16 de octubre de 2020

Una mirada fragmentaria a la encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco

El 3 de Octubre ha visto la luz una nueva encíclica del Papa Francisco: “Fratelli tutti”. No la he leído todavía, pero sí que he leído algunos comentarios sobre ella de personas que me merecen respeto por su recta adhesión a los principios de la fe y la moral católicas.

He meditado mucho antes de dar luz a estas líneas sobre esa encíclica. Son la traducción al español, hecha por mí, de un texto editado por el Instituto Acton –trufado de notas a pie de página mías– y unas reflexiones personales mías. Este Instituto es una asociación creada por católicos que, como he dicho antes, tienen una recta adhesión a los principios de la fe y la moral católicas y qué, además, son firmes partidarios y defensores de la economía de libre mercado. No formo parte de ese Instituto Acton, pero sí de una pequeña asociación española, con los mismos principios, que lleva el nombre del escolástico español Diego de Covarrubias, integrante de la llamada Escuela de Salamanca. Y he tenido que meditar mucho antes de lanzarme a difundir esto, porque desde el principio de su pontificado he sido un entusiasta de Francisco con su insistencia en salir de misión a las periferias, con su énfasis en el perdón y en la vuelta a hacer que el amor de Dios sea la guía de nuestro proceder y de nuestro amor al prójimo. Quien bucee en mi blog tadurraca encontrará pruebas de ello. Pero al mismo tiempo, me ha exasperado su sesgo cognitivo hacia sectores claramente de izquierdas en lo que a temas económicos se refiere. Por supuesto, en un Papa, pesa mucho más lo primero que lo segundo. Porque lo primero forma parte de lo que se llama el magisterio petrino, mientras que lo segundo es dudoso que lo haga o, si lo hace, lo hace desde su borde más externo con el que un buen católico puede estar en abierto desacuerdo. Pero parece que Francisco una y otra vez, en sus documentos pontificios, mezcla ambas cosas. Y me hace preguntarme si ese popurrí que acaba haciendo de todos sus documentos no daña a ese magisterio. Y, con gran dolor, me respondo que sí, que creo sinceramente que sí lo daña. De ahí que, me anime, también con pena, a publicar esto. Lo hago con el sentimiento de amor y respeto filial con el que un hijo corrige a un padre que cree que se está equivocando y al que no puede hablar directamente, a pesar de haberlo intentado. Como padre, creo que esta corrección filial es buena y ma hace reflexionar. Creo que es incorrecto pero ilustrativo decir que en todas las encíclicas de Francisco se puede ver el magisterio petrino, representado por Francisco, sucesor de Pedro, mezclado con la ideología de Jorge Bergoglio, forjada en ambientes que jamás han sabido, más que a través de ejemplos incorrectos y prejuicios regionales, qué es la economía de libre mercado. En esta incorrecta pero ilustrativa separación, rezo por ambos, Francisco y Bergoglio. Creo que es Francisco el que, abrumado por el peso del pontificado dice a menudo: “Os pido que recéis y hagáis rezar por mí”. Pues bien, en obediencia filial rezo por él y os pido que vosotros también lo hagáis. En fin, ahí van el artículo y mis reflexiones.

 

El artículo.

Fratelli Tutti es una mezcla ya familiar de afirmaciones dudosas, argumentos desenfocados e introspecciones auténticas.

 

Dr. Samuel Gregg es Director de Investigación del Instituto Acton. Ha escrito y hablado extensamente sobre cuestiones de política económica, historia económica, ética en las finanzas y teoría de la ley natural. Es autor de 15 libros, incluyendo  Becoming Europe: Economic Decline, Culture, and How America Can Avoid a European Future (2013) y Reason, Faith, and the Struggle for Western Civilization (2019).

 

https://www.catholicworldreport.com/2020/10/05/fratelli-tutti-is-a-mixture-of-dubious-claims-strawmen-genuine-insights/ Este es el link en el que se puede ver el artículo original en inglés.

 

La encíclica del Papa Francisco refleja el amplio espectro de los comentarios que han caracterizado su pontificado.

 

Una de las primeras cosas que llamarán la atención de Fratelli Tutti, la nueva encíclica social de Papa Francisco es su enorme extensión. Aproximadamente 43.000 palabras en inglés (incluidas notas a pie de página), es decir, más que el libro del Génesis (32.046) y tres veces el tamaño del Evangelio de san Juan (15.630).

