El
28 de Octubre de 2020 empecé a publicar las oraciones de un libro que encontré
hace años por casualidad, del jesuita Pierre Charles. Su título es “La oración de todas las cosas” y
publicaré una cada martes, hasta completar las 33 más el prólogo que la
componen. Hoy publico la número cinco: “Dios reinó por el leño”:
V.
Regnavit a ligno Deus
Dios reinó por el leño
Pierre Charles S.J.
Cuando
queremos decir de alguien que no es demasiado listo, hablamos de su cabeza de
leño; y cuando se trata de administrar a un delincuente una corrección solemne,
hablamos de darle leña. Los tenduchos donde se vende leña para quemar no tienen
nada glorioso. Los famosos árboles de justicia no son más que un eufemismo para
designar un cadalso. Cuando se nos despoja del dinero nos lamentamos de haber
sido robados como en pleno bosque. Dormir sobre tablas no es muy confortable;
subir a las tablas no es muy honroso. Cuando un dios está hecho de madera, los
salmos mismos nos dicen que es un ídolo vano.
Sé
bien que en el mundo de la madera, hay privilegios y nobleza: la caoba bruñida,
los muebles de palisandro, las estatuillas de boj, los ébanos, todas las
esencias raras que los artistas prefieren para esmerados trabajos. Pero yo
quisiera hoy contentarme con la buena madera ordinaria, cotidiana, la que
encuentro por todas partes y a la que nadie dedica una mirada; quisiera oír su
voz, muy humilde; ¿no encontraría tal vez el acento divino del Creador, del que
mi plegaria podría hacerse eco?
La
madera de la puerta, a la que los dedos de los visitantes vienen a llamar; la de la mesa que sostiene mi trabajo, sin
estremecerse, sin moverse, fiel como una amistad antigua; y la madera del
bastón de los ancianos y de las muletas de los lisiados; la madera de los
arados, la de los ataúdes; la madera de
mi reclinatorio y de mi silla, la de los granos de mi rosario y de mis
anaqueles, la del horno donde se cuece el pan y la de los mástiles de los
viejos navíos; la de los toneles prosaicos, de las jaulas de pájaros, de las
cajas de jabón y de las cangas de los ajusticiados.
Señor,
Tú conocías mejor que nadie esta madera vulgar. La trabajaste Tú mismo. Tú, que
la habías creado. Era tu oficio de carpintero de pueblo, y sabías cómo convenía
trabajarla evitando los nudos, cortando en la dirección de la fibra, atendiendo
a que estuviera bien seca y a que no se abriera solapadamente. ¿Cómo es posible
que para encontrarte no haya pensado nunca que esta madera ordinaria podía
servirme de guía? Tú la conoces bien; la encontraste otra vez el día de la
Pasión, y sobre ella, sobre ella sola, quisiste morir. Después de plantada tu
cruz en el Calvario, la madera se ha vuelto cristiana; debería recordarme solo
a Ti. Pero canto estas cosas, el Viernes Santo, en bello latín litúrgico; y ya
no vuelvo a encontrarlas más cuando oigo sencillamente crujir y gemir bajo mis
pasos los peldaños de una escalera de madera. Me encantan los poetas al
hablarme del hacha de los leñadores, pero no he bautizado aún esta poesía
porque miro la madera con los ojos curiosos de un pagano.
Ecce
lignum crucis: me acuerdo de haberme casi escandalizado
un tiempo por la rúbrica de la Semana Santa, que prescribe hacer la genuflexión
ante la madera de la cruz del altar aún cuando quede el tabernáculo abierto de
par en par. No es más que una cosa, me decía yo; ¡no es más que una madera
ordinaria! Pero tu Iglesia tenía más sabiduría en su culto, de lo que yo podía
poner en mis objeciones; y en recuerdo tuyo, quiero tratar con veneración la
madera que me evoca el taller de Nazaret y los sufrimientos del Calvario.
Tus
altares son de madera, casi en todas partes, con una pequeña piedra bien
sellada donde se guardan las reliquias;
casi siempre reciben los fieles tu perdón misericordioso después de la
confesión, a través de enrejado de madera; pero eres Tú quien me la ha dado, en
línea recta, sin intermediario, como me das la luz del sol; eres Tú quien la
hace crecer en el bosque secular y a Ti sólo ella obedece, desde la bellota
minúscula hasta la plancha cortada en la serrería, a lo largo del río. ¿Por qué
obstinarme en buscar tus dones muy lejos en abstracto y en teoría, cuando sólo
tengo que arrodillarme en mi reclinatorio para apoyarme muy realmente en esta
madera que viene de Ti?
Ocupaba
tu pensamiento cuando te dirigiste a las hijas de Jerusalén durante tu Pasión
dolorosa, al hablarles del leño verde y del leño seco y algunas ramillas te
sirvieron para asar, Tú mismo, en la playa, después de la resurrección, el
pescado que ofreciste a los discípulos vueltos a sus redes.
Pienso,
Señor, en todos tus siervos que perecieron, por la fe, a bastonazos y a
mazazos; pienso en todos aquellos que perecieron en las hogueras en llamas; en
todos los que no tuvieron más que un tronco por almohada en la última hora;
pienso en todas las cabañas, en las que las planchas mal unidas protegen hoy
contra el frío, la lluvia o las fieras, a tantos hermanos de raza; pienso en los viejos bajeles de madera que
llevaron a los cruzados y a los misioneros, desde San Pablo con sus naufragios
hasta Francisco Javier sobre las carabelas portuguesas; pienso también en las
tablas de todos los ataúdes, en esta última morada exigua sobre la cual tu
Iglesia cantará el Libera y el Réquiem, cuando haya entregado mi
alma en tus manos.
Como
un ángel discreto, la madera puede advertirme sin cesar que Tú no estás lejos,
y preparar mi corazón para tus encuentros. Puede enseñarme a no caer jamás en
estas vulgaridades miserables que entorpecen los caminos sin horizontes. Me
pasearé con respeto a través de toda tu creación y, para estar siempre orando,
no me será necesario cerrar perpetuamente los ojos. Me bastará abrirlos, no
solamente sobre las apariencias, sino sobre la realidad de las cosas, y yo Te
veré a Ti, el Verbo Creador, el Redentor, el Carpintero de Galilea y el
Salvador que muere sobre el leño. La viruta más pequeña podrá serme una
reliquia y en el mueble más ordinario descubriré el sello de tu divina
Majestad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario