El
28 de Octubre de 2020 empecé a publicar las oraciones de un libro que encontré
hace años por casualidad, del jesuita Pierre Charles. Su título es “La oración de todas las cosas” y
publicaré una cada martes, hasta completar las 33 más el prólogo que la
componen. Hoy publico la número cuatro: “Pidieron pan”:
IV. PETIERUNT
PANEM
Pidieron pan
Pierre Charles S.J.
Nos
dijiste que lo pidiéramos cada día, y aún para los de fe oscurecida, el pan
guarda todavía una majestad divina. Comerlo en la ociosidad es ser un parásito;
ganarlo trabajosamente parece un deber; rehusar compartirlo es crueldad de
corazón; y hasta a los niños se les enseñó a no desperdiciarlo. Los rusos lo
ofrecen con sal a los huéspedes. Es para nosotros, cristianos, más que un
símbolo; es la materia misma de tu gran sacramento. Tú lo has escogido,
misteriosamente, para perpetuar entre nosotros tu presencia. No podría
considerarlo, sin profanación, como un producto de panadería. Nunca lo he
cocido yo mismo; nunca he sembrado el trigo en los campos labrados; nunca he segado
una gavilla; no he trillado al aire las espigas; no he molido el grano, ni
amasado la harina, ni encendido el horno, ni mezclado la levadura a la masa; no
he vigilado la cocción. Todo esto lo han hecho los otros, casi siempre
anónimos. Me he contentado con cortar el pan y con comerlo sin pensar mucho en
su prodigiosa historia; desde los tiempos oscuros en que, por primera vez, el
hombre empezó a aprovisionar las gramíneas silvestres que hoy son los cereales.
Me parece muy natural comer pan. Sólo cuando las autoridades públicas lo
racionan o cuando la carestía absoluta lo hace desaparecer, me conmuevo y me
lamento.
Y
con todo, cada pedazo de pan, blanco o moreno, podría contarme un poema de
gratitud y despertar e mí pensamientos divinos. ¿No ofrecían los sumos
sacerdotes del antiguo Israel a Dios, en nombre de todo el pueblo, los panes de
proposición? Tú mismo, Señor, ¿no te ocupaste de la levadura que la mujer echa
en los recipientes de tres medidas de harina? Y al viejo Elías extenuado,
huyendo al desierto de la cólera de Jezabel, y que se había dormido a la sombra
de un enebro, ¿no fue un ángel quien le despertó para mostrarle “junto a su
cabeza un pan cocido bajo la ceniza”? ¿Y no multiplicaste en el desierto los
cinco panes, que estaban junto a algunos peces en el fondo de un saco, mezquina
propiedad de un chiquillo anónimo, y que pudieron , por tu bendición, alimentar
a toda la muchedumbre? Tú mismo tomaste el pan en tus manos santas y
venerables; lo rompiste; lo diste, lo comiste con los discípulos; sabías su
gusto; te identificaste con el pan de vida, con ese pan celeste que nos
preserva de la muerte... Hay aquí, Señor; un mundo entero de símbolos
misteriosos y de extrañas perspectivas; muchas cosas que adivinar y presentir,
y que reverenciar sobre todo, aún cuando no las comprenda muy bien. Con
frecuencia se me ha querido hacer creer que Tú estabas muy distante; que tu
majestad infinita y tu omnipotencia ponían abismos entre Tú y yo. La filosofía Te define como una esencia
y hasta, muy graciosamente, Te llama el Primer Motor. Y con todo, Tú escogiste
para definirte a Ti mismo esta cosa tan ordinaria, este alimento cotidiano, que
está al alcance mismo de nuestro simple apetito: “Yo soy el pan verdadero”. Ah
¡cuánto quiero esta fórmula familiar; cómo me encanta esta palabra que has
dejado tan cerca de mí!; esta palabra que te pinta como prestándome servicio
silenciosamente, sin pretensiones, para que podamos trabajar juntos y hacer una
obra común.
Sin
el Creador no hay pan; pero sin el hombre y sus manos tampoco. Los dedos
invisibles de Dios y los dedos mortales del hombres se han tocado
misteriosamente para lograr esta obra maestra de bondad que es esa sencilla
hogaza de pan; de la misma manera, deben armonizarse y trabajar acordes para
lograr aquí abajo la Santa Iglesia. No quiero que se me repita sin parar que
estás lejos, que eres inaccesible, incomprensible. En el fondo nadie hay tan
sencillo como Tú; nadie más cerca. Un niño, una simple mujer analfabeta Te
adivina, Te comprende y Te ama mucho mejor que todos nosotros sabios doctores.
Tenemos, Tú y yo, papeles distintos, pero no admitiré jamás que haya distancias
entre nosotros, ya que habitas en medio de nosotros, y por la Eucaristía, estás
realmente en nosotros, bajo las especies de pan.
¿Por
qué Te harían falta distancias? Las majestades humanas se divierten con estos
juegos pueriles: ésta exige un trono algo más elevado que la plebe que le
rodea; aquélla aparta la multitud a distancia respetuosa, como se dice. En el
fondo todo está inspirado en el miedo de ser reconocido por lo que es. La luz
no necesita de estos artificios indigentes. Penetra hasta el fondo de todos los
ojos; esclarece todo el océano sin mojarse.
Te
doy gracias, Señor, por haber renunciado tan totalmente a las pompas divinas. El
día de mi bautismo, el padrino dijo por mí, que nada sabía, que yo renunciaba a
las pompas del diablo. Nunca he
entendido bien que eran estas famosas pompas, y creo que muchos cristianos
comparten conmigo, sobre este punto, mi ignorancia. Pero, en fin, todos
renunciamos a las pompas de Satanás, y no nos va peor por esta renuncia. Ni
siquiera hemos pedido jamás que nos las definan con precisión. Pero tenemos tal
vez el derecho de esperar que, por correspondencia, Tú renunciaras también a
todas las pompas celestiales, para que te encontrásemos en la simplicidad
cordial de todos los verdaderos amores, que no necesitan ni disfraz, ni
vestimentas deslumbrantes, ni brillantes escoltas, ni charangas. Es exactamente
lo que hiciste en la Encarnación y en la Eucaristía. Tú, el Pan vivo y el
último alimento , el Viático, de los grandes enfermos. Y yo Te amo así, Dios
mío sin artificio, mi Redentor sin protocolo. Todo lo amanerado me hiela y me
irrita. La sola música de que quiero rodearte, es la de mi silencio atento; de
la misma manera que la que acompaña tu gracia es la del servicio prestado. El
pan es un alimento sobrio y discreto. Bastaba que lo rompieras, y los
discípulos de Emaús empezaron a
reconocerte, sin ruido de palabras; in fractione panis. Queda bien descaminada
nuestra lógica por este resultado inesperado. No vemos muy claro en ésta que
llamamos sabiamente causalidad. Nos parece sorprendente que para advertirte a
nuestro lado en la mesa, baste romper un trozo de pan, sin gran discurso ni
trabajosas demostraciones. Y con todo, lo inexplicable es que tengamos
necesidad, aunque sea de este pequeño ademán, para saber que estás cerca de
nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario