25 de octubre de 2019

HARTO del procés


Estoy HARTO. Completamente HARTO de Cataluña y de la mierda del procés. Estoy HARTO hasta donde le llega el agua al pescador de camarones cuando le sube la marea al que pesca quisquillas con el agua por las rodillas, como dice el viejo chiste de Jaimito. Oigo argumentos muy convincentes y con los que estoy de acuerdo, que explican de mil maneras por qué la defensa de la Constitución es la garantía de la convivencia. Estoy totalmente de acuerdo con ellos, pero creo que son perfectamente inútiles. No basta con defender la Constitución, hay que aplicarla, con los medios que ella misma brinda. Cataluña es una desgracia sin solución. Es el hijo envidioso y torticero que una familia numerosa puede tener la desgracia de que le salga. Da igual cuanta deferencia se tenga con él. Da igual que, debido a su envidia, se le dé más que a sus hermanos. Todo da igual. Siempre dirá que a él se le trata peor, que se le da menos, que se le quiere menos, que se le discrimina, etc., etc., etc. Ningún razonamiento, ningún hecho objetivo le hará bajarse del burro. Lo único que cabe hacer, una vez llegado al agotamiento y el hartazgo, es darle la razón y empezar a tener con él menos detalles que con el resto de sus hermanos, a ver si por defecto, ya que no ha sido posible por exceso, se da cuenta de que sus quejas eran injustas. Esto que digo debe ser muy difícil de hacer con un hijo. Pero no lo es tanto para una región. Y eso es lo que está pasando con Cataluña. Se inventan una historia que nunca ha existido, una represión que nunca ha existido, una discriminación negativa que nunca ha existido, aunque sí haya existido la discriminación positiva, y un larguísimo etcétera de agravios imaginarios. Y esto no es desde hace cuarenta años, no. Es desde hace siglos. Al menos desde no se sabe qué inexistentes afrentas hubo con ellos en la guerra de sucesión española allá por los albores del siglo XVIII. Pero, no, eso es mucho más tardío. Al menos –y posiblemente antes– en tiempos de Juan II de Aragón, padre de Fernando el Católico, antes de que se produjese la unión de Aragón y Castilla, ya estaban los catalanes tocando las pelotas a su rey por supuestas afrentas. Afrentas inexistentes que tienen anotadas en su memoria enferma. No en vano, Ortega y Gasset, allá por 1932, en la República, cuando se discutía el Estatuto de Cataluña, decía:

“Se nos ha dicho: «Hay que resolver el problema catalán y hay que resolverlo de una vez para siempre, de raíz. La República fracasaría si no lograse resolver este conflicto que la monarquía no acertó a solventar».

[…]

¿Qué es eso de proponernos conminativamente que resolvamos de una vez para siempre y de raíz un problema, sin parar en las mientes de si ese problema, él por sí mismo, es soluble, soluble en esa forma radical y fulminante? ¿Qué diríamos de quien nos obligase sin remisión a resolver de golpe el problema de la cuadratura del círculo? Sencillamente diríamos que, con otras palabras, nos había invitado al suicidio.

   Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles.

[…]

Digo, pues, que el problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo, y que a fuer de tal, repito, sólo se puede conllevar.

   ¿Por qué? En rigor, no debía hacer falta que yo apuntase la respuesta, porque debía ésta hallarse en todas las mentes medianamente cultivadas. Cualquiera diría que se trata de un problema único en el mundo, que anda buscando, sin hallarla, su pareja en la Historia, cuando es más bien un fenómeno cuya estructura fundamental es archiconocida, porque se ha dado y se da con abundantísima frecuencia sobre el área histórica. Es tan conocido y tan frecuente, que desde hace muchos años tiene inclusive un nombre técnico: el problema catalán es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista.

[…]

¿Qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento de entorno vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades. Mientras éstos anhelan lo contrario, a saber: adscribirse, integrarse, fundirse en una gran unidad histórica, en esa radical comunidad de destino que es una gran nación, esos otros pueblos sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de quedar fuera, exentos, señeros, intactos de toda fusión, reclusos y absortos dentro de sí mismos.

[…]

En cambio, el pueblo particularista parte, desde luego, de un sentimiento defensivo, de una extraña y terrible hiperestesia frente a todo contacto y toda fusión; es un anhelo de vivir aparte. Por eso el nacionalismo particularista podría llamarse, más expresivamente, apartismo o, en buen castellano, señerismo.