 

A pesar de su extensión, hay pocas cosas que no hayamos oído decir a Francisco con anterioridad de una u otra forma. Pero, tanto si trata del asunto del castigo eterno o su tema del encuentro, esta encíclica condensa en un solo documento los énfasis particulares, las preocupaciones específicas y la esperanza general de Francisco sobre la Iglesia y el mundo. Esto incluye lo mejor de Francisco, pero también lo que yo veo como ciertos puntos ciegos persistentes.

 

Como la mayoría de las encíclicas sociales, Fratelli Tutti aborda un popurrí de temas que van desde el análisis detallado del populismo contemporáneo hasta la exploración de los significados de la bondad, reciprocidad y gratuidad. Discutiendo estos y otros asuntos, Fratelli Tutti insiste en la necesidad, para cristianos y no cristianos, de estar abiertos para aprender de los demás. De hecho, la palabra “abierto” se usa no menos de 76 veces y va codo con codo con la enfatización de la necesidad de diálogo. (repetida 49 veces).

 

Es en este espíritu en el que quisiera ofrecer respuesta a dos asuntos de la encíclica que, sugiero, requieran una atención más detallada.

 

San Francisco y el Sultán

 

La figura de san Francisco de Asís ha aparecido mucho a lo largo de este pontificado, y no es la menor de las causas de ello el hecho de que Jorge Bergoglio, supuestamente, ha tomado ese nombre como Papa en referencia a este santo cuando fue elegido en 2013. Fratelli Tutti empieza invocando el famoso encuentro de san Francisco con el Sultán Malik-el Kamil en Egipto en plena Quinta Cruzada. Afirma que el santo dijo a sus seguidores: “Cuando estéis entre sarracenos y otros infieles, sin negar vuestra identidad, no promováis disputas ni controversias, sino estad sometidos a toda humana criatura por amor a Dios”[1]. Y añade el Papa Francisco: “Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno ‘sometimiento’, incluso ante quienes no compartían su fe”.

 

Este texto, tomado de forma literal, sugiere que san Francisco fue timorato o suave cuando se encontró con uno de los más poderosos dirigentes musulmanes de su tiempo. Sin embargo, no fue ese el caso. La historia completa está mejor contada por Agustine Thompson, O. P. en su libro “Francisco de Asís, una nueva biografía” (2013). Una de las muchas fortalezas de este libro es que derriba, mediante una atención meticulosa y un acercamiento a fuentes primarias, varios mitos que se han creado sobre Francisco de Asís.


Thomson nos cuenta que cuando el Sultán preguntó a Francisco y sus compañeros el propósito de su visita, el santo “fue inmediatamente al meollo de la cuestión. Era el embajador del Señor Jesús y había venido para la salvación del alma del sultán. Francisco expresó su voluntad de explicar y defender el Cristianismo”.

 

A esto se siguió un cambio de proposiciones entre Francisco y los consejeros religiosos del Sultán (que le dijeron que ejecutase a Francisco por “predicar contra Mahoma y el Islam”) en la que las dos partes expusieron respectivamente las verdaderas pretensiones del Cristianismo y el Islam. Tras esto, Francisco se lanzó a una “larga conversación” con el Sultán en la que “continuó expresando su fe cristiana en el Señor Crucificado y su promesa de salvación”. Thompson deja claro que en ningún momento el santo habló mal del Profeta Mahoma. Pero Francisco no estaba allí para un intercambio de cumplidos diplomáticos. Quería convertir al Sultán al cristianismo mediante la palabra y la acción.

 

Si señalo estos hechos acerca del encuentro de San Francisco con el Sultán es por la importancia de saber que, dentro del hecho de que fue un diálogo, el santo estaba convencido de la necesidad de dirigir la cuestión hacia la verdad religiosa. No es así como Fratelli Tutti retrata la reunión. Esto es un problema porque a no ser que conozcamos la verdad completa sobre un acontecimiento o una persona, es fácil animar el pensamiento basado en buenos deseos o, incluso, malinterpretar lo que alguien está tratando de decir o de hacer en un momento dado. Bajo este punto de vista, la representación que hace Fratelli Tutti de san Francisco es defectuosa.

 

Desenfoque de la economía

 

También es insuficiente –y, ¡ay!, esto caracteriza el pontificado de Francisco desde su mismo comienzo– el tratamiento que Fratelli Tutti da a las cuestiones económicas. Parece que, con independencia de cuanta gente (de los que no todos se caracterizan por ser fiscalmente conservadores) redacten las caricaturas económicas que aparecen por todas partes en los documentos pontificios de Francisco, un pontificado que se enorgullece de su compromiso con el diálogo, sencillamente, no está interesado en una conversación seria sobre asuntos económicos más allá de un círculo muy limitado.

