La
semana pasada fui a ver, porque me la habían recomendado calurosamente, la
película “Vida oculta” del director Terrence Malick. Hace años había visto otra
película suya; “El árbol de la vida”. Me pareció una de una estética
sobrecogedora, pero de una lentitud exasperante y de una longitud excesiva.
Salí del cine bastante desesperado. Pero, después, rumiandola, me empezó a
seducir por sus valores y por su planteamiento del perdón y de la belleza de la
vida eterna, en la que todo se recuperaba purificado. Tanto es así que me
consta que me ha influido en alguno de los pasajes de mi novela “El largo y
tortuoso camino”. Por eso, ante la recomendación de “Vida oculta”, tenía
sentimientos encontrados. A una parte de mí le daba una pereza mortal ver otra
larga película lenta. Pero a la otra parte le interesaba ver qué mensaje
transmitía esta película de la que sabía vagamente que trataba del heroísmo de
un sencillo campesino, padre de familia, de algún país ocupado por el Tercer
Reich en la Segunda Guerra Mundial. La duda de si ir o no ir a ver la película quedó
resuelta cuando mi mujer me dijo: “Me apetece mucho ir a ver ‘Vida oculta’,
¿cuándo vamos?” Naturalmente, fuimos ese mismo día. Yo iba con la aprensión de
qué iba a pasar. No sé si en estos años, no muchos, desde que vi “El árbol de
la vida” he sido yo el que he cambiado o el cine de Malick o ambos, pero el
hecho es que, siendo una película larga y lenta, no me pareció ni lo uno ni lo
otro.
Aunque
no es una película de la que se pueda hacer spoiling, quien quiera ir a verla,
cosa que recomiendo fervientemente, tal vez no debería seguir leyendo. O tal
vez sí. Pero si decide que no quiere leer lo que sigue antes de ver la película,
lo que sí le recomiendo, con toda la capacidad de convencimiento que pueda
tener, es que lea estas líneas después de verla. ¡Ah!, y es una película que
sólo puede verse en el cine.
Desde
el primer minuto la película me envolvió en su historia y su estética. Porque
eso, sí la estética seguía siendo, como en “El árbol de la vida”, de una belleza sobrecogedora,
en claro contraste con la horrible historia que narraba, que era también
sobrecogedora por lo terrible. Cada disparo de cámara era deslumbrante y muchos
diálogos o, más bien, reflexiones en off, porque diálogos hay pocos, eran de
una profundidad impresionante.
La
película está basada en hechos reales. La historia real tiene su origen en el
plebiscito que se hizo en Austria en 1938 sobre su anexión a Alemania. Este plebiscito se produjo el 10 de Abril de
1938, casi exactamente un mes después de que las tropas Nazis hubiesen entrado
a una Austria previamente sometida al terror por las paramilicias nazis
autóctonas. A los pocos días de la ocupación se había detenido a unas 70.000
personas, por sus adscripciones políticas o por ser judíos. Por supuesto, el
plebiscito fue una burla contra la democracia. Parece que no hubo pucherazo en
el recuento de votos. No fue necesario. Lo de menos es que se hubiese prohibido
la propaganda para el NO. Pero el voto no era secreto y las papeletas se
entregaban abiertas, con la respuesta claramente visible, a los oficiales del
ejército alemán que los introducían en las urnas. El censo electoral dejó fuera
a un 10% de los votantes, mayoritariamente de izquierdas y judíos. Con todo
esto, el resultado del escrutinio arrojó en toda Austria un 99,73% de votos
favorables a la anexión. Pero es significativa la anécdota de que en el pueblo
de Innervillgraten, en el Tirol, donde la votación se produjo en ausencia del
ejército alemán, el porcentaje de votos negativos a la anexión fue del 95%.
La
película es la historia de un granjero austríaco, Franz Jägerstätter, que vive,
en los años de la Segunda Guerra Mundial, en una pequeña aldea rural de la Alta
Austria, St Radegund, casado y con tres niñas. Se había casado con Franziska Schwaninger, Frika, en 1936. Frika
era una católica convencida y, a raíz de su matrimonio, Franz abrazó el
catolicismo y se adentró cada vez más profundamente en su fe. Aunque
esto no se cuenta en la película, Franz fue el único en su pequeña aldea que
votó en contra de la anexión de Austria al Tercer Reich. A partir de ese
momento, y eso es lo que se refleja en la película,
Franz
quedó señalado como antinazi. La gente del pueblo, tal vez viendo reflejada su
cobardía en la valiente actuación de su vecino, va generando una creciente
animadversión hacia él. Alrededor del matrimonio y sus hijas, así como la madre
de Franz y una hermana de Frika, que viven con ellos, se va formando un círculo
de desprecio primero, que poco a poco se va transformando en hostilidad. Franz
es llamado a filas para alistarse en el ejército alemán en Junio de 1940. Pasa con
reluctancia un periodo de entrenamiento militar pero ante la carencia de
granjeros y la necesidad de producción de alimentos, le mandan otra vez a su
aldea en 1941. En ese tiempo, su mujer, que ha estado sola, ha tenido que
sufrir el desprecio y la marginación de sus vecinos. Cuando vuelve, Franz encuentra
consuelo en la parroquia del pueblo, donde ejerce como sacristán, bajo la
protección del párroco. Poco a poco se da más y más cuenta de las atrocidades
del régimen nazi. Expresa sus inquietudes al párroco. Pero la Iglesia de
Austria tiene un comportamiento bastante cobarde ante la situación. El sacerdote,
ante la insistencia de Franz, le organiza una entrevista con su obispo que le
dice que no se haga preguntas y que acepte el statu quo, como la Iglesia lo ha
aceptado. Franz sale enormemente decepcionado de esta entrevista y sigue su
creciente animadversión hacia el régimen, que no exterioriza pero que no pasa
desapercibida a sus vecinos que estrechan más y más el círculo. Franz se libra
de las levas por su condición de granjero y por el servicio que presta en su
parroquia.
Pero
el 23 de Febrero de 1943, le llaman a filas. Esta vez no se trata de un
entrenamiento, sino que va a ir al frente, por lo que el 1 de Marzo tiene que
hacer un juramento de lealtad al Führer. Todos en su regimiento lo hacen, menos
él, que se niega. Por supuesto es inmediatamente detenido. De nada le sirve pedir
que le destinen como auxiliar a un hospital, en donde no tendría que hacer el
juramento. Le encarcelan en la prisión de Linz y el 4 de Mayo es llevado a la
prisión de Berlín, acusado de traición y con la petición de la pena de muerte. Su
estancia en la prisión es terrible. Sufre palizas tremendas y humillaciones espantosas.
Todos los que están allí esperan o han sufrido juicio por traición y todos los
juzgados son condenados a muerte en la guillotina. Muchos de los presos son
enfermos mentales o personas con alguna minusvalía psíquica que sufren el plan
de eugenesia nazi. No obstante, allí encuentra a un compañero que está en su
misma situación con el que entabla una amistad. Cada día hay sacas de varios
que van a la guillotina. Recibe la visita del párroco que le insta a que firme
un documento en el que haga el juramento. El párroco argumenta que a Dios no le
importa lo que diga con sus labios, sino lo que tenga en el corazón. Pero él se
niega obstinadamente a firmar.
Mientras
tanto, en su pueblo, su mujer y sus hijas son cruelmente discriminadas. Frika y
su hermana tienen que trabajar como mulas, algunos del pueblo les roban
impunemente lo que sacan de la tierra con su trabajo sin que ellas puedan
acudir a nadie en su defensa. Hasta su suegra la llena de reproches, culpándole
de la obstinación de su hijo por su conversión al catolicismo. Ella va a Berlín
a interceder por su marido, pero, naturalmente, es totalmente inútil y ni
siquiera consigue ser escuchada.
A
Franz le asignan un abogado, que es un hombre de buena voluntad e intenta
salvarle por todos los medios diciéndole que si firma el juramento, él podría conseguir,
aunque ponga en riesgo su carrera, que le manden como auxiliar a un hospital.
Todo en vano. Por fin, el 6 de Julio es condenado a muerte por un tribunal
militar. Incluso el presidente del tribunal militar pide tener una conversación
a solas con él en la que le insta a firmar. Le habla, casi paternalmente, de la
inutilidad de su obstinación que no será conocida jamás por nadie. Le espeta si
cree ser mejor que él. Franz le contesta que él no juzga a nadie, que cada uno cumple
con su papel en la vida y que el suyo es mantenerse firme contra el mal, pase
lo que pase y sean cuales sean las consecuencias. El militar se queda pensativo
en actitud introspectiva. Lo que no impide que un momento más tarde dicte, con
voz tonante, la condena a muerte.
Tras
la condena, su mujer pide ir a verle a la prisión. El abogado consigue la
visita y va acompañada por el sacerdote del pueblo. Esta vez el argumento del párroco
cambia. Le dice que firme, aunque sólo sea por su mujer y sus hijas, para no
dejarlas en la indigencia. Que Dios no quiere el sacrificio de ellas. El
abogado, a su vez, le habla, como hizo el presidente del tribunal, de la
inutilidad de su sacrificio. le dice que de qué sirve su obstinación si nadie
se va a enterar de su negativa a jurar ni de su juramento. Le asegura que, en
cambio, con sólo firmar, él podría hacer que la sentencia se revocase y
volviese a ser libre en un hospital. Él parece dudar y le pregunta a su mujer qué
piensa. Ella le dice que, haga lo que haga, ella estará a su lado. Y él no
consiente en firmar el documento.
El
día 9 de Agosto de 1943, justo un año después de la muerte de Edith Stein,
gaseada en Auschwitz, el 9 de Agosto de 1942, Franz fue guillotinado.
¿Casualidad? ¿Existe la casualidad? ¿Existe la casualidad? Gotthold –que
significa sostenido por Dios– Lessing escribió: “La palabra casualidad es
una blasfemia; nada bajo el sol sucede por casualidad”. Por supuesto, cada
uno puede pensar lo que quiera.
Hasta
aquí la historia. A mí me gusta mucho –quizá demasiado– contar las historias
con claridad cronológica de los acontecimientos. La película no cae en eso.
Aunque vamos viendo cómo se suceden las cosas, no es una narración. Es más bien
una profundización intimista, con uso de la voz en off del pensamiento. Nos
enseña la creciente presión social del pueblo, el círculo de muerte que se va
cerrando sobre Franz, pero no se centra en la narración, de la que sólo da
pinceladas, sino en su lucha interior y la de su mujer. Nos va introduciendo en
la horrible noche oscura que se va cerniendo sobre ellos. En el inconmensurable
misterio del aparente silencio de Dios. Pero siempre, al fondo, más fuerte, el
abandono en su voluntad, la confianza en que todo tiene un sentido oculto que
no podemos ver y la seguridad del amor de Dios aunque no oigamos su voz en
medio de su terrible silencio. Se recitan textos de los salmos y de las
escrituras y los Evangelios y, aunque no se pronuncia el “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?” de Jesús en la cruz, estas palabras resuenan
continuamente en la cabeza de quien ve la película con un mínimo de
conocimiento de los Evangelios. Pero creo que uno de los mensajes escondidos de
la película está en el contraste entre la horrible negrura de la película y la
belleza de todas y cada una de las secuencias visuales y de la fotografía. Es
como si nos estuviese diciendo, la belleza del mundo es la prueba de la bondad
del creador. Las niñas son siempre presentadas alegres y llenas de vida,
también como si dijese, “quien no se hace como un niño, no entrará en el
reino de los cielos”. Hay una escena que a mí me llamó la atención por un
detalle que puede parecer nimio o fortuito, pero que creo que no es ni lo uno
ni lo otro. En un momento en el que Frika y su hermana están luchando para arar
la tierra, Frika se desmorona y llora desconsoladamente. Su hermana, con las
manos llenas de barro, toma su cabeza entre sus manos y la acaricia con
ternura, pero con las manos llenas de barro. El detalle es que el pelo de Frika
no se mancha de barro por las caricias de su hermana. ¿Un guiño a su rectitud,
coraje y, sobre todo, pureza? ¡Seguro! También hay algún que otro detalle
aislado de actitudes de amor y compasión en medio del odio y la envidia. Una
pobre mujer que ayuda a Frika cuando la rueda del carro, lleno de hortalizas,
se rompe y ella sola es incapaz de arreglarlo, un molinero que le da más harina
molida de la que podría sacarse del trigo que ella le ha llevado. Pequeños
detalles que brillan como un diamante en medio de la miseria humana. El
molinero, cuando llega a la aldea la noticia de la muerte de Franz, va a la
iglesia y toca a muerto las campanas. La gente del pueblo, que está haciendo
sus labores en el campo, cesa en sus trabajos, mira a la torre de la iglesia y
se queda pensativa, cruzándose miradas culpables entre ellos. como
reflexionando sobre su cobardía. Incluso un soldado alemán de la guarnición del
pueblo se queda en actitud de culpa y, tal vez, de arrepentimiento. Puede ser
una referencia a la actitud del legionario que atravesó con su lanza el costado
de Cristo. Al menos, el sacrificio de Franz no fue del todo ignorado por todos.
La
película acaba con una reflexión en off del pensamiento de Frika en la que
expresa su convencimiento en que hay respuesta, que un día la conoceremos y la
comprenderemos y nos daremos cuenta de por qué tuvo que pasar así. Y, mientras
piensa esto, se ve como la gente se va congregando desde el campo hacia la
torre de la iglesia. Es cierto que, como en otras escenas de la película, ésta
parece que es más simbólica que real. A menudo, ante las pocas desgracias
inexplicables que me han pasado en la vida, pienso que en este mundo estamos viendo
un tapiz por el revés. Hay hebras de lana que van de un lado al otro,
cruzándose, sin ningún sentido. Parece la obra de un idiota. Parece hacer
ciertas las palabras que Shakespeare pone en boca de Macbeth en su tragedia del
mismo nombre: “La vida es un cuento sin sentido contado con gran aparato por
un idiota”. Pero el día que, al fin, veamos a Dios cara a cara, el tapiz
nos será mostrado por su lado correcto. Entonces veremos la maravillosa escena
bucólica que nos presenta y nos quedaremos sin aliento ante la contemplación de
tanta belleza, y diremos estupefactos, presas de un asombro impensable: ‘¡Ah!
Mira, ¡tenía que ser así!’ Quizá esta sea la clave de la lenta belleza que se
desprende de cada plano de la película.
De
la misma manera que no he podido evitar enmarcar la película en la cronología
de los hechos, tampoco puedo evitar expresar algunas de mis impresiones. Por
supuesto, la primera, mi absoluto convencimiento de que yo, en una situación
así, no habría sido capaz ni siquiera de votar NO en el referéndum y, tal vez,
aunque de esto esté menos convencido, de que también hubiese caído en la
tentación de proyectar mi cobardía sobre el héroe.
En
segundo lugar, mi creencia, sin demasiado convencimiento, de que el deber
cristiano no obliga a actuar así. Es cierto que está el caso de Tomás Moro,
martirizado por Enrique VIII, dejando también desamparadas a su mujer y sus
hijas. Pero creo que es distinto. Creo que en el caso de Tomás Moro, como del
Obispo Juan Fisher, lo que estaba en juego era la aceptación de la usurpación
de Enrique VIII de la primacía de la Iglesia de Inglaterra, aunque la excusa
fuese su matrimonio con Ana Bolena. Aquí no había un dilema moral semejante. Es
difícil saber qué hubiese hecho Tomás Moro o Juan Fisher si “sólo” se hubiese
tratado de no refrendar una conducta perversa de Enrique VIII, por perversa que
fuese. Pero me atrevo a aventurarme –que Dios perdone mi osadía– a pensar que
no se hubiese planteado el enfrentamiento.
Pero,
sobre todo, mientras casi me estaba convenciendo, llevado por el razonamiento
del abogado defensor y del presidente del tribunal militar, de la inutilidad de
el sacrifico oculto de Franz, me sobrevinieron, como en un flash dos ideas. La
primera que, por muy anónimo que sea, el sacrificio de un ser humano en su
lucha contra el mal, en uso de su libertad, tiene un profundísimo sentido de
trascendencia. Y no uso la palabra trascendencia en un sentido religioso,
aunque sí místico. Trascendencia. Ir más allá. Más allá de la miseria de la
vida, más allá de la injusticia, más allá del sinsentido. Inundando, anegando
esta miseria en grandeza, esta injusticia en reparación y este sinsentido en
sentido. Venciendo el mal en el bien. La segunda idea, que complementaba a esta
primera, me vino del recuerdo de la película de “La pasión” de Mel Gibson. En
el momento peor de la cruz, poco antes de la muerte de Cristo, justo antes del
“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, el demonio susurra al oído de
Jesús: “Este sacrificio tuyo va a ser inútil, no va a servir para nada”. Sin
embargo, en medio de tanto mal como todavía hay en el mundo, la cruz y el
sacrificio de Cristo están triunfando y cambiando el mundo. Mucha gente, cegada
por la oscuridad de una visión a la escala de la vida de un hombre, no ve este
clarear del día y no se fija en el brillo de la estrella de la mañana. Pero si
miramos a la escala de la historia, es imposible no ver la inmensa diferencia
entre el terrible y despiadado mundo de la época de Cristo y éste, a pesar,
insisto, del mucho mal que todavía hay en él. Pero hay que estar ciego para no
ver el avance del bien en una escala histórica. Así, ningún sacrificio es
inútil, por muy oculto e ignorado que esté, si está unido a este Sacrificio por
antonomasia. Alguna vez he leído, no sé dónde que “al misterio insondable
del sufrimiento humano responde el más insondable misterio de la inmolación
voluntaria de Cristo, Dios hecho hombre, en la cruz”. Sólo a la luz de este
segundo y más poderosos misterio tiene sentido el primero. Y así se desprende
de la película. Está, además, la resurrección. En una escena, de esas que no se
sabe si es real o simbólica, Franz y su amigo ven pasearse por el patio de la
prisión al verdugo de la guillotina, vestido con un frack negro raído, mirando
quiénes pueden ser los siguientes. Su amigo le cuenta cómo no hay que tener
miedo a ese hombre. Cómo cuando cae la guillotina y la cabeza del ajusticiado
sale volando por los aires, ésta parece rejuvenecer y, en un esfuerzo
espasmódico, los brazos envejecidos del reo se alzan, atrapan la cabeza, la
ponen otra vez sobre sus hombros y, tras erguirse de nuevo, el muerto recobra
su energía, rejuvenece inmediatamente, al tiempo que todo el entorno se
transforma y pasa de sombrío a luminoso. No se presentan imágenes de esto, son
sólo las palabras del amigo en el sórdido patio de la prisión. Pero no pueden
dejar de traer a la memoria el eco de las palabras de san Pablo: “El último
enemigo a destruir será la muerte. […] Y cuando este ser corruptible se vista
de incorruptibilidad y este ser mortal se vista de inmortalidad, entonces se
cumplirá lo que dice la escritura: ‘¡La muerte ha sido vencida! ¿Dónde está,
muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?’”.
Y,
gracias a estos dos flashes que me sobrevinieron en la película, salí de ella,
reconfortado y lleno de esperanza. “No tengáis miedo –nos dice Jesús–
yo he vencido al mundo”. “No tengáis miedo –me atrevo a parafrasear
yo– yo estoy venciendo al mundo. Y lo estoy haciendo a través de ti, a
través de tus sacrificios, grandes o pequeños”. Porque sacrificio viene
etimológicamente de “hacer sagrado”. Cada hombre, con sus pequeños sacrificios,
sin necesidad de que sean heroicos, está haciendo sagrado al mundo. Misteriosamente,
Dios elije a algunos seres humanos para que su sacrificio sea más parecido al
suyo y, en medio de su aparente terrible silencio, les da una fuerza sobrenatural
para soportarlo. Nadie lo podría soportar sin esa fuerza. A todos nos vencería
la cobardía. Pero el sacrificio pequeño de cada hombre, a la medida de lo que
el misterioso designio de Dios le pone delante, es también infinitamente
valioso. Y este es el SENTIDO. Nada es inútil, nada se pierde. Ningún material
es desechable en la construcción de este mundo sagrado que estamos edificando.
Amén.