muy prometedora. Emergió luego la última línea de la figura, toda de ceros, también con un cero en el centro. Oculto en el cambiante esquema de las cifras, en lo más recóndito del número irracional, se hallaba un círculo perfecto, trazado mediante unidades dentro de un campo de ceros. El universo había sido creado ex profeso, manifestaba el círculo. En cualquier galaxia que nos encontremos, tomamos la circunferencia de un círculo, la dividimos por su diámetro y descubrimos un milagro: otro círculo que se remonta kilómetros y kilómetros después de la coma decimal. Más adentro, habría mensajes más completos. Ya no importa qué aspecto tenemos, de qué estamos hechos ni de dónde provenimos. En tanto y en cuanto habitemos en este universo y poseamos un mínimo talento para las matemáticas, tarde o temprano lo descubriremos porque ya está aquí, en el interior de todas las cosas. No es necesario salir de nuestro planeta para hallarlo. En la textura del espacio y en la naturaleza de la materia, al igual que en una gran obra de arte, siempre figura, en letras pequeñas, la firma del artista. Por encima del hombre, de los demonios, de los Guardianes y artífices de túneles, hay una inteligencia que precede al universo.

El círculo se ha cerrado.

Y Eleanor encontró, por fin, lo que buscaba”[3].

Impresionante final que le hace a uno preguntarse qué pasó por la cabeza de Sagan al escribir esto. Me parece que debo aclarar un poco lo de “En tanto y en cuanto habitemos en este universo y poseamos un mínimo talento para las matemáticas, tarde o temprano lo descubriremos porque ya está aquí, en el interior de todas las cosas”. Pero, claro, para ello, tengo que hablar un poco de matemáticas y estadística. Lo siento.

El número π es uno de los infinitos números llamados irracionales. Hay diferentes tipos de números. Los naturales son los enteros y positivos. No creo que requieran explicación. Luego vienen los enteros, que incluyen también los enteros negativos. A continuación vienen los números racionales, que son aquellos que pueden expresarse como una fracción, como, por ejemplo, 4/3 o 5.790.219/63.891. Evidentemente, todos estos conjuntos de números son infinitos. A continuación vienen los irracionales como π, e y otros muchos sin nombre propio, cómo, por ejemplo,  raíz cuadrada de dos o raíz de quinto orden de 7. Los números irracionales son también infinitos, pero son de un orden de infinitud superior a los racionales. Si viésemos con una superlupa la línea en la que se representan los números, y colocásemos en esa línea los racionales, veríamos que la línea estaba llena de huecos sin ocupar. Los números irracionales, en cambio, rellenan totalmente los huecos, de forma que entre dos racionales consecutivos cualesquiera, caben infinitos irracionales. Estos números irracionales tienen una peculiaridad: que jamás se puede encontrar entre sus infinitas cifras una pauta repetitiva. Por ejemplo, el número racional 5/7 es igual a 0,714285 y ya, a partir de ahí, esa pauta 714285 se repite periódicamente para siempre. Tiene infinitos decimales, pero se repiten con una pauta periódica. Esto no pasa con los números irracionales. Jamás, entre sus infinitos decimales se repite ningún tipo de pauta. Pero, al tener infinitos decimales, tarde o temprano aparecerá cualquier serie de números que podamos imaginar. Por ejemplo, la serie 926 seguro que aparece en π. Y al ser una pauta corta y fácil aparecerá pronto. De hecho, aparece de forma inmediata, ya que los primeros 7 decimales de π son 3,1415926. La secuencia 926 tiene una probabilidad de aparecer del 1/103, (1/1.000) ya que consta de 3 números, lo que quiere decir que con gran probabilidad aparecerá de forma irregular, más o menos cada 1000 cifras. Si expresásemos todo el texto de la Biblia en forma de cifras, la secuencia sería de millones de dígitos. Pongamos que la Biblia pudiese expresarse en cien millones de ellos. La probabilidad de que aparezca el texto íntegro de la Biblia sería, por tanto, 1/10100.000.000 . Esto indica que para que haya una probabilidad razonable de que aparezca habría que calcular 10100.000.000 decimales. Este es un número inconcebible, que, como veremos más adelante es absolutamente imposible de conseguir.