 

La encíclica habla, por ejemplo, de que “algunos pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo estuviera asegurado” (33). ¿Quiénes, debo preguntar, son esos? ¿Y dónde proclaman eso? Si tal visión existe, sugeriría que habría que buscarla entre minorías de libertarianos [2] [3] radicales que caben en una caja de zapatos y que tienen una influencia entre muy pequeña y nula en la formación de la política económica de ningún país.

 

En el párrafo 168, Francisco afirma que El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”. Otra vez, respetuosamente pregunto: ¿Quiénes son esos neoliberales que creen que el mercado puede resolver todos los problemas? Si uno hace semejante declaración, debería presentar alguna evidencia que lo respalde. El caso es que muchos de los más eminentes liberales del mundo han estado diciendo durante décadas que si los mercados han de crear valor y proveer a la gente de los bienes y servicios que necesitan, es necesario que existan muchos tipos de hábitos morales, no comerciales, y de prerrequisitos institucionales y culturales[4]. Este hecho parece haber sido ignorado por quienes han elaborado en borrador de la encíclica.

 

Si no, consideremos esta línea: La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos” (168). Quienquiera que haya escrito esta frase, sencillamente, no entiende el papel jugado por la especulación en la estabilización de los precios la lo largo del tiempo y en el incremento de la predictibilidad de los probables costes en el futuro. Por supuesto, la especulación puede utilizarse de forma perversa (esto puede ser predicado para cualquier actividad humana, incluso para la oración. El paréntesis es mío). Pero donde se hace correctamente, la especulación financiera, diseñada, ciertamente, para generar beneficios, ayuda a crear eficiencias en la inversión y en el aporte de capital por individuos y empresas que promuevan una mejor asignación de los recursos disponibles que podrían, de otra manera, ser desperdiciados[5] [6].

 

En otra frase, Francisco dice (citándose a sí mimo) que “sin formas internas de solidaridad y confianza mutua, el mercado no puede llevar a cabo completamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha dejado de existir” (168).

 

Esta es una afirmación no cualificada y me lleva a preguntar: ¿Realmente la confianza “ha dejado de existir”? Incluso en nuestro mundo del COVID, altamente fragmentado, millones de personas, a lo largo y ancho del mismo, continúa entrando en intercambios de mercado cada día, con personas a las que no ha visto nunca, y lo hace en base a promesas. Toda esta gente confía. Si no existiese esta confianza la economía global, nacional y local, hace mucho que hubiese dejado de existir.

 

Ciertamente hay sociedades –especialmente en Latinoamérica, gran parte de Asia y muchos países en desarrollo– en los que es difícil encontrar altos niveles de confianza fuera del círculo de la familia, en un sentido amplio. Esto daña el funcionamiento del intercambio económico. Pero estas circunstancias tienen poco que ver con los mercados per se y mucho más con patrones culturales, que existen desde hace siglos, profundamente establecidos y difíciles de cambiar.

 

Hay muchísimo espacio para el debate constructivo entre católicos acerca del papel en la economía de gobiernos, leyes, bancos centrales y otras instituciones estatales. De hecho, nunca ha sido mi impresión que Francisco esté empecinado en un masivo incremento de la intervención estatal para abordar cualquier cuestión económica (Desgraciadamente, no comparto esta graciosa concesión que el autor hace al Papa Francisco. El paréntesis es mío) Pero con las incesantes llamadas a desenfoques económicos en documentos papales y por parte de prominentes figuras asociadas al pontificado de Francisco, no es fácil tener ninguna confianza en que la mayoría de los que han guiado sus reflexiones pontificias en materias económicas tengan un genuino interés en ningún tipo real de diálogo con nadie que no encaje en el espectro que va desde el populismo de extrema izquierda hasta el común y corriente neo keynesianismo[7].

 

En contra de lo que muchos opinan, la izquierda no tiene el monopolio de la preocupación por los pobres o de las buenas ideas sobre cómo ayudarles. Pase lo que pase en este pontificado o en el siguiente, el papado y otros líderes católicos de la Iglesia tienen una desesperada necesidad de ampliar dramáticamente los círculos de opinión que consultan en asuntos económicos como la riqueza o la pobreza. Si no lo hacen, me temo que seguiremos viéndoles haciendo ampulosas y desorientadas declaraciones ciegas acerca de esas materias que reflejan una carencia esencial de la apertura a dialogar en la que Fratelli Tutti insiste que debemos priorizar en todas partes.