[…]

Pues bien; en el pueblo particularista, como veis, se dan, perpetuamente en disociación, estas dos tendencias: una, sentimental, que le impulsa a vivir aparte; otra, en parte también sentimental, pero, sobre todo, de razón, de hábito, que le fuerza a convivir con los otros en unidad nacional. De aquí que, según los tiempos, predomine la una o la otra tendencia y que vengan etapas en las cuales, a veces durante generaciones, parece que ese impulso de secesión se ha evaporado y el pueblo éste se muestra unido, como el que más, dentro de la gran Nación. Pero no; aquel instinto de apartarse continúa somormujo, soterráneo, y más tarde, cuando menos se espera, como el Guadiana, vuelve a presentarse su afán de exclusión y de huida.

[…]

Y así, por cualquier fecha que cortemos la historia de los catalanes encontraremos a éstos, con gran probabilidad, enzarzados con alguien, y si no consigo mismos, enzarzados sobre cuestiones de soberanía, sea cual sea la forma que de la idea de soberanía se tenga en aquella época: sea el poder que se atribuye a una persona a la cual se llama soberano, como en la Edad Media y en el siglo XVII, o sea, como en nuestro tiempo, la soberanía popular. Pasan los climas históricos, se suceden las civilizaciones y ese sentimiento lacerante, doloroso, permanece idéntico en lo esencial. Comprenderéis que un pueblo que es problema para sí mismo tiene que ser, a veces, fatigoso para los demás […]. Comprenderéis, pues, que si esto ha sido un siglo y otro y siempre, se trata de una realidad profunda, dolorosa y respetable; y cuando oigáis que el problema catalán es en su raíz, en su raíz –conste esta repetición mía–, cuando oigáis que el problema catalán es en su raíz ficticio, pensad que eso sí que es una ficción.

[…]

¿Quiere decir, por lo pronto, que todos los catalanes sientan esa tendencia? De ninguna manera. Muchos catalanes sienten y han sentido siempre la tendencia opuesta; de aquí esa disociación perdurable de la vida catalana a que yo antes me refería. Muchos, muchos catalanes quieren vivir con España. […] lo he dicho porque es la pura verdad, porque, en consecuencia, conviene hacerlo constar y porque, claro está, habrá que atenderlo”.

Podría seguir espigando frases de ese discurso, pero, ¿para qué? Ya he dicho que estoy HARTO. De hecho, no sé ni por qué me embarco en escribir esto. No obstante, algo me lleva a seguir citando, esta vez a Henri Bergson:

“Si se han podido construir sólidamente en los tiempos modernos grandes naciones es porque la coacción, fuerza de cohesión que se ejerce desde fuera y desde arriba sobre el conjunto, ha cedido puesto poco a poco a un principio de unión que asciende desde el fondo de cada una de las sociedades elementales que forman parte del conjunto, es decir, desde la región misma de las fuerzas disociadoras a las que hay que oponer una resistencia ininterrumpida. […] el patriotismo es virtud […] que puede teñirse de misticismo pero que no mezcla su religión con ningún cálculo utilitario, que se extiende en un gran país y levanta una nación, que atrae hacia sí lo mejor que hay en las almas. En fin, el patriotismo que se ha ido formando lenta, piadosamente, con los recuerdos y esperanzas, con la poesía y amor, con un poco de todas las bellezas morales que hay bajo el cielo, como la miel con las flores. Era necesario un sentimiento tan elevado, imitación del sentido místico, para vencer a un sentimiento tan profundo como el egoísmo de la tribu[1].

Me he permitido resaltar algunas frases de estas citas. ¿Qué significa “conllevar” el problema catalán? ¿Acaso seguir mimándoles para que nos escupan a la cara los mimos? De ninguna manera. Más arriba he dicho cómo creo que había que actuar con un hijo aquejado de ese particularismo. También he dicho que actuar así con un hijo debe ser muy difícil, pero no tanto con una región. Si se ha mimado a Cataluña siempre por encima de otras regiones, ha llegado el momento de ponerla en su sitio. ¿Cómo? Con la ley, naturalmente. Aplicando el artículo 155 sine die. ¿Hasta cuándo? Hasta que se produzca un cambio de ciclo de los que habla Ortega: según los tiempos, predomine la una o la otra tendencia y que vengan etapas en las cuales, a veces durante generaciones, parece que ese impulso de secesión se ha evaporado y el pueblo éste se muestra unido, como el que más, dentro de la gran Nación”. Cuando se ha aplicado anteriormente el 155 se ha hecho tímidamente. Creo que fue necesario que se hiciese así porque no había precedente y porque el consenso de los partidos constitucionalistas sobre este precedente estaba limitado a un mínimo y creo que era conveniente este consenso en su primera aplicación. Ahora ya hay un precedente, no es la primera vez. Cuando digo un 155 sine die, me refiero a un 155 que finalice cuando acaben los efectos de la ideologización tribal de la enseñanza y los medios de comunicación pública. Pero no que perjudique económicamente a Cataluña bajo ningún concepto. Porque, como decía Ortega con mucha razón muchos catalanes sienten y han sentido siempre la tendencia opuesta; de aquí esa disociación perdurable de la vida catalana a que yo antes me refería. Muchos, muchos catalanes quieren vivir con España. […] lo he dicho porque es la pura verdad, porque, en consecuencia, conviene hacerlo constar y porque, claro está, habrá que atenderlo. No se puede dejar a estos catalanes que quieren vivir con España, que son y se sienten españoles, abandonados a su suerte. De hecho, es el separatismo el que está labrando el desastre económico para todos los catalanes. Por lo tanto, con únicamente la medida del 155 sine die, la situación económica de una Cataluña sin un Gobierno eficiente, dejaría de ir al desastre. Además el 155 sine die sería ponerse claramente y sin equidistancias mentirosas, del lado de los catalanes que se sienten España y apoyarles abiertamente contra la discriminación de la que son objeto. Por si alguno no recuerda el texto de este artículo, lo reproduzco:
1.    Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
2.    Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.

¿Se puede dudar de que la Comunidad Autónoma catalana no cumple con las obligaciones que la Constitución u otras leyes le imponen y de que está actuando de forma que atenta gravemente al interés general de España? No creo que quepa esta duda. Y el artículo no habla de plazos ni de otras limitaciones para su aplicación que lo que ya está pasando. Por lo tanto, defendamos la Constitución aplicándola, no con bla, bla, bla.

Pero, ¡ay!, me temo que las fuerzas constitucionalistas tampoco van a tener un consenso. Y esto me hace estar todavía más HARTO. Porque nos encontramos con una izquierda que no se sabe –ni ella tampoco sabe– muy bien a qué juega. Con un PSOE que ya en su interior padece un desdoblamiento de la personalidad con un PSC equidistante y ambiguo. Más ambiguo todavía que su matriz, lo que ya es mucho decir. Porque el PSOE, y toda la izquierda en general, al menos desde hace muchos años, es culpable de haber dinamitado la mística de España. Ya en democracia, ya llevada a cabo la transición, han identificado durante decenios el uso de la bandera constitucional de España con actitudes fascistas, y han hecho gala de la bandera republicana en todos sus mítines durante décadas. Han desacreditado la hazaña española en América, haciéndose cómplices de la leyenda más negra y falsa sobre esta gesta. Han fomentado estatutos de autonomía totalmente anticonstitucionales que sólo el recurso al Constitucional ha permitido descafeinar, etc., etc., etc. Ahora dicen que aman a España pero me permito dudar de ello. Eso en cuanto al PSOE. Pero, ¿qué decir de Podemos, que apoya abiertamente un referéndum en Cataluña como muestra del ejercicio de la democracia? Es muy fácil liberar las fuerzas de la división para luego lamentarse. Pero una vez liberadas, ya no hay quien las recoja y alguien es responsable de esa “liberación” aunque, como dice el refrán “tire la piedra y esconda la mano”. Es perfectamente aplicable a esto la frase que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio, en su tragedia “Julio César”, cuando tras arengar a la plebe de Roma para que se lance a la destrucción y al vandalismo por el asesinato de César, dice:

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Nunca, nunca! ¡Venid! ¡Salgamos! ¡Salgamos! ¡Queremos su cuerpo en el sitio sagrado e incendiaremos con teas las casas de los traidores! ¡Recoged el cadáver!
CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Id en busca de fuego!
CIUDADANO TERCERO. — ¡Destrozad los bancos!
CIUDADANO CUARTO. — ¡Haced pedazos los asientos, las ventanas, todo!
(Salen los CIUDADANOS con el Cuerpo.)
MARCO ANTONIO. — ¡Ahora, prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!