Calcular cifras decimales de π no es tarea fácil. Los griegos se rompieron inútilmente la cabeza con esto y hubo que esperar hasta que en el siglo XVIII el gran matemático Leonhard Euler demostrase que π podía calcularse con la siguiente serie:

 π2           1      1      1      1
--- = 1 + --- + --- + --- + --- + ………
 6            22     32     42     52

Pero el problema estriba en que para obtener las dos primeras cifras de π, 3,1, hay que sumar 100 términos, para sacar las primeras 5, es decir 3,1415 necesitamos 10.000 términos y para obtener las 8 primeras cifras, 3,1415926, es necesario sumar 100.000.000, sí 100 millones, de términos. Es decir, que mientras las dos primeras cifras necesitan 50 sumandos (100/2) por cifra decimal, las siguientes 3 se necesitan 3.300 sumandos ((10.000-100)/3) por cifra decimal y para obtener las 3 siguientes hay que añadir 33 millones de sumandos ((100.000.000-10.000)/3) por cada cifra decimal. Y eso, naturalmente requiere tiempo. Mucho tiempo. Y, además, cada cifra cuesta más esfuerzo y más tiempo, y este esfuerzo y tiempo crecen de forma exponencial. Por supuesto, desde Euler hasta aquí, se han encontrado series que permiten obtener decimales de π con mucha mayor eficiencia de cálculo. Pero, aún así, obtener muchos decimales es un problema tremendo. El algoritmo más eficiente en la actualidad es el de Alexander Yee y Shigeru Kondo. Con este algoritmo se han llegado a calcular 12 billones (millones de millones) de decimales de π. Podría pensarse que esto es mucho, y lo es, pero despreciablemente insuficiente para encontrar una determinada secuencia larga de decimales de π. Seguramente, con ordenadores cada vez más rápidos y algoritmos cada vez más eficientes, se llegarán a sacar más cifras, pero el crecimiento del esfuerzo para sacar cifras adicionales es siempre exponencial, por lo que hay un límite factible para el cálculo de decimales de π. Por supuesto, para todos los fines prácticos que se nos puedan ocurrir, bastan con 3 o 4 cifras de π, pero para encontrar en ese número la supuesta firma de una inteligencia creadora superior, como plantea Sagan, necesitamos muchísimos más. ¿Cuántos? Centrémonos en el texto de “Contact”. La figura que se describe en ese texto como la que apareció en la impresora de Ellie sería parecida la siguiente:



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Como se ve, los 1’s en rojo del cuadrado de 0’s[4] dibujan aproximadamente una circunferencia (Si se ve ovalada es porque el espaciado entre líneas es mayor que el de las columnas. Pero, aún sin considerar eso, no es una circunferencia muy buena porque el tamaño de la página me limita a un cuadrado de 49x49 “píxeles”. Pero si fuese de, digamos, 500x500, seguro que sería una circunferencia casi perfecta. Ahora bien, 500x500 son 250.000 cifras. La probabilidad de que se produzca una serie predeterminada de 250.000 cifras sería de: 1/10250.000 [5]. Para que un suceso así tuviese una probabilidad razonable de producirse habría que obtener 10250.000 decimales de π. Acabamos de ver que el record alcanzado de decimales de π es de 12 billones (millones de millones), es decir 1,2x1013. La proporción entre 1013 y 10250.000 está fuera de toda capacidad de imaginación humana. No habría tiempo en toda la vida del universo para calcular esos decimales. No habría memoria de ordenador para almacenarlos. Aunque cada uno de los átomos del universo fuese un Mega de memoria, eso no daría para almacenar ni una despreciable proporción de esos decimales. Por lo tanto, Sagan deduce en su historia –que no conviene olvidar que es una novela– que, si en unos meses de uso de un ordenador de los años 80 del siglo pasado, hubiese aparecido una pauta como la del círculo descrito, eso sería la firma clara de que el artista –la inteligencia creadora– que hizo el universo con su red de túneles del tiempo que había dejado a los Guardianes, habría querido decirnos, en lenguaje matemático, “aquí estoy YO”. Habría puesto la firma del artista. Entonces, y sólo entonces, Ellie se hubiese lanzado, armada con esa prueba, a contar al mundo su historia. Esto le lleva a Sagan a terminar su historia con: En tanto y en cuanto habitemos en este universo y poseamos un mínimo talento para las matemáticas, tarde o temprano lo descubriremos porque ya está aquí, en el interior de todas las cosas. No es necesario salir de nuestro planeta para hallarlo. En la textura del espacio y en la naturaleza de la materia, al igual que en una gran obra de arte, siempre figura, en letras pequeñas, la firma del artista. Por encima del hombre, de los demonios, de los Guardianes y artífices de túneles, hay una inteligencia que precede al universo”. Pero, no, esa prueba, que se encuentra en la novela, no se ha encontrado en el número π y, a decir verdad, no creo que se encuentre jamás.