 

Un cajón de sastre misceláneo

 

Las dos preocupaciones que señalo aquí no deben ser vistas como indicadoras de que considero Fratelli Tutti como un documento desenfocado en su conjunto. Hay en ella muchas partes en las que creo que la encíclica pone el dedo en la llaga.

 

Entre otras cosas, éstas incluyen su énfasis en el papel destructivo creado por el relativismo moral en las sociedades contemporáneas (206), la importancia perenne del perdón en un mundo en el que es parte de la condición humana (236-249), y su referencia conclusiva a uno de mis santos favoritos, el Bienaventurado Charles de Foucauld –un aristócrata disoluto, oficial del ejército, agnóstico que se convirtió en sacerdote y ermitaño el norte de África francés– como ejemplo de la fraternidad cristiana.

 

Dicho esto, la encíclica refleja el amplio espectro de los comentarios que han caracterizado desde el principio el pontificado de Francisco. Reflexiones genuinas que brotan directamente del Evangelio y, a menudo, profundas meditaciones sobre las Escrituras hebreas y cristianas van codo con codo con historias dudosas, afirmaciones generalizadas no soportadas por la evidencia sobre asuntos que requieren la máxima prudencia y una buena cantidad de lo que sólo podría describir como adhesión a utopías.

 

Sin embargo, cuanto más profundizo en Fratelli Tutti más tengo la sensación de que esta encíclica no es sólo una larga recopilación y elaboración del pensamiento del Papa. También me crea la impresión de que es un tipo de discurso de despedida de su papado –uno en el que bien podría haber dicho todo lo que tenía que decir. Esto no significa que el pontificado de Francisco se está deslizando hacia su final. Pero Fratelli Tutti presenta todos los signos de ser un documento de recapitulación. Y deja la viva impresión de que la Iglesia Católica es lo que cualquiera imagine que sea.

 

 

 

                                                                   ***               

 

 

No puedo por menos que complementar lo escrito por el Dr. Samuel Gregg con unas líneas que completen los comentarios que el autor hace sobre el párrafo 168 de la encíclica. Para ello, empiezo por transcribir íntegramente dicho párrafo:

 

168. El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. Se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha dejado de existir»[141]. El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos»

 

Se tacha al pensamiento liberal de pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”. Me parece que esta afirmación va contra la más elemental experiencia histórica. Si hay algo que ha hecho el pensamiento liberal es adaptar sus principios básicos que, efectivamente, no cambian, al signo de los tiempos en cada momento histórico, oponiéndose siempre de forma diferente a toda corriente intervencionista o estatalista de cualquier tiempo. Tachar a los principios de recetas repetitivas es algo que no debería hacer una encíclica, pues pasa lo mismo con los principios cristianos. No cambian en su sustancia, aunque se apliquen de manera distinta en cada circunstancia histórica.

 

El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. Con los términos “goteo” o “derrame” habituales en las encíclicas anteriores de este Papa, pero que jamás había oído anteriormente, el Papa debe referirse al hecho de que la creación de riqueza que ha generado de forma ininterrumpida la economía de libre mercado cuando, a partir de hace tres siglos, se ha podido llevar a la práctica de forma más o menos completa, tras el fin paulatino de los estados absolutistas generadores de monopolios injustos y arbitrarios, va derramándose o goteando a todas las capas de la sociedad. Esto es algo de una evidencia histórica tan incontestable, que casi no merece ser comentado. Ciertamente, no resuelve la inequidad, pero sí hace retroceder de manera acelerada la pobreza. Ésta ha retrocedido de forma espectacular en los últimos tres siglos, pasando de ser el estado de la inmensa mayoría de los habitantes del mundo a que la pobreza extrema suponga hoy en día, a nivel mundial menos de un 10%[8]. Y si la pobreza se resiste a desaparecer en muchas partes del mundo, no es porque la economía de libre mercado lo impida sino, al contrario, porque los tiranos y/o señores de la guerra de los países de pobreza crónica no crean las condiciones de seguridad jurídica necesarias para el desarrollo del libre mercado y la libre iniciativa, única manera de crear riqueza. Por otra parte, ningún liberal dice que la creación y desarrollo empresarial sea el único camino para resolver los problemas sociales. Dentro del sistema de libre mercado y posibilitado por él, caben, y han aparecido, una inmensa cantidad, sin parangón en la historia, de organizaciones humanitarias, ONG’s, fundaciones, etc. que existen actualmente y que tanto bien social hacen en todo el mundo. Es difícil negar que estas organizaciones libres hacen llegar a los más necesitados el dinero que mucha gente da de forma inmensamente más eficaz que cualquier mecanismo de ayuda que pueda instituir el estado.