Y, luego, un poco más tarde, en las calles de Roma:

Entra CINA el poeta. (Este Cina no es el mismo que el conspirador asesino de César. Pero, ¡qué más le da a la chusma lanzada al pillaje!). Este texto entre paréntesis es mío.
CINA. — Esta noche he soñado que estaba en un festín con César, y siniestros presagios atormentan mi imaginación. No tengo deseo de salir de casa, y, sin embargo, un algo desconocido me impulsa.
(Entran CIUDADANOS.)
CIUDADANO PRIMERO. — ¿Cuál es vuestro nombre?
CIUDADANO SEGUNDO. — ¿Adónde vais?
CIUDADANO TERCERO. — ¿Dónde vivís?
CIUDADANO CUARTO. — ¿Sois casado, o soltero?
CIUDADANO SEGUNDO. — Responded a cada uno inmediatamente.
CIUDADANO PRIMERO. — Y brevemente.
CIUDADANO CUARTO. — Y sensatamente.
CIUDADANO TERCERO. — Y francamente, os trae cuenta.
CINA. — ¿Cuál es mi nombre? ¿Adonde voy? ¿Dónde vivo? ¿Si soy casado o soltero? ¿Y luego responder a cada uno inmediatamente y brevemente, sensatamente y francamente? Pues, sensatamente, digo que soy soltero.
CIUDADANO SEGUNDO. - ¡Eso es tanto como decir que los que se casan son imbéciles Temo que eso os va a costar un golpe. Prosigue, inmediatamente.
CINA. — Inmediatamente, voy a los funerales de César.
CIUDADANO PRIMERO. — ¿Como amigo, o como enemigo?
CINA. — Como amigo.
CIUDADANO SEGUNDO. — Ese punto está contestado inmediatamente.
CIUDADANO CUARTO. — Ahora, vuestra residencia, Brevemente.
CINA. — Brevemente, resido cerca del Capitolio.
CIUDADANO TERCERO. — Vuestro nombre, señor, francamente.
CINA. — Francamente, mi nombre es Cina.
CIUDADANO PRIMERO. — ¡Desgarradle en pedazos! ¡Es un conspirador!
CINA. — ¡Soy Cina el poeta! ¡Soy Cina el poeta!
CIUDADANO CUARTO. — ¡Desgarradle por sus malos versos! ¡Desgarradle por sus malos versos!
CINA. — ¡No soy Cina el conspirador!
CIUDADANO CUARTO. — ¡No importa, se llama Cina! ¡Arrancadle solamente su nombre del corazón y dejadle marchar!
CIUDADANO TERCERO. — ¡Desgarradle! ¡Desgarradle! ¡Vengan teas! ¡Eh! ¡Teas encendidas! ¡A casa de Bruto! ¡A casa de Casio! ¡Arda todo! ¡Vayan algunos a casa de Decio, y otros a la de Casca, y otros a la de Ligario! ¡En marcha! ¡Vamos!

¡Impresionante Shakespeare!

También son aplicables este pasaje y la responsabilidad de esta violencia a el impresentable de Joaquín Torra y sus secuaces que, tras recomendar a los CDR’s que aprieten, ahora dice que esa violencia callejera destructiva no representa al movimiento independentista. ¿A quién representa entonces? ¿Al Rey? ¿A los catalanes que se sienten españoles? ¿A alguien que pasaba por allí? ¿A mi tía Federica? Cuando uno siembra vientos y recoge tempestades no se puede echar la culpa más que al sembrador de los mismos.

Por todo esto, estoy HARTO de palabrería, repetida por periodistas tertulianos que también tienen su parte de responsabilidad, con la que puedo estar de acuerdo en su contenido pero no en su utilidad. Palabrería que, además, acaba diciendo que hay que dialogar para encontrar una solución política. ¿Diálogo sobre qué para llegar a qué solución política? ¿Dejarles hacer un referéndum de autodeterminación a ellos solitos? ¿Dialogar sobre la forma de llevarlo a cabo? O, ¿qué? Porque si algo está claro a estas alturas de la película es que a los independentistas no hay ningún grado de autogobierno que les baste? Todo lo que se les dé, servirá tan sólo para azuzar su hambre. Sólo el 155 sine die puede permitir que conllevemos el problema catalán, ya que, como decía Ortega, no tiene solución política. Ninguna. Cero.


[1] H. Bergson. Las dos fuentes de la moral y la religión. Ed. Tecnos, Madrid 1996, pag. 352-353

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