Pero, aún sin la prueba de la firma del artista, hay millones de personas que, en la vida real, han tenido una vivencia como la de Ellie. Millones de personas –yo entre ellas– afirman, sin poder probarlo, exponiéndose a que las tomen por simples, o por locas, o a que, tal vez, las insulten, o a que, según en que país se encuentren, las maten, afirman que han tenido, que tienen de cuando en cuando, encuentros personales, que jamás podrán probar, con la divinidad y, si son cristianas, con Jesucristo. Se llama CONVERSIÓN. A algunos les ha tirado del caballo y ha hecho que su vida cambie drásticamente de la noche a la mañana. A otras les ha ido dando pequeños impulsos que les ha ido haciendo un poco mejores cada día, por supuesto, con altibajos y sin dejar de ser pecadores. Pero todas estas personas viven, vivimos, de esos flashes que nos iluminan de cuando en cuando. Los añoramos la mayor parte del tiempo y nos son dados de cuando en cuando para que vivamos de su recuerdo cierto. Repito, yo soy uno de ellos. De los segundos, ciertamente, pero de ellos. No lo puedo demostrar, pero lo sé, con más certeza de la que lo sabe Ellie en su novela. Y, no estoy solo. Somos multitud las personas, cuerdas, racionales, que nos encontramos en todos los estamentos de la sociedad, en todas las profesiones, sin distinción de raza, sexo, cultura, capacidad intelectual, edad, nacionalidad, momento histórico, etc., que lo afirmamos abiertamente. Y algunos se cuentan entre los mejores hijos de la humanidad. Como dice Sagan en su novela: Ya no importa qué aspecto tenemos, de qué estamos hechos ni de dónde provenimos”. O, como dice san Pablo: “Ya no hay distinción entre judío o griego, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Y lo más extraordinario es que, si tomamos el conjunto de los cristianos, hemos pasado de ser unos pocos cientos hace 2.000 años a más de mil millones hoy en día[6]. Sin pruebas. No las necesitamos ni para estar convencidos ni para convencer. La antorcha ha pasado y el incendio se ha extendido por el testimonio de otros y con la ayuda de los sacramentos.

Sin embargo, y aunque no necesitemos ni busquemos esa firma del Artista, muy poco después de que Sagan escribiese su novela, se encontró la rúbrica. En efecto, en 1989 apareció un libro de divulgación científica de la máxima calidad, escrito, nada menos, que por Roger Penrose[7], con el título de “La nueva mente del emperador”. En él aparece la firma. Fue un libro que se puso de moda, que muchos compraron pero que, creo, pocos leyeron y menos entendieron. Yo fui uno de los que lo leyó. A fuer de ser sincero, diré que entendí la mitad de la mitad de la mitad. Si para entender lo que dice Sagan en su libro, y yo he intentado explicar (o tal vez emborronar) en estas líneas, hace falta que poseamos un mínimo talento para las matemáticas, para entender ese libro hace falta una gran capacidad matemática de la que yo carecía y carezco. Durante 6 páginas, desde la 425 hasta la 430, ambas inclusive, Penrose se adentra en unos razonamientos matemáticos totalmente incomprensibles para mí. Pero en la página 426 plantea la pregunta con claridad. Dice: “Para iniciar el Universo en un estado de baja entropía […] el Creador debe apuntar a un volumen muchísimo más pequeño del espacio de fases. ¿Cómo de pequeña debería ser esa región para que el resultado fuera un Universo que se pareciera estrechamente al Universo en que vivimos?”. Y tras unas páginas también ininteligibles para mí, nos brinda la respuesta en la página 430: “Esto nos dice lo precisa que debía haber sido la puntería del creador: Una precisión de una parte en 10(10^123). Esta es una cifra extraordinaria. Ni siquiera podríamos escribir el número completo en la notación decimal ordinaria: sería un <<1>> ¡seguido de 10123  <<0>>s! Incluso si escribiéramos un 0 en cada protón y en cada neutrón del universo entero –y añadiésemos también todas las demás partículas– nos quedaríamos muy cortos para escribir la cifra requerida. Se puede ver que la precisión necesaria para poner al universo en su curso no es en modo alguno inferior a la extraordinaria precisión a la que ya nos habíamos acostumbrado en las ecuaciones dinámicas soberbias (las de Newton, las de Maxwell, las de Einstein) que gobiernan el comportamiento de las cosas en cada instante”. Y en la página 426 aparece la Figura 7.19 en la que se representa al Creador apuntando con una aguja y dice a pie de ilustración: “Para producir un universo parecido al que habitamos, el Creador tendría que haber apuntado a un volumen absurdamente minúsculo del espacio de fases de los universos posibles –aproximadamente 1/10(10^123) del volumen total, para la situación considerada. (¡La aguja, y el punto apuntado, no están dibujados a escala!)” [8].