 

Se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Esta afirmación es, para empezar, ambigua y un tanto demagógica por varios motivos.

 

Para empezar, las inequidades entre distintas regiones del planeta están disminuyendo. La diferencia entre determinados países de Latinoamérica (No Cuba, Venezuela o Bolivia, desde luego) o de Asia y el mundo desarrollado ha disminuido considerablemente. Otra cosa diferente son la mayoría de los países de África, anclados en la pobreza por culpa, no de la economía de mercado, sino de sus tiranos que, como se ha dicho en el párrafo anterior, impiden que ésta se desarrolle. No he visto ni una sola palabra de condena para éstos tiranos ni para las mafias que, generalmente en connivencia con los tiranos, trafican con seres humanos en ninguna encíclica social de Francisco. En el interior de cada país es difícil generalizar si la desigualdad está disminuyendo o aumentando. Ocurren cosas diferentes en diferentes países sin que sea fácil una generalización. Pero no puedo dejar de señalar la trampa de la llamada “pobreza relativa”. Este concepto califica como pobres a aquellos que ganan menos de un determinado porcentaje de la mediana de renta. Esto conduce a la imposibilidad matemática de erradicar este tipo de pobreza, ya que siempre habrá personas que estén por debajo de ese umbral, por mucho que se desarrolle su país. Esto produce la paradoja de etiquetar de “pobres” a personas que viven en medio de comodidades impensables hace unos decenios para la mayoría de las personas. Está también el falso mantra que dice que “los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. No cabe duda de que la primera parte del mantra es cierta: Los ricos son cada vez más ricos. Pero la segunda parte es radicalmente falsa. Los pobres no son cada vez más pobres, son cada vez menos pobres o, lo que es lo mismo, más ricos. Este falso mantra lleva a una creencia, también falsa, de que la economía es un juego suma 0 en el que, si alguien gana más, es a costa de que otro gane menos. Ojalá hubiese en el mundo cada vez más ricos como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Elon Musk o, a nivel de España, Amancio Ortega o Juan Roig. Porque estos ricos, lo que hacen es crear riqueza, no sólo para las personas que trabajan, directa o indirectamente, para ellos sino, sobre todo, para los cientos de millones de usuarios de sus productos que resuelven muchas necesidades y crean riqueza y crean bienestar para ellos. Lo que hagan con su riqueza, justamente ganada, estos ricos riquísimos es algo que compete a su conciencia. Creo que es aplicable para ellos, en grado superlativo, lo que dice Pío XI en su encíclica “Quadragessimo Anno” y que puede leerse en la nota a pie de página nº 6 de este escrito.

 

Pero, además, es evidente, por otra parte, que las nuevas formas de violencia social no están causadas por la economía de mercado. En los últimos 50 años, la violencia ha surgido de la pobreza, o del Islam –personajes como Bin Laden no eran precisamente pobres–, o de las ideologías totalitarias y totalizadoras de cualquier tipo, pero desde la segunda guerra mundial, exclusivamente de izquierdas –ni los militantes de ETA, las Brigadas Rojas o de Baader Meinhof eran tampoco pobres, sino más bien vástagos de clases medias acomodadas–, pero jamás de la desigualdad[9]. Por eso, en los últimos decenios, nadie que tenga ojos en la cara puede dejar de ver que, precisamente por el retroceso de la pobreza, la lucha de clases marxista ha perdido su virulencia y su violencia, hasta el punto de casi dejar de existir. Las nuevas formas de violencia social –escraches, manifestaciones vandálicas politizadas como los chaquetas amarillas en Francia, los disturbios de Chile, las manifestaciones separatistas de España etc.–, tras el fin del terrorismo ideológico occidental, tienen su origen en los movimientos populistas-comunistas que incitan a la envidia, al resentimiento y al odio y contra los que tampoco he leído una sola palabra de condena por parte de las encíclicas sociales de Francisco.