Es decir, que esta firma del artista es aún más contundente de la que proponía Sagan en su novela y, lo que es más importante, ES REAL, no es una novela.

Sin embargo, tampoco esta firma prueba nada. Contra ella se alza la teoría del multiverso. Esta teoría afirma que de un “caldo cósmico” eterno e increado, han aparecido y aparecerán, en la eternidad de su existencia, infinitos universos. De esos infinitos universos habrá infinitos que no tendrán la posibilidad, como tiene el nuestro, de hacer aparecer ninguna ley física ni planetas, ni estrellas, ni galaxias, ni, menos aún, Newtons, Maxwells o Einsteins que descubran el funcionamiento de esas inexistentes leyes en esos universos. Pero habrá, igualmente, otros infinitos universos en los que sí haya todas estas cosas. Incluso, entre estos infinitos universos habrá infinitos EXACTAMENTE IGUALES AL NUESTRO, en el que YO MISMO, estoy escribiendo ESTAS MISMAS LÍNEAS. ¿Podría ser esto cierto? Podría. Pero lo que no es, de ninguna manera, es una teoría científica, puesto que descubrir la existencia de ese “caldo cósmico” o esos universos paralelos es imposible empíricamente y, por lo tanto, todos, el caldo y sus supuestos universos, caen fuera de lo que puede ser considerado ciencia. Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a imaginar y defender cualquier teoría. A lo que no se tiene derecho es a colocar bajo el paraguas del prestigio de la ciencia lo que no lo es. Más aún. Sin que esto sea, ni mucho menos, una prueba científica de que la teoría del multiverso es falsa, lo cierto es que no soporta la prueba de la navaja de Occam.

Pero oigamos la voz autorizada de Dieter Lüst, profesor de física matemática y teoría de cuerdas en la Universidad Ludwig Maximilian y director del Instituto de física Max Plank[9]. Dice: “Pero, ¿cómo es posible que haya físicos que, sin crítica alguna, renuncien a aplicar el criterio de falsabilidad exigido por Karl Popper a toda la física? ¿Cómo pueden tomar en serio conclusiones a las que sólo se llega mediante el formalismo matemático y nunca a través de la observación de la naturaleza? La respuesta reside, sobre todo, en la enorme potencialidad de la teoría”. […]. “Sin embargo cada vez se alzan más voces críticas. Desde luego, quien no renuncie al principio de falsabilidad de Popper, nunca podrá comulgar con la teoría de cuerdas. [...] Sin embargo, la teoría carece de toda demostración de la existencia de esos mundos adicionales. Es por ello que sus detractores acusan a la teoría del multiverso de hacer, más que física, metafísica”. […] “... los físicos han de preguntarse si es lícito hablar de ‘ciencia’ cuando una teoría no hace predicciones unívocas, ni contrastables, ni falsables”. […] “Los ataques más feroces a la teoría de cuerdas se lanzan contra sus afirmaciones indemostrables acerca de un número indeterminado de universos. [...] A este respecto, la comunidad científica se ha dividido en tres corrientes de opinión. Una de ellas rechaza por principio la idea del multiverso. Sus partidarios creen en un único universo real que debe quedar descrito por una única teoría. David Gross, premio Nobel y descubridor de dos de las cinco teorías de cuerdas en 10 dimensiones, dijo una vez: ‘¿La idea del paisaje (el paisaje es como se llama al espacio de los infinitos universos)? ¡La odio! ¡Nunca os rindáis ante ella!’ Otro grupo de físicos acepta que existan varias posibilidades de describir un universo, pero considera dichas reflexiones un mero divertimento matemático. Sus defensores buscan un principio de selección que privilegie a nuestro universo frente a las diversas soluciones de la teoría de cuerdas. [...] Por último, existe un tercer grupo que acepta la idea de una multitud de universos como algo que en realidad existe”[…]  “Parece que debemos concluir que la búsqueda de una ‘teoría del todo’ [...] ha sido demasiado ingenua. Diríase que la teoría de cuerdas predice todo y, como corolario de ello, nada al mismo tiempo”.