 

Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. Esta frase es, realmente, de traca. Si hay algún sistema que cuando se le ha dejado actuar a favorecido la diversidad productiva y la creatividad empresarial ese sistema ha sido el de libre mercado y es también este sistema el que históricamente ha hecho posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. Ciertamente, la tecnología hace que la misma cantidad de bienes se pueda hacer con menos mano de obra. Pero es pura miopía histórica no ver que eso queda sobradamente contrarrestado, como tendencia a largo plazo, por la creación de nuevos bienes y servicios. Esta llamada “destrucción creativa” no ha dejado de crear puestos de trabajo, aumentar el poder adquisitivo de los trabajadores y su tiempo de ocio, desde hace tres siglos. Un logro que de ninguna manera puede apuntarse ningún régimen socialista ni socialdemócrata dispuesto a ahogar en impuestos a emprendedores y empresas para alimentar un estado gordo y despilfarrador que utiliza de forma ineficiente los recursos que quita a los ciudadanos, que los usarían eficientemente en lo que estimasen oportuno. La alternativa a esta “destrucción creativa” es la defensa a ultranza de industrias y sectores obsoletos y sus puestos de trabajo. Eso es lo que, al final, genera paro –la mayor desigualdad– y nos puede acercar a países como Venezuela.

 

La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas. A raíz del COVID-19 parece que puedan ser convenientes determinadas actuaciones públicas. Pero si estas son posibles, lo son gracias a la riqueza previamente creada por la economía de libre mercado. Ocurre, sin embargo, que una de las razones que dificultan esa intervención pública es, precisamente, el engordamiento previo del estado que ha llevado al límite un sistema impositivo asfixiante y que, además, ha hecho que la mayoría de los gobiernos, llevados por el neo-keinesianismo, hayan llevado a sus países a unos niveles de deuda previos a la pandemia que difícilmente pueden aumentarse. Sin embargo, las políticas monetarias expansivas están creando la ficción de que esto es posible. Prefiero no pensar demasiado en qué pueden acabar todas estas intervenciones públicas construidas sobre una torre de impuestos y deuda pública ya tambaleante. El dictado de las finanzas es como la ley de la gravedad. Mientras se está en medio del camino de caída entre el piso 20 y el suelo, puedes creer que has vencido a la “tiranía” de la ley de la gravitación universal, pero pronto se dará cuenta el que está cayendo que no lo ha logrado. Y no cabe echarle la culpa a la ley de la gravedad de estar en esa situación. Las finanzas, públicas y privadas, no pueden liberarse de la necesidad de políticas financieras sanas y racionales, contrarias a populismos despilfarradores.

 

«tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos». No tengo la menor objeción que poner a esta frase, pero sí que me pregunto dónde está más en el centro la dignidad humana, si en países como Estados Unidos, Alemania, Francia o Canadá, con todas las deficiencias y lacras que estos países puedan tener, o Venezuela, Cuba, Somalia o República Centroafricana. Creo que no cabe duda sobre cuál es la respuesta ni sobre lo que tienen en común los países del primer grupo. Es únicamente en el primer grupo en el que existen políticas económicas para la ayuda a los más vulnerables. Y, una vez más, esto ha sido posible gracias a la riqueza previamente creada en estos países por la economía de libre mercado.

 

Termino aquí con gusto mis comentarios, porque la verdad es que tanto lenguaje lleno de tópicos y lugares comunes tan falsos como demagógicos, que seguramente serían suscritos en su mayoría por personas como Maduro o Pablo Iglesias, me estaba sacando de mis casillas. Siento mucho que el Papa Francisco no añada a su equipo de consejeros económicos a economistas que no vean la realidad con la deformación que introducen los que tiene. Pero no puedo acabar sin citar una frase de otra encíclica social de otro Papa; san Juan Pablo II. Es notable la evolución que tuvieron las encíclicas sociales de este Papa. Evolución que culmina en la encíclica “Centessimus Annus”, en la que puede leerse:

 

“Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

La respuesta obviamente es compleja.

Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva.

Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio integral del ser humano, cuyo centro es ético y la considere como una particular dimensión de la misma, entonces la respuesta es absolutamente negativa”.

Juan Pablo II; Centessimus annus Nº 42.

Ciertamente, la definición de capitalismo es la primera y es una de las mejores definiciones que he leído nunca. Lo que los anglosajones llama “the rule of law” o seguridad jurídica en español, es una de las condiciones de necesidad para la existencia del libre mercado y el capitalismo. La segunda definición pueden ser las semillas de corrupción que, como toda institución humana, tenga el capitalismo o tan sólo la definición que hagan de él determinadas minorías marginales de libertarianos, de los que ya he hablado más arriba.

Creo que me he extendido demasiado en estas líneas. Sin embargo, me quedo muy lejos de las 43.000 palabras de la Fratelli Tutti. He utilizado algo más de 5.500 palabras. 5.837 para ser exactos. No obstante, pido perdón por mi verborrea incorregible.