No obstante, la sola posibilidad, por remota que tal vez pudiera ser, de que la teoría del multiverso pueda ser cierta, hace que la firma del artista de Penrose no se pueda considerar prueba absoluta de que haya un autor del universo. No me importa. Me extrañaría mucho que Dios quisiese que se le pudiese demostrar. ¿Dónde quedaría nuestra libertad para creer o no creer si Él se dejase “demostrar”? ¿Puede caber lo eterno e infinito en una demostración dentro del estrecho campo de una mente de tres dimensiones? Los flashes de los encuentros, sin pruebas, mueven montañas. La recíproca no es cierta. La prueba, aunque la hubiera, sin el encuentro, no sería sino un frío y estéril razonamiento. Lo que Dios quiere es que los seres humanos le experimentemos, nos convirtamos libremente a Él y paguemos con amor su Amor. “Las criaturas pequeñas como nosotros sólo podemos soportar la inmensidad por medio del amor”, nos recuerda Sagan. Eso es lo que millones de personas han intentado hacer de muchas maneras, desde que el hombre existe sobre la faz de la Tierra. Eso es lo que muchos intentamos hoy, sin la menor necesidad de pruebas. A diferencia de la Ellie de la novela de Sagan, no nos importa que muchos no nos crean. No tenemos que esperar ninguna prueba para contar lo que hemos vivido. No obstante, tenemos lo que, sin pruebas, pero de forma plausible, creemos que es el mensaje del Creador. Se llama la Biblia –esa que se encuentra sólo después de 10100.000.000 de decimales de π– y la figura histórica de Jesucristo –la inteligencia o, si se quiere, el Logos, encarnado–. ¡Seguiremos pasando la antorcha!



[1] Nuestra Galaxia, la Vía Láctea tiene 100.000 años-luz de diámetro, con 200.000 millones de estrellas y es una de las más de los 100.000 millones de galaxias que se extienden hasta un horizonte de 15.000 millones de años-luz. Por tanto, una estrella que esté a 26 años luz es una vecina muy próxima.
[2] Los “agujeros de gusano” son objeto de debate entre científicos serios. Los hay que dicen que, según las leyes de la relatividad general son posibles y los que dicen que no. Pero es una discusión seria, no de ciencia ficción. Son eso, túneles que, de existir, permitirían, al menos en teoría, viajes instantáneos a través del espaco-tiempo.
[3] La cursiva es del texto de la novela.
[4] El hecho de que para trazar esa figura con los decimales de π, aparezcan sólo 1’s y 0’s, no se debe a que se esté usando un código binario en el que sólo haya estos dos dígitos. Podría aparecer en cualquier posición cualquier cifra entre 0 y 9. Es la “improbabilísima casualidad” que se puede producir en esa serie de números la que hace que aparezcan sólo 1’s y 0’s y en esa disposición tan especial.
[5] Hago caso omiso de lo que dice Sagan de que los decimales de π se producían en un sistema de numeración de base 11. Si fuera así, la probabilidad sería de 11250.000 o, lo que es lo mesmo de 1/10260.348. Poco importa.
[6] Aunque, ciertamente, de los mil millones de cristianos, sólo una minoría ha tenido esos flashes. Por supuesto, no porque esa minoría sea especial, sino, tal vez porque se han entrenado en esa búsqueda imitando el ejemplo de otros que la habían tenido antes.
[7] Roger Penrose es un científico inglés, del máximo prestigio, descubridor, junto con Stephen Hawking, de los agujeros negros. Es, hasta donde yo sé, ateo. Es decir, no escribe lo que digo a continuación con ningún afán apologético, sino desde un punto de vista estrictamente científico. Así pues, cuando habla del Creador (con mayúscula), lo hace de forma alegórica, no desde la fe. Pero sus conclusiones son las que son.
[8] La edición que sigo al citar las páginas es la de Mondadori de 1991.
[9] “¿Es la teoría de cuerdas una ciencia?”, Dieter Lüst, Investigación y Ciencia Septiembre 2010.