[1]  En la referencia [3] de la encíclica señala el origen de esta cita. S. Francisco de Asís, Regla no bulada de los hermanos menores, 16, 3.6: FF 42-43; cf. ibíd., 120.

[2] El concepto de libertariano y libertarianismo, traducido literalmente del inglés libertarian o libertarianism, a falta de una palabra específica en español, se refiere a una corriente minoritaria de los liberales que creen que la libertad de mercado no debe estar sometida a ninguna regla ética o moral. La mayoría de los liberales clásicos rechazan semejante interpretación. No se ha usado la palabra libertario porque este término está más bien ligado a un anarquismo de izquierdas. (La nota es mía)

[3] No sólo no tienen influencia en la política económica de ningún país, sino que no forman parte de la corriente principal del pensamiento liberal. Más aún levantan la animadversión de muchos liberales. A este respecto, recomiendo encarecidamente la lectura del libro “Una defensa de un liberalismo conservador” de Francisco José Contreras, prologado por mí.

[6] No quiero dejar de citar aquí un párrafo de la encíclica “Quadragessimo anno” de Pío XI, que dice:

“50. Tampoco quedan en absoluto al arbitrio del hombre los réditos libres, es decir, aquellos que no le son necesarios para el sostenimiento decoroso y conveniente de su vida, sino que, por el contrario, tanto la Sagrada Escritura como los Santos Padres de la Iglesia evidencian con un lenguaje de toda claridad que los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad.

51. Ahora bien, partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum. Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”. Dos cosas importantes se desprenden de esta cita. 1ª que, si bien los seres humanos estamos obligados a atender las necesidades de los más necesitados con el dinero ganado lícitamente, esto es algo que atañe a la conciencia de cada uno, y 2º que si la inversión de esos capitales es “la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”, parece importante que sean utilizados de la forma más eficiente posible. (La nota es mía)

[7] En mi modestia, he enviado varias cartas al Papa Francisco proponiéndole este diálogo. Sólo la primera vez obtuve una breve y cortés respuesta de uno de sus secretarios, en la que no había ninguna alusión a semejante diálogo. Entiendo perfectamente que así haya sido porque, al fin y al cabo, soy un perfecto desconocido anónimo. Pero no me cabe la menor duda de que otras personas, mucho más importantes y representativas de las ideas liberales de lo que yo pueda ser, habrán tenido contactos más directos que yo que no parece que hayan tenido respuesta efectiva. Y Francisco sólo tendría que hacer una leve señal para que cualquier economista liberal, católico o no católico, se pusiese a su disposición. (La nota es mía)

[8] Ese 10% se había rebajado hace unos años y seguía disminuyendo de forma espectacular. Es posible que por culpa del COVID-19 la pobreza haya vuelto a aumentar, pero no creo que se pueda achacar el COVID-19 y sus efectos a la economía de libre mercado.

4 comentarios:

  1. ojala si te des la oportunidad de leer la enciclica por ti mismo. No me cabe duda que tus comentarios en cuanto al tema economico son muy acertados, eres el experto. Pero por ejemplo, por ahi comentas que en ninguna enciclica social de Francisco se condena la trata de personas. Pues lee esta enciclica por favor, yo ya lo hice, y si que viene eso, a muchos tipos de personas mal-tratadas por muchas circunstancias, incluidos los tiranos...

    y no, ojala no haya demasiados Jeff Bezos, es una basura de persona, aunque su empresa este dando muchas oportunidades economicas, la persona, la que importa al fin y al cabo, no es un angel. Quiza sea como Ciro, que hace la voluntad de Dios aun siendo pagano, pero ojala hubiera mas personas con esas cualidaddes empresariales y economicas que mencionas, pero con una humanidad mucho mas pura y mas orientada a eso que justamente Francisco trata de ilustrar en su enciclica, quiza mal asesorado y con ideas equivocadas en lo economico, pero sin dejar de lado que les falta mucho en el lado humano...

    sobre la escena de san Francisco y el sultan, pues igual la interpretacion historica hecha en 2003 es una, que puede sonar muy racional, pero la verdad de los hechos es otra. Como bien se sugiere, lo importante seria ir a las fuentes franciscanas. El gran error con san Francisco es que se le ha romantizado muchisimo, el santo de los animalitos, el santo de la ecologia, rodeado de pajarillos... y no, Francisco de Asis tambien fue un hombre fuerte, pero consciente de que ser y vivir el Evangelio va más allá de gestos externos. En su visita al sultan lo que menos me imagino es que se hubiera puesto a discutir quien tiene la verdad, yo creo que si que predico el Evangelio, y si que se lo dijo al sultan, pero asi como jamas insulto a Mahoma, ante un sultan de tanto poder, dudo mucho que habria sobrevivido si no hubiera habido una especie de dialogo... Nada, que ni creo que la escena fuera como la imagina el papa, pero tampoco como la ilustras tu. Dialogo si que tuvo que haber, no imagino otra forma de que hubiera sucedido y salido bien para el santo.

    por ultimo, no entiendo por que la necesidad de haber transcrito la ultima parte del escrito que mencionas, ese que dice que la enciclica suena a la capitulacion del papa... a menos que tu tambien estes deseando eso. Cosa que YO, al menos, no deseo, y tan catolico soy como tu.


    Que Dios te bendiga, lee la enciclcia. Como tu rezaras por el papa, yo lo hare por ti. Hasta otra!

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  2. Querido Javier: Lo primero, muchas gracias por tu comentario. Tienes toda la razón de que debería leer toda la encíclica. Pero confieso públicamente mi incapacidad. Me he leído todas las de Francisco, hasta ahora, pero en todas me ha parecido que me movía en un laberinto de ideas expresadas sin orden ni concierto, sin hilo conductor, en un popurrí de cosas que me hacían exasperarme y, al final, no entender nada. No me pasaba eso ni con las de Benedicto XVI, que eran de una claridad meridiana, ni con las de Juan Pablo II, que sis ser tan claras tenían un entramado lógico. Así que ya no me voy a leer más encíclicas de Francisco. Ciertamente, es una limitación mía personal, pero qué le vamos a hacer, tengo mis limitaciones.

    Ciertamente, hay condenas a los explotadores. Pero en última estancia, en el tono general de las encíclicas de Francisco se trasluce que, en el aspecto económico, el explotador fundamental es el sistema de libre mercado y los otros son como explotadores secundarios.

    No sé cómo es Jeff Bezos ni me atrevería a calificarlo de basura. Tendrá cosas buenas y malas, seguro. Lo que sí sé es que yo le estoy agradecido por haber hecho que Amazon exista. O sea, que, con independencia de cómo sea, ójala haya muchas empresas como Amazon, que nos ayuden tanto a mí y a millones de personas. Pero, además, cuando hablo de Bezos y de otros, no me refiero a ellos, sino a los millones de emprendedores que forman el magnífico tejido empresarial que nos ayuda a vivir y sin el cual, viviríamos en la más absoluta precariedad.

    San Francisco y el sultán. Me encanta el carácter dialogante, en general. Pero entiendo que el diálogo, si se quiere que sea fructifero, debe ser desde la expresión clara y respetuosa de las propias convicciones, sin mimetizarlas. Creo que Francisco se acerca mucho al límite, si es que no lo traspasa, de la mimetización hasta difuminar las pripias creencias.

    El autor no utiliza la palabra capitulación del Papa. Es más, aclara que no cree que sea una despedida. Utiliza la palabra recapitulación, que tiene un sentido completamente distinto. Yo no deseo que capitule, en el sentido de abandonar. El Espíritu santo sabrá hasta dónde debe llegar. Pero debo decir que en Francisco, en el que hay cosas excelentes que he reseñado muchas veces y que se puenden ver en el blog, añoro a papas como Benedicto o Juan Pablo o Pablo VI. Me parece que su actitud está desconcertando a muchos católicos que no saben si, realmente, merece la pena defender sus creencias en vez de mimetizarlas con otras en una especie de supermercado de las religiones.

    Me alegro de que los dos amemeos al Papa y recemos por él.

    Un abrazo.

    Tomás

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    Respuestas
    1. lamento leer eso, creo que mi respuesta pudo provocarlo y lo siento. No quisiera leerte con tanto orgullo, se que los textos del papa no te gustan por muchas razones, pero algo, aunque sea pequeño como semilla de mostaza deben tener que se pueda rescatar. De nuevo lo siento, y como dije, rezare por ti

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  3. Por favor, Javier, en modo alguno me ha provocado tu comentario. Al contrario, como te digo al principio, te lo agradezco mucho. Tu comentario era muy adecuado. De verdad. Hay muchas, muchas cosas de Francisco que me gustan. Si buceas por el blog, encontraras bastantes cometarios muy elogiosos de él y algunos defendiéndole de determinados ataques.